Un apartamento bien vigilado

Jaime encarga a un amigo que cuide su apartamento unos días y el amigo se lo pasa mejor que bien.

Mi amigo Jaime vive a dos manzanas de mi casa, en un pequeño apartamento en la planta baja de su edificio, frente a un bonito parque. Acaba de hacer unas reformas y lo están terminando de pintar y decorar. Jaime y yo somos muy amigos hace muchos años, casi desde adolescentes, y conocemos todo sobre nuestras respectivas vidas. Él es bisexual, muy activo y follador. Yo soy muy mariquita y pasivo, "toda una mujercita" como le gusta decir. De vez en cuando me echa un polvo, pero sobre todo, cuando viajamos juntos de vacaciones, "me hace la propaganda", le divierte animar a otros tíos a que se lo monten conmigo y en las playas pasearme y hacerme fotos con mis atuendos muy especiales, mínimos tangas, minifaldas y shorts muy cortitos, lencería sexy, pendientes, collares y todo eso.

La semana pasada, Jaime tenía que salir de viaje por trabajo y como yo tenía una semana con poco que hacer, me preguntó si podía pasar tres o cuatro días en su apartamento, para abrir a los pintores y a los que tenían que traer los nuevos muebles de cocina. Con un guiño picarón me advirtió: "No hagas de las tuyas, que tienen que trabajar, no perder el tiempo dándote revolcones". Naturalmente le dije que sí y me trasladé al apartamento de Jaime, que se marchó a su viaje.

El viernes por la mañana, muy temprano, sonó el timbre del apartamento. Pensé que serían los pintores o los transportistas de los muebles y me levanté de un salto para abrir la puerta. Ni siquiera recordé que estaba con mi ropa de noche, unas braguitas rosa muy de lencería sofisticada y un salto de cama cortito y trasparente, muy femenino. Cuando me di cuenta ya había abierto la puerta, pero al otro lado no estaban los operarios, sino un repartidor de una empresa de mensajería, que traía un grueso sobre para Jaime. El tipo era alto, gordo y con un bigotazo que le daba cierto aire mexicano. Me miró primero con ojos de sorpresa y enseguida de cierto cachondeo. Nervioso, dije que sí, que yo era Jaime, recogí el sobre y cerré la puerta un poco entre tembloroso y excitado, porque me dio la impresión de que no le hubiera hecho ascos a darme un revolcón.

Cuando llegaron un rato después los operarios, ya me había puesto la ropa, así que les abrí y me marché al trabajo. Cuando regresé, un poco después de mediodía, la cocina estaba amueblada y flamante, y los pintores estaban terminando por ese día y me dijeron que volverían la mañana siguiente. Uno de ellos añadió, antes de marcharse, que alguien había llamado dos veces por teléfono preguntando por Jaime, y que dijo que era un mensajero que había olvidado algo. Al poco rato ya estaba solo en el apartamento, cuando sonó de nuevo el teléfono. Era el mensajero de por la mañana y me dijo que había olvidado recogerme la firma cuando me dejó el sobre, que la necesitaba y que pasaría al final de la jornada un momento para que le firmase en el libro de reparto. Le contesté que de acuerdo, pensando, por su tono de voz, que el olvido no había sido casual y que volvía al final de la tarde a ver si podía echarme un polvo. Bueno, ya veríamos lo que pasaba, porque el tío no me disgustaba, parecía muy macho.

Decidí "ponerme a tono" para cuando llegase. Volví a ponerme las braguitas rosa y un top de lycra muy escotado y corto, como medio palmo por encima del ombligo. Añadí a mi atuendo unos pendientes y un collar de coral rojo, y una esclava de perlitas en el tobillo derecho, y me puse unos botines de ante muy informales con medio tacón. Cerca de las nueve de la noche sonó el timbre y abrí la puerta del apartamento, para llevarme un sobresalto. Delante de mí estaba el mensajero de la mañana, pero con otros dos tíos, ambos fuertes, musculosos y también con pinta de machos. Hay que decir que mi atuendo era aún más llamativo porque llevo todo el cuerpo depilado, con lo que el vientre desnudo, las piernas y los brazos parecen totalmente femeninos.

En las miradas de los tres hombres vi que me esperaba una noche muy atareada. "¡Joder, vaya maricona! Es toda una hembra…", dijo uno de los nuevos. Pensé que sobraban los disimulos, además vestido como estaba no había mucho que añadir. Con un movimiento de caderas lo más sexy que pude les invité a pasar y cerré la puerta. Allí estaba yo, en el apartamento de mi amigo Jaime, solo con tres machos de envergadura y dispuesto a que mi boca, mi culo y todo mi cuerpo les dieran un servicio inolvidable.

No hubo muchos preparativos. Antes de que pudiera dar cuenta estaba manoseado por todas partes y excitado a mil, no sólo por los sobajeos ansiosos, sino que también me ponía cachondo el que los tres tíos se referían a mi en femenino. "¡Qué muslos tiene la muy puta!", "¡Mueve las nalgas, zorra!", "Te gusta que te estrujen las tetas ¿eh, guarra?", y cosas así. Me hicieron ponerme de rodillas y los tres se sacaron las pollas, ya medio duras. Cogiéndome de los pelos me llevaban a chupar una, luego otra y así. Enseguida las tuvieron los tres completamente duras y empalmadas. Dos eran de buen tamaño, pero el mensajero de por la mañana la tenía de susto, más de un palmo de larga y tan gruesa que no la podía meter en mi boca y tenía que lamérsela arriba, abajo y alrededor con la lengua.

Este fue el primero que de pronto me tiró al suelo de un empujón y me ordenó: "¡A cuatro patas, golfa, y levanta bien el culo!". Lo hice y el muy cabrón se sacó la correa y empezó a darme correazos en las nalgas, mientras los otros dos se reían. Me sacudía con fuerza, los correazos sonaban y yo sentía arder mis nalgas, pero aguanté el castigo levantándolas bien y moviéndolas para ofrecerme. El tío se dejo caer de rodillas y escupió en mi agujero, luego frotó la saliva con los dedos y los introdujo bruscamente, arrancándome un grito de dolor. Hurgó con los dedos para abrirme bien. "¡Ahora vas a disfrutar y saber lo que es un buen pene de macho, golfa!", me gritó. Apoyé la cabeza en mis brazos y levanté el trasero todo lo que pude. Noté que se ponía el condón y cómo su glande se apoyaba en mi agujero y me preparé para lo peor… que llegó en el acto. Me agarró con fuerza las caderas con las manos y dio un empujón brutal.

Yo creo que chillé como una cerda mientras la enorme verga se abría paso y penetraba con fuerza en mi recto, hasta que noté como los huevos del tío se aplastaban contra mis nalgas. ¡La tenía toda dentro, más de un palmo y como cinco centímetros de diámetro o más! Pensé que me iba a marear, pero empezó un movimiento de sacar y meter a gran velocidad, como si fuera un taladro, y poco a poco fue desapareciendo el dolor y empecé a notar los latigazos de placer que salían de entre mis nalgas y recorrían mi vientre, mi espaldas y mis muslos, mientras mis pezones se ponían tiesos y duros como pequeños garbanzos. De pronto sacó la polla de mi culo, me puso boca arriba de un empujón, se quitó el condón y cinco o seis chorros de semen fueron a parar a mi cara. Eso fue el comienzo.

Los otros dos, uno tras otros, hicieron lo mismo, ponerme a cuatro patas, azotarme las nalgas, penetrarme y correrse en mi cara. Después, el primero de ellos me hizo quedarme boca arriba, se le había puesto dura otra vez, me levantó los muslos muy abiertos y me penetró de nuevo. Así estuvieron los tres follándome una y otra vez, parecían incansables, cuando se marcharon eran casi las cuatro de la mañana. Les dije que estaba disponible para ellos siempre que quisieran. "¡Menuda zorra estás hecha! Eres más puta que las gallinas", me dijo uno de ellos, y luego añadió: "Descuida, que repetiremos, y a lo mejor seremos más". Quedé hecho unos zorros, aunque bien satisfecho. Antes de ducharme recogí cuidadosamente los condones: ¡nada menos que catorce! ¡Entre los tres tíos me habían echado catorce polvos! Fue una noche fantástica. Cuando se lo conté a Jaime, se echó a reir. "Vaya forma de cuidarme el apartamento, te dejo unos días y lo conviertes en una casa de putas", me dijo. Luego, excitado por el relato, me hizo desnudarme y se pasó un buen rato follándome.