Ultrajada por desobediente

Era una noche especial. La mejor fiesta del año se iba a celebrar esa noche, y Mariana no pensaba perdérsela por nada del mundo; aun cuando su madre, Zoila, le había prohibido terminantemente asistir.

Era una noche especial. La mejor fiesta del año se iba a celebrar esa noche, y Mariana no pensaba perdérsela por nada del mundo; aun cuando su madre, Zoila, le había prohibido terminantemente asistir debido a las bajas calificaciones de su hija en la última entrega de notas. Y es que Mariana estaba en esa edad; y todo su interés lo enfocaba en divertirse, dejando de lado casi todo lo relacionado con el instituto; al punto de estar próxima a reprobar el año y tener que repetirlo.

Pero una fiesta como a la que la habían invitado, era una oportunidad única en su vida. Todas sus amigas iban a estar ahí, todos los chicos populares del instituto, incluso los de los últimos años.

Mariana: ¡Pero mamaaaaaaaá! ¡Todos mis amigos van a ir! Incluso Andrea, y sabes los estrictos que son sus papás.

Zoila: ¡Marial, ya! No vas a ir y punto. Se acabó. Tienes que aprender que tus decisiones tienen consecuencias.

Mariana: [murmurando] Consecuencias tus nalgas, vieja puta.

La chica habló en tono muy bajo mientras hacía una rabieta y subía a su habitación corriendo. Su madre, que alcanzó a escuchar el comentario de su hija, solo suspiró y se quedó recordando cuando era más pequeña y cómo de niña jamás la había desobedecido ni faltado el respeto; pensando ¿Qué pudo haber cambiado en ella?

Mariana, en su habitación tomó su iPhone y comenzó a mensajear con su amiga Carla. Entre ambas acordaron un plan para lograr que Mariana fuera a la fiesta. Iba a esperar a que su madre se retirara a su habitación, y se iba a escabullir por la puerta trasera, Carla y su novio pasarían por ella en auto y los tres irían a la fiesta.

"El plan perfecto" pensó Mariana. Iría a la fiesta, la pasaría de maravilla, bailaría, se fajaría con algún chico (o algunos) y regresaría por la madrugada cuando su madre ya estuviera dormida. Su padre había salido por trabajo a otra ciudad, y no llegaría hasta el siguiente día.

Mariana comenzó a escoger la ropa con la que iría a la fiesta. Se decidió por una falda corta entallada arriba de las rodillas, color negro con un pijazo frontal. Una blusa blanca, también entallada, de manga larga, sin hombros y que dejaba al descubierto su ombligo y su plano abdomen adolescente. Luego, se puso a escoger la ropa interior que llevaría, debía ser especial por si se le antojaba mostrársela a algún afortunado.

Se probó primero un conjunto de cachetero de algodón, rosa con adornos en fucsia, y un sostén color crema con relleno, que hacía ver sus pechos aún más grandes. Se vio en el espejo, modeló, pero pensó que ese conjunto la hacía ver muy infantil, así que lo desechó. Se probó entonces un conjunto más provocativo, un cachetero de encaje negro semitransparente al frente, y un sostén a juego, con tirantes delgados y de broche frontal.

Nuevamente se vio en el espejo tratando de imaginarse la reacción de alguno de los chicos de último año al verla vestida así. Vio en detalle su cachetero, notó como se transparentaba levemente su vello púbico, perfectamente recortado. Puso sus manos en su cadera y fue subiendo poco a poco, palpando su plano abdomen, hasta llegar a sujetar sus senos por encima del sostén. Se veía muy bien, pero algo no terminaba de convencerla.

Se cambió nuevamente, y esta vez escogió un conjunto que consistía en una diminuta tanga blanca de encaje, con tres tirantes a cada lado y una figura de mariposa en la parte posterior, que caía en una pequeña tira de tela que se metía completamente entre sus nalgas. Sin sostén, para que la blusa le marcara aún mejor sus perfectos pechos. Sabía que con el frío de la noche se marcarían sus pezones. Se vio en el espejo, acarició sus nalgas y su conchita por encima de la tanga; y sintió una leve corriente eléctrica.

Se vistió, dio un último vistazo a su conjunto y sonrió. La ilusión estaba completa. Parecía una puta fina, y eso le encantaba.

Llegó la hora acordada con su amiga. Se cercioró que su mamá estuviera en su cuarto, y salió muy silenciosamente por la puerta de atrás. Su amiga Carla y su novio la esperaban afuera. Cuando Carla la vio no pudo evitar sorprenderse un poco, y le chifló como signo de admiración.

Carla: ¡Uyy! Mamitaaaa, jajaja.

Mariana sonrió mientras daba una vuelta para modelarse su conjunto. Se subió en la parte de atrás del auto, y emprendieron el viaje.

Llegaron a la fiesta cuando ya había ambiente. La música sonaba fuerte. Los chicos y chicas bailando, las luces, el DJ. Realmente era la fiesta del año.

Mariana comenzó a bailar con cuanto chico quiso. Ella bailaba contoneando su cuerpo juvenil al ritmo de la música, pegaba sus tiernas nalgas a la entrepierna de su pareja de turno; mientras estos aprovechaban para pasar sus manos por sus muslos desnudos, acariciando la parte interna para luego subir y sujetar sus pechos. Mariana jugaba con los chicos, les ofrecía su culito, luego lo retiraba. Se dejaba sobar una teta y luego se alejaba. Pasaba su mano por la entrepierna de los chicos, palmando sutilmente la verga de cada uno; buscando quizá una que despertara su imaginación.

Le encantaba calentar a los chicos, a todos, y se sentía poderosa al ser ella la que escogía a quién de ellos dejaba ir más allá. La noche pasó. Los chicos que habían bailado con Mariana, solamente podían ver cómo después de calentarlos los cambiaba por otro. Eran las 3 de la mañana. Carla y su novio hacía tiempo se habían ido, seguramente a coger, pensó Mariana. Los chicos más vagos estaban tirados de borrachos, las demás parejas estaban "ocupadas", y muchos chicos ya se habían ido.

Mariana salió buscando a alguien que pudiera llevarla a casa; pero muchos estaban muy ebrios, y no le dio confianza. Vio entonces a uno de los chicos con quien estuvo bailando, se dirigía hacia su auto y no parecía estar ebrio.

Mariana: Oye, oye. Disculpa, mi amiga me trajo, pero creo que se fue con su novio, y no tengo cómo regresar a casa, ¿podrías llevarme?

El chico que ya había abierto la puerta del conductor, la cerró y se acercó a ella.

Chico: Hey. Te llamas Mariana, ¿no? Soy Daniel. Voy en último año.

Mariana: Sí, lo sé. Juegas en el equipo de fútbol.

Daniel: Sí. Oye, te ves muy bien esta noche, me divertí mucho bailando contigo.

Mariana: [Un poco nerviosa] Gracias. Oye, en serio, ¿puedes llevarme? Mi mamá me mata si se da cuenta de que no llegué a dormir.

Daniel: Claro, claro, yo puedo llevarte. Pero qué te parece si antes pasamos por un lugar que conozco y nos... divertimos un rato; podemos terminar lo que empezamos mientras bailábamos.

El chico se acercó a Mariana, invadiendo su espacio personal y sujetándola por la cintura mientras la atraía hacía él intentando besarla.

Mariana: ¡¿Qué haces?! ¡Suéltame!

Mariana lo empujaba, rehuyendo el beso, hasta que logró zafarse del abrazo del chico. Le dio una cachetada fuerte.

Mariana: ¡¿Qué te pasa idiota?!

Daniel: [Sobándose la mejilla] Púdrete maldita puta. Esto no se va a quedar así. Te aseguro que esta me la pagas.

Daniel dijo esto mientras volvía a su automóvil. Arrancó y se fue de prisa.

Mariana se dio cuenta de que no iba a poder encontrar a nadie que la llevara a casa. Todos estaban ebrios o con sus parejas. Se sobaba sus brazos, abrazándose a sí misma para calmar un poco el frío de la madrugada. Lo pensó por varios minutos, no podía llamar un taxi, ya que a esa hora le cobraría una fortuna, y tendría que pedir dinero a su mamá para pagarle; o peor, el taxista podía intentar abusar de ella. El Uber tenía el mismo problema, además no tenía tarjeta de crédito por ser menor de edad. Intentó llamar a Carla, pero sonaba apagado.

Mariana: Pff, mierda. Tendré que caminar hasta casa.

La casa de Mariana quedaba a tres kilómetros de ahí, pero simplemente no encontró otra alternativa, así que comenzó a caminar. Se arrepintió de llevar tacones de aguja.

Las calles estaban desoladas. El camino era apenas iluminado por las lámparas de la calle. Mariana caminaba a prisa, con los brazos cruzados. Solo el sonido de sus tacones se escuchaba. Iba muy nerviosa, y preocupada además de poder llegar a tiempo a su casa. De pronto, se escuchó el ruido del motor de un auto que se dirigía en su misma dirección. Mariana volteó algo asustada, pero no pudo ver de quien se trababa por el reflejo de las luces.

Comenzó a caminar más a prisa, intimidada por el conductor. Sintió un alivió cuando vio que el auto cruzó en la esquina desviándose de donde ella estaba. Mariana suspiró aliviada. Faltaba casi medio kilómetro para que llegara a su casa, pero antes tenía que atravesar frente a una gran área verde, que, por la hora y la soledad, era atemorizante.

Mariana iba caminando más lento. Los tacones y el casi trote que había estado haciendo la habían cansado. Se detuvo un momento en una banca cercana, necesitaba recuperar el aliento. Se disponía a continuar su camino cuando de la nada sintió una presión en su cuello desde atrás.

La habían tomado con una soga gruesa y la estaban ahorcando. Su atacante tiró tan fuerte que pasó a la chica por encima del respaldo de la banca, y la arrastró como si de un animal se tratara hacia la oscuridad del parque.

Mariana forcejaba, tratando de quitarse la soga del cuello. Su atacante le dio una patada en el estómago que le sacó todo el aire e hizo que una bocanada de fluidos saliera por su boca. La chica se encogió en posición fetal por el dolor, dejando un momento su forcejeo; lo que le dio la oportunidad al atacante de controlar la situación.

El sujeto aprovechó la casi inconsciencia de la chica para ponerla boca abajo. Colocó sus manos en la parte de atrás y las ató con un amarre de plástico para cables que llevaba en una mochila. Le colocó también una mordaza de boca abierta para evitar que pudiera cerrarla, y una pinza en la nariz impidiendo que pudiera respirar por ahí. Así, la chica solo podía respirar la boca, lo que le impedía hablar o gritar, al mismo tiempo que dejaba su boquita a disposición del atacante.

Luego, buscó en su mochila y sacó una cámara de video, de las usadas para grabar deportes extremos; y la colocó en un trípode grabando, apuntando hacia la chica. Mariana comenzaba a recobrar la consciencia. Intentó ponerse de pie, pero los amarres y lo deslizante de la grama húmeda se lo impidieron, cayendo de frente.

Sujeto: [Con vos enronquecida y profunda] Quieta, putita.

Mariana se giró sobre cuerpo, y pudo contemplar por primera vez a su agresor, iluminado tenuemente por la luz de la noche. Parecía de complexión normal, vestía un conjunto de ejercicio, pants y sweater color negro sin ninguna marca. Llevaba puesto un pasamontaña también negro, que no dejaba ver su rostro. La expresión de Mariana era de pánico.

El atacante comenzó a caminar hacia ella, y esta trató de arrastrarse huyendo de él, pero era impensable que pudiera escapar. El sujeto se arrodilló junto a ella y sacó un cuchillo enorme. Mariana comenzó a llorar, sus lágrimas se derramaban copiosamente por sus mejillas; mientras que en el rostro de su atacante se dibujaba una sonrisa.

El sujeto tomó su blusa por la parte del vientre, y la rasgó con el cuchillo hasta el final. Los pechos perfectos de la chica quedaron al descubierto, sus tiernos pezones se veían endurecidos por el frío de la noche, coronados por unas pequeñas areolas color rosa claro.

El enmascarado comenzó a chuparlos esos suculentos senos. Primero uno, luego el otro. Mientras devoraba uno con su boca, acariciaba el otro con su mano, solo para volver a cambiar luego. Chupaba esos pezones deliciosos, los mordía, juega con ellos con su lengua.

Comenzó a bajar su mano derecha, tomó la pequeña falda de la chica y la subió de un tirón hasta dejar ver la tanga blanca, la última protección de su conchita. El atacante comenzó a acariciar esa tierna conchita por encima de la tanga. Hacía presión, como si quisiera romperla e introducir sus dedos.

Mariana se revolcaba. Sus ataduras, la posición y el peso de su atacante le impedían escapar. No podía gritar. Solo podía llorar desconsoladamente.

Su atacante hizo a un lado la tanga de la chica y al fin tuvo vía libre para acariciar sus suaves labios con sus dedos. Piel con piel. Metía su dedo índice entre los labios, sobándolos, arriba, abajo, dos dedos, arriba, abajo. Se dedicó a meterle mano cuanto quiso, metió dos dedos en el interior su vagina, los metía y sacaba violentamente. Mariana lloraba. Le dolía. El sujeto sonreía. Le gustaba.

Luego, el sujeto se puso de pie. Mariana contempló horrorizada lo que venía. El sujeto sacó su verga erecta, sin quitarse su pantalón. La chica sabía lo que venía. Aun sabiendo que no podía escapar, Mariana giró sobre su cuerpo y como pudo inició a dar unos pasos; hasta que su atacante le dio una patada en su pierna izquierda lo que la hizo caer fuertemente sobre su costado.

El sujeto se abalanzó sobre ella, se situó en medio de sus piernas, Mariana pataleaba. Poco le importaba a su atacante. Arrancó el tanga de la chica, sujetó su verga desde la base, la apuntó directo a la conchita de la chica y la penetró de un solo golpe.

Mariana: ¡Mmmmmmmmmmghhghhh jmmm jmmm nnnnnnaghhhh!

El violador sujetó las tetas adolescentes de la chica y comenzó a cogérsela violentamente. Le metía su verga hasta los huevos, solo para volver a sacarla. La cogida era violenta, dura. En cada embestida la chica sentía su mundo caer. La falta de lubricación y la violencia de las embestidas originaban un terrible ardor en lo más íntimo de ser.

El hombre no decía nada. Solo gruñía como una bestia en celo. Las embestidas se hacían más fuertes. Más rápidas. Adentro. Afuera. La cabeza de la verga llegaba a lo más profundo, mancillando las paredes vaginales de la chica; mientras sus manos amasaban sus tetas, apretándolas y rasguñando su blanca piel.

Mariana ya no se retorcía. Se había resignado a su desgracia. La violación que estaba recibiendo parecía no tener fin. Pasaron casi 20 minutos de una cogida bestial, no era solo una violación por lujuria, era una violación con odio, con saña.

Cuando el sujeto se aburrió de cogerse a Mariana por la concha, decidió darle vuelta y ponerla en cuatro. Al percatarse de sus intenciones, la chica intentó una vez arrastrarse lejos de su violador. Debilitada por el dolor de los golpes, de la cogida, sin poder respirar bien, cegada por las lágrimas y el rímel corrido, Mariana se arrastraba como un bulto. Su atacante sacó entonces de su mochila una macana de policía y le dio dos golpes contundentes en la espalda de la chica.

Mariana: ¡MMMMMMMJJJMMMMMJMMM! ¡NNNNNAAAAGGGGHHHH!

Sin fuerzas ya, el atacante pudo poner a la chica su antojo. Puso su cabeza hasta el suelo y le levanto el culo dejándolo paradito. Con ambas manos abrió las nalgas de la chica, dejando su virginal culito expuesto. Puso su verga en la entrada y comenzó a metérsela sin contemplaciones. De un solo empujón se la hundió hasta que sus bolas chocaron con la concha de su víctima.

Comenzó otro mete - saca violento. Duro y sin piedad, el atacante penetraba una y otra vez el culo de la chica. Esta no podía hacer nada más que llorar, no podía pensar, solamente sentía el dolor de su culo al ser abierto violentamente por una verga extraña. El sujeto tomó a Mariana del cabello, y tiró hacia atrás haciendo que la cabeza de esta y su torso quedaran en el aire, sin poner usar sus manos como soporte, la chica sentía una tensión que se volvió dolor en su espalda y hombros.

Fue otra bestial cogida por el culo de la chica. La violación parecía no tener fin. El atacante puso a Mariana de costado sin sacarle la verga de su culo, y continuó con su mete - saca. Adentro. Afuera. Adentro. Afuera. Mariana estaba ida. Con la vista perdida hacia la nada. Ya no emitía ni un sonido, ni quejidos.

Esto pareció enojar a su atacante que se salió del culo de la chica, buscó nuevamente en su mochila y sacó un paralizador eléctrico de defensa personal. Mariana solo pudo ver cómo su violador se acercó, tomó de nuevo la macana puso el paralizador en uno de sus pezones y lo activo.

Mariana: ¡AAAAAHHHHHHHHGGGGGGGGGGGMMMMMMMMMMJJJMMMMMM!

Mariana lanzó un grito que hubiera despertado a los muertos, de no ser por la mordaza que llevaba. Las lágrimas, la pinza en la nariz que le impedía respirar, tener la boca abierta y el llanto incontenible hacían que la boca de la chica se llenara de saliva, dificultándole respirar y haciendo que la baba saliera copiosamente.

El violador levantó entonces una de las piernas de la chica y comenzó a meter la macana de policía por el culo maltrecho de esta. El garrote, considerablemente más grueso que la verga del sujeto, terminó de rasgar las paredes del culo de la chica. Pero poco le importó al atacante, continuó metiendo violentamente la macana, cuando la sacó, salió disparada una mezcla de sangre y heces que cayeron en el césped.

El sádico juego continuó otras horas más, en las cuales el violador hizo y deshizo lo que quiso con la chica. Enterró la macana en el suelo e hizo que la chica se la metiera por la concha cabalgándola. Electrocutaba los pezones y el clítoris con el paralizador. Pellizcaba sus pezones. Escupida en su cara. La abofeteaba. Todo, mientras la cámara de video seguía registrando cada humillación recibida. En un momento, el violador metió su verga en la boca de la chica; siendo imposible para ella cerrar la boca, el sujeto continuó cogiéndosela por la garganta cuanto quiso; hasta que finalmente se corrió dentro.

Chorros y chorros de espeso semen fueron a caer directamente en la garganta de la chica; lo que provocó aún más dificultad para respirar. Para terminar, el sujeto la hizo hincarse, con las piernas abiertas y la obligó a verlo directamente hacia su verga. A punto de desmayarse por el cansancio, Mariana sintió entonces cómo un chorro de orina caliente comenzó a caer en toda su cara, por sus tetas, su vientre, empapando su falda y su cabello; hasta que acabó, y Mariana cayó tendida sobre su propio costado.

Ahí estaba la chica, violada por todos sus agujeros, con el culo roto, empapada de orina, y con el semen de su violador en su estómago. Tendida sobre el césped frío y húmedo en la madrugada. Vio como el sujeto recogió todos sus implementos. La desató con el cuchillo, quitó su mordaza. Vio como guardaba el tanga en la misma mochila. Por último, y para que reaccionara, el sujeto vertió un chorro de licor de una botella sobre la cara de la chica, lo que hizo que esta recobrara un poco el conocimiento.

Así de improviso como inició su ataque, el violador desapareció con las últimas sombras de la madrugada. Mariana se puso en pie como pudo, se acomodó su falda, se puso su blusa y la sujetó al frente con sus manos. Comenzó a caminar lentamente hacia su casa.

Cuando llegó a su casa eran las 6:40 de la mañana. Su mamá estaba en la cocina preparando el desayuno. Mariana se escabulló por la parte de atrás de la casa, como tantas veces lo había hecho. Subió a su cuarto despacio, sin hacer ruido; se quitó toda la ropa, se duchó, se puso un pijama y se acostó a dormir. No importaba que su mamá tocara la puerta para hablarle, al no responder ella pensaría que seguía enojada por no dejarla ir a la fiesta.

La mamá de Mariana había terminado de desayunar sola, su hija no había abierto la puerta cuando le fue a hablar. Estaba de frente al fregadero lavando los platos en la cocina, cuando un sujeto apareció detrás de ella. El mismo tipo que había atacado a su hija momentos antes, vestido con su conjunto para hacer ejercicio color negro, su pasamontaña y su mochila.

El sujeto se acercó lentamente por atrás, y abrazó a Zoila por la cintura.

Esta sonrió mientras se giraba.

Zoila: Mi amor, ¿Cómo te fue? ¿Qué tal estuvo?

Pregunto Zoila mientras rodeaba con sus brazos el cuello del sujeto, y le daba un beso en los labios.

Sujeto: [Quitándose el pasamontaña] Buenos días amor. Salió mejor de lo que pensamos.

Zoila: ¿Crees que sospeche algo?

Sujeto: No, no lo creo. Casi no hablé, y cuando lo hice fingí la voz. Además, estaba muy oscuro. Y ella cree que estoy en un viaje de trabajo, ¿recuerdas?

Zoila: ¿y qué le hiciste, cuéntame, y no omitas detalle?

Sujeto: ¿No prefieres verlo?

Zoila: ¡Noooo! ¿¡Lo grabaste?! Muéstramelo.

Sujeto: Lo tengo todo grabado, con lujo de detalle.

Zoila: ¿Y la pastilla que tomaste para aguantar más? ¿No se te pasó el efecto?

Sujeto: Para nada. Es más, mira como ando todavía.

Dijo el sujeto mientras ambos miraban su entrepierna, en la que se apreciaba aún una gran erección.

Sujeto: ¿Quieres que vayamos a la habitación y terminas lo que nuestra hija inició?

Zoila: Mmmmm, si mi amor. Sube, y enseguida estoy contigo.

Dijo la mamá de Mariana mientras acariciaba la verga de su esposo por encima del pants.

El esposo de Zoila subió a su habitación.

Zoila se quedó un momento en la cocina. Mientras rosaba su concha por encima del short de su camisón. Recordó por un breve momento a quien le había dicho que debía castigar a su hija, e incluso le dio instrucciones precisas para hacerlo. Era raro, ese hombre le había dicho la forma de corregir a Mariana, y a pesar de lo extremo, a ella le pareció una gran idea; tanto que convenció a su propio esposo de violar a su propia hija. Ese hombre de traje y corbata negros impecables, con una máscara de plata sin ningún rasgo facial cubriendo todo su rostro; parecía que tenía algún poder sobre ella, que la hacía querer hacer todo lo que Él le ordenara. Pronto lo vería de nuevo, y como siempre, ella haría cuánto Él le pidiera.

La madre de la chica salió de sus pensamientos, y se encaminó hacia su habitación en busca de su marido, mientras pensaba para sí misma:

Zoila: Así aprenderá esta putita malcriada a respetarme y a darse a respetar. Vamos a ver si se atreve a seguir desobedeciéndome.