Un amante inesperado

Yo estaba empinada mientras él trataba de penetrarme desesperadamente. Mis caderas estaban protegidas por el vestido corto que llevaba, aún así sentía el frío y el rasguño de sus patas.

Un amante inesperado

Yo estaba empinada mientras él trataba de penetrarme desesperadamente. Mis caderas estaban protegidas por el vestido corto que llevaba, aún así sentía el frío y el rasguño de sus patas.

Sí, es lo que están imaginando. Tal vez este relato debería de encontrarse publicado en la categoría de zoofilia pero decidí que ésta era la apropiada.

Tengo un perro de dos años cuya raza es poco conocida. Físicamente no es muy alto. De temperamento tranquilo, muy juguetón; lo que sí es que su ladrido atemoriza cuando te encuentras en el otro lado de la puerta de entrada a la casa. Siempre está sin cadena. Lo amarro cuando hay que surtir el agua, el gas o cualquier otro servicio que requiere la presencia de gente externa.

Todo comenzó por un comentario que me hizo una vecina una tarde que llegaba yo de trabajar. Ella tiene mi permiso de utilizar el patio de mi casa para tender la ropa que lava. El perro ya la conoce y jamás ha intentado atacarla en alguna forma. Aún así, ella le lleva algunas galletas cada vez que necesita utilizar el patio.

Me refiere que en una ocasión al estar tendiendo ropa una las pinzas se le cayó y fue a dar a la parte inferior de un mueble que utilizo para guardar herramientas. Ella se agachó pero supo que tendría que colocarse de rodillas para alcanzar dicha pinza. Así lo hizo y empinándose lo más que pudo trató de alcanzarla. Fue en ese momento que sintió cómo el perro después de olfatear su trasero se incorporó tratando de tomarla como si ella fuera una hembra, obviamente ella se asustó y como estaba entre el mueble y el can no pudo incorporarse de inmediato por lo que el animal logró lastimarla levemente sobre la espalda y las caderas. Al final ella logró zafarse y después de incorporarse regañó al animal.

En principio imaginar la escena me pareció divertido pero después me pareció una escena cuyo protagonista podía ser yo. Se generó en mí un extraño deseo que trataría de satisfacer la próxima vez que me "vistiera".

Comencé a documentarme al respecto. Me enteré de los riesgos de tener relaciones sexuales con animales y en especial con los perros. Sin embargo lo más importante era que las protagonistas de dichas relaciones siempre habían sido mujeres biológicas ya que para los perros era sencillo poseerlas como si fueran hembras reales. Sin embargo eso no me desanimó y decidí satisfacer mi deseo a mi manera.

Y llegó el día.

Por la mañana llevé al perro para que le dieran un buen baño el cual lo relajó bastante porque durmió durante un par de horas.

Jamás había estado vestido de mujer en presencia del perro así que no imaginaba cuál sería la reacción de éste al verme.

El perro siempre se acercaba a olfatear mi trasero cada vez que salía de la casa y no voy a negar que eso me causaba cierta excitación. Así que para atraer la atención del perro la tanga que utilicé para esa ocasión estaba impregnada de un leve aroma a mi sexo ya que el día anterior la usé durante un buen rato. La excitación de traerla puesta fue tal que quedaron algunos rastros de líquido seminal y para complementar me masturbé de forma que también quedaron rastros de mi semen. Esperaba que el aroma fuera el detonante para excitar al perro.

Después de vestirme y arreglarme por completo me dirigí a la sala y acomodé un cartón y algunas toallas en el piso.

Comenzaba a sentirme excitada.

Ya tenía todo listo así que abriendo la puerta de la casa llamé al perro. Este no tardo en aparecer y al encaminarse hacia donde provenía la voz se detuvo para observarme con cierto detenimiento a la vez que olfateaba al aire. Estaba segura de que trataba de reconocerme. Para animarlo llevaba en la mano una galleta similar a la que la vecina le ofrecía. Comenzó a mover la cola alegremente y sin más se dirigió hasta donde me encontraba. Pero lo engañé. En vez de darle la galleta me incliné hacia él y le hice algunas caricias en la cabeza y en su cuerpo. Este se dejó hacer al tiempo que comenzaba a olfatear mis piernas y el vestido por la parte frontal. Lo solté y retirándome un poco le dí la espalda. No tardo en comenzar a olfatear mi cola con detenimiento. Llevé una de mis manos hacia atrás y levanté el vestido para que lograra hacerlo con más facilidad. Sentí su nariz fría recorriendo mis nalgas. Me agaché permitiendo que éstas se abrieran y de inmediato sentí cómo introducía su lengua. Creí volverme loca. Al tiempo que me hacia cosquillas sentía la aspereza de su lengua sobre mis nalgas; lo hacia de una manera rápida y prolongada.

No lo pensé más. Temía que la galleta lo distrajera así que me dirigí hacia donde se encontraban el cartón y las tollas, me hinqué y me empiné abriendo las piernas para que mis caderas quedaran lo más abajo posible. Estando en esa posición levanté el vestido y toda mi cola quedó expuesta. El perro se dirigió hacia mí y siguió en su tarea de lamer mis nalgas y la entrepierna por donde se encontraban los restos de semen del día anterior.

Me encontraba emocionada y haciendo un esfuerzo logré voltear la cara y vi que el miembro del animal comenzaba a descubrir una punta delgada y roja. La lengua del animal lograba tocar y acariciar mis testículos y mi pene que para esos momentos se encontraba totalmente erecto.

Y llegó el momento esperado.

Se separó de mí y apoyándose sobre sus patas traseras puso las delanteras sobre mi espalda tratando de penetrarme desesperadamente. Obviamente era algo prácticamente imposible. Ambas extremidades resbalaron y se apoyaron en mis caderas las cuales estaban protegidas por el vestido corto que llevaba, aún así sentía el frío y el rasguño de sus patas.

De repente sentí su miembro caliente y cubierto de un líquido espeso entre mis nalgas, y sin esperar más comenzó a moverse rítmicamente detrás mí. Con cada movimiento lograba incrustar parte de la tanga dentro de mi ano. Sin embargo su miembro resbalaba al topar con dicha prenda y chocaba en mis testículos. Sentía un dolor ligero pero no me moví para no desanimarlo.

Su desesperación por no lograr la penetración se hizo aún mayor al grado que emitía algunos chillidos. Me sentí mal por engañarlo de tal forma así que llevando una mano hacia atrás retire la parte de la tanga que se incrusta entre las nalgas y el ano quedo al descubierto.

Ya sabía que cuanto más se excitan los perros su verga se va engrosando dentro de la hembra. Tendría que estar al pendiente de esta situación para no salir lastimada.

Fue entonces cuando después de varios intentos buscando el objetivo logró traspasar mi ano. En principio su miembro me pareció extremadamente delgado por lo que a cada acometida contraía el ano para darle un poco de presión. El líquido que emanaba su miembro había logrado una lubricación tal que sus movimiento de mete y saca eran rápidos y deliciosos.

Mi ano no era virgen. En él había utilizado una gran variedad de consoladores de diferentes largos y grosores. Pero no se comparaban con el miembro del can el cual sentía viscoso y caliente. Sabía que existen chicas que soportan una doble penetración anal pero me parecía algo que yo jamás podría realizar.

Estaba absorta en esos pensamientos cuando sentí un poco más dolorosa la acometida del can. Estaba pasando lo que más temía. Su excitación estaba llegando al punto culminante. Su miembro se ensanchaba más y más. Me relajé lo más que pude y deje de contraer el ano. Decidí retrasar la huida. Quería ver hasta dónde era capaz de soportar la grosura del miembro del can.

El perro estaba frenético. Sus movimientos eran cada vez más violentos y profundos. Mi ano se ensanchaba a la par de su miembro. El dolor se incrementaba lentamente. No me importaba lo que pasara. Mis rodillas también comenzaban a dolerme al estar en esa posición tan cachonda. Cerré mis ojos concentrándome en cómo se veía la escena.

A cada acometida del perro se escuchaba el chasquido de su miembro dentro de mi ano. Estaba segura que era por el semen que estaba derramando dentro de mis entrañas. El ano dejo de dolerme. Había logrado soportar la grosura del miembro. Llevé mi mano al frente y liberando mi propio miembro comencé a masturbarme hasta terminar en mi mano la cual llevé hacia mis labios para saborear mi propio semen.

El perro se quedo completamente quieto. Su respiración era agitada. Sentía que de mi ano escapaba parte del semen derramado y resbalaba por mis piernas. De repente sentí un jalón y el ya monstruoso miembro del can escapó de mi tembloroso ano provocando un ruido similar al que se escucha cuando se descorcha una botella.

El can se desplomó sobre la alfombra y tras sentirme liberada de semejante verga también me deje caer a un lado de él.

A partir de ese día mi fiel perro reemplazó a toda mi colección consoladores.