Un auto, un viaje y dos pellizcos

Un viaje familiar se transforma en una breve, pero intensa, experiencia incestuosa.

Un auto, un viaje y dos "pellizcos"

Mi nombre es Manuel, tengo 19 años y vivo con mis padres y mi hermana mayor.

Soy bastante callado, en vez de salir de fiesta, prefiero jugar en el computador o en la play, tengo pocos amigos y siempre me ha costado interactuar en ambientes nuevos. La verdad, diría que me cuesta entrar en confianza con personas que no conozco, es por esto que siempre he pasado mucho tiempo en casa.

Con los años, desarrollé siempre un especial vínculo con mi madre. Mi padre trabaja mucho, generalmente se va de viaje durante 7 o 10 días al mes, por lo que pasa poco tiempo en casa, al igual que mi hermana, quien prefiere estar en casa de sus amigas o de su novio.

Mi madre, Paola, tiene 45 años, muy bien puestos. Si bien no tiene una medidas perfectas, puedo decir que es la mujer a la que cualquier hombre voltearía a ver. De estatura mas bien baja, 1,55 mts, conserva una figura envidiable. Piernas gruesas, un trasero respingado, pechos pequeños pero firmes.

Su figura resalta, siempre vistiendo muy bien y con una elegancia especial; vestidos pegados al cuerpo, tacos, escotes. En casa siempre suele ir con alguna ropa deportiva o shorts algo sueltos, de esos que traslucen la ropa interior y permiten apreciar lo bien que se mantiene.

Es la típica señora amiga de todas las madres del curso de sus hijos en el colegio, aquella que se pasa horas hablando por teléfono para saber los últimos chismes y que se hace amiga de las personas que la acompañan en la fila del supermercado. Ella es la principal motivación de este relato.

Todo sucedió en verano. Decidimos irnos de viaje en nuestro auto, todos juntos en familia. Era un viaje largo, unas 12 horas mas o menos, pero era la costumbre de verano, irnos apretados durante horas y horas de calor sofocante dentro de un auto, agobiados por las maletas y el paisaje del desierto (soy del norte de Chile, en donde se encuentra el desierto mas árido del mundo, para que se den una idea). En fin, acomodamos el equipaje, como pudimos y partimos a las 6 de la tarde, mas o menos, para evitar viajar con tanto sol.

Ya había anochecido, mi padre iba manejando y mi hermana de copiloto (eran los únicos con licencia para conducir), mientras mi madre y yo íbamos en los asientos de atrás, con algunos bolsos de ropa, cajas y equipaje. Íbamos cubiertos ambos por una manta de polar y algo dormidos.

En un momento, el auto realizó un movimiento en zig-zag bastante brusco y se sintió el ronceo de las ruedas producto del freno repentino. Al producirse esto, la primera reacción de mi madre fue bajar su mano derecho y sujetarse fuertemente a mi muslo, muy cerca de mi ingle, clavando sus uñas por el susto. Yo iba con un traje de baño viejo que me quedaba algo corto, por lo que los dedos de mi progenitora llegaron directamente a mi piel, aunque en ese momento, la verdad, no llegué a sentir nada de dolor, estaba demasiado concentrado en el miedo.

Mi padre, que ya llevaba varias horas conduciendo, se había quedado dormido durante algunos segundos.

- ¡¡¡Jorge!!! Si estás cansado, ¿por qué no paras y le pasas el auto a Andrea? ¡¡¿o quieres matarnos a todos?!! - recriminó mi madre

- Perdón cariño…perdón.

- Si papá, para el auto y yo sigo – dijo mi hermana, ante el evidente gesto de culpa de mi padre.

Luego de estos regaños, mi padre se orillo y cambió de lugar con mi hermana, para poder dormir un poco.

Por otro lado, mi madre, evidentemente nerviosa, no dejaba de mirar atentamente hacia adelante, cuidando cada movimiento y gesto de mi hermana. Sin embargo, aún tenía su mano en mi muslo, lo cual yo ya empezaba a sentir cada vez más.

- Mamá…me estas lastimando – dije suavemente, susurrándole al oído.

- Hay! …perdón hijo – respondió mi madre, retirando su mano rápidamente – no me di cuenta.

Retiré un poco la frazada que nos cubría para verificar el área dañada, que comenzaba a arderme. Puede comprobar que las uñas de mamá estaban completamente marcadas, incluso con un poco de sangre, aunque nada muy grave.

Mi madre vio el daño causado por sus manos:

- Manu…perdón…perdón ..¿te duele mucho?

- Tranquila mamá, no es nada… es solo un pellizco – dije tratando de calmarla y procediendo a taparnos nuevamente con la manta.

Al cabo de unos minutos siento la mano de mi madre nuevamente en mi muslo, pero ahora acariciando la zona de mi “herida”. Puede ver en su cara el evidente sentimiento de culpa.

Nuestras miradas se encontraron y ella movió sus labios, esos hermosos labios rojos, sin emitir sonido. Puede leer claramente como me decía “perdón”.

Así continuó durante varios minutos, acariciando y sobando mi muslo, inocentemente, preocupada por su hijo lastimado por su propia mano, sin dejar de mirar atentamente el camino y a mi hermana conductora, mientras mi padre ya dormía profundamente (que excelente copiloto).

Las caricias manuales de mi madre pronto generaron efecto en mi, mi pierna se empezó a calentar y la sangre a fluir. Mi pene, instintivamente, reaccionó y  comenzó a crecer lentamente. Trataba de hacer todo lo posible para evitar la erección, pensar en las cosas mas desagradables, pero era imposible al sentir el tacto materno, el olor de su perfume, tenerla junto a mi, con su mano a centímetros de mi polla.

Luego recordé, estaba con un simple traje de baño y la posición de mi pene hizo que este se asomara hacia el costado, saliendo de mi short y encontrándose con los dedos de mamá. No sabía que hacer, pensé que mi madre se espantaría, quizás hasta gritaría, mi hermana se asustaría, chocaríamos y moriríamos todos…por culpa de mi erección.

Me sentí incomodo, no sabía que hacer. Me levante un poco, me acomodé y sacudí mi pierna, alejando mi miembro del alcancé de mi madre, sin embargo, sus caricias continuaron y sus dedos volvieron a hacer contacto con mi verga.

- Mamá…- le susurré, con un tono nervioso.

- …shh… - respondió ella, nada mas.

Su mano avanzó un poco mas, posándose sobre mi pene, mitad libre, mitad cubierto por la delgada tela de mi traje de baño. Su mano seguía moviéndose, hacia delante y hacia atrás, cada vez ejerciendo un poco mas de presión, ya sin disimulo. Sus dedos pronto envolvieron mi herramienta.

No podía creer lo que estaba pasando, mi propia madre, tocándome y agarrando mi polla. Giré mi cara para ver la suya…tenía un semblante serio, mirando hacia el frente, su respiración ligeramente agitada, pero sus ojos, sus ojos eran distintos, como nunca los había vistos, era una expresión completamente nueva para mía. Sus labios ligeramente encorvados hacia arriba, dibujaban una sonrisa casi imperceptible, pero algo irónica, como si pensara “pobrecito, se empalmó”.

Su mano se deslizó bajo mi short y comenzó, lentamente, a masturbarme. Sus movimientos eran precisos, recorriendo su palma desde mi glande hasta la base de mi pene, algunos giros de muñeca añadían algo de fricción. En ciertos momentos, su pulgar jugaba y se detenía en la punta, realizando movimientos circulares, como queriendo imprimir su huella digital en mi poronga. Estaba en el cielo.

Mi hermana iba concentrada en el camino, mientras mi padre roncaba a placer. Ninguno se daba cuenta de la actividad incestuosa que se estaba realizando en el asiento trasero.

Mi madre, como toda una experta, procuraba no hacer movimientos verticales, evitando que la frazada se levantara y dejara en evidencia lo que sucedía.

Tener mi polla presionada hacia abajo era una sensación indescriptible, sentía como la sangre se acumulaba más y más, como mis huevos se hinchaban, como si fuese a explotar.

Mamá debió sentir todo eso…por primera vez volteó a verme, por un segundo. Su boca entreabierta, como si quisiera decir algo, era extremadamente sexy. Su mirada bajó hacia mi verga cubierta por la manta. Pude notar como sus pezones se marcaban en su polera de hilo y su pecho delataba una respiración entrecortada. Su mano aceleró los movimientos. Estaba apunto de terminar, pero no podía emitir ningún sonido, comencé a experimentar espasmos involuntarios, pero debía controlarme.

Recosté mi cabeza en el hombro de mamá, cerré los ojos y mordí mis labios. Ella, como una maestría increíble, hizo un último movimiento, rápido y furioso, desde la base de verga hacía el glande, giró su muñeca y puso su palma frente a mi pene, como si se tratase de un vaso.

No vi cuantos chorros de leche disparé, pero fue la mejor la corrida de mi vida, parecía no tener fin, sentía como mis testículos se vaciaban con cada contracción. Bajé mi mano y en un acto involuntario, clavé mis dedos en el muslo de mamá, cubierto por una falda. Pude sentir como si estuviera en las nubes, creo que hasta llegué a marearme de placer. Abrí mis ojos lentamente y allí estaba ella. Sonriendo, mirándome con una ternura increíble, como diciéndome “no te preocupes, yo también lo disfruté, eres mi hijo”.

Mientras sentía mis piernas tiritar, me volví a acomodar en mi posición. Sentí como mamá limpió su mano, como pudo, en la frazada, retirándola. Se veía brillosa y pegajosa. Por un momento pensé que se llevaría los dedos a la boca, pero no, no todo es tan perfecto. Alcanzó un poco de papel higiénico que estaba en la parte posterior del asiento del piloto y se limpió los restos de mi semen.

Mi respiración comenzaba a relajarse, mirando al techo del auto y sintiéndome enormemente afortunado. Miré al costado y pude ver a mi madre acariciando su muslo. Retiró un poco la frazada, levantó un poco su vestido y pude ver la marca de mis uñas en su piel.

- Perdón mamá…yo.. – susurré preocupado de haberla lastimado.

- Tranquilo Manu… “es solo un pellizco” – respondió ella, mirándome fijamente, con un tono juguetón y una sonrisa pícara.

Fin...

-Aquiles-