Un amor imposible

Nunca sabemos dondo podemos encontrar nuesta media naranja, ni que nos puede deparar el futuro.

Cuando aprobé las oposiciones en una importante entidad financiera española, sabía perfectamente que debería abandonar el domicilio familiar y trasladarme a vivir a Madrid, donde no tenía familiares ni amigos, y tan solo podía contar con algún antiguo compañero de estudios, que como yo, había aprobado las mismas oposiciones. Con 18 años y sin haber salido nunca de la "falda de mamá", esto suponía un auténtico reto para mí, ya que debía demostrar a toda mi familia y a mí mismo, que era lo suficientemente responsable y maduro como para vivir solo, administrar mi propia economía y salir adelante sin mayores contratiempos. Pero antes de continuar, trataré de describirme físicamente lo mejor posible, para que se hagan una idea de cómo soy... o mejor dicho, de cómo era de jovencito: Tengo una estatura de 1.76 m. y pesaba 64 kilos (en la actualidad 70 kg), no tengo mucha masa muscular, pero sí he tenido siempre unos músculos acordes y bien definidos... mis cabellos eran de un color muy similar al del cobre pulido y siempre ha sido admirado por las féminas, (ahora las canas y la alopecia, hacen estragos... aunque en la actualidad tengo otras "virtudes"). Nunca me he creído un "guaperas" ni mucho menos y la timidez que padecía me impedía la mayoría de las veces abordar a chicas de mi edad en discotecas o salas de fiestas, aunque cuando lograba vencer esa molesta timidez con ayuda de alguna copa de licor o por la euforia de alguna buena juerga con los amigos, diré con sinceridad que lograba con suma facilidad entablar buenas relaciones con el sexo opuesto.

Me instalé en un humilde hostal en el centro de la ciudad, perfectamente comunicado con cualquier punto el metro y encontrándose también muy próximo al centro de formación del banco. Tras un par de semanas de cursillos intensivos, finalmente nos dieron a cada uno de los diferentes puestos de trabajo donde deberíamos iniciar nuestra singladura profesional. Afortunadamente, me enviaron a una sucursal de la "zona norte" de la ciudad, en la cual debería estar al día siguiente a las 8:00 de la mañana.

Allí me encontraba yo, minutos antes de la hora de entrar a trabajar en la puerta de la sucursal esperando que alguno de los compañeros apareciera para iniciar la jornada laboral. Poco después apareció el "apoderado", un personaje de unos 40 años, pelo totalmente engominado, un bigote un tanto peculiar y anticuado, enfundado en traje azul, camisa blanca y la sempiterna corbata multicolor de rayas. Me presenté indicándole que era el "nuevo", y que me enviaban de la central a cubrir el puesto de auxiliar, mientras desconectaba las alarmas y abría las puertas par acceder al interior.

Minutos más tarde entró el director de la oficina, personaje de unos 50 años, anodino y enfundado en un traje gris merengo, camisa azul y corbata granate, a quien fui presentado por el apoderado y tras un frío saludo por su parte, se dirigió a su despacho sin apenas cruzar media docena de palabras. Aún no se había cerrado la puerta de su despacho, cuando entraron dos empleados más de la oficina. Uno de ellos el típico chico bien, alto, fuerte y bien parecido, que más tarde me enteré que se "beneficiaba" a la esposa del director y a unas cuantas clientas de la oficina. El otro, con toda la típica pinta de "progre", tan común en la época, tanto por su forma de vestir como por su aspecto general. También fui presentado y pronto comenzamos a intercambiar las preguntas y respuestas típicas, al tiempo que me explicaban cual era mi puesto de trabajo y mis labores diarias. En eso estábamos cuando escuchamos una sensual voz femenina

Buenos días a todos... ¡caramba, por fin ha llegado el nuevo! -Dijo con cantarina voz, llegando a mi altura y al tiempo que me estrechaba la mano me estampaba un par de besos en las mejillas. – Soy Victoria, encantada.

Hola, soy Antonio, y como muy bien has dicho soy el nuevo –contesté con un ligero rubor por mi parte.

¿Eres virgen? – me preguntó con total naturalidad, dejándome atónito y sin palabras al tiempo que me repasaba visualmente desde los pies a la cabeza - Por lo que veo es tu primer día de trabajo tras los cursillos... tranquilo, todos hemos perdido nuestra "virginidad" en algún momento... ven, te enseñaré tu puesto de trabajo y las labores que tendrás que hacer... seré yo quien disfrute de "tu virginidad". Por cierto, estás muy bueno y seguro que tendrás mucho éxito con algunas de las "clientas putillas" de la oficina. Si le echas cara, podrás quitarle algún que otro "privilegio" al "guapito" de la oficina".

Seguí sus pasos y al pasar junto al "progre", me susurró al oído:

Lo tienes claro compañero, vas a estar todo el día empalmado con la calienta pollas ésta.

¿Perdona? - le interrogué sorprendido por su comentario.

Lo que oyes... la muy puta –me contesto mascullando al tiempo que se dirigía al habitáculo de cristal blindado donde se efectuaban los cobros y los pagos.

Te sentarás aquí, a mi lado – Me indicó Victoria, al tiempo que comenzó a explicarme las labores que debía desempeñar, acompañando algunos comentarios relativos a todos y cada uno de nuestros compañeros de trabajo, desde el director hasta el cajero.

Constantemente fijaba sus ojos en los míos mientras me daba explicaciones y consejos. Hubo un momento en el que no escuchaba sus palabras, dedicándome exclusivamente a observar a Victoria: Irradiaba seguridad en sí misma y erotismo por todos y cada uno de sus poros de su fabuloso cuerpo de proporcionadas y rotundas medidas: 95-60-90, con una altura de 1’68 poco más o menos; su rostro, si bien no marcaba ningún canon de belleza, la suplía con creces con ese sensual atractivo que muchas mujeres tienen en el conjunto de su rostro, enmarcado por una media melena cortada de forma "escalada" que recogía las facciones de rostro. Tenía 19 años en esos momentos. Aprecié que siempre usaba faldas, mas o menos largas, aunque sus favoritas eran aquellas que van unos 8 ó 10 centímetros por encima de las rodillas. Las veces que las utilizaba más largas, siempre estaban acompañadas por un corte lateral o central, que nos permitía ver sus torneadas piernas. Sus generosos pechos, siempre mostrados abundantemente mediante profundos escotes o bien marcándolos con ceñidos y finos suéteres. Sus prendas de vestir siempre eran de alta calidad y de marcas de prestigio compradas en las mejores boutiques de Madrid. Días más tarde, me contó que su padre era un alto cargo del banco, y que vivía sola en un coqueto apartamento en la zona de Princesa, que le costeaba íntegramente su padre, amén de otros "caprichitos" pagados con una visa oro domiciliada en la cuenta corriente de su progenitor.

Tal como me dijo nuestro compañero "el progre", era un auténtico calvario trabajar a su lado, ya que constantemente y durante toda la jornada, nos miraba provocadoramente, nos exhibía sus preciosas piernas o sus generosos escotes, cualquier excusa era buena para apoyar sus manos en mi pierna al tiempo que hablaba, dando golpecitos y acercándose cada vez más a los atributos masculinos pero sin llegar jamás a tocarlos. Sus coquetos comentarios como: "¿te gusta ésta falda?" "¿me marca mucho el culo?" "¿Se me notan las bragas o el sujetador?", hacía que anduviese más de la cuenta empalmado, cosa no muy gratificante cuando estás atendiendo al público y te ves en la obligación de levantarte constantemente. Era realmente una auténtica "calienta pollas".

Me encontraba un día en uno de los archivos, que se encontraban tras unas enormes puertas correderas y con un estrecho pasillo entre éstas y las estanterías, buscando unos documentos para resolver una incidencia de un cliente. Me sorprendió el director en plena faena de búsqueda, para comunicarme que había superado el periodo de tres meses de prueba y que haría todo lo posible para que continuara en esa sucursal, al menos durante los próximos 6 meses.

Victoria observó nuestra discreta conversación, y en cuanto me quedé solo continuando con mi labor de búsqueda, se aproximó por detrás, apoyando una de sus manos sobre mi hombro y otra sobre el bíceps de mi brazo opuesto, al tiempo que pegaba sus pechos en mi espalda me preguntó:

¿Qué te ha dicho el jefe?

Me ha dado la noticia de que he superado el periodo de prueba... imagino que gracias a tus consejos y a la buena formación que me has dado. –le contesté con un tono un tanto irónico y con una sonrisa en los labios.

¡Estupendo!... esto te va a costar una cena en el restaurante que yo elija. Tú y yo solos.

Cuando quieras Victoria.

Ya te diré el día y sobre todo, ponte calzoncillos limpios y que te ciñan bien. A ser posible los estrenas ese día. Nunca sé qué puede pasar después de una buena cena. – Dijo en forma muy provocadora y lasciva.

Con ésta mujer, nunca sabía por dónde podía salir, aunque tenía la total seguridad de que esa cena no llegaría nunca. Al menos por su parte, claro. Siempre decía cosas así, como retando a los hombres, con un cierto aire de "superioridad". Sinceramente diré que estaba empezando a fastidiarme y a sacarme de mis casillas constantemente con sus provocaciones e insinuaciones, cortadas por su parte de forma drástica cuando era yo quien intentaba "cortejarla" por decirlo de alguna manera. La gota que derramó el vaso fue cuando le pregunté por la "cena" que teníamos pendiente y su contestación me dejó atónito: "la miel no está hecha para la boca del asno" al tiempo que pasaba sus manos siguiendo la silueta de su cuerpo de arriba a bajo. En ese momento me juré a mí mismo que tarde o temprano me vengaría y se tendría que tragar esas palabras, ya que me sentí en ese momento totalmente ridiculizado ante todos los compañeros de trabajo, aunque bien es cierto, que por la expresión de sus caras, a ninguno de ellos les hizo "gracia" su arrogancia.

Sin buscarlo, unos días más tarde, se produjo una incidencia con un prestigioso cliente de la oficina que me sirvió en bandeja de plata mi venganza. El cliente, tras comentar con Victoria que le habían cargado en su cuenta un recibo que no era suyo y ésta tomar nota del caso, salió de la oficina acompañado por el cajero, quien cerró la puerta ya que era la hora de cierre al público.

Este capullo no sabe ni lo que tiene que pagar. - Comentó Victoria, elevando bastante la voz, en cuanto perdimos de vista al cliente.

Yo no estoy tan seguro Victoria. Estoy convencido que el recibo que se le ha cargado no es suyo, que es de su hijo. – Le contesté con seguridad.

¡Ja!, no te lo crees ni tú, novatillo. Ese recibo que tiene cargado en la cuenta es suyo, y el viejales este no se entera de nada. Es suyo, seguro.

Este buen hombre, a pesar de sus muchos años, lleva sus cuentas de forma envidiable, y estoy seguro que el recibo es de su hijo. – Le reiteré.

¿Qué apuestas a que tengo razón? – Me retó de forma airada Victoria al tiempo que nuestra encendida conversación había provocado la atención de todos los compañeros de trabajo, quienes nos miraban con atención.

Una cena y las copas que se tercien durante toda la noche. Tú eliges el restaurante ganes o pierdas, pero el resto de las condiciones para pasar esa velada las pone quien gane la apuesta y sin límites ni cortapisas. – Dije de forma retadora.

En esos momentos, sus ojos brillaban como ascuas en la oscuridad. Los tenía clavados en los míos, tratando de escudriñar mi pensamiento. Yo me encontraba sumamente relajado en espera de su contestación.

Trato hecho. Y aquí está mi mano para sellar la apuesta.

Trato hecho. – Contesté estrechando su mano, al tiempo que me levantaba de la silla para dirigirme al archivo en busca de la documentación para resolver la incidencia del cliente y resolver la incógnita de la apuesta.

En breves instantes, tenía localizado los listados de recibos cargados y con suma facilidad encontré el "titular" del recibo. Efectivamente, tal como intuí desde un principio, el recibo debió adeudarse en la cuenta del hijo, con la particularidad, que dicho recibo nos llegó sin el número de cuenta y fue la propia Victoria quien informó erróneamente la cuenta del quejoso cliente.

Te lo dije Victoria, el recibo es del hijo del señor Vallejo. Y además, fuiste tú quien informó la cuenta en el listado, mira. –Dije en voz alta, con la tranquilidad de saberme ganador de la apuesta.

Totalmente incrédula y con sus mejillas encendidas por el rubor, tomó los listados en sus temblorosas manos y pudo comprobar que efectivamente era como yo afirmaba. Había perdido la apuesta. Levantó la mirada y comprobó que nuestros compañeros estaban mirando por encima de su hombro la documentación que tenía en sus temblorosas manos.

Bien Victoria, corrige la incidencia del señor Vallejo inmediatamente. – Sentenció el director de la oficina con un tono de voz un tanto cabreado.

Y por una vez en tu vida, asume que has perdido una apuesta y cumple, que ya no eres una niña. – Ratificó el apoderado, con tono de enfado.

Vale, vale, vale... no presionéis... yo cumplo siempre, que conste. Antonio, ¿te parece bien que quedemos para la cena el viernes que viene?... yo no tengo ningún compromiso y el sábado es festivo.

Por mi parte, perfecto. Tú eliges el restaurante.

¿A qué condiciones te referías antes?

Lo sabrás el viernes por la mañana, cuando salgamos por la puerta de la oficina a las tres de la tarde te las dará por escrito. Por cierto, no te comprometas para el fin de semana... "nunca se sabe que puede suceder después de una agradable cena" – contesté con una sutil e irónica sonrisa acompañada con un enigmático guiño.

Se había comprometido públicamente y sabía perfectamente que no podía retractarse.

Era jueves y faltaban algo más de 24 horas para nuestra "cita". Victoria estuvo esa jonada intranquila, en ningún momento se insinuaba con nadie de la oficina ni con los clientes. Podría decir que le cambió su arrogante carácter por otro más serio, más humilde y servil.

Finalmente llegó el viernes. Contrariamente a la tranquilidad que yo mostraba, Victoria se mostraba tensa e indecisa en sus actos. La seguridad en sí misma, tan característica en ella, había desaparecido por completo. El enorme reloj de pared que había colgado marcó las 15 horas. La hora de salida del trabajo. De mi bolsillo posterior del pantalón, saqué un sobre pequeño en el que rezaba la palabra "condiciones" que le pasé discretamente. Victoria lo tomó y lo introdujo en su bolso. Ya en la puerta, nos despedimos hasta el lunes próximo del resto de compañeros, ya que ese sábado era festivo. A Victoria, le dije un escueto "hasta la tarde". Tras un titubeo, por su parte y voz temblorosa, me contesto con un exiguo "vale, hasta luego", al tiempo que su mano acarició su bolso, donde guardó el sobre que anteriormente le había entregado.

Las "condiciones" que le exigía, eran las siguientes:

Deberás llevar falda plisada, como mínimo 15 centímetros por encima de las rodillas, blusa blanca escotada y botas altas con tacón de aguja. Tu ropa interior será de color rojo o negro, a tu criterio. – Como una "lolita", nada que no fuera habitual en ella.

Vendrás sin maquillar, pero llevarás en tu bolso un "Set" completo de maquillaje.

Tendrás puntualidad "germánica". No me gusta esperar.

Acatarás mis indicaciones, sugerencias y apetencias al pié de la letra. Todas sin excepción y sin contradecir ninguna de ellas. Puedes estar tranquila, no te pediré nada que sea imposible ni ilegal.

Estaremos juntos hasta las 12 de la noche del domingo, por tanto no deberás adquirir compromisos con terceras personas, ni tan siquiera con tus padres. Si los has adquirido, lo anulas con cualquier excusa.

Estarás hoy viernes, a las 21 horas en Plaza de España esquina Gran Vía.

A la hora convenida me encontraba a una distancia prudencial del punto exacto de la cita. He de confesar, que en esos momentos no tenía esperanza alguna de que acudiese a la cita y por tanto, preferí observar sin ser visto en la medida de mis posibilidades. A las 21:01 paró un taxi en la esquina convenida y observé que Victoria descendía del mismo y se apostaba en el lugar convenido. Era una delicia observarla como iba vestida: Una minifalda plisada de cuadro escocés, una blusa blanca bastante ceñida a su cuerpo y unas brillantes botas de charol con finísimo tacón que le cubrían hasta poco más arriba de sus rodillas (tipo pirata) y un bolso de bandolera del mismo color y material que las botas. Estaba nerviosa, se miraba constantemente el reloj y no sabía qué hacer con sus manos.

Sin dejar de observarla ni un instante, me acerqué con tranquilidad. Si se encontraba allí, cumpliendo de entrada con el atuendo exigido, me convencí de que había aceptado el resto de condiciones. Conforme me acercaba, observé que no llevaba maquillaje alguno en su rostro. ¡Bien!. El tema pintaba según lo previsto.

Hola Victoria.

Llegas tarde.

Mujer, solo han sido tres minutos... piensa que no soy de Madrid y aún no tengo pilladas las distancias. ¿Me perdonas?

No digas tonterías. ¿Dónde vamos a cenar? – Contestó de forma cortante denotando que estaba muy tensa, como si estuviese fuera de su ambiente ideal.

Relájate bonita, no me gusta verte así de seria. Prefiero que podamos tener una conversación relajada y conocernos un poco mejor. En el trabajo somos y nos comportamos de una forma y en la calle de otra. Intentemos llevarnos bien ¿vale? El restaurante lo debes elegir tú. No conozco ninguno ya que soy "de provincias".

Está bien, vamos a uno que conozco aquí cerca, cenamos y cada cual a su casa.

No preciosa, no... las condiciones son que eres mía hasta las 12 de la noche del domingo ¿recuerdas? Eso hace un total de 50 horas consecutivas con las que deberás "disfrutar" de mi compañía.

Eres un hijo de puta y un...

Sin permitirle acabar la frase, mi mano derecha salió a la velocidad del rayo alcanzando su mejilla izquierda con un sonoro "plaf". La bofetada que le propiné no se la esperaba en absoluto y totalmente sorprendida se me quedó mirando y con los ojos llorosos.

Hijo de puta, se lo dices a tu padre ¿entendido?... y a partir de ahora, deberás cumplir la lista que te entregué esta mañana, sin rechistar. No me saques de mis casillas o te doy de ostias aquí mismo ¿Me he explicado bien?

Sí.

Muy bien. Vamos a cenar, que tengo apetito.

La tomé del brazo con cierta brusquedad y comenzamos a caminar hacia el restaurante seleccionado por Victoria. No era muy grande, pero sí coqueto y disponía de rincones ciertamente discretos. El jefe de camareros la recibió con cordialidad, ya que Victoria era una clienta asidua del lugar. Fue ella misma quien solicitó una de las mesas más discretas y escondidas de la sala. Imagino que por no pasar por el trance de tener que presentarme a posibles conocidos suyos que apareciesen por el lugar. Fue ella quien eligió las viandas y el vino, dejando para más tarde los postres. Me quedé perplejo de al comprobar los precios de la carta. Esa cena le iba a costar casi la mitad de mi sueldo de un mes. Pero poco me importaba, ya que en definitiva seguro que indirectamente quien iba a pagar la cuenta era su padre.

Desde el incidente de la bofetada, no habíamos cruzado palabra alguna hasta que los camareros nos sirvieron el primer plato de la cena. En su mejilla izquierda, aún se podían apreciar las marcas mis dedos al tener un tono más rojizo que el resto de su mejilla. Su mirada, no se apartaba del plato que tenia delante.

Que te aproveche la cena Victoria.

Igualmente. – contestó de mala gana.

¿Qué tenias previsto para ésta noche?

Ya lo sabes, cenar, tomar una copa y cada uno a su casa.

¿Y? – La interrogué

No tenía nada más previsto. No pretenderás que nos acostemos ¿verdad?

Pues no lo había pensado, pero ahora que lo dices... no estaría mal terminar así la velada y continuar por todo el fin de semana.

¿Estás loco? Ni borracha, me acostaré contigo. - Sentenció con seguridad.

¿Qué problema tienes Victoria? ¿Eres la típica "chica de buena familia" que se siente por encima del resto de los mortales?, Mira, eres incapaz de asumir un compromiso ni mantener una relación que no sea humillando a los que tienes a tu lado como has estado haciendo de forma habitual con todos de la oficina y conmigo en particular en las últimas semanas.

¿Eso piensas de mí?

Sí, eso pienso de ti, a parte de un montón de cosas más. Y conste que no soy el único que lo piensa.

¿Quién, por ejemplo?

Cualquiera de los compañeros de trabajo, empezando por el director y acabando por el cajero. Todos piensan que eres una "calienta pollas" y una "putita de discoteca", que solo te acuestas con los "niños ricos" que babean a tus pies y los utilizas como te viene en gana.

No soy así. Los únicos que babean son ellos, incluido tú, que solo...

Mide tus palabras bonita, o te suelto otra ostia para que vayas madurando y te hagas mujer de una puta vez. Que entre en tu cabecita quien ganó la apuesta y que has de acatar las normas impuestas durante todo el fin de semana. - La interrumpí con una mirada gélida.

Es de cobardes pegarle a una mujer y...

Mira, en eso estoy totalmente de acuerdo. – Volví a interrumpirla. - Y no tengo por costumbre el ir abofeteando a mujeres por ahí. Es más, en este sentido he perdido la virginidad contigo. Y si lo he hecho no ha sido por tu insulto, ha sido para aclararte un poco las ideas y bajarte del pedestal en el que encuentras ubicada. Puedes estar segura que cualquiera de nuestros compañeros te daría de buena gana un par de ostias bien dadas cada vez que nos humillas y nos ridiculizas delante de los demás... y para dejarte claro que vas a cumplir las exigencias de la nota que te entregué una por una sin rechistar lo más mínimo. ¿Entendido?

Sí. – Contestó tras unos instantes con la mirada perdida en su plato.

Bien, pues empecemos. En primer lugar cambia la expresión de tu cara, sonríe, dame conversación y compórtate como si fuésemos unos buenos amigos. No me gusta verte así.

Lo intentaré. – contestó con un susurro.

Lo harás. – Aseveré.

Continuamos con la magnífica cena y empezamos a tener conversaciones más o menos intrascendentes y cada vez más fluidas y amigables. Ambos nos relajamos y las tensiones iniciales se fueron disipando, intercambiando alguna sonrisa e incluso algún coqueteo por su parte y de una forma paulatina mostrándose mucho mas natural y sosegada. Aprecié a lo largo de la cena, que en cuanto nuestras miradas se cruzaban Victoria la desviaba hacia su plato de forma vergonzosa, como si de alguna forma estuviese aceptando todo lo que aquél fin de semana le pudiese deparar. Cuando seleccionamos y disfrutamos de los exquisitos postres, manteníamos una animada y distendida conversación sobre temas laborales. Interrumpí la misma con una pregunta que la hizo sonrojar.

¿De qué color es tu ropa interior? - Sabía perfectamente que era roja, ya que pude apreciarlo a través de la fina blusa que llevaba puesta.

Ro... roja - contestó con sus mejillas encendidas.

Me gustaría verla.

¿Aquí?... Me conoce todo el mundo.

Sí cariño, aquí y ahora.

Miro disimuladamente sobre sus hombros en todas las direcciones posibles, al tiempo que sus temblorosos dedos soltaban de sus ojales un par de botones y se abría discretamente el escote para que pudiese apreciar su prenda íntima, que a duras penas contenía sus preciosos pechos. La prenda en cuestión, era de encajes, con motivos florales, totalmente transparente, Lástima que una de las flores, en cada una de las copas tapaban sus pezones levemente empitonados.

Muy bonito el sujetador, te favorece muchísimo. Tienes unos pechos realmente fantásticos... lástima que los lleves tan ocultos.

Gracias

Las braguitas son del mismo conjunto ¿no?

Sí.

Me gustaría verlas también. Separa discretamente la silla de la mesa y te subes la faldita hasta que se vean. Y no olvides abrir bien las piernas.

Cumplió mis deseos al pié de la letra, y su vergüenza se ponía de manifiesto en su mirada y en la tonalidad de sus mejillas. Las braguitas, eran tipo "bóxer", a juego con el sujetador que permitía apreciar totalmente el vello de su pubis.

Si no llevabas intención de acostarte conmigo, llevas una ropa interior muy sugerente.

Siempre utilizo este tipo de lencería.

Te alabo el gusto, es realmente muy bonita y te favorece muchísimo.

Gracias. – En esos momentos pude apreciar con claridad que estaba "entrando en el juego" que poco a poco iba proponiendo sin mostrar reparo alguno.

Abotónate el botón más bajo de la blusa. – Le indiqué. - Perfecto, ahora quítate el sujetador y guárdalo en tu bolso.

Con decisión hizo el amago de levantarse y la tomé de la mano impidiéndoselo

¿Dónde se supone que vas?

Al aseo, para quitarme el sujetador.

¿No puedes hacerlo aquí, con tranquilidad y con una sonrisa en los labios? – Mas que una pregunta, por mi entonación, era una orden.

Dios mío... me conocen en este restaurante y si me ven pensarán que soy una... – contestaba con una sonrisa en los labios y con un brillo muy sensual en su rostro.

No seas tímida – la interrumpí. – si lo haces con discreción nadie se dará cuenta, solo yo lo estaré viendo. Este rincón es muy discreto, lo elegiste muy bien.

A pesar de su nerviosismo, y del rubor que afloró en sus mejillas, pude apreciar por un instante en que se cruzaron nuestras miradas, un singular destello en sus ojos de lujuria contenida, del placer que estaba aflorando en su interior. De forma natural y muy disimulada, soltó los corchetes posteriores de la prenda y con hábiles movimientos, deslizó los tirantes del sujetador a través de las mangas de la blusa. Finalmente, desabrochando el botón más bajo de la blusa, sacó definitivamente la opresora prenda liberando sus turgentes pechos. Aún mantenía la prenda en sus manos, cuando el atento camarero que nos estaba atendiendo nos preguntó:

¿Los señores tomarán un café o algún licor?

Sí, para mí un café solo y un güisqui de malta con dos hielos y en vaso ancho, por favor. – Contesté sin dejar de mirar a Victoria con una amplia sonrisa en mis labios, sabedor del apuro que en esos momentos estaba padeciendo.

Para mí lo mismo, gracias. Contestó ella con un hilo de voz apenas audible.

En cuanto el camarero se alejó de nuestra mesa, Victoria soltó una carcajada y comentó:

Dios mío que vergüenza, me ha pillado con el sujetador en la mano y se ha puesto bizco mirándome el escote. Espero que no se haya dado cuenta de lo que estaba haciendo.

La risita de "niña mala" que tuvo tras su frase, me confirmó definitivamente que los juegos que le estaba proponiendo eran de su agrado y se dejaba llevar por la situación del momento. En esos instantes, sus ojos tenían unos preciosos destellos y a pesar de los apuros pasados, la notaba sumamente excitada. Su escote mostraba generosamente casi la totalidad de sus voluptuosos pechos y en la fina tela de la blusa se marcaban con nitidez sus ya totalmente empitonados pezones.

¿Cómo te sientes en estos momentos?

No sé explicarlo... es una sensación muy extraña, pero agradable y creo que muy excitante... no sé como puedo definirlo con palabras, pero creo que me gusta.

¿Estás excitada sexualmente hablando?

Sí... nunca me ha pasado por la imaginación verme en una situación como esta... y menos aún que pudiera excitarme. Es una situación muy morbosa y me gusta esa sensación.

Perfecto... continuemos con el juego... ahora quiero tus bragas. Me las darás en la mano, por encima de la mesa.

Estás loco. – contentó con una risa apreciablemente nerviosa.

Sí, estoy loco – Le contesté con una amplia sonrisa - Pero podrás comprobar que esto es solo una pequeña parte de mi locura. Ahora quítate las bragas y dámelas por encima de la mesa, como te he dicho. El camarero no tardará mucho en volver.

Tras una breve mirada a su alrededor, metió sus manos bajo sus falda y con rápidos movimientos bajó sus braguitas hasta las rodillas, donde se engancharon irremediablemente con sus altas botas de pirata. En esos instantes se encontraba en una situación un tanto comprometedora. Finalmente logró su objetivo y apresuradamente, las depositó en mi mano. Noté la calidez de su cuerpo y una humedad en una parte muy concreta de la prenda, sin poder precisar en ese instante si dicha humedad estaba motivada por el sudor o por los flujos de su excitación.

Escóndelas rápido, por favor. – musitó bajando su tono de voz.

Su café y sus güisqui, señorita. La interrumpió nuevamente el camarero, que de forma disimulada perdía su mirada en los pechos de Victoria.

Gracias. – contestó ella.

Caballero, su café y su güisqui. ¿Desean alguna cosa más?

Sí por favor, nos traerá la cuenta. – contesté, al tiempo que me llevé a la nariz la mano en la que portaba el ovillo que había formado con sus bragas, aspirando el embriagador aroma en que estaban impregnadas.

Estás loco, ¿Cómo se te ocurre hacer eso delante del camarero?

Yo estaré loco, pero tú estás que chorreas con nuestro juego.

Sí, lo confieso, realmente estoy muy excitada.

¿Cuántas pollas has mamado? – Le pregunté al tiempo que daba un generoso sorbo al delicioso güisqui de malta.

Unas cuantas, es mi especialidad. – Contesto al tiempo que bajaba su mirada hacia su café tomando sus mejillas nuevamente un color rosado muy intenso.

Eso también me gustará comprobar como lo haces, pero todo a su tiempo. Antes tienes que pasar otras pruebas para ver si eres merecedora de saborear "lo mío".

Caballero, su cuenta. – Nos interrumpió nuevamente el camarero. Tenía el don de situarse al lado de la mesa sin que nos diéramos cuenta ninguno de los dos por donde llegaba.

Hoy invita la señorita. – Le indiqué al mesero.

Perdone caballero... Señorita, la cuenta.

Gracias, anote quinientas pesetas más de propina, (unos tres euros aproximadamente, que en aquella época era una soberana propina), al tiempo que depositaba la visa oro, gentileza de papá, en la bandeja de plata en la que se encontraba la minuta de la cena.

Muchísimas gracias señorita.

Poco después, regresó el camarero nuevamente con el impreso y el "patinete" con el que en aquella época se formalizaban los pagos con tarjeta de crédito, y tras cumplimentarlo con los importes de la cuenta y de la propina, se lo pasó a Victoria para que estampara su firma tras lo cual, desapareció con todos los utensilios.

¿Qué pruebas tengo que pasar para ser merecedora de tu... ?

Ya se me irán ocurriendo, tranquila. – la interrumpí, - De momento veo que te gusta ¿no es así?

Creo que sí. – Contestó con un hilo de voz.

Ahora te vas a los aseos y te maquillas. Por cierto, mueve bien tus caderas cuando cruces la sala y saca pecho. Quiero ver hasta qué punto eres capaz de "levantar pasiones" entre los comensales.

Siguiendo mis indicaciones, se dirigió hacia los aseos de señoras con decisión y contorneando su preciosa figura. Se paró ante una de las mesas y saludó efusivamente a los comensales todos de una edad un tanto madura, quienes la presentaron al otro matrimonio con los que compartía mesa. Tras unos instantes continuó hacia el excusado femenino, perdiéndose tras la puerta. Sabedor cómo iba vestida y conservando parte de su lencería en mi bolsillo, hizo que mi imaginación volara y tuviese una soberana erección. En un gesto casi inconsciente, saqué nuevamente la prenda íntima de mi bolsillo y me lo introduje en mi entrepierna, en total contacto con el miembro viril. Apuré el güisqui y mi mente empezó a tramar los siguientes pasos que hiciese llevar a Victoria a la situación de rogarme, de suplicarme que hiciera el amor con ella. Y para eso, debía conseguir llevarla a la excitación extrema.

Caballero, estas copas son invitación de la casa. – Dijo el jefe de camareros al tiempo que depositaba sobre la mesa dos vasos con hielo y los llenaba con una generosa ración de güisqui de malta, (Cardhu), retirando los vasos y las tazas de café vacías.

Gracias, la cena ha sido una auténtica delicia, exquisita. Felicite de nuestra parte la chef.

Muy amable de su parte caballero, así lo haré saber.

Apareció nuevamente Victoria sorteando las mesas viniendo hacia mí, y tras saludar nuevamente a sus conocidos brevemente, regresó a la mesa con su mirada dirigida hacia el suelo.

¿Quiénes son esos a los que saludaste?

Son miembros importantes del banco, altos cargos próximos al consejo de administración y amigos de mis padres.

¿Les has pedido aumento de sueldo? Podrías pedirles que me aumentasen algo a mí también. - Respondí con tono descaradamente irónico.

Tengo el mismo sueldo que tú, ya que tenemos la misma categoría. Y en eso ni mi padre ni sus amigos pueden hacer nada.

Sí, sí, ya... pero tu tienes una tarjeta "oro" que no se carga a final de mes en tu cuenta... amén de otras prebendas y gastos generales pagados... es lo que tiene ser "hija de papá" – Contesté no sin cierta rabia y envidia mal disimulada.

De eso yo no tengo la culpa y si te fastidia no diré que "lo siento"...

Vale, vale pequeña, tranquilízate. Te pido disculpas si te he molestado. Corramos un tupido velo y olvidémoslo. Por cierto... ¿Dónde me llevarás ahora?

No tenía nada previsto... estaba convencida que después de la cena, cada cual se marcharía a su casa – contestó al tiempo que tomaba un generoso trago de licor.

Me apetece ir a una discoteca y bailar un rato... pero a ser posible a una en que no seas habitual y no te conozcan.

No cejarás en tu empeño de pasar el fin de semana juntos.- Comentó con falsa resignación. – Bien, creo que lo mejor será ir a por mi coche ¿no?

Como quieras, Victoria. ¿Nos vamos? – Le contesté al tiempo que apuraba el último sorbo de delicioso licor que estábamos tomando.

Nos levantamos de la mesa y nos dirigimos hacia la salida, pasando nuevamente junto la mesa donde cenaban los "altos cargos del banco" con sus esposas. Pude apreciar las miradas deseosas y lascivas de los caballeros y la típica hipócrita mirada de las señoras, que cuando decían "adiós, buenas noches", sonaban más a "eres una guarra y una puta". La situación hizo que una sonrisa se dibujara en mis labios.

¿Dónde tienes el coche? –

En el garaje de mi apartamento. No me gusta utilizarlo por ciudad, y sinceramente me aburre mucho conducir.

No te preocupes por eso, ya conduciré yo, si no te importa.

Me harás un favor, de verdad.

Victoria levanto una mano y paró un taxi de inmediato. Abrí la puerta y le cedí la entrada al vehículo en la parte trasera. Cuando subí yo, el taxista estaba con los ojos fuera de sus órbitas por el espectáculo que Victoria le había ofrecido sin poderlo evitar. Tras indicarle la dirección y ponerse el vehículo en movimientos Victoria fue quien inició la conversación con un hilo de voz, susurrándome en la oreja, para que el taxista no pudiera escuchar sus palabras:

¿De verdad me vas a tener "raptada" hasta el domingo a las doce de la noche?

Su proximidad, el cosquilleo que su aliento me produjo en la oreja y la visión de casi la totalidad de sus espectaculares piernas, estaban produciendo en mi auténticos estragos, entrándome ganas de llevar mi mano a su entrepierna, besar sus sensuales labios y follarla como un poseso. Pero, no sin esfuerzo, traté de mantener la cordura.

Me encantaría que fuese algo que nos apetezca a los dos, no como un "rapto" como tú dices. ¿No estás a gusto a mi lado?

No es eso... creo que hemos empezado mal y... – Interrumpió su frase con melancolía, dejando escapar una lágrima de sus preciosos ojos.

¿Y? – la interrogué enjugando su lágrima con mis labios en forma de beso.

Mira, hace mas de tres mese que estoy más tiempo a tu lado que con cualquier otra persona... eres muy atractivo y exótico, quizá por el color de tu cabello, y no lo digo yo solamente... alguna clienta me ha preguntado acerca de ti y les he dicho que tenía novia y que le eras fiel, que yo también había intentado seducirte pero sin éxito...

Sus palabras me hicieron reír de buena gana interrumpiendo sus palabras aún sin se mi intención, cosa que la molestó

¡No te rías que estoy hablando muy en serio!

Perdona Victoria, continua por favor.

El impulso de decirles a esas "lagartas" que eres fiel a tu novia, al principio no entendía el motivo y poco me importaba si te las tirabas o no, pero con el paso de los días me daba cuenta que a las tres de la tarde cuando salimos de trabajar y me dirigía a mi casa, te estaba echando de menos y eso me entristecía. Aunque no lo quería reconocer, me estaba enamorando de ti... tu compañerismo, tu caballerosidad, tu seguridad trabajando, la personalidad tan fuerte y gentil que tienes, tu amabilidad con los clientes y con todos los compañeros incluida yo, a pesar de lo borde que estoy contigo normalmente... todo cuanto haces me encanta, es como si tu fueses mi hombre ideal, mi príncipe azul, ese que todas las mujeres buscamos y muy pocas afortunadas encuentran.

Sus palabras me dejaron anonadado y desarmado totalmente. La franqueza con la que estaba confesando sus sentimientos más profundos hacia mi persona hacía que mi cerebro fuese incapaz de reaccionar, incapaz de encontrar una frase de gratitud, o quizá de ser igual de franco en confesar mis sentimientos hacia ella. No podía, o mejor aún, en esos momentos no quería interrumpirla. Victoria continuó con su monólogo:

Verás, hoy cuando he llegado a nuestra cita he estado más borde que de costumbre, y sinceramente, quería ir a cenar y después desaparecer... pero ahí llegaste tú, con tu humor, con las ganas de siempre de hacerte mi amigo, de complacerme. La bofetada que me diste... he de confesarlo, me gustó que me abofeteases... me la merecía y me volviste loca de placer cuando me exigiste hacer esas locuras en el restaurante, tanto me ha excitado que he sentido la necesidad de masturbarme cuando me has ordenado ir a maquillarme. Antonio has conseguido en apenas tres horas y sin ponerme las manos encima, más que los imbéciles con los que salgo habitualmente con sus vanos intentos de meterse en mi cama.

¡Hemos llegado!, son ciento cuarenta pesetas. – Interrumpió el taxista. (Unos ochenta y cinco céntimos de euro... en aquella época era una "pasta").

Saqué dos billetes de 100 pesetas de mi cartera y se los entregué al chofer, indicándole que cobrara ciento cincuenta.

Accedimos al portal del edificio donde residía Victoria y entramos en el ascensor. Sus palabras retumbaban en mi cabeza dejándome totalmente mudo, totalmente desarmado ante su confesión. Llegamos al último piso sin mediar palabra alguna accediendo a su apartamento... a cualquier cosa le llaman apartamento... todo una ático a dos niveles, con un salón de unos 40 m2 con acceso directo a una terraza impresionante con unas preciosas vistas de la ciudad, una completa y coqueta cocina y un aseo en armonía con el resto. Una escalera de caracol daba acceso a la planta superior, donde contaba con tres amplias habitaciones, cada una con su respectivo aseo.

Dejó caer el bolso sobre uno de los preciosos sofás tapizados en "flor de piel" y se dirigió hacia las escaleras:

Ponte cómodo y si te apetece ponte una copa mientras busco las llaves del coche.

No tardes preciosa, que ya te estoy echando de menos.

Gracias por el cumplido – me contesto con una cantarina carcajada.

Me serví una generosa ración de brandy en copa de balón y comencé a saborearlo mientras salía a la enorme terraza a contemplar sus magníficas vistas. En esos momentos, no tenía ni idea de cómo continuar la velada y menos aún de cómo continuar todo el fin de semana. La confesión que me había hecho en el taxi me dejó totalmente fuera de juego y mis ansias de venganza se habían evaporado. Me encontraba totalmente a su merced y si me hubiese propuesto que me marchase, sin dudarlo ni un instante, me hubiese ido a la pensión donde residía.

Ensimismado estaba en esos pensamientos, cuando la voz de Victoria me devolvió a la realidad.

Ya tengo las llaves ¿ves? – dijo mostrándomelas, al tiempo que tomaba mi copa y dio un buen sorbo de brandy. – Pero antes de marcharnos, me gustaría confesarte algo que nadie sabe.

¿Un secreto? ¿me quieres contar un secreto? – contesté con una irónica sonrisa.

Sí. Es un secreto que quizá nadie se imagina, y mucho menos aún por la imagen y el carácter que habitualmente muestro.

Seré una tumba, si es eso lo que me preocupa.

Te lo agradezco. Verás... Dios, no sé como empezar...

¿Nos sentamos en el velador? – dije distraídamente en un intento de que se calmara y pudiera ordenar sus pensamientos. Nos sentamos juntos en un trabajado banco de madera de teca con unos cómodos y acolchados cojines.

Antonio, cuanto te he dicho en el taxi es cierto, estoy enamorándome de ti, pero eso no es todo. El carácter que muestro normalmente es solamente una máscara...

¿Una máscara? ¿qué quieres decir con eso? - La interrumpí.

Sí Antonio, es una máscara, una imagen de "putita de discoteca", de "niña malcriada" que se siente por encima del bien y del mal, superior al resto de los mortales... pero te juro que realmente, no soy así... casi a diario lloro porque no tengo amigos de verdad en los que confiar, a los que contar mis miedos, mis inquietudes o mis ilusiones.

Pues nadie lo diría. – Comenté en un todo más bien "borde". - ¿Y cual es el motivo para que te muestres así ante los demás?

Soy una chica muy normal, con una educación severa y conservadora pero como podrás suponer con una cierta rebeldía y una fuerte personalidad al mismo tiempo, quizá, por eso de la edad. A los quince años con el grupo de amigas del colegio, comenzamos los primeros escarceos con chicos. Pronto nuestro grupo cogió fama de ser unas "viciosillas", que nos gustaba "mamar pollas" y de ser fáciles de "follar". Y era cierto que mis amigas eran unas auténticas guarras, que se follaban cualquier cosa que llevase pantalones. Todas perdieron la virginidad en aquel curso. Todas menos yo. Sí, mamé alguna polla, y me dejé sobar las tetas por algún chico, pero mi virginidad seguía intacta, aunque la fama de chica fácil, la tenía encima.

¿Y que tiene que ver todo esto con tu actual comportamiento? – Interrumpí

Espera Antonio, ten paciencia y verás como todo es fácil de comprender.

¿Qué será que de siempre cuando una mujer me habla de temas "transcendentes", me llaman por el nombre de pila?... Cada vez que alguna mujer me llama "Antonio", se me ponen los vellos como escarpias.

No podía ser menos que mis amigas y a todos los efectos yo también había perdido la virginidad... en concreto fui la segunda que la perdió, pero como he dicho, "solo de boquilla". Me esforzaba y trataba de ver los genitales a cualquier precio de los chicos de mi curso y cursos superiores, para poder describir como eran sus miembros ante mis amigas cuando les contaba las maratones sexuales que mantenía con ellos.

¿Y como hacía para ver los miembros a los chicos?

Jajajajaja, me las ingeniaba para tratar de verlos cuando se duchaban, después de las clases de gimnasia o tras los partidos de fútbol que hacían. Logré un duplicado de la llave de un pequeño almacén contiguo a las duchas y pude hacer un pequeño agujero por donde "tomaba nota" de sus "cosas", a veces minúsculas y otras con tremendas erecciones.

¿No te entraban ganas de tener relaciones sexuales con esos chicos?

No, sinceramente no. Me horrorizaba pensar solamente que esas cosas pudieran entrar en mi cuerpo. Solo hubo un par de "afortunados" de un curso superior al nuestro que gozaron de una mamada y me tocaron un poco los pechos... pero cuando ellos hablaban con sus amigos no solo "les comía la polla", también me "follaron" por delante y por detrás... Entre los rumores propiciados por mí misma con mis amigas y las "fantasías machistas" de los chicos, puedes hacerte una idea de la "imagen de puta" que tenía en el colegio. Fue ese el motivo por el que comencé a ser una "borde", una descarada que siempre trataba de humillar a todos aquellos que me rodeaban, incluida la familia... quizá sea el motivo que viva sola, porque ni mis propios padres me soportaban.

Después de su confesión, traté de tomar nuevamente las riendas de la situación y ella misma me estaba dando la solución... ahora el "borde" sería yo.

Perdona Victoria, pero ¿a qué viene esta confesión de tu vida sexual juvenil? Hemos venido a por las llaves de tu coche y para ir a una discoteca, ¿no?

Sí, ya las he cogido, pero yo quería que supieras...

¡No quiero saber nada más! – La interrumpí con brusquedad - No me ablandarás el corazón ni pienso marcharme a casa manso como un corderito.

No Antonio, de verdad que no pretendía...

Estupendo que no lo pretendieras, pero ahora nos vamos y cambiamos de temas de conversación, porque ha empezado bien pero se esta transformando en un noche muy "ñoña" y eso a mi no me va.

Como quieras. – contestó sumisa al tiempo que tomó su bolso y comenzamos a caminar hacia la puerta con una expresión en su rostro de tristeza que hizo que me sintiese realmente mal conmigo mismo por mi comportamiento.

Llegamos al parking comunitario, donde tenía aparcado un precioso SEAT 1200 SPORT en color rojo totalmente nuevo. Me tendió las llaves del vehículo, dirigiéndose hacia la puerta del acompañante. Hasta el momento no habíamos cruzado palabra alguna desde que salimos de su apartamento.

Precioso coche tienes. ¿te lo has comprado tú o es un regalo de papá? – le pregunté con ironía.

Me lo he comprado yo, y me estoy pagando el crédito que pedí al banco.

Nunca he llevado éste modelo y siempre he querido probarlo a fondo.

No hagas el burro, solo lleva realizados 700 km y está en rodaje.

Bueno, lo trataré con mesura, jejejeje.

Ya al volante y siguiendo sus indicaciones, nos dirigimos hacia la sala de fiestas que ella había elegido a las afueras de la ciudad. Ese coche era un auténtico tiro y pronto estaba rodando a velocidades más que ilegales (en aquella época, no había radares cada pocos kilómetros ni el tráfico de la actualidad). En unos treinta minutos de conducción llegamos al destino y dejamos el coche aparcado en un amplio aparcamiento destinado a esos efectos. Nos dirigimos a la entrada de la discoteca y como solía suceder en muchas ocasiones, las chicas tenían entrada gratuita y los chicos debíamos pagar la entrada o por un poco más, comprar una botella de licor y así tener las consumiciones "gratis". Nunca he sido bebedor, así que opté por pagar la entrada con derecho a una sola consumición y "dejarme invitar" el resto de la velada por Victoria... en definitiva una apuesta, es una apuesta.

Nunca he venido a ésta discoteca, espero que esté bien – comentó Victoria

Por lo menos ambiente de coches hay... y por lo que se puede apreciar está a tope de gente.

Sí, pero tiene la ventaja que hay varias pistas de baile y en cada una de ellas hay un ambiente distinto.

Pues tendremos que visitar todas las pistas ¿no?

Mirándome a los ojos y con una sonrisa en los labios me tomó de la mano y comenzó a abrirse paso entre el gentío. Los pasillos estaban abarrotados de gente, no había una sola silla o mesa disponible a la vista, en la barra del bar había no menos de 4 filas de clientes, con lo cual acceder a una copa se convertía en una auténtica odisea.

Su mano atenazaba la mía con fuerza mientras, como si tuviese miedo a que la muchedumbre nos pudiese separar, y con su mano libre, a base de empujones trataba de abrirse paso y buscar un rincón donde pudiésemos estar tranquilos.

Quiero llegar a la "pista de música lenta", allí seguramente habrá menos gente que en ésta zona de la entrada. - Me dijo Victoria, levantando la voz por encima de la ensordecedora música y acercando su boca a mi oído, al tiempo que su mano arrastró a la mía hasta dejarla sobre su vientre y pegaba su cuerpo totalmente al mío. Afirmé con un gesto de mi cabeza y totalmente pegados continuamos abriéndonos paso por los serpenteantes pasillos de la enorme sala de fiestas.

Finalmente entramos en una especie de túnel, con muy poca luz, donde se podían apreciar muchas parejas dándose el "lote" al amparo de la penumbra que había en el lugar. Abracé totalmente a Victoria con los dos brazos, pegándome a su espalda. Su culito se movía al caminar e involuntariamente, o quizá a propósito no lo sé, me proporcionaba un placentero masaje en la entrepierna. Al amparo de la penumbra del pasaje, mis manos cobraron voluntad propia y en lugar de permanecer estáticas sobre su tripita, desplazándose una sobre su pubis y la otra fue directa a la base de sus senos siguiendo su contorno marcado por el nacimiento de los mismos.

Victoria detuvo su marcha dejando caer su cabeza sobre mi hombro buscando con su mirada la mía, manteniendo su boca levemente abierta, como una ofrenda sus labios para ser besados por los míos. Dios, la penumbra del "túnel del amor" en el que nos encontrábamos, le hacía parecer mucho más atractiva y hermosa. No pude resistir la tentación y nuestros labios se unieron con un leve roce, como si nos estuviésemos pidiendo permiso mutuamente para hacer brotar la pasión. Repetimos la misma acción otras dos o tres veces más sin dejar de mirarnos a los ojos, hasta que el deseo de los dos explotó y nos fundimos en un tórrido y largo beso lleno de deseo y pasión. Su manos aprisionaron las mías y con una leve presión, me las dirigió hacia sus centros de placer por encima de su ropa, desplazándome ella misma una mano a su pecho y la otra a su pubis protegidos muy levemente por las prendas que llevaba puestas. Comprobé que estaba muy excitada con la situación, ya que sus pezones estaban grandes y duros como dos garbanzos y su bajo vientre, desprendía una temperatura muy poco acorde con la que había en el ambiente.

Así estuvimos unos maravillosos instantes. Cuando nuestros labios se separaron y nuestras miradas se cruzaron, una bella sonrisa apareció en su boca.

Antonio, creo que no me va a importar en absoluto compartir contigo todo el fin de semana.

Lo celebro mucho. Para mí será todo un placer que así sea.

Nos rozamos nuevamente los labios y continuamos caminando a través de "túnel del amor" que nos llevó irremediablemente a una enorme pista de baile, donde la música que se reproducía era de la denominada "lenta", para poder bailar bien apretados. No estaba muy llena y pronto pudimos acomodarnos en un lugar conde el sonido de la música, a pesar de ser muy alto, no molestaba. Sus brazos rodearon mi cuello y los míos rodearon su cintura pegándonos el uno al otro con fuerza y comenzamos a seguir de forma cadenciosa el ritmo de la música.

El roce de nuestros cuerpos y más concretamente de nuestras respectivas entrepiernas, pronto tuvo consecuencias. Mi erección era más que notoria y Victoria, trataba desde el primer momento de encajarse mi miembro de la mejor manera posible entre sus piernas.

Su cabeza reposaba en mi hombro y el cálido aliento de su respiración lo sentía directamente en mi pecho, cada vez más agitado. Obviamente mi excitación, también iba creciendo y pronto mis manos, empezaron a desplazarse por toda su espalda, hasta que mi mano derecha quedó fijada en su apretado y redondo culo. Haciendo fuerza la apreté aún más hacia mi cuerpo y mis inquietos dedos, con leves y sutiles movimientos, levantaban la tela de su falta, hasta que finalmente logré mi objetivo de poder acariciar su piel sin cortapisa alguna.

Victoria levantó su cabeza para mirarme directamente a los ojos. Me dio su consentimiento para continuar con mis fechorías con una sonrisa y volvimos a fundirnos en un apasionado y húmedo beso lleno de lujuria. Mi mano continuaba acariciando su culo con el deseo de poder invadir todas sus intimidades. Llegué a la unión de sus piernas con el culo buscando directamente su entrepierna. El calor que desprendía en esa zona de su cuerpo era casi el de un horno y pronto pude encontrarme disfrutando de su flor, totalmente abierta por su excitación y notoriamente lubricada por sus flujos.

Mis dedos comenzaron a jugar en la entrada de su cálido túnel y casi en el mismo instante, se aceleró notoriamente el ritmo de su respiración. Mi excitación también era notoria y poco disimulable dada la fuerte erección que tenía en esos instantes. Victoria al igual que yo, buscaba mi erección frotando su pubis sobre ella.

Me encanta sentirte así de duro – Me confesó con un susurro al oído.

Y a mi me encanta encontrarte tan deliciosamente suave y mojadita.

Continuamos dándonos una auténtica "paliza" de baile con nuestros cuerpos totalmente pegados, de besos, de caricias y de excitación sexual. Pasaron las horas como si fuesen minutos. Realmente ambos nos calentamos de veras. Yo tenía un sordo dolor testicular, producto de la prolongada erección que estaba teniendo y Victoria, tenía la parte interior de sus muslos totalmente mojados de los abundantes flujos que salían de su cueva. Ambos nos percatamos de lo rápido que había pasado el tiempo cuando todas las luces de la discoteca se encendieron y cesó la música al haber llegado la hora del cierre de la discoteca. Quedamos deslumbrados por la fuerte luz artificial durante unos instantes. Cruzamos nuestras miradas y nos sonreímos con ternura, comenzando a caminar pesadamente hacia la salida abrazados, Victoria ciñéndome la cintura con ambos brazos y yo igualmente por sus hombros. No cruzábamos palabra alguna, pero con nuestras miradas nos decíamos todo. Nuestro deseo era estar solos, continuando manifestando nuestra pasión y deseo de disfrutar de nuestros cuerpos.

Recogimos en coche del aparcamiento y enfilamos hacia la ciudad. Victoria, me abrazaba y dormitaba con su cabeza sobre mi hombro. Cuando llegamos a su apartamento y paré el vehículo en su correspondiente plaza, tomamos el ascensor. Seguimos abrazados, juntando nuestros labios en tórridos besos y acariciándonos mutuamente, sin cruzar palabra alguna. Ya en su apartamento, subimos directamente a su alcoba. Quedamos de frente cogidos de las manos, mirándonos a los ojos y continuamos sin que nuestros labios se abrieran salvo para besarnos.

Poco a poco, con delicadeza, le fui desabrochando los botones de su camisa y Victoria hacía lo mismo con la mía. Por primera vez tenía sus deliciosos pechos totalmente desnudos ante mis ojos y pude contemplarlos deleitándome de su erótica belleza. Continuamos desnudándonos mutuamente hasta quedar tal como vinimos al mundo, observando cada rincón de nuestros cuerpos. Quedé muy impresionado de la belleza y perfección que tenía el cuerpo de Victoria, digno de cualquier Diosa de la mitología griega. De las pocas mujeres que tienen mejor figura desnudas que vestidas.

Nos dejamos caer sobre el lecho que iba a ser testigo de nuestra pasión y del amor, que en esa maravillosa noche nacería entre los dos. Iniciamos nuevamente una sinfonía de besos, de caricias, de deseo y de pasión. No teníamos ninguna prisa en finalizar, pero tampoco la teníamos en comenzar de forma desenfrenada. Como si nos hubiésemos sincronizado en nuestro movimientos, dejamos los hechos se fueran desarrollando sin tener en cuenta el tiempo. No podría concretar ni cuantificar los minutos o las horas que estuvimos manifestándonos el nacimiento de nuestro amor, cuando Victoria, me susurró al oído:

Cariño, ya estoy preparada.

La besé con toda la dulzura que pude transmitirle en mi acción, al tiempo que me ubicaba sobre ella. Nuestros sexos se encontraron por primera vez, empezaron a conocerse mutuamente con leves y excitantes roces y caricias y pronto encontraron el camino correcto para iniciar el acto sublime del amor.

Sin prisa alguna y sí con mucha delicadeza y dulzura inicié las primeras acometidas contra su delicada y húmeda cavidad vaginal, pero mi ariete encontró una frontera que le impedía ir más allá. La miré con sorpresa y ella me respondió con una dulce sonrisa, al tiempo que sus piernas rodearon mis glúteos y con un ágil y brusco movimiento de su cintura, nuestros sexos quedaron profundamente acoplados. Mi sorpresa fue total, tanto por la situación como por su comportamiento en esos instantes. Unas lágrimas salieron de sus, y una sonrisa se dibujó en sus labios.

Esto era lo que te quería confesar cuando vinimos a recoger las llaves del coche, que era virgen y que estaba deseando que tú fueses el primero

No sabía que contestarle ni que decir y ella se percató de mis dudas en ese instantes con unas dulces palabras.

No digas nada Tony, y hazme el amor.

Y vaya si lo hicimos... esa fue nuestra primera gran noche, que se prolongó hasta el lunes siguiente, que nos levantamos a las 6:45 AM para ir a trabajar. Esa misma semana, hice las maletas y me mudé a su apartamento, donde compartimos nuestra vida y nuestro amor durante cuatro años. Las diferencias sociales existentes entre Victoria y yo, hicieron mucho para nuestra ruptura... y mi traslado en el banco, juraría que forzoso. A otra provincia, hizo el resto. No el vuelto a ver a Victoria y a veces, aún la echo de menos a mi lado.