Un año de pasión con mi hijo II, Espectadora de su

Mis deseos sexuales me empujan al borde del abismo incestuoso. Mi amante lésbica y yo nos atrevemos a hacer algo que, días antes, habría sido impensable

SEGUNDA PARTE

Terminé la noche masturbándome mientras imaginaba que el pene de látex era la verga de mi hijo. Analizándolo todo con la ventaja de haber dormido, me felicité por mi fortaleza de carácter; ninguna trasgresión podía empañar la relación entre nosotros, no había sucedido nada y no existían arrepentimientos ni cargos de consciencia más allá del calentón.

La voz de Elykner me llegaba desde la cocina, estaba cantando “Dust In The Wind”, de Kansas, en alguna versión que me sonaba a R&B, seguramente adaptada por él. Los aromas del café recién hecho y los hot cakes calientes me sacaron de la cama.

Recogí el dildo que estaba a mi lado y cambié las sábanas, abrí la ventana para permitir que la habitación se ventilara. Pasé a mi baño y, tras atender mis asuntos más inmediatos, me metí debajo de la ducha.

Los deseos sexuales que sentía por mi hijo no se habían  disipado. La excitación permanecía, pero a niveles soportables. Esperaba poder manejar este asunto como una adulta responsable. Jamás creí que un joven de dieciocho años pudiera calentarme tanto, pero me resultaba inconcebible que ese chico fuese Elykner.

Mientras me enjabonaba acariciando mi cuerpo, rememoré los momentos en que él y yo estuvimos desnudos en la ducha. Mi pulso se aceleró y toqué mi vagina. Volvía a encenderme con los recuerdos y pensé, por primera vez sin remordimientos, que la autosatisfacción podía servirme para calmar mis ansias.

Cerré parcialmente las llaves de la ducha y di la espalda a la pared para recargarme mientras el agua tibia caía sobre mi coronilla. Separé las piernas y meneé las caderas, friccionando las nalgas contra las losetas de la pared. Froté las manos con jabón hasta conseguir abundante espuma y con esta me acaricié por detrás. El jabón servía como lubricante para que mis glúteos pudieran resbalar suavemente sobre los azulejos.

Abrí las piernas y contemplé mi vagina depilada permanentemente; hubiera dado mi vida por tener el valor de llamar a mi hijo en ese momento y pedirle que me penetrara hasta el fondo, pero nuevamente se impuso el sentido común y me mordí los labios,  evitando pronunciar su nombre.

Con la izquierda friccioné mi clítoris enhiesto mientras que, con el anular y medio de la derecha, me fui penetrando.

La entrada de mi coño recibió los dedos con gusto, cerré los ojos y moví las nalgas en círculos contra la pared cuando toqué mi anhelante “Punto G”. Con la otra mano comencé una serie de caricias circulares contra mi clítoris, a la vez que pulsaba una y otra vez sobre la mítica zona erógena interna.

Hasta entonces había sabido contener mis impulsos y reprimir mis acciones.; nada podía reprochárseme. Lo que me resultaba imposible era anular mis fantasías y negarme a mí misma que deseaba a mi hijo, que necesitaba sentirlo dentro de mí y que cada célula de mi cuerpo ansiaba aquel contacto incestuoso.

Coordiné giros de mis yemas con ligeras opresiones sobre mi clítoris mientras que, con la otra mano, friccionaba y pulsaba sobre mi “Punto G”. En el universo de mi fantasía, ahí donde nadie tendría capacidad de juzgarme, visualizaba a Elykner estimulando las regiones ocultas de mi intimidad.

Me preguntaba qué pensaría él al verme en aquella situación. Lo imaginaba ante mí, de rodillas, enfrascado en la tarea de darme placer.

Me mordí la lengua para no gritar cuando la corriente multiorgásmica recorrió todo mi cuerpo. Mis caderas rotaron con violencia sobre la pared, en un juego de movimientos de cintura dignos de cualquier danza festiva de mi tierra. Me elevé en un intenso clímax que provocó un exquisito derrame de fluidos íntimos que se confundió con el agua de la ducha mientras mi cabeza se sacudía involuntariamente.

Perdí la noción del tiempo. Las piernas me temblaron y me dejé caer, quedando sobre el piso apoyada con manos y rodillas mientras mi cabello cubría mi rostro como una cortina dorada.

Estaba tranquila, mi cuerpo había encontrado nuevos estímulos y una porción del placer que exigía mientras que mi consciencia podía considerarse a salvo. Intenté convencerme de que solamente me había dado un gusto físico, lo que sucediera dentro de mi imaginación, en materia de fantasías sexuales, era mío y a nadie le correspondería juzgarlo.

La noche anterior me había parecido aberrante la idea de tocarme para calmar el deseo que mi hijo despertaba en mí. Habiendo terminado mi segunda paja en su honor, decidí que no dañaría a nadie si seguía haciéndolo en el futuro. Otra alternativa hubiera sido buscarme un amante masculino, pero detestaba la idea y nada me garantizaba resultados positivos.

La paja me ayudó a calmarme y mi vagina soportó la presencia del tanga. Tras secar y peinar mi cabello rubio y rizado, me vestí con una falda larga estilo gitana, un top ajustado que marcaba bien la forma de mis tetas y un chaleco de pana marrón. Calcé botas de tacón alto, me perfumé con “Escape” y salí de mi habitación.

Elyk, en su perpetuo estado de “alegría expectante”, cantaba mientras terminaba de preparar el desayuno. Nos saludamos con dos besos y él tomó mi cabeza entre sus manos para juntar nuestras frentes. La cercanía de nuestras bocas me hizo estremecer y temí volver a perder el control. Me separé de mi hijo para sentarme a la mesa.

—Elyk, hoy iremos de compras —dije tratando de entablar conversación—. Necesitarás ropa y otras cosas. Quiero presentarte a una amiga.

—Gracias, mamá —sonrió de medio lado—. ¿Es una amiga o algo más? Los abuelos me hablaron de tu orientación bisexual.

Mi hijo soltó aquellas palabras con toda naturalidad. Su condición Asperger le confería la capacidad de atestiguar cualquier conducta psicotípica sin emitir juicios de valor.

—A ti no puedo mentirte —suspiré sonrojada—. Es una amiga con derechos lésbicos. A veces tenemos encuentros y lo pasamos bien. No tengo amantes masculinos.

Elyk sirvió el desayuno y se sentó a mi lado. Tomó mi zurda entre sus manos, la llevó a su boca y besó el dorso.

—Lo único que me importa es que seas feliz, mamá.  Toda la dicha que puedo llegar a sentir la experimento a tu lado. Si hay algo bueno que yo no pueda sentir, quiero que lo sientas tú.

Sus palabras me hicieron suspirar. Algo muy poderoso se había encendido en mi interior; dejando a un lado los deseos sexuales que mi hijo despertaba en mi cuerpo, me hacía sentir acompañada y realmente valorada. Le sonreí con amor, angustiada por los remordimientos que debía ocultar, en la misma bóveda emocional donde decidí guardar el deseo que me quemaba por él.

Charlamos mientras desayunábamos, durante la conversación entendí que Elyk necesitaría de mi ayuda para desenvolverse en el mundo de adulto que el día anterior se abriera para él. Mi hijo poseía un muy elevado cociente intelectual, gracias a sus lecturas y a su impresionante capacidad de memorizarlo todo dominaba un sinnúmero de temas, poseía una mente muy aguda, pero ciertos tópicos elementales escapaban de su control.

En muchos aspectos seguía comportándose y pensando como aquel niño de cinco años que me fuera arrebatado, por tanto, mi misión sería orientarlo para que pudiese desenvolverse socialmente de la mejor manera posible.

Terminado el desayuno, guardamos la motocicleta robada en el fondo de la cochera, subimos al auto y fuimos al centro comercial Las Ánimas.

En la tienda departamental adquirimos ropas para él. Tuve que elegir casi todo, explicándole que, con su físico bien desarrollado, le vendría bien proyectar una imagen desenfadada y un tanto rebelde. El nuevo guardarropa consistiría en botas estilo motorista, vaqueros en colores sobrios, camisas a cuadros tipo leñador, camisas en colores cerrados y cortes ligeramente militares, chaquetas de piel y jerseys de pana para ocasiones formales. Me sentía más que emocionada cuando Elyk me mostraba las prendas una a una, cuando me pedía opinión o, inocentemente, me preguntaba cómo se veía. Hubiera querido saltar a sus brazos, gritarle a la cara que me parecía majestuoso con cualquier atuendo o totalmente desnudo, pero tuve que dominar mis anhelos.

Al terminar las compras, mi hijo decidió quedarse vestido con ropas nuevas y abandonó las ropas y zapatos “de su vida anterior” para que alguien más las aprovechara.

Volvimos al auto para guardar las compras y regresamos al centro comercial, yo quería que Elyk conociera a Ángela, mi ocasional compañera lésbica y, de ser posible, a Giovanna, hija de esta.

Caminábamos de la mano y yo iba un poco distraída, habían pasado muchas cosas importantes en mi vida desde la noche anterior. Mediante la masturbación podía dominar el impacto sexual que mi hijo despertaba en mi cuerpo, pero mi corazón no tenía defensas contra los detalles de su personalidad que me tenían cautivada. No solamente se trataba de deseo, también del interés que él despertaba en mí. Sin proponérselo, mi hijo cubría con creces la mayoría de las cosas que yo hubiera soñado encontrar en cualquier amante hetero. Me asustaba pensar que cada detalle de su personalidad me empujaba un poco más al abismo del tabú.

—¡Mamá, mira, un sex-shop! —exclamó Elyk con voz casi emocionada. Algunos paseantes nos miraron con una desaprobación que pasó inadvertida para mi hijo.

Lo seguí como autómata sintiendo que mis mejillas se ruborizaban por la vergüenza. Cuando él nació, viví la situación de mujer estigmatizada por mi condición de madre soltera en la España de los setenta, aún conservaba parte de la preocupación por lo que los demás pudieran pensar sobre mi conducta. Pero, para Elyk, los matices de una imagen social carecían de significado.

Entramos al local, mi hijo sonreía de medio lado y yo miraba al piso. En alguna ocasión había entrado a ese establecimiento para comprar un consolador o alguna revista erótica, pero siempre lo había hecho sola, a horas en que no hubiera mucha gente en el centro comercial, vestida de alguna manera poco habitual en mí.

—Mamá, ¿recuerdas que me dijiste que podía ver películas porno en casa? —preguntó en voz alta. La dependienta nos miró fijamente desde detrás del mostrador—. Creo que aquí podremos encontrar algunas.

Asentí aturdida. Mi hijo se soltó de mi mano y, viendo de reojo la mercancía, caminó hasta un reservado al fondo del local. Descorrió la cortina y miró el surtido de VHS. Los colores de mi rostro y el calor de mi piel debieron ascender cuando la dependienta se acercó a mí.

—Muy guapo y desinhibido —calificó la mujer—. Me encanta cuando un gigoló me dice “mamá”, no tengo hijos, pero le da más morbo al asunto.

Asentí sin aclarar que el chico en cuestión era verdaderamente mi hijo, que yo era una madre a punto de caer en el tabú del incesto y que, pese a mi formación militar basada en el autodominio, mis hormonas estaban a un paso de hacerme perder el control.

Elyk regresó a mi lado con unas siete películas de lo más surtido. La dependienta le sonrió y lo contempló con mirada predatoria. Volvió a su mostrador contoneando las caderas para insinuarse.

—Elegí esta porque los actores se parecen a nosotros —sonrió Elyk mostrándome un VHS.

Efectivamente, la actriz que aparecía fotografiada a cuatro patas era una madura rubia, con cabello largo y rizado y unos chispeantes ojos grises. El chico que la penetraba desde atrás era un atractivo mulato de largas rastas.

Me estremecí y mi vagina se humedeció mientras de mi garganta salía un suspiro que intentaba camuflar un gemido. Mi hijo había elegido una película donde alguien como él follaba con alguien como yo, me la mostraba en público y me pedía su opinión. Elyk desconocía el hecho de que ciertas cuestiones debían permanecer en secreto y ciertos temas no debían tocarse tan abiertamente con su propia madre, pero en mi estado de excitación me habría sido imposible explicarle el trasfondo que todo ello tenía. Al pasar a pagar me temblaron las piernas.

—Buena elección para una noche apasionada —sonrió la dependienta contemplando la cubierta del VHS donde los actores se parecían a mi hijo y a mí.

—Si usted lo recomienda, será la primera que veamos —asintió Elyk sin un solo amago de corte. Para mi hijo, adquirir esa clase de material parecía no encerrar más connotaciones que comprar unos filmes Disney.

La empleada guardó nuestras compras en una bolsa de plástico negro. Pagué y tiré de la mano de mi hijo para que se apresurara a salir del local.

—Elyk, debes aprender que la gente no tiene que pensar que tú y yo somos amantes —reñí—. Si entro contigo en un sex-shop, si eliges una película donde los protagonistas se parecen a nosotros, si me lo dices delante de otras personas y me…

—Mamá, no puedo vivir pendiente de lo que la demás gente piensa o deja de pensar. Ni siquiera sé cuando hago algo que pueda interpretarse erróneamente —se detuvo, me tomó por ambos brazos y me miró a los ojos—. Además, para mí sería un halago muy grande que cualquiera pensara que tú eres mi amante. Me hace feliz ser tu hijo, pero no imaginas lo bueno que sería para mí que una mujer de tus características quisiera algo conmigo. ¿Acaso te parezco poco atractivo?

Su pregunta era de lo más inocente, pero venía cargada con una trampa mortal. Yo no podía negarle el halago que su físico merecía y tampoco me sentía capaz de reconocer abiertamente cuán atractivo me resultaba.

—Elyk, creo que no debo ser yo quien responda eso —traté de esquivar su mirada, pero sus ojos marrones se clavaron en los míos—. Ya conocerás a chicas de tu edad y convivirás con ellas.

—Nunca he tenido novia y, sin habilidades sociales, no creo poder caerle bien a alguien. No es que base mi vida en ello, pero me gustaría saber si te resulto atractivo; tú me pareces hermosa desde todos los ángulos. Anoche tuve la oportunidad de verte desnuda y no negaré que mi cuerpo se excitó con la situación. Tampoco digo que tenga algo de malo.

Mi tanga estaba empapado de flujo vaginal. Las manos d mi hijo seguían sujetando mis antebrazos, sus ojos permanecían fijos en los míos y nuestras bocas estaban peligrosamente cerca. La gente a nuestro alrededor debía vernos como a una pareja de amantes enfrascada en un juego de dominación o seducción.

—¡Analiza lo que me estás diciendo! —mi voz se quebró—. ¿Te has excitado viendo a tu madre desnuda?

—Por supuesto; es una reacción física. No creo que tenga nada de extraño. Tengo curiosidad por saber si tú te has excitado con lo que hicimos anoche en a ducha, eso significaría que te parezco atractivo y que no te resulta vergonzoso si alguien piensa que somos amantes.

—Eres guapo, sí —eludí la cuestión sexual—. Cualquier chica se sentiría halagada si tú fueses su amante, pero ten en cuenta que soy tu madre y hay ciertos límites que no podeos rebasar.

—¿Por qué sería repugnante?

—¡Porque no debe ser, porque hay un tabú de incesto que no debemos romper! —mi respuesta fue un poco más vehemente de lo que hubiera querido. Me sentía al límite y necesitaba defender la poca distancia que me separaba del abismo.

—Victoria, no te estoy pidiendo que lo rompamos —meneó la cabeza como cuando, siendo niño, intentaba explicarme algo que solamente él comprendía—, solo quiero saber si te parezco atractivo, si te pareció excitante lo que hicimos anoche y si crees que soy adecuado para dar placer a alguna mujer. No te enojes conmigo por ser  curioso, a falta de emotividad, tengo que analizarlo todo desde el racionamiento puro.

Suspiré resignada. Mi hijo quería arrancarme una confesión sobre un tema que hubiera preferido guardar en secreto. De haber sido un chico neurotípico, quizá habría podido evitar la cuestión, siendo como él era, yo sabía que intentaría saber a cualquier precio.

—Elyk, no debes preguntar a una mujer si algo la excita o no, a menos que tengas intimidad con ella —respondí tratando de dar peso a la lección—. Sobre lo otro, desde luego que eres muy atractivo.

—Mamá, entre tú y yo hay intimidad —sonrió de medio lado—, nací de tu cuerpo y me alimenté de tus pechos, no imagino un vínculo de intimidad más profundo. No he querido ofenderte ni faltarte al respeto, es solo que no tengo parámetros para saber si seré o no apto para dar placer a las mujeres cuando llegue mi momento de tener novias. En la familia que acabo de dejar atrás me comparaban con todos los demás y siempre salía perdiendo en esas comparaciones, según ellos, todos son mejores que yo.

Apreté los ojos tratando de no pensar en la noche anterior, en su cuerpo desnudo, en su erección manifestándose en todo su esplendor, en los VHS que descansaban en la bolsa que pendía de su muñeca derecha.

—Si te refieres a que no sabes si físicamente podrás dar placer a las mujeres, no temas por eso —me estaba obligando a reconocer ante él muchas cosas que prefería callar—. Lo que tienes para ofrecer es excelente —señalé con el mentón en dirección a su entrepierna—; cuando veas las películas te darás cuenta de que no tienes nada qué envidiar a los actores que aparecen ahí. Solo tienes que aprender a tratar a las mujeres y a desenvolverte.

Mi hijo suspiró.

—Gracias, mamá. Tus palabras me tranquilizan. No quería parecer poca cosa; prometo que veré las películas y aprenderé a desenvolverme mejor, cualquier consejo que quieras darme será bien recibido.

Me sentí tan tranquila por su respuesta que no acerté a definir las implicaciones de su razonamiento, al menos no en ese instante.

Caminamos en dirección a la tienda de regalos de Ángela. Giovanna nos alcanzó unos metros antes de llegar al local.

—¡Victoria, qué bien acompañada vienes! —saludó mientras miraba a Elyk sin disimulo.

Mi hijo extendió la mano y la hija de mi amante lésbica se la estrechó, ambos se intercambiaron besos.

—Giovanna, te presento a Elykner, mi hijo —interrumpí.

Experimenté una punzada de celos al verla entusiasmada con Elyk, al mismo tiempo, me sentí tranquila sabiendo que él también había notado que no le era indiferente.

—¡Cuántos años tienes? —preguntó Giovanna sin soltar la mano de mi hijo.

—Ayer cumplí la mayoría de edad, no tengo novia y soy nuevo en Puebla Capital.

—Yo soy un poco mayor que tú, tengo novio y he vivido en Puebla Capital desde que nací —la chica me miró fijamente—. Victoria, no me habías dicho que tu hijo fuera tan… tan alto.

Giovanna estaba ruborizada y sus pezones se le marcaban enhiestos bajo el top. Alguna vez la había visto bailando con su novio y sabía que esas eran sus señales de excitación más evidentes. Me sentí triste, ella tenía posibilidades de conseguir de mi hijo algo que era impensable para mí.

—¡Victoria! —gritó Ángela desde la entrada de su local—. ¿Puedes venir un momento?

Se escuchaba alterada. Me disculpé con los chicos y acudí al encuentro de mi amante lésbica. Al entrar extendí mis manos y sonreí, pero ella rechazó el contacto.

—¿Por qué me haces esto? —preguntó con tono de reproche—. No estamos enamoradas, no tenemos más que una relación carnal muy ardiente, pero habíamos quedado en no ventilarnos nuestras conquistas. ¡Y ahora me traes a ese chico para presumírmelo!

—Es Elyk, mi hijo.

—¿Tu hijo? —preguntó aliviada—. Debí imaginar que un hijo tuyo sería así de guapo. Pensé que se trataba de una conquista, quizá un gigoló. ¡Mira qué bien se ve al lado de Giovanna, hasta podríamos volvernos consuegras!

Abracé a Ángela y pasamos tras el mostrador. Nuestros cuerpos se restregaron entre muñecos de peluche y globos de cumpleaños. La besé con ardor mientras nuestros muslos se entrelazaban para friccionar nuestras respectivas vaginas. Yo estaba pasando por estadios de excitación difíciles de soportar y todo mi organismo clamaba por un poco de contacto humano.

—¡Estás muy caliente! —exclamó ella entre mis brazos mientras frotábamos nuestros senos.

—¡Necesito follar! —reconocí lamiendo su oído izquierdo—. ¡Necesito saber que hay alguien que desea gozar conmigo!

—Si quieres nos vemos esta noche, toca encontrarnos en tu casa. ¿Habrá problema por tu hijo?

Giovanna estaba al tanto de nuestra relación y, por ella, no había objeciones. Paolo, el otro hijo de Ángela, se oponía a que su madre tuviera aquella relación lésbica conmigo; el chico tenía veinticuatro años y nadie necesitaba de su autorización, pero preferíamos no sobrecargar el ambiente familiar.

—¿Problemas por Elyk? —reí—. No, mi hijo entiende todas estas cosas; sabe de lo nuestro y, de hecho, lo traje para presentártelo.

—Pues está conociendo a mi hija, de eso no hay duda.

Miramos al exterior. Elyk charlaba animadamente con una alegre Giovanna. Apreté los dientes y me tensé un poco, me estaban lastimando los celos.

—Sabes que no es como los demás —susurré—. Mi hijo es Asperger.

—Sí, Giovanna también lo sabe. Sería un cambio muy interesante, después de tratar con el idiota de Raúl. Ese noviazgo se sostiene por pura costumbre. En serio, Victoria, me gustaría que tu hijo y mi hija tuvieran química, por mi parte quisiera ayudarlos a estar juntos.

Suspiré. Habría necesitado argumentos muy sólidos para negarme. Pensar que mi hijo tuviera una novia me producía enfado y celos, pero no podía mostrar estos sentimientos.

—Elyk no tiene habilidades sociales —recalqué a la defensiva—. Necesita ser guiado y enseñado, jamás ha tenido novia y no tiene muchos amigos. Temo que diga o haga algo que pudiera incomodar a tu hija.

—¡Tonterías! —rió Ángela mientras colaba sus manos bajo mi falda—. ¡Estoy segura de que lo harían bien!

La mujer deslizó mi tanga muslos abajo y yo correspondí al gesto haciendo lo mismo con su prenda íntima.

—¡Victoria, estás empapada! ¿Tanto te excito?

Antes de que pudiera responderle, sonó mi beeper dentro del bolso. Era un mensaje del taller de herrería, los orfebres necesitaban que aprobara el diseño de los herrajes de utilería que cierto cliente nos había encargado. Me despedí de Ángela, intercambiamos tangas y quedamos citadas para aquella noche en mi casa. Mi cuerpo temblaba de excitación, me sentía como cuando mi hijo me había duchado después de salir al aguacero.

—Elyk, tengo que ir al taller. ¿Te quedas en el centro comercial?

—¡Oh, Victoria, yo tengo que alcanzar a Raúl, iremos a comer con su padre! —se lamentó Giovanna—. ¡Es un compromiso previo, Elyk, pero prometo compensarte, si quieres!

—Por mí no hay problema —nos dijo mi hijo a las dos—. Puedo quedarme por aquí, para conocer un poco.

Los chicos se despidieron evidenciando su mutua atracción y sentí que el corazón se me contraía. Me dolía, pero era natural que mi hijo quisiera conocer chicas más acordes con su edad y que no fueran de su sangre.

Di algo de dinero a Elyk para que comiera en algún restaurante y se comprara algún capricho y nos despedimos hasta la noche. Fui al taller donde el trabajo me tuvo ocupada hasta las ocho, hora en que volví a casa. Me encontré con Ángela en la entrada y pasamos juntas.

Nos besamos apasionadamente. Sus manos recorrieron mis nalgas mientras que yo desabotonaba su blusa para liberar sus tetas. Me retiró el tanga que horas antes había intercambiado conmigo y se lo llevó a la nariz para que ambas lo oliéramos.

—Así me gusta, Victoria, que los empapes de flujo —lamió y me dio a lamer—. Chica, destilas tantos líquidos que tengo miedo de que te deshidrates.

—Tú no te quedas atrás.

Nos quitamos las blusas y restregamos nuestros senos ya libres de toda limitación, nuestros pezones enhiestos chocaban entre ellos.

—Mi hijo  ya debe estar en casa —musité a un paso de perder la cordura—. Vamos a mi habitación.

Dejamos las ropas en el suelo y, semidesnudas, nos internamos en la casa. Al pasar junto al dormitorio de Elyk noté que, efectivamente, ya había llegado. Estuve a punto de llamar a su puerta, pero unos jadeos me contuvieron. Por un momento pensé en que había traído a Giovanna y que, de alguna extraña manera, las cosas entre ellos se habían desarrollado anormalmente rápido, las voces en inglés me tranquilizaron. Mi hijo estaba viendo alguna de las películas que habíamos comprado esa tarde.

—Él está viendo porno en solitario, sin saber que el verdadero porno está a punto de comenzar en la habitación de mamá —se burló Ángela—. Deberías invitarlo para que se nos uniera.

La fulminé con la mirada. Subconscientemente yo estaba deseando algo similar, pero solo podía dejar ese pensamiento en el mundo de las fantasías. Una cosa era desear a mi hijo y otra muy distinta sucumbir a mis deseos y arrastrarlo al abismo del que yo intentaba huir.

Entré a la habitación con Ángela y volví a abrazarla. Necesitaba no pensar, necesitaba lanzarme de cabeza a la modalidad de placer sexual que tan bien conocía, que me era familiar y aceptada. Tenía que olvidarme de la tentación que representaba mi hijo para mí.

Ángela y yo nos besamos apasionadamente. Mi amiga parecía más encendida que de costumbre y deduje que esto se debía a que mi hijo se encontraba a pocos pasos de nosotras, viendo porno y quizá autosatisfaciéndose mientras ella y yo iniciábamos el encuentro lésbico.

Terminamos de desnudarnos apresuradamente, entonces tumbé a Ángela sobre la cama para besar sus tetas y mamar sus pezones con verdadera desesperación mientras la penetraba con dos dedos.

Mi amiga se retorcía entre exclamaciones placenteras mientras yo la masturbaba, pero mi cuerpo necesitaba de estímulos poderosos, así que, sin dejar de incrustar mis dedos en su coño, me giré para acomodar el mío sobre su boca.

Tuve que reprimir un grito cuando el cálido aliento de Ángela recorrió mi intimidad y su lengua lamió mis labios vaginales. Concretado el sesenta y nueve, chupé su clítoris con fuerza hasta casi hacerle daño. Ella introdujo dos dedos en mi sexo y tanteó hasta alcanzar mi “Punto G”.

Nos movíamos aceleradamente, yo restregaba mi cuerpo sobre el suyo mientras nuestras bocas estimulaban nuestras vaginas en una danza de placer recíproco que pronto cobraría los primeros orgasmos.

Primero me corrí yo. La tensión sexual acumulada era demasiado poderosa para seguir contenida. Mi resistencia y autocontrol habían soportado pruebas brutales desde la llegada de mi hijo y no quise seguir reprimiéndome. Mientras derramaba un orgasmo húmedo sobre la boca de mi amiga, ella se retorcía de placer con dos dedos míos en su interior. Pulsé con sabiduría en su “Punto G” y la sentí temblar cuando hundió su boca en mi entrada vaginal para sofocar el grito que le provocó su clímax.

—Victoria, no entiendo por qué estás tan caliente —jadeó con la cara entre mis muslos.

—Prefiero no decírtelo, me odiarías si lo supieras.

Me acomodé a su lado y, mientras acariciaba su cabello con una mano, busqué en el cajón de la mesilla de noche hasta encontrar el consolador de doble pene y una botella de aceite.

El dildo no era un artilugio descomunal; medía quince centímetros por cada pene y tenía unos testículos simulados  que dividían la porción que correspondería a cada una de las dos.

Vertí aceite sobre las tetas de Ángela y friccioné despacio, desde el nacimiento a los costados hasta los pezones erectos mientras me acomodaba entre sus muslos separados. Nos besamos apasionadamente y friccioné mis senos sobre los suyos mientras me penetraba el coño con uno de los extremos del pene artificial.

Jadeé contenta a cada paso del miembro de látex. Sabía que nada se asemejaría al gozo de sentirme penetrada por mi hijo, pero al menos era placer que me distraía de la fascinación que estaba produciéndome el posible incesto.

Mi amiga gemía y se sacudía bajo mi cuerpo, yo necesitaba sentirla subyugada y sentirme dominadora. Acomodé el glande en la entrada de su coño y empujé despacio. Ambas gemimos cuando nuestras porciones de consolador quedaron guardadas en nuestros respectivos sexos.

Sin desacoplarnos, hice que Ángela quedara de costado y me orienté para concretar la penetración lateral. Terminé de formar la tijera con su pierna izquierda flexionada y conmigo montada sobre su muslo derecho. Nuestras humedades vaginales producían chapoteos lúdicos que coreaban mi movimiento de caderas. En esa postura podía azotar sus nalgas o clavarle las uñas a capricho.

Ambas jadeábamos y gemíamos en medio del placer arrebatador. Nuestras tetas se bamboleaban al ritmo de la cabalgata sexual y todo giraba a nuestro alrededor mientras su cuerpo y el mío se unían en una carrera que inevitablemente nos llevaría al clímax.

Primero gritó Ángela, sin poder reprimir la descarga de flujo que surgió de su sexo, en seguida me corrí entre sonoros jadeos de éxtasis que retumbaron en las paredes del dormitorio.

—Mamá, menos mal —dijo mi hijo desde la puerta—. Escuché gemidos y pensé que te sentías enferma o estabas llorando. Discúlpenme, sigan a lo suyo y yo regresaré a mi habitación.

—¡Elyk! —grité meneando las caderas mientras mi amiga se mordía los labios y miraba a mi hijo con expresión lasciva—. ¿Por qué no llamaste a la puerta?

Mi hijo estaba desnudo. Su erección lucía en todo su esplendor y mi vista amenazaba con nublarse. La vergüenza que pude haber sentido quedó sepultada bajo el peso de mis ansias sexuales. No experimenté ningún arrebato de pudor o arrepentimiento al exhibirme delante de mi hijo en la situación más comprometedora de cuantas hubiera podido plantearme. Decidida a gozar, seguí penetrando a mi amiga con el consolador mientras ella amasaba sus tetas, como ofreciéndolas.

—Creí que me necesitabas y no me detuve a considerar. Lamento haber sido inoportuno. Las dejo para que continúen.

Mi hijo se dio media vuelta y cerró la puerta tras de sí.

—Ese es un hombre como debe ser. Delicioso, como todo lo que sale de tu coño—dijo Ángela impulsando sus caderas para que volviéramos a aumentar el ritmo—. Lástima que sea tu hijo, casi estoy tentada a correr a su habitación y darle “su merecido”. ¿Te lo imaginas follando con Giovanna?

La embestí con brío casi doloroso. Me imaginaba a mi hijo follando conmigo. Por primera vez, la idea no me parecía tan abominable como en un principio. Él se había comportado con toda naturalidad al ver a su madre en tijera lésbica con una amiga. Estaba segura de que, dentro de su mente, los tabúes no constituían mayor limitación que la que cada quien quisiera darles.

Ángela y yo nos meneábamos enfebrecidas. Ambas parecíamos haber reencendido la llama tras la sorpresiva visita de Elyk. Volvimos a corrernos coordinando los orgasmos y sin reprimir nuestros alaridos pasionales.

Extraje el consolador de mi coño y del de mi amiga, me acosté a su lado para poner en su boca el glande artificial que acababa de penetrarme y mamar el que acababa de penetrarla a ella.

—Está viendo porno, por eso vino desnudo —le recordé entre jadeos.

—No jodas —respondió bromeando—. ¿Le permites ver esas cosas?

Ambas reímos. Lo que mi hijo acababa de ver era muy superior a lo que los filmes podían ofrecerle.

—Deberíamos mirar —sugirió Ángela con entonación lasciva—. No sea que tu chico esté viendo material inadecuado. Hay de porno a porno y una madre debe asegurarse de que su hijo no vea ciertas cosas.

La idea no me pareció del todo fuera de lugar. En medio de la llamarada de excitación que se había convertido mi vida, aquellas palabras no se alejaban muchote lo que deseaba hacer.

—La ventana de su habitación da al patio, si tiene descorridas las cortinas, algo podremos ver —dije con voz enronquecida.

Nos incorporamos apresuradamente. Ángela tomó el dildo doble y me siguió a la cocina. Salimos desnudas y silenciosas. Me decía mentalmente que, si ya habíamos visto a mi hijo desnudo, nada de lo que viéramos por su ventana podría empujarme más al abismo del incesto.

Amparadas por la oscuridad, mi amiga y yo miramos por la ventana. Mi hijo, fiel a su costumbre, parecía haber analizado racionalmente la película que veía. Sobre la cama estaba una libreta abierta, con apuntes que seguramente había ido tomando conforme se desarrollaba la acción. Ángela no reparó en ese detalle.

Mi hijo estaba de rodillas, mirando a la pantalla. Sostenía con ambas manos su erección, sin conseguir abarcarla en toda su longitud pues del abrazo manual sobresalía un tercio de mástil y el glande.

—Si te atraviesa con eso, seguro te llega al útero —susurró Ángela lamiendo mi cuello desde atrás.

Me incliné para ofrecer mi trasero a mi amiga. En el acoplamiento anterior yo había dominado, en ese instante deseaba ser dirigida. Escuché gemir a Ángela cuando volvió a penetrarse con el dildo doble y sentí que me clavaba las uñas en las nalgas para separármelas mientras acomodaba el glande de la parte de consolador que me correspondía.

Adentro, Elyk miraba cómo, en la película, el joven mulato acomodaba a la rubia madura en cuatro patas sobre la alfombra. Eran el actor y la actriz que se parecían a nosotros. Me mordí los labios cuando Ángela comenzó a penetrarme despacio desde atrás. Como coordinándose con nosotras, mi hijo vertió aceite entre sus manos y lubricó bien su mástil.

Las tres escenas de placer sucedieron al mismo tiempo. El actor clavó su verga en el coño de la actriz mientras mi hijo deslizaba sus manos hacia atrás para sentir algo similar al masturbarse y Ángela adelantó la pelvis para penetrarme con todo el consolador.

Conforme el actor embestía el cuerpo de la madura, mi hijo aceleraba su paja con ambas manos, supongo que imaginando estar en la situación del otro chico y mi amiga metía y sacaba el dildo de mi coño, dándonos a las dos mucho placer.

Las energías sexuales se acumulaban en mi interior, estaba viendo en directo la masturbación de mi hijo mientras mi amiga me hacía gozar. Hilillos de flujo vaginal corrían desde mi intimidad hasta las baldosas del patio mientras mis manos se aferraban al marco de la ventana. Yo lanzaba mis caderas al encuentro de la verga artificial, sincronizando mis movimientos con la paja que mi hijo se hacía en su habitación. Mis tetas se bamboleaban, mis nalgas chocaban contra el vientre de Ángela, los gemidos de los actores de la película, aunque fingidos, me incitaban y la humedad del aceite que lubricaba la verga de mi hijo chasqueaba al mismo tiempo que los fluidos de mi coño.

Los actores se corrieron primero, entre exclamaciones poco creíbles y un par de gritos de la mujer. Ángela clavó las uñas en mis nalgas cuando sintió que su momento llegaba, pero yo seguí moviendo las caderas, decididamente esperando lo inevitable. Desde el fondo de mi subconsciente afloró la imagen de Elyk, impulsándose una y otra vez para follarme con el mismo brío con el que se estaba autosatisfaciendo. Me visualicé a mí misma en cuatro patas, como la actriz de la película, recibiendo toda la hombría del ser que yo misma había engendrado y esa fantasía fue mi gloria y mi perdición.

El rostro de mi hijo, en la vida real,  se contrajo en el gesto de placer más expresivo que jamás le hubiera visto. Abrió la boca y cerró los ojos cuando eyaculó las primeras ráfagas de semen y entonces sentí que mi clímax se disparaba.

Me corrí en un orgasmo múltiple cuyo grito debí reprimir mordiéndome los labios hasta hacerme daño. Mis ojos lagrimearon, mis caderas se aceleraron para enviar el dildo entero dentro de mi coño y todo en el universo dejó de importarme durante el lapso de tiempo que duró aquella descarga de éxtasis.

Ángela me sujetó por la cintura y, sacándome la verga artificial, me besó en la boca con lascivia.

—Esto fue demasiado fuerte —susurró entre jadeos—. No pensé que tu hijo te calentara tanto, pero es lógico; está muy sabroso y se ve que tiene bastante potencial.

Con el corazón acelerado y los sentidos exacerbados, me di cuenta de lo que acabábamos de hacer. Me enderecé de inmediato y empujé a Ángela para separarla de mí. No podía creer la locura que acababa de hacer; me había excitado exhibirme ante mi hijo, había ido a su ventana para espiarlo en un momento íntimo, me calentaba verlo desnudo y acababa de ser follada con un consolador deseando que aquella verga de látex fuera la de Elyk.

Me sentí morir. Había fallado como madre, había ensuciado el vínculo que nos unía y había traicionado el amor y la confianza que mi hijo depositaba en mí; que él estuviera o no enterado era irrelevante.

No todo estaba perdido. Mi hijo ignoraba el impacto hormonal que su presencia despertaba en mi cuerpo y, si conseguía fijarme un plan para evitar momentos como el de la ducha o el de la ventana, nuestra convivencia debería tomar un cauce más sano y normal.

CONTINUARÁ

PASAJES DEL PRÓXIMO CAPÍTULO

Giovanna puso un LP de Lambada en el tornamesa y se contoneó delante de todas. Me sacó a bailar para animar la fiesta y me estremecí por la tentación que me inspiraba el cuerpo de la hija de mi amante femenina al restregarse contra el mío en el lúdico contacto del “baile prohibido”.

……………

Manolo cambió de posición y acomodó su verga entre mis muslos, presionando con su dureza sobre mi coño empapado. Jadeé y gemí clavando las uñas en su espalda, ambos friccionamos para intensificar la intimidad de la caricia genital.

……………

—Nada de chupar, si quieres sexo, penétrame de una vez —podía sonar cortante, pero peor habría sido revelarle todos los motivos de mis reservas.

Alcé mis piernas, abiertas y  flexionadas, hasta que mis rodillas llegaron al nivel de los hombros. Tenía la esperanza de que, si Manolo me penetraba en esa postura, al menos su glande alcanzara a rozar mi “Punto G”.

……………

Manolo acarició mis piernas con una mano y colocó el glande en mi orificio vaginal. Cerré los ojos intentando evadirme. Estaba arrepentida y deseaba suspenderlo todo, pero no encontraba la manera políticamente correcta de dejarlo con el calentón.

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—Si necesitas que te toque, puedo ayudarte —pasó una mano por la abertura de mi vestido y enarcó las cejas al sentir mi vagina empapada—. Nunca lo he hecho con otra mujer, pero lo haría por ti, Victoria.

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—Un día te voy a chupar la verga y voy a darte a mamar mi coño —dijo Giovanna a mi hijo—. Un día te pediré que me penetres y dejaré que me llenes con tu leche. Ese día también pediré que me des por el culo, jamás me han metido una polla tan grande y gruesa como la tuya y será todo un desafío para mí.

Se besaron apasionadamente mientras yo me esmeraba en la felación. Trataba de meterme en la boca la mayor cantidad de carne en barra, notando que solamente me cabían unos dos tercios. Elyk tocaba el cuerpo de Giovanna sin ningún reparo; sus actitudes me encantaban. Me enorgullecía que mi hijo fuese capaz de despertar el deseo de una chica como Giovanna.