Tyrion el Valeroso

Mordí con fuerza uno de los pezones mientras Elsa hizo algo con su vagina que me enloqueció. Estrujó mi polla como si quisiera ordeñarla. Hasta entonces no sabía que mi prima tuviera tanto dominio de sus músculos pélvicos.

Cientos de bicicletas, en posición vertical, se sujetaban de los ganchos del techo como si fueran hileras de jamones en un secadero. Entre todas ellas, como un fardo, colgaba mi mochila.

—Por lo menos a ti no te la han llenado de espuma de afeitar. Mis apuntes quedaron destrozados –dijo Inés intentando otro salto con el que tan solo logró zarandearla. Mi nueva amiga estaba muy cercana al metro y medio y por mucho que saltara, no lograría alzarla hasta que pudiera salir del gancho.

—Bueno, ya imaginaba que mi novatada vendría por las alturas. Podrías subirte en mis hombros y así llegarías –apunté sin mucha convicción-. Vale, tampoco hace falta que pongas ese careto de pánico. La verdad que si hubieras llevado falda, la idea no era nada mala. Esperaremos a Elsa que debe estar a punto de llegar.

El particular petardeo de una Harley-Davidson hizo que me girase para constatar que mi oído no me había fallado. El conductor pareció mirar mi mochila desde la penumbra del interior de su casco y, acto seguido, paró el musical motor. Mi tío Paco, a base de insistencia, había terminado por lograr que valorase casi tanto como él aquellos monumentos de hierro y cromo, aunque en el mejor de los casos, yo me tendría que conformar con un quad sin marchas.

El típico rockero guaperas apareció debajo del casco. Un melenitas de sonrisa amplia y más de metro noventa, calculé cuando bajó de la moto.

—¿Novatada? –preguntó mirando mi mochila. Joder, con él al lado sentía que se había hecho de noche.

El tipo alzó la mano y agarró mi bolsa. De repente, el guaperas desapareció y mi macuto continuaba balanceándose en el gancho para sujetar bicicletas.

—¿Por qué no te ríes de tu puta madre? –gritó mi prima al tipo que ahora estaba sentado en el suelo tras el empujón que ella le había dado.

—Menuda entrada triunfal. Elsa, tía, que se te está yendo la perola.

—Tranqui que a tíos como este me los desayuno de dos en dos.

—Que si el Bon Jovi tenía agarrada la mochila es porque me la iba a descolgar no porque la hubiera puesto él, ¡bruta!

Primero me miró a mí y luego a Inés. Tuvo que ver que no mentía puesto que se giró hacia el melenas que se incorporaba del suelo.

—Madre mía –susurró Inés en mi oído mientras Elsa desenganchaba mi bolsa con facilidad.

—No hacía falta que te pusieras así, mujer. –El tipo parecía no haberse tomado el empujón muy mal porque tendía la mano abierta a mi prima—. Solo quería echar una mano.

—Discúlpala. La pobre sufre de esquizofrenia y cuando le da el brote es incontrolable.

Mi prima intentó sacudirme pero ya estaba preparado y me oculté rápidamente tras Inés. Ante la risilla del rockero, Elsa enrojeció visiblemente. La pobre no había dado ni una desde que llegó al parking de las bicicletas como una heroína de cómic. Por fin se decidió y estrechó la mano que le esperaba desde hacía unos segundos.

—Exijo una compensación por el empujón –dijo muy serio el tipo aquel ante la creciente tensión de las mandíbulas de Elsa—. Deberás invitarme a una cerveza.

Mi prima se ruborizó hasta las cejas y a mí se me encogieron las tripas. “¿Será hijo de puta el motero?”, pensé mientras Inés no paraba de tirarme de la camiseta.

—¿Qué eres, el guaperas del campus al que ninguna nenita le dice que no? –espetó Elsa cuando recobró el control de sí misma.

—No, no –susurró Inés.

—Pues, si lo soy, hay una que se resiste porque creo que no disfrutaré de una cerveza gratis en tu compañía.

—Pues no.

—Bueno chicos, encantado de conoceros –dijo mirándonos a mí y a mi prima-. Mañana nos vemos en clase, Inés.

Se dio media vuelta y no tardamos en perderle de vista tras el ronroneo de su bicilíndrica.

—¿Es compañero tuyo? –preguntó Elsa a mi amiga. Las había presentado hacía dos días y no se habían caído demasiado bien. Inés se sentía intimidada por mi prima y me gustaba pensar que mi punckarra preferida sufría un poquito de celos.

—Es el profesor de derecho mercantil.

Elsa y yo abrimos mucho los ojos. Mi grupo de económicas tendría esa asignatura al semestre siguiente y Elsa, como estudiante de derecho, la tendría en algún momento de su carrera.

—Menos mal que la aprobé en primero y que él no fue mi profesor –respondió mi prima despejando mis dudas.

De camino hacia el piso, no paró de hablarme del tal Roberto Escudero, que según Inés, era su nombre. Que si era muy joven para ser profesor, que si un docente no debía ir con esas pintas, que si era un cabronazo por llevar aquel pedazo de moto…

A medida que Elsa despotricaba del melenas, yo me iba haciendo cada vez más diminuto. Aquel tipo acababa de convertirse en un rival muy serio. O no conocía para nada a mi prima o el tal Roberto le molaba. Eso hacía peligrar seriamente mi vida sexual. “Mi reino, mi reino por un caballo. Que voy y lo reto a singular duelo.”, divagué mientras sentía cómo mi sexualidad se marchitaba.

----*

Coloqué un nuevo libro encima del montón que ya había en el suelo. Me subí a lo alto de la torre y observé desde mi nueva posición el precioso culo de Elsa. No era suficiente, aún tenía que poner más libros.

En esta ocasión puse cuatro libros más. Eran tremendamente gordos y estaba seguro de que ahora sí podría metérsela hasta el fondo. Trepé a lo alto de la enorme columna de gruesos tomos e intenté una aproximación final. Tampoco dio resultado. El culo de mi prima parecía no estar nunca a mi altura, más bien parecía que yo cada vez menguara un poquito.

Llevó una de sus manos hacia atrás y me aferró por la cintura. Aunque parecía imposible, pudo rodearme por completo con sus largos dedos. Me dejó suavemente en el principio de la raja de su culo. Me pareció que estaba al borde de un abismo. El suelo, allí abajo, se veía tremendamente lejos.

Como buenamente pude, vencí mi vértigo y comencé a descender aferrándome con pies y manos a las paredes de aquel desfiladero. La piel era tan tersa que en muchos momentos temí deslizarme y acabar estampado contra los azulejos.

Posé un pie sobre la rugosidad del esfínter. Aquello pareció gustar a mi prima porque movió las caderas provocando un terremoto en la estrecha gruta por la que intentaba descender. Menos mal que en el último momento, antes de caer irremediablemente, pude aferrarme con las manos al reborde de su ano. Asomé la cabeza al interior de aquella oscura cueva y decidí continuar adelante. Mi objetivo estaba muy cerca y si lograba afianzarme con los pies en el perineo, no tardaría en adentrarme en las intimidades de Elsa.

No fue una buena idea intentar sujetarme de las paredes interiores de los labios mayores. No quería tirarle de los cortos vellos y casi me mato por tener aquellas contemplaciones. Recuperé el equilibrio posando un pie sobre uno de los menores. La puerta a las entrañas estaba ahí mismo, un pequeño salto y sería mía.

Por fin logré sujetarme de la boca de la vagina. Estaba todo muy resbaladizo y me tenía que aferrar con todas mis fuerzas pero ya estaba allí.

Me adentré con cautela, no quería hacerle daño y un mal pisotón no creo que le gustase demasiado. El suelo ascendía en una suave pendiente. A medida que me adentraba el peculiar olor se intensificó sin llegar a ser asfixiante. Poco después de la entrada, el suelo por fin se niveló apareciendo ante mí una profunda cueva en la que no se podía ver una mierda.

Súbitamente, una luz apareció en el final del túnel. ¿Me habría muerto y aquella era la manera de llegar a mi cielo particular?, ¿era algún tipo de simbolismo sobre el paraíso que Elsa tenía entre las piernas? La luz se fue haciendo más y más grande. Cuando pensé que me iba a engullir, un petardeo inconfundible me alertó. Miré a izquierda y derecha pero era demasiado tarde para huir. Además, Elsa era muy estrecha y allí no había sitio para la Harley-Davidson y para mí. No había solución posible, me iba a arrollar.

—¡Pablo!, ¡Pablo!, ¡despierta! –Abrí los ojos ante la insistencia de la voz. María me zarandeaba sin compasión. Me senté en la cama quitándome las últimas telarañas del sueño. ¡Vaya mierda de siesta!

—¡Hostia tú!, que me he muerto y estoy en el cielo. Vaya angelito me ha recibido. –María no estaba guapa no, estaba guapísima, qué digo guapísima, estaba espectacular. Se había puesto un vestidito ceñido y su cara estaba maquillada sutilmente para realzar su belleza natural.

—Qué tonto que estás –respondió dándome un cariñoso capón.

—¿Pero tú te has mirado al espejo? Todos los tipos que salgan hoy van a babear detrás de ti.

—Pero si yo no necesito más hombre que tú. –Me soltó un beso en la mejilla y sonrió. En aquel momento no sabía la verdad que aquellas palabras ocultaban—. Y deja de mirarme el canalillo que soy tu hermana.

—¡Joder!, es que se me olvida el parentesco. ¿Con quién sales de marcha?

—Con unas amigas, ¿tú no sales?

—Creo que Elsa también se queda. Le preguntaré si le apetece bajar al chino.

—Bueno, tened cuidadín Elsa y tú –dijo María poniendo una cara que no supe descifrar. ¿Se olería la tostada?

Hasta aquel momento María había salido algún día que otro a tomar café con amigas pero nunca de juerga nocturna. Me alegraba que mi hermana se desmelenase un poco pero por otro lado, me daba una punzada de celos que algún gilipollas pudiera disfrutar de ella. Incluso me molestaba el simple hecho de que la pudieran devorar con los ojos.

----*

—Para ya con el pollo al limón. No vas a dejar nada para mí –dije mientras daba buena cuenta de los últimos tallarines del plato.

—Entonces, ¿cómo va el asunto con la de la trencita? –Mi corazón brincó de alegría ante aquella pregunta. La cena había comenzado con una conversación intrascendente pero ahora Elsa entraba a matar. Que se sintiera celosa era lo mejor del mundo.

—¿Celosa?

—Para nada, peque. Mientras tu lengua y tu amiguito sigan siendo para mí, puedes salir con quien quieras.

—Ya –respondí escéptico.

—En serio, me encantaría que pudieras disfrutar de una novia como Dios manda. Salir con ella al cine, tomaros de las manos, llevarla a cenar. Ya sabes que tú y yo…

—Ya, que somos primos, y si no lo fuéramos, seguro que saldrías conmigo.

—Deja el sarcasmo. Estás más mono cuando te pones cariñoso.  –Elsa observó su cerveza vacía y agitó la mano en el aire para pedir el que sería su tercer botellín.

—¿Y tú?, si salieras con el guaperas de las melenas, ¿seguirías compartiendo tu cama conmigo?

—¿Por qué tengo que salir con ese chuleras?

—¡Coño, porque te mola! –Elsa achinó los ojos como hacía siempre que me iba a atizar. Por suerte se lo pensó mejor.

—Déjate de futuros y disfruta el presente, carahuevo.

—Vale y encima me insultas. Vamos, reconoce que el motero te pone. –Era masoca. Yo solito me estaba haciendo daño pero me era imposible no preguntar sobre el tema.

Elsa se levantó y acercándose a mi oído me susurró:

—Luego, cuando estés entre mis piernas, me imaginaré que eres él y te gritaré: sí, Roberto, cómemelo todo. Pero el que hará que me corra de gusto serás tú, cabezón.

Se marchó al baño dedicándome una sonrisa traviesa. La muy cabrona sabía cómo jugar conmigo. La imagen del motero había desaparecido de mi cabeza y toda ella la ocupaba el precioso chochete de Elsa. Me entraron ganas de no pedir ni siquiera el postre. Cuanto antes tuviera aquel bombón entre mis manos, mejor.

----*

—¿Pero por qué no nos vamos ya?

—¿No decías que querías salir conmigo? Pues te voy a demostrar que no tengo ningún problema en ir de marcha con alguien dos años menor que yo.

—Dos años y cuarenta centímetros.

—Pues mira, te puedo vestir de uniforme y decir que eres mi chiquitín. Las madres jóvenes ligan mucho, o eso dicen.

Por toda respuesta saqué la lengua a mi prima, la cual ya se encaminaba con buen paso hacia una de las avenidas principales.

Aquella noche fue una pasada. Tomamos cubatitas, jugamos al billar, al que le gané tres de las cinco partidas, nos partimos el culo de la risa y ambos sentimos que podíamos ser buenos amigos más allá de la cama. Nunca podríamos ser novios, pero la verdad que Elsa era una tipa genial.

----*

Me encantaba todo de mi prima: saborear todo su cuerpo, tocarla hasta que me dolieran las manos, escuchar sus ahogados jadeos, oler sus partes más ocultas, pero si había algo con lo que disfrutaba especialmente, era mirándola y sobre todo desnudándola.

Mirar cómo poco a poco iba apareciendo aquella piel que me volvía loco, observar cómo la escasa luz de la lamparita jugaba con sus curvas iluminándolas y oscureciéndolas. Durante aquel ritual, ella siempre permanecía con una media sonrisa de autosuficiencia como si todo aquello elevara su ego. “En ocasiones, creo que realmente no se entera de lo buenísima que está”, pensé fijándome en el sonrojo de aquella cara de felicidad.

Por más que Elsa insistiese en mostrarse complacida, no dejaba de pensar que todo aquello era irreal, que alguien como ella no se podía sentir plena conmigo.

Levantó un poco el culo de la cama permitiéndome deslizar sus braguitas piernas abajo. Continuaba sentada y expectante cuando me levanté con el trofeo en mis manos. Era demasiado alto para poderla penetrar en aquella postura; sí, lo de alto puede sonar a broma, y demasiado bajo para llegar con mi rabo a su boca.

Elsa decidió hacer lo que más a mano le venía. Puso sus manos en mi culo y me atrajo hacia ella, colocando a mi amiguito entre sus preciosas peras. No fue algo impetuoso sino lento y súper excitante. Aplastó sus tetas contra mi rabo moviéndolas con parsimonia como si quisiera sentir mi dureza con toda su carne.

No tengo ni idea cómo conseguía saber cuándo estaba a punto de caramelo, pero siempre en ese punto exacto, paraba y cambiaba de postura. Separó sus pechos de mi tranca, se tumbó encima de la cama y gesticuló de manera invitadora.

Comencé a devorar su cuerpo con ansiedad, ¿no decía ella que lo mejor de mí era mi lengua?, pues le iba a dar hasta que se me secase. Arranqué el Tour por las orejas, sabía que eso la ponía a mil, continué por su cuello aspirando el aroma de su colonia, descendí a sus tetas, las cuales besé y lamí evitando intencionadamente los pezones. Elsa ya hacía rato que había comenzado a jadear quedamente cuando alcancé el primero de los pitones. Succioné y mordisqueé aquella maravilla que se endurecía entre mis labios. Cuando sentí que el nivel de jadeos había subido suficientemente, me deslicé por su vientre lamiendo toda su tripa.

El tesoro estaba ya muy cerca. No quise ir directamente, optando por desviarme hacia una de las ingles para hincar mi lengua en aquel salado pliegue de piel. Finalmente, saboreé por fin aquella otra salinidad que me trastornaba. Como siempre, repasé la vulva con mi lengua de abajo hacia arriba terminando aquella primera pasada con un suave golpecito en el clítoris.

Un estrépito de muebles cayendo me alertó de inmediato. Saqué mi cabeza de entre las piernas de Elsa y escuché con más atención. Mi prima no se había percatado de nada y me clavó una mirada insatisfecha. Con gestos le dije que no hablara y escuchara atentamente.

Un nuevo ruido de algo golpeando contra el suelo y la cara de Elsa cambió a una de espanto. Ambos nos levantamos y nos pusimos algo de ropa, por lo menos la indispensable.

—¿Ladrones? –preguntó mi prima.

—Eso o María no estaba durmiendo cuando llegamos. Te dije que debíamos haber mirado en su habitación.

Abrí la puerta de mi dormitorio lo justo para no poder ver una mierda pero lo suficiente para escuchar cómo alguien gemía en el comedor. Con cuidado por si Elsa tenía razón con lo del ladrón, me fui acercando al salón. De repente algo me tocó el hombro y pensé que el corazón se me iba a detener.

—¡Quieres no asustarme! –susurré a Elsa.

—Es que si te cojo estoy más tranquila.

—Uy sí, Tyrion el Valeroso. Nos ha jodío que tenga que ser yo el héroe de la casa.

Nos acercamos más hasta entrar en el comedor. Sin duda alguna alguien estaba tirado en medio de este jadeando. Tomé valor y encendí la luz. Si era algo o alguien peligroso estábamos perdidos.

Mi responsable hermanita estaba despanzurrada al lado de un charco de vómito. Por lo visto las energías le habían bastado para llegar a casa pero no para alcanzar su dormitorio. Parecía estar inconsciente aunque un leve quejido salía de su boca.

—Ja, ja, ja, ja, ja.  –Elsa había entrado en barrena y no podía parar de reír-. Voy a por el móvil que esto lo tengo que inmortalizar.

—Pero vuelve aquí desgraciada que tiene muy mala pinta.

—Eso es un pedo en toda regla, no te preocupes. Será su primera borrachera y esas sientan fatal –gritó Elsa desde su habitación, a lo que mi hermana respondió con un quejido más lastimero si eso era posible.

Mientras yo limpiaba el vómito, algo asqueroso os lo aseguro, mi prima rodeaba el cuerpo haciendo fotos desde todos los ángulos como si fuera del CSI.

—Bueno, si has terminado la deberíamos llevar a su cama ¿no?

—La podríamos dejar aquí durmiendo la mona –respondió Elsa con una amplia sonrisa. Todo aquello le estaba resultando la mar de entretenido—. Vaya con la santurrona y responsable María.

—También tiene derecho a divertirse de vez en cuando.

—Eh, tranqui, que no hace falta que la defiendas como un caballero andante. Además, las fotos que tengo nos servirán por si las moscas.

Como buenamente pudimos la llevamos a su dormitorio. Elsa la tomó de las axilas y yo de los pies. No fue algo muy digno para mi hermana, pero por lo menos estaba sobre su cama.

—¿La desnudamos? –pregunté esperanzado.

—Ya la desnudo yo, vete a dormir.

—Sí claro, por los cojones. Tú y yo hemos dejado algo a medias.

Le quité los zapatos de tacón a mi hermana y miré desafiante a Elsa que se encogió de hombros por toda respuesta.

—Voy al baño a por una toalla. Habrá que adecentarla un poco –dije mientras Elsa subía el vestido hasta sacárselo por los hombros.

Cuando regresé María estaba tumbada sobre la cama llevando puesto un sexy conjunto de ropa interior rosa. Me senté junto a ella y comencé a pasar la toalla por su cara.

—Míralo, si está hecho todo un padrazo. ¿Cuando yo me pille un pedo también me cuidarás?

—¿Le quitamos la ropa interior? –pregunté mientras enjuagaba entre los pechos de mi querida María.

—Tío, tú estás muy enfermo. ¿En serio le quieres ver las tetas a tu hermana?

—Que no, que es porque esté más cómoda, cabezona.

—Sí claro, y voy yo y me chupo el dedo. ¿No tienes suficiente con las mías? Me voy a poner celosa.

Mi desconocimiento de las mujeres era enorme porque Elsa no me sacudió como yo pensaba sino que giró levemente a mi hermana hasta que desabrochó su sostén. La volvió a tumbar de espaldas al tiempo que deslizaba los tirantes brazos abajo.

Aquello hizo que mi amiguito respondiera como pocas veces lo había hecho. Ante mí se mostraba el par de tetas más bonitas del mundo. Las pecas cubrían todo el canalillo, pero a medida que ascendían a la cumbre, se iban aislando cada vez más hasta que cerca de los pezones, no había ninguna peca. No eran grandes ni pequeñas, eran perfectas.

Elsa se había arrodillado sobre la cama para poder bajar las bragas a mi hermana. En aquella postura, la camiseta que llevaba por toda prenda se elevó mostrando su prieto culo. Aquello fue la guinda del pastel, mi aguante había llegado a su límite.

Mientras miraba extasiado el conejito rojo, metí mi mano entre los muslos de mi prima buscando y encontrando su tibieza. Elsa, nada más sentir mis dedos en su intimidad, se giró y me miró con extrañeza. Puse el índice sobre mis labios instándola a guardar silencio.

Cuando pasó las braguitas por los pies de María, hizo algo que me dejó de piedra. Elsa se quitó la camiseta y se recostó junto a mi hermana, abriendo ligeramente sus piernas. Pensé que me iba a correr de mirar aquellos dos monumentos. Eran una verdadera preciosidad. Las cuatro piernas esculturales, los dos chochitos, uno rojo oscuro y otro negro como la noche, los dos pares de tetas, algo mayores las de Elsa y aquellos dos rostros tan diferentes.

—Bueno, elige. La miras a ella o me follas a mí.

Dios, me dolía de lo durísima que la tenía. No podía aguantar así, aquello era la peor tortura que se había inventado. Mi prima se lamió el labio inferior para dejarme claro lo que me esperaba.

Me daba igual que María se despertase, me daba lo mismo que me cayera un rayo ahí mismo. Iba a follarme a Elsa con el cuerpo desnudo de mi hermana al lado.

—¿Estás segura?, ¿y si se despierta? –Tuve un instante de lucidez lo cual pensé que era imposible con aquellas cuatro tetas delante de mí.

—Está pedo perdida. Además, estoy harta de que siempre me esté mandando: Elsa ordena tu dormitorio, Elsa lleva tu ropa sucia al cesto, Elsa no veas la tele y estudia… -Mi prima había cambiado su voz sensualmente rasgada por un tono más agudo intentando imitar a María.

Si mi prima no ponía cordura en todo aquello, no iba a ser yo quien la pusiera. Además, qué narices, por lo menos lo había intentado. Me subí a la cama y me arrodillé entre las piernas de mi prima.

Mis ojos iban de una a otra intentando grabar aquella escena en mi memoria. Elsa hizo algo que me erizó toda la piel del cuerpo. Con delicadeza, tomó la mano de mi hermana entre la suya y la acercó a mi rabo. Ambas manos aferraron mi tallo, la de María en contacto con mi polla y la de Elsa sobre esta.

El movimiento fue lento, deliberadamente lento. Mientras ambas manos me pajeaban, no podía dejar de mirar aquellos dos rostros: el de María plácidamente dormido y el de Elsa con una sonrisa pícara en los labios. De repente, aquella sonrisilla se transformó en preocupación.

Elsa soltó la mano de mi hermana, la cual enseguida se movió de manera autómata hasta la pecosa nariz. Tras rascar la punta, María giró todo el cuerpo dándonos una maravillosa panorámica de su espalda y de su culo.

Ambos soplamos al mismo tiempo. Habíamos estado a punto de cagarla hasta el fondo. Me di la vuelta mirando hacia la puerta. Elsa, entendiéndome, se bajó de la cama y me tendió la mano.

—Vamos a tu cuarto –susurró mi prima en mi oído.

Nada más entrar en mi habitación, Elsa me arrojó sobre la cama como si fuera un saco.

—Ahora te vas a enterar lo que es una mujer, pedazo de  pervertido. ¿Qué pasa?, ¿te molan las golfillas pelirrojas? O solo tu querida María.

Joder, oír a Elsa en aquel tono me puso más burro si aquello hubiera sido posible.

—Aquí no hay más golfilla que tú, que tienes el coño más caliente del mundo. –Aquello tuvo que gustar a Elsa ya que gateó hasta ponerse encima de mis caderas.

—¿A sí?, pues el coño de esta golfilla necesita ser llenado por algo muy duro.

—Dime, ¿qué le vamos a meter?

—Esto –dijo Elsa aferrando a mi amiguito con su mano.

—¿Y qué es eso? Dímelo –jadeé ante su excitación.

—Esto es una polla durísima con la que me vas a follar como un puto salido. –Elsa tenía que interrumpir sus palabras para jadear y tragar saliva. Jamás la había visto tan excitada.

—¿Y quieres que te folle como una golfilla?, ¿Como a una putita?, ¿como a una zorrita?

Tu putita…, tu zorrita… –respondió Elsa dejándose caer sobre mi rabo al tiempo que me deleitaba con toda la gama de suspiros, gemidos y soplidos que fue capaz de emitir.

Entré dentro de ella como si estuviéramos hechos el uno para el otro o por lo menos nuestras intimidades. El movimiento fue suave, cálido, como si ambos quisiéramos recrearnos en las sensaciones, como si no tuviéramos ninguna prisa.

—Esto no te lo da la putita pelirroja, ¿eh? –dijo Elsa mientras se inclinaba para poner sus tetas en mi cara. La desventaja era que no podía besarla mientras ella me cabalgaba. La ventaja, que podía comerle las peras a placer.

—Pues el motero que se haga una paja, que estas tetas me las como yo –respondí con el rostro enterrado en aquellas carnes turgentes.

—Así…, así…, toma pechito mi chiquitín. Cómele las tetas a tu putita.

Mi boca iba a mil. Chupando el pezón derecho, succionando la carne de la izquierda y enterrando mi cara en el canalillo besando toda la piel.

—¡Vamos cabrón!, ¡muévete rápido!, ¡que viene…!, ¡que viene…!

Mordí con fuerza uno de los pezones mientras Elsa hizo algo con su vagina que me enloqueció. Estrujó mi polla como si quisiera ordeñarla. Hasta entonces no sabía que mi prima tuviera tanto dominio de sus músculos pélvicos.

Me corrí como si no hubiera un mañana y Elsa me acompañó en aquel monumental orgasmo apretando las sábanas y enterrándome entre sus tetas.

Cuando Elsa recuperó las fuerzas, me dio un piquito y se despidió hasta el día siguiente. Se puso la camiseta de dormir y se encaminó hacia la puerta, pero antes de abrirla me preguntó:

—La pajilla, ¿te la vas a hacer pensando en el chochete rojo o en el que te ha sacado hasta la última gota de leche calentita? –preguntó con su sensual voz rasgada.

—Pues ni idea. Tendrás que convencerme de que la morenaza es mejor opción –respondí intentando que Elsa volviera a la cama a por un segundo asalto—. Mira cómo está mi amiguito, listo para la acción.

—Son las seis de la mañana y me voy directa a la cama, pero… mañana al levantarme prometo que me voy a dar una ducha muy lenta. Pasaré el agua por mis tetitas, por mi vientre, por mis muslos. Abriré mi conejito con la mano izquierda y enfocaré el chorro hacia mi perlita, ¿y sabes qué imaginaré?, que te tengo entre mis piernas comiéndome el chochete.

—Joder Elsa, se me ha puesto como el hormigón. Pero qué golfilla eres –susurré mientras mi mente ya comenzaba a imaginar la escena.

—Luego… me echaré agua por la espalda…, bajando poco a poco hasta mi culito… Me enjabonaré bien la mano y frotaré la rajita para limpiarla bien…, porque soy una chica… muy… sucia. –La muy jodida interpretaba a la perfección el papel de guarrona. Si su voz de normal ya era rasgada, ahora parecía un susurro calenturiento.

—¿Y qué más? –pregunté tras tragar saliva con dificultad.

—Pues… tendré que limpiarme el culito… por dentro… tendré que meter mi… dedito… y frotar bien. –Se llevó la mano a su trasero para que me lo pudiera imaginar sin problemas. Sabía que esa última parte era mentira, con toda seguridad, pero la cabrona jugaba con mi obsesión por su culo—. Por lo menos espera a que me haya ido para machacártela que si no me dan ganas de no dormir y quedarme contigo.

Extendí la mano que no tenía ocupada haciendo una invitación a mi prima para que me acompañase. Ella, por toda respuesta, sacó su lengua y se lamió los labios con la punta del piercing, poniéndome más palote aún. Me lanzó un besito y se marchó cerrando la puerta.

Lo cierto es que la muy puta logró desterrar la imagen de las tetitas pecosas y del conejito rojo de mi mente, aunque aquella visión de mi hermana se había grabado con fuerza en mi memoria.

Si dispones de dos minutos te agradecería mucho que comentaras el relato, tanto si te ha gustado como si no, las opiniones de los lectores son el único alimento que recibimos los autores. Si prefieres echar unas moneditas en el cesto también vale.