Ultra Femdom
Un intenso relato de dominación y sadomasoquismo Femdom, Amas y esclavo.
El esclavo varón estaba de rodillas, desnudo por completo, con las manos esposadas tras la espalda.
-¡Acércate, esclavo! –Comando una autoritaria voz femenina, propia de una mujer joven pero dominante.
El esclavo se volvió a un lado y elevó su vista, buscando en la dirección de dónde había provenido la voz. En la sala se hallaba un elegante diván victoriano, cubierto con tapetes bordados de colores marrones, con labrados de hilos de oro.
Recostada sobre el diván estaba una hermosa mujer. Se hallaba recostada de costado como una sirena, sosteniendo su mejilla en una de sus manos. La mujer era una pequeña y preciosa latina de piel bronceada y cuerpo voluptuoso, vestida con un ajustado y corto vestido rojo, de cuyo escote parecían querer escapar un par de grandes senos redondos. Su largo cabello negro y rizado lo llevaba suelto y libre.
Sus piernas estaban desnudas, no llevaba medias, y sus lindos pies se encontraban descalzos. Abajo en el piso, junto al diván y sobre una gruesa alfombra oriental se hallaban un par de sandalias de cuero rojo de tacón alto.
-¡Lady Ixchell te ordenó que te acercaras, esclavo! –Exclamó otra mujer.
La que había hablado era una joven que se hallaba de pie junto a la chica latina del diván. La mujer de pie era una preciosa japonesa, no muy alta de estatura, de tersa piel blanca y largo y suelto cabello negro, iba vestida con una blusa blanca y una ajustada minifalda negra. Calzaba botas de cuero negro con caña hasta la rodilla y de tacones altos. Sus manos iban cubiertas con guantes cortos de cuero, con guardas de acero en el dorso de las manos.
El esclavo se acercó excitado ante la vista de las dos nuevas damas.
-Yaoji, castiga a ese esclavo insolente por su tardanza en obedecer. –Sentenció Ixchell.
La japonesa se plantó frente al hombre de rodillas.
Se puso las manos en la cintura y le observó desde arriba, altiva. A continuación le cogió con una mano por el mentón y le levantó el rostro para encararle. Le dio una ligera palmada en la mejilla y después le cruzó el rostro con una sonora bofetada que le volteó la cara para un lado.
-Voy… a… castigarte… -Dijo en voz baja y lenta la cruel Yaoji, que a cada pausa le soltaba una nueva bofetada.- Cada… vez… que… cometas un error… ¿Entendiste?
El esclavo asintió con su cabeza.
-Buena respuesta, tú no debes hablar nunca. Jamás dirigirás ni siquiera una palabra a una Ama, responderás solamente cuando se te ordene hacerlo, para que respondas a una pregunta directa, y responderás afirmando o negando con tu cabeza. Eres un animal y los animales no hablan ¿Entendiste?
El esclavo 3117 asintió de nuevo.
-Bien. –Dijo sonriendo Yaoji.- Ahora, ¿Sabes cuantas bofetadas acabo de darte?
El hombre tragó en seco, claro que no había pensado siquiera en contarlas, movió su cabeza de lado a lado indicando negación.
-Esa fue una falta grave. Tu único objetivo en tu miserable vida es servir a tus Amas, es tu deber permanecer atento cien por ciento a todo lo que nosotras digamos o hagamos. Para complacernos no debes dejar pasar ni siquiera el mínimo detalle.
Al terminar de hablar la chica le dio otra bofetada al rostro, esta vez más dura que las veces anteriores. Fue un tremendo golpe con el dorso de la mano, donde el guante de cuero negro llevaba la guarda de metal.
A continuación le dejó ir varios golpes de igual intensidad. Cada bofetada la daba alternando sus manos, golpeándole un lado diferente de la cara.
Cuando por fin Yaoji paró el rostro del hombre estaba cubierto de sangre. Un hilillo rojo descendía desde su nariz y de un lado de su boca, chorreándole el mentón para ir a caer sobre su pecho desnudo.
El hombre podía paladear el sabor metálico de su sangre dentro de su boca.
Yaoji se plantó de nuevo frente a él, manos a la cintura.
-Ahora, esclavo 3117, dime ¿Sabes cuantas bofetadas te he dado?
El hombre asintió. A pesar del suplicio había estado atento a llevar las cuentas. La sádica joven japonesa le había propinado veinticinco bofetadas.
La chica sonrió de manera maligna.
-Ahora dime ¿Cuántas bofetadas te di?
El esclavo se quedó en suspenso. Antes le había ordenado que no podía hablar ¿Cómo se suponía iba a contestar? No sabía cómo actuar, no podía hacer señales con sus manos pues las tenía esposadas tras la espalda.
Yaoji pateó el piso con la punta de su bota. Parecía impaciente. Sus muslos se veían perfectos, delicados y de tersa piel blanca, apenas cubiertos por la minifalda negra.
-¡No puede contestar! –Dijo Ixchell que observaba la escena recostada sobre el diván victoriano en su posición de divina sirena.- Se supone que es un animal ¿No? No tiene sentido que le mandes a hacer algo que no puede. No deberías castigarlo por eso.
Yaoji se detuvo de nuevo frente a su esclavo.
-¡No! –Replicó categórica la cruel asiática.- Un animal merecería mi compasión. Tendría algún derecho. Esta basura, es menos que un animal. No posee ningún tipo de derecho, es menos que una estúpida cosa, es menos que el polvo en el casco del más vil de mis caballos.
La chica cogió otra vez el mentón del hombre con su mano enguantada.
-¡Voy a castigarte muy duro cada vez que no puedas obedecer una de mis órdenes! ¡No me importa la razón por la que no puedas cumplirla! ¡No me importa si es tu culpa o no!
Yaoji procedió a abofetearlo de nuevo, golpe tras golpe con el dorso de la mano.
El esclavo sentía el rostro en llamas, sangraba por la boca y la nariz, se sentía aturdido. Esa mujer había actuado de una manera excesivamente cruel e injusta.
El castigo duró buen rato mientras en la calma del amplio salón decorado estilo victoriano, acorde a la arquitectura de la casa, resonaban estrepitosas las bofetadas.
Al fin, cuando la japonesa paró, el esclavo tenía el rostro rojo, su rostro estaba cubierto en sangre, la cual manaba de algunas cortaduras en las mejillas, pero que salían en abundancia de su nariz y boca, y se chorreaba por su pecho. La sangre goteaba sobre la alfombra de intenso color escarlata, formando pequeñas esferas como rubíes brillantes.
Yaoji fue hacia una mesita para coger unas toallas de papel desechable. Con la toalla se puso a limpiar sus manos enguantadas que se había manchado de la sangre del hombre.
-¡Acércate, esclavo! –Ordenó Ixchell, que continuaba en el diván, recostada como toda una Diosa.
El hombre obedeció. Avanzó de rodillas, con todo su rostro dolorido.
-¡Quédate quieto! ¡Ahí, frente a mí, esclavo!
No obstante el dolor que sentía, el hombre sentía una especial excitación al ser llamado esclavo , era apasionante escuchar esa palabra dirigida a él y salida de los sensuales labios de una bella y sádica dama como la que estaba enfrente.
El satinado vestido de seda roja de Ixchell se ajustaba de maravilla a su voluptuoso cuerpo. Sus piernas desnudas exhibían una preciosa piel morena y tersa, y sus pies descalzos eran increíblemente hermosos. Poseía unos arcos perfectos, las plantas de sus pies lucían una suave piel tersa. Sus deditos se veían deliciosos, con uñas perfectas laqueadas con brillo color natural.
Junto al diván al alcance de la mano de la joven se hallaba una mesita de madera tallada con primorosos relieves, encima descansaba una caja de música. Era una primorosa caja de madera negra con una muñequita encima, una damita de porcelana que llevaba un vestido blanco de época. La muñequita llevaba sombrero de verano y largos guantes largos, y en una de sus manos sostenía una fusta negra. La figura de un hombre desnudo servía de alfombra a la pequeña dama.
Sobre la mesa, junto a la caja de música, se hallaba una botella de vino tinto con un lazo negro y un par de copas, además de dos libros gruesos, uno con tapas de cuero rojo, y otro con tapas de tela rosada.
En tanto, el hombre se mantenía en silencio, cabizbajo, con su rostro ensangrentado. Observaba con adoración los hermosos pies descalzos de la muchacha.
Ixchell se dio cuenta de adonde dirigía la vista el esclavo. Ella estiró sus pies de manera sensual, moviendo sus deliciosos deditos.
-Lámeme los pies, esclavo. –Ordenó Ixchell con voz seductora.
El hombre se aproximó a ella, manteniéndose de rodillas, se inclinó y deslizó su lengua sobre la planta de uno de los bellos pies.
El pene del esclavo comenzó a pulsar, aún más erecto e inflado que de costumbre. El sabor y el olor de los pies de la mujer le parecían exquisitos. Continuó lamiéndoselos como si fuese un perro, deleitándose.
-Así, perrito.- Dijo Ixchell.- Lame los pies de tu Diosa. Despacio. Pasa tu lengua entre mis dedos.
El esclavo obedecía gustoso.
Yaoji había acicalado bien sus guantes ya, enrolló en una bolita la toalla de papel y la arrojó dentro de una papelera de madera oscura.
-Tal parece que el esclavo está disfrutando con su tarea. –Dijo la japonesa, ella caminó hacía un escritorio y abrió un cajón, del interior sacó una bola de acero, grande como un balón. La bola de acero iba conectada a una corta cadena de acero en cuyo extremo había un par de anillas de metal.
La japonesa caminó hacía el diván, las pisadas de sus botas de cuero negro de tacón alto eran amortiguadas por la mullida alfombra de terciopelo rojo.
Ella llegó junto al esclavo y se inclinó de cuclillas. Le cogió las bolas con una de sus manos enguantadas.
-Se supone que los esclavos no tienen permitido ningún tipo de goce. Todo pare ellos debe de ser sufrimiento.
El hombre se detuvo, expectante.
-¡No te he dicho que te detengas! –Exclamó Ixchell.- ¡Continua adorando mis pies!
Él continuó lamiendo los hermosos pies de la mujer, aunque estaba en tensión por la cercanía de la princesita japonesa que le tenía cogido por los huevos. Ella le apretó las bolas un poco haciéndole gemir.
-Es sorprendente el poco esfuerzo que se requiere para dominar un hombre. –Comentó Yaoji.
La japonesa comenzó a jalarle los testículos para abajo, estirándoselos.
El esclavo luchó por mantenerse firme lamiendo los pies de su Ama. Los dedos de Yaoji se cerraron con un poco más de fuerza prensando las bolas suaves e indefensas. A continuación le enganchó las dos anillas de acero al extremo de la cadena conectada a la esfera de acero, cada anilla aprisionó por la base cada uno de los testículos por separado. Yaoji soltó la bola que cayó quedando colgada de la tensa cadena amarrada a las anillas.
El hombre gruñó de dolor.
La japonesa se puso de pie.
-Ves, así te enfocaras más en servir a tus Amas, es mejor que sientas dolor en lugar de que sientas placer. –Explicó Yaoji, mientras le desencadenaba las manos que el hombre tenía esposadas tras la espalda.- ¡Ahora ponte como un perro, a cuatro patas, y continua adorando los pies de lady Ixchell!
El esclavo obedeció, quedando a gatas, mientras lamía y relamía los pies de la mujer. La bola de acero colgaba libre entre sus piernas, tirando de sus testículos de manera dolorosa.
Yaoji se llevó las manos a la cintura, sonrió y dio una pequeña patadita a la bola, con la punta de su bota. Las esfera osciló como un péndulo, arrastrando tras de sí los testículos del hombre.
-¡Deja de gritar! –Exclamó Ixchell, que había cogido el libro grueso de tapas de cuero rojo, lo había abierto y poniéndolo sobre el diván comenzó a leerlo.- ¡Me molesta que los esclavos hagan ruido!
La japonesa continuó dando pequeños golpes a la esfera de acero, causando dolor al esclavo, el cual suspiraba en silencio ahogando sus gemidos. Cuando por fin la cruel chica se cansó del juego tomó asiento sobre la espalda del hombre, montándolo como a un caballo. La muchacha tomó el libro de tapas de tela rosada y se puso a su vez a hojearlo sin mucho interés.
Entre tanto el esclavo se esmeraba, lamiendo las plantas de los pies de su Diosa, besando sus empeines, chupando cada delicioso dedito que metía dentro de su boca. Pronto se adaptó al dolor en los testículos, causados por las anillas de acero, que se los estrangulaban bajo el peso de la bola de metal que parecía una bala de cañón antiguo.
Pero lamer los pies de la mujer le excitaba mucho. Sentía unas ganas enormes de masturbarse ahí mismo, de masajear su miembro de manera salvaje hasta explotar bañando con su leche caliente esos hermosos pies femeninos.
Contra una de las paredes se hallaba un gran reloj de pedestal, cuya carcasa era un cajón de madera negra. Un péndulo plateado oscilaba dentro, visible a través de una ventilla larga de cristal. El reloj marcaba el paso del tiempo, los segundos se deslizaban con lentitud.
-Ya es suficiente. –Dijo Ixchell, cerrando su libro.- Al menos es un buen lamepies ¿Deseas probarlo?
-No, gracias. –Dijo Yaoji, que cerró a su vez su libro.
Ixchell se incorporó, tomando asiento al borde del diván.
-¡Cálzame con mis sandalias, esclavo! –Comandó la bella muchacha latina.
El hombre cogió los zapatos, se sentía muy excitado cuando las mujeres le daban órdenes, era emocionante ser tratado como esclavo.
Con gran cuidado calzó a la Diosa, colocándole las sandalias de tacón alto de cuero rojo. Le ajustó la tira de cuero con la hebilla de oro que sujetaba las sandalias tras de los tobillos.
Ixchell se sentó cruzando sus espectaculares piernas.
-Quiero comenzar con su entrenamiento como alfombra humana. –Dijo Ixchell.
-Me parece bien. –Dijo Yaoji sonriendo, mientras apartaba de su rostro un largo mechón de su suelto cabello liso.
Ixchell se puso de pie.
También Yaoji se incorporó, levantándose de la espalda del esclavo donde había permanecido cómodamente sentada. Cogió del suelo una cadena que estaba enrollada junto a la mesa y la enganchó al collar del esclavo para usarla como correa.
Tirando de la correa Yaoji hizo avanzar a gatas al esclavo. Ixchell iba tras de ellos.
Subieron unas escaleras que conducían al segundo nivel de la mansión. Arriba el suelo era de tablas de madera pulida, por lo que los tacones altísimos de las botas y de las sandalias de Yaoji e Ixchell respectivamente sonaban con fuerza mientras caminaban. Era un sonido amenazador pero al mismo tiempo excitante.
El esclavo avanzaba a gatas por el pasillo, contemplando a la Diosa japonesa que marchaba frente a él. Las botas de caña hasta la rodilla, de vertiginosos y afilados tacones, hacían respingar más el hermoso trasero de la Ama, apenas cubierto por su diminuta minifalda.
Las muchachas le llevaron al interior de un lujoso dormitorio, de piso de madera pulida, con una enorme cama en el centro, cubierta con sábanas de seda negra, la enorme cama era de madera negra con altos pilares que se alzaban a los cuatro extremos.
La recamara estaba cargada con decoraciones, en su mayoría predominaba el negro y el rojo, las cortinas de las ventanas eran negras, así como la madera de los muebles, un tocador, un baúl con guardas de oro, estantes y mesas.
Yaoji e Ixchell le llevaron junto al borde de la gran cama.
El miembro del esclavo comenzó a bambolear, presa de la excitación que sentía. Tal vez las damas deseaban usarlo para usos sexuales. Hasta ahora la castidad había sido y continuaba siendo, insoportable.
Sobre el piso de madera, junto a la cama, habían empernadas, cuatro argollas de metal plateado, puestas a suficiente distancia para encadenar a un hombre.
La japonesa ordenó al esclavo que se acostase de espaldas, extendiendo sus piernas y estirando sus brazos sobre su cabeza. El suelo de madera era duro y estaba frío. Las chicas le afianzaron conectando las argollas del suelo con las anillas de los grilletes del hombre que llevaba en las muñecas y los tobillos. En poco tiempo estuvo bien inmovilizado y sujeto al piso.
Ixchell fue la primera en subírsele encima. Lo hizo plantándole sus sandalias sobre el abdomen del esclavo, descansando todo su peso sobre él, se le paró encima como si él fuese una alfombra y no un ser humano. Los afilados tacones de aguja de la mujer se enterraban con crueldad en la carne del hombre.
Yaoji haciendo otro tanto le plantó una bota sobre el pecho, presionó hacia abajo y luego se subió encima, plantándole el otro pie encima. Los afilados tacones de aguja de las botas causaban mucho dolor.
El pobre esclavo gemía respirando con dificultad, soportando sobre su pecho todo el peso de una Ama y sobre su abdomen, el pesor de la otra. Pero no obstante la vista era maravillosa, desde abajo podía apreciar a la Diosa japonesa en toda su hermosura.
Las dos chicas se pararon frente a frente y se tomaron de las manos para ayudarse a conservar el equilibrio. Entre risas comenzaron a cambiar de posición, pisando al esclavo por todos lados. Las chicas caminaban sobre él pisándole sin piedad. Al levantar sus pies y retirar sus tacones quedaban sobre la piel del hombre marcas rojo oscuras, pequeños hematomas que quedaban como señales del cruel juego.
Ahora Ixchell estaba parada sobre los pectorales del hombre, de espaldas, de manera que el esclavo podía contemplar las hermosas piernas desnudas y el trasero ceñido por el corto vestido satinado de seda rojo.
Yaoji estaba de pie frente a ella. La japonesa estaba parada sobre el abdomen superior del hombre. Las chicas se juntaron abrazándose. Acercaron sus rostros, juntaron sus labios y comenzaron a besarse con gran ternura.
Las dos Amas se acariciaban y besaban con pasión mientras el miserable esclavo sufría bajo sus pies.
Ixchell, la belleza latina era bajita de estatura, por tanto se paró en las puntas de los pies para acercarse más a la japonesa, que era nada más un tanto más alta. Las puntas de las sandalias de tacón alto se hundieron en las costillas del esclavo.
Yaoji acariciaba la espalda y la cadera de su compañera, con sus manos enguantadas en cuero negro. Le cogió la parte posterior del vestido de seda rojo y lo deslizó hacia arriba sacándoselo sobre la cabeza. La bella latina quedó casi desnuda, vestida nada más con un diminuto bikini rojo de seda, a juego con sus sandalias de tacón alto.
El pene del hombre apuntaba al cielo como una torre, palpitando, injustamente incapacitado para poder eyacular.
Ixchell comenzó a desabrochar los botones de la camisa blanca de la japonesa. La joven llevaba un corpiño negro de seda, que hacía resaltar la blancura de sus pechos, tiernos y firmes, de suave piel.
Las chicas estrecharon sus cuerpos en un fuerte abrazo y se besaron de nuevo en los labios, se besaban de manera profunda, jugueteando con sus lenguas.
-¿Quieres dar unos saltos? –Preguntó juguetona Yaoji a su compañera.
-¡Sí! –Contestó la latina, asintiendo.
Las dos chicas se bajaron del hombre.
La japonesa se quitó la blusa y la falda, para estar más cómoda, quedando vestida nada más con su corpiño y su tanga de seda negra, y sus botas y guantes de cuero negro.
Se veía bellísima. El esclavo contempló los divinos cuerpos de las Amas desde abajo. Luego observó que las muchachas se subían a la cama. Se pusieron de pie encima de la gran cama, paradas cerca del borde, frente a él.
La primera en saltar fue Yaoji. La chica se tiró desde la altura de la cama para aterrizar de golpe sobre el estómago del sujeto. El hombre exhaló adolorido. La belleza japonesa descendió luego al suelo riendo.
A continuación hizo otro tanto Ixchell que se dejó caer aterrizando con un pie sobre el pecho del hombre y otro sobre el abdomen. Los tacones de las sandalias de la latina se le clavaron como dagas. El impacto sacó el aire de los pulmones del hombre.
La latina bajó de nuevo al piso, su compañera, entre tanto, ya había trepado de vuelta a la cama y estaba lista para realizar un salto de nuevo.
Yaoji brincó alto en el aire y descendió de golpe con los pies juntos, golpeando directo el pecho del hombre cuyas costillas crujieron.
Ixchell caminó alrededor del prisionero, haciendo sonar sus tacones sobre el duro piso de madera. Subió de nuevo a la cama, lista para su respectivo salto. Esta vez eligió el abdomen del hombre como zona de aterrizaje.
Dio su respectivo brinco y cayo pisoteando la parte baja del abdomen. El esclavo tosió adolorido. La chica bajó otra vez al piso.
Entre tanto Yaoji caminó alrededor del prisionero. Los tacones altísimos y afilados de sus botas resonaban de manera amenazadora y maligna. La joven le dio una patada con la punta de la bota en el costado, justo en las costillas. Fue un golpe duro que restalló con un sonido sordo y seco.
Ixchell caminó haciendo sonar a su vez los tacones altos de sus sandalias de cuero rojo. La cruel joven se detuvo cerca del rostro del hombre. Elevó su torneada pierna en el aire, colocando la suela de su sandalia sobre la cara del prisionero. Tomó impulso y le dio una patada en el rostro. Le puso la parte delantera de la suela de su sandalia sobre la boca y presionó recargando el peso de su hermoso cuerpo.
Yaoji continuó dándole patadas con la punta de las botas en las costillas, dejándole negros moretones malsanos.
Cuando se detuvo se paró en posición de victoria, plantándole una bota sobre el abdomen, con las manos en la cintura, viéndolo altanera y despectiva con sus hermosos ojos negros orientales.
-¡Lame la suela de mi zapato! –Ordenó Ixchell, que mantenía su sandalia sobre la boca del hombre.
El miserable sacó su lengua y comenzó a lamer.
-Bien, así. Hazlo como si fueras un cachorrito.
Yaoji se pasó al otro lado del hombre y le dio una patada en las costillas, en el lado en el que aún no le había castigado.
La bella latina Ixchell disfrutaba viendo al humillado esclavo a sus pies, lamiéndole las suelas de sus sandalias. La muchacha comenzó a acariciarse a sí misma, deslizando sus delicadas manos por las suaves curvas de su cuerpo.
Su compañera japonesa dejó de darle patadas con las puntas de sus botas, no sin antes dejarle llena la piel de moretones negros y azules.
A continuación comenzó a darle crueles pisotones con el talón, clavándole el tacón de su bota en el costado del abdomen.
-¡No dejes de lamer mis zapatos! –Regañó molesta Ixchell al esclavo y le dio un pisotón en la boca.
El hombre reanudó su tarea lamiendo las suelas de las sandalias de la Ama, le era difícil concentrarse pues de tanto en tanto recibía en el abdomen un pisotón de los tacones de las botas de la joven japonesa.
Yaoji elevaba su pie en el aire y le descargaba un tremendo talonazo, hundiendo el largo y afilado tacón de su bota en las carnes del esclavo. Sobre la piel del esclavo iban quedando vivas marcas del cruel castigo, círculos rojizos de piel lastimada. La japonesa cambio de técnica, dándole un golpe en el cual deslizaba la punta del tacón de su bota hacia abajo, desgarrándole la piel en una línea de arriba abajo a lo largo del costado del abdomen. La lesión resultante era una raya sanguinolenta.
-¿Estas llorando? –Preguntó Ixchell con mofa. La escultural latina posó su pie sobre la garganta del hombre y comenzó a presionar.
El par de chicas continuó durante el resto del día disfrutando de sus sádicos juegos. Como malvadas y crueles niñas.
Los tacones de sus calzados se hundían con saña en las carnes del hombre, desgarrándole la piel y haciendo brotar la sangre.
Al final de la tarde, cuando decidieron parar, el cuerpo de su esclavo estaba llenó de heridas y cubierto en sangre. El desgraciado apenas respiraba, se había desmayado y yacía, una vez más, inconsciente.
Saludos