Ultima noche con Candela.

De cómo poseí el virgen trasero de Candela y disfruté mi última noche con ella.

Otra vez Candela.

Ya quedaban pocos días para el final del curso, y con el mis fines de semana trabajando en la tienda del Sr. Gutierres. No me habría importado continuar durante más tiempo, sobre todo desde que me venía a ayudar a pasar las largas noches su hija Candela, la joven ochavona de piel acaramelada de que ya os he hablado.

Dudo que el encargado se maliciase de lo que realmente hacíamos su hija y yo en la pequeña trastienda del local, de todas formas, las ventas del fin de semana siempre habían sido muy limitadas.

Aquel viernes, llegó Candela alrededor de las ocho, quizás un poco antes de lo habitual. Llegaba con su alegría usual y pletórica de energía, desde primera hora estuvo haciendo broma, un tanto picarona, sobre la sesión que íbamos a tener esa noche.

Rápidamente barrió y quitó el polvo a las estanterías, en tanto yo atendía a unos pocos clientes que aún menudeaban a esas tempranas horas de la noche. Su metro sesenta se desplazaba con presteza entre las estanterías. Se la veía muy desenvuelta, y no se parecía en nada a la joven que había comenzado a venir a la tienda ya hacía unas cuantas semanas. Conservaba su oscuro cabello rizado, pero había cambiado sus amplias y gruesas camisas por desenfadados ‘tops’ con tirantes y amplio escote que mostraban el nacimiento de sus senos y dejaban al aire el ombligo y parte del abdomen. Sus eternos pantalones vaqueros se habían transformado en ligeras faldas que justo alcanzaban sus rodillas y aquellos infantiles calcetines habían mudado en coloristas calentadores.

Sus grandes ojos obscuros brillaban ese día de una forma especial, casi enfebrecida, y su respiración parecía también estar un poco acelerada.

Llegaba ya esa hora de la noche en que los clientes dejan de venir y nosotros dedicábamos al deseo y el placer, a explorarnos mutuamente buscando mayores cotas de deleite. Trabajando al unísono en poco tiempo hubimos repuesto de existencias los huecos de los estantes y poniendo el cartel de cerrado y tras correr el pestillo de la puerta nos dirigimos a la trastienda.

Casi no había yo cruzado la puerta que Candela se abalanzó sobre mí y estampó un profundo beso en mis labios, a la vez que sus manos ávidas desabrochaban mi cinturón. Parecía una loba en celo, nada que ver con aquella niña inocente de unos meses atrás.

Mis manos recorrieron su cuerpo bajando hasta la cintura para volver a subir llevando consigo el escueto ‘top’ que vestía. Nuevamente aquellos senos pequeños, firmes, puntiagudos, tan alzados que parecían desafiantes y que por obra de la excitación mostraban unas enormes y obscuras aureolas y unos duros y gruesos pezones. Que sensación acariciar aquellos botones.

Sus carnosos labios seguían pegados a los míos en tanto nuestras lenguas se entregaban a un maravilloso duelo cual espadas entrecruzandose. Seguidamente alejé mi boca de la suya y cubriendo de besos su cuello, sus hombros, descendí hasta rodear con mis labios aquellos sabrosos pezones incitantes.

Sus manos ya habían alcanzado a bajar en un rápido movimiento tanto el pantalón como el ‘slip’ con que vestía, y Candela se dedicaba con todo cariño a realizarme un suave masturbación que acompañaba con caricias en los testículos como si sopesase el nivel de semen que estaban generando.

En tanto mis manos no permanecían ociosas, mientras una se dedicaba a acariciar, amasar, estrujar uno de sus senos, la otra descendía veloz recorriendo su espalda, llegaba a la cintura y recorriendo el contorno de sus caderas continuaba el descenso por su muslo hasta llegar al final de la falda e introduciéndose por debajo de la tela de esta iniciaba un nuevo movimiento en sentido contrario.

Su suave piel juvenil seguía produciendo en mí la electrizante sensación de la primera vez. El movimiento de mi mano por el firme muslo fue alzando progresivamente la falda hasta alcanzar los bordes de su escueta braguita. La humedad que pude percibir denotaba claramente el estado de excitación en que se hallaba.

Con un suave movimiento, Candela descorrió las presillas que sujetaban la falda, esta libre ya de sujeciones cayó al suelo en un blando movimiento. Sujetando con mis manos sus glúteos, la alcé del suelo y la lleve hasta dejarla sentada sobre la mesa.

Con mucha suavidad así la cintura de la pequeña braga que llevaba, una prenda estrecha que apenas cubría su apetecible raja, y dejaba asomar algunos suaves y pequeños rizos de pelo negro, y en el movimiento de quitarlas alcé sus piernas hasta la altura de mis hombros dejando su rosada vulva a la altura de mi cara. Aproveche un momento para acercar la silla y tomar asiento frente a la mesa.

Con gran delicadeza comencé a pasar un dedo por aquella rajita que se abría ante mí, noté la calidez de su tacto y la gran humedad fruto de la excitación en que estaba sumida. En ese momento, terminé de separar sus piernas y bajé la cabeza hasta rozar con mis labios los aledaños de aquella tierna vulva.

Dos suaves besos disfrutando el aroma de aquella suave concha y rápidamente mi lengua se lanzó como si tuviera vida propia a explorar el interior, tratando de llegar lo más profundo posible. Su clítoris preso ya de una sin par excitación pugnaba por salir de su cuerpo y dediqué mis esfuerzos a bucales a acariciarlo, lamerlo, succionarlo y rodearlo con mis labios dado pequeños tironcitos.

Ella estaba embargada de un furor salvaje y sujetaba con fuerza mi cabeza empujando con fuerza hacia su interior, emitía una mezcla de suaves gemidos y entrecortadas exclamaciones, ‘siii…, sigue…, me gusta !!!…, mááás…, asííí….’ y se retorcía de placer a cada nueva caricia.

Simultáneamente, yo había iniciado una maniobra encaminada a preparar su cuerpo para acoger una nueva sensación. Una de mis manos envolvía su periné de forma que con un dedo me ayudaba separando los labios de su vulva en tanto que otro, previamente bien humedecido de saliva comenzaba la exploración de su orificio anal acariciando suavemente la entrada del virginal espacio, presionando ligeramente como buscando la introducción, y realizando con cada nuevo avance un movimiento circular encaminado a dilatar el esfínter.

La humedad de su sexo se convirtió en una autentica riada que resbalaba por las piernas y caía sobre la mesa y el suelo. Gemía y suspiraba cada vez más fuerte, ‘siii…, asííí…., sigue…, mááás…, mááás…’, y pude notar como llegaba al orgasmo y se dejaba caer sobre la mesa.

Me contó que aquella mañana había visto a su tío como penetraba a su mujer desde atrás, y como esa imagen la había perseguido todo el día, obsesionándola, excitándola tremendamente. Quería hacerlo en aquella postura.

La hice bajarse de la mesa y arrodillarse de espaldas a mí frente a unas cajas almacenadas en el pequeño cuarto, una suave presión y poniendo las manos sobre aquellas adoptó la posición deseada, su deseado trasero se me presentaba en todo su esplendor ante mí, oferente, atractivo, sólo tenía que acercarme un poco para alcanzarlo. Mi erección alcanzaba su máximo nivel y agachándome cogí mi verga y la dirigí en busca de la entrada de su húmeda vagina.

Así acomodé mi verga en su entrada y empujé poquito a poco mientras ella cerraba los ojos y me pedía más. ‘¿Te gusta?, ella asintió de forma apenas audible, cuando había entrado casi la mitad, ella ya estaba gimiendo y suspirando mientras movía sus nalgas hacia mi para que entrara mas, me decía: ‘así…, dame más, mááás…, sigue…, sigue…’ y mientras, ya había conseguido meterla toda y me dedicaba a un rítmico bombeo que poco a poco fui acelerando mientras me acercaba al orgasmo. Aprovechándome un poco de una cierta indolencia que mostraba fruto de la excitación saqué mi pene y lo aproximé al orificio que tanto me estaba obsesionando, un culo virgen esperando mi embestida, suavemente apoyé la enrojecida cabeza en la apertura y lenta pero firme comencé la penetración.

No mostró en esta ocasión Candela el reparo que tuvo en nuestro primer encuentro y dejando caer un pequeño hilo de saliva para aumentar la lubricación continué poco a poco introduciéndola cada vez más profundamente, notaba como el esfínter se distendía y abrazaba con firmeza mi amorosa arma, mi mano en tanto había sustituido a mi órgano en su pubis y continuaba aumentando el nivel de excitación de la muchacha. Por fin, ya esta totalmente dentro, que excitación, mi verga comenzaba un tranquilo bombeo en el ignoto orificio que hasta el momento se me había resistido.

Candela continuaba con sus gemidos de placer y yo poco a poco fui aumentando el ritmo de mi penetración, situé mis manos en sus caderas para ayudarme y me dispuse a alcanzar el orgasmo en esta situación. Una especie de corriente recorrió mi cuerpo y una poderosa eyaculación sacudió todo mi ser, ¡que gozoso momento! ¡que placer, que locura! El placer físico se juntaba al del cazador que alcanza su presa, al de la conquista de lo deseado.

A pesar del orgasmo mi pene continuaba presentando una notable dureza y tras recrearme un momento en mi logro, poco a poco fui retrocediendo hasta extraerlo y torne a introducirlo en aquella húmeda vagina que un rato antes había abandonado como volviendo a su cálida protección. Nuevamente comencé el rítmico bombeo, y nuevamente fui elevando la profundidad de mi penetración.

Volvieron las exclamaciones ‘siii…, sigue…, me gusta !!!…, mááás…, asííí….’. Unos pocos espasmos, un grito ahogado ‘aaahh….’ y un torrente de líquido que corrió veloz por sus piernas desde la vulva hasta el suelo.

Se dejó caer desmadejada al suelo para recuperar el aliento, y mientras yo ponía la verga entre sus hermosas nalgas e iniciaba un movimiento de masturbación para poder mantener el estado de excitación que me albergaba.

Ya repuesta, se alzó y dando la vuelta me agarro firmemente el pene con la mano y comenzó a acariciarlo suavemente de abajo a arriba y al revés, recorriéndolo en toda su longitud, mientras lo llevaba hacia sus labios.

Acercó sus carnosos labios y estampó un suave beso en la punta, apartó un instante la cara y enseguida volvió a acercarla, esta vez con más decisión, sus labios comenzaron a rodear el glande que lucia rojo y duro. Con que dulzura pero a la vez decisión lo introducía en su boca, rodeándolo con sus labios, acariciándolo con su lengua.

Yo sentía como me llegaba el orgasmo y entre jadeos de placer sólo acertaba a decir: ‘ya llego…, ya llego’, y por fin de forma casi explosiva la eyaculación, solté una considerable cantidad de semen en su boca, que se le escapaba por las comisuras de los labios, ya flácido extraje un pene cansado y nos fundimos en un relajante abrazo para recuperar fuerzas antes de vestirnos.

Así fue el último día que Candela y yo compartimos tienda y algo más. Pocos días después finalizó el curso y regresé a mi hogar en Porlamar. No he vuelto a saber nada de Candela, aquella muchacha mulata que aprendió conmigo a disfrutar el sexo.

Pero yo aún tenía muchas aventuras que correr y como siempre os digo, queridos lectores, eso ya son otras historias.

Alex.

el_4ases@yahoo.es