Uganda 3
Carlos y Esperanza, perdidos en la isla, buscan ayuda y algo encuentran.
Carlos y Esperanza habían caminado unos 20 minutos por unas verdes praderas moteadas de pequeñas flores azules, cuando aparecieron los primeros árboles Mvule, típicos del sur de Uganda, que se fueron haciendo más espesos hasta convertirse en un tupido bosque por el que avanzaban con cierta dificultad.
Carlos iba hecho un figura con chaleco sin mangas abierto hasta el ombligo y pantalones de múltiples bolsillos, con un pañuelo al cuello y un stetson con cinta de leopardo en la cabeza que recordaba a Steward Granger en “las minas del Rey Salomón” de 1950.
Esperanza llevaba una blusa roja sin mangas, de cuello convertible, con siete botones forrados con la misma tela, que se alargaba hasta media cadera con los dos primeros botones desabrochados y iba ceñida por un ancho cinturón del mismo color, y unos pantalones cortos de ropa vaquera que terminaban justo donde empezaban sus nalgas. La tensión de su busto tensaba el tercer botón por encima del cual asomaba la hipérbola de sus dos pechos. Debajo, un sobrio sostén deportivo blanco sin enganches y unas bragas del mismo color que aún siendo cómodas se permitían la frivolidad de un encaje alrededor de los muslos. Calzaba unas deportivas oscuras con cordones rojos y calcetines con solo una estrecha franja verde asomando de sus Munich.
Súbitamente los árboles se espaciaron y se encontraron en medio de una espesa zona de matorrales de casi dos metros de altura, que son conocidos como hierba de elefantes, que les desorientó completamente al no poder visualizar ninguna referencia en el paisaje circundante .
Después de caminar casi a ciegas durante unos minutos parecieron adivinar lo que podría ser una senda y la siguieron durante dos o trescientos metros tras lo cual y encontrándose perdidos decidieron regresar.
Cuando después de desandar el camino durante veinte minutos reconocieron el pequeño claro donde habían decidido regresar, empezaron a asustarse ya que aparentemente andaban en círculos.
Después de una breve discusión decidieron abandonar el sendero y avanzar en la dirección del sol que les guiaría hacia la costa de levante y seguirían hacia el sur donde se encontraba el punto de reunión.
Era más fácil de pensar que de hacer ya que la hierba de elefante les envolvía completamente y Esperanza no dejaba de pensar en serpientes y otros bichos mientras trataba de separar, con amnbas manos, los tallos que la abrazaban. En uno de estos lances saltó el tercer botón de la blusa con lo que apareció una porción generosa de sostén y la curva superior de los dos pechos y poco después una rama que le penetró por el hombro le rasgó la parte superior de la roja blusa dejando a la vista todo el lado izquierdo de su tórax.
La decisión, por otro lado, tuvo su recompensa y la hierba de elefante fue perdiendo espesura aparecieron algunos árboles y finalmente regresaron a un prado muy parecido al lugar que habían dejado una hora antes, solo que ignoraban la situación del embarcadero y mientras decidían que camino tomar vieron a lo lejos una casucha de madera rodeada de una desvencijada alambrada con bidones apilados y al lado un pequeño camión, de corte militar, con la caja abierta y cubierta por un toldo y decidieron acercarse para ver si tenían suerte y alguien les podía orientar.
Cuando estaban a unos quinientos metros se oyó un chirrido y se abrió una puerta lateral por la que salió un hombre vestido con un traje de camuflaje que se desperezó. Instintivamente se echaron al suelo intentando no ser notados. La lejana figura se dirigió a los bidones y por los gestos adivinaron que estaba meando, echó una mirada distraída alrededor y volvió a oírse el chirrido cuando cerró la puerta tras de sí.
Dentro de la cabaña Amín, que había pasado una mala noche debido a la borrachera que había pillado el día anterior y a quien le dolían por igual cabeza y estómago se había levantado antes que sus subordinados que dormían espatarrados en los camastros de metal. Eran ocho contándole a él y formaban parte de una unidad antiterrorista que hacía prácticas en la isla al mismo tiempo que vigilaban el lago para evitar infiltraciones desde la boscosa y poco poblada zona al oeste del Makala. Hacía 6 meses que no veían a nadie ya que las provisiones llegaban en unos pequeños paracaídas que les arrojaban desde un panzudo y destartalado avión de carga que les sobrevolaba una vez cada dos meses y por otro lado todavía les quedaban tres meses más hasta el relevo.
Con los paquetes de provisiones de boca descendían unas pocas botellas de alcohol que desaparecían en un par de días, y precisamente ayer había caído el preciado maná desde el cielo y los restos de comida y vómitos cubrían una larga mesa de madera y una buena parte del suelo. En el único espacio que conformaba la cabaña, a parte de la mesa larga, unas pocas sillas y los camastros de metal había una pequeña cocina de leña con horno, una mesita con una emisora y un cuaderno donde Amín anotaba las incidencias y un pequeño armario que cumplía la función de armero y donde guardaban cinco subfusiles PP-90 del calibre 9, diez anticuados mat-49 del 7,62 y la Makarov PM de la que Amín se sentía muy orgulloso.
Amín se despertó con los ronquidos atronadores de sus subordinados, todos medio vestidos con las sudadas y sucias camisas abiertas y uno de ellos con la mano asiendo blandamente su pene y una rota revista porno abierta sobre su tórax. Encendió un cigarrillo y se dirigió a la ventana donde Esperanza, con su blusa roja destacaba como un enorme flor capaz de desplazarse por la pradera. Se frotó incrédulo los ojos, la puerta de la cabaña chirrió al salir a mear uno de los soldados y la flor desapareció por ensalmo.
Los dos españoles echados sobre su vientre discutían si era o no prudente acercarse a la casucha o quizás era mejor recular y tratar de dirigirse sin perder la línea costera hacia el sur cuando empezaron a oírse gritos y salir individuos de la cabaña unos subieron al camión que empezó a roncar en la lejanía y otros abriendo un portón de la alambrada se encaminaron hacia ellos que tras una mirada en la que se detectaba el pánico se levantaron y de común acuerdo empezaron a correr con la idea de esconderse en la tupida hierba de elefante. Cuando llegaron a ella siguieron corriendo un buen rato con los tallos rasgándoles la piel y la ropa hasta que Esperanza tropezó y al levantarse no pudo ubicar a Carlos. Espoleados por los gritos de sus perseguidores siguieron adelante hasta que Esperanza al caer una segunda vez optó por quedarse quieta y acurrucada mientras Carlos siguió adelante tratando de llegar al bosque.
Cuando llegó a los primeros árboles se encontró con el camión y cuatro soldados desastrados que le apuntaban con sus terroríficas armas. Poco quedaba del galán de película ya que había perdido el sombrero y el chaleco medio roto dejaba al descubierto un pecho con escaso pelo y jadeante. Fue hacia ellos con la respiración entrecortada con la intención de identificarse identificarse, cuando un culatazo en el abdomen lo dejó en el suelo doblado sobre sí mismo. Lo levantaron, lo echaron sobre la caja y emprendieron el regreso al barracón donde, mientras esperaban el regreso del jefe lo esposaron a una de las literas altas con las manos levantadas y juntas sobre su cabeza. Mientras oían los quejidos y palabras entrecortadas de Carlos, que no comprendían, encendieron unos cigarrillos y se sirvieron un vaso de un líquido parduzco.
Amín des de el borde de la hierba alta vio el camión regresar y descender de él a sus subordinados y un hombre blanco pero el sabía que en algún lugar dentro de la maleza se escondía alguien que llevaba una blusa roja, pero sus hombres no podían encontrarla. Al cabo de veinte minutos uno de ellos regresó con un trozo de tela roja que había encontrado prendida en un matorral, lo olió y el aroma le gustó. Dirigiéndose al arbusto Amín y sus hombres encontraron un leve rastro de tallos rotos que les guió hasta otro pedazo de tela roja y unos veinte metros después oyeron un leve sollozo y siguiéndolo encontraron a Esperanza acurrucada en un matorral.
El pantalón vaquero había soportado el trajín pero la blusa, echa jirones, dejaba su torso solo cubierto por el sostén y el inútil cinturón rojo y sus brazos, piernas y cara llenas de arañazos y su ensortijado pelo desordenado añadían fragilidad a la rotundez de sus caderas y pechos. Dirigiéndose a ella en inglés le pidió que se levantara y al hacerlo pudo saborear mejor el magnífico regalo que Alá le ofrecía esta mañana.
Una magnífica hembra blanca, joven, de rotundas caderas y con unos pechos que se adivinaban firmes. Empezaron los cinco a andar hacia la casucha mientras Amín y Esperanza trataban de comunicarse en un inglés elemental pero por la cabeza del negro circulaban a gran velocidad las palabras: tits, nipples, ass, bottom, handjob, blowjob, fuck, screw up, sluts, hooker… las palabras inglesas que mejor conocía en sus excursiones por las páginas porno de internet.
Esperanza le preguntó por su marido mientras intentaba usar los harapos para esconder la curva de sus senos, él la tranquilizó diciéndole que sus hombres ya lo habían encontrado y que la esperaba en la caserna. Llegaron a la casa y se lanzó llorando al cuello del esposado Carlos mientras ocho sonrisas y dieciséis libidinosos ojos contemplaban la escena y el culo que se adivinaba bajo los jeans.
A una orden de Amín uno de los soldados la obligó a separarse de su marido y le indicó una de las sillas, Esperanza de golpe entendió la situación y con un sollozo volvió a abrazar a Carlos pero esta vez el soldado fue más brusco al voltearla y le soltó un bofetón que le cruzó la cara y la sentó de un empujón en una silla al lado de Amín que le puso la palma de su mano derecha sobre el muslo y empezó a desplazarla lentamente hacia la cara interna muy cerca de la entrepierna, ella se mordió los labios pero no dijo nada mientras notó la izquierda apoyándose en su hombro y los dedos que jugueteaban con la tira del sostén, la mano derecha bajó la cremallera del short y apartando con suavidad la tela que le cubría el pubis se enredó con el vello y luego avanzó hasta encontrar los labios de su vulva y a juguetear con el seco clítoris que no respondió al toqueteo.
Carlos empezó a moverse impotente tratando de soltar sus manos y lanzando insultos que fueron cortados de golpe por un codazo en la barbilla que le rompió un par de dientes y le produjo un profundo corte en la lengua que empezó a sangrar abundantemente.
Amín con una presión sobre su hombro la mantuvo sentada, separó la mano del muslo y cogiéndola por la barbilla movió su cara hacia él al tiempo que le decía
-entiende que mis soldados llevan mucho tiempo sin sexo y es mi responsabilidad que se encuentren satisfechos- con una gran sonrisa.
La sevillana notó un nudo en la boca del estómago y se preparó para lo peor.
Amín dio unas órdenes y dos de los negros abrieron las esposas y asiéndolo por los brazos dejaron a Carlos semiinconsciente boca arriba sobre la mesa con las piernas colgando ante los incrédulos ojos de Esperanza, que impotente vio como le desabrochaban los pantalones se los bajaban hasta los tobillos junto con sus calzoncillos y empezaban a jugar con sus genitales agarrando su pene y tirando de él como si trataran de levantar su cuerpo.
El dolor le hizo abrir los ojos al mismo tiempo que lo volteaban sobre la mesa y mientras dos de ellos le sujetaban los brazos otros dos le quitaban zapatos y pantalones y le mantenían las piernas separadas en aspa y un quinto tanteaba con un dedo su ano.
Amín asió la mano de Esperanza y la puso sobre la entrepierna al tiempo que susurraba:
-supongo que sabes lo que debes hacer.
Desvió su mirada del cuerpo desnudo de Carlos al paquete que abultaba la entrepierna de Amín, desabrochó el cinturón, bajó la cremallera y hurgó en los calzoncillos hasta liberar un enorme pollón que quedó erguido mirando al techo entre sus manos.
En aquel momento un grito desgarrador atronó la casa cuando el dedo que jugaba con su ano fue sustituido por un pene que lo desvirgó de un golpe y mientras el soldado se iba follando el culo de su marido, Esperanza acojonada y sumisa, empezó a masturbar a Amín.
Media hora más tarde Carlos había dejado de luchar y gritar cuando el quinto soldado estaba a punto de correrse en sus entrañas y Margarita seguía aferrada al enorme cipote que permanecía erecto rezumando pero sin soltar su carga de semen.
Carlos quedó inmóvil sobre la mesa con la boca y el culo sangrando; cuatro fuertes brazos lo levantaron, lo arrastraron hasta un camastro y lo esposaron a los barrotes con los brazos en cruz y de rodillas, encarando la mesa donde lo habían forzado y tras la cual su mujer estaba haciéndole una paja a Amín.
Uno de los negros cogió una cuerda a la que hizo un nudo corredero y lo pasó alrededor de los genitales de Carlos, dio un fuerte tirón para tensarla provocando un intenso dolor y por signos le dio a entender que si ofrecía resistencia sería castigado y acercó su pene a la cara de Carlos presionando sus labios con el glande, sus dientes siguieron apretados hasta que con una mano le tapó la nariz y con la otra tensó la cuerda, cuando la asfixia y el dolor fueron intolerables entreabrió la boca permitiendo que la polla empezara a masajear sus encías. Intentó apartar su lengua pero solo consiguió lamerle el glande y respondiendo al estímulo el soldado empezó a mover su trasero empotrando su cipote cada vez más adentro hasta que convulsamente descargó su semen al mismo tiempo que su glande golpeaba su campanilla con lo que entre nauseas fue tragando toda la carga.
Uno tras otro fueron pasando por la cavidad oral de Carlos, unos se corrieron en su boca y otros simplemente limpiaron el semen y la mierda de sus pollas en las encías del blanco que en este momento era ya solo un esclavo que haría todo lo que se le pidiera y que entre mamada y mamada había visto como Amín le bajaba los tirantes del sostén a Esperanza, los hacía resbalar por sus brazos sacando al aire sus hermosos senos y empezaba a juguetear con los pezones que se habían puesto duros con el magreo.
A Esperanza le dolían los brazos y amainó el movimiento de sus manos cuando un pellizco en su pezón le hizo lanzar un grito y redobló sus esfuerzos consiguiendo al fin que Amín se corriera entre sus dedos lanzando tres potentes chorros de esperma que le salpicaron los pechos.
En este momento los dos españoles estaban rotos, los soldados tomaban un respiro, fumaban, bebían y algunos comían, unos completamente desnudos, otros con la sucia camisa kaki abierta y dos o tres de ellos todavía seguían empalmados empalmados.
Una media hora más tarde, mientras Amín dormitaba con la cabeza apoyada en el hombro de Esperanza con una mano dentro de sus bragas y la otra sobre uno de sus senos dos de los soldados le quitaron las esposas a Carlos y le pusieron un collar de perro con su correa sin quitarle la cuerda que le estrangulaba el sexo y lo pasearon por la habitación asiendo cada uno de ellos un cabo que tironeaban cuando no les seguía dócilmente.
Al cabo de un rato se cansaron del juego ataron la correa a una de las literas altas y le volvieron a colocar las esposas con los brazos a la espalda. En este momento Amín se desperezó y mandó a Esperanza subir a la mesa y por signos le indicó que se quitara la ropa. Se quitó el cinturón de la blusa y los cuatro harapos que quedaban de ella, sacó el sostén por la cabeza y empezó a descorrer la cremallera de su pantalón mientras las manos de la soldadesca le acariciaban pantorrillas y muslos y de varios tirones le bajaron el short hasta los tobillos quedando desnuda encima de la mesa solo con las bragas blancas. Intentando evitar los toqueteos se iba desplazando de un lado a otro, tratando de apartar las manos que le acariciaban los muslos y tironeaban los encajes de las bragas con lo que iba contorsionando su cuerpo y sus hermosos pechos se balanceaban mientras iba perdiendo la batalla y la mata de pelo de su pubis asomaba por encima de las bragas que pese a sus esfuerzos empezaron a resbalar por sus largas piernas. A una voz de Amín dejaron de sobarla mientras Esperanza desnuda, trataba sin conseguirlo, de tapar su cuerpo.
Dos de los negros subieron a la mesa uno de ellos desde atrás le pasó un brazo por delante sujetándola con una llave por el cuello y estrangulándola con lo que dejó de mover las piernas y agarró con las manos el brazo que le quitaba el aire, el otro la sujetó por los tobillos y levantando las piernas la depositaron boca arriba sobre la mesa donde en un momento la mantuvieron inmóvil con las muñecas sujetas por cuerdas a las patas posteriores y los tobillos con esposas a las patas anteriores forzando al máximo la postura con lo que la vulva quedaba medio abierta mostrando la sonrosada carne de la vagina.
Amín se colocó entre sus piernas y se deleitó con la forma de sus tetas que se combaban ligeramente hacia los lados pero con sus pezones sobresaliendo airosos de las ligeramente sombreadas areolas, con su vientre, en esta forzada posición, ligeramente cóncavo, en la selva de su pubis, en los sonrosados muslos que mostraban impúdicos los pliegues oscuros de su sexo.
Bajó la vista a su enorme falo y lo halló péndulo entre sus piernas. Los años, la bebida y la larga masturbación le habían dejado sin fuerzas, los años no pasan en balde, pensó recordando aquella vez en que años atrás había forzado en una sola sesión, a la maestra belga y a sus dos hijas y todavía le quedaron arrestos para sodomizar a su marido.
Con envidia examinó los ocho penes erectos de sus subordinados, escupió en su mano, con la saliva lubricó la vulva entreabierta y con dos dedos exploró el pequeño y saltarín clítoris que se escurría travieso entre sus dedazos mientras ella movía la cabeza de un lado a otro como si quisiera negar lo que estaba sucediendo, mientras sus tetas temblaban con el movimiento desplazándose a un y otro lado con los pezones erectos como dos enormes moras. Exploró luego la vagina hasta donde pudo llegar con el índice mientras con la otra mano en el ano tanteaba las paredes hasta que ambos dedos casi se juntaron en sus entrañas. Cansado del juego y con la polla igual de flácida se retiró y con un gesto indicó a los demás que era suya.
seguirá?.... depende de las reseñas y críticas.