Un amor inolvidable 10
Caminando hacia el vacío.
UN AMOR INOLVIDABLE X
NOVIEMBRE 2007
Lucio y yo empezamos a vivir juntos, después de que el mismo Lucio me notificara que ya había conseguido su primer empleo como auxiliar administrativo en una agencia de telemarketing; a pesar de que Santiago trató de impedir a toda costa que Lucio y yo estuviéramos juntos, no lo logró, y su comportamiento lo logré detener definitivamente cuando, días después, declaré en su contra en la delegación por el simple hecho de haberme golpeado; además, varias personas que habían estado en la fiesta declararon que él estaba en estado de ebriedad.
Estuvimos siguiendo el protocolo necesario para poder levantar la denuncia; los agentes nos dijeron que, por el momento, nosotros no necesitábamos realizar más trámites, por lo que ambos decidimos regresar a casa. Al día siguiente, en la mañana, uno de los agentes que nos atendió en la jefatura de policía nos habló vía telefónica para informarnos sobre la situación de Santiago, y nos dijeron que nosotros ya no podíamos hacer más, ya que ya lo habían detenido por agresión física en un evento social.
El policía, muy amablemente, nos explicó que la denuncia que hicimos, aunado a su comportamiento, fue suficiente para proceder, ya que ellos no tuvieron ningún impedimento para encarcelarlo a la brevedad, aunque no fue por mucho tiempo, dado que bastó con pagar una multa para que pudiera salir en libertad.
Cuando escuché eso, me enfadé bastante porque, seguramente, Santiago volvería a molestarme o, en el peor de los casos, podría buscar a Lucio y molestarlo, y decidí solicitar ante la policía una orden de restricción lo antes posible, la cual se me otorgó con rapidez gracias al antecedente de comportamiento de Santiago; esa vez logré hacer algo porque, para mi buena suerte, un agente judicial estaba cerca del lugar de los hechos, y éste logró observar toda la escena; de hecho, fue por él por quien de inmediato se llevaron a Santiago.
Respecto a mi decisión de vivir con Lucio, no la cambié en ningún momento, a pesar de que estaba consciente de que me estaba precipitando demasiado en esta decisión; pero mi obsesión de querer tener a alguien a mi lado me hacía sentir cada vez más desesperado; obviamente, este hecho me estaba impidiendo ver y hacer las cosas objetivamente y, el sábado, Lucio ya estaba instalado en mi casa, la que alguna vez fue de mi madre, completamente preparado para iniciar su vida en pareja junto a mí.
Mi madre, mi querida madre – pensé - si ella aún viviera, hubiera estado demasiado triste o enojada porque, actualmente, había estado tomando las peores decisiones de mi vida, ya que, aunque yo no le hubiera dicho nada, ella tenía un sexto sentido que le hacía darse cuenta de lo que yo sentía y/o lo que pensaba; dicen que la pérdida de una madre es el dolor más grande e irreparable del mundo, y yo pienso que sí es verdad porque ya lo he comprobado – suspiré - cuando menos pude hacerla feliz en sus últimos momentos de su vida.
El sábado me levanté temprano y decidí quedarme en mi habitación, viendo el jardín cuidadosamente decorado a través de mi ventana, desde donde entraban los rayos dorados del sol que se combinaban con aquella silenciosa, fresca y tranquila mañana de invierno; observar este paisaje me ayudaba a escapar, a alejarme del mundo exterior y olvidar por un momento lo mal que estaba haciendo al mentirle a él; me hacía sentirme libre, feliz y cómodo; era mi propio mundo, un pequeño mundo que me gustaría que fuera realidad.
Había pasado cerca de una hora desde que me había despertado, y decidí bajar a la cocina para empezar a preparar el desayuno, ya que Lucio seguía dormido y quería aprovechar el tiempo disponible; recuerdo que, cuando llegué a la cocina, agarré dos platos de la alacena, en los cuales vertí un poco de leche y les puse cereal, después me dirigí a donde el frutero para agarrar dos naranjas y las corté por la mitad; busqué y conecté el extractor para, posteriormente, iniciar el proceso; una vez extraído el jugo, abrí la alacena para agarrar dos vasos y verter el zumo de naranja en ellos.
Apenas terminé de verter el jugo en los vasos, los coloqué junto a los vasos con leche en la mesa, dejando espacio para colocar una tabla de madera; tomé del frutero cuatro fresas, las que, enseguida, corté en trocitos y las distribuí en los dos platos, metí dos rebanadas de pan de caja al tostador y esperé que se doraran, una vez dorados les unté mantequilla y les puse mermelada de durazno, además de colocar dos cucharas en los platos con cereal; al finalizar todo lo que preparé, lo coloqué sobre una bandeja de madera, y me dirigí a las escaleras.
Subí cuidadosamente las escaleras para evitar tropezarme, dado que llevaba el desayuno; al llegar, como pude, abrí la puerta y entré en la habitación, en donde Lucio ya estaba sentado sobre la cama, apenas terminando de despertar; cuando escuchó que la puerta se abrió, volteó a ver y, entonces pude ver de nuevo aquellos hermosos ojos azules que tanto me gustaban, y los cuales me hicieron... ¿enamorarme? …bueno, los cuales me hicieron sentir cómodos, por algo estoy con Lucio ¿o acaso existirá alguna otra razón por la cual estoy con él? Yo digo que no.
Buenos días – le sonreí – ¿dormiste bien?
Buenos días Dany – me sonrió – dormí muy bien – emitió un bostezo y añadió - ¿y eso? – me preguntó mientras señalaba la bandeja que llevaba en mis manos.
Esto – dije alzándola – es nuestro desayuno – respondí, y posteriormente me senté en una orilla de la cama, junto a él para, inmediatamente, poder colocar la bandeja sobre la cama – veamos ¿qué tenemos aquí? – dije - Un delicioso plato de cereal con leche y trocitos de fresa, además de un nutritivo zumo de naranja y un exquisito pan tostado con mantequilla y mermelada de durazno para acompañar nuestros vasos de leche.
¡Oh! Amor – exclamó sorprendido – jamás me habían tratado tan bien como tú lo estás haciendo – me dedicó una sonrisa – he tenido demasiada suerte al encontrarte.
(Sonreí) Pues más suerte he tenido yo de tenerte aquí ahora a mi lado – dije – Te amo, y me haces muy feliz.
Me acerqué y nos besamos, después nos apresuramos a desayunar y, al terminar, decidimos acomodar las sábanas de la cama para poder ducharnos y vestimos, ya que tenía planeado llevarlo a un lugar que es muy especial para mí, un lugar que no había visitado en mucho tiempo. Decidí que Lucio debía saber que tenía planeado salir, así que le pedí que no se tardara tanto en arreglarse, no quería demorar mucho en casa. Lucio me observó y me preguntó:
¿A dónde vamos, amor? – me preguntó con ternura.
Te voy a llevar a un lugar que hace tiempo no visito – respondí - y que para mí es el lugar más importante de mi vida.
¿Y qué lugar es ese? – preguntó.
No te lo diré – respondí – quiero que descubras tú mismo cuál es ese lugar.
Por favor – me suplicó – dime qué lugar es.
No te lo diré – repetí – y, por favor, no insistas.
Lucio no dijo nada más y se apresuró, él se iba a dar una ducha, pero le pedí que lo hiciéramos juntos y, enseguida, me desvestí, para que pudiéramos dirigirnos al cuarto de baño, una vez adentro, preparamos el agua y nos metimos bajo la regadera, recuerdo que yo me puse frente a las llaves y Lucio se colocó detrás de mí; apenas me iba a empezar a duchar cuando Lucio me abrazó rodeándome la cintura y me empezó a besar la espalda, sus besos me estaban volviendo loco, de repente me volteó y me besó en la boca, mientras pegaba su cuerpo al mío, me encantaba tenerlo así, él era mío y yo era de él; al final, estaba viviendo un hermoso sueño hecho realidad.
Lucio se separó de mí y me empezó a besar todo el cuerpo con calma, cuando llegó a mis tetillas, las lamió, las acarició y me daba ligeros mordiscos que me provocaban una deliciosa sensación; poco a poco fue bajando mientras me besaba sin dejar ningún espacio, hasta que llegó a mi pene, el cual tomó con sus manos y deslizó hacia la base el prepucio, una vez así, comenzó a pasar su lengua a través del pene, saboreándolo sin prisa, poco a poco alternaba el recorrido desde la punta hasta la base y viceversa, hasta que se quedó en la punta y besó la cabeza de mi pene hasta que, después de tanto placer, eyaculé.
Lucio me volteó nuevamente, dejándome en la dirección inicial, frente a los grifos mezcladores de agua, separó mis piernas, se agachó y empezó a pasar su lengua en mis glúteos, mientras los masajeaba con sus manos, hasta que empezó a acercarlas poco a poco en dirección a mi ano, una vez ahí, empezó a acariciarlo lenta y delicadamente con una yema de su dedo medio; Lucio movió la regadera para que no cayera el agua a mi cuerpo; de este modo, él podría lamer mi ano sin ningún impedimento, y estuvo alternando entre su lengua y sus dedos, que introducía hábilmente en mi interior, explorando delicadamente esa cavidad; cuando sintió que sus dedos se deslizaban fácilmente, los retiró y colocó la punta de su pene en la entrada de mi ano, y empezó a simular una penetración, haciendo que su pene rozara mi agujero, lo que me encendía completamente.
Lucio sabía perfectamente cómo hacerme gozar y, junto a él, cada día descubría cosas nuevas y maravillosas, y no sólo en el ámbito sexual, sino que estar con él me hacía pasar increíbles momentos pero, a pesar de todo, no podía olvidar a Carlos… «¿Qué me pasa? ¿Por qué sigo pensando en él? No es correcto, mi mente me dice que lo olvide… mi corazón no entiende el daño que me hace»
«¿Estás listo?» me preguntó Lucio, e inmediatamente asentí con la cabeza «hazlo» le pedí. Lucio tomó su pene con una mano y lo dirigió a mi ano, haciendo presión, poco a poco se fue abriendo camino hasta que pudo entrar todo. Su pene me llenaba, sus caricias me gustaban, sus besos eran apasionados… pero nada de esto se comparaba con aquel mágico momento junto a Carlos aquella última vez en mi habitación, cada nuevo día era un paso más que daba adelante en mi relación con Lucio y, al mismo tiempo, era un paso más que me alejaba lenta, profunda y dolorosamente de Carlos, a quien jamás podría volver a tener en mi vida… una lágrima rodó en mi mejilla.
Lucio se movía con suavidad, metiendo y sacando su pene, mientras me daba ligeros besos en mi espalda. Yo me quedé quieto, como un muñeco, disfrutaba el momento con Lucio, mientras que mi alma empezaba a vaciarse, dejándome sin esperanzas de nada. Lucio se detuvo y retiró su pene, para que él me pudiera cargar en sus brazos, una vez así, me recargó en la pared mientras yo rodeaba su cintura con mis piernas, él me empezó a besar en los labios y, de repente, empezó a introducir su pene lentamente. Estuvimos así un rato más, hasta que Lucio aceleró el ritmo y yo empecé a sentirme más agitado, su pene entraba y salía con demasiada facilidad, tocando cada rincón de mi interior; minutos después, Lucio dio un fuerte empujón, y su semen empezó a salir de su pene, quedándose atrapado dentro de mi ano; Lucio se acercó y me dio otro beso en los labios, mientras retiraba lentamente su pene. Apenas salió, y todo su semen empezó a gotear; Lucio se agachó y metió uno de sus dedos, tratando de limpiar mi ano, recogió un poco de agua en una mano y, con ayuda de sus dedos, empezó a colocar gotas del vital líquido alrededor de mi ano, hasta que empezó a meter de nuevo sus dedos; finalmente, tras unos segundos así, por fin estaba limpio.
Lucio se duchó rápido y salió del cuarto de baño, mientras que yo también me duchaba. Él se fue a la habitación para vestirse; tiempo después, yo también salía para vestirme apresuradamente. Una vez listos, le dije “vámonos” y él accedió, agarré mis llaves del portallaves y salimos a prisa; en el trayecto, Lucio no habló, tan sólo se dedicó a acompañarme; recuerdo que, afuera del panteón, me detuve para comprar un pequeño ramo de flores, e inmediatamente después, ambos nos acercamos a la entrada, en donde me detuve unos instantes para decirle:
Bien – suspiré - aquí estamos – le dije tranquilamente – llegó la hora.
¿La hora de qué? – preguntó.
Ya lo sabrás – respondí.
Cuando llegamos al lugar, no pude evitar llorar, estábamos en frente de la tumba de mi madre; me sorprendí de ver algunas flores, estaban frescas, imagino que alguien había venido recientemente, aunque no tenía idea de quién haya sido. Coloqué cuidadosamente las flores que llevaba en su pequeño jarrón y me senté en la orilla:
- Mamá – empecé a decir – ya han pasado 9 años, han sido 9 años en los que no entiendo cómo he podido sobrevivir sin ti – dije, mientras empezaban a rodar pequeñas lágrimas a través de mis mejillas – me has hecho tanta falta, perdóname por todo lo que ha pasado y por no haberte venido a visitar en tantos años, pero hoy he decidido venir aquí, para estar contigo, para sentirte cerca – dije mientras empezaba a llorar - ¡Mamá! ¡¿Por qué te fuiste?! – grité - ¡Te necesito tanto!
No pude evitarlo y en ese momento rompí en un llanto profundo, un llanto que salía de mi alma, me recosté sobre su tumba, acariciándola, deseando poder tener a mi madre junto a mí para consolarme; necesitaba abrazarla, escucharla. Al recostarme ahí, podía sentir a mi madre, sentía cómo me cuidaba, sentí como si ella estuviera viéndome, quería sentir su presencia, necesitaba escuchar sus consejos pero, sobre todo, quería que estuviera viva, para que estuviera amándome como sólo una madre lo haría, ella siempre estará en mis recuerdos, sólo así, ella seguirá a mi lado, para siempre.
Lucio sólo se agachó para acariciarme la espalda lentamente, con dulzura y delicadeza. Después de un rato, ya estaba más tranquilo y me levanté con cuidado para no sentir mareo, pero mi ser se inundó de incertidumbre cuando, a lo lejos, lo vi otra vez, Lucio volteó y vio a esa persona alejarse; si mi memoria no fallaba, podía jurar que ese chico que vi se parecía demasiado a William pero, quizás, esa sombra pudo haber sido producto de mi imaginación.
Poco a poco mis heridas del pasado empezaron a sanar; yo me sentía muy cómodo con Lucio, la última semana de Agosto fue bastante buena para ambos, ya que a él le dieron dos semanas de vacaciones en su trabajo y, gracias a eso, sólo íbamos a la escuela en las tardes, pero teníamos la mañana para estar juntos.
El miércoles por la mañana le pedí a Lucio que me acompañara al supermercado porque ya se había terminado casi toda la despensa; apenas llegamos al lugar, tomamos un carrito de mandado y empezamos a colocar varios artículos, entre los cuales figuraban un kilo de papas, limones, mayonesa, bistec, zanahorias, etc., y cuando pasamos por el pasillo de lácteos para comprar un litro de leche y un toper de yogurt, vimos a un niño blanquito de 4 años de edad, que estaba llorando, me dio tanta tristeza que inmediatamente me acerqué a él y me agaché para poder hablar con el pequeño:
Hola chiquitín – dije - ¿por qué lloras?
No sé dónde está mi mama – me respondió.
No llores, ven – dije agarrándolo para cargarlo – vamos a caminar un rato para que podamos buscar a tu mamá.
Levanté al niño y lo cargué; de inmediato, el niño recostó su cabecita en mi hombro y se aferró a mí lo más que pudo, mientras sollozaba casi en un murmullo, cuando volteé a ver a Lucio, él estaba observándome detenidamente, mientras se empezaba a dibujar una sonrisa en sus labios.
¿Qué sucede? – pregunté.
Nada – me respondió de inmediato, y cambió su actitud.
Dime – le pedí – no me voy a enfadar, si es lo que estás pensando.
Te ves bien – me dijo, observándome a detalle, para después acercarse y besarme en la boca – si tuvieras un hijo serías el mejor padre del mundo para tu niño – sonrió - Se ve que eres muy cariñoso.
Dan: Gracias – le dije, devolviéndole el beso – seguramente tú también – suspiré - vamos, debemos buscar a su mamá.
Nos disponíamos a partir cuando llegó una señora delgada, estatura baja, blanca y de finas facciones; parecía una modelo salida de una revista, cuando vio al niño, no pudo contenerse y lo abrazó, casi en seguida empezó a llorar; cuando se estabilizó, me dijo:
Gracias por cuidar a mi hijo – me sonrió – no sé cómo agradecerles.
Dan: No se preocupe señora – le respondí - tiene un niño muy bonito.
Gracias – respondió.
La señora empezó a llorar de nuevo y bajó al niño, dejándolo parado en el suelo; de repente, la señora se desmayó, y casi en seguida corrí hacia ella para poder ayudarla pero, debido al fuerte golpe que se dio con la caída, la señora no reaccionó, y tuvimos que llamar a seguridad para que pudieran ayudarnos. Cuando ellos llegaron, solicitaron una ambulancia, la cual no tardó en llegar, de repente aparecieron unos paramédicos con una camilla de hospital y la llevaron al interior de la ambulancia; tiempo después, nosotros llegamos al hospital y me dirigí a la recepción mientras Lucio se quedaba con el niño, cuando llegué, le pregunté a la enfermera:
Señorita – dije - ¿cómo se encuentra la señora que ingresaron hace unos minutos, la señora que venía en la ambulancia? – pregunté preocupado.
No sabemos señor – me respondió - la tienen en observación en la sección de urgencias, por favor, vaya a la sala de espera – me dijo - necesito que me haga el favor de comunicarse con un familiar de la señora.
No puedo hacerlo – le dije – cuando la señora se puso mal, yo estaba con mi novio en un centro comercial. No conocemos a la señora.
Está bien, señor – me dijo – pero, por favor, vaya a la sala de espera, le estaremos notificando cómo sigue la señora, sólo hay que esperar a que venga el médico.
Gracias – dije – con permiso.
Propio – respondió.
Me llevé al niño a la sala, en donde ya Lucio estaba sentado, me acerqué a él, lo saludé y me puse a jugar un rato con el pequeño, entonces Lucio me dijo:
Me encanta verte así – sonrió – no conocía esa parte de ti.
Hay muchas cosas que de mí que aún no conoces – le contesté mientras seguía jugando con el niño – pero con el tiempo las sabrás.
¿Ustedes son novios? – preguntó con el toque de inocencia que tienen los niños.
E… yo… - empecé a decir pero, claramente, no sabía qué responderle.
Yo digo que sí – dijo el niño - porque ustedes se besaron en el centro comercial como lo hacía mi mamá con su novio.
Mira campeón – le dijo Lucio con toda la tranquilidad del mundo – lo que sucede es… hay personas que…
Entonces – interrumpió el niño - ¿si son novios?
Sí – respondió Lucio - él y yo somos novios…
La enfermera apareció en la sala y pidió hablar conmigo en privado, así que dejé a Lucio con el niño y me dirigí a donde la enfermera me había indicado, para poder hablar con ella:
Señor – me dijo - necesito que busque a los familiares del niño, la señora acaba de fallecer – añadió - le dio un infarto, los médicos hicieron todo lo posible, pero, lamentablemente, no pudimos hacer nada.
¡No puede ser! ¡Pobre niño! – exclamé – señorita, nosotros no conocíamos a la señora, no sabemos en dónde podemos localizar a su familia.
Entonces le voy a pedir un favor – me dijo - vaya a la oficina de servicios sociales y, bueno, allá le quitarán al niño, en lo que hacen las averiguaciones previas.
¿Y qué harán con él? – pregunté.
Buscarle una familia en donde se pueda quedar – respondió – si acaso no llegaran a encontrar a su familia, pero - añadió – si llega a aparecer un familiar, éste se quedaría con él.
¿Y no lo podría adoptar yo? – pregunté.
No – dijo – verá, aquí en México… bueno, eh… - suspiró – sinceramente, la adopción para personas del mismo sexo, es ilegal.
Pero eso es injusto – comenté.
No puedo hacer nada – añadió – me gustaría ayudarlos, pero no puedo cambiar el sistema jurídico.
Me dirigí a la sala nuevamente para explicarle a Lucio la situación, pero no podía hacerlo en presencia del pequeño, así que nos alejamos un poco para hablar, mientras cuidábamos del niño, después de acordar algunas cosas y exponer puntos de vista, decidimos quedarnos con el niño sin informar al hospital, y nos fuimos a la casa.
Cuando llegamos, el niño preguntó por su madre, y yo le dije que su madre había ido a un lugar donde se tenía que quedar, y no podía llevarlo aunque ella hubiera querido, y por eso su madre nos encontró, porque nosotros lo íbamos a cuidar, ya que su madre nos lo había pedido.
El niño se entristeció, me dolía en el alma decirle eso, pero le prometí que Lucio y yo lo íbamos a tratar muy bien, y que seríamos unos padres para él.
A la mañana siguiente, Jueves, a las 9:00 am tuve que pagarle dinero a un juez del registro civil más cercano para que registrara al niño, ya que no tuvimos otra opción; el juez puso en su nueva acta de nacimiento mi nombre como su padre, el juez le preguntó al niño su edad, él dijo que tenía 4 años. El juez me dio el acta y yo le pagué una generosa cantidad, mientras él dijo que se haría cargo del acta anterior; me despedí cordialmente del juez y regresé a la casa con el niño, en donde le preparé un desayuno, con el cual nos sentamos en la mesa para desayunar.
¿Entonces ahora me llamo Diego? – me preguntó.
Si campeón, ahora te llamas Diego, Diego Pérez León – dije perdiéndome en mis propios pensamientos.
A partir de la adopción todo mi mundo empezó a cambiar de manera rápida, precisa y de forma irreversible. En mi absurda obsesión de querer tener una familia perfecta como la que no tuve y siempre quise tener, no quise darme cuenta de que empezaba a cometer los errores más grandes de mi vida que, al final de cuentas, me cobrarían todo lo que estaba haciendo y que estaba a punto de hacer; incluso, dañaría a terceras personas, tales como Carlos, para poder seguir con lo que había planeado.
Ya estaba todo decidido, y no había marcha atrás. Ya no me iba a detener por nada ni por nadie y, para eso, necesitaba sacar a mi gran estorbo: Carlos, yo sabía perfectamente que él no estaría de acuerdo con mi decisión. El tiempo no olvida ni perdona, y al final te cobra cada error que cometiste en tu vida, y hay veces en las que el precio es insoportablemente doloroso.
Ese mismo jueves, por la noche, Lucio y yo llegamos de la escuela con Diego; al entrar, Carlos estaba sentado en el sillón viendo televisión, nos saludó y pidió hablar conmigo en privado, entonces Lucio se llevó al niño al comedor y Carlos me llevó a su cuarto donde me dijo:
Dan – me dijo - ¿qué te pasa?
Nada – respondí - ¿por qué piensas que me pasa algo?
Porque no te veo tan feliz con él – respondió – debemos hablar.
No pasa nada – dije - es solo cansancio…
Dan, no te mientas, te conozco desde hace mucho tiempo – dijo - y yo sé perfectamente que no eres feliz.
No sabes lo que dices – dije, haciendo una mueca de incredulidad - mejor vamos a cenar.
No – respondió – no te entiendo… ¿a dónde quieres llegar con todo esto?
¿Todo esto? – pregunté - ¿Qué es “todo esto”?
¿De quién es ese niño? – me preguntó - ¿Quién es su madre?
Su madre sufrió un infarto – respondí – y el niño ahora es mi hijo.
Carlos se me quedó viendo fijamente y suspiró mientras movía su cabeza en forma de negación y, en seguida, añadió:
¿Estás consciente de que pueden arrestarte? – me preguntó – Daniel, dime la verdad ¿De dónde es el niño?
Lo encontré en el supermercado – respondí – su madre falleció y el pequeño estaba solo…
¡¿Y cómo se te ocurre traerlo a esta casa? – preguntó exaltado – Daniel ¡te robaste al niño!
No me lo robé – le dije – su madre se puso mal, la llevaron con un médico y falleció.
¡Pero el niño debía estar en servicios sociales! – comentó.
Lo encontré en el súper – le dije – buscamos a su madre y, al encontrarla, se desmayó y, Lucio y yo, la llevamos al hospital, en donde no sobrevivió.
Ya me lo habías dicho – respondió - Pero deben llevar al niño a servicios sociales... – empezó a decir.
Hablamos con la enfermera que atendió a la madre – comencé a explicarle – y ella nos sugirió quedarnos con el niño; después de todo, servicios sociales iba a hacer lo mismo.
No, Dan… - me dijo – estás empezando a equivocarte como nunca en tu vida – dijo – si tu madre te viera…
¡No menciones a mamá! – le dije – Ella estaría de acuerdo con mi decisión.
No soporto más – dijo - me marcho.
¿Cómo? – exclamé – Carlos…
Ya no digas nada – respondió – si no hubiera sido hoy, habría sido mañana – dijo – después de todo, ya había pensado en esto hace algunos días.
Carlos, por favor – le dije - no me dejes solo…
No pienses eso – respondió - no te estoy dejando solo, tú ya estás solo, desde que empezaste a pensar exclusivamente en él en vez de preocuparte también por ti – me dijo decepcionado – jamás creí que te convertirías en un objeto que sólo complace a los demás pero nunca a sí mismo – dijo, mientras una lágrima empezaba a correr por su mejilla – no puedo quedarme un segundo más a observar cómo poco a poco te vas destruyendo.
…Carlos…
Carlos no soportó más y entró en su habitación, en donde se sentó en el suelo, apoyando su espalda en la pared mientras lloraba con un dolor que parecía interminable; sus ojos estaban inundados de lágrimas y expresaba tristeza en su rostro. Yo no sabía qué decirle.
- ¡Soy un estúpido! – dijo, mientras yo permanecía inmóvil en la habitación sin saber qué hacer o qué decir – Jamás creí que lo que te hice te afectara tanto que ahora estás dispuesto a todo por satisfacer a otros.
Nuevamente no supe que decir, no supe qué hacer, se hizo un silencio en la habitación que llegaba hasta los huesos como cuchillos que atraviesan tu cuerpo en forma constante y te van lastimando poco a poco, pero profundamente.
No puedo quedarme aquí – dijo mientras se quitaba las lágrimas de sus ojos - no quiero dejarte solo, pero no soportaría verte destruido, no quiero ver cómo te equivocaste otra vez.
No me estoy equivocando – empecé a decir - yo…
¡Basta! – gritó y, de inmediato, hizo una leve pausa que en esos momentos parecía una eternidad – Te amo tanto que daría lo que fuera, haría cualquier cosa para que tú seas feliz.
Carlos – dije – si es verdad que me quieres ver feliz – empecé a decir – entonces, déjame estar con Lucio – dije mientras me agachaba en frente de él – déjame ser feliz con él.
Carlos me observó a través de aquellos ojos cafés, que en vez del brillo que siempre tenían y que tanto me gustaban, estaban opacos y tristes; me dolía verlo así. Una nueva lágrima rodó por su mejilla, extendió sus brazos y me acercó a él, me abrazó y me dijo:
Si algún día quieres hablar – me dijo – toma – me dio una tarjeta de presentación – aquí está el número de mi nuevo trabajo y la dirección. Entro el Lunes a trabajar – suspiró – no puedo ayudarte si tú no estás dispuesto a ayudarte – me dijo – ¿Quieres ser feliz? ¡Hazlo! Pero haz lo que te haga feliz, no lo que haga feliz a otros.
Carlos… - murmuré.
No te diré “adiós” – dijo – porque, si te lo digo, sería porque jamás te volveré a ver – suspiró – Nos vemos, Daniel – suspiró – confío en que, algún día, tú y yo nos volveremos a encontrar, tal cual nos sucedió tiempo atrás.
Carlos y yo nos levantamos, él empezó a preparar sus maletas, después bajó precipitadamente y se dirigió a la puerta principal, yo bajé detrás de él, al abrirla, se detuvo en el marco para girarse y decirme:
- …Te quiero mucho, cuídate y recuerda que siempre voy a estar para ti cuando me necesites, espero que nunca se te olvide que, a pesar del tiempo, a pesar de todo lo que ha pasado entre nosotros, jamás te abandonaré, y estaré dispuesto a levantarte cuando te hayas caído. Nos veremos algún día, Daniel. Sólo espero en verdad que no te hayas equivocado con tu decisión.
Dicho esto, Carlos cerró la puerta dejándome solo en la casa, inmóvil y vacío porque, muy en el fondo de mi corazón, sabía que todo lo que me había dicho Carlos, era cierto. Me recargué en la pared y me derrumbé en el piso, en donde empecé a llorar nuevamente.
«Te equivocaste de nuevo, Daniel; y tarde o temprano pagarás este gran error. Sólo es cuestión de tiempo, y cuando te des cuenta de eso, será demasiado tarde para volver atrás»
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Gracias por leer esta historia, aquí está el capítulo 10. Saludos!!. Cualquier cosa, mi correo es daniel.perezuai@gmail.com Nos vemos pronto!.
Guadalupe.
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Hasta pronto.