Un becario para el jefe

Un becario tiene su primera experiencia laboral, pero al jefe no le interesa especialmente su formación

Mi primera experiencia laboral fue a los 22 años, cuando tuve que hacer las prácticas de mi titulación en Traducción e Interpretación para poder obtener el diploma. Me ofrecieron tres empresas a elegir pero, una vez pasada la segunda, mi elección estaba clara. Se trataba de una pequeña empresa dedicada a la traducción al español de obras y textos científicos y, aunque sus oficinas estaban en un alejado polígono industrial lejos del centro de Madrid y no muy bien comunicado, la entrevista, realizada por el propio jefe, prometía no solo unos prácticas sino también sexo, que por aquel entonces era mi máxima prioridad pues, aunque lo había tardado en descubrir, llevaba un par de años a los que no hacía asco a ninguna oportunidad que se me presentase.

Durante la entrevista el jefe, un niñato pijo de unos treinta años con el pelo engominado y un traje que le sentaba como un guante ya que no era muy alto aunque sí bien proporcionado, me cautivó con su amplia sonrisa, su gran seguridad en sí mismo y su audacia al dejarme caer que en su empresa solo seleccionaría a un becario en prácticas que estuviera dispuesto no solo a aprender un oficio, sino también a darle placer al jefe si este se lo pedía. No sabía si estaba hablando en serio o me estaba vacilando, pero decidí seguirle el juego y le dije que entonces yo era su chico. Aquella misma tarde recibí una llamada de su secretaria en la que me confirmaban que me habían aceptado y que empezaba a la semana siguiente.

Imaginaos mi primer día de trabajo, lleno de dudas y expectativas, ya que si bien algunos de mis compañeros me alertaron con bromas soeces para que tuviera cuidado con mi culo, el jefe no aparecía por ninguna parte. Por fin, un poco antes de las cinco, hora en que terminaba la jornada laboral en la empresa, hizo acto de presencia aunque apenas si me recibió con un frío saludo de bienvenida. Sin embargo, mientras esperaba en la parada de  autobús del polígono, apareció en un flamante deportivo negro y se ofreció a llevarme, aunque no fuimos muy lejos ya que tiró por una calle hasta llegar a una zona en la que había unas grandes naves que, si bien parecían terminadas hace unos cuantos años, tenían aspecto de no haber sido utilizadas nunca. Se metió con el coche en uno de los solares, paró el motor y sin mediar palabra, se bajó los pantalones y los slips hasta los tobillos y se la empezó a menear delante mía Tenía una polla de un tamaño considerable, al igual que sus testículos y unas piernas bastante musculadas y sin un solo pelo pues, como más tarde descubriría, era muy aficionado al ciclismo.

Me preguntó si me gustaba lo que estaba viendo, a lo que respondí metiéndome su polla en la boca. Aquella primera mamada fue increíble pues el deportivo resultó más amplio y cómodo de lo que parecía y él no paraba de decirme lo bien que la chupaba y que por favor no parase, por lo que cuando me empezó a susurrar que quería ver como me tragaba toda su leche, seguí succionando hasta vaciarle por completo para gran satisfacción de ambos. Aunque era la primera vez que hacía algo así, en los siguientes días seguí saboreando buenas cantidades de semen ya que en aquella misma nave, en los baños de su despacho, en el almacén de la oficina o incluso de rodillas con él sentado frente a su silla en la oficina un día que nos quedamos solos, cualquier lugar era idóneo para entregarnos al vicio, sin que supiera muy bien cual de los dos disfrutaba más, si el con mis mamadas y eyaculando siempre dentro de mí o yo engullendo aquella preciosa polla hasta dejársela seca y flácida.

Así transcurrieron aquellos tres meses en los que ninguno nos salimos del guion, hasta que una tarde me dijo que al día siguiente nos íbamos los dos a Barcelona por un asunto de trabajo. Cogimos uno de los primeros trenes AVE de la estación de Atocha y al llegar a la ciudad condal reservó una habitación en un hotel que se encontraba justo encima de la estación. Desayunamos en el hotel y cogimos un taxi hasta una oficina situada en un edificio de la Diagonal, donde le acompañé a una reunión con un par de colegas de su edad, con los que parecía tener mucha familiaridad y hacían bromas, aunque yo apenas entendía nada pues hablaban en catalán ya que mi jefe, como le gustaba que le llamase, había nacido allí. Luego me llevó a comer a un famoso restaurante y, de vuelta al hotel, se metió en la ducha, se puso ropa de sport y me comentó que iba a casa de sus padres a verlos un rato y que cuando acabara me llamaría para dar una vuelta por la ciudad.

Fue una decepción, ya que yo me había imaginado una tarde repleta de sexo en la habitación, sobre todo después de haberle podido ver por fin completamente desnudo al salir de la ducha y estuve a punto de masturbarme imaginando lo que poco después haríamos en aquella misma cama, pero me duché y me entretuve viendo la tele mientras esperaba su llamada. Por fin lo hizo, pero para comunicarme que no le esperase, que iba a llegar tarde y que si tenía hambre pidiese que me subiesen algo a la habitación. Después de encargar algo, el madrugón de aquel día estaba haciendo sus efectos por lo que a eso de las once y pico apagué la luz y me quedé dormido.

No sé cuanto tiempo pasó pero no me enteré de nada hasta que sentí un cuerpo desnudo detrás de mí que empezaba a frotar su polla contra mi culo, protegido tan solo por unos boxers. Estaba muerto de sueño pero a la vez era una sensación placentera por lo que, aunque no me moví, comencé a apretar mi culo haciéndole entender que aquello me gustaba. Me quitó los slips y empezó a ensalivarme el culo y su polla hasta que después de unos cuantos y dolorosos intensos, esta entró por completo y, primero de lado y después con el completamente encima de mí, comenzó una breve pero intensa cabalgada hasta que noté cómo se vaciaba abundantemente en mi interior. Luego me quedé otra vez dormido hasta que empezó a amanecer y, al ir al baño, el semen que empezó a salir de mi ano me recordó que aquello no había sido un sueño.

Eran las nueve cuando sonó el despertador de su móvil, se levantó y se dio una ducha. Cuando terminó hice yo lo mismo y al salir, estaba tumbado sobre su cama hablando por teléfono con alguien en catalán. Llevaba solo puestos unos morbosos slips negros y unos calcetines de ejecutivo del mismo color y con señas me pidió que me acercara a su lado. Me senté a los pies de la cama y comencé a hacerle un masaje en los pies y sin saber cómo, acabé lamiendo sus calcetines e introduciéndome sus pies en la boca hasta el fondo de mi garganta. Para entonces ya había colgado el teléfono y me pedía que no parase, que aquello le encantaba, luego empecé a lamer sus magníficas y suaves piernas y a continuación su torso, también completamente depilado y con unos abdominales que marcaban aunque muy tenuemente su afición por el deporte.

Tras un buen rato dedicado a sus pezones, bajé hasta sus slips y los humedecí con mi lengua para después quitárselos y concentrarme en la única parte de su cuerpo que no estaba depilada. Me metí en la boca uno de sus testículos, luego el otro y después de jugar con ellos fui bajando hasta llegar a su peludo culo. Cuando mi lengua empezó a lamer el anillo de su ano, levantó sus piernas permitiendo así que pudiera introducirla bien dentro, sobre todo cuando le sujeté de los calcetines con mis manos para facilitar la comida. Olía a jabón pero también despedía un aroma fuerte e intenso que me encantaba. Finalmente subí hasta su polla y me puse en posición de hacer un sesenta y nueve en el que, mientras él me comía el culo, yo hacía lo mismo con su polla al mismo tiempo que me masturbaba hasta que ambos terminamos, yo sobre su pecho y él, como ya era habitual, en el interior de mi garganta. Dos horas después estábamos en el tren de vuelta a Madrid y, mientras él escuchaba música, yo imaginaba nuevas y excitantes experiencias con aquel mi primer jefe con el que tantas cosas había hecho por primera vez.