Uganda

Unas vacaciones en Uganda con sexo no previsto

Uganda

El viaje había sido agotador, casi 17 horas para ir de Barcelona a Uganda, para ver cumplido uno de nuestros sueños  el contacto con un silverback (gorila macho) en su medio natural cerca de los volcanes Virungas.

La dificultad de la empresa no residía tanto en los dólares que nos pidió la agencia, algo más de cuatro mil por persona, ya que con nuestro trabajo como médicos en prácticas ganábamos un buen sueldo, sino en el hecho de que el viaje iba a durar más de dos semanas; era necesario pues programar las vacaciones con antelación, y deberíamos ponernos en forma, sobre todo Carmen ya que no le va el deporte, para aguantar un trecking de tres días en alturas cercanas a los cuatro mil metros.

Nos pusimos de acuerdo con el gerente del Hospital donde trabajamos y Carmen se apuntó a un gimnasio con un programa de puesta en forma personalizado.

Lo peor del viaje, que realizamos con Turkish Airlines, fue la espera en el aeropuerto de Ankara que duró algo más de 8 horas, suerte que allí pudimos compartir nuestras ilusiones con el resto de españoles que iban a hacer el mismo recorrido que nosotros y que habían enlazado el vuelo en Barcelona.

Os los voy a presentar:

Carlos y Esperanza, sevillanos. Él un chico de 25 años alto, delgado, con gafas y cara de intelectual y aún siendo andaluz un poco soso, quizás simplemente tímido. Ella de 1’70 con grandes caderas y una cintura casi demasiado estrecha, ceñida por un ancho cinturón de cuero amarillo;  bajo el vestido floreado se adivinan unos pechos de buen tamaño y tiene el típico gracejo del sur. Confesó 24 años pero parecía mayor con su rizada melena morena su rostro redondo, sus rojos labios y sus manos moviéndose incansables como mariposas.

Por último Margarita, una alicantina no muy alta con una sonrisa permanente en sus labios y unos enormes pechos que resalta con una ajustada camiseta esport y un culito respingón enfundado en ajustados jeans. Es soltera, tiene treinta años, lleva el pelo corto y medio en broma dice que quiere ligar con algún negrito, de hecho lo que dice es que se lo quiere follar.

Yo me llamo Juan tengo 23 años, soy aún más alto que Carlos y desgarbado como él pero como practico mucho deporte tengo la musculatura fina y muy elástica, mi pareja se llama Carmen, media melena, unos enormes ojos oscuros y una boca grande con hermosos dientes que muestra cada vez que habla. Le gusta muy poco el deporte y tiene tendencia a engordar pero a sus 23 años tiene un cuerpo precioso que no me canso de recorrer con los ojos o con las manos. Me vuelve loco el pudor con que medio esconde sus pechos o su pubis cuando la pillo medio desnuda en la ducha o cambiándose la ropa, y no hay nada tan acogedor como sus piernas abiertas cuando recostándome sobre ella la penetro lentamente mientras mi vientre descubre la calidez del suyo y mis labios, tras besarle el lóbulo de la oreja, encuentran los suyos, y su lengua juguetona me separa los labios antes de …. pero me estoy desviando del tema.

De hecho la llegada al aeropuerto de Entebe no fue del todo bien ya que tras entrar en la nueva terminal y recoger las mochilas que eran  todo nuestro equipaje, hubo un problema al pasar el control con la de Esperanza ya que el perro de uno de los aduaneros se puso a ladrar como un loco al olerla.

Todos juntos, para no dejarla sola, la acompañamos a una dependencia anexa en la que tras un montón de preguntas sobre lo que llevaba y para que había venido a Uganda nos ordenaron que nos sentáramos en unos bancos bajo la atenta mirada de tres fornidos policías y a ella la hicieron entrar a un reservado. Carlos, alegando que era su marido, exigió que lo dejaran entrar, a lo que le contestaron que si no quería tener más problemas mejor que se callara y se sentara con los demás ya que por otro lado solo era una formalidad que no duraría más de diez minutos.

Una hora después salió Esperanza con la cara arrebolada y como demudada, pero cuando le preguntamos que qué había pasado nos contestó que nada y que ya podíamos coger el minibús que nos había de llevar al Tourist Hotel de la calle Market en Kampala, lo más rápidamente posible.

Una vez en el pequeño autocar rompió a llorar y entre sollozos, nos contó lo ocurrido en la sala.

La sala era pequeña, con un fluorescente en el techo y con una gran mesa en el centro, sentado tras ella, un hombre negro de unos cincuenta años, a su lado, de pié una negra enorme. El policía que la había acompañado, un joven negro alto y musculado de poco más de 20 años le ordenó con brusquedad y dándole un pequeño empujón, sentarse en la silla de enfrente del cincuentón, a lo que ella soliviantada por el brusco trato contestó que ya estaba bien de pié. No llegó a ver el movimiento de la mano que de un bofetón la dejó sentada, con un oído zumbando y medio mareada, pero cuando la voz del policía joven le mandó quitarse el vestido, esta vez sin abrir la boca se levantó de la silla dejó caer el cinturón amarillo y cogiéndose la falda con ambas manos fue subiéndola primero hasta la cintura, con lo que asomaron unas lindas bragas negras al final de dos largas y torneadas piernas, luego un ombligo perfecto en su estrecha cintura, a continuación un sostén negro liso abrochado en la espalda y finalmente su cara, con la mejilla colorada por el cachete y su larga melena que se desparramó ondulante sobre sus blancos hombros. Con las manos intentando tapar los pechos y colorada como un tomate con la piel blanca bajo la luz fría del fluorescente estaba preciosa.

El hombre mayor habló sin que ella entendiera nada y el joven se lo tradujo:

Dice que quiere verte el pecho, o se lo enseñas tu misma o te ayudamos, y la negra enorme mostró sus blancos dientes con una ancha sonrisa libidinosa que le produjo una arcada.

Esperanza dudó un instante pero al sentir una mano que le rozaba el hombro, se llevó las manos a la espalda y con dedos temblorosos quitó el cierre al sostén, se bajó primero un tirante luego el otro y sujetándose un momento las copas con ambas manos, dejó caer la prenda quedando las manos acopadas sobre los pechos.

El hombre sentado empezó a mover lentamente la mano bajo la mesa, la negra miraba lascivamente el cuerpo de la española y notaba el aliento del joven en su nuca, sabia que nadie podía ayudarla y cuando desde atrás le mandaron poner las manos a la espalda lo izo sin rechistar. Sus dos perfectos senos con areolas inmensas y sonrosadas y los pequeños pezones erectos por el terror lograron aumentar el movimiento de la mano bajo la mesa y la sonrisa ladina de la negra que se relamía como si ya tuviera sus labios sorbiéndole las tetas y un gordo dedo tentando la sonrosada carne de su vulva. La nueva orden no la pilló por sorpresa y temblorosa y titubeante rodeó la mesa por el lado contrario a la negra descubriendo el enorme pedazo de carne negra babeante, entre las piernas del jefe con el glande que aparecía y desaparecía con el vaivén de su mano.

No sabía mucho inglés pero de sobras conocía el significado de blowjob.

Cuando hacía el amor con Carlos siempre empezaban jugando y acariciándose pero antes de la penetración y para conseguir la erección deseada casi siempre con la lengua le daba unos largos lametones a su pene. Pero una cosa era mamar la polla blanca y pequeña de su marido y otra muy distinta hacerlo con la negra, venosa y no muy limpia de un extraño.

Se arrodilló con un gesto de repugnancia a su lado y alargando el brazo le cogió el miembro y mirando a otra parte empezó a masturbarlo primero lentamente y después con más rapidez; cuando la mano se le llenó de líquidos, con infinito asco, acercó su linda boca al glande y empezó a mamarle la polla con repetidos lametones, en este punto una mano le agarró el cabello y le fue indicando el ritmo deseado introduciendo el pene hasta la campanilla y medio atragantándose, tosiendo y escupiendo fue mamando el enorme miembro  hasta que unos movimientos cortos y espasmódicos le avisaron de la inminente corrida que pese a no pillarla desprevenida le dejó semen por la barbilla y las mejillas.

-It was very kind of you, le espetó el negro mientras la mujer negra le limpiaba, amorosamente, con una toalla la verga y los calzoncillos.

Luego le tocó a ella limpiarse cara y manos con la misma sucia toalla pringada de semen.

Puede vestirse y recoger la mochila le dijo el policía joven, como ha podido comprobar ha sido todo un malentendido.

Al llegar al hotel todavía sollozaba. Como el restaurante estaba cerrado a aquella hora de la noche nos sentamos en el bar para comer unos sándwiches.

Esperanza, sentada entre las dos compañeras seguía sollozando y comentando lo mal que todo había empezado. Estábamos cansados y decidimos acostarnos.

Quedamos para desayunar a las diez y cada uno se fue a su habitación.

Carmen no paraba de lamentar lo mal que Esperanza lo había pasado y que ella no lo habría soportado, mientras se iba quitando la ropa. En mi cabeza no dejaba de pensar en lo buena que estaba Esperanza y en todas las guarradas que le habría hecho si hubiera estado yo en el lugar del aduanero y en mi entrepierna empezaba a despertar el deseo.

Carmen iba en camisón y al meterse en la cama  vi que no llevaba bragas, como solía hacer en los días calurosos de verano; nos dimos un beso y sin disimulo le sobé un pecho, ella retiró la mano y me dijo que estaba muy cansada, yo le repliqué que estaba empalmado pensando en el magreo de Esperanza y ella me contestó que yo era un pervertido y un guarro incorregible. La seguí sobando y le pedí que me hiciera una mamada, ella dijo que nunca se pondría un pene en la boca, que solo de pensarlo ya le entraban nauseas, pero notando mi erección, y como a desgana, se puso a horcajadas sobre mis piernas y mientras con una mano se levantaba el camisón para que pudiera verle las tetas con la otra empezó a masturbarme.

Diez minutos después ella se había lavado las manos y me había echado una toalla mojada sobre mi polla que seguía colorada y erecta ya que en mi cabeza permanecía la imagen de Esperanza amasando mi polla entre sus magníficas tetas, al cabo de un rato me quedé dormido.

Después de un anodino desayuno en el que imperó una tensión contenida con Carlos y Esperanza que mostraban en sus enrojecidos ojos la mala noche que habían pasado nos dirigimos a la agencia de la calle Tree Lane donde teníamos contratado el trekking.

Allí nos esperaba otra desagradable sorpresa ya que la presencia de guerrilleros en la zona de Kasese hacía imposible el viaje previsto y muy amablemente se comprometieron a devolvernos el dinero y a programar la misma excursión por un precio inferior cuando esto fuera posible.

Cabizbajos y alicaídos regresamos al Hotel donde nos informaron que había agencias menos ¨oficiales¨ que seguían prestando un servicio parecido y por un precio menor.

Poco después apareció al volante de un flamante Toyota un joven negro de unos treinta y pocos años con una barba recortada, unas gafas oscuras y unos dientes blanquísimos que dijo llamarse Matoke, luego nos enteramos que este es el nombre que en Uganda dan a una especie de plátano, duro y en absoluto dulce con el que acompañan, una vez cocido, una gran cantidad de platos.

El viaje en coche dura unas ocho horas ya que la distancia entre Kampala y el Bwindi Impenetrable N.P. es de unos 450 kilómetros, regateamos el precio y al final cerramos el trato.

Margarita que no quitaba sus ojos del guapo guía,  Esperanza que triste estaba aún más guapa que alegre, Carlos, Carmen y yo quedamos para el día siguiente a las seis de la mañana.

Para pasar la tarde decidimos dar una vuelta por el centro de Kampala.

De entrada visitamos el Ndere Cultural Centre donde nos empapamos de tradiciones y historia y donde comimos un bufet no demasiado apetitoso pero de precio razonable, para bajarlo nos subimos los 386 escalones de la mezquita Gaddafi.

Delante mío iba Esperanza moviendo sus caderas y mostrando una franja de piel entre los pantalones y el top. En mi mente seguía imaginando el balanceo de sus pechos mientras con la cabeza asentía entre las piernas del negro de la aduana.

Tropezó en un escalón y de un modo reflejo la ayudé poniendo mis manos abiertas en sus nalgas, ella respondió con una sonrisa y siguió ascendiendo, envalentonado volví a tocarle el culo pero esta vez ya no le hizo gracia y me lanzó una mirada furibunda.

Cenamos en el hotel y todos bebimos demasiado. A Carlos i Esperanza la bebida los dejó medio adormilados en el chill-out, mi mujer a quien le gusta mucho bailar salió a la pista y pronto tuvo una cohorte de camareros disfrutando las vistas ya que llevaba un corto pantalón que resbalaba ligeramente sobre las caderas y una ancha blusa blanca sin abotonar y con una lazada sobre el ombligo perfecto.

Margarita estaba ligando descaradamente con el bartender riéndose con todos los dientes y mostrándose seductora en todos sus movimientos.

Uno de los camareros se había unido al baile de Carmen y con la mano derecha en su espalda se cercioraba de que no llevaba sujetador, un par de bailes después Margarita que llevaba una camiseta tipo Custo y pantalones vaqueros, y el barman desaparecieron hacia el jardín y yo los seguí disimuladamente y al echar una última mirada a la pista de baile vi que la mano izquierda del negro que bailaba con Carmen le rozaba ligeramente, sobre la tela fina, un pecho y que sus pequeños pezones se marcaban en la blusa. Yo seguí a lo mío.

Siguiendo las voces en el jardín me situé tras un árbol que era un magnífico mirador sobre un coqueto rincón donde sentados Margarita y el barman estaban abrazados besándose y con las manos explorando sus respectivos cuerpos. La camiseta por encima de los pechos dejaba ver el sujetador crema rebosante con los enormes pechos mientras las manos del negro recorrían su cintura y se dirigían hacia el cierre del sostén y las de ella pugnaban por liberar el pene que se adivinaba turgente bajo el pantalón. Detrás del árbol me bajé la cremallera y hurgando en los calzoncillos saqué mi polla dispuesto a disfrutar el espectáculo.

De pronto desde atrás del jardín, supongo que tras saltar la tapia, por otro lado no demasiado alta, aparecieron en el claro seis muchachos, todos de raza negra, que empezaron a chillar al barman como si le exigieran algo que les debía.

Margarita se bajó apresuradamente la camiseta y hizo el gesto de levantarse pero dos fuertes brazos la sentaron de nuevo mientras la discusión seguía. Asomó una navaja y el barman se arrodilló como si implorase piedad. Un rato después estaba en el suelo inconsciente mientras tres de los chavales seguían dándole patadas por todo el cuerpo.

Esperanza que seguía sentada sujeta por uno de los críos, volvía la cabeza a un lado para no contemplar la paliza.

Volvieron los seis chavales a discutir entre ellos y de golpe vi brillar la sonrisa en sus bocas de blancos dientes. Rodearon a la asustada española y le dijeron algo que no llegué a escuchar. Poco después los seis negros y yo desde mi escondite pudimos contemplar a la alicantina que se levantó y empezó un lento striptease, tras quitarse la camiseta y el sujetador mostraba sus enormes pechos, algo caídos ya que la magia no existe, con unos pezones oscuros y las areolas anchas marcando como dos dianas gemelas el camino de todas las miradas.

Con un certero golpe detrás de las piernas la dejaron  de rodillas intentando taparse los pechos que no le cabían en las manos, poco después, tras una orden, colocó las manos en la nuca y los seis chavales se dispusieron en corro esperando el turno de follarse su boca mientras con una mano magreaban groseramente sus tetas y con la otra agarrando el pelo le marcaban el ritmo de sus caderas entrando y saliendo de su boca con sus babeantes pollas.

Margarita tenía la típica cara de pez que se les pone a las mujeres cuando tienen quince centímetros de pene hurgando sus encías.

Cuando el tercero se corrió dentro de su boca, Margarita tuvo nauseas y en tres arcadas vomitó bilis y semen que le salpicaron los pantalones. En este momento, después de colocar mi rígido pene dentro del pantalón, dando un rodeo regresé al bar donde Carmen, Esperanza y Carlos charlaban animadamente.

-De donde vienes?, preguntaron.

-Hay un maravilloso jardín, contesté evasivamente.

-Sabes donde está Margarita?

Si no esta con vosotros seguramente habrá subido a su habitación ya que mañana hay que madrugar respondí y con un

-hasta mañana nos despedimos y Carmen y yo subimos a la habitación.

En el ascensor me dio un beso prometedor, se le notaba el cuerpo recalentado por los sobes del bailoteo y no rechazó mi mano que desde la cintura bajó por debajo del cinturón y exploró una nalga.

Ya en la habitación me dio otro beso apretando su cuerpo contra el mío, se separó un momento y con un movimiento preciso descorrió la cremallera de mi pantalón, metió su mano en la entrepierna y sacó mi pene todavía morcillón.

Se separó de mí algo más y deshaciendo el nudo de la blusa y separando botón a botón los dos lados de la pieza me mostró sus dos perfectas tetas mientras contemplaba el efecto en mi pene que iba alcanzando su posición de ataque.

Poco después desnudos empezamos a revolcarnos por la cama, besándonos y jugando con nuestros cuerpos. Mis manos agarraban con fuerza sus pechos notando entre mis dedos su consistencia firme y mi mente corrió por el cuerpo semidesnudo de Margarita postrada entre los pilluelos africanos que penetraban una y otra vez su boca mientras groseramente le manoseaban las tetas estrujándolas  y retorciendo sus pezones para que  gritando separara sus labios facilitando la tarea de hundir sus penes hasta la campanilla.

Poco después quedé rendido sobre el cálido cuerpo de Carmen.

A la mañana siguiente Carmen y yo bajamos a desayunar en el buffet donde estaban Esperanza, aparentemente recuperada del triste episodio del aeropuerto de la mano de Carlos y un poco después Margarita que no hizo ningún comentario a lo que le pasó en el jardín y de hecho con sus ajustados pantalones, su blusa blanca y su ligera chaqueta de corte militar estaba más atractiva que nunca.

A la seis en punto aparcó el Toyota de Matoke, cargamos el escueto equipaje y nos dispusimos a disfrutar de la primera etapa del viaje.

Tras un par de placenteras horas de viaje en que fuimos descubriendo el paisaje cuajado de casas y chabolas que rodea la carretera que se dirige a Fort Portal centro neurálgico de los parques y bosques de Uganda llegamos a Mitiyana una ciudad desangelada de cerca de 40.000 habitantes donde cogimos el ramal hacia el Lago Wamala donde Matoke nos sugirió coger un pequeño barco pesquero para trasladarnos a una de las islas que ahora tras la fiebre pesquera de los años sesenta había sido abandonada, volviendo la naturaleza a engullir las instalaciones pesqueras, inactivas desde los años setenta.

Dejamos el Toyota y las mochillas en Katiko Fish hoy en día poco más que pequeñas naves semi-derruidas y docena y media de casuchas para subir a la lancha junto con el guía y un nativo, antiguo pescador y de semblante adusto que sin abrir la boca durante los cuatro kilómetros del trayecto no dejó de mirar alternativamente al horizonte y a las blusas turgentes de las tres turistas.

La isla de Kirali de algo más de 1 kilómetros de largo y algo menos de 300 metros de ancho está hoy en día completamente deshabitada y rodeada en todo su perímetro de espesos manglares y en su interior tapizada de un verde espléndido tiene un espeso bosque en un 50% de su superficie.

Decidimos dar una vuelta, hacer un montón de fotos y reencontrarnos en el mismo punto al cabo de una hora y nos dividimos en tres grupos, Carlos y Esperanza fueron al norte, el guía y Margarita hacia el centro y Carmen y yo optamos por el sur ya que en el google maps aparecía una zona de bosque tupido que me apetecía fotografiar.

Tras andar algo menos de 15 minutos llegamos a la entrada del bosque y lo estábamos rodeando cuando Carmen me comentó que había visto algo moviéndose, yo no soy demasiado aprensivo pero tampoco un loco audaz y preferí seguir dando la vuelta en vez de entrar en el bosque, en esto estábamos cuando entre las matas aparecieron dos chavales negros que nos llamaron por señas, a Carmen le dio mala espina y me pidió que diéramos la vuelta, al hacerlo nos dimos de bruces con cuatro negros enormes que nos cerraron el paso, cogidos de la mano intentamos rodearlos pero en seguida nos dimos cuenta que no era su intención el permitir que regresáramos y de pronto uno de ellos metió la mano en su pantalón sacando una pistola con la que me apuntó.

Por señas  nos indicó que empezáramos a andar hacia donde habíamos divisado a los dos chavales que dando brincos iban indicándonos el camino, diez minutos después llegamos a una chabola increíblemente sucia y que olía a pescado putrefacto, en su interior, un viejo dormitaba en un camastro y a parte de aperos de trabajo solo había una mesa y tres sillas metálicas.

Me indicaron que me sentara en una de las sillas y mientras me ataban los pies tras las patas anteriores y las manos en la espalda miré a los ojos de Carmen que sollozaba pensando en lo peor.

Uno de los negros despertó al abuelo y le enseñó con un gesto de la mano la mujer blanca que le habían traído mientras los dos mocosos de apenas trece años empezaban a sobarle las nalgas a mi mujer que con gestos bruscos de sus manos intentaba alejarlos, consiguiendo solamente que cambiaran de objetivo manoseando sus caderas o sus pechos.

Grité una obscenidad a los chavales y desde atrás me llegó un sopapo que me reventó el tímpano y me dejó con la vista medio nublada.

-Shut up and enjoy it, me dijo una voz desde mi espalda y uno de los negros se colocó a mi lado sujetándose el pene con una mano.

Poco a poco los dos negritos le empezaron a quitar la ropa mientras Carmen trataba de evitarlo recolocándose la blusa o intentando abotonar el pantalón pero mientras trataba de dar un empujón a uno el otro le rasgaba una manga o cuando con ambas manos se subía el pantalón de un tirón le saltaban un par de botones, diez minutos después Carmen, colorada como un tomate, con las manos trataba de esconder sus pechos cuando de un fuerte tirón uno de ellos le arrancó las bragas dejando a la vista una marcada línea roja y el espeso matorral de su pubis. Instantáneamente bajó una de las manos para esconder su sexo y su seno derecho quedó a la vista. Impotente me miró a los ojos y yo tuve que agachar la cabeza.

Los dos chiquillos se sentaron en la cama al lado del abuelo mientras los cuatro adultos ahora ya completamente desnudos y empalmados rodearon a Carmen, en aquel momento solo un pedazo de carne blanca.

Entre gritos de puro pánico la sujetaron por las brazos y la izaron sobre la mesa y mientras ella trataba de zafarse y daba puntapiés como una posesa dos de ellos la sujetaron por los brazos, boca arriba, sobre un hule infecto y mientras uno de ellos se colocaba entre sus piernas el otro le mantenía un muslo algo separado para que su sexo quedara perfectamente expuesto y preparado para la penetración.

Yo empecé a gritar hasta que uno de los jóvenes se me acercó poniéndome en la boca las bragas rotas de Carmen, luego siguiendo un impulso me desabrochó los pantalones y por debajo de los calzoncillos hurgó hasta sacar mi pene y mis huevos que quedaron expuestos sobre la goma tirante de los calzoncillos.

En esto Carmen redobló sus gritos cuando notó un pene que separaba los labios de su vagina y las dos manos que agarrando con fuerza sus pechos ayudaron a su verdugo en la penetración que fue muy violenta golpeando los huevos del negro sobre el pubis a  cada embate. Sabiendo lo poco que Carmen lubricaba me imaginé el dolor que sufrió durante esta primera violación.

A partir de aquel momento empezó la ronda entre los cuatro africanos que se iban turnando ya que mientras uno le bombeaba la polla en la vagina, otro la besaba obligándola a usar la lengua, casi a mamarle la lengua con sus labios, ya que si se resistía un fuerte pellizco en un pezón la hacía entrar en razón, otro jugaba con sus pechos que subían y bajaban al ritmo de la jodienda y el último con su mano blanca entre las suyas la obligaba a acariciarle la polla o los huevos. Todo esto me pareció que duraba una eternidad hasta que el último retiró su hinchado miembro con un chapoteo y empezaron a hablar entre ellos mientras Carmen yacía espatarrada sin ánimo para moverse.

Cuando por fin pude separar los ojos de la terrible escena y bajé la vista, avergonzado vi mi miembro totalmente erecto y con líquido preseminal mojando mis calzoncillos.

En esto los cuatro africanos incorporaron a mi mujer sobre la mesa y con un rápido movimiento coordinado la volvieron boca abajo, presintiendo lo que se avecinaba, Carmen con sus tetas prensadas sobre la mesa y su culo al aire volvió a gritar pero mientras una mano la cogía por el pelo y le levantaba la cabeza vio ante sus ojos uno de los enormes cipotes y cerró su boca que abrió de golpe cuando una polla forzó su ano mientras la otra aprovechaba la ocasión hundiéndose hasta la campanilla, trató de morder y este fue un error ya que le llovieron golpes por todos lados hasta que uno de los negros le puso un machete ante los ojos. Carmen sumisa abrió su boca y por primera vez en su vida hizo una mamada poniendo tanto esmero y cariño como supo y cuando el negro agradecido se corrió en su boca ella tragó toda su leche aunque al instante en dos arcadas vomitó el semen y el desayuno, mientras tanto todos iban pasando por su ano que cuando uno de los negros retiraba su polla quedaba abierto y enrojecido por los bordes como anticipando la llegada del siguiente.

Los tres que aún no se habían corrido voltearon a Carmen otra vez boca arriba y uno tras otro descargaron sus pollas en la ahora abierta y sonrojada vagina de mi mujer que ya ni tan siquiera oponía resistencia.

Estaban todos comentando el polvo entre ellos y fumando unas pipas que apestaban cuando se oyeron voces y tras el chirrido de la puerta que se abrió de golpe aparecieron Matoke y Margarita que al ver el cuerpo de Carmen desnudo y violado sobre la mesa se llevó la mano a la boca y lanzó un grito mientras su vista iba de los cuerpos desnudos de los cuatro negros a mi polla, ahora otra vez morcillona,  y a la vulva rezumando semen de Carmen intentando hacerse cargo de la situación.

Matoke intercambió unas pocas palabras con los cuatro negros, izo un saludo de respeto al viejo que seguía sentado en el catre y pasó la mano por las encrespadas cabezas de los dos muchachos luego acercándose a la mesa acarició largamente los pechos de Carmen y empezaba a chuparle los pezones cuando Margarita echa una fiera se le abalanzó sobre la espalda. Matoke  se deshizo de ella con una finta y de un empujón la mandó al suelo. Empezaba a levantarse cuando le saltaron encima los dos niñatos y se sentaron uno sobre su pecho con las piernas dobladas sobre sus brazos y el otro, de espaldas al primero, sobre su vientre mientras ella trataba sin éxito con movimientos convulsos de piernas y cabeza de zafarse de las cuatro manos que empezaban a juguetear con su cuerpo.

-Margarita, le dijo Matoke arrodillándose a la altura de su cara, estate quieta o de lo contrario terminaras en la mesa como tu amiga, pero ella siguió chillando y tratando de liberarse durante un buen rato hasta que agotada por el esfuerzo pareció relajarse.

Los cuatro adultos agarraron a Carmen por las extremidades y la dejaron semiinconsciente, boca arriba, sobre unos sacos con las piernas impúdicamente  separadas y un hilo de semen rezumando de su vagina.

Los gritos de Margarita se incrementaron cuando Matoke  después de quitarle de encima a los dos mocosos la levantó agarrándola por el pelo.

Fin de la primera parte