Un amor inolvidable 17

Caminando de nuevo

UN AMOR INOLVIDABLE CAPÍTULO XVII.

ENERO 2009.

Carlos me acomodó en la cama y estaba dispuesto a retirarse, cuando le pregunté «¿Hoy no te quedarás un rato conmigo?» y él sólo se limitó a acercarse y abrazarme; de repente, empezó a llorar, como si estuviera sufriendo por algo.

  • Hoy discutí con Alberto – me dijo, mientras se limpiaba sus ojos – él está celoso.

  • ¿Celoso? – pregunté sorprendido - ¿Por qué está celoso?

  • Dan… él cree que me ha perdido – dijo – hoy estuve mucho tiempo contigo y…

- Pero no ha pasado nada entre nosotros – le dije – no tiene de qué preocuparse.

- No lo sé… - dijo – quizás él tenga razón de preocuparse, y tú sabes bien a qué me refiero.

Suspiré y me quedé callado, mientras veía sus hermosos ojos cafés; me sentí muy mal, sé perfectamente que estoy haciendo mal las cosas. Hoy nos besamos él y yo en la sala, antes de que los demás llegaran. «Me dio un ultimátum» dijo «Debo decirle qué es exactamente lo que siento por ti ahora… o terminará la relación» Recargué mi cabeza en la almohada mientras observaba el techo, hasta que decidí hablar «¿Y qué es lo que sientes por mí ahora?» le pregunté. Carlos se quedó callado y me observó atentamente, mientras empezaba a respirar agitadamente. «Siento lo mismo que sentí la primera vez que te pedí ser mi novio»

Escuchar eso hizo que mi corazón se agitara, sus ojos cafés seguían clavados en los míos, esperando alguna respuesta de mi parte. «Una sola razón» dije «Tan sólo necesitaba una sola razón, necesitaba que tú me dieras algún indicio de que seguías amándome, para que yo pudiera dar el paso que tanto he anhelado»

  • ¿Y cuál es ese paso que quieres dar? – me preguntó.

  • Volver a estar contigo – respondí – sentir que te tengo a mi lado, que podemos ser de nuevo lo que fuimos años atrás.

Carlos no dijo nada, tan sólo me observó nuevamente mientras acariciaba mi rostro, yo empecé a llorar de nuevo, me dolía estar tan cerca de él… y, al mismo tiempo, tan lejos. Pronto me quedé dormido y él también, pero dormimos abrazados toda la noche.

Al día siguiente, acudimos de nuevo a la terapia, en donde me dediqué a realizar mis ejercicios con ayuda de mi terapeuta y de Carlos. Nuevamente me costó trabajo hacerlos y ya empezaba a desesperarme, pero Carlos me animó bastante y logré hacerlos. Al finalizar la terapia, la doctora me dijo que ya me veía más seguro de mí mismo, además de verme muy optimista, por lo que me aseguró que no tardaría tanto en poder caminar de nuevo. Carlos y yo nos despedimos de la terapeuta y regresamos a casa.

Después de mi terapia me sentí cansado, y le pedí a Carlos que me ayudara a tomar una ducha, y así fue. Él me llevó al cuarto de baño y me ayudó a ducharme, al finalizar mi ducha, me ayudó a secarme y me llevó nuevamente a mi recámara.

  • ¿Quieres cenar ya? – me preguntó.

  • Si – respondí – me gustaría cenar.

  • Entonces vamos – dijo – te llevaré al comedor.

  • Gracias, Carlos – sonreí – por estar conmigo.

Carlos me acomodó en el comedor y colocó lo necesario para la cena en la mesa, después buscó algo en el refrigerador que él pudiera preparar rápido y encontró un poco de lechuga y queso; Carlos buscó unos jitomates y los lavó para, posteriormente, rebanarlos en rodajas y acomodarlos en los platos, en los cuales también colocó dos rebanadas de queso blanco y acompañó con un poco de lechuga. Después de cenar, Carlos me ayudó a cepillarme los dientes y me llevó a mi recámara, en donde me ayudó a ponerme el pijama, yo le pedí que me abrazara y así lo hizo, me gustaba sentir el calor de su cuerpo, de repente sentí de nuevo el impulso de besarlo y así lo hice; pensé que me evitaría, pero hizo todo lo contrario, me correspondió el beso de una forma apasionada, después le pedí que me acomodara en mi cama y así lo hizo, además, se quedó allí conmigo, me sentía cansado y casi de inmediato me dormí, mientras él nuevamente se pegaba a mí y me abrazaba.

A la mañana siguiente, Carlos me despertó apresurado, cuando vi el reloj, entendí su comportamiento y de inmediato me quise acomodar en la cama, pero no podía. Era una situación desesperante, ya que necesitábamos ir a tomar mi terapia. Carlos me ayudó a vestirme y, apenas bajamos, me dejó en el sillón mientras vertía leche en dos vasos, nos apresuramos a comer un pan y salimos a abordar un taxi; al llegar a la clínica, la terapeuta no estaba, y no nos quedó más remedio que esperarla. Después de un cuarto de hora, la doctora llegó, se disculpó y nos pusimos a realizar mi terapia. Nuevamente me costó demasiado trabajo realizar los ejercicios, hasta llegar al punto crítico en donde no pude más y volví a llorar.

  • ¡Tranquilo! – exclamó la Doctora – Dan ¿estás bien?

  • ¡No! – grité - ¡No estoy bien!

  • Dan – dijo Carlos – no te rindas.

  • No puedo – le dije – no puedo más.

Carlos tomó mi rostro entre sus manos y lo movió para que yo pudiera verlo; se veía muy guapo, estaba mucho mejor que antes, si comparara al Carlos de 17 años con el Carlos de 30 años que está frente a mí, podría decir que no tenía nada en común.

  • Está bien – dije – los haré de nuevo.

  • ¡Muchas gracias, Dan! – exclamó, mientras me abrazaba efusivamente.

  • ¡Carlos! ¡Carlos! – grité – ¡me aprietas demasiado!

  • ¡Lo lamento! – dijo sonrojado – yo solo…

  • No tienes de qué disculparte – le dije – gracias por todo.

Seguí intentando realizar mis ejercicios, pero me dolía mucho el cuerpo aunque, debo admitir que, si no hubiera estado Carlos a mi lado, ya hubiera desistido de inmediato. Al finalizar la terapia, Carlos estaba dispuesto a llevarme de nuevo a la casa, pero le pedí que no lo hiciera, ya que quería ir otra vez a aquel parque que tanta calma me da. En el camino, vimos un puesto ambulante donde vendían helados, y lo observé fijamente.

  • ¿Quieres uno? – me preguntó.

  • ¡No! – exclamé apenado – vámonos.

  • Dan – me dijo - ¿No quieres uno?

  • Yo… no… - dije – está bien, si quiero.

Carlos sonrió y me llevó a comprar el helado, pidiendo dos de fresa, apenas se los dieron, me los dejó para que los pudiera pagar, después le di el suyo. El trayecto fue tranquilo, él caminaba a paso lento mientras ambos comíamos nuestro helado. Después de un rato, llegamos al mismo lugar, en donde había bastante tranquilidad. Carlos se acostó en el suelo y observó detenidamente el cielo, el cual parecía una obra maestra, con su color azul tan vivo y unas nubes hermosas que parecían hechas de algodón.

  • ¿Me ayudarías a recostarme en el pasto? – le pregunté, apenas terminar de comer mi helado.

  • Claro – dijo mientras me cargaba y me trataba de colocar con cuidado sobre el pasto.

Cuando lo intentó, se tropezó y caí al suelo mientras él quedaba encima de mí, rozando nuestros labios. Yo lo acerqué aún más a mí y lo besé de nuevo, mientras le decía «Todavía te amo, Carlos»

Carlos y yo nos volvimos a fundir en un apasionado beso, aquel que me hacía olvidarme del tiempo y de todo aquello que ahora nos separa. Apenas nos separamos, le pedí que me llevara de nuevo a la casa, en donde terminamos de nuevo desnudos en la cama. Carlos estaba encima de mí mientras sostenía mis piernas para penetrarme, al mismo tiempo que nos seguíamos besando. Carlos se movía despacio y con mucho cuidado, mientras su pene, sin condón, entraba y salía lentamente. Estuvimos un tiempo así hasta que él eyaculó en mi interior, después me acomodó en la cama y me acarició el rostro mientras me observaba detenidamente y susurraba un «Podría estar así contigo para siempre» entonces yo le detuve la mano y me entristecí.

  • ¿Qué vamos a hacer? – pregunté.

  • Estar juntos como antes – respondió.

  • ¿Y qué pasará con Alberto? – le pregunté - ¿Acaso ya sabe esto?

  • No – dijo – no lo sabe.

  • No puedes – empecé a decir – no podemos hacerle esto a él.

  • ¿Y qué haremos ahora? – preguntó – Dan, si tu quieres…

En ese preciso instante, el móvil de Carlos empezó a sonar, y él de inmediato atendió la llamada pero, por su expresión en el rostro, deduje que se trataba de mi primo. Carlos estuvo hablando un rato a través del móvil hasta que finalizó la llamada y me observó indeciso, no hacían falta las palabras para saber que yo tenía razón; Alberto, de acuerdo a lo que me dijo Carlos, estaba a punto de llegar a mi casa.

Carlos se apresuró a vestirse y me ayudó a vestirme, apenas me estaba acomodando en la cama cuando se escuchó el sonido del timbre «Es él» le dije y Carlos bajó a abrir la puerta. Segundos después, él entraba en la habitación junto con Alberto, quien me saludó efusivamente.

  • ¡Hola! – sonrió.

  • Hola Alberto – le respondí.

  • ¿Cómo te encuentras? – me preguntó mientras se sentaba en la cama.

  • Ya mejor – dije – las terapias me han ayudado bastante.

  • Si – dijo – se nota; además, la presencia de Carlos ha sido de gran ayuda.

  • Si – sonreí – ha sido un gran apoyo.

Alberto y yo estuvimos platicando un rato más sobre su trabajo y cosas por el estilo que le han pasado desde la última vez que nos vimos, Tiempo después, se despidió de mí y le pidió a Carlos hablar a solas, hecho que me puso demasiado inquieto.


Apenas salimos al pasillo, Carlos se puso demasiado incómodo, hecho que me extrañó, ya que él nunca se había puesto así conmigo.

  • ¿De qué quieres hablar? – me preguntó.

  • Tan sólo quería darte un beso – dijo mientras se acercaba a mí – Te amo.

  • Y yo a ti – respondí.

Alberto y yo nos estuvimos besando un rato hasta que él se despidió y se fue, mientras que yo agradecía el hecho de que él no se haya dado cuenta de mi actitud extraña. Decidí entrar al cuarto y vi que Dan ya estaba dormido, así que decidí salir de la habitación y dejarlo descansar. Al día siguiente Dan y yo acudimos a la terapia, en donde él mostró buenos avances mientras realizaba sus ejercicios, su avance fue tan notorio que incluso la doctora lo volvió a felicitar. Apenas terminó la terapia, la doctora nos informó que Dan ya no tardaría mucho en recuperarse por completo y Dan, al escuchar esto, se alegró bastante.

Apenas salimos del hospital, Carlos me llevó de nuevo a la casa y se puso a preparar la comida, sin comentar en ningún momento lo que había pasado la última vez entre nosotros; esto me inquietaba bastante, ya que no sabía qué hacer ni qué pensar. Pronto la noche llegó y Carlos se puso a preparar la comida mientras yo veía la televisión en la sala, sentado en mi silla de ruedas; el programa estaba bueno, ya que era uno de esos programas que mostraban los mejores paisajes a través del mundo, y a mí me gustaba verlos mientras imaginaba que paseaba por cada uno de ellos.

Carlos se acercó a mí y me llevó a la mesa, en donde me acomodó en mi silla y se sentó a mi lado mientras servía un poco de agua en los vasos. La cena estuvo magnífica, Carlos y yo estuvimos hablando de mis terapias y de los planes que haríamos para ir a algún sitio después de la siguiente terapia. Al finalizar la cena, Carlos me ayudó a subir para que pudiera cepillarme los dientes, después de eso, Carlos me llevó a la recámara y se fue la cuarto de baño, en donde también se cepilló los dientes. Cuando escuché que terminó, lo llamé y entró de inmediato en la habitación, en donde le pedí que me bajara de nuevo, ya que quería ver una película con él.

FEBRERO 2009.

Han pasado ya tres meses desde que decidí tomar terapias de rehabilitación, y nuevamente estaba realizando mis ejercicios con ayuda de mi terapeuta, pero llegó un momento en el que no pude moverme y grité de desesperación.

  • Cálmese, Sr. Pérez – dijo – no se ponga así.

  • ¡No puedo moverme! – exclamé.

  • Esto es un proceso normal de las terapias – dijo – todo va a estar bien.

La terapeuta me estuvo animando hasta que volví a decidir hacer mis ejercicios, esta vez con mejores resultados, al finalizar la terapia, Carlos y yo nos fuimos a la casa, en donde me ayudó a ducharme para después comer. Al día siguiente, Alberto llegó a la casa y nos pusimos a platicar, además de que me había llevado un delicioso panqué que él mismo había horneado. Le di el panqué a Carlos para que lo dejara en la cocina mientras Alberto y yo nos poníamos a platicar.

  • ¿Cómo te ha ido, Alberto? – le pregunté sonriente.

  • Muy bien, Dan – dijo – con bastante trabajo, pero ya ves – suspiró – así es la vida.

  • Sí, lo sé – dije – espero que pronto yo pueda trabajar.

  • Seguramente sí – dijo - ¿cómo vas con tus terapias?

  • Pues hoy me costó trabajo hacer mis ejercicios – dije – pero mi terapeuta me ayudó bastante y los pude realizar.

  • ¡Me da mucho gusto! – exclamó - ¿Cuánto tiempo más estarás en rehabilitación?

  • Aún no lo sé – respondí – mis terapias durarán hasta que yo pueda caminar de nuevo.

Alberto sonrió y me abrazó mientras se despedía porque debía ir a su casa a preparar su cena, pero yo le pedí que se quedara en casa, aprovechando que Carlos ya estaba preparando la cena. Alberto aceptó mi invitación y me ayudó a bajar, dejándome sentado en el sillón mientras subía de nuevo a mi habitación para bajar mi silla de ruedas; al bajar, de inmediato me ayudó a sentarme y me puso enfrente de la mesa.

La cena transcurrió de maravilla; Alberto, Carlos y yo estuvimos platicando amenamente; cuando terminó la cena, Alberto se ofreció a fregar trastos mientras Carlos me subía de nuevo a la habitación, en donde me acomodó en la cama y me cubrió el cuerpo con las sábanas.

  • ¿No me vas a ayudar a cepillarme los dientes? – le pregunté.

  • ¡Es verdad! – dijo – Se me había olvidado.

Ayudé a Dan a llevarlo al cuarto de baño y también a cepillarse los dientes, después yo también me los cepillé y enjuagué mi cepillo. Estaba a punto de llevarlo de regreso a su habitación cuando apareció Alberto y se despidió de nosotros.

  • Dan – dijo – me retiro.

  • Muchas gracias por venir – dijo Dan – me da gusto que estés aquí.

  • Y a mí me da mucho gusto que estés luchando para estar bien – dijo – eres mi familia y jamás te dejaré solo.

  • Muchas gracias, Alberto – le respondió - ¿vendrás mañana?

  • No lo creo – respondió, mientras me observaba – tengo que hacer ciertas cosas.

  • Está bien – respondió Dan – cuídate mucho.

  • Lo mismo digo, Dan – dijo – lo mismo digo.

Alberto se despidió de mí y se fue; mientras acompañaba a Dan al cuarto; me sentía triste, y supongo que Dan entendía perfectamente bien mi sentir, debido a que ya me sentía atrapado, no sabía si seguir con Alberto, o arriesgarlo todo y regresar con Dan, mientras que Dan estaba igual que yo; había veces que a Dan le daban ganas de arriesgarlo todo, pero había veces que se sentía fatal porque sabía muy bien que lastimaría a Alberto.

MARZO 2009.

Ha pasado ya un mes más de mi terapia, y mi estado va mejorando notablemente; me siento feliz de ver los enormes progresos que he tenido, aún necesito el pasamanos para poder apoyarme y mantenerme en pie, pero ya puedo levantarme y poder dar ligeros pasos; me gustaría poder correr ya y regresar a mi antigua vida, pero todo lleva un proceso, y el mío ha sido largo, desde un principio me lo advirtió el médico, pero mis progresos indican un buen presagio.

Carlos estaba ahí presente, mientras yo realizaba mis terapias, como lo había estado haciendo desde un principio, para darme ánimos y felicitarme por ver mi insistencia de querer caminar pronto; aunque no se lo he dicho, me siento como cuando éramos novios, me gusta sentir su constante apoyo, su cercanía, daría cualquier cosa por regresar con él… lamentablemente Alberto es su novio.

Carlos se acercó a mí apenas terminó la terapia y me ayudó a sentarme en mi silla de ruedas; aunque yo trataba de hacerlo por mí mismo, todavía faltaba un poco para que pudiera lograrlo. El médico se acercó a nosotros y nos felicitó a ambos por no haber desistido en el proceso; ya que, en ocasiones, el paciente termina rindiéndose y deja de acudir a sus terapias, generando una enorme frustración emocional que muchas veces termina en suicidio o, en el peor de los casos, el paciente termina en estado vegetativo.

Finalmente, Carlos y yo fuimos al parque después de terminar mi terapia, y volví a pasar un día espléndido junto a él. Cuando nos acostamos en el pasto, tomé con delicadeza su mano y la estreché, haciendo que nuestros dedos se entrelazaban, mientras escuchábamos el cantar de los pájaros en lo alto de los árboles, combinado con un paisaje hermoso con un cielo azul y limpio, rodeado de nubes blancas y un sol brillante y vivo.

Carlos y yo estuvimos un rato en el parque, hasta que le pedí que regresáramos a casa, ya que me había dado un apetito voraz. Carlos me ayudó a sentarme en mi silla de ruedas y juntos emprendimos el camino de regreso; una vez en casa, Carlos estaba dispuesto a dejarme en el sillón pero yo le pedí que no lo hiciera.

  • ¿Qué quieres hacer entonces? – me preguntó.

  • Ya que vas a preparar la comida – empecé a decir – me gustaría ayudarte en la cocina.

  • Pero Dan, tú… - empezó a decir.

  • Carlos – le dije – estoy inválido, pero aún tengo manos – dije mientras alzaba mis manos y las movía con rapidez – por favor, permíteme ayudarte.

  • ¿Y si te pasa algo? – preguntó – Podrías cortarte, o…

  • ¡Jajajajaja! – reí escandalosamente – Carlos, no soy un niño pequeño – le dije – ya ni a Diego lo he tratado así alguna vez, como tú lo estás haciendo ahora conmigo.

  • Pero Dan… - dijo – no quiero que nada te pase.

  • Carlos – dije, mirándolo a los ojos – si quieres evitar que absolutamente nada me pase, terminarán pasándome peores cosas de las que imaginas.

  • No es cierto… - dijo.

  • Además – le interrumpí – creo que ya me ha pasado lo peor y ¡mírame! Tengo más vidas que un gato – le dije – si sobreviví a un coma de dos meses, puedo con esto – sonreí.

Carlos ya no dijo nada, tan sólo movió su cabeza en forma de resignación, ya que sabía que si se ponía a discutir conmigo, terminaría convenciéndolo de todos modos; suspiré y agarré un cuchillo, con el que, de inmediato, me puse a trabajar. Al caer la noche, Carlos me acomodó en mi cama y yo lo abracé fuertemente, deseando que se quedara para siempre a mi lado, mientras buscaba sus labios para poder besarlo. Una vez más, terminamos desnudos en la cama, mientras Carlos besaba mis muslos yo acariciaba su pelo con suavidad.

  • Jamás me cansaré de tu cuerpo – me dijo – eres maravilloso.

  • Y yo nunca me cansaré de ti – le dije – gracias por todo tu apoyo.

  • ¿Estás seguro que quieres hacerlo? – me preguntó mientras acariciaba mi ano con la base de su pene.

  • Hazlo – le dije – siempre fui tuyo, a pesar de haber estado con William o con… - suspiré – jamás te olvidé.

  • Sabes – dijo – todo este tiempo, desde que te volví a ver en tu oficina hasta ahora, jamás perdí la esperanza de recuperarte.

  • ¿Y qué piensas ahora? – pregunté - ¿Sigues teniendo esa esperanza o ya la perdiste?

  • Creo que tú sabes la respuesta – me aseguró – pero quiero oírlo de tus propios labios.

  • Bueno… pues, a juzgar por todo lo que has hecho – empecé a decir – diría que tú sigues esperando que yo te pida una nueva oportunidad.

  • ¿Y por qué no lo haz hecho? – me preguntó.

  • Tú sabes muy bien que Alberto es el único que me detiene – respondí.

  • Alberto es joven – dijo – y seguramente encontrará a alguien más.

Carlos no me dio espacio para responder, apenas dijo eso y hundió su pene en mi ano, llevándome al mismísimo cielo, mientras acariciaba mi pelo, mi cara, mi pecho, mis piernas… Carlos sabía llevarme al éxtasis, me encantaban sus besos y sus manos, mientras nos volvíamos uno con cada empuje que daba. Finalmente, Carlos eyaculó en mi interior y retiró su pene, mientras yo le pedía que se acomodara a mi lado, para que pudiera abrazarlo. Una vez junto a mí, Carlos me envolvió entre sus brazos y yo murmuré un «te amo» antes de caer en los brazos de Morfeo, y lo último que recuerdo haber escuchado fue un «Jamás me rendí, luché por ti hasta el último instante; y hoy puedo ver que si yo no lo hubiera hecho, no estarías aquí conmigo, ni tampoco estarías vivo»

ABRIL 2009.

Por fin llegó el día de la última terapia, en la que le eché todas las ganas, estaba en la piscina realizando la última etapa de ejercicios cuando me sentí por fin libre, mientras movía mis piernas sin ningún impedimento; en mi rostro se notaba mi innegable felicidad al ver los resultados finales de todos estos meses de arduo trabajo; al terminar los ejercicios, se acercó la terapeuta y nos dijo:

  • Buenas tardes señores, ¿cómo se siente Sr. Pérez?

  • Excelente – le dije – ¡ya puedo caminar otra vez!

  • Su cuerpo respondió bien a las terapias, ya no necesita nada más, quedó perfectamente bien.

  • Muchas gracias doctora – le dije – gracias por devolverme la movilidad en mis piernas, para mí es un milagro volver a caminar, me siento otra vez con vida, con energía.

  • Pues también dele las gracias a su novio – me dijo – el Sr. Linares ha estado con usted desde el principio, eso también le ayudó bastante, saber que tiene una persona que se preocupa por usted hace maravillas con la salud.

  • Gracias – le dije triste – pero él no es mi novio, es… un amigo.

Al llegar a la casa me sentí otra vez tranquilo, lo primero que hice fue subir a mi habitación, me encantaba sentir que podía subir y bajar las escaleras, cuando entré a mi habitación sentí un frío que me caló hasta los huesos.

  • ¿Por qué está eso aquí? – le pregunté a Carlos, que en ese momento estaba llegando a mi lado.

  • No podía desechar nada de Lucio hasta que me lo permitieras.

  • Pues haz lo que quieras con eso – le dije – quémalas, tíralas, lo que sea, pero aléjalas de mí.

  • Si – me dijo – será lo que tú quieras.

Carlos se acercó a las cosas de Lucio y las sacó de la habitación, no sabía a dónde las iba a llevar ni qué planeaba hacerles, pero no me interesaba en lo absoluto. Mientras más lejos estuviera eso de mí, más libre me sentiría.


Continuará…

"ÚLTIMOS CAPÍTULOS DE TEMPORADA"


Nuevamente aquí les dejo un capítulo más de UAI, como cada viernes. Gracias a los que siguen mis relatos y, si aun sigo aquí la próxima semana, estarán leyendo el capítulo 18. Sólo faltan 3 capítulos para terminar la tercera temporada. Espero que les guste este relato.

¡Saludos!

Atte.:

Guadalupe López.

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