Tyrion el Embaucador
Los labios lubricaban toda la polla mientras que la lengua jugueteaba con mi glande aprovechando para acariciar la punta con la bolita de acero, ¡joder! Aquello me iba a volver tarumba. El fin estaba muy próximo y tenía que lograr que ella llegara antes que yo.
Green Day comenzó a sonar a todo volumen en el equipo de música de mi dormitorio. Llevaba diez minutos despierto pero la pereza hacía que no me apeteciera levantarme.
Me gustaban más Jennifer López o Beyoncé, sobre todo si era en sus videoclips, pero si quería tener algo en común con mi tío Paco sería mejor que escuchara algo de rock y de punk.
Agarré las toallitas húmedas del cajón de la mesita y me preparé para descargar. Por un rato más me deleité con las curvas de Lindsay Lohan en la pantalla de la tablet, era fantástica aquella app pirata para el Playboy.
Con el pase de imágenes en automático proseguí la tarea de darle a la zambomba. No sabía que me daba más morbo, la Lohan de veintiséis años en pelotas, el recuerdo de Tú a Londres y yo a California o el parecido de la actriz con mi propia hermana.
Cualquier pelirroja me recordaba a María. Ella había secado las reservas genéticas de mis padres y se había llevado todo lo bueno: Mi hermana era alta, con una carita preciosa y un cuerpo espectacular. Por si fuera poco, tenía un cabello rojo intenso que era la envidia de todas las chicas. Conmigo la genética se había partido el culo; me había regalado una cabeza desproporcionadamente grande, unas piernas arqueadas con las que tan solo podía anadear y la altura de un chiquillo de diez años. Por si el enanismo no fuera suficiente mi pelo era de un horrible tono panocha.
Tras la paja, me quedé hecho polvo sobre la cama. Lo último que me apetecía en aquel momento era levantarme e ir a la universidad.
—¡Vamos Pableras que llegamos tarde! –gritó mi hermana tras golpear la puerta.
¡Dios!, era peor que mi madre. María era la persona más formal, responsable e implacable del mundo.
Agarré el puñado de toallitas y con un impulso me levanté de la cama. Tras abrir mínimamente la puerta, asomé la cabeza oteando el pasillo. No me apetecía que María o Elsa me vieran en gayumbos de camino al baño.
Avancé por el pasillo con todo el sigilo del que fui capaz. Tenía el picaporte de la puerta del baño aferrado cuando escuché un grito tras de mí, justo en mi oído:
—¡Quién vive en la piña debajo del mar!, ¡Bob Es… pon… ja!
Por más que Elsa, durante los tres días que llevaba viviendo allí me hubiera saludado así todas las mañanas, no pude evitar dar un saltito por el susto que me había pegado.
—¡Mala puta! –mascullé entre dientes vigilando que mi hermana no apareciera, mi prima me miraba divertida con su corto pelo negro alborotado como si aún no se hubiera peinado.
Elsa contrarrestó mi insulto sacándome la lengua, con lo que me mostró la bola de acero que adornaba la punta de esta.
—¿Qué quieres, que pruebe tu piercing?
Mi prima se irguió mostrando en toda su plenitud aquel exuberante metro setenta y cinco. Luego comenzó a hacer movimientos lascivos con la lengua.
—Amos alta por tu emio si Egas –farfulló Elsa con la lengua fuera.
El día anterior, ante una situación parecida, había optado por pegarle una patada en la espinilla. Lo malo es que Elsa me sacaba dos años y cuarenta centímetros. María había estado a punto de pillarnos enzarzados, lo que no nos interesaba a ninguno de los dos.
—¡Marimacho! –susurré llevando mi mano a su entrepierna y palpando sus labios mayores por encima de la braguita, que junto a una camiseta de tirantes era toda su indumentaria.
¡Zas!
El oído me zumbó como si tuviera una sirena dentro. La idea de hacerme el gracioso me había salido cara. Mi prima se agachó, poniendo su rostro a mi altura.
—No vayas a llorar chiquitín, que tampoco ha sido mal pago por tocar el primer chocho de tu vida.
Alargó su mano hasta tomar la mía, con la cual me sujetaba la oreja golpeada para que no se cayera. Sin entender muy bien qué hacía, acercó mi mano a su nariz.
—¡Pero qué guarro que eres! ¿Te haces una pajilla y ahora te restriegas la lefa por la cara? Puaj.
Elsa se alzó y dando media vuelta, se encaminó hacia su dormitorio. Cuando estaba bajo el marco de la puerta, hizo su acostumbrada reverencia: se inclinó al tiempo que se bajaba las bragas lo justo para mostrar el principio de la raja del culete, agitó lascivamente el trasero mientras se carcajeaba y desapareció después en el interior de la habitación. A pesar de su pelo a lo chico y sus pintas de macarra, tenía que reconocer que si Elsa se arreglase y no fuera tan bruta, estaría tan buena como mi hermana.
--*
La mañana en la facultad había sido horrible. Para empezar, en el metro, mi prima insistió en que un chaval se levantase y me cediera el sitio. Al traste con la idea de aplastar mi cara contra las tetas de María a cada frenazo del vagón. Por lo menos me reí al ver la cara que puso el tipo. Cuando mi prima ponía aquella mirada asesina, nadie osaba contrariarla. Con las pintas que se gastaba era fácil pensar que pertenecía a alguna banda de ángeles del infierno y que había dejado la chopper para ir en metro. Tenía que reconocer que me tocaba los huevos día sí y día también, pero era un trozo de pan que siempre estaba preparada para defenderme.
Más tarde había tenido que aguantar a algunos gilipollas en la facultad. Por lo visto no debían follar mucho y pensaban que haciendo gracias a costa del enanito elevaban su estatus social frente a las chavalas de clase. Yo me limité a poner en marcha mi plan. Tardaría muchos meses en dar resultado pero tiempo era algo que tenía de sobra. Me limité a mirar fijamente a las cuatro chicas poniendo carita de perro degollado mientras aquellos retrasados me indicaban simpáticamente cuál era el camino a la guardería.
Para concluir aquella puta mañana, tuve mi primera clase de microeconomía, asignatura divertida donde las haya, y que la impartía una tipa con tantas curvas como mala leche. Por mucho que la catedrática Ramos intentase parecer diez años mayor de lo que era, yo era un experto en descubrir tesoros ocultos y aquella tipa, bajo ese traje de chaqueta de mojigata, era una hembra de la hostia. La muy puta me llamó la atención dos veces por estar distraído. ¿Cómo iba a atender si estaba intentando averiguar si las tenía grandes o pequeñas? Por cierto, que en los diferentes movimientos para apuntar a la pizarra, verifiqué que las tenía pero que muy potentes.
Pues bien, si todo aquello no había sido suficiente para amargarme el día, cuando llegué a casa me esperaba lo peor.
—¡José Pablo! –bramó mi querida hermana desde el comedor—. ¡Ven aquí ya!
Si utilizar mi nombre completo no era por sí solo motivo para temblar, que me dijera que fuera inmediatamente terminó por acojonarme.
Entré en el salón con la cabeza gacha por lo que pudiera pasar. La cosa tenía que ir muy en serio pues Elsa, cada vez que me echaban una bronca, sonreía maliciosamente y en aquella ocasión tenía el ceño tan fruncido como María. Mi hermana sostenía un sobre blanco en la mano.
—¿Me quieres explicar qué hacía esto en tu escritorio, debajo de un montón de ropa sucia?
—¡Hostia! –fue lo único que pude decir al ver los papeles de la beca de alojamiento.
—¡El plazo para entregarla terminaba hoy, tarugo! –añadió Elsa mirándome fríamente.
Tras la retahíla de los típicos: eres un inmaduro, no se puede confiar en ti, ya no estás en casa al cuidado de mamá…, que me soltó María, se unieron los no menos típicos: eres un berzotas, tonto del culo, inútil…, que soltó mi simpatiquísima prima por su boca.
—Vaya, ahora se nos pone a llorar como si no conociéramos el truquito –dijo Elsa con mirada burlona ante mi amago de pucheros.
Me encogí cuando vi que María alzaba una mano. Enseguida pensé que mi treta de la pena ya no daba ningún resultado y que iba a recibir el segundo bofetón del día. Por suerte, mi hermana me tomó de la cabeza y me aplastó contra sus tetas intentando calmar mis sollozos.
Lo que había comenzado como un día de mierda estaba terminando de puta madre. Mi preciosa María no llevaba sujetador debajo de la camiseta y podía sentir la firmeza de aquellas rocas en mis mejillas, incluso juraría que rocé un pezón con la nariz. Aquel tacto y el aroma a piel recién duchada, hizo que a duras penas pudiera reprimir la erección que ya se insinuaba, para lo cual, tuve que pensar en la abuela Fulgencia o más concretamente en el día que vi como mi madre la bañaba.
--**
—Hola, ¿eres el último?
Me giré con desgana. Llevaba más de media hora haciendo cola en la puerta de secretaría de la facultad. Por lo visto, no era el único al que se le había pasado la fecha para entregar los papeles de la beca.
Ante mí se encontraba el perfecto ejemplar de pardilla, por Dios, si hasta me sonreía cándidamente. Parecía la amiga empollona de la protagonista de una serie Disney: menudita, gafitas y trenza perfectamente recta.
—Ahora ya no. Ahora eres tú –me hubiera apetecido preguntarle si es que no tenía ojos en la cara, pero la chica, a pesar de su pinta de virgen, no estaba mal y había que tirar el anzuelo a todo lo que se moviese.
—¿Estudias económicas? –preguntó regalándome una sonrisa tímida. Estaba claro, aquella niña era de primero y no tenía amigos. En vez de la caña sacaría el arpón.
—Primero, en el grupo G. Me llamo Pablo –dije extendiendo mi manita hacia la chica—. También puedes llamarme Tyrion, Bob Esponja o enano deforme, pero estas últimas no me molan mucho.
¡Toma, en todo el corazón! La chavala se quedó blanca con la boca ligeramente entreabierta. No tenía malos labios y mi mente comenzó a divagar hacia imágenes de mamadas de polla. Desde que mi tío Paco me llevase de putas, mi amigote estaba muy falto de atenciones.
—Yo me llamo Inés –respondió volviendo a sonreír inocentemente—. Si no te importa te llamaré Pablo, es un nombre muy bonito. Además… yo… no creo que estés deforme…
—Bueno, mi madre dice que tengo unos ojos preciosos, pero claro, ya se sabe, las madres…
—Pues tu madre tiene razón, son muy bonitos –Inés no pudo evitar sonrojarse al decir esto último. Fijo que a esta no le habían quitado el precinto de seguridad. Llevaba un cartel de neón que ponía: Virgen y ¡pardilla!
Aunque he de reconocerte que mis mejores atributos quedan ocultos a la vista —dije poniendo mirada divertida ante el intenso tono de sus mejillas--. Me refería a mi simpatía y mi inteligencia, ¡mal pensada!
El intercambio de frases típicas se alargó hasta que me tocó el turno de suplicarle a la jefa de secretaría. Tenía un don para ver el potencial de cualquier mujer. Prácticamente era imposible que no encontrase algo atrayente en todas y cada una de ellas, pero la jefa de secretaría era la cosa más fea del mundo. Por suerte, no era inmune a mis encantos y tras un par de pucheros, logré que me aceptase los papeles con fecha del día anterior.
Esperé a que Inés terminase para clavar el arpón aún más profundo:
—Una chica tan simpática como tú seguro que tiene muchos compromisos pero… —Inés enrojecía por momentos sin mostrar la más mínima reacción—, ya hemos perdido la mitad de la mañana y yo me muero por una cola.
Un ligero asentimiento con la cabeza y otra de aquellas tímidas sonrisas. Definitivamente, aquella chavala no se había hecho aún al ambiente universitario.
Comenzaba la segunda fase. Tocaba hacerla reír, luego volvería a despertar sus sentimientos maternales y vuelta a empezar. Iría haciendo círculos cada vez más estrechos hasta clavar el diente. No es que hubiera dado resultado en alguno de mis múltiples intentos, pero yo era constante y tarde o temprano triunfaría.
--**
¡Zas!
En dos semanas en la capi con mi hermana y mi prima ya me habían hostiado dos veces. María volvió a alzar su mano derecha mientras en la izquierda mantenía sujeta la barrita de costo que supuestamente había encontrado en mi dormitorio.
—¿Así es como quieres que confíe en ti?, ¿para eso has venido?, ¿para fumar porros libremente?
Ni siquiera la cara de asombro me libró del segundo guantazo. Por lo menos podría haber cambiado de lado. La oreja izquierda me ardía como si estuviera a la plancha. Estúpidamente comencé a pensar en la canción sobre Niki Lauda. Siempre que me veía en aprietos mi mente comenzaba a divagar hacia alguna tontería.
—¡Vete inmediatamente a tu cuarto!, me pensaré si avisar a mamá y papá.
No comprendía nada de nada. Nada más entrar en el piso, mi hermana me llamó por mis dos nombres. Aquello daba mal rollo, fijo que algo había hecho. Lo que no me podía imaginar era que me atizaran sin motivo. Solo había fumado costo una vez con mi tío Paco y me sentó fatal, prefería con mucho un buen cubatita antes que los porros. De haber sido mío hubiera tenido una escusa rápida pero había sido incapaz de reaccionar debido a lo flipado que estaba.
Para cuando quise reaccionar mi hermana me había enviado con malos modos a mi dormitorio a que me encerrara y reflexionara. ¿De qué coño quería que reflexionara si yo no había hecho nada?
Desde mi dormitorio escuché la puerta de la calle abrirse y volverse a cerrar. María debía haberse marchado a la escuela de idiomas. Al buen rato, unos nudillos golpearon mi puerta.
—¿Se puede? –preguntó Elsa con una educación inusual. Lo normal era que mi hermana pidiera permiso pero que mi prima entrase como un elefante en una cacharrería.
—¡Déjame en paz!
—Venga Pablo, que tengo que hablar contigo.
¿Elsa llamándome por mi nombre? Allí había algo muy pero que muy raro.
Permití que pasara y la imagen que vi me dejó sin aliento. No es que mi prima estuviera guapa, que lo estaba con aquellos shorts ajustados y aquella camiseta negra, sino que su rostro era… cómo decirlo… era de culpabilidad.
—¡Hija de la gran puta!, ¡era tuyo, cabrona! –Me puse a saltar encima de la cama como si estuviera poseído.
Elsa alzó las manos en son de paz, acentuando aquella mirada de cervatilla que traía al abrir la puerta.
—Escúchame, Pablo, por favor.
Durante un rato se sucedieron los insultos por mi parte y las súplicas por la suya. Finalmente, mi ira se aplacó y comencé a pensar fríamente.
—¿Tú sabes en el lío que me puedo meter?, si mis padres se enteran me la cargo. ¡Joder!, menudo marrón, ¿Cómo puedes ser tan hija de puta?, sabes que mi madre no se fía y que a la mínima me mandan al pueblo a estudiar un módulo de formación profesional.
Ante los problemas siempre había reaccionado de dos maneras: Las más de las veces ponía pucheros o lloraba con lágrimas de cocodrilo, con mi madre y mi hermana funcionaban muy bien; en otras ocasiones no lograba contenerme y la emprendía a puñetazos con todo el mundo, aunque esta opción solía tener muy malos resultados para mí. En aquella ocasión ninguna opción me parecía válida por lo que opté por comportarme como un adulto y plantear la cuestión de manera civilizada.
Elsa tuvo que percibir la gravedad de la situación porque se arrodilló delante de mí y me tomó de las manos.
—Lo siento, Pableras, tío. Me lo pasaron la semana pasada y se me ocurrió esconderlo detrás de tus cómics. No imaginé que tu hermana limpiaría el polvo de tu habitación.
—¿Pero tú tienes idea de lo que significa para mí estar aquí con vosotras, estudiando en la universidad? Es como un puto sueño y tú estás a punto de jodérmelo. –No podía aguantar mi ira y el escaso control que tenía sobre mí mismo estaba apunto de quebrarse.
Mi prima, ante mi angustia, se levantó y tras hacer movimientos indecisos con los brazos, finalmente se decidió y me abrazó, pidiéndome perdón repetidamente. ¡Joder!, por primera vez en su vida Elsa manifestaba afecto de una manera sincera.
Con el rostro encajado entre sus tetas balbuceé lo mucho que significaba para mí todo aquello, las nulas posibilidades que alguien como yo tenía en el pueblo. Si abrazarme le costó un esfuerzo sobrehumano, comenzar a acariciarme la cabeza no tuvo que ser menos traumático para alguien tan poco acostumbrada a las muestras de cariño.
Sus larguísimos dedos comenzaron a pasar lentamente por mis rizos al tiempo que murmuraba palabras de consuelo. Se sentía culpable y responsable, imagino que sería un sentimiento nuevo para ella. Tuve que esforzarme al máximo para no agarrarle una teta con la mano. A pesar de la hostia de mi hermana y de la bronca, la situación comenzaba a ponerme muy burro.
—Venga tío, tranquilízate. Le contaré a María que el chocolate era mío.
—Será peor aún, se pensará que estamos compinchados.
—¿Cómo te puedo compensar? Pasta no tengo ni un clavo. —Elsa se separó y me miró pensativamente.
—Dinero me sobra. Es lo único bueno de no tener con quién salir de marcha. –Aunque el malestar era sincero, mi naturaleza embaucadora comenzó a actuar por cuenta propia.
La mirada de mi prima volvió a enternecerse. Estaba cada vez más bloqueada y no parecía que supiese cómo actuar.
—Venga, si vas piropeando a todas las chicas. Seguro que si no sales más es porque no quieres. –El intento de animarme le salió mal, pues acentué las muestras de tristeza. No sabía muy bien a dónde quería llegar, pero el mero hecho de tener a mi prima tan cerca y en actitud cariñosa era más que suficiente.
—Elsa, tía, déjalo. Si hablándome de chicas pretendes subirme el ánimo lo llevas claro. Lo más erótico que hay en mi vida es verte por las mañanas en camiseta y braguitas.
Me gané un capón por aquellas palabras, aunque no parecía suficientemente fuerte como para que el enfado fuera muy grande.
—¡Guarro, salido, que soy tu prima! –La media sonrisa mientras me atizaba el capón terminó por confirmarme que estaba más divertida que enojada.
—Claro, y porque seas mi prima me olvido de que estás buenísima. –No iba a decirle que aunque estuviera muy buena María lo estaba más. Caminaba por el filo de la navaja y me podían cortar hasta las pelotas.
La amplia sonrisa de Elsa me indicó que no se lo estaba tomando nada mal. Para congraciarse conmigo, la siguiente media hora estuvo sonsacándome sobre chicas. En el fondo creo que todo aquello le divertía o le halagaba. Por primera vez hablamos como dos amigos, olvidando que éramos parientes y que ella me tenía como una especie de hermanito pequeño al que debía proteger.
—Perdona tío, Pableras, no sabía… si lo hubiera sabido no me hubiera metido tanto contigo…
Cuanto más abría mi corazón y más sincero era, Elsa más nerviosa se ponía. Insinuarle que era virgen había terminado por romper su naturaleza sarcástica. Desde luego, no era cuestión de contarle la escapada con nuestro tío Paco.
—Pero… aunque… no hayas llegado hasta ahí… sí habrás tenido roces… ¿no?
Puse ojitos de cordero degollado y negué lentamente con la cabeza.
—Ni siquiera he visto a una chica desnuda. Bueno… en Internet sí, claro, pero… nunca una chica de verdad…
Elsa se quedó pensativa. Parecía muy concentrada porque a los pocos segundos comenzó a morderse el labio inferior. Fue la señal que estaba esperando, aunque ni yo mismo fuera consciente de ello.
Salté de la cama en la que estábamos los dos sentados y me arrojé a sus pies. Las había montado muy gordas durante toda mi vida pero aquella era la locura más grande.
—Porfa… porfa… porfa, Elsa –Me abracé a sus rodillas suplicando. Tenía el corazón retumbando como un tambor en la boca del estómago. Había echado toda la carne en el fuego y ya no cabía vuelta atrás. O me ganaba la mayor hostia de mi vida o…
Los segundos se convirtieron en horas. Elsa, tras una leve risilla, continuaba mirándome desde arriba con una expresión indescifrable. Yo por mi parte no había soltado sus pantorrillas. Jugándome el todo por el todo, apoyé mi cara en sus rodillas comenzando a besar rápidamente su piel hasta que llegué a sus pies. Entre beso y beso continuaba rogando. Terminé abrazado a sus tobillos con el rostro aplastado contra sus empeines. A aquella altura de la partida, el corazón se me iba a salir de la boca.
Contuve la respiración cuando sus dedos volvieron a juguetear con mis rizos. Aquellos instantes se hicieron los más largos de mi vida.
—Venga, tonto, levanta y deja de hacer el payaso. –Me puse de pie con mi mejor cara de derrota—. ¿No ves que no puede ser…? Además… luego me compararías con las chicas del Playboy y saldría perdiendo.
La muy puñetera quería que le regalase un poquito más los oídos. No sabía si para alimentar su ego y luego darse el piro o porque necesitaba un empujoncito más, pero si tenía que remar hasta morir en la orilla, lo haría.
—Tú no te miras mucho al espejo ¿no? Estás mucho más buena que esas tías. –No es que fuera la cosa más original del mundo, pero no se me ocurría nada mejor–. Además, esas no tienen personalidad y no se te podrían ni comparar.
Mencionar su personalidad fue el empujoncito que necesitaba. Cuando la vi sonreír, creí que me correría sin tocarme.
—¡Como se lo cuentes a alguien te corto las pelotas! Y ni se te ocurra tocar.
Mi corazón daba volteretas dentro del pecho. Me senté sobre la cama y aguardé a que mi prima se decidiera. Desde luego que era algo surrealista y seguramente, dentro de unos días, así me parecería, pero en aquel entonces…
—Estoy loca por hacer esto. –Pero Elsa ya llevaba sus manos a su espalda por debajo de la camiseta negra manipulando su sujetador—. Eres un demonio embaucador.
Siempre me había parecido increíble la capacidad de las chicas para quitarse un sujetador sacándolo por las mangas de una camiseta sin que se les viera nada de nada, pero en aquel momento, la ansiedad me tenía al borde de un ataque. “Por Dios, que no se pare ahora. Prometo portarme bien y no meterme en líos.”
La prenda íntima salió al completo por la manga sostenida por la mano derecha. Mi prima me miraba con aire entre avergonzado y divertido.
—Dios existe, Dios existe –murmuré moviendo ligeramente los labios. No quería que nada rompiera aquel momento.
Elsa rio de mi ocurrencia y me lanzó el sujetador negro al rostro. Rápidamente lo agarré reprimiendo las ganas de olerlo. No quería que mi prima pensase que era un degenerado. ¡Qué coño!, lo era y cuanto antes se enterase más claras estarían las cosas. Me lo llevé a la nariz e inhalé el aroma de aquel suave algodón que acababa de estar en contacto con sus tetas.
—Si te pones así por un sujetador, será mejor que no te enseñe nada más, no quiero que te dé algo. –Pero los actos de Elsa desmentían sus palabras. Se había llevado las manos al borde inferior de su camiseta y comenzaba a alzarla lentamente.
Su piel era tan pálida como la de mi hermana, aunque en Elsa no parecía haber rastro de las pecas que cubrían todo el cuerpo de mi hermana, o al menos todo cuanto yo había visto.
Primero el pequeño ombligo sobre el cual destellaba un piercing. Luego las costillas que se marcaban visiblemente bajo su piel.
La boca se me había secado por completo cuando comencé a ver la suave curva inferior de aquellas dos preciosidades. La blanca piel de las tetas contrastaba con la sombra que oscurecía el pliegue. Todo era perfecto en aquellos pechos y solo había visto su mitad inferior.
La camiseta continuó subiendo hasta que sobrepasó el punto de mayor plenitud de aquellas dos montañas liberándolas de la presión. El ligero bamboleo de las dos gemelas me extasió, la naturalidad con la que brincaron fue deliciosa.
Admiré detenidamente aquella forma de pera en la cual los pechos descendían ligeramente para alzarse orgullosos más allá de los pezones. En ellos clavé mi mirada. Eran simplemente perfectos, de areolas pequeñas y erizadas, culminados por puntiagudos pezones.
Elsa se sacó la camiseta por la cabeza y me miró fijamente con los brazos en los costados. Posiblemente estuviera esperando alguna respuesta por mi parte, pero la lengua se me había pegado al paladar. Entonces hice algo que posiblemente cambió mi vida, aunque en aquel instante me pareció una estupidez.
En vez de abrazar a Elsa hundiendo mi rostro entre sus tetas, en vez de meterle mano descaradamente, en vez de alguna tontería típica de mí, me levanté y tomé su mano con la mía. Tiré suavemente de ella hasta que entendió que debía inclinarse un poco.
—Gracias Elsa –dije tras estamparle un beso en la mejilla—. Es el mejor regalo que me han hecho nunca.
Con mi prima ligeramente inclinada, sus tetas se bambolearon a escasos centímetros de mí. Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para no tomar aquellas peras entre mis manos aunque, con lo pequeñas que las tenía, hubiera necesitado las dos para abarcar una de aquellas maravillas.
Elsa, tras mi arrebato, se tuvo que emocionar puesto que achinó los ojillos. Me miró unos segundos y luego, sin separar su mano de la mía, la acercó a una de sus tetas.
Lo primero que sentí fue cómo el pecho se alzaba en rápidas sucesiones. Luego, Elsa soltó mi mano y pude tocar a placer aquella piel que tan cálida y suave se sentía bajo mis dedos.
Me atreví a rozar primero la curvatura, luego las areolas y por último, los pezones. Observé a mi prima y parecía no tener intenciones de meterme una hostia, por lo que di un paso adelante y comencé a amasar la teta que había estado acariciando. Dios, aquello era maravilloso.
Después de haber palpado a placer aquel monumento de carne, acerqué mi rostro y, sin pensármelo, comencé a lamer el pezón que tan apetitoso me parecía. La polla me iba a estallar en los pantalones mientras me metía todo el pezón en la boca y comenzaba a juguetear con él.
Escuché un hondo suspiro y, acto seguido, mi oreja, la misma sobre la cual había descargado su ira mi hermana, comenzó a latir con fuerza.
Pero, ¿por qué me tenía que hostiar todo el mundo?, ¡joder, no era justo!
Elsa agarró el sujetador y la camiseta y se marchó dando un portazo. “¡Que me jodan si comprendo a las mujeres!”, pensé mirando como un tonto la puerta cerrada y sosteniéndome la oreja con la mano.
--**
La cena fue tremendamente incómoda. Mi hermana se limitó a mirarme como si me quisiera despellejar vivo, Elsa rehuía el contacto visual tanto con María como conmigo y yo, la verdad, estaba más perdido que un pulpo en un supermercado.
—¿Se lo vas a contar a mamá y papá? –pregunté cuando ya habíamos terminado con el postre.
—¿Vas a volver a fumar mierda? –preguntó María con un tono y un vocabulario impropio de ella.
—En serio, que no es mío. Es de un colega que me pidió que se lo guardase. Bueno, de alguien a quien consideraba un colega. –Miré a Elsa para ver si había recibido la puñalada, pero se limitó a mirarme de reojo sin levantar la vista del plato.
—Pues no me gusta que vayas con peña que fuma costo, que no me entere que vuelves a ir con esa gente.
--**
Todas las noches antes de dormir, tenía por costumbre aliviarme un poco con la ayuda de mi app del Playboy, pero aquella noche no había manera de levantar la cosa… La puerta de mi dormitorio se abrió lentamente y Elsa pasó sin hacer el menor ruido.
Puta manía de no llamar a la puerta. Tuve que soltar la tablet a toda velocidad y tirar de las sábanas para guardar la polla a la mirada indiscreta de mi prima.
—¿Qué coño quieres? –no solía ser tan cabrón con Elsa pero es que me había jodido mucho que se riera de mí.
Mi prima no respondió, simplemente se acercó hasta la cama y se quitó la amplia camiseta que le servía como pijama. Volví a ver aquel cuerpazo y aquellas rotundas tetas que me cortaban el aliento.
A la tenue luz de la lamparita todo parecía irreal. “Irrealmente maravilloso”, me dije mirando cómo las manos de Elsa fueron a los laterales de sus braguitas.
La prenda comenzó a deslizarse caderas abajo. Un perfecto triangulito de vello negrísimo asomó a mi atónita mirada. Sin poder apartar la mirada de aquel coño, mi prima comenzó a girar lentamente hasta que pude disfrutar de la vista del culo más prieto y bonito que hubiera visto jamás. Posiblemente en el playboy los había admirado mejores, pero para mí no había ninguno que se le igualara.
—Ya estamos en paz, ¿no?
Iba a decir que sí, pero mi cabeza se movió por sí misma en un gesto negativo.
—No me debías nada, somos colegas, ¿no? Además, aunque estés muy buena, no te da derecho a reírte de mí. —Aunque me costó la misma vida despegar mis ojos de aquel cuerpo desnudo, me giré hacia la pared dando la espalda a Elsa.
Sentí cómo el colchón se hundía y a través de la sábana noté el calor del muslo de Elsa rozando mi culo. Los segundos volvieron a hacerse eternos. Aguantaba la respiración hasta que no podía más y luego inspiraba lentamente. No sabía si me daba más miedo que se fuera o que se quedara. Yo, el del sarcasmo, el de la lengua ágil, el de las ocurrencias, me había quedado sin palabras.
—Escucha Pableras –dijo posando una mano sobre mi hombro—. Me he puesto nerviosa y la mano se me ha ido sola. ¿Realmente eres tan tonto de pensar que me reía de ti?
Me giré lentamente intentando no mirar a aquellas peras que tan cerca se encontraban. Me fijé en aquellos ojos verdes que a la tenue luz se habían dilatado hasta parecer negros. Parecía sincera.
—¿Te puedes hacer idea de lo que ha supuesto para mí? Eres…, eres…, eres fea y tienes las tetas pequeñas. ¡Prefiero a las del Playboy!
Justo en el último instante antes de abrir mi corazón, un grueso escudo evitó que cometiera una tontería. Mi prima se recostó sobre mí, aplastando sus tetas contra mi pecho y a continuación me dio un beso en la frente.
—Mira que eres tonto. Si he reaccionado así es porque…
—¿Por qué?
Elsa resopló como si tuviera que explicar algo que estaba claro aunque nunca llegó a decirme nada de nada. Se removió como si algo la incomodase. Entonces fui consciente de que mi amiguito estaba en plenitud de condiciones y presionaba contra la tripa de mi prima.
Con un gracioso movimiento se bajó de encima de mi pecho y se puso de costado apoyando la cabeza sobre la mano izquierda. Estaba realmente guapísima. El juego de luces y sombras que proporcionaba la lamparita de noche, realzaba todas y cada una de las curvas de su cuerpo.
Su mirada estaba fija en mi entrepierna, la cual apuntalaba una considerable tienda de campaña hecha con las sábanas. Aferró el borde de esta y tiró suavemente hacia abajo. Yo, aterrado, sujetaba con fuerza para que la sábana no descendiera.
—Estate quieto, cabezón –dijo alzando la mano hasta ponerla a unos centímetros de mi mejilla.
Con el estómago en la garganta, solté el borde de la sábana y esta descendió hasta mostrar la patética escena. Tenía la camiseta subida mostrando tripilla, los boxer a la altura de las rodillas y una empalmada que dolía.
—¡Hostia Pableras!
—Venga Elsa, no me jodas, que pensabas que también la tendría enana, ¡que la acondroplasia solo afecta a los huesos, cojones!
—¡Coño, Enana no!, pero es que yo diría que está por encima de la media.
—Pues no sé, nunca me la he medido. –Aquello era completamente falso, hacía mediciones anuales desde los doce años: diecisiete centímetros y medio y en aquellos momentos superaba en grosor a cualquier medida anterior.
—Pues yo creo que es la más grande que he tenido delante.
—¿Pero a las marimachos no os van los chichis?
Elsa alzó de nuevo la mano derecha. Por desgracia yo fui más rápido y me cubrí el rostro. De repente sentí una palmada sobre el tallo de la polla. Menos mal que no había sido muy fuerte porque si no…
—Esta de advertencia, la siguiente irá a las pelotas.
Nos quedamos en silencio durante lo que parecieron horas. Ella había apoyado su mano sobre mi cadera a escasos centímetros de mi ingle. Yo moría por tocarla pero era consciente de que estaba a sus órdenes.
—¿Y ahora qué? –preguntó alzando la vista de mi polla y mirándome a los ojos.
Intenté decir algo ocurrente pero fue imposible, la lengua se negaba a moverse y mil ideas diferentes se agolpaban en mi cabeza. Finalmente, decidí tirar por lo sincero, por lo menos aquel día no me había ido nada mal hasta el momento:
—Mira, si quieres que sea sincero te diré que esto es lo más maravilloso que me ha pasado en la vida. –Desde luego no tenía pensado contarle la visita a las putas con nuestro tío—. Y aunque me muero por tocarte y que me toques, tengo miedo de cagarla como siempre.
—¡Vale!, entonces eres un cagueta que me deja a mí la responsabilidad. Repite conmigo, peque: Soy un cagón que no tengo pelotas a tocar a un pedazo de hembra como Elsa. –La musical risa que brotó de sus labios tras aquellas palabras fue suficiente para emocionarme hasta lo más profundo.
—Yo digo lo que tú quieras. –De nuevo Elsa volvió a reírse.
—Te tengo bajo mi poder.
Se incorporó arrodillándose a mi lado con los muslos ligeramente abiertos. No sabía si era una invitación, pues su conejito quedaba ahora al alcance de mis manos.
—¿Te dibujo un plano?
Ahora fui yo quien rio, alargué mi mano y acaricié aquel muslo que llevaba una media hora volviéndome loco. Unos largos dedos comenzaron a acariciar la cara interna de mis piernas. Al ascender rozaban mis pelotas provocando una descarga eléctrica por toda mi espalda. Cada vez rezaba con más intensidad para que la mano no volviera a bajar y se posara en mi polla.
Ya que Elsa no tomaba la iniciativa lo haría yo. Introduje mi pequeña mano entre sus muslos acariciando sus labios mayores y el suave vello que los cubría. Cuando mis dedos superaron la primera puerta, lo primero que se me vino a la cabeza fue la diferencia entre el Chichi de Elsa y el de aquella prostituta.
Mis dedos buceaban en una humedad cálida, nada que ver con el que había tocado hacía unos meses. A cada pasada de mis dedos Elsa se mordía los labios y respiraba con más dificultad.
Animado por las reacciones de la chica más guapa del mundo -hasta ese momento había pensado que ese honor le correspondía a mi hermana, pero Elsa se lo había ganado con creces- me decidí a introducir un dedo en aquel interior que me llamaba con insistencia. Los muslos se cerraron apresando mi mano como si fueran unas tenazas y por fin, aquello por lo que llevaba un rato rogando, se produjo aunque no de la manera que yo hubiese esperado.
Haciendo gala de una flexibilidad de contorsionista se dobló hasta que me dio un besito en la punta del ciruelo. ¡Pero será cabrona!, si se le ocurre hacer eso…, y lo hizo. Sacó la lengua y comenzó a lamer el tallo y el glande como si fuera un helado. Lo que me temía llegó, golpeando con fuerza contra mi pecho, me acababa de enamorar hasta los huesos. Aquello no se le podía hacer a alguien como yo.
Comencé a pensar mil maneras de hacer que Elsa llegase al orgasmo, regalos que le podría hacer con mis ahorros aunque no pudiera comprarme el quad, sitios a los que la llevaría a cenar… Todo parecía un puto sueño, pero uno del que no quería despertar.
La lengua continuaba lamiendo. Cuando repasaba con la punta el prepucio pensaba que me iba a dar un chungo, no podía existir algo mejor, pero sí lo había.
Con glotonería se introdujo el capullo en la boca ocultándolo a la vista, presionaba con la lengua haciéndome sentir su piercing. Después, una corta pausa en la que aprovechó para mirarme a los ojos, ¡coño!, pensé que me iba a correr con solo observar aquella mirada y continuó. Cerró los ojos como si degustase el sabor de un manjar y continuó descendiendo hasta que sus labios casi rozaron mis pelillos. Luego un lento ascenso y otra vez toda dentro.
En aquel momento caí en la cuenta de que llevaba un buen rato haciendo movimientos mecánicos con el dedo que tenía dentro de Elsa. Me concentré en estimularla como ella se merecía. Aunque el coño que me ocupaba era mucho más estrecho que el de la puta, un único dedo parecía poca cosa.
Pareció que el segundo intruso agradó a mi prima o tal vez fuera que los comencé a mover con algo más de intención.
—¿Elsa?
—¿Ji? –respondió sin sacarse mi polla de la boca.
—¿Podría…? –Hice unos movimientos con los dedos que tenía en su interior insinuando lo que deseaba.
—¿Quieres metérmela? –preguntó con indecisión.
Yo asentí con la cabeza y ella me miró fijamente. Tenía los labios fruncidos y apoyados sobre mi glande. Dios, era la estampa más erótica del mundo.
—Lo siento peque, pero no creo que sea buena idea. No tengo condones y además creo que ya nos estamos pasando siete pueblos.
Un mazo se alzaba ante mí. Por idiota estaba a punto de cagarla, si ella comenzaba a pensar fríamente estaba jodido.
—Perdona, es que…, uf, es todo tan… uf.
—Vaya, parece que Tyrion el Embaucador se ha quedado sin palabras. –De nuevo aquella risa musical que se ahogó cuando mi polla volvió al sitio más acogedor del mundo.
Los labios lubricaban toda la polla mientras que la lengua jugueteaba con mi glande aprovechando para acariciar la punta con la bolita de acero, ¡joder! Aquello me iba a volver tarumba. El fin estaba muy próximo y tenía que lograr que ella llegara antes que yo.
Ataqué con decisión su clítoris. Al principio pareció que no lo hacía con mucha destreza pues se quejó levemente. Luego fui soltándome y logré que las caderas de Elsa se movieran más rápido que su boca.
Sentí unos dedos clavarse en mi muslo mientras que sus piernas atenazaban con más fuerza mi mano. Aquel calor era adictivo y mis dedos se negaron a abandonarlo intentando prolongar el orgasmo de mi prima. Tuve que parar cuando una mano, más amistosa que enfadada, golpeó contra mi brazo.
Tras unos segundos en los que el ritmo de la mamada decayó, Elsa retomó con más brío que nunca. Era demencial, no podía haber nada que se le igualara. Incluso cuando ascendía succionaba suavemente el glande haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera.
—Que voy…
Elsa se sacó la polla, brillante de saliva, de la boca y como si lo hubiera hecho toda su vida, la aplastó contra mi vientre mientras lamía la corona del prepucio y con la mano me pajeaba lentamente.
Exploté como nunca lo había hecho. Sentí que mi estómago se vaciaba por mi polla con toda aquella leche. Una súbita laxitud invadió mi cuerpo y solo fui capaz de articular dos palabras:
—¡Dios existe!
Ella rio de nuevo con aquella risa que me enamoraba. Me hubiera gustado decir otras dos palabras pero seguro que con ellas me hubiera ganado una buena hostia.
Elsa abrió el cajón de la mesita y sacó las toallitas húmedas. Me limpió amorosamente hasta que quedé perfecto.
—¿Cómo sabías que estaban ahí las toallitas?
—Pues del mismo modo que conocemos la colección de porno que guardas en la tableta.
—¿Conocemos?
—Vamos, no pensarías que nos chupamos el dedo ¿no? –dijo antes de darme un beso en mi chata nariz.
Se puso de pie lentamente como si estuviera pensando o quisiera decir algo. Me miró mientras se ponía aquella camiseta grande que le servía como pijama y finalmente, no dijo nada.
Se encaminó hacia la puerta y cuando tenía el pomo agarrado, por fin, dijo algo:
—¿Sabes?, pensaba que tenerte viviendo con nosotras iba a ser un peñazo. Pero… pero a lo mejor no—. Frunció los labios y me lanzó un beso antes de cerrar la puerta tras de sí. Mi polla reaccionó al instante.
Todas las imágenes de aquella noche pasaban por mi cabeza a gran velocidad. Intentaba asegurarme de que no había sido un sueño, de que Elsa había estado allí. De repente pensé en sus palabras de despedida, ¿significarían lo que yo pensaba?
Con una sonrisa de oreja a oreja me agarré la polla y comencé a meneármela lentamente, recordando todo lo ocurrido. Por supuesto que aquella paja tenía una dedicatoria muy especial.
Me hice a mí mismo una promesa: me portaría bien y estudiaría mucho para ser buen chico y por supuesto le pondría unas velas al Cristo del pueblo. Lo que fuera para que todo aquello se volviera a repetir.
Se agradecen todos los comentarios.