Un accidente (3)
EL final de la intensa historia sexual entre padre e hija
Lamento el retraso en finalizar, he estado de examenes y no he podido terminarlo antes. Espero que os guste, aquí termina esta serie.
Que no se repetiría.
Qué gran mentira. Aunque, para ser franca, opuso resistencia. Pasaron casi dos meses desde ese encuentro. Y yo no podía hacer más que desearlo. Me llegué incluso a plantear la ninfomanía como causa de la calentura que me carcomía, pero ciertamente, mis intereses sexuales no iban más allá de mi padre. Él por su parte, me evitaba notoriamente. Yo por la mía, trataba de calentarlo. Sé que no estuvo bien, y hoy, me asquea mi osadía. Pero mis hormonas revolucionadas no me dejaban pensar con claridad. O tal vez esa solo sea la excusa que pongo para negar que fuí débil, que yo misma provoqué la situación por que quise hacerlo, por la erótica de lo prohibido, el deseo de lo que no puedes ni debes soñar tener.
Cada vez que coincidíamos, me pegaba a él como una lapa, lo abrazaba, rozando sutilmente su pecho, le echaba el aliento en el oído, susurrando un “papi” de la forma menos infantil y más sucia que era capaz. No disimulaba para nada, lo hacía incluso delante de mi madre y mis hermanas, que en un principio, inocentes, pensaban que mi etapa rebelde había acabado y volvía a ser su mimada. Durante las comidas lo acariciaba eróticamente con mi pie bajo la mesa, pero acababa retirándose apresuradamente, y finalmente, acabo sentándose lo más lejos posible de mi en la mesa. ¿cómo podría echarle la culpa a él de lo que sucedería? Él quiso impedirlo, llegó al punto de evitar entrar en la misma habitación que yo si estaba sola. Se podría decir, sin alejarnos demasiado de la realidad, que lo acosé. Sin embargo, nunca me dijo nada, no me habló para que parase, no me lo echó en cara. Creo que esa fue su cobardía, tenía miedo de no saber que decirme, de no poder decirme que parase.
Y mi madre…he leído muchos relatos sobre incesto antes de atreverme a contar mi historia. Y en la mayoría, las madres no saben nada, viven felices en su ignorancia (en alguno que otro, casualmente acaba uniéndose a la fiesta, muy realista todo el asunto). La mía no era así, desde luego. Sospechaba algo, es probable que no intuyera la magnitud del asunto, pero se daba cuenta de que algo estaba pasando. Probablemente culpaba a mi padre de la situación de tensión, supongo que pensaba que era un degenerado que no podía evitar ponerse cachondo con los abrazos de su hija. Los problemas, las discusiones y el ambiente hostil empeoraron mucho durante todo ese tiempo. Discutían continuamente, y a veces, podía ver los desplantes de mamá ante alguna carantoña o sus miradas gélidas antes palabras cariñosas. Supongo que todo eso acabó hartando a mi padre, que trataba de refugiarse de sus impulsos en una esposa que lo rechazaba de malas maneras. Cada vez que pienso de qué manera acabé arruinándoles la vida, me estremezco. No puedo reconocer en mí a la joven de aquel entonces. Me da asco.
La situación era inestable, estaba claro que iba a estallar en cualquier momento, pero yo solo trataba de acelararlo. No me importaban las consecuencias, solo satisfacer ese deseo de él que había ido creciendo en mi y que ahora era incapaz de controlar. Mis insinuaciones era más que obvias, solo tenía que esperar una reacción por su parte.
Y llegó, por supuesto.
Como ya he dicho, desde el último incidente, papá me evitaba continuamente. No nos habíamos quedado a solas ni una sola vez, bien lo procuraba él. Sin embargo, y a veces pienso que el destino se divierte jugando con las situaciones que crea, surgió la oportunidad. Ese domingo, mi hermana mayor se fue a una reunión familiar con su futuro esposo y mamá se llevó muy temprano a mis otras dos hermanas para ayudarla a pintar y remodelar el local que había alquilado para poner su propio negocio. A mí me dejó el día libre pues tenía un examen final al día siguiente, y a pesar de su reticencia a dejarme ir a la universidad, me permitía estudiar. Así que, esa mañana, cuando me levanté, estábamos solos. Yo no lo sabía, y supongo, que por la sorpresa que demostró al verme desayunando en la cocina, el tampoco.
Se quedó parado un momento en la puerta, pude ver la indecisión en su rostro. Una parte de él quería huir de mi despavorido. Sin embargo, entró adustamente y me saludo con un lacónico “buenos días, hija”, tratando de fingir normalidad.
—Buenos días… “papi”— no sabía cómo, pero había conseguido que ese calificativo cariñoso tan usado, en mi boca sonase con una autentica invitación sexual. Lo miré y me llevé el tazón de leche a los labios, sorbiendo despacio. Realmente, mi forma de incitarlo era casi inconsciente. Sin querer queriendo, como diría ese famoso personaje de televisión.
El trataba de mostrase sereno, maduro, pero la tensión era palpable. En algún momento de lucidez, pensé que deberíamos sentarnos, hablar y zanjar este asunto. Me asustaba que esa situación se prolongase indefinidamente y acabar perdiendo a mi padre. Sin embargo, pronto borré ese pensamiento de la cabeza. La pequeña parte de razón que me quedaba, me gritaba que parase, sin embargo, el restó me empujaba a continuar, a seducirlo.
—¿Por qué no estás con tu madre?—preguntó evitando mi mirada. Se dirigió a la nevera, buscando la leche, pero no la encontró. Yo me levanté, solícita, a darle un brick nuevo, mientras le comentaba lo de mi examen. Abrí el paquete y le pegue un sorbo.
—Me encanta la leche cuando no está fría…—le dije sensualmente, relamiendo mi labio inferior. La verdad, mi aspecto no era precisamente erótico: despeinada, con una camiseta vieja y ancha que me llegaba casi a las rodillas (heredada de mi tio, creo recordar). Me senté en la banqueta de la cocina, cruzando las piernas lentamente, y me incliné hacia él observándolo. Parecía muy incomodo.
—Creo que voy a salir— me comentó.
—¿Dónde vas a ir?
—Con tu tio…—me sentí decepcionada, no quería estar conmigo. Así que decidí jugármelo todo de una vez.
—Me evitas ¿verdad papá?— me levanté y me acerqué a él, quedando a escasos centímetros—¿ porque me evitas? ¿Ya no me quieres?
—Claro que te quiero— pareció dudar, antes de continuar— por eso te evito, mi vida. Por que…
—¡No lo entiendo!—me acerqué mucho más a él, comencé a acariciar su pecho con la yema de mis dedos— yo te quiero, papá…y…y…quiero…—busqué sus labios con delicadeza, apenar rozándolos.
—No tienes nada que entender… —me apartó bruscamente, dándome la espalda. Temí que se fuese y me dejase allí, pero no lo hizo.
—Desde lo que paso el otro día…papá yo no puedo parar de pensar el ello…
—Deberíamos olvidarlo…
—Pero no quiero olvidarlo…quiero…más—Él se giró, sorprendió por la confesión. Probablemente no esperaba tanta franqueza. Sus ojos reflejaban indecisión, una parte de él quería llevarme a su cama y hacérmelo todo. Se lo estaba pidiendo, al fin y al cabo—todas las noches…siempre pienso en ti…me toco…—me volví a acercar a él, cerró los ojos, respiraba pesadamente, tratando de controlarse ante mis insinuaciones. Me armé de valor y dirigí mi mano hacia sus genitales, a la vez que lo besé. Él se quedó estático unos segundos, para seguidamente, agárrame con violencia de la cintura y profundizar el beso. Su paquete empezó a crecer ante mis caricias. Su boca empezó a recorrer mi cuello con avidez, su manos me apretaban casi hasta hacerme daño…un gémido escapó de mi garanta, y susurré suavemente “mmm, papá…”
Nada más decir eso, el se quedó petrificado un momento y levantó ligeramente la cabeza para mirarme. Parecía haber salido de un trance. Empezó a apartarse de mí, pero yo lo agarré fuertemente y empecé a suplicarle:
-No, no, nooo…quiero hacerlo, por favor, sigue, papá, quiero seguir…— PLAF. Me quedé estupefacta. Me dio una bofetada. Con fuerza, no como para hacerme mucho daño, pero me dejó perpleja. Su mirada era fúrica, nunca lo había visto así. Me dio verdadero miedo, por un momento pensé que me daría una paliza. Y nadie podría decir que no la tenía bien merecida ¿cierto?
Salí de la cocina apresuradamente, hacia mi habitación. Las lágrimas habían empezado a surcar mi cara: vergüenza, odio, frustración. Era una vorágine de sentimientos. Sin embargo, no pude terminar de subir la escalera, papá me agarró de la mano y me empotró fuertemente contra la pared. Y me besó, como nunca, jamás, me habían besado. Violento, fuerte, ansioso…Ni siquiera atiné a responderle.
—Eres una zorra— me insultó, mientras manoseaba mi cuerpo bajo la vieja camiseta—una zorra que solo sabe pensar con…esto— me pellizcó la vulva suavemente
Yo era incapaz de pensar, la lágrimas aún empapaban mi rostro, no se si lloraba de miedo o de felicidad. Me asustaba la forma en que me hablaba , los insultos; su mirada desquiciada, lujuriosa.
—Esto es lo que quieres ¿no? Te da igual quien, aunque sea tu padre. Solo quieres que te follen ¿verdad puta? Que te toque el botoncito…
Mientras hablaba, metió su mano en mis bragas y comenzó a jugar con él clítoris, atrapándolo entre su pulgar y su índice y girando. A pesar del desconcierto, mi respiración comenzó a agitarse.
— Quieres orgasmos ¿ehh? ¿quieres placer? ¿te da morbo que se tu padre el que te lo de? Pues los vas a tener, niña— Sacó su mano de mis bragas y me dirigió, algo menos bruscamente, hacia arriba. Yo creía que íbamos a su habitación, pero me dirigió hacia el baño. Me soltó, y se me quedó mirando. Sonrió, una sonrisa dura y libidinosa.
— Quítate la ropa y metete en la bañera.
— ¿Qué vas…?
— ¿Que te metas!. Y abre bien las piernas, ponte mirando hacia a mí.
Me coloqué como me dijo, aunque la postura era bastante incómoda. Coloqué las piernas encima del borde de la bañera, pero me dio vergüenza exponer mi vulva de ese modo. El se acercó y me las abrió con rudeza. Le dio al agua y cogió el teléfono de la ducha, desenroscándolo y dejando que el agua saliese por un único chorro, con gran fuerza.
—Verás que bien —me dijo, antes de dirigir le chorro, con toda su potencia, directamente hacia mi clítoris. La sensación era demasiado intensa, así que trate de cerrar las piernas. Él las mantuvo bien abiertas, moviendo el chorro de arriba abajo, desde el clítoris a la vagina, aunque regulo un poco la fuerza.Tampoco quería torturarme.
Enseguida, intensas oleadas de placer me sacudieron. Estaba siendo genial, la estimulación continua del chorrito aceleraba el placer, de forma que iba aumentando progresivamente, sin interrupciones. Comencé a mover las caderas desordenadamente, a gemir roncamente, los ojos cerrados y la cabeza hacia atrás, buscando el chorro a ciegas con mi clítoris. El placer cada vez se hacía más y más intenso, estaba extasiada. Y entonces, justo cuando estaba llegando al orgasmo, retiró el chorro. Le supliqué entre gemidos que no parase ahora, que me dejara llegar. Entonces, él se inclinó hacia el clítoris, lo rodeo con sus labios y lo succiono.
Extasis. Es la única palabra con la que puedo describirlo. Jamás, en toda mi existencia, había tenido un orgasmo tan intenso. El tiempo debió pararse en ese instante, el placer invadía hasta el último rincón de mi cuerpo. Fé de ello fue el fuerte gémido que escapo de mi garganta, gutural.
Papá siguió lamiendo toda mi vulva, de arriba abajo, sujetando mis piernas, que temblaban descontroladas. Un momento después de ese estallido, me corrí. Ni siquiera sabía que las mujeres eyaculaban, nunca me había pasado antes. Pense, por un momento, que me estaba orinando. Pero mi padre no solo no paró, asqueado, si no que recogió con su boca cuanto pudo de la abundante secreción, sin parar de darme placer, que iba disminuyendo en intensidad, hasta que mi respiración emepzó a regularse y el contacto con su lengua empezó a molestarme ligeramente.
—Pa…para ya.
—¿Qué pare?— levanto la cabeza, mirándome extrañado. Ya no había rabia, si no lascivia, deseo, desenfreno. Me ayudó a salir de la bañera, mis piernas aún temblaban visiblemente. El sonrió, satisfecho. No sabía que iba a pasar ahora, pero me dirigió a su habitación. Yo estaba completamente desnuda y empapada.
—Túmbate— me ordenó. Yo obedecí. Estaba totalmente relajada, extenuada, diría. Lo observé detenenidamente, pude ver que estaba excitado. Quise incorporarme para tocar su pene, pero no me dejo. Me volvió a tumbar y se arrodillo a mi lado. Entonces, comenzó a besarme. Esa vez no había dureza en el beso, solo deseo. Comenzó a bajar, se entretuvo un buen rato lamiendo, succionando y mordisqueando suavemente mis pezones. Para ese instante, la excitación estaba volviendo con rapidez. Él bajo la mano y la paso a lo largo de mi vagina, mostrándome después sus dedos empapados.
—Te está gustando ¿ehh?
—Sí…pa…—no me atreví a llamarlo papá. Temía su reacción. Él lo notó y me besó de nuevo.
—Decirme papá no va a hacer más que ponerme más cachondo—me susurró—dímelo— me ordenó mientras volvía a bajar a mi vagina. Comenzó a mover sus dedos suavemente sobre mi hipersensible clítoris, para después volver a enterrar su cabeza en mi bajo vientre, volviéndome a dar intensas oleadas de placer.
—Papá…ohhh papi…sí…—gemía. No podía creerme que lo que tanto había deseado, por fin se estuviese haciendo realidad. Pero aún necesitaba más, lo necesitaba entero, dentro. Me regaló otro orgasmo enseguida.
—Gime más bajo, zorrita, que tenemos vecinos— por alguna razón, que me llamase zorra me ponía a mil. Estaba inmersa en un frenesí descontrolado, solo una idea pasaba por mi cabeza. Tomando yo la iniciativa, me incorpore y lo arrastré. Me monté encima de él y empecé a desnudarlo, enredando mis dedos en el vello de su pecho. El pareció sorprendido, pero se dejo hacer. Le quite los pantalones y deje su pene, erecto como un másti, al aire. Pase mi dedo por la punta, empapada de un líquido claro. Y, de repente, lo lamí. Él soltó todo el aire de golpe y llevó sus manos a mi cabeza, empujando hacia abajo. Había leído algo de las famosas “felaciones”, pero me asustaba hacerlo mal.
—¿Quieres que…te?
—Por favor…
—Enséñame, nunca lo he hecho papi.
Comenzó a indicarme como quería que lo hiciera. Lamí hacía arriba, llegando al glande, en círculos, a rozar con mis labios, hasta que finalmente, lo devoré. Papá gemía sutilmente, me agarraba la cabeza y empujaba. Al fin, lo dejé con un chupetón en la punta. Y pensar que hacía unos 18 años, yo salí de ahí. Ese pensamiento envió una descarga placentera a mi vagina. Simplemente, otra razón más para adorar esa polla.
—¿Qué haces? ¿Por qué paras?— preguntó algo urgido.
—No quiero que acabes ya. Quiero…métemela papi.
—¿No tienes suficiente con lo que ya te he dado? No me parece buena idea …si pudiésemos aguantar con esto…
—¿no quieres?
—Joder, niña, ahora mismo es lo que más quiero…pero si podemos aguantar solo con esto, sin llegar a mayores…
Era lógico. Bueno, dentro de la extraña lógica en la que un padre le come el coño a su hija y la hija se la mama a su padre. Si no consumábamos el acto, si no terminábamos con todas las de la ley, no se sentiría tan culpable. Al fin y al cabo, nadie podía decir que nos acostábamos, solo nos quitaríamos la necesidad del otro, nos daríamos placer ¿Por qué no? Era una buena solución. Pero esta vez, no fui yo la irracional. Quise aceptar, en serio. Pero mientras trataba de convencerse a sí mismo, me miraba. Y de alguna manera, creo que estaba imaginando como sería penetrarme. No lo aguantó.
Bajé, iba a seguir chupándosela. Pero me detuvo bruscamente y me tumbó en la cama. Creo que lo oí susurrar “ a la mierda”, aunque no podría asegurarlo.
Me abrió de piernas y, sin preámbulos, introdujo un dedo, y después, otro. Me dolió ligeramente, aunque no demasiado.
—Eres virgen—afirmó. Imaginé que ese hecho lo detendría. Sin embargo, volvió a sorprenderme— ¿quieres que sea tu padre el que te folle por primera vez?
Sonreí y asentí, claro que quería. ¿Cómo esperaba que le contestase que no mientras movía sus dedos en mi interior? Los sacó y se situó encima de mí. Estaba un poco asustada, había oído muchas historias sobre el insoportable dolor de la primera vez. Pasó su pene varias veces a lo largo de la vulva, lubricando bien la entrada, y comenzó a entrar. Lo hizo varias veces, entraba un poquito, y salía, lo repetía de nuevo, entrando cada vez un poco más. Hasta que lo hizo. Entró de golpe, sentí algo rasgarse en mi interior. Se quedó quieto un momento, esperando alguna reacción. No puedo decir que era como me esperaba. Sentí un ligero quemazón, pero no dolor con todas sus letras. Tampoco placer, siendo sinceros. Él comenzó a moverse rítmicamente, despacio, sin embargo, tardé un rato en comenzar a sentir algo placentero. Él respiraba fuerte, me susurraba obscenidades y palabras de cariño. Me decía lo mucho que me deseaba. Nos besamos. Muchas veces. Es una de las cosas que mejor recuerdo, los besos. Más que el placer, más que el sexo en sí. Creo que llegué a estar enamorada de él en algún momento, un amor adolescente, hormonado, pero amor. O tal vez prefiera pensar eso.
Al final, acabamos. El primero yo unos segundos después. Me inundó las entrañas con su semen. En adelante, tendría más cuidado, pero en ese instante todo quedo dentro de mí. Su semen, el mismo que me había dado la vida. La sensación era indescriptiblemente extraña.
Nos quedamos tumbados, él dentro de mi, recuperando poco a poco la cordura. Temía que pasara como la otra vez, pero no lo hizo. Estuvimos así mucho rato, hasta que al final, se tumbo en su lado.
—Este será nuestro secreto ¿no?
—¿Qué? Yo pensaba ir contándole a todo el mundo…
—Es en serio, si alguien se entera…
—Nadie se enterará…pero…¿lo…lo volveremos a hacer?—pregunté ansiosa. Aún me quedaba mucha necesidad de él. Pareció dudar un momento, cerró los ojos y se masajeo las sienes.
—Ya veremos.
Y lo hicimos, vaya si lo hicimos. Cada vez que podíamos. Como nos resultaba difícil quedarnos solos en casa, tomó la costumbre de, al menos 2 veces a la semana, irme a recoger al colegio en su camión. Luego aparcábamos en algún sitio alejado y…bueno, podéis imaginarlo. Me gustaba hacerlo en su camión. Era un lugar exclusivamente suyo, me gustaba la sensación de seguridad cuando lo hacíamos allí, sin prisas, recreándonos.
Sin embargo, empezamos a arriesgarnos cada vez más. Una noche, me vino a buscar. En principio la idea era irnos al camión, pero acabamos atrancando la puerta de mi habitación, restringiendo gemidos, haciéndolo con prisas. Eso se convirtió en algo común. Poco a poco, comenzamos a ser más descarados. Una vez incluso, nos arriesgamos con toda la familia despierta en la planta baja. Yo me fui a duchar y él dijo que se iba a dormir un rato la siesta. Nos metimos los dos en el baño. Ese día ha aparecido en mis sueños eróticos incluso después de todo lo que pasó. El morbo de que nos podían pillar, los intensos orgasmos. De hecho, perdí la cuenta de cuantas veces llegué al climax en menos de media hora.
Nos convertimos en amantes, en adictos el uno del otro. Esta situación duró medio año, aproximadamente. Y como ya he dicho, mi madre no era estúpida. Yo estudiaba para los exámenes finales, y los nervios me carcomían. Hasta entonces, solía apaciguarme masturbándome un rato (mi ya exacerbado deseo sexual se multiplicaba en esas épocas), pero desde que tenía a mi padre, le sugería que me visitase.
Creo que mamá se olía todo el asunto. Se llevó a mis hermanas con ellas a la tienda, dejándome a solas con papá ese sábado. No puedo asegurar que volviese para pillarnos, o que lo planease, pero no me extrañaría. Cuando se fueron, casi me faltó tiempo para ir y salta encima de él, sobresaltándolo. Él estaba medio dormido aún, así que bajé , quitándole los pantalones con esfuerzo, y empecé a comérsela, despacio, saboreando. Él se dejaba hacer, mientras crecía poco a poco en mi boca. Tenía cuentas de hacerle una buena mamada mañanera, tendríamos el resto de la mañana para seguir. Pero a él tenía otros planes. De un tirón me tumbó en la cama y me arrancó la ropa interior, mientras reía. Sin más preámbulos, comprobó que estuviese lubricada y comenzó a penetrarme. Yo, deleitándome en que estábamos solos, gemía con potencia, desquitándome por las veces que no podía hacerlo.
—Ahh, papi, si…más…ahh…papá, joder,sigue, sigue…máaas…
—Baja la voz, mi niña, que tenemos vecinos…ummm
—Por mi continuad, parece que os estáis divirtiendo.
La voz de mi madre calló sobre nosotros como un jarro de agua fría, dejándonos petrificados. El miedo y el placer se mezclaron. Me giré y la vi, allí, con lagrimas en los ojos, rabia, odio, tristeza…se sentía traicionada.
—¿Te la tiras desde que es muy pequeña? ¿Por eso es tu favorita? Por dios, dime que no antes de los 8 años.
—¿Qué? No, yo nunca…no es lo que parece—consiguió articular él. Aún estaba dentro de mi, conmigo petrificada, a horcajadas sobre él.
—¡Ja!—exclamó amargamente— ¿ te atreves a negarlo? Ni siquiera le has sacado la polla todavía, cabronazo…¿y tú?—preguntó mirándome a mi, incrédula. Yo no pude más que mirarla, era incapaz de articular palabra.
Mamá se giró y se fue corriendo. Papá la siguió: me tiró en la cama, sacándomela de golpe, dejándome allí, sola mientras me retorcía en un tremendo orgasmo. Mi cuerpo me traicionó, no puedo decir otra cosa.
Después de eso, nada volvió a ser igual. Esa fue la última vez que estuvimos juntos. Él se fue de casa, tras una tremenda discusión, y ella, me retiró la palabra.Antes, le conté toda la verdad. Creo que tenía la esperanza de que él hubiese abusado de mí. De que el consentimiento tan evidente que escuchó fuese fruto de la costumbre, de un lavado de cerebro de años…pero cuando se lo conté, rompí su última esperanza. Cayó en una enorme depresión, que extrañó a todos los que conocían el fuerte carácter de mi madre. Solo nosotros tres sabíamos los motivos, claro, no lo contó jamás. Tras mi declaración, dejo de hablarme totalmente. Me odiaba. No me echó de casa, y sé que nunca lo habría hecho, pero acabé por irme a vivir con mi tio, que me recogió sin hacerme preguntas. Hoy en día, si soy algo en la vida, es gracias a él.
Menos de un año después, mi madre se suicidó. La depresión pudo con ella. Y la culpa me perseguirá hasta que muera, jamás podré perdonarme. Mis hermanas recelan de mi. Saben que la depresión de mi madre fue culpa mia. Nadie les ha confirmado nada, pero no hace falta ser un genio para atar cabos. Nos vemos un par de veces al año, en alguna reunión familiar.
Y mi padre…a eso viene contar esta historia. No lo ví en más de 6 años. Para ese entonces, yo ya no era una chiquilla hormonada, tenía la cabeza más que puesta en su lugar. Me dio asco. No él. Yo. Ambos…Todo se había roto. No podía ver en él más que a un viudo cincuentón. No lo reconocía. Nos vimos esporádicamente, en algún compromiso familiar, y fui a su boda con una enorme solterona. Sé que siguió en contacto con mis hermanas, aunque tampoco en exceso. Creo que pudo rehacer su vida, en cierta medida.
Murió antes de ayer. Me gustaría haber podido despedirme de él, pedirle perdón, escuchar sus razones…pero ya no puedo hacerlo.