Un año de pasión con mi hijo III, La fiesta

Sigo debatiéndome entre el deseo incestuoso y los convencionalismos sociales. Intento escapar de lo que siento por mi hijo, me coloco en una situación incómoda, arriesgándome a ser follada por un hombre al que no deseo

TERCERA PARTE

Fui grosera y desconsiderada con Ángela, pues la obligué a marcharse inmediatamente después de que ambas folláramos con el consolador doble mientras espiábamos a mi hijo masturbándose.

Pasado el éxtasis, me quedé con la sensación amarga de haber faltado al amor de madre que debía respetar.

Ya no podía tranquilizarme con el pensamiento de que nada había pasado entre Elykner y yo. Aún cuando no nos tocáramos, aún cuando él mantuviera la respetuosa distancia que todo hijo conserva con respecto a su madre, él me había visto desnuda, en plena tijera lésbica y corriéndome con Ángela. de haber sido un chico neurotípico, quizá me repudiaría o habría urdido algún plan para seducirme y llevarme a la cama; tratándose de él, yo sabía que mantendría la misma distancia habitual y me trataría con normalidad, sin emitir juicios de valor sobre mi conducta.

Esa madrugada me revolví entre las mantas de mi cama, encendida en deseos y quemándome en remordimientos hasta que di con una solución parcial que me tranquilizó.

Al día siguiente desperté antes que Elykner y me asomé a su habitación. Mi hijo dormía desnudo, con una poderosa erección que parecía querer desmentir la sesión masturbatoria de la noche anterior. Me permití imaginarme entrando en su dormitorio, tomando aquel orgulloso mástil entre mis manos y dándole la primera felación que hubiera realizado en mi vida. Apreté dientes y puños para despejarme, el futuro de nuestra convivencia dependía de las decisiones tomadas durante la madrugada y los acuerdos a los que tendríamos que llegar en cuanto Elyk se despertara.

Me bañé y tuve que masturbarme bajo la ducha para calmar mis ansias. Si lograba contener el deseo que mi hijo despertaba en mí, podría convivir con él sin problemas; algunas de mis decisiones iban en esa dirección.

Al terminar el ritual de aseo me vestí con ropa deportiva y pasé a la cocina, escuché que mijo se levantaba para bañarse. Lo esperé mientras preparaba el desayuno.

No tardó en aparecer, vestido y listo para iniciar el día. Me saludó con el cariño de siempre, sin que yo pudiese percibir alguna sombra de desilusión o dudas. Él sabía de mi bisexualidad, pero parte de mí temía haberlo decepcionado cuando me vio teniendo sexo con Ángela.

Nos miramos de pie, frente a frente, entonces inicié la primera parte de mi plan. Uní los dedos de ambas manos y, con las yemas endurecidas por años de entrenamiento, golpeé sobre los hombros de Elyk, en puntos específicos que debieron producirle intensos dolores. Mi hijo dio dos pasos hacia atrás y, aprovechando su sorpresa, lo tomé por el brazo derecho para aplicarle una llave que lo dejó inmovilizado, con el rostro y torso sobre la cubierta de la mesa de roble de la cocina, su brazo sujeto entre mi zurda y mi cuello y mi mano derecha sobre su nuca.

—¡Elyk, esto me duele más a mí de lo que pueda dolerte a ti! —decreté intentando que mi voz se escuchara regia—. Tienes dos elecciones, podemos matricularte en la Universidad, revalidar tus clases y hacerte ingresar en octubre, o puedes esperar un año, aprender todo lo que tengo que enseñarte y matricularte hasta 1994. No será un año sabático, pues tendrás que estudiar de todas maneras. Te anticipo que, entre lo que debes aprender, está el poder de deshacerte de un cepo como este. ¿Qué eliges?

—Lo que tú decidas estará bien, mamá —respondió con dulzura.

Mi hijo no se quejaba por el dolor que le estaba inflingiendo, no protestaba y no luchaba por librarse de la llave. Me sentí conmovida ante su gesto de confianza, pero sabía que él era distinto a los demás y quería verlo tomar las riendas de su futuro.

—No es mi decisión, hijo —suspiré sin perder mi autocontrol—. Quiero que me digas si deseas aprender a defenderte como puedo enseñarte, si quieres aprender a sobrevivir del modo en que yo lo he hecho y si quieres tener todo lo que he logrado para ti, como un seguro de supervivencia por si tu futura profesión no te reditúa lo suficiente.

—Mamá, si me vas a enseñar tú y si vamos a estar juntos durante ese año, acepto lo que me impongas —suspiró e hizo una pausa, la llave debía ser dolorosa, pero él no parecía inquieto—. Quiero ser adecuado para ti, quiero que te sientas orgullosa de mí.

Lo solté. Sus palabras me descolocaron por un segundo en el que mi cuerpo pasó del más profundo estado de amor maternal al más salvaje estallido de deseo sexual. Aprovechando que Elyk me daba la espalda, di un par de manotazos sobre mis mejillas húmedas de lágrimas.

—¿Comprendes lo que acabo de hacerte? —pregunté ajustándome al guión.

—Sí —sonrió de medio lado y se friccionó los hombros—. Me has dado una muestra de lo que puede pasarme en la vida si no aprendo a defenderme. Dolió lo suyo, mamá, pero te lo agradezco. Seré tu mejor alumno.

—Acabo de mostrarte que una mujer sola, con las manos vacías, que pesa y mide menos que tú, puede inmovilizarte e incluso causarte daño. Por tu naturaleza confías en todo y en todos, eso es bueno, pero debes aprender a cuidarte. Necesitas pasar un año en casa, bajo mi supervisión, aprendiendo todo lo que yo te enseñe.

—¿No solo es Krav Magá?

—No —busqué las palabras. Era imposible lastimarlo emocionalmente, pero eso no implicaba que no debiera tratarlo con tacto—. Tus habilidades sociales son muy limitadas, hay un sinfín de conceptos cuyas implicaciones debes conocer y artes y oficios que quiero que domines para que siempre cuentes con fuentes de ingresos.

Elyk asentía a todo. Su desarrollo emocional y social había quedado en pausa desde que su familia paterna me lo arrebatara a los cinco años de edad, necesitaba aprender a desenvolverse y defenderse. Yo tenía la esperanza de que el entrenamiento al que quería someterlo le fuera provechoso y, al mismo tiempo, me ayudara a olvidar los deseos sexuales que él despertaba en mí. Elyk, con su sobriedad característica, prometió ponerse a mis órdenes y obedecerme en todo lo que yo dispusiera.

Dedicamos la mañana a trazar el plan de entrenamiento y desarrollo que seguiría Elyk, el resto del día lo aproveché para  cerrar asuntos pendientes.

Las jornadas iniciaban a las 4:00 A.M., nos levantábamos, preparábamos lo necesario para el entrenamiento y salíamos a correr sin haber desayunado. Recorríamos tres kilómetros trotando, Elyk tenía que llevar el saco de boxeo sobre los hombros. Al llegar al Cerro De Loreto imponía a mi hijo las más duras pruebas de resistencia física, buscando que su cuerpo se acostumbrara a los rigores del entrenamiento. Muchas veces amanecía sin que ninguno de los dos lo notara. Cuando, a las 9:00 A.M., Elyk llegaba al límite de sus fuerzas, le permitía beber un poco de agua y pasábamos a la fase de defensa personal.

Mi hijo aprendió Kick Boxing y Krav Magá del mismo modo que aprendí yo; después de una ardua sesión de acondicionamiento destinada a llevar el cuerpo a la extenuación.

He de reconocer que fui cruel con él. Lo deseaba sexualmente y cada vez que me sorprendía a mí misma admirando su cuerpo o sintiendo la humedad que me provocaba su cercanía, arreciaba en la  dureza del entrenamiento. Como madre lo amaba, como “oficial superior” le exigía cada partícula de esfuerzo que fuera capaz de dar. El programa de acondicionamiento al que sometí a mi hijo fue tan extremo que, años después, en pleno Siglo XXI, conoceríamos un sistema llamado “Insanity Workout” que nos sorprendería por la suavidad de sus técnicas.

Desayunábamos al volver a casa, después enseñaba a Elyk cómo cocinar con elementos naturales y de calidad. Mientras convivíamos en la cocina, diseñábamos sus “disfraces sociales” y trabajábamos el tema de su modo de desenvolverse ante los demás. Después, más relajados, él atendía su programa de estudios universitarios mientras yo me dedicaba a los asuntos del negocio. Al caer la tarde, mi hijo me acompañaba a los distintos talleres, donde el personal a mi cargo le compartía los secretos de sus oficios.

No fueron pocas las veces en que los criterios de Elykner se impusieron en el diseño de piezas de orfebrería o adornos de carpintería. Llegó un momento en que los ebanistas, joyeros y herreros confiaban plenamente en las habilidades de mi hijo para ayudarles en algún trabajo urgente.

Mis periodos de mayor tensión llegaban a eso de las once de la noche. Con el paso de las semanas, Elyk había ampliado su colección de VHS pornográficos y, antes de dormir, solía ver alguna película. Me era inevitable escuchar los jadeos y gritos de actores y actrices, los golpeteos de carne contra carne y los ruidos que mi hijo producía al masturbarse.

Aunque no había vuelto a espiarlo por la ventana, no podía evitar el frenesí de la excitación sexual. A veces me paraba junto a su puerta y, procurando afinar el oído, me tocaba mientras él lo hacía para terminar en cadenas de orgasmos múltiples que tenía que silenciar para no delatar mi estado de celo.

Poco después de la llegada de mi hijo, su abuelo se comunicó conmigo para intentar recuperarlo. Elyk tomó la llamada y, una a una, fue recordándole todas las situaciones desagradables que tuvo que vivir al lado de esa familia; fue tan duro en sus aseveraciones que el hombre maduro no tuvo argumentos para convencerlo de regresar y ni siquiera se atrevió a reclamar la motocicleta que Elyk había robado. Me sentí halagada y orgullosa al escuchar cómo me defendía ante quien, hasta pocos días antes, había representado una figura de autoridad.

Así pasaron octubre y noviembre. Aparte de las sesiones de autosatisfacción nocturna,  tenía que correr a mi habitación dos o tres veces por tarde para masturbarme con el consolador y me corría en orgasmos brutales reprimiendo los gritos de placer. No quería caer en la tentación de transgredir el tabú del incesto y creía poder dominar la situación.

Elyk progresaba muy rápido. En solo dos meses su cuerpo adquirió la flexibilidad y la firmeza de una musculatura compacta propias de quien ha entrenado durante años. Gracias a tratamientos naturales conseguimos eliminar el acné de su rostro. Cada día era más fuerte, más sabio, más atractivo, más hábil y mejor artesano.

Su modo de ser me resultaba inquietante. Siempre tenía atenciones para conmigo, siempre me miraba con amor o me sonreía de medio lado. Jamás me escatimaba halagos o caprichos y, en todo momento, parecía vigilarlo todo para darme gusto hasta en los más insignificantes detalles.

Explorando el carácter de mi hijo me encontré ante una nueva situación; mi cuerpo deseaba su cuerpo, pero mi espíritu se estaba enamorando del suyo. Esto me hería profundamente, pero era incapaz de pedirle que dejara de quererme, que dejara de velar por darme gusto o que se abstuviera de ser galante conmigo.

Una tarde de principios de diciembre de 1993 recibí una llamada de Ángela, no nos habíamos vuelto a ver desde la noche en que espiamos a mi hijo masturbándose. Nos invitó, a Elyk y a mí, a las despedidas de solteros que celebrarían simultáneamente Rosalía y Ernesto, dos miembros de nuestro círculo de amistades. Las fiestas se llevarían a cabo en las casas de él y de ella, al ser vecinos habría una celebración mixta después de las diversiones destinadas para cada sexo. Acepté encantada suponiendo que sería una buena prueba para las nuevas habilidades sociales de Elyk.

Llegamos a eso de las siete a casa de Rosalía y presenté a mi hijo con toda la peña. Había varios chicos de su edad, entre ellos, los cuñados de Giovanna. Sinceramente deseé que mi hijo pudiese hacer amigos en el grupo.

Ángela me saludó con calidez, parecía haberme disculpado por la forma en que la traté la noche en que juntas espiamos a Elyk mientras se pajeaba. Acompañé a mi amiga a la cocina y, estando momentáneamente solas, nos abrazamos para morrearnos a gusto.

Margarita, una amiga del grupo, entró a la cocina y, sin inmutarse por nuestras actividades lésbicas, nos preparó dos sangrías algo cargadas. Al pasar al salón con el resto de bebidas, elogió el porte de mi hijo y me felicitó por haberlo parido. A mi orgullo de sabra tuve que sumar el orgullo de madre.

Ángela y yo pasamos al salón, los hombres se estaban reuniendo en el pasillo que conducía a la salida y apenas tuve tiempo de llamar a Manolo, el suegro de Giovanna.

—Hola. Imagino que tu nuera te ha hablado de mi hijo —tanteé con una sonrisa.

—Sí, me dijo que es Asperger y no está muy acostumbrado a convivir. Victoria, no te preocupes, si quieres puedo cuidar de él como si fuese mío —sonrió y, guiñándome un ojo, acarició rápidamente mi mejilla izquierda.

Como todos los varones de nuestro grupo de amistades, Manolo había intentado seducirme en alguna ocasión. Conseguí rechazarlo de forma educada y no hiriente, tras lo cual no volvió a insistir. Pero, como todos ellos, no desaprovechaba la ocasión para “hacer su lucha” sin parecer pesado.

Confiando en su buen criterio, le agradecí las intenciones de vigilar a Elyk. No temía que los demás pudiesen lastimarlo, pues en los meses recientes había adquirido la capacidad de defenderse bien. Lo que me preocupaba era que se metiera en algún problema por errores de interpretación o por decir algo que a los demás les provocara extrañeza o deseos de burlarse de él.

Decidí disfrutar de la fiesta y contemplé como mi hijo se integraba entre los otros chicos para pasar a la casa donde celebrarían la despedida de soltero para Ernesto.

La celebración femenina fue de corte inocente y muy familiar. Había mujeres de todas las edades, desde los dieciocho hasta los sesenta años y pasamos la tarde contando chistes, intercambiando recetas de cocina y recordando anécdotas. Margarita permanecía atenta a todas y procuraba que no faltaran las bebidas; yo, desde el encuentro con Ángela en la cocina, me sentía bastante excitada. Deseaba sexo y me enfadaba un poco que mi amiga pareciera algo indiferente. Giovanna se alegraba de que, después de dos meses, su madre y yo volviéramos a vernos.

Las horas pasaron entre charlas, risas y bebidas. Cuando yo estaba terminando con mi cuarta sangría, alguien sacó a colación el tema de las relaciones lésbicas. En nuestro grupo no era un secreto que Ángela y yo nos acostábamos, pero muchas de las chicas no habían visto nunca a dos mujeres besándose en la boca; Giovanna nos pidió a su madre y a mí que pusiéramos la muestra.

Me sentía excitada. La cantidad de alcohol que había ingerido no era mucha, pero algo se agitaba dentro de mí. Ángela y yo nos pusimos en pie, frente a frente, y nos abrazamos como solíamos hacerlo cuando estábamos solas. Giovanna aplaudió y las demás mujeres ovacionaron, como queriendo darnos ánimos. Todas gritaron y rieron cuando mi amiga y yo nos fusionamos en un beso abrasador.

Después de eso, el ambiente se distendió un poco más. Yo confiaba en que mi hijo no bebería alcohol y conduciría de regreso a casa, así que me dejé llevar por la alegría. Margarita contribuyó  a que bajara la guardia, pues se mostraba muy atenta a la hora de rellenar mi vaso y prepararme combinados. El único problema era que mis ansias de follar estaban creciendo conforme avanzaba la fiesta, pero Ángela parecía ir  apagándose. Giovanna puso un LP de Lambada en el tornamesa y se contoneó delante de todas. Me sacó a bailar para animar la fiesta y me estremecí por la tentación que me inspiraba el cuerpo de la hija de mi amante femenina al restregarse contra el mío en el lúdico contacto del “baile prohibido”.

A esta excitación se sumaron los celos al tener en cuenta que mi hijo no le era indiferente y que, quizá bajo las circunstancias adecuadas, ella podría follar con Elyk mientras que el tabú del incesto me prohibía incluso pensar en esa posibilidad para mí. Ella era una buena chica, pero yo era una mujer enamorada de un imposible. No obstante, la calidez y calidad humana de Giovanna  hacían que fuera muy fácil quererla y desearle lo mejor.

A la tercera pieza sacamos a bailar a Ángela y Giovanna nos dejó solas. Este cambio de pareja coincidió con una nueva sangría que me trajo Margarita; bebí el combinado en dos tragos largos y, abrazando a Ángela, friccioné mi cuerpo contra el suyo para bailar a gusto sin importar que nos observaran las demás. Me sentía casi tan caliente como la noche en que mi amiga y yo vimos masturbarse a mi hijo.

Ángela y yo entrecruzamos los muslos mientras frotábamos nuestras tetas al ritmo de la música. Nuestras vaginas segregaban flujos por la estimulación y la cercanía, pero mi amiga parecía bastante cansada; aunque respondía dulcemente a mis movimientos y acciones, carecía de la chispa de deseo que generalmente la caracterizaba. Suspirando, recostó su cabeza en mi hombro, como dejándose guiar sin querer tomar parte activa.

Los hombres habían dado por finalizada su fiesta y algunos de ellos entraron a la casa. El lado A del disco se terminó, Manolo lo volteó y Margarita se acercó a mí para tomar a Ángela por la cintura y proponerme un cambio de pareja. Antes de que pudiera responder, Manolo estrechaba mi talle y Margarita abrazaba a Ángela para bailar con ella.

Me sentía entre brumas. Apreté los dientes para no gemir de excitación cuando el hombre me abrazó para guiarme en el baile, uno de sus muslos separó mis piernas y presionó directamente sobre mi coño mientras me abrazaba y frotaba su tórax contra mis tetas.

Nunca permitía que ninguno de los hombres del grupo se me acercara tanto o tocara mi cuerpo. Tampoco era común que me excitara tanto con ellos, pero aquella noche algo diferente me estaba sucediendo. Achaqué el arrebato de deseo a las ansias acumuladas, a la frustración de estar enamorada de mi propio hijo y a haber caído en la cuenta de que llevaba dieciocho años sin tener relaciones sexuales de carácter hetero.

Mareada y aturdida vi que Margarita recostaba a Ángela en el sofá. Mi amiga parecía adormilada y supuse que el alcohol le había sentado mal. A nuestro alrededor, hombres y mujeres charlaban o bailaban, pero me sentía tan extraña que los veía como se suele mirar a los personajes secundarios de una mala película.

Manolo cambió de posición y acomodó su verga entre mis muslos, presionando con su dureza sobre mi coño empapado. Jadeé y gemí clavando las uñas en su espalda, ambos friccionamos para intensificar la intimidad de la caricia genital. Nuestros movimientos no iban encaminados al orgasmo, pero no dejaban de ser placenteros. Él no me gustaba y mi mente no lo deseaba, era mi cuerpo el que exigía sexo a cualquier precio, sin importar con quién fuera. De no haber estado la ropa de por medio, me habría dejado penetrar en ese momento. El hombre sabía que yo estaba encendida y desatada, intentó besar mi boca, pero percibí su mal aliento y un último resto de lucidez me hizo apartar el rostro. Si las cosas seguían el curso que estaban tomando, quizá terminaría la noche follando con Manolo, pero ni siquiera entonces permitiría que me besara.

—¿Dónde está mi hijo? —oculté el rechazo con esta pregunta—. No quiero que me vea así.

Al decir “así” me di cuenta de que ni siquiera yo era capaz de definir si me refería a “así de excitada”, “así de inexplicablemente ebria” o “así, en brazos de otro hombre, pisoteando el amor de mujer que sentía por Elyk”.

—Descuida, está con mis hijos en la otra casa —susurró Manolo en mi oído, sin atreverse a lamerlo, pero con claras señales de querer hacerlo—. Están jugando al póker, tu hijo estaba muy alegre cuando lo dejé con los demás.

Sé que debí reaccionar en ese momento, pero me sentía muy caliente y mi mente parecía embotada. Mi hijo podía ser muy feliz con ciertas cuestiones o desarrollando ciertas actividades, pero era imposible que alguien que no lo conociera un poco detectara estas emociones en él. Las palabras de Manolo fueron la primera señal de un desastre que mis hormonas me impidieron prever.

Mientras bailábamos, Manolo restregaba su paquete sobre mi Monte De Venus e, inclinando la cabeza, frotó su mejilla lampiña contra mi cuello. Esta caricia no me excitó más de lo que ya estaba, pues carecía de la suavidad de la piel femenina o la aspereza de la barba decididamente masculina que podían enloquecerme.

El escaso dominio que tenía de mi mente racional me dictó dos hechos. Estaba enamorada e mi propio hijo, con toda la locura y toda la desesperación que jamás experimenté por varón alguno. Este sentimiento era tabú y, en honor a todos mis principios. Debía ser erradicado de inmediato. Manolo no me inspiraba nada, pero la excitación sexual que me provocara Ángela y la desesperación de no saber contrarrestar el deseo sexual que experimentaba por mi hijo me estaban empujando a abrirme de piernas ante el hombre con el que bailaba. Lo peor de todo era que él se daba cuenta de mi estado.

Me sentía mal por lo que sucedía. Mi hijo no merecía que la primera mujer que lo había deseado con ansias de amante se dejara follar por otro hombre, aunque esa mujer fuese la más prohibida. El amor que sentía por Elyk me costaba tremendos remordimientos de consciencia, pero era el más sublime sentimiento que jamás había experimentado. Mientras Manolo me guiaba hasta el pasillo para tener un poco más de intimidad, mis ojos se humedecieron por lo que estaba a punto de suceder.

Lo que comenzara como un baile derivó en una masturbación mutua sin quitarnos las ropas. Manolo y yo friccionamos nuestros sexos mientras él me tomaba groseramente por las nalgas para palparlas a su antojo. Me remordía la consciencia, sabía que el incesto era una locura, pero hubiera preferido que fuera mi hijo quien me magreara de aquella manera. Por más que lo intentaba, no podía evitar que mis sentimientos por Elyk se revelaran.

Todos mis sentidos parecían enturbiarse por momentos, salvo una última capacidad de reflexionar, estaba dejándome llevar inexorablemente. Por primera vez desde hacía mucho tiempo, se me planteaba la posibilidad de tener un compañero sexual masculino que no estuviese prohibido por mis principios, sabía que no sería lo mismo y quizá no fuese lo bastante agradable como para suplir el deseo que me quemaba por mi hijo, pero al menos podía tratar de olvidar mis sentimientos incestuosos al lado de Manolo. Con dolor, decidí darle una oportunidad. Me pesaba hacerle esto a Elyk. Intentaría matar el amor de amante que sentía por mi propio hijo sin haberle dado la oportunidad de enterarse.

Manolo tocó mi coño por sobre la falda y me miró a los ojos. Asentí sin decir palabra, de haber hablado, quizá le habría revelado el secreto de mi amor prohibido. Tomados de la mano salimos de la casa, me sorprendí sintiéndome mareada, era cierto que había bebido, pero mi resistencia al alcohol era muy superior a la cantidad consumida durante la fiesta. Dediqué una última mirada a Ángela, quien dormía plácidamente en el sofá. Me pareció irrelevante que Margarita no estuviera por ahí y ese fue mi segundo error grave.

Afuera, los hijos de manolo charlaban y reían con otros chicos. Elykner no estaba con ellos y me alegré de que no me viera a punto de prestar las nalgas a un hombre que no amaba.

Giovanna discutía con Raúl afuera de la casa de Ernesto, supuse que tenían algún problema de enamorados. Manolo me llevó hasta su auto y abrió una portezuela de la parte trasera. Entré y me recosté en el asiento, gimiendo excitada por lo que estaba a punto de suceder.

El hombre levantó mis piernas y yo misma me subí el vestido para acceder a mis caderas. El tanga estaba empapado y me lo retiré con presteza ante la sonrisa lasciva de Manolo. Él se desabrochó el cinturón y los pantalones para mostrarme un abdomen blanco, flácido y regordete, una zona genital casi lampiña y la verga más pequeña que yo hubiese visto nunca; para colmo, era incircunciso, cuestión que estuvo a punto de quitarme todo el calentón.

—Si vamos a follar, que sea con condón —dije con algo de fastidio—. Nada de besos, si lo pasamos bien, ya veremos en otro momento.

Mientras él sacaba un preservativo de su billetera y se lo ponía, yo desabotoné mi vestido, desde el escote hasta los bajos del faldón. Sentí lo injusto de la situación, yo aportaba al coito un cuerpo femenino perfecto, cuidado, armonioso, de generosos senos, cintura estrecha, nalgas y piernas firmes. A cambio, Manolo me ofrecía un cuerpo estragado por los excesos de cerveza, con brazos y piernas sin muscular y con una polla pequeña y, seguramente, llena de bacterias bajo el prepucio. Me dije a mí misma que, si soportar aquello y buscar placer con ese hombre podía servirme para olvidar el deseo incestuoso que me encendía desde mi reencuentro con mi hijo, quizá valdría la pena probar.

Manolo acercó el rostro a mi coño y separó mis piernas. Nunca ningún hombre me había hecho un cunnilingus y nuevamente tuve reparos en permitírselo. Experimenté una arcada con solo imaginar su boca con halitosis sobre mi sexo siempre limpio.

—Nada de chupar, si quieres sexo, penétrame de una vez —podía sonar cortante, pero peor habría sido revelarle todos los motivos de mis reservas.

Alcé mis piernas, abiertas y  flexionadas, hasta que mis rodillas llegaron al nivel de los hombros. Tenía la esperanza de que, si Manolo me penetraba en esa postura, al menos su glande alcanzara a rozar mi “Punto G”.

—Eres una puta, ¿te lo habían dicho? —se frotó las manos —. Ya te tengo donde quería, no fue tan difícil como pensé.

Estuve a punto de cancelarlo todo. Me molestó que usara ese lenguaje conmigo, sobre todo cuando estaba permitiendo todo aquello casi a la fuerza, en aras de un objetivo inconfesable.

El hombre se acomodó, de rodillas ante mi intimidad y se tomó la verga con dos dedos para  dirigirla a mi sexo. Pensé que al menos lo sorprendería apretándosela como ninguna otra, pues llevaba más de veinte años de práctica con los Ejercicios Kegel femeninos y a mi coño no le importaría el escaso grosor de su herramienta.

Manolo acarició mis piernas con una mano y colocó el glande en mi orificio vaginal. Cerré los ojos intentando evadirme. Estaba arrepentida y deseaba suspenderlo todo, pero no encontraba la manera políticamente correcta de dejarlo con el calentón.

La portezuela de detrás del hombre se abrió, Giovanna asomó la cabeza y me miró asustada.

—¡Victoria, no lo hagas, este hijo de puta y Margarita te rogaron para que te calentaras! —gritó la chica y se separó de la puerta para rodear el auto.

Detuve a manolo con una mano sobre su abdomen.

—¿Es eso cierto? —pregunté con reproche.

El hombre tembló y titubeó. Esa fue toda la respuesta que yo necesitaba. Cerré las piernas y, con los pies juntos, lancé una coz sobre el tórax de Manolo. Él se fue hacia atrás y, tras golpearse la nuca con el marco de la puerta, cayó de espaldas afuera del vehículo. Giovanna abrió la portezuela de mi lado y me observó entre preocupada y triste.

—Llegaste a tiempo, gracias, amiga —suspiré enfurecida por haberme dejado engañar—. No me  penetró. Apenas si me tocó y ni siquiera le permití besarme. Estaba caliente y drogada, pero nunca perdí el sentido del buen gusto.

—Me alegra escucharlo —sonrió—. Oí que los chicos fanfarroneaban sobre lo que te iba a hacer Manolo, y que luego ellos vendrían para follarte también. Incluso mi novio se había apuntado a la violación, acabo de mandarlo a la mierda. He buscado a Elykner en ambas casas, pero no lo encuentro. Nadie sabe nada de él.

Salí del auto con el vestido aún desabrochado. Giovanna traía mi bolso y las llaves de mi vehículo. Miré a Manolo tirado en el suelo, con los pantalones aún por los tobillos y su pequeño miembro flácido envuelto en el condón que nunca consiguió estrenar conmigo.

—Tienes una sola oportunidad para decirme dónde está mi hijo —pisé su cuello con el tacón de mi bota.

Meneó la cabeza y, comprendiendo que no podría asesinarlo por negarse a responder, me dejé caer de rodillas sobre su estómago, en un impacto tan contundente que le saqué todo el aire de los pulmones.

—Mi hijo no estaba jugando al póker, ¿verdad?

—Piso de… Margarita —articuló con esfuerzo.

—Tienes dos opciones —dije tomando su brazo derecho para torcerle la muñeca y llevar su mano a unos milímetros de la dislocación—. Puedes ir por ahí diciendo que has follado conmigo, en cuyo caso respaldaré tu mentira, añadiendo que tienes la verga más pequeña y delgada que jamás he conocido. También puedes quedarte callado, no decir nada de lo que ha sucedido hoy y conservar el poco prestigio  varonil que tienes. Cualquiera de las dos me es igual, pero una cosa sí te digo, estoy dejándote vivir porque no tengo tiempo de deshacerme de tu cadáver, pero espero que no vuelvas a atravesarte en mi camino. Si vuelvo a verte, será para arrancarte la polla y obligarte a tragártela… siendo tan pequeña, te pasará por la garganta como si fuera una aspirina.

Me incorporé y tomé a Giovanna de la mano. Caminamos juntas al edificio donde vivía Margarita. Por el camino tuve que detenerme y apretar los puños con desesperación.

—¿Te sientes mal? —preguntó la chica preocupada.

—Han debido ponerme un afrodisíaco muy poderoso —deduje jadeando—. Me punza el coño por las ganas de follar.

—Si necesitas que te toque, puedo ayudarte —pasó una mano por la abertura de mi vestido y enarcó las cejas al sentir mi vagina empapada—. Nunca lo he hecho con otra mujer, pero lo haría por ti, Victoria.

—Gracias, pero no —le di un pico en los labios—. Lo que necesito es follar, pero primero tenemos que encontrar a Elyk y largarnos de aquí. ¿Dónde está tu mamá?

—Ángela está bien. También la drogaron, a ella la sedaron para que no interviniera en lo que pensaban hacerte, no contaron con que yo los escucharía fanfarronear.

Reanudamos la caminata y llegamos al edificio. Subimos al tercer piso, la puerta estaba cerrada. Improvisé una ganzúa con una de mis horquillas y conseguí abrir en tiempo récord, inmediatamente vimos las botas de mi hijo tiradas junto a un sofá.

Hice señas a Giovanna para que me siguiera hasta el dormitorio, lo que vimos me dejó petrificada por unos instantes.

Mi hijo estaba tumbado sobre la cama, ebrio y desnudo de cintura para abajo. Su verga, orgullosamente erecta, estaba cubierta de saliva y Margarita, excitada, se acomodaba en cuclillas, abierta de piernas, a punto de dejarse caer para empalarse por Elyk.

Giovanna y yo nos miramos y ambas negamos con la cabeza. Aquella sería la primera vez de mi hijo e, independientemente del incestuoso amor de amante que sentía por él, me pareció injusto que un acontecimiento tan importante en su vida viniera de la mano de un abuso. Manolo y los chicos habían emborrachado a mi hijo y lo habían puesto a disposición de una arpía para que se entretuviera con él mientras ellos abusaban de mí.

Avancé decidida a evitar aquel coito. Margarita chilló asustada cuando la tomé por el cabello desde atrás, aproveché la reacción autoprotectora de subir las manos a su cabeza para tomarla por ambas muñecas y forzar sus brazos aplicándole una llave doble que, con la debida fuerza, podía dejarla lisiada. Gritó alzando el rostro y aproveché para escupir adentro de su boca, con todo el odio de mi corazón. A mi excitación sexual se sumaba el placer que me producía hacer daño a la mujer que estuvo a punto de abusar de mi hijo y la presencia del cuerpo desnudo de este.

—¡Dame un motivo para arrancarte los brazos, maldita serpiente! —le grité furiosa.

—Victoria, cálmate, no te comprometas —conminó Giovanna a mi lado—. Hemos evitado lo peor y no ha pasado nada grave. Debemos irnos. ¿Qué hacemos con Elyk?, no puede quedarse así.

Mi hijo me sonrió con esa expresión que podía parecer sardónica a quien no lo conociera, sin medir las consecuencias de lo que hacía, acarició el muslo izquierdo de Margarita. Sentí que una descarga eléctrica me recorría.

Lo más adecuado habría sido vestir a mi hijo y salir del apartamento para  volver a casa, pero me sentía demasiado excitada y me daba cuenta de que él también necesitaba  placer. No me atreví a pedirle a Giovanna que estimulara a Elyk, la chica ya había hecho bastante por nosotros.

Contemplé la posibilidad de obligar a Margarita a mamar la verga de mi hijo hasta hacerlo eyacular, pero deseché la idea; habría sido dar un premio a la persona que merecía ser castigada.

Jalé a la mujer y la arrojé al suelo, la inmovilicé con dos patadas en el vientre. Giovanna me miraba sin emitir opinión, atenta a mis acciones por si le pedía ayuda.

Mi deseo sexual continuaba en las cotas más altas. Mi flujo vaginal me empapaba los muslos y mi coño latía exigiendo atenciones. Me dolían los pezones por la excitación y la tensión de los recientes meses me estaba pasando factura.

El afrodisíaco que me dieron en la sangría surtía su efecto como detonante de mis pasiones, pero el amor de mujer enamorada y el deseo de hembra ardiente que mi hijo despertaba en mí eran reales. Tenía temores, me dolía el concepto del incesto, no deseaba manchar la relación de madre e hijo que me vinculaba a Elyk, sin embargo ya no podía resistir un minuto más sin dar el paso definitivo hacia el abismo.

Sintiendo que me libraba de un enorme peso, me despojé del vestido quedando solo con las botas puestas. Giovanna me miró fijamente, asintió sin emitir palabra, transmitiéndome los ánimos que necesitaba para seguir adelante. Mi hijo me sonrió al ver que me acercaba a él. Sus ojos brillaron con el deseo del joven amante cuando me situé a horcajadas sobre sus muslos. Desabotoné su camisa y acaricié con las uñas su torso velludo, de musculatura trabajada por el Krav Magá.

—Te amo, mamá —murmuró entre las brumas del alcohol.

Asentí agachándome para quedar apoyada sobre mis manos, con mi rostro muy cerca del suyo. Le di un beso en los labios y aspiré el aroma de su piel. Acarició mi cabello con una mano y volví a besarlo. En esa segunda caricia me dejé caer, quedando acostada sobre su cuerpo. Mis tetas presionaban contra su tórax y su verga enhiesta quedaba a la altura de mi vientre.

El beso fue demasiado pasional. Mi hijo mordisqueaba mis labios mientras yo restregaba mi cuerpo sobre el suyo. Nuestras lenguas se encontraron por primera vez y exploré su boca para luego invitarlo a conocer el interior de la mía. Él me tomó por las nalgas y me acarició con movimientos expertos, seguramente aprendidos durante las noches en que veía películas pornográficas. Gemí dentro de su boca cuando encontró al tacto mi entrada vaginal y me introdujo dos dedos que se deslizaron suavemente gracias a mi lubricación íntima.

Deshice el beso para volver a incorporarme sobre mis rodillas. Lo miré a los ojos y vi una expresión de deseo como nunca antes le hubiese conocido. Tomé su verga entre mis manos y restregué el glande en el umbral del orificio que le sirviera como puerta para ingresar en el mundo.

—Si te lo follas estando borracho, no serás mejor que yo —Dijo Margarita desde el suelo.

La maldije. Podía ser una arpía, pero tenía razón en ese punto. Yo había estado a un paso de cometer con mi hijo la misma acción por la que la maltraté a ella. Resignada, reubiqué la erección de Elyk y me dejé caer para que la virilidad prohibida abarcara la longitud de mi coño sin penetrarme. Di un avance de cadera y sentí cómo el mástil se deslizaba sobre mis labios vaginales y friccionaba mi clítoris. En el retroceso estuve a punto de perder el control, pues el placer que me brindaba la estimulación exterior me electrizó.

De este modo establecí una pauta rítmica. Adelantaba o hacía retroceder la cadera para friccionar mi coño con la verga de Elyk mientras él acariciaba mis tetas con movimientos firmes y bien estudiados.

—Mamá, no resisto más —gimió—. ¡Quiero penetrarte! ¿Por qué no me lo permites?

—Victoria aún es fértil y no se está cuidando —intervino Giovanna acostándose al lado de Elyk, desabotonándose la blusa y bajándose los vaqueros y el tanga para masturbarse.

Quizá en otro momento me habría sentido celosa. En ese instante, a la vista de lo que la chica acababa de hacer por mí y quería compartir con mi hijo, mis sentimientos hacia ella fueron de agradecimiento. El ver a Giovanna junto a Elykner me excitó aún más. La fricción genital era demasiado intensa y mi placer se encaminaba al punto máximo.

Me sacudía una y otra vez. Mi ánimo se debatía en un fuego cruzado emocional. Mi cuerpo aún joven, sano y deseoso de sexo exigía el placer que le estaba brindando, pero mi corazón de madre sufría al sentirme más cerca del incesto que nunca antes. No cesaba de repetirme a mí misma que, mientras no hubiese penetración, no estaríamos rompiendo ningún tabú, aunque nos acercábamos peligrosamente al límite.

Mis gemidos intensificaron su poder y se volvieron gritos de éxtasis cuando sentí que una corriente orgásmica recorría todo mi sistema nervioso. Temblé de gusto y mi coño expulsó varios chorros de néctar femenino que empaparon los genitales y el abdomen de mi hijo. Giovanna me sonrió lascivamente mientras yo me corría y sentí que me deseaba, aún cuando ella decía no haber tenido sexo con otra mujer; el que fuera hija de mi amante femenina me inspiraba aún más morbo.

Mi hijo, viendo que me sacudía en pleno éxtasis, se apoyó sobre sus pies para corresponder a mis movimientos con poderosas embestidas que hacían que su mástil recorriera más rápido el exterior de mi coño y friccionara desde la entrada vaginal hasta el clítoris. Alcancé los niveles más altos del clímax estremeciéndome con el temor de que su verga se deslizara accidentalmente dentro de mi coño. Estuvimos moviéndonos de ese modo hasta que mi orgasmo cesó, entonces aproveché la lubricación para masturbarlo mientras lo miraba a los ojos.

Giovanna seguía tocándose. Con una de sus manos tomó el glande que sobresalía por debajo de mi vientre y lo acarició mientras yo estimulaba su tronco. Mi flujo vaginal servía como lubricante para sus manipulaciones.

—Esto hay que mamarlo, Victoria —sugirió con ansias—. Está muy bueno como para que desperdicies la ocasión. Por la boca no te vas a quedar preñada.

Repté hacia abajo y lamí los testículos, fui subiendo por el mástil y me introduje el glande en la boca para succionarlo intermitentemente. Era la primera vez que realizaba una felación, pero en innumerables ocasiones había practicado con consoladores; la sensación de hacerlo con la hombría de mi hijo superaba cualquier experiencia previa.

—Un día te voy a chupar la verga y voy a darte a mamar mi coño —dijo Giovanna a mi hijo—. Un día te pediré que me penetres y dejaré que me llenes con tu leche. Ese día también pediré que me des por el culo, jamás me han metido una polla tan grande y gruesa como la tuya y será todo un desafío para mí.

Se besaron apasionadamente mientras yo me esmeraba en la felación. Trataba de meterme en la boca la mayor cantidad de carne en barra, notando que solamente me cabían unos dos tercios. Elyk tocaba el cuerpo de Giovanna sin ningún reparo; sus actitudes me encantaban. Me enorgullecía que mi hijo fuese capaz de despertar el deseo de una chica como Giovanna.

—Ese día llegará, pero primero tendrás que darle a tu mamá todas esas cosas —completó cuando deshicieron el beso.

Giovanna se apoyó sobre rodillas y codos, orientando su culo en dirección al rostro de mi hijo. Yo estaba segura de que hubiera deseado formar un sesenta y nueve con él, pero quizá temía mi reacción. Nuestros rostros quedaron muy cerca y ella lamió lascivamente mis labios y la parte del tronco de la verga de mi hijo que sobresalía de mi boca. Su expresión cambió cuando mi hijo hurgó en su intimidad para penetrar su coño con dos dedos.

—¡Joder, me ha encontrado el “Punto G” a la primera! —exclamó en voz baja.

Mientras Elyk la masturbaba, ella tomó mis tetas para acomodar la hombría de él entre estas y enseñarme a hacerle una cubana. La expresión de la joven era de lujuria desenfrenada y no pude evitar besarla en la boca mientras meneaba el cuerpo para masturbar a mi hijo con los senos que años antes lo alimentaron.

La excitación debió desbordarlos a los dos. Ella se corrió cerrando los ojos y abriendo mucho la boca en un alarido prolongado, él gimió y me apresuré a meterme su glande y parte de la verga hasta la garganta.

Succioné con fuerza y usé mi lengua para jugar con la cabeza del mástil de mi hijo mientras usaba mis manos para estimular la parte del tronco que me era imposible mamar. Él eyaculó poderosas ráfagas de simiente dentro de mi boca, por primera vez en mi vida probé el sabor del semen. Durante el tiempo que duró su orgasmo pensé que todo esto sucedía para beneficiarlo a él; en mi mente surgió la idea de que estaba brindando a mi hijo buenas bases para una vida sexual plena y satisfactoria. Podía estar equivocada, podía estar mal, quizá seguía embrutecida por el narcótico que me dieron, pero aquella primera vez que provoqué una eyaculación en mi hijo quedaría grabada en mi memoria como un triunfo de mi amor materno.

Cuando Elyk terminó de descargar su semen en mi boca, Giovanna y yo lamimos su erección y nos besamos con lascivia. Ella parecía querer extraer de mi boca parte de la lefa filial que acababa de recibir, pero me la había tragado toda.

La chica y yo lamimos los genitales de mi hijo para recoger con nuestras lenguas todo rastro de fluidos. Después, Elyk, con paso vacilante por el alcohol, se fue a asear.

Revisé a Margarita. La mujer sollozaba en el suelo, encogida en posición fetal. Tuve ganas de volver a patearla, pero preferí dejar pasar mi ira; sus acciones, unidas a las de Manolo, habían dado pie a una cadena de acontecimientos que definirían el futuro de mi sexualidad.

—Victoria, no pienses que esto es malo —susurro Giovanna en mi oído mientras acariciaba mis tetas—. Lo que puedes tener con tu hijo es algo hermoso. Si me invitan algún día me sentiré muy agradecida, pero si no lo hacen, no hay problema. Debes saber que te admiro mucho, no sé cuántas mujeres hayan estado en esta situación, pero sí sé que no todas se atreven a dar el paso que has dado hoy. Por el bienestar de los dos, enséñale a gozar de su sexualidad y disfruta con él. Yo no te voy a juzgar.

La besé en la boca mientras escuchábamos el ruido de la ducha. Hubiera querido acompañar a Elyk mientras se bañaba y me habría encantado que Giovanna participara también, pero decidí dejarlo pasar. Aún estábamos en territorio enemigo y convenía prepararnos para volver a casa.

La parte racional de mi consciencia comenzó a gritarme interiormente que había cometido una bajeza que no tenía disculpa, la parte emocional de mi alma se colmaba de felicidad al saber que acababa de iniciar algo sublime con mi propio hijo. Las reflexiones de aquella noche y los sucesos del día siguiente orientaron el futuro de nuestra relación.