Un amor inolvidable 23

Formalizando el noviazgo.

UN AMOR INOLVIDABLE XXIII

“ENTERRANDO EL PASADO”

SEPTIEMBRE 2009.

Cuando vi a Dan, estaba llorando, yo no le dije nada, sabía que las palabras no iban a ayudar ahora, lo único que hice fue levantarme, guardar la carta y abrazarlo para que poco a poco se calmara, después de un rato, Dan volvió a hablar.

  • Carlos – me dijo – llévame a donde enterraron a mi padre.

  • Pero Dan… – le empecé a decir.

- Quiero despedirme de él.

  • ¿Estás seguro? – me preguntó.

  • Sí – le aseguré – estoy seguro.

  • Está bien – me respondió – te llevaré.

El día se oscureció, empezó a soplar viento frío, pero a pesar de eso, Dan siguió firme en su decisión, cuando llegamos recordé aquel día, la situación era similar, pobre Dan, no pudo despedirse de su madre y, ahora, tampoco de su padre, nuevamente estoy aquí, en el cementerio, con Dan, despidiendo a un familiar.

  • Papá – dijo Dan mientras se sentaba en la tumba – sé que te guardé mucho rencor mientras viviste – dijo mientras una lágrima resbalaba por su mejilla – perdóname por eso, si yo pudiera regresar el tiempo, me hubiera sentado contigo en la mesa cuando me buscaste, pero te pusiste tan difícil… – suspiró – si tan solo me hubieras dicho esto – empezó a llorar – papá, perdóname, lo lamento tanto, quisiera poder abrazarte, quisiera poder decirte que empecemos de nuevo, sin rencores, sin remordimientos… papá, perdóname por todo lo que te hice, quiero que sepas que mientras esté vivo jamás te olvidaré, y te prometo que seré el mejor padre para Diego, seré lo que tú quisiste ser y no lograste, adiós papá – dijo mientras se limpiaba las lágrimas – te amo.

Dan colocó en la tumba una rosa blanca, muy hermosa, que él mismo eligió en la entrada, besó la tumba y la rosa, se levantó, se quedó mirándola unos minutos, y después se dio media vuelta para marcharnos de ahí.


Era lunes, me levanté temprano para poder ir a dejar solicitudes de trabajo, por fin regresaba a mi antigua vida, después pasaría a la universidad para arreglar mi situación y cursar en febrero el segundo semestre, me preparé un café, y me lo tomé mientras pensaba en lo feliz que estaba siendo porque ya tenía una familia, al terminar lavé la taza, guardé el frasco de café y el frasco de azúcar, le dejé una nota a Carlos y salí apresurado al mundo exterior.

Iba caminando en una calle privada cuando me encontré a Rodrigo, lo vi triste, me acerqué y lo saludé.

  • Hola – le sonreí – hace tiempo que no te veo ¿cómo estás?

  • Hola Dan – me respondió – estoy… estoy bien.

  • ¿Te pasa algo? – le pregunté – no te preocupes, puedes confiar en mí.

  • Gracias Dan – me sonrió.

  • Vamos a mi casa – le sugerí.

Llegamos a casa y Carlos me había dejado una nota, había ido al trabajo, pero se había tenido que llevar al niño porque yo no estaba, dejé la nota en donde la encontré y le pedí a Rodrigo que se sentara en el sofá.

  • No la entiendo – me dijo – está insoportable.

  • ¿Qué le pasa? – le pregunté – pensé que estaban bien.

  • ¿No has hablado con ella? – me preguntó.

  • Apenas salí de la clínica – le respondí – y tengo ganas de verla.

  • No podrás hablar con ella – me aseguró – se ha ido fuera de la ciudad, se llevó sus cosas, no queda nada de ella en la casa.

  • ¿Y no te dejó alguna nota? – le pregunté – Quizás salió de vacaciones.

  • No lo creo – me dijo – lo único que hay en la casa es lo que yo le compré y mis propias cosas.

  • Mira, vamos a hacer algo – le dije – ella seguramente va a ir al psiquiátrico a buscarme, pero cuando no me encuentre, vendrá aquí y querrá hablar conmigo. Voy a tratar de ayudarte.

  • Gracias Dan – me dijo Rodrigo mientras me abrazaba – eres como un hermano para mí.

  • Y tú también eres como un hermano para mí – le dije.

  • Bueno – suspiró – me voy a la casa.

  • ¿No quieres quedarte hoy aquí? – le pregunté – No nos molesta en absoluto.

  • Está bien, Dan – me dijo – me quedo hoy aquí.

  • Ahora regreso – le dije – voy a hablar con Sandy.

Me dirigí al cuarto y marqué el número, timbró tres veces y Sandy contestó el teléfono, se le escuchaba enojada.

  • Hola – me dijo – ¿quién habla?

  • Soy yo, Sandy – le dije – soy Daniel.

  • ¿Dan? – preguntó sorprendida – pensé que quizás Carlos o alguno de los muchachos me estaba marcando desde tu teléfono ¿Cómo has estado?

  • Bien – le dije – apenas salí ayer del psiquiátrico, ya me recuperé.

  • ¡Oh qué bien! – me dijo – mira, ahorita estoy fuera de la ciudad, pero no estoy haciendo nada, me voy para allá lo antes posible.

  • ¡Perfecto! – le dije – te espero en casa.

  • Gracias por hablarme, Dan – me respondió – te extrañé tanto.

  • Hasta pronto, Sandy – le dije.

  • Hasta pronto, Dan – me dijo y finalizó la llamada.

Observé a Rodrigo y le notifiqué que Sandy venía en unas horas, por lo que nos despedimos y le prometí hacer todo lo posible para que ellos regresaran. Me fui a descansar, y me quedé dormido, pero el sonido del timbre me despertó, me levanté y abrí la puerta, cuando la vi la abracé y la invité a pasar a la casa, ella apenas entró dejó su bolso en el sillón y se sentó al lado.

  • Dan – me dijo – disculpa que no te salude como lo hacía antes, pero estoy algo cansada.

  • Entiendo – le dije – no te preocupes.

  • Ya te veo bien, pero – empezó a decir – te veo diferente.

  • ¿Diferente? – le pregunté – ¿Por qué lo dices?

  • Bueno – dijo – te veo… ¿feliz?

  • ¡Ah! – exclamé – Si, estoy feliz.

  • ¿Y a qué se debe tu felicidad? – me preguntó.

  • ¿Te parece poco haber salido ya de ese lugar? – le pregunté.

  • No es solo eso, Dan – me dijo – te conozco, estás feliz por algo más.

  • Sí – le dije – tienes razón, estoy feliz porque estoy con Carlos y el niño.

  • ¿Y Will? – me preguntó – ¿No lo has visto?

  • Will está con Miguel – le dije – desde que son novios…

  • Claro – me dijo – todo el mundo es feliz.

  • Sandy – le dije – ¿qué tienes?

  • Nada – me respondió secamente.

  • Sandy, sabes que puedes confiar en mi – le dije – me preocupas.

  • Dan – me dijo – me siento muy mal con Rodrigo.

  • ¿Con Rodrigo? – le pregunté – ¿Qué pasó?

  • Lo perdí – me dijo – lo perdí por los estúpidos celos.

  • Sandy…

  • Creí que estaba saliendo con alguien más – empezó a sollozar – pero me di cuenta que esa persona era su sobrina de 12 años ¿Puedes creerlo?

  • Sandy – le dije – ¿por qué no lo buscas? Habla con él.

- ¿Cómo puedo verlo después de lo que le hice? – me preguntó – Soy una estúpida.

  • No – le dije – no lo eres, es algo que pasó, pero estoy seguro que él te perdonará.

  • No lo creo – me dijo.

  • ¿Por qué no? – le pregunté – ¿Ya hablaste con él?

  • No

  • ¿Entonces? – le volví a preguntar – Sandy, no puedes decirme que él no te perdonará si no has hablado con él.

  • ¿Tú crees que quiera hablar conmigo? – me preguntó.

- ¡Claro que si! – le respondí – Estoy seguro que te escuchará – le dije sonriendo.

  • Está bien, Dan – me dijo – me has ayudado mucho hoy. Te extrañé mucho.

  • Y yo a ti, Sandy – le dije dándole un abrazo – me alegra que estemos así, como antes.

  • Ya me voy – me dijo, deshaciendo el abrazo – tengo que buscarlo, tengo que hablar con él.

  • Todo saldrá bien – le dije – cuídate, luego hablamos.

  • Claro – me dijo – nos vemos.

Sandy salió a prisa de mi casa, agarré mi teléfono y le envié un mensaje a Rodrigo para avisarle que Sandy iba a buscarlo para que ambos hablaran «Misión cumplida» le escribí «Muchas gracias, Dan, eres un ángel» me respondió.

Después de despedir a Sandy le marqué a Carlos para avisarle que ya había llegado y que pasaría por el niño a su oficina, él me dijo que me esperaba, yo colgué y fui hacia allá, cuando llegué, pedí que lo vocearan desde recepción, Carlos bajó con el niño, lo saludé, le di un beso a Carlos y me despedí, saliendo con el niño rumbo a casa otra vez. Cuando llegué, minutos después tocaron el timbre, cuando abrí la puerta, era Andrés, mi suegro, lo invité a pasar y nos pusimos a platicar un rato, después yo me puse a trabajar en las labores del hogar mientras mi suegro jugaba con el niño. Después de un rato, Andrés me dijo:

  • Dan, Carlos me pidió de favor que llevara al niño a la escuela.

  • Claro – le dije – no hay problema, sólo espéreme un momento, ya vuelvo.

Fui a la habitación del niño y busqué su mochilita, la revisé para ver si tenía sus juguetes y, al verla completa, fui a la sala en donde se encontraba Andrés.

  • Hijo – le dije a Dieguito – aquí está tu mochila.

  • Papá – me dijo – no quiero ir hoy a la escuela.

  • No hijo – le dije – no quiero que faltes a la escuela porque si no perderás tu clase de hoy y no te divertirás – le sonreí – ¿no quieres ver a tus amiguitos?

  • ¡Sí! – me  respondió emocionado – ya me voy papá.

  • Cuídate mucho, hijo – le dije – si puedo paso por ti cuando salgas, si no puedo, tu abuelito pasará por ti. ¿Está bien?

  • Si, papá – me sonrió – está bien.

  • Cuídense mucho – les dije.

Salieron a prisa de la casa y yo seguí trabajando en el hogar, seguramente sería un día agotador.


Iba a toda prisa a la casa, necesitaba verlo, no podía vivir sin él, abrí la puerta y lo vi sentado en el sillón, esperándome, cerré la puerta y me acerqué a él.

  • Hola – le dije – Rodrigo… perdóname.

  • No hay nada que perdonar, Sandy – me respondió – son errores que pasan.

  • Gracias amor – le respondí dándole un beso – te amo.

  • Y yo a ti – me dijo.

  • Vamos a algún lado – le sugerí.

  • ¿A dónde? – me preguntó entusiasmada.

  • No sé – empecé a decir – quizás podríamos ir a ver una película en el cine.

  • ¡Oh sí! – dijo – ¡Me encantaría!

  • Bueno – le dije – entonces vamos.

Sandy tomó su bolso de mano, yo agarré mi chaqueta y nos fuimos al cine tomados de la mano; me gustaba salir así con ella, por fin todo regresaba a la normalidad, Dan salió del psiquiátrico, lo encuentro en perfecto estado, y yo arreglo mis diferencias con ella.


Estaba en casa preparando la comida mientras Andrés y el niño estaban en la habitación jugando, me alegraba tener a mi querido suegro Andrés aquí, me hacía muy bien su compañía, al menos estaba él aunque Carlos no esté aquí, de repente se escuchó el sonido del timbre, apagué la estufa y fui a atender, encontrándome con Blanca.

  • Hola – la saludé – me alegra verte.

  • ¡Dan! – exclamó sorprendida – ¡No puedo creerlo! ¡Saliste de la clínica!

  • Así es – le respondí – ya estoy bien – le sonreí.

  • Yo diría mejor que bien – me abrazó – te ves más fuerte que nunca.

  • Gracias, Blanca – le dije – ¿Buscas a Will?

  • Sí – me respondió – ¿está en casa?

  • No sé – le dije – de hecho desde que llegué no lo he visto.

  • Ahora vuelvo – me dijo – voy a buscarlo en su habitación.

  • Pasa – le dije – estás en tu casa.

  • Gracias Dan – me dijo – te adoro.

Seguí preparando la comida, el niño y mi suegro debían alimentarse bien, el que me preocupaba era William «¿En dónde está?» pensé.

  • Dan – me dijo Blanca – William no está en su cuarto.

  • Supongo que ha de estar con Miguel – le sonreí.

  • Pero últimamente ha estado muy seguido con él – me respondió.

  • Voy a tener que hablar con él – le dije.

  • Sí – me dijo – he sido su mejor amiga por años y de repente me olvida.

  • No te preocupes tanto – le respondí – ya se le pasará.

  • Pues espero que se le pase pronto – me dijo – porque ya extraño a mi amigo.

Blanca y yo nos pusimos a platicar un rato hasta que la comida estuvo lista, en ese momento escuché que la puerta se abrió y Blanca y yo nos asomamos para ver quién había llegado, cuando Will me vio se puso rojo como tomate, Miguel había entrado antes que él y también se puso igual.

  • ¡Papá! – dijo Will sorprendido - ¡Blanca! ¿Qué hacen aquí?

  • Hola hijo – le dije – Blanca pasó a saludar.

  • Hola Will – le dijo Blanca – veo que últimamente has estado ocupado.

  • Disculpen la molestia – dijo Miguel – me retiro.

  • Miguel – le dije – no te preocupes, sabes que eres muy bien recibido aquí.

  • ¿No te quedas a comer? – le preguntó Blanca.

  • Eh… yo… - empezó a decir Miguel.

  • Vamos – le dije – ya estamos en confianza.

  • De acuerdo – dijo – me quedo.

  • Papá – me dijo Will – ¡no puedo creer que estés aquí! Ya estaba acostumbrado a no verte.

  • Ya – le dije – pues tendrás que acostumbrarte a verme otra vez por aquí y a soportar mis regaños ¿entendido, hijo? – le dije mientras le dedicaba una sonrisa.

  • ¡Claro! – me sonrió también – ¡Se me olvidaba cuánto me divierto al platicar contigo.

  • ¡Ey! – le dije – Tranquilo, que yo no soy tu bufón.

  • Es broma, papá – me dijo Will.

  • Correcto – le dije sonriendo – vamos a comer.

  • Claro – dijo – me muero de hambre.

William y Miguel se quedaron a comer un rato, pero se apresuraron porque me dijo Will que tenían planes de ir a la casa de Miguel, así que ellos se fueron y yo me quedé hablando con Blanca.

  • Estos chavos – suspiré – están muy enamorados.

  • Lo sé – me dijo – se ven tan felices que hasta alegran el día.

  • Sí – le respondí – pero a veces pareciera que el tiempo no les basta.

  • No te preocupes – me dijo – mejor dime, ¿cómo te sientes ahora que has regresado aquí?

  • Me siento muy bien – le dije – feliz, tengo a mi familia aquí.

  • Todos te extrañamos mucho, Dan – me dijo Blanca – nos hiciste mucha falta.

  • Y ustedes a mi – le dije – los amo mucho.

  • Bueno – me dijo – me tengo que ir.

  • ¿Tan pronto? – le pregunté – pensé que te quedarías más tiempo.

  • No – me dijo – si llego tarde mis padres se enojarán.

  • Hablando de eso – le dije – creo que me he perdido muchas cosas en todo este tiempo ¿Ya te aceptaron tus padres de nuevo en su casa?

  • Ya – me dijo – después de verme feliz decidieron que debían aceptar a Will, como me ha apoyado mucho…

  • Entiendo – le dije – me alegra que estés con tu familia. Te extrañaré mucho.

  • Ay Dan – me dijo – ¡pero si no me voy a ir a otro país! Sólo me fui a mi casa.

  • Sí – le dije – pero sin ti aquí se siente raro.

  • Si, lo sé – le dije – pero veo que poco a poco nuestras vidas regresan a la normalidad.

  • Así es – me sonrió – bueno, ahora si ya me voy porque si no, mi papá es capaz de venir hasta aquí y llevarme por la fuerza.

  • ¡No! Entonces apresúrate – le dije – Cuídate mucho.

  • Gracias Dan – me dijo – tú también cuídate.

  • Claro – le dije – y ya sabes que puedes visitarnos cuando gustes.

  • Gracias Dan – me dijo – te amo.

  • Y yo a ti – le dije.

Blanca se acercó a la puerta principal y salió apresuradamente a la calle, entonces yo me puse a lavar los trastes.


Estaba nervioso, no podía creerlo, mi querido novio me presentará en unos momentos con su familia, ¿qué dirán? Espero que me acepten.

  • Llegamos – me dijo Miguel – no sabes cómo me presionaron mis padres para traerte aquí.

  • Mickey – le dije – ¿estás seguro que tus padres me aceptarán?

  • Mis padres saben que soy gay – me dijo – y quieren conocerte.

- Pero Miguel – empecé a decir – no me siento cómodo.

  • Cuando los conozcas te alegrarás – me sonrió.

Al llegar a su casa, me cedió el paso para que entrara primero, la casa estaba bonita, jamás la hubiera imaginado así, la decoración simulaba una cabaña, tenían papel tapizado que parecía la madera y los adornos en las paredes eran algunos cuadros de paisajes hermosos: un bosque, el mar, un lago con unos patos, una pintura del palacio británico, en fin, eran pinturas hermosas. Los muebles estaban forrados en piel, la mesa era de madera con decorado antiguo, que hacía juego con las sillas acojinadas, también hechas de madera. Había candelabros en toda la casa, era un lugar muy bonito y muy acogedor.

  • Hola – me dijo un señor que le calculaba unos 39 años de edad – Mucho gusto, soy Gabriel Ruiz, el padre de Miguel.

  • Mucho gusto señor Ruiz – le dije – soy William Linares Pérez, el novio de su hijo Miguel.

  • Mi hijo me ha hablado mucho de ti – me sonrió – no sabes cuánto te adora.

  • Hola – me dijo una mujer joven, de unos 37 años de edad – soy Diana Cervantes, la madre de Miguel, tú has de ser el novio de mi hijo – me dijo sonriente.

  • Así es – le dije – soy William Linares Pérez, mucho gusto.

  • Pasa hijo – me dijo la señora Cervantes – la comida ya está casi lista. Será un honor que nos acompañes en la mesa.

  • Gracias, Señora Cervantes – le sonreí – con gusto los acompaño.

Nos dirigimos al comedor, en donde nos acomodamos, yo me senté al lado de Miguel, se veía guapísimo, me encantaba tenerlo como novio, fue el chavo que logró sacarme de ese ambiente…

  • William – me dijo el Sr. Ruiz – dime ¿cómo se llaman tus padres?

  • ¿Mis padres biológicos o mis padres adoptivos? – le pregunté.

  • Pues si no es molestia – empezó a decir – podrías hablarnos de ambas partes – me dijo sonriente.

  • Bueno – empecé a decir – a mi padre biológico no lo conocí, abandonó a mi madre cuando era bebé – le dije – mi madre se llamaba Eva García, era muy linda conmigo, aunque yo la trataba mal algunas veces, ella murió porque tenía problemas de salud.

  • Entiendo – dijo el Sr. Ruiz – lo lamento.

  • No se preocupe – le dije – ahora le diré de mis padres adoptivos.

  • Te escuchamos – me dijo la señora Cervantes – dinos.

  • Uno de mis padres se llama Daniel Pérez – empecé a decir – y mi otro padre se llama Carlos Linares.

  • ¡Oh vaya sorpresa! – exclamó la señora – No había conocido antes a un matrimonio homosexual.

  • No están casados – le dije – pero mi hermanito y yo somos muy felices con ellos, nos cuidan mucho.

  • ¿Y qué edad tiene tu hermano? – me preguntó el Sr. Ruiz.

  • Tiene 6 años – dije – cumple 7 años en marzo.

  • Supongo que ya va a la escuela – me dijo la Señora Cervantes.

  • Si – le dije – mi padre Carlos me pidió cuidarlo, pero yo lo inscribí en Julio a la primaria.

  • Me alegra que te preocupes mucho por tu hermanito – me dijo el Señor Ruiz – imagino que el niño te ha de querer mucho.

  • Claro – le dije – somos inseparables.

El tiempo pasó rápido, fue muy agradable conocer a la familia de Miguel, son muy carismáticos y modernos, incluso el Señor Ruiz nos dio consejos para convivir en pareja, y todas esas cosas, cuando me despedí de ellos, los padres de Miguel pidieron llevarme a casa, porque querían conocer a mis papás, además de que ya eran las 8:00 p.m. Cuando llegamos, abrí la puerta para que la Señora Cervantes entrara, le siguió el Señor y luego Mickey, al final entré yo.

  • ¡Papá Dan! ¡Papá Carlos! – grité – ¿Pueden bajar un momento?

  • ¡Will! – gritó el niño que bajaba por la escalera, pero cuando vio a los señores Ruiz se detuvo.

  • Ven aquí – le dije mientras me acercaba a él para cargarlo – saluda a los Señores, son los papás de Miguel.

  • Hola – dijo el niño apenado.

  • Hola amiguito – le dijo el matrimonio – nos alegra conocerte.

  • Buenas noches – dijo papá Dan – soy Daniel Pérez, el padre de William.

  • Mucho gusto Sr. Pérez – dijo la Señora Cervantes – su hijo William nos ha hablado mucho de usted. Soy Diana Cervantes.

  • Mucho gusto Sr. Pérez – me dijo el Señor Ruiz – soy Gabriel Ruiz, padre de Miguel.

  • Buenas noches – dijo papá Carlos que recién bajaba – disculpen la tardanza, estaba ocupado – sonrió – soy Carlos Linares, padre de William, mucho gusto.

  • El gusto es nuestro, Sr. Linares – le dijo la Señora Cervantes – soy Diana Cervantes, la madre de Miguel.

  • Buenas noches Sr. Linares – dijo el Sr. Ruiz que se acercaba a Carlos – soy Gabriel Ruiz, el padre de Miguel.

  • Mucho gusto, Sr. Ruiz – le dijo – pasen, están en su casa.

  • Gracias Sr. Linares – le dijo el Sr. Ruiz – con permiso.

Mis padres estuvieron hablando con Miguel y sus padres mientras yo estaba cuidando a Dieguito, el niño se cansó y lo subí a su cuarto para que se durmiera, cuando bajé, ya se estaban despidiendo.

  • Me dio mucho gusto conocerlos, Señores Ruiz – les dije – pueden venir aquí cuando gusten.

  • Muchas gracias, Señor Pérez, Señor Linares – nos dijo el Señor Ruiz – pronto los invitaremos a comer a su humilde hogar, le estaremos avisando el día.

  • Muchas gracias Señor Ruiz, cuídense mucho y nos vemos pronto – les dije.

  • Hasta luego Sr. Pérez – me dijo Miguel – espero que pasen una buena noche.

  • Gracias hijo – le dije – espero que ustedes también.

Miguel y sus padres salieron de la casa y yo me quedé un rato en el marco de la puerta principal, después de unos minutos entré de nuevo en la casa y me fui a dormir.


Buen día a todos, quiero agradecer que estén siguiendo esta historia, espero que les guste. Saludos.

Guadalupe.

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