Tyrion III. El Cobarde.

El ritmo de sus caderas fue acelerando a medida que mis palmadas caían sobre su culo. Si al principio aquella cadencia lenta me puso a mil por todo lo que significaba, en aquel momento mi cuerpo pedía marcha y Elsa se la estaba dando.

Mi mano volvía a ser nefasta. Comprendía perfectamente las normas del póker pero no tenía la misma soltura que con la brisca, en la cual era el puto amo gracias a las largas sobremesas veraniegas jugando con la abuela Fulgencia.

Mi tío Paco no había tardado en descubrir mi habilidad con las cartas y no pocas tardes habíamos tomado un aperitivo gratis a costa de alguna otra pareja de jugadores del casino del pueblo.

—Paso –dije por tercera partida consecutiva.

—¡Joder Tyrion, que también se puede ir de farol! –respondió uno de mis compañeros tras dar un nuevo trago a su cerveza.

—Déjalo, es un cagón. A lo mejor se muere si pierde y tiene que pagar una ronda. –Noa puso tres monedas de cincuenta céntimos aceptando la apuesta. El movimiento hizo que tintinearan las bolitas de cristal multicolor que remataban sus rastas.

Éramos un grupo variopinto. La única chica era una alternativa que vivía en una especie de comuna agrícola, una flowerpower de esas a las que mi tío Paco soñaba con poner a recoger oliva en Enero. La verdad que era una tía maja, se estuvo partiendo el culo un buen rato cuando le comenté lo de las oliveras.

Los otros dos tipos eran un poco particulares también: Sebastián estaba en paro.  A sus cuarenta años, había decidido comenzar a estudiar Económicas. Un poco callado y barrigón pero buena gente. El que me acababa de acusar de no utilizar nunca el farol, vamos, de cobarde, era Nico. El tipo más arreglado que había visto nunca, siempre iba como para desfilar por una pasarela. Había escuchado que los gays se cuidaban mucho pero lo de mi colega era la hostia, fijo que con lo que costaba un par de pantalones suyos me compraba el quad.

—Eh, si quieres pago la próxima, pero para mí ganar, o no perder, es cuestión de principios.

—Trío de jotas. –Nico puso las tres cartas encima de la mesa con una sonrisa triunfal. Era un tipo que siempre estaba de buen humor, salvo cuando encontraba una arruga en alguna de sus carísimas camisas.

—¡Pero cómo te quiero! –Noa se levantó de la silla y, tras mostrar su póker de cuatros, le pegó un pico al perdedor en todos los morros. Nuestra amiga presumía a todas horas de ser bisexual; aunque mi tío siempre decía: dime de qué presumes y te diré de qué careces.

Si aquel era el premio por perder, a lo mejor estaba dispuesto a marcarme un farol en la próxima. No es que fuera un bellezón, pero me ponía un poco aquella cara siempre sonriente. Además, me daba mucho morbo descubrir lo que escondía debajo de aquellas ropas tan anchas.

—Eh, Zanahorio, ya eres suficientemente bajito como para encogerte aún más –dijo ella organizando las monedas ganadas en montoncitos.

La verdad es que quería hacerme invisible. Por la puerta de la cafetería entró un pibón de pelirroja a la que yo conocía perfectamente. Tras los pies de mi hermana entró Elsa, mirando a su alrededor, imagino que buscándome entre toda la gente que abarrotaba la cafetería.

Que mi prima visitase el bar de Económicas no era raro, puesto que estaba al lado de derecho y los pobres de aquella facultad tenían el peor garito de toda la universidad: lo que me mosqueó e hizo que me escondiera, fue ver allí a María. Psicología estaba a más de un cuarto de hora andando y nunca la habíamos visto por nuestra zona.

Las dos hablaron un buen rato. Mi prima respondió a algunas de las frases de María poniendo cara rara y moviéndose inquieta en la silla, lo cual no prometía nada bueno para mí. “Que encoja diez centímetros más si esas dos no hablan de mí”, pensé sin prestar atención a la nueva partida.

—¿Que cuántas quieres? –preguntó Sebastián que era quien repartía en ese momento.

—Está empanao –dijo Noa siguiendo la dirección de mi mirada—. ¡Joder, tío!, están muy buenas. Vaya ojo que tienes.

—Mirar es gratis –respondió Nico con tono de burla.

—Pues perdona, Versace, pero resulta que son mis compañeras de piso. –En qué mala hora dije aquello.

—Pues preséntamelas. —Mi amiga, que supuestamente se había sentido atraída por mi parentela, se animó y comenzó a hacerles señas para que se acercaran. Por desgracia, la prudencia me llegó demasiado tarde y ya no pude detenerla.

Elsa, que había estado todo el rato moviéndose inquieta y mi hermana se miraron alternativamente entre ellas y luego a la hippie que les saludaba con la mano. Finalmente, mi prima se señaló el pecho y ante el asentimiento de Noa se puso de pie. Mi hermana la imitó, aunque normalmente era ella quien llevaba la voz cantante. Atravesaron la concurrida cafetería con rostros desconcertados, seguramente no entendían por qué las llamaba aquella chica de rastas.

Cuando mi hermana viese que no estaba en clase me iba a inflar a hostias. Mi compañera se levantó y plantó dos sonoros besos en las mejillas de cada una de las recién llegadas. Elsa y María se habían quedado paralizadas ante aquellas efusivas muestras de cariño. Mi hermana aprovechó una pausa para mirarnos a los que estábamos sentados. Cuando me descubrió, su mirada fue de desconcierto y enseguida se giró hacia mi amiga hippie.

—Noa me has dicho, ¿no? Encantada –María la abrazó con entusiasmo.

¿Qué carajo estaba pasando allí? La pelirroja mandona en la cafetería de mi facultad con Elsa y ahora, en vez de reñirme, se mostraba súper amistosa con mi amiga.

—No nos habías hablado de esta chica tan guapa, gamberrillo –dijo María, tratándome como si tuviera ocho años.

La siguiente media hora fue de los momentos más bochornosos que recuerdo. María no dejaba de ponerme en evidencia contando a mis tres compañeros de clase, pero en realidad a Noa, lo divertido que era, lo ocurrente, lo atento y cariñoso; vamos, un catálogo de las virtudes paulistas. Elsa estuvo todo el rato mostrando una media sonrisa. Cuando me miraba directamente a mí, su gesto se ampliaba mostrando una profunda diversión por todo aquello.

—Si querías vengarte por alguna cosa, te ha salido de cojones –dije saliendo de la cafetería junto a mi hermana y a Elsa.

—No digas palabrotas. Además no sé por qué estás tan cabreado.

—Mujer, has hablado de él como si tuviera diez años. –Era una de las pocas veces en que veía a mi prima corregir a María—. Sé que lo has hecho con buena fe, pero te has pasado y deberías pedirle disculpas.

Mi hermana se paró de inmediato mirando a Elsa, mientras una sonrisilla se le dibujaba en el rostro. Todo aquello era extrañísimo: mi prima, con calma y madurez, defendiéndome de la señorita Rottenmeyer, la cual no había dicho nada de que me saltase las clases para jugar al póker y en vez de darme un capón, hacía a mi favor una campaña publicitaria que ni las de Apple.

—Ya no es ningún niño aunque a veces den ganas de darle un capón. –Elsa apoyó una mano en mi hombro y yo creí crecer treinta centímetros.

—Bien…  —María nos miró a ambos alternativamente. Extendió su mano, lo cual me resultó muy raro. Nunca se había disculpado de otro modo que no fuera dándome un abrazo. De repente cambió la trayectoria y me pellizcó en una mejilla--. Es que me hace tanta ilusión que mi chiquitín sea todo un hombretón…

Quién era aquella tipa y qué había hecho con mi hermana. O tomaba drogas o algo le había sentado muy mal.

----*

Tirado en la cama viendo un documental de leones, no hacía más que ojear el reloj del móvil. Faltaban diez minutos para que María se marchase y por fin poder sonsacar a Elsa qué era toda aquella locura.

—Me marcho Pablo, volveré a las ocho. Le he dicho a Elsa que no te moleste. –Esta última frase la dijo con una sonrisilla que me dejó aún más mosca.

Minutos más tarde, mi prima asomó la cabeza por el hueco de la puerta. La imagen me dejó sin palabras. Un tanguita de encaje negro era lo único que vestía de cintura para abajo. Sobre el torso, una camiseta recortada a mano que permitía ver el final de la curva de sus tetas. El rótulo, “The Ramones”, se veía deformado por la presión que su pecho hacía en la tela tres tallas menor de lo que necesitaba.

—Vale, a ver. Hay dos opciones: La primera, el sarcasmo. Te puedo decir que si no tenías ninguna camiseta de antes de la comunión; la otra es la sincera. Te puedo decir que ni con toda la lencería fina del mundo estarías más sexi.

Mi prima soltó una suave carcajada y se sentó a los pies de la cama como si esperase algo.

—¿Me lo vas a contar o tengo que preguntarte? —Seguro que se me veía ansioso y ella quería alterarme más aún.

—Pues a lo mejor prefiero que me lo sonsaques.

—¿Y si me lo dices ya y luego dejo que me sometas a las torturas que quieras?

—Vale, que te veo preocupado. ¿Recuerdas lo que hicimos ayer? –preguntó mirando la silla de mi escritorio sobre la cual había un montón de ropa limpia.

—Cómo no, si todos los días hacemos lo mismo. Yo me tomo el postre y tú lo disfrutas.

—Claro, y luego me dirás que tú no recibes tu dosis. Que soy una buena chica y también me lo como todo.

—Pues tengo aquí un postre para darte.

—Deja la banana para luego. Bien, pues el caso es que cuando alcancé…, por lo visto manché un poquito tu camiseta.

—¡Joder, normal! Vaya manera de correrte.

—¿Algún problema? –amenazó mi prima.

—No, no, ninguno. La próxima intentaré abarrerlo todo.

—Así me gusta peque, que te lo curres. Pues…, como eres un poco tonto…, resulta que en vez de limpiar un poco la camiseta, la tiraste como si tal cosa en el cesto de la ropa.

—¿Y?

—Pues que anoche, cuando María puso la lavadora, vio algo extraño en ella y la muy cochina decidió olerla.

—¿Mi hermana te olió el coño?

—¡Dios!, ¡estás enfermo! Aunque se podría decir que de manera diferida, sí me lo olió. –Me encantaba cuando mi prima utilizaba vocabulario del que había aprendido en la facultad. La hacía mucho más interesante. ¡La macarra culta!

—¿Y por eso ha ido a verte a la facultad?

—Sí. Dice que anoche no se atrevió a comentármelo por si me reía de ti y la liábamos.

—Pues no me hubiese importado que nos liáramos.

—Ja, ja, eso ya lo sé yo. Pues me lo ha contado y me ha preguntado si yo sabía algo, que si conocía a… a la chica con la cual habías hecho sexo oral… —dijo Elsa poniendo cara rara—. Fueron las palabras que utilizó María para referirse a una comida de coño de escándalo.

—Ya sabes cómo es ella.

—Pues, tras darle algunas vueltas, preguntándome sobre todo por tu amiguita Inés –Ese amiguita sonó de una manera punzante que me encantó—, ha comenzado a atacar a fondo. Que si yo no había escuchado nada ayer, que si sabía hasta dónde habías llegado con Inés, que si tenías más amigas…

—¿Y qué le dijiste?

—Pues que Inés es una chica encantadora y que creía que erais solo amigos, pero ella seguía insistiendo en esa línea de investigación.

—Eh, que estudias derecho, no criminología. ¿Por qué no desviaste la atención hacia ella?

—Pues porque estuve todo el rato dándole vueltas a la idea de soltarle todo. –Elsa, ante mi repentino ahogo, comenzó a darme palmadas en la espalda—. Respira y levanta los brazos.

—¿Le ibas a contar todo a mi hermana?, ¿a tu prima?

—Sabes, mientras me lo contaba toda entusiasmada estuve pensando que lo que hacemos no es nada malo. Lo de ayer fue… fue… una pasada, como siempre.

»Cuando hablaba María, yo pensaba en lo que sentí cuando me besaste los dedos de los pies, cuando lamiste mis muslos… joder qué calor hace ¿no?

Por toda respuesta me arrodillé frente a ella y, quitándole las pantuflas, me llevé uno de sus pies a la boca. Fui lamiendo entre los dedos, succionando luego la almohadilla de cada uno.

—Uf, uf, uf. Como sigas así no te voy a poder contar cómo acabó la cosa. Dios, qué cochinote eres. –Había comenzado a lamerle la planta del pie y parecía que estaba encantada porque crispaba los dedos de la mano, a la altura de la parte delantera de su tanguita, como si dudase entre comenzar a tocarse o esperar un rato.

—¿Estas fueron las sensaciones que recordaste esta mañana?

—Síii, síii.

—¿Delante de María?

—Síi.

—¿Y cómo se puso tu cuerpecito?

—¡Qué cabrón que eres! –dijo Elsa entre jadeos, tirando del elástico del tanga hacia abajo.

—Vamos, golfilla. Cuéntame lo cachonda que te pusiste en la cafetería.

—Pues… miraba a tu hermana… y pensaba que… si supiera las comidas que hace su Pableras… no te vería como un niño.

—¿Y tu coño cómo estaba? –pregunté tras quitarle completamente el tanga, comenzando a besar la cara interna de sus muslos.

—Mojadito.

—¿Solo mojadito? –Repentinamente bajé hasta la rodilla dándole castos besos.

—¡Cabronazo, sigue subiendo!

—¿Entonces cómo estabas en la cafetería? —pregunté poniendo mi voz más pícara.

—¡Joder!, ¡estaba súper cachonda! Recordaba mi coño aplastándose contra tu boca y luego toda tu cara mojadita por mi corrida.

Ascendí rápidamente hasta quedarme cerquita de sus ingles pero provocándola para que continuara.

—Le dije a María que debías hacerlo muy bien para que la chica se hubiera corrido tanto –dijo Elsa tirándome de los pelos hacia su entrepierna—. Ella se puso súper roja y yo, de verla así, me acordaba más aún de cómo metías toda tu lengua en mi coño, de cómo tironeabas de mi clítoris… Uf, me entraron unas ganas de tocarme allí mismo delante de ella, que no veas.

No me pude aguantar y metí mi lengua entre sus húmedos labios. Lamí lentamente de abajo hacia arriba, deteniéndome antes de llegar al clítoris para volver a bajar.

—¿Qué quieres?, ¿que te diga más guarradas?, ¿que me he mojado como una gorrina y que me he tenido que cambiar de bragas al llegar?, ¿que me imaginaba que estabas debajo de la mesa del bar comiéndome el chocho delante de las narices de la santurrona? –Mi prima movía violentamente sus caderas para forzarme a que llegase más allá—. ¡Fóllame de una puta vez con esa pedazo de lengua!

Dicho y hecho. Llevé uno de mis dedos al hinchado clítoris mientras metía toda la lengua que podía dentro de su conejito. Para no variar, Elsa volvió a apretar con fuerza sus muslos, como hacía cada vez que le comía la almejita. Menos mal que no estaba encima de mí. Aun así, temí por mis orejas.

—¡Síii, cabrón!, ¡bébetelo todo, no dejes ni una gota!

Así lo hice. Sorbí todo el fluido que salió del volcán que tenía Elsa entre las piernas mientras mi dedo presionaba con saña el duro clítoris, logrando que el orgasmo se hiciera más largo y placentero. Mis rizos también fueron maltratados por la pasión de la descarga. Si seguía así iba a terminar conmigo.

—¿Ahora… comprendes? Si alguien piensa que esto está mal, que le den –dijo mi prima tras tragar saliva—. No pienso dejarte aunque se entere tu hermana.

No supe qué contestar. Una presión en el pecho me estaba ahogando. Me tuve que conformar con asentir con la cabeza. Las piernas me zumbaban, se me nublaban las orejas y me temblaban los ojos.

—¿Te encuentras bien? –Se acercó a mí he hizo algo que aún me dejó más trastornado.

Se arrodilló y poniendo sus manos sobre mis hombros, me besó. Primero con cariño, juntando sus labios con los míos y entreabriendo la boca; luego juguetonamente, amagando con introducir su lengua y huyendo de la mía; finalmente lascivo, devorándonos las bocas, chapoteando en nuestras salivas.

Aquello comenzaba a darme mucho vértigo. Era como si todo estuviera saliendo tan bien que el desastre se acercaba peligrosamente. A mí nada me podía salir tan rodado o, por lo menos, durante mucho tiempo.

Mientras jugueteaba con el piercing de mi prima, no me enteré de que mis pantalones estaban ya por mis rodillas. Perseguir aquella bolita de acero, primero en su boca y luego en la mía, era muy divertido y excitante.

Lo que sí sentí, por muy flipado que estuviera con el beso, fue el tacto de la mano tibia de Elsa sobre mi polla. Nuestras bocas se separaron y Elsa se tuvo que enderezar para subirse a la cama. Arrodillada sobre esta, palmeó a su lado indicándome claramente que me tumbase allí.

Poniendo una rodilla a cada lado de mi cuerpo, fue gateando poco a poco hasta que solo quedaron escasos centímetros para que su pubis rozara con mi polla. En aquella postura, su pecho quedaba a la altura de mi boca, lo cual siempre aprovechaba para pegarme un atracón de tetas.

Los pezones, cubiertos por la diminuta camiseta, llegaron a la altura de mi barbilla y atrapé entre mis dientes uno de ellos, concretamente el que quedaba debajo de la “O”, al tiempo que la punta de mi ciruelo sentía la humedad de la vulva. Tenía cierto morbo sentir el pezón por debajo de la tela, en el centro de aquella “O”.

Chupé y chupé como si quisiera alimentarme, sintiendo cómo el pezón se ponía más y más duro. La firme mano de Elsa enderezó mi rabo hasta ponerlo completamente vertical y se lo clavó hasta el fondo. Un pensamiento tonto, de esos que te interrumpen en los mejores momentos, llegó de repente: si le contase a mi tío Paco que le chupé la “O” a The Ramones no me creería y, madre mía, cómo estaba esa “O”.

Elsa, casi totalmente tumbada sobre mí, adelantaba despacio las caderas y volvía hacia atrás aún más lentamente, como si quisiera sentir cada uno de los centímetros que se estaba metiendo.

—¿Te gusta, chiquitín? Dime lo mucho que te gusta que te lo haga así lentito, que te folle despacito, que me meta esa polla tan dura que tienes hasta el fondo del todo –repetía ella apoyando su barbilla en mis rizos.

A mí se me acumulaba el trabajo. Mis manos acariciaban las caderas mientras mi boca se había ensañado con la O que cada vez estaba más empitonada. Elsa comenzó a presionar con los músculos de su vagina. Si el coño de mi prima ya era acogedor, aquella presión hizo que tocara el cielo de las folladas.

Mi mano, tomando una decisión por ella misma, palmeó el culo que tan lentamente me cabalgaba. Un entrecortado jadeo fue la respuesta. Como no sabía qué pensar, volví a repetirlo pero un poco más fuerte. El gemido salió de más adentro y a este acompañó una fuerte presión de la entrepierna. Parecía que unos azotes cariñosos la encendían aún más.

El ritmo de sus caderas fue acelerando a medida que mis palmadas caían sobre su culo. Si al principio aquella cadencia lenta me puso a mil por todo lo que significaba, en aquel momento mi cuerpo pedía marcha y Elsa se la estaba dando.

No aguantamos mucho aquella endiablada follada. El tacto de la suave piel de Elsa al ser palmeada y el sonido que producía, me estaban poniendo a mil. Ella, a la que parecía gustarle, se tensó moviendo las caderas en lentos círculos. Yo tuve suficiente con aquellos últimos apretones. El orgasmo de Elsa me había llevado a las puertas del mío propio y no tardé en regar las entrañas de mi prima con mi lechita tibia.

—¡Joder, pedazo de polvo! –dije mientras un cuerpo cálido se acomodaba a mi lado.

—¿Se puede saber por qué coño me pegabas? –preguntó ella tironeando de los rizos de mis huevecillos.

—¿Te he hecho daño?, ¿te ha molestado?

La mirada que me devolvió fue indescifrable. Lo mismo me atizaba un guantazo que me pegaba otro beso:

—No sé, fue raro.

—¿Raro bien o raro mal?

—Simplemente raro. Además me había portado bastante bien como para que me azotaras. –Esto último lo dijo poniendo aquella voz rasposa que tanto me gustaba.

—Bien, la próxima vez te azotaré solo si te portas mal conmigo.

—¿Podéis vestiros?, me gustaría hablar con vosotros. –Sin que nos diéramos cuenta, la puerta de mi dormitorio se había abierto y bajo el marco de la misma, María, con los brazos cruzados sobre el pecho, nos miraba carente de toda expresión.

—¡Hostia puta! –Fue cuanto pude pronunciar antes de que Elsa se levantase y encarara a mi hermana.

—¿Ahora te dedicas a espiar? –por lo visto mi prima había pensado que la mejor defensa era un buen ataque. Yo solo esperaba que definiera tan bien como Messi.

—Elsa, haz el favor de callarte y ponerte las bragas.

—Vaya, ¿no solo me espías si no que también me vas a dar órdenes?

Yo atiné a taparme las pelotas con la sábana antes de que mi hermana desviase su atención de mi prima hacia mí, aunque aquello no se produjo. La mano derecha se movió a toda velocidad impactando con violencia.

—Eso por acostarte con mi hermanito. –La mano izquierda fue tan rápida como la otra y logró impactar con la misma contundencia—. Y esto por no haber confiado en mí y no habérmelo contado.

Era hasta un poco cómico ver desde mi posición el precioso culo desnudo de Elsa mientras, con los brazos alzados, se frotaba el rostro. Aquellas hostias solían tener como objetivo final mis mofletes y pensé que los tres debíamos estar completamente desubicados.

—Ahora, si te atreves,  tienes todo el derecho a atizarme por haber violado vuestra intimidad. –Por lo menos yo continuaba sin saber dónde conducía todo aquello, aunque María sí parecía tener la situación controlada—. Si sirve de algo, os pido disculpas.

Mi hermana no dejó que Elsa contestase y, agachándose, recogió el tanga del suelo.

—Toma, póntelo. Ya he visto suficiente por hoy.

No supe si el gesto de mi hermana había sido una sonrisa o una mueca de fastidio, pero el caso es que Elsa le hizo caso y, tomando el tanga de sus manos, se lo puso rápidamente.

—También me ofende que me hayáis tomado por idiota, pensando que me ibais a engañar. Todas las tardes cuando regresaba, uno de los dos dormitorios olía a sexo que tiraba para atrás.

—Pues abríamos las ventanas y poníamos ambientador –dijo mi prima mientras se sentaba en la silla de mi escritorio.

—Joder, pero si habéis sido unos cochinos. Toallitas pringadas de semen en el cubo de la basura, braguitas empapadísimas y por si fuera poco, vais y utilizáis mi mano mientras me creíais inconsciente. Os he dado esta mañana la oportunidad de sinceraros, de que confiarais en mí pero habéis preferido reíros en mi cara.

El color de nuestras mejillas se retiró a toda velocidad. Si sabía lo ocurrido en la noche de su borrachera, estábamos muertos. Elsa se levantó de la silla con lentitud y se acercó hasta tener a mi hermana a unos centímetros:

—Dame la tercera porque no tengo excusa alguna—. ¡Aaahhh, aaaaahhhhh, aaaahhhh!

Le tuvo que costar toda su fuerza de voluntad pero al final, mi prima controló los aullidos y se limitó a apretar las mandíbulas con obstinación. María había pensado, en un alarde de crueldad, que aquella ofensa necesitaba de algo más que una bofetada para satisfacerla. La “O” que yo había saboreado hacía no mucho, estaba siendo retorcida por mi queridísima pelirroja con toda la saña del mundo.

—María, por favor, que me haces mucho daño –farfulló entre dientes la víctima.

—¿Y tú qué?, ¿no ves que tu amorcito está sufriendo?, ¿qué eres, Tyrion el cobarde? Para meterla en caliente sí estás muy dispuesto.

Finalmente me armé de valor y salté de la cama. Aquella situación era ridícula, estaba con la polla colgando delante de mi hermana la cual retorcía un pezón de mi prima.

Con la camiseta y el sujetador puesto sería muy complicado agarrar uno de los pezones de María, por lo que me conformé con pellizcarle en el costado. Debía haberme puesto al otro lado, pues esa mano la tenía libre y no tardó en soltarme una hostia. La cosa comenzaba a ponerse muy fea.

Aquella bofetada debió ponerme las ideas en su sitio porque, repentinamente, lo vi todo claro:

—¡Para, coño! Lo hecho, hecho está, mutilarla no va a cambiar nada. Hablémoslo como adultos.

Pareció que mis palabras calmaban a la bestia, pues soltó el pezón que a esas alturas debía haber duplicado su tamaño. Mi prima se llevó rápidamente la mano al pecho herido mientras María clavaba sus ojos en los míos. Lentamente bajó la mirada hasta detenerla en mi rabo.

—¡Tápate, cochino! ¡Eres un salido!

Miré hacia donde lo hacía mi hermana y confirmé lo que ya sabía: mi estaca estaba más tiesa que el mástil de la bandera.

Agradezco mucho los comentarios porque suponen una retroalimentación excelente y el único método de comunicación. Por esto también me gustaría más allá del relato, justificarme por la tardanza de la continuación de estas aventuras. Lo cierto es que el 75% estaba escrito a principios de Julio, pero la falta de inspiración y cuestiones personales tuvieron a Tyrion de vacaciones. Os agradezco a todos haber llegado hasta aquí y aún más si gastáis un par de minutos en comentar lo que os pareció, la próxima entrega no tardará tanto.