Un amor inolvidable 16
Un paso adelante: Terapias
UN AMOR INOLVIDABLE CAPÍTULO XVI.
OCTUBRE 2008.
Carlos y yo ya estábamos llegando, me sentía nervioso y, al mismo tiempo, enojado. Todo el mes me estuvo insistiendo para que fuera a tomar terapias, sinceramente yo no quería hacerlo aunque, al decir verdad, me sentía demasiado incómodo cada vez que Carlos me bañaba como si yo fuese un bebé o un niño pequeño; no sé por qué extraña razón, cada día que pasaba a su lado, me hacía sentir cosas que me hacían recordar y anhelar aquellos días en los que compartíamos nuestro amor.
Para mí fue demasiado duro el mes porque me sentía completamente inútil, y Carlos también se sentía muy mal; había veces que yo me negaba a salir de mi habitación o a comer, y Carlos trataba de ser paciente conmigo pero, con mi constante actitud negativa, terminaba desesperándolo e, incluso, varias veces lo vi llorando; me partía el alma verlo así, había veces que pensaba que él ya se había cansado de mí, y un día discutimos por eso.
¡Déjame en paz! – le grité – ¿Acaso no ves que ya no sirvo para nada?
¡Eres tú el que quiere pensar eso! – dijo, alzándome la voz – Hay veces que no te soporto, Daniel… si tan sólo pusieran tantito interés….
¿Interés en qué, Carlos? – le pregunté desafiante – ¿en dejar que alguien me ayude a hacer hasta las cosas más sencillas?
¿Y qué harás al respecto? – preguntó - ¡Vete! ¡Ni siquiera eres capaz de llegar hasta aquí por ti mismo para ducharte!
Cuando Carlos dijo eso, me molesté bastante, en verdad, no entendía por qué se ponía de mal humor cuando se trataba de mi ducha, si tanto le molestaba ayudarme ¿Para qué seguía aquí? ¿Era hipocresía, caridad… lástima? Si tan solo no quería ayudarme ¿por qué no me lo decía y punto? ¿Para qué estar discutiendo por algo que no tenía razón de ser? En fin, todo esto me desesperaba a tal grado que hubiera deseado morir aquella vez.
Como pudo, Carlos terminó de ayudarme en mi ducha y me llevó de nuevo al cuarto para ponerme la ropa, una vez así, Carlos estaba por salir del cuarto cuando tomé una de sus manos y lo miré a los ojos. Carlos se acercó a mí y se agachó, suspiró y me dijo «Perdóname, todo esto es muy difícil para mí, y sé muy bien que para ti lo es más, sobre todo porque estabas acostumbrado a no depender de terceras personas»
Carlos se recostó en mis piernas y rompió en llanto, mientras yo me quedé ahí, viéndolo llorar; sin decir absolutamente nada, hasta que moví mi brazo y acaricié delicadamente su suave cabello; el alzó la mirada y me dijo «ayúdame con esto; yo quiero apoyarte, pero si tú no me lo permites, para mí es muy difícil hacerlo» Yo no dije nada, tan sólo cerré mis ojos y suspiré «Odio estar en esta situación»
Fue muy difícil el traslado al hospital, pero lo habíamos logrado; cuando estaba enfrente del edificio, suspiré y pensé «bueno, a trabajar duro; debo estar bien, no me rendiré; ya he sobrevivido a tantas cosas que esto no será lo que me detenga en esta silla de ruedas»
- Bien, ya estamos aquí – me dijo Carlos – espero que cooperes.
- ¿Estás seguro de que esto funcionará? – le pregunté – me da miedo.
- ¿Y por qué tienes miedo? – me preguntó – ¿Acaso estás solo?
- No – le dije – no estoy solo, estoy contigo – le sonreí – pero me da miedo que me hagan los análisis. Quizás mi problema ya no tiene solución.
- No te preocupes – me sonrió – confía en mí, lo tuyo tiene solución ¡ya lo verás! Mientras estemos juntos, no te pasará absolutamente nada.
Me llevó a la camilla donde me ayudó a colocarme boca abajo, entonces el doctor procedió a hacer los análisis pertinentes.
Bien – dijo – es todo por ahora.
¿Cuándo podemos recoger los análisis? – preguntó Carlos con nerviosismo.
En una semana – dijo el doctor – pero estoy casi seguro que podremos operar.
¡Perfecto! – dijo con entusiasmo – entonces ¿Daniel podrá caminar otra vez?
Así es – sonrió el doctor – pero recuerden que es un proceso largo y cansado, así que no se desespere Sr. Pérez.
Está bien, Doctor – le dije – haré lo que tenga que hacer para poder caminar de nuevo.
Carlos y yo nos despedimos del médico cirujano y salimos del hospital con la esperanza de que pudiera retomar mi vida de antes. Cuando llegamos a casa, Carlos estaba a punto de llevarme a mi habitación cuando le dije:
No quiero ir a mi habitación.
¿Qué quieres hacer entonces? – me preguntó.
Estaba recordando aquel parque – empecé a decirle – donde platicábamos cuando salíamos de la escuela… ¿lo recuerdas?
Si – me dijo – hace tiempo que no voy ahí.
¿Me puedes llevar? – le pedí.
Está bien – me dijo – te llevaré.
Gracias – le sonreí.
El parque estaba tranquilo, era una tarde hermosa, las hojas doradas de otoño caían de los árboles que se elevaban hacia el cielo con sus ramas; no había nadie ahí, sólo Carlos y yo, el parque seguía estando igual que antes, por eso habíamos elegido ese lugar para estar juntos, era un lugar en donde nadie nos podía molestar, donde podíamos ser felices.
¿Recuerdas cuando venimos aquí la primera vez? – me preguntó Carlos.
Claro que lo recuerdo – le dije – y también recuerdo la última vez que estuve aquí, contigo.
¿Nunca viniste aquí después de…? – empezó a preguntar, sin embargo, no concretó la frase.
No – le respondí – no había regresado aquí porque deseaba que la siguiente vez que estuviera aquí fuera contigo.
Pues tu deseo se ha hecho realidad – me dijo – aquí estamos de nuevo.
Pero ya no es lo mismo – le dije – ahora es diferente.
¿Por qué es diferente? – me preguntó – estamos aquí, juntos, en el parque.
Sí, pero ahora estoy en silla de ruedas – dije - y tú estás con Alberto…
El que yo esté con Alberto no significa que no pueda estar aquí contigo – me dijo – ¿o si?
No – le dije – no significa eso.
Además – siguió hablando – el que estés en silla de ruedas no significa que eres distinto.
Pero lo soy… - murmuré.
No es distinto – dijo – porque tú sigues siendo Daniel, claro – sonrió – con unos cuantos años de más, pero sigues siendo tú – dijo mientras observaba el pasto – y yo sigo siendo el mismo Carlos que conociste.
Gracias – le dije – me siento muy bien aquí, no siento dolor, no siento tristeza, aquí se me olvida todo.
Por eso te traje – me dijo – quería que estuvieras aquí – dijo mientras escuchábamos algunos pájaros cantar desde los árboles – para que vieras lo hermosa que es la vida, y entonces me dejes ayudarte.
¿Y en qué me podrías ayudar? – le pregunté.
Llevándote a tus terapias – respondió – espero que no te molestes.
Sabes – empecé a decirle – creo que, debido a tu constante insistencia, iré.
¿En serio? – me preguntó sorprendido - ¿En verdad irás a tus terapias?
Si – sonreí – el traerme aquí, estar juntos en este sitio, me hizo recordar tantas cosas hermosas que podía hacer cuando podía caminar, así que empezaré mis terapias.
¡Así se habla! – me dijo emocionado – Ya verás que te recuperarás completamente.
Si – le dije – junto a ti no tengo miedo, a tu lado no importa cuánto tiempo tarde la terapia, al final saldré adelante a tu lado y caminaré de nuevo.
¿Y qué quieres hacer cuando vuelvas a caminar? – me preguntó.
Quiero ir a la playa – le dije – sentir el mar bajo mis pies, volver a vivir, sanar mi alma.
Carlos se agachó y recargó su cabeza en uno de mis hombros, mientras murmuraba «Te llevaré a la playa, a donde tú quieras ir te llevaré pero, por favor, échale ganas, quiero que vuelvas a caminar»
NOVIEMBRE 2008.
Aquí estaba, dispuesto a recuperarme, esperando a mi terapeuta; me sentía nervioso, Carlos notó mi tensión y me dio un masaje en la espalda; minutos más tarde, ya estaba entrando mi terapeuta en el salón.
Buenos días, Sr. Pérez – me saludó – soy la doctora Fabiola Terán ¿está listo para iniciar con sus terapias? – sonrió.
¡Por supuesto! – respondí – Aquí estoy, listo y preparado para todo.
- Me da mucho gusto – dijo – ya verá que el tiempo se irá rápido y usted podrá regresar a su antigua vida.
- Por supuesto – afirmé – quiero volver a vivir.
La doctora me explicó lo que debía hacer en la terapia y, de inmediato, nos pusimos a trabajar en ello. Carlos me ayudó a levantarme de la silla de ruedas para que me pudiera dejar en la piscina, en donde la doctora empezó a trabajar con mis músculos para revisar los reflejos de mi cuerpo, lamentablemente, éstos eran nulos.
Esto no funciona – dije – jamás podré caminar.
Mantenga la calma, Sr. Pérez – dijo la doctora – este proceso es largo, y si usted se desespera, no podré ayudarlo.
¡Pero yo ya quiero caminar! – respondí - ¡No puedo seguir así!
Empecé a llorar y me dejé caer en el suelo, me sentía desesperado, no podía moverme y ansiaba hacerlo, pero esta terapia no me estaba ayudando demasiado. Carlos se acercó y me ayudó a levantarme, cuando tomó mi mano, yo la retiré de inmediato, pero él insistió y yo cedí, hasta que estaba de nuevo sentado; me limpié el rostro, me sentía muy mal, la doctora volvió a masajear mis piernas y las movió, haciendo que éstas se doblaran y se volvieran a extender, pero yo sentía que estaba perdiendo su tiempo, aun no tenía sensibilidad en ellas… era lógico, con una sesión de terapia nadie se recupera de algo así.
Al terminar la sesión, la doctora me pidió que no volviera a hacer lo que hice, y que, por favor, cooperara; Carlos me ayudó a sentarme en la silla de ruedas y ambos nos despedimos de la doctora, quien me dio una nueva cita para mi siguiente sesión, al día siguiente. Carlos me llevó a la avenida y le hizo la parada a un taxi; cuando se paró, el chofer me ayudó a abordar el vehículo y, después, Carlos subió la silla de ruedas; el chofer emprendió el camino a casa, cuando llegamos, me ayudaron a bajar y Carlos le pagó lo acordado; al final, Carlos y yo estábamos entrando de nuevo a la casa.
¿Quieres comer? – preguntó.
No quiero – le dije molesto – llévame a mi cuarto.
Dan, tienes que comer – dijo – hiciste esfuerzo físico…
¡Te dije que no quiero comer! – grité - ¡Esto es un fastidio!
Cálmate – me dijo – mírame.
Volteé a verlo y me volví a encontrar con aquellos ojos cafés; se veían tristes y opacos, además de que se estaban inundando de lágrimas. Carlos se acercó con miedo y deslizó su mano derecha a través de mi mejilla izquierda y pude sentir su calidez en mi cuerpo y el temblor de su mano. La tomé entre las mías y la besé, después la solté y lo miré a los ojos «Perdón» le dije, pero él me puso un dedo en mis labios y murmuró «no digas nada, gracias por dejarme estar a tu lado»
Llegó la segunda terapia, a la cual asistí con un poco más de ánimo que la anterior, e hice todos los ejercicios que la doctora me había indicado para poder realizarla, pero llegó un momento en el que me desesperé y lloré al ver que no podía seguir con ellos; sentí que no podía más con todo esto, me molestaba, me estresaba, me cansaba y me dolía el cuerpo «Desearía que todo esto termine pronto» pensé, la doctora me ayudó y seguí con los ejercicios.
Carlos me estuvo animando para que siguiera con las terapias, y yo al final accedí por él «¿Qué me está pasando?» pensé «¿Me estaré enamorando nuevamente de él?» pensaba, pero pronto mis pensamientos se esfumaron cuando la doctora me dijo que la sesión había terminado.
Me despedí de ella y nos fuimos, no sin antes escuchar a la doctora, quien me felicitó por esforzarme a realizar los ejercicios; y a Carlos le agradeció bastante que me estuviese acompañando en estos momentos. Al final, llegamos a la casa, en donde Carlos me llevó a mi habitación y me acomodó en la cama «Estoy cansado» le dije, y él sólo se acomodó a mi lado y me abrazó, aún con temor a un rechazo, pero al ver que me quedé inmóvil, se acomodó, me acarició el rostro y cerró los ojos.
Había sido un día muy agotador para ambos; verlo dormir me hizo recordar nuevamente el por qué lo había elegido a él hace tiempo, y no pude evitar llorar; quería regresar el tiempo, quería saber que él aún era mío, y pasear por algún parque, o tan solo ver una película en casa junto a él, acomodado en su brazo, sentados en el sillón, y sentir que mi vida puede ser perfecta «¿Por qué estoy sintiendo esto otra vez?» pensé «No quiero amar de nuevo, pero Carlos está haciendo que cambie mi forma de pensar… ¿podré amar de nuevo? ¿Algún día seré feliz?» pensé. Poco a poco fui cerrando los ojos y me quedé dormido junto a él, mientras en mi rostro se dibujaba una sonrisa.
DICIEMBRE 2008.
Me desperté con más ánimo aquella mañana, ya había pasado un mes desde que decidí tomar mis terapias, y no sé por qué sentí que aquel día sería magnífico. Terminé de ducharme y Carlos me ayudó a salir del cuarto de baño. Aún no tenía los avances que yo quería, pero tenía la esperanza de lograr caminar, era mi más grande sueño y estaba seguro que lo lograría; de no haber sido por la insistencia de Carlos, yo me hubiera hundido en la depresión. Carlos me ayudó a vestirme, como ya era costumbre para ambos, y después me ayudó a bajar para desayunar juntos; cuando me llevó al comedor, me di cuenta de que Carlos ya tenía preparado el desayuno, por lo que no tardamos en estar en el comedor desayunando tranquilamente.
El desayuno está delicioso – dije – muchas gracias – sonreí.
No exageres – dijo – es sólo un desayuno como cualquier otro.
No es como cualquier otro – respondí – para mí es un desayuno especial porque lo has preparado tú.
Carlos se sonrojó y no dijo nada, tan sólo se dedicó a desayunar; por mi parte, tampoco hice ningún comentario al respecto, al final, terminamos platicando de lo que él planeaba hacer una vez que yo me recuperara, pero saber sus planes hacían que me pusiera extrañamente celoso, y no entendía por qué tenía esa actitud.
Dan – me dijo – ahora que ya todo el pasado ha quedado atrás, me gustaría pedirte un favor.
¿De qué se trata? – pregunté – sabes que, si está en mis posibilidades, podré ayudarte – sonreí – además, te lo debo, por todo lo que has hecho por mí.
Gracias Dan – sonrió también – eres un gran… - suspiró – un gran amigo.
Si… - dije un poco decepcionado - ¿Qué puedo hacer por ti?
¿Me acompañarías a buscar un traje adecuado para una boda? – me preguntó.
¿Una boda? – exclamé sorprendido - ¿Quién se casará?
Carlos me miró fijamente a los ojos y suspiró, dio un sorbo a su bebida e inmediatamente después continuó, explicándome su plan.
Bueno, yo… - empezó a decir un poco nervioso – yo… quiero casarme con Alberto.
¿Alberto? – pregunté - ¿cuándo…?
En cuanto te recuperes – dijo – queremos que asistas a nuestra boda.
Escuchar la boda me hizo sumergirme en una serie de pensamientos que no debía porqué estar teniendo «se casará» pensé «Alberto se casará con un gran hombre» Mi mente empezó a vagar en el tiempo, hasta detenerse en el año del 2000, a mis 21 años.
Carlos había llegado de su universidad y yo estaba preparando la cena, me había tardado dos horas en prepararla especialmente para él; desde que salí del trabajo había pensado prepararle una cena especial, romántica; algo que pudiésemos disfrutar ambos.
La cena estaba lista, apagué la parrilla de la estufa y me dispuse a servir la cena, se veía deliciosa, serví espagueti cubierto de queso y, al lado, carne de cerdo bañada en salsa de tomate y chiles; Carlos y yo nos sentamos en la mesa y, una vez ahí, él llenó las dos copas con vino para, posteriormente, brindar por nosotros.
Por nuestro amor – dijo Carlos, alzando su copa.
Para que siempre estemos juntos y felices como ahora – dije, también alzando mi copa.
La cena transcurrió sin ninguna novedad, hasta que Carlos, con su semblante sereno, se levantó de la mesa y se acercó a mi lugar, en donde se agachó y sacó una caja roja de su saco, en donde guardaba un anillo. Sinceramente, no esperaba ese detalle; Carlos me pidió matrimonio y yo le pedí tiempo, hasta que él terminara la escuela.
Una nueva lágrima salió de mis ojos sin poder evitarlo, Carlos me observó con un semblante de preocupación y de inmediato preguntó «¿Qué tienes?» a lo que sólo le respondí un «Nada, estoy un poco cansado, además, mis terapias…»
Carlos no dijo nada más, tan sólo terminamos de cenar y me llevó a mi cuarto, en donde se quedó acostado junto a mí, mientras yo podía sentir su respiración y su cuerpo junto al mío. Tenía ganas de voltear a verlo y besarlo, pero no podía… no debía. Carlos ya no es mío, lo dejé ir… y ya no lo podré recuperar.
Ver a Dan en este estado me deprime mucho, no me gusta verlo llorar; por eso preparé esa cena para él, pensé que, quizás, de ese modo, podría animarlo un poco… pero fue inútil. Volver a vivir con él me ha traído bastantes recuerdos de cuando éramos novios, recuerdos que vivimos en esta misma casa… no debí haberle dicho que me casaré pronto con Alberto, no era aun el momento adecuado.
«¿Qué estará pensando ahora?» pensé «Tenía esperanzas de que me dijera algo… que me diera algún indicio de que aún me ama… si tan solo me dijera eso, yo podría hablar con Alberto y explicarle la situación… no entiendo qué me pasa, creo que empiezo a enamorarme de nuevo de él… no, en realidad, no me estoy enamorando de nuevo, más bien, me estoy enamorando aún más de él, y daría todo por él, cualquier cosa.
♫ Y me pregunto si me harás como yo a ti,
o si aún mucho más
Desde hace tiempo ya tú nunca te me das
¿Sabes qué? me daré
Mas tú, tú no me buscas
Y no preguntas por qué por qué
Mis ojos lloran
Así no puedo decirle no ♫
Sucede a veces.
Laura Pausini
Ha llegado la navidad, y de nuevo están aquí todos reunidos en mi casa: Sandy, Alberto, Blanca, William y… Carlos. Sinceramente creí que no vendría nadie, pero están aquí y eso me anima mucho. En la cena platicamos de varias cosas, y el tiempo se pasó rápido; tanto que los chicos se quedaron a dormir en mi casa.
Al día siguiente, Sandy y yo estuvimos platicando, y ella me comentó que Alberto estaba muy ilusionado con su futura boda; escuchar esto me entristeció… y Sandy lo notó al instante.
Dan – me dijo - ¿qué te preocupa?
Nada – respondí – me da gusto que Alberto y Carlos…
¿Por qué no me dices la verdad? – me preguntó – Tú y yo sabemos perfectamente que no te da gusto.
No sé qué hacer – respondí – me duele saber que se va a casar.
Dime, Dan – suspiró - ¿acaso estás empezando a sentir algo por Carlos?
¡No! – exclamé asustado – no… ¡Qué cosas dices, Sandy! – reí nervioso - Yo…
No sabes mentir – dijo – he visto tu mirada…
¿Qué has visto? – pregunté.
Es normal – dijo – tú y Carlos estuvieron mucho tiempo juntos….
¿Qué es normal? – pregunté – no entiendo.
Creo que el amor entre ustedes ha empezado a resurgir – me dijo.
Si – dije – tienes razón – suspiré – pero no debo…
¿No debes? – preguntó – ¿No harás nada al respecto?
No es correcto – respondí.
¿Quieres saber qué pienso? – preguntó – Deberías decirle, lucha por él… Dan, si en verdad lo amas, no lo dejes ir. Si te rindes ahora, jamás sabrás lo que podría haber pasado.
¿Y qué pasará con Alberto? – le pregunté.
Hablaremos después de eso – dijo – quizás también luche por él, pero ganará el que nunca se rinda.
Platicamos un rato más y se fue, dejándome pensando en eso «¿Qué hago? ¿Le diré? ¿Qué pensará Alberto de esto?» me preguntaba una y otra vez. «Quizás aún no sea tarde para recuperarlo» «¡Lucharé por él! Alberto seguro entenderá»
ENERO 2009
Hoy cumplo 30 años, y me alegra saber que vendrán mis amigos, cada día que Carlos y yo hemos pasado juntos nos ha unido más, casi como antes. Carlos me ayudó a bajar a la sala y me dejó en mi silla de ruedas, aún no tengo mucha movilidad, pero mis piernas van respondiendo poco a poco y me animan a seguir luchando por poder caminar de nuevo, además, la terapeuta ha dicho que es casi seguro que yo pueda caminar de nuevo, por eso no he perdido la esperanza… aunque Carlos, con su gran apoyo, me han hecho seguir luchando día a día para lograrlo. Definitivamente, no sé qué haría sin él.
Carlos estaba apresurado acomodando y limpiando los sillones, mientras preparaba la comida y revisaba constantemente el reloj, tiempo después, me acomodó en el sillón, dado que necesitaba quitar la silla para poder seguir limpiando. En una de las veces que estaba muy a prisa y pasó cerca del sillón, Carlos se tropezó y cayó encima de mí; casualmente, nuestros labios se rozaron y yo pude sentir una chispa que me hizo abrazarlo y estrecharlo lo más fuerte posible a mí.
No tardamos mucho en fundirnos en un beso apasionado que me hizo recordar aquellos días en los que yo era feliz con él, hasta que cayó en cuenta de lo que estábamos haciendo y se apartó de mí, mientras me observaba sorprendido.
De repente, se escuchó el timbre y Carlos se apresuró a abrir, encontrándose con Sandy, Blanca, William y el niño; a quienes saludó y pasó a la sala, en donde yo estaba. Blanca y William me saludaron y se pusieron a platicar entre ellos, mientras que el niño me quiso abrazar pero, como no pudo, Sandy lo cargó y lo acomodó en mis piernas. El niño de inmediato me besó y me abrazó «Te extraño mucho, papá» me dijo « ¿Cuándo podré vivir de nuevo aquí contigo?» me preguntó; yo no supe qué podía contestarle, pero Sandy le dijo que pronto podría vivir de nuevo conmigo, tan sólo había que esperar que yo pudiera caminar de nuevo. Sandy y yo nos pusimos a platicar mientras el niño jugaba con Blanca y William, hasta que Carlos nos dijo que ya había terminado de limpiar.
Poco a poco fueron llegando los demás y pasamos una tarde inigualable; a veces me sentía incómodo cuando veía a Alberto abrazando a Carlos y, a veces, besándolo «Me gustaría estar en su lugar» pensaba.
Carlos estaba muy al pendiente de mí, y podía sentir cómo Alberto le dirigía miradas recelosas a Carlos, era completamente incómodo. Carlos me tomó varias fotografías estando solo y también estando con los demás, además de que Sandy nos tomó una foto en donde sólo estábamos Carlos y yo, mientras que Alberto se empezaba a poner rojo como un tomate.
El tiempo pasó rápido, y mis amigos pronto se fueron despidiendo, hasta que sólo quedamos Alberto, Carlos y yo; Alberto se despidió de mí y dijo que pronto me visitaría otra vez, además de pedirle a Carlos unos minutos para hablar a solas; a lo que se despidió y me dijo que no tardaría.
Me quedé en la sala, pensando en todo lo que había pasado últimamente junto a Carlos, hasta que lo vi entrar, se veía molesto. Él me preguntó si quería subir a mi habitación y yo le dije que sí, después de todo, ya quería descansar un rato.
Hola, aquí estoy de nuevo con un capítulo más de "Un amor inolvidable" Espero que lo disfruten. ¡Saludos!
Guadalupe.
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