Tyrion Corazón de León

Coloqué una de mis manos sobre su vientre y fui descendiendo hacia su coñito; debía ir preparando la situación para embestirla con todo. Comencé a torturar su perlita con movimientos extremadamente lentos y delicados.

—Vengaaa, porfa, porfa, porfa. –Llevaba un buen rato suplicando y a aquellas alturas ya había perdido toda la dignidad pero es que la abstinencia era muy mala—. Porfaaa.

—¡Que no!, no te pongas pesado –contestó mi hermana por enésima vez, con la voz atenuada por tener medio cuerpo dentro del ropero.

Llevaba un mes sin meter en caliente y comenzaba a sufrir calambres en el antebrazo derecho. ¿Pero qué le costaba uno rapidito?, la única vez que lo habíamos hecho, ella había disfrutado tanto como yo, aunque todo terminara con un terrible sentimiento de culpa por parte de los dos.

—¿Y si solo miro?, porfa, porfa, solo ver cómo te duchas.

—¿Y si viene Elsa en ese momento?

—¿Ahora no puedo ni pasar al cuarto de baño?

—¡Ya!, como que vas a tener las manos quietas.

—Palabrita del niño Jesús.

Durante aquel mes, la convivencia había sido complicada en el piso. María y mi prima se hablaban lo justo para arreglar todos los papeles de mi operación. Se habían propuesto reclamar a todas las instituciones sanitarias, para que adelantaran mi operación dada mi edad. No había manera de que me dejaran participar en algo que era a mí al que más afectaba. Continuaban viéndome como un niño pequeño, aunque a su favor, debo decir, que mi actitud mendigando un polvo con alguna de ellas no decía mucho de mi madurez.

Elsa ni siquiera se molestaba en decirme que no. Desde que se cabreara con María y conmigo, solo le dirigía la palabra a mi hermana y lo justo y necesario, a mí me ignoraba por completo, como si fuera Bruce Willis en el Sexto sentido.

María cerró el armario y se acomodó la ropa sobre los brazos. Se quedó un rato allí de pie y al final suspiró y respondió:

—Venga, vente, pero ni se te ocurra hacer ninguna guarrada.

—Palabrita…

—Sí, ya veremos si no me toca darte un buen capón.

Aquella misma mañana, María había subido al piso loca de contenta mientras agitaba una carta del hospital. Ellas dos habían valorado, por insistencia de mis padres,  la posibilidad de la sanidad privada, pero el precio quedaba fuera de nuestras posibilidades, además, ni a Elsa ni a mi hermana les convencía esa opción, porque según ellas los hospitales públicos estaban mejor equipados.

Por tanto, la lucha de mis dos tozudas chicas había sido reclamar a todas las instancias posibles,  para reducir el tiempo de lista de espera, que era de un año.

María había leído la carta sin poder contener la emoción. Debía ingresar en cinco días para operarme. Aquello me había dejado fuera de combate, sabía que aquella carta llegaría, pero no esperaba que fuese tan pronto, debían haberlo peleado muy bien. Ella estaba contentísima pero yo tenía en mi tripa alguna bestia que se dedicaba a mordisquear mis entrañas. Para colmo debía acudir al hospital en dos días para realizarme todas las pruebas preoperatorias.

Lo callado que había estado desde que llegase la carta y mi carita de cordero degollado, habían logrado que, por primera vez en un mes, tuviese la oportunidad de volver a ver a mi hermana en pelotas, aunque fuese a costa de suplicar y perder toda la dignidad que tenía.

Seguí a mi hermana por el pasillo hasta el baño, estaba nervioso por la carta recibida y seguro que aquello me entretendría. María bajó la tapa del bidet y colocó sobre ella el montón de ropa que llevaba sobre los brazos.

—Siéntate ahí y ni se te ocurra moverte, como venga Elsa ahora sí que nos mata. –Apuntó con su dedo a la tapa del váter.

Imaginaba que a mi prima no le había hecho gracia que María y yo nos acostásemos, pero ¿por qué coño lo había propiciado?, ¿por qué no lo había impedido?, y lo más importante, ¿estaba celosa? No comprendía a las mujeres pero a aquellas dos a las que menos.

María apoyó el culo en el lavabo y alzó el pie para desatar los cordones de sus deportivas.

—¿Puedo hacerlo yo?

—¿Qué no has entendido de “no se toca”?

Se quitó las zapatillas y a continuación bajó la cremallera de sus tejanos. El espacio era reducido y sus braguitas blancas quedaron a dos palmos de mi cara. No sé si deliberadamente, pero comenzó a bajar sus vaqueros demasiado despacio. Sus muslos salpicados de diminutas pecas eran una preciosidad, como si aquella piel hubiese hecho sonar una corneta, mi soldadito se puso firme de inmediato.

—Anda, hazme un favor y dóblalos –dijo dándome los pantalones.

A continuación fue el turno de la camiseta. En otras ocasiones me había puesto malísimo viéndola con vaqueros y sujetador, pero verla con braguitas y calcetines blancos y la camiseta puesta tampoco era una imagen que me dejara indiferente. El borde de la prenda fue ascendiendo, permitiéndome ver su ombligo y seguir con la mirada el camino de pecas que se dirigían hacia su canalillo. Alargué la mano y ella me dio la camiseta para que la dejara con el resto de la ropa.

Ahora el sujetador. No eran unas tetas enormes, pero tan bien puestas como estaban me parecían las más bonitas del mundo. Las pecas se iban espaciando a medida que ascendían hacia las cumbres de aquellas montañitas. Los pequeños pezones, solo algo más oscuros que el resto de la piel, pero pálidos en comparación con cualquier otra chica, se endurecieron, bien por el frío del baño o bien porque se alegraban de verme.

Tragué saliva repetidamente y observé cómo las braguitas blancas iban descendiendo, mostrándome ese delta de rizos rojos. Aún sostenía el sujetador en la mano cuando María me ofreció sus braguitas. Tuve que aguantar las ganas de olerlas, no fuera a ser que me ganara un capón, realmente habría sido poco castigo por poderlas olfatear, pero temía una más que posible expulsión si hacía alguna tontería, por lo que me aguanté las ganas. María, completamente desnuda y con sus calcetines blancos, era toda una diosa. La lujuria y la inocencia se mezclaban dándole un aire irresistible. No pude aguantar más mi lengua y alcé la mano como pidiendo permiso para hablar.

—Adelante.

—Uff, eres preciosa, no lo digo buscando nada más, es que realmente eres un monumento.

Mi hermana se agachó, dándome un besito en la mejilla. Sus tetas colgaron bamboleantes a centímetros de mis manos y me costó muchísimo no estirar una de ellas para amasárselas. Casi podía sentir el calor que despedía su piel cuando se incorporó para introducirse en la bañera.

María enjabonaba su cuerpo de abajo hacia arriba, mientras yo creía morir. Apoyó un pie en el borde de la bañera, justo a mi lado, y comenzó a pasar el guante entre sus pequeños dedos. Luego el tobillo y a partir de ahí, no aguanté más. Ver cómo acariciaba sus piernas con la manopla al tiempo que me miraba divertida, fue demasiado para mí.

—Me piro –dije levantándome de la tapa del váter.

—¿Te vas? –preguntó incrédula—. ¿Tanto insistir y ahora te vas?

—Es que aún no me acostumbro a que mi patata no va bien y como siga acumulando más tensión me va a dar un chungo.

Rio a gusto haciendo que sus pechos brincasen encantadoramente. Mientras mantenía una amplia sonrisa miró mi entrepierna y pareció reflexionar:

—He dicho que a mí no se me toca, pero…

Ya tenía los pantalones y el bóxer por los tobillos antes de que terminara su frase.

—Sí que tienes tensión acumulada ahí, sí.

¡Joder!, la tenía como una estaca de dura. La agarré bien y me dispuse a hacerme la paja más lenta de mi vida. Por nada del mundo quería irme demasiado pronto, un espectáculo así era para recrearse la vista y si me dejaban, algún que otro sentido.

María le dedicó una última mirada a mi rabo y, tras encogerse de hombros, continuó enjabonando su cuerpo.

De los muslos, en los cuales se recreó a gusto, pasó al cuello, saltándose o dejando para luego su felpudito rojo. Bajó la mano situándola entre sus tetas mientras yo inconscientemente aceleraba el ritmo de la paja. Tras extender el gel por su canalillo y su vientre, se quitó la manopla y puso una generosa cantidad de jabón en sus manos. Con ambas simultáneamente, comenzó a masajear sus tetas; primero de abajo hacia arriba, luego de fuera hacia el centro, haciendo que ambas se juntasen,  y finalmente estrujándolas levemente. O yo era tonto del culo o aquellos ojos entornados y aquellos labios entreabiertos eran toda una invitación.

Agarré el guante del borde de la bañera y me lo ajusté. Estaba dispuesto a ganarme una buena bronca, pero es que no aguantaba más. En vez de reñirme, María alzó un pie apoyándolo en el borde de la bañera; aquello sí era una invitación en toda regla.

Puse la mano sobre su muslo y comencé a frotar su piel delicadamente. “Vaya mierda de manopla.”, pensé dándome cuenta de que no se sentía la suavidad de su piel. Al parecer a mi hermana eso no le importaba, porque cada vez que llevaba mi mano hacia la cara interna de su muslo, ella aguantaba la respiración como  si esperase algo.

“A tomar por culo, voy a por todas.”, Me quité la manopla y puse sobre mi mano un buen chorro de gel. Sentir su piel cálida y mojada bajo mi mano fue una puta maravilla, nada que ver con sentirla a través del tejido rugoso. Tuve que concentrarme para no llevar la mano a mi polla y atender a la pobre, que llevaba un rato demandando mis atenciones.

Mi hermana terminó con sus tetas y comenzó a mojar su pelo echando la cabeza hacia atrás. Ver cómo el agua de la ducha mojaba sus bucles rojizos y su cara, cómo su cuello se tensaba al inclinar la cabeza, cómo sus pechos se alzaban orgullosos fue algo insoportable. Nadie podría aguantar un espectáculo como aquel sin hacer nada. Había que enjabonarlo todo a conciencia.

Llevé mi mano directamente a su triangulito y enseguida sus rizos se cubrieron de espuma. María, cómo si lo esperase, continuó dedicándose a su cabello sin prestarme ninguna atención. Después de aquello, me envalentoné y llevé mi mano directamente a sus labios, los cuales comenzaban a brillar, fuera por sus flujos o por el agua y el jabón.

Una verdadera delicia, aquel calorcito, aquella humedad, no podía haber en el mundo algo tan agradable de tocar.

Froté toda su vulva lentamente, recreándome en cada pliegue, en cada milímetro. Me entretuve delineando el interior de sus labios mayores, acariciando los menores. De repente, cuando mi pulgar comenzó a dibujar círculos en la entrada a su gruta, una mano me detuvo. María enfocó la ducha hacia su entrepierna y la enjuagó, retirando todos los restos de jabón. Colgó la manguera de su soporte y agarró dos frasquitos de la repisa, dándome uno de ellos.

“Gel íntimo”, leer la etiqueta me devolvió la sonrisa que había perdido cuando me habían quitado aquel caramelito de las manos. Mi hermana comenzó a enjabonarse el pelo y yo no me hice de rogar, poniéndome una buena cantidad de aquel jabón en la mano y devolviendo esta al sitio donde más a gusto estaba.

Aquella extraña sensación, mezcla de flojera y energía, como si mi cuerpo fuera algo ajeno, volvió a aparecer. Al principio de estar junto a Elsa, la había experimentado muchas veces, pero al final había sido capaz de controlar las sensaciones y movimientos de mi cuerpo. Ahora volvía a tener los mismos cosquilleos que hacían que mi cuerpo estuviese a punto de comenzar a temblar.

María enjabonaba su cabello y me miraba con una intensidad que hacía cabecear mi cipote. Su cuerpo era espectacular, pero sus ojos transmitían una combinación de pícara inocencia y lascivia que lograban que se me secase la boca.

Me concentré en su intimidad, comenzando a frotar su capuchón con el pulgar al tiempo que mi índice se introducía en la vagina. Ella cerró los ojos y puso cara de satisfacción. Aquello me hizo suspirar de tranquilidad, todo marchaba bien.

Mi dedo giraba en círculos presionando de tanto en tanto la parte anterior del inicio de su gruta. Cada rugosidad era acariciada sin prisa como si mi pulgar no tuviera intención de salir de allí nunca.

—María bajó la pierna que tenía sobre el borde de la bañera y con ello me obligó a sacar la mano de su entrepierna.

—Creo que eso ya está suficientemente limpio –dijo mientras se aclaraba el cabello y comenzaba a aplicarse el acondicionador.

Se giró para dejar el botecito en la repisa y viendo que por delante no tenía el camino libre, decidí atacar por detrás. Poniéndome más gel íntimo en las manos, me puse a extendérselo por el culo. Mi mano derecha estuvo poco tiempo acariciando su glúteo puesto que la atracción que la raja ejercía sobre ella era imposible de dominar.

—¡Eh!, ¿ahí también está susio? –preguntó mi hermana poniendo voz de niña inocente.

—Muy, pero que muy susio –respondí yo imitando su tono juguetón, mientras mi mano recorría toda la hendidura acariciando aquella piel tan íntima.

Mis dedos, como el que se conoce el camino a su casa, fueron por su cuenta a la humedad de mi hermana. El índice y el corazón se introdujeron con facilidad, provocándole un respingo.

—¡Oye!, que eso ya lo habías limpiado antes.

Mi mano avanzó entre sus nalgas para facilitar la tarea a aquellos dos intrusos. Mi pulgar se detuvo sobre el culito de mi hermana y por sí mismo comenzó a dibujar círculos masajeando el esfínter.  De nuevo otro respingo y el culito se apretó bruscamente.

—No… Seas… malo… —dijo entre jadeos cuando presioné su clítoris con el dedo corazón mientras el anular le sustituía en el interior de la vagina.

La puerta trasera se relajó ligeramente y continué con los masajes circulares, atreviéndome a insinuar la yema del dedo en el interior.

—Estate… quieto…

Sus caderas se movieron adelante y atrás desmintiendo sus palabras. Era mucho trabajo para una sola mano, pero me concentré en hacerlo bien y en olvidarme de los calambres que me estaban dando en el brazo. Ya sabía yo que tantas pajas acabarían pasándome factura. El pulgar se atrevió a puntear el culito con más insistencia y logró introducir el largo de la uña. Lo dejé ahí quietecito, mientras mi concentración se dirigía hacia los tres dedos que trabajaban el chochete de mi hermanita. “¡Joder, joder!, quién me iba a decir que estaría follándole el coño y el culo a María.”.

—¡Ay! –Un nuevo movimiento de caderas y el pulgar, cubierto como estaba de gel, se metió hasta la primera falange.

Lentamente fui sacando el dedo de sus entrañas y, ante mi incredulidad, María gimió de gusto. Volví a meterlo para comprobar que era cierto y ella colaboró llevando su culo hacia atrás y suspirando. Era una pasada sentir las rígidas paredes aprisionando mi dedo, no se parecía en nada a su chochete y aun así, era igualmente increíble.

—No… lo… metas… más…

Me concentré en follarle bien follado el coño y en estimular su garbancito; no tardaron las convulsiones en recorrerla de pies a cabeza. Sus caderas se movían espasmódicamente y en una de aquellas, en que su culo retrocedió violentamente, mi pulgar se clavó hasta el fondo. María comenzó a jadear con fuerza,  mientras se sujetaba del estante y empujaba hacia atrás clavando hasta el fondo mis tres dedos en sus dos agujeros. Boqueaba como si le faltase el aire haciendo visibles esfuerzos por tragar saliva.

Con mis dedos en su interior fui acompañando su descenso hasta que quedó arrodillada en el fondo de la bañera, donde quedó sufriendo aún los últimos temblores.

—Ahora, si ya habéis terminado y no os importa, me gustaría mear.

Llevé mi mano al pecho de inmediato, el susto me había dejado de piedra. María, fuera de juego como estaba, ni se había percatado de la presencia de nuestra prima, pero yo me había quedado en shock. A duras penas logré sentarme sobre la taza del váter. Sí, la cosa no había sido para tanto, pero debía hacerme un poquito el enfermo, no iba a tener muchas más oportunidades de dejarme mimar.

Mi estrategia dio un resultado inmediato, la mirada de Elsa cambió de expresión y al segundo siguiente la tenía arrodillada junto a mí, tomándome de la mano. María nos miraba desconcertada, como si aún no hubiera tenido tiempo de analizar todo lo sucedido.

—Venga, Pableras, reacciona, ¡coño! –gritó Elsa mientras me daba cachetitos cariñosos en las mejillas.

—¡Hiiija de putaaa! –grité al fin cuando a mi prima, para hacerme reaccionar, no se le ocurrió otra cosa que pellizcarme un huevo.

—Ves, ya se te ha pasado el susto, además te lo mereces. Hala, a chuparla por ahí que quiero mear.

—¿Me he perdido algo? —Mi hermana nos miraba alucinada mientras se envolvía con una toalla.

-O-

No sabía si era tremendamente estúpido, un cornudo consentido o un trozo de pan remojado como decía mi hermana. Fuera como fuere, allí estaba, mirando mi Facebook mientras María, a aquellas horas, debía estar pegándose el lote con su novio.

Le había recomendado que exigiera aquello que deseaba, que no tuviera miedos en el sexo, que no se limitase a ser la parte pasiva esperando a que le dieran alguna limosna. Con sutileza o con determinación, tenía armas más que suficientes para que un hombre se desviviese por ella. Así que logré convencerla para que quedase con Roberto y le mostrase el pedazo de María que se estaba perdiendo el muy idiota. Aunque, ahora que lo pensaba con más calma, el idiota parecía yo.

La puerta se abrió lentamente y tras ella, Elsa con su camiseta ajustada de “The Ramones” y un tanga minúsculo por toda vestimenta. No saludó, no dijo nada en absoluto. Se limitó a mirarme como si quisiese atravesarme de lado a lado.

Ingenuamente, pensé que todo se había solucionado y que podríamos echar uno de aquellos polvos maravillosos, en el peor de los casos vendría para que pudiéramos hablar de lo ocurrido en las últimas semanas. Ella se encaminó a mi cama y antes de sentarse se quitó el tanga.

—Venga, adelante, comienza –dijo muy seria subiéndose a la cama y colocándose a cuatro patas, con la cabeza apoyada sobre la almohada.

—¿Cómo? –pregunté sin dar crédito. ¿Tan caliente estaba que ni siquiera quería unos preliminares?

—¿No te mueres por un culito?, vamos, es todo tuyo, está limpito y preparado.

—¿Qué cojones?

—Venga, si tanto te obsesiona follarte un culito aquí tienes el mío –ahora sí, por fin detecté la mal disimulada rabia en el tono de Elsa.

Escuché un sonido metálico en el interior de mi cabeza y de repente todas las piezas encajaron. Ahora lo veía todo claro, era completamente imposible, pero…, pero…, Elsa estaba celosa.

Tuve que contenerme para no sonreír abiertamente, una sensación de euforia me recorría todo el cuerpo. ¿Pero cómo un pibón como mi prima podía estar celosa de mí?

—¿Vienes o qué? –preguntó moviendo el culete a derecha e izquierda.

—¿Elsa?

—Sin preguntas, si quieres lo tomas y si no, no.

—¡Vale ya!, ¡esto es absurdo!

—Vaya, ayer no te pareció tan absurdo follarte el culo de María con el dedo.

—¡Elsa, por Dios! –Salté de la silla de escritorio y me acerqué hasta la cama. Tenía que reconocer que se veía espectacular completamente expuesta.

—Venga, bájate los pantalones.

—¿No podemos hablar? –pregunté mientras llevaba mi mano al final de su espalda, comenzando a acariciar lentamente su culo.

—Venga, cabronazo, fóllame el culo.

La situación era surrealista, pero a pesar de todo ello, mi amiguito no entendía de cuestiones éticas y sentimentales, por lo que ya estaba desde hacía unos instantes en posición de firmes. Ya que a buenas no reaccionaba, decidí probar con otra técnica.

—¡Levántate y vístete! –grité a pleno pulmón, tras lo cual asesté una fuerte palmada en su culo.

—Hmmm, también quieres darme unos azotes…, ¡Pues te jodes!, ¡tú dame por culo y ni me toques!

—¡Elsa, estás como una puta cabra!

Entonces mi prima me desconcertó por completo. Introdujo una mano entre sus muslos y comenzó a acariciarse el chochete, acelerando el movimiento de sus caderas.  “Pues si quiere polla va a tener polla, pero por donde a mí me dé la gana, ¡cojones!”.

Me desnudé a toda velocidad. Salté encima de la cama y me situé tras Elsa.

—Deja eso, cochina, de tu chochete me encargo yo –dije asestando una nueva palmada en la otra nalga. Donde le había atizado antes, había aparecido un cerco rosado y su mera visión me dio ganas de hacer lo mismo en el otro lado, así tendría las dos partes del culo a juego. “¡Qué coño!, lo cierto es que me encantaba sentir aquella carne bajo mi mano.”.

Llevé mis manos a su entrepierna y comencé a acariciar toda la zona con delicadeza. Cuanta más ansiedad demostraba Elsa, con más calma me tomaba yo la situación.

—¡Cabrón!, ¡fóllame el culo de una puta vez! –gritaba una y otra vez al mismo tiempo que abría más sus muslos para que mi mano se adentrase entre ellos.

Coloqué una de mis manos sobre su vientre y fui descendiendo hacia su coñito; debía ir preparando la situación para embestirla con todo. Comencé a torturar su perlita con movimientos extremadamente lentos y delicados.

—¿Ta… tan… tanta polla para esto? –preguntó entre jadeo y jadeo.

Busqué una posición en la que la pudiera empitonar y coloqué la punta del ciruelo en su culito. La muy jodida apretó el esfínter con fuerza, algo que ya me esperaba.

—¡Afloja, cacho puta! –grité y a continuación le aticé en el culo con fuerza, ¡Dios!, iba a terminar por gustarme eso de palmear nalgas.

—Venga, empuja, ¡cabrón! –contestó relajando mínimamente los glúteos.

Introduje tan solo la mitad del glande, pretendía ir lo más lento que fuera posible. Ella se agitó con violencia y me gritó:

—¡Sácala, capullo, sácala!

Pero no le hice ni puto caso. Mi polla reconoció enseguida su cálida humedad, aquella en la que había pasado los mejores momentos de su vida. Si algo tenía claro de toda aquella locura, era que el culo de Elsa se iba a ir de allí tan virgen como llegó.

—¡Por ahíii no, cabrón, por el culo!

Lentamente, luchando contra los bruscos meneos de caderas de mi prima, fui metiendo todo mi rabo en su interior. Era delicioso, volver a sentir aquello era lo mejor del mundo.

La saqué tan despacio como la había metido, tan solo la puntita quedaba a las puertas de su vagina cuando  ella empujó con brusquedad, metiéndosela entera de un empellón.

—¡Cabrón, me has hecho daño!

—¿Yo?, pero si has sido tú, loca de mierda.

—¡Fóllame y cállate, desgraciao!

“A tomar por culo”, pensé rectificando de inmediato: “A tomar por culo no, a follar.”.

La agarré con fuerza de las caderas y la tiré contra el colchón. Allí se iban a hacer las cosas como yo dijera. Elevé sus caderas lo justo para poderla penetrar con comodidad, pero no lo suficiente para que ella pudiera empujar con las rodillas.

Comencé un ritmo que sin ser tan lento como el anterior, era muchísimo más reposado que el que había mantenido alguna otra vez. Elsa intentaba contener sus gemidos, pero la conocía perfectamente y sabía que se acercaba a toda velocidad a su primer orgasmo.

¡Zas!, una palma voló hasta estrellarse en la nalga derecha, ¡zas!, otra en la izquierda. Mi prima no dijo nada de nada, tan solo se soltó por fin y comenzó a jadear libremente, mientras su trasero iba pasando del rosado al rojo más intenso, gracias a mis azotes.

—¡Hiijooo de puuta! –gritó en el momento del orgasmo en lo que me pareció una mezcla de jadeo y llanto.

Efectivamente, cuando me incorporé liberando su espalda, observé cómo  lloraba quedamente con el rostro hundido en la almohada.

—¡No me toques! –dijo, con voz moqueante, ante la caricia que le hacía en la espalda—. Violador.

—¿Cómo que violador?

—Te dije que me follaras el culo, no esto, ¡cabrón! –¡zas!, la palmada voló ahora hasta mi cara.

—¿Pe… pero…?

—¡Desgraciado! ¡Zas!, otra hostia más.

—¡Elsa!

—¡Hijo de puta! –¡Zas!, otra más.

—¡Vale ya! –dije mientras Elsa me atizaba la cuarta y última hostia.

—¡Te odio! —Recogió su tanga del suelo y se marchó, dando un portazo que hizo retumbar las paredes.

-O-

—José Pablo, entiende usted lo delicado de esta operación. Es usted una persona joven y sana, pero es mi obligación informarle de los pormenores de una cirugía intrusiva.

—Comprendo –dije mirando a mi hermana y a mi prima que permanecían en silencio en el despacho del jefe de cirugía cardiovascular.

Por un lado agradecía su silencio, demostrando por primera vez que era un adulto y aquella reunión la debía manejar yo, pero por otro lado, continuaba sin sentirme las pelotas del acojono que todo aquello me daba, y habría agradecido una ayudita.

—Hay dos técnicas: La conservadora, con la que los riesgos son mínimos, pero deberá usted tomar anticoagulantes de por vida, puesto que sustituiremos su válvula aórtica; y la más novedosa, en la que podrá conservar su propia válvula, pero existe un cierto riesgo al tratarse de una intervención muy delicada.

—¿Cierto riesgo? –pregunté sintiendo como mis testículos se encogían aún más.

—Hoy por hoy, en una persona joven y sana no debería presentarse ninguna complicación, pero a lo largo de los dos años que esta técnica se aplica, el éxito ronda el setenta y cinco por ciento.

—¿Y la otra cuarta parte? –pregunté temiéndome algo chungo—. ¿Se le sustituye la válvula?

—No, una vez se inicia el proceso de la nueva técnica, no es posible revertirlo, se debe concluir.

Un sudor helado comenzó a empaparme la espalda, ¿aquel hijo de puta me estaba contando que la podía diñar en el quirófano? Miré de reojo a mis acompañantes. María abrió la boca para hablar, pero Elsa le puso una mano en el hombro frenándola.

—I… i… imagino… que uno de cada cuatro no sale vivo. –Decir aquello fue una de las frases que más me había costado pronunciar en mi vida.

—Ya le digo que en personas como usted no debería existir ninguna complicación, pero es mi obligación informarle.

Poco a poco fui relajándome e informándome mejor de qué supondría tomar aquellos anticoagulantes de por vida. Era muchísimo peor de lo que me imaginaba. La opción de la nueva técnica, aun con su porcentaje de fracaso, era tremendamente más atractiva. Si lograba salir con vida, al menos sería una vida normal, aunque luciría una gran cicatriz a todo lo largo de mi esternón; si no, ni me enteraría.

—Sois unas cabronas, lo sabíais desde el primer día. –Nada más salir del hospital, exploté contra María y Elsa—. ¿Qué pensabais, que no me iba a enterar?

—Pablo, ha sido todo complicado, nos han dado un montón de información y se nos pasaría contártelo. –María, como siempre, delante de mí decía que era adulto y luego me trataba como si fuera tonto.

—A ver, renacuajo, si te lo hubiésemos dicho, ¿te habrías operado?, no, pues ahora te callas, sí, lo hemos hecho mal, pero ya está y no lo podemos cambiar. –Eran las primeras palabras que me dirigía Elsa, desde que la noche anterior saliera de mi habitación dando un portazo—. Además, ¿qué eres?, ¿un león o un huevón?, ¿tyrion Corazón de huevón o Tyrion Corazón de león?

Me mordí con fuerza el labio inferior, intentando controlar las profundas emociones que amenazaban a mis lagrimales.

—¡Mierda, mierda, y mil veces mierda!, ¿por qué coño yo? –grité dando una patada a una papelera.

Comencé a andar a todo lo que mis cortas piernas me permitían. Cuando me quise dar cuenta de que ni Elsa ni María estaban junto a mí, ya era demasiado tarde y no se las veía por ningún lado.

Estuve varias horas paseando sin rumbo fijo, mirando sin ver todo aquello que me rodeaba. Finalmente el cansancio y el hambre hicieron mella y tomé rumbo a casa.

—Te he dejado espaguetis en el micro, ¿te los caliento? –preguntó María, sin cuestionar la hora que era, ni preguntar dónde había estado.

—Gracias –dije derrumbándome sobre el sofá.

Por unos momentos, mientras el ascensor subía hasta nuestro piso, había deseado que alguna de las dos me riñera, que me pidieran explicaciones, pero la calma de María me había abierto los ojos. No se merecían que descargase mi ira con ellas, por muchas ganas de bronca que tuviese, no iba a cambiar nada.

-O-

Volví a mirar a mi alrededor cómo si quisiera memorizarlo todo. Mi padre, paseando a grandes zancadas por el dormitorio del hospital, como un león enjaulado: mi madre aferrada a su rosario, murmurando en voz baja sus Ave Marías y cosas de esas, y mis dos chicas, sentadas junto a mí, una a cada lado de la cama.

Los últimos tres días no habían sido fáciles en casa. La tensión entre los tres había ido en aumento y la presencia de mis padres el último día no había ayudado mucho.

María lo había intentado con Roberto, pero al parecer no lo había visto claro del todo porque ella misma había roto la relación. Elsa continuaba sin hablarme y si sus miradas mataran, no necesitaría operarme dentro de unos minutos.

Ahora las dos me sonreían cándidamente, tomándome cada una de una mano. Estaban como una cabra, me volvían loco de remate, pero les agradecía muchísimo que estuvieran allí las dos.

—¿José Pablo? –preguntó un tipo alto con pijama hospitalario, mientras leía de un montón de papeles—. Bueno…, vamos a dar un paseíto.

Si su presencia ya me alertó, cuando comenzó a subir las patas de la cama y a bajar las ruedas, un pánico horrible me mordió las entrañas.

Elsa y María se levantaron rápidamente y mientras una me sostenía la mano, la otra me acariciaba el pelo.

—¿Preparado, campeón? –preguntó el celador.

“¿Campeón?, ¡tu puta madre, desgraciao!”, pensé descargando mi miedo en el primer objetivo que se me presentó.

Cuando la cama comenzó a rodar y las manos de mis chicas me abandonaron, sentí unas ganas irresistibles de levantarme y echar a correr hacia mi casa. Había llegado la hora de la verdad, pensé mientras me alejaba pasillo adelante y escuchaba las voces de ánimo de mi familia.

-O-

Cuando solté tu mano, sentí un vacío enorme. Se me iba encogiendo el corazón a cada metro que avanzaba la cama por el pasillo. Mis padres y el tío Paco llegaron diez minutos después y ya no pudieron despedirse de ti.

Estuvimos una hora frente a las puertas del quirófano, pero allí, no podíamos hacer nada por ti. María me pidió que la acompañara a dar una vuelta, necesitábamos las dos que nos diera un poco el aire.

Aún acumulaba mucho rencor y necesitaba desahogarme con alguien, tu hermana parecía la persona ideal, a la que poder gritar e insultar; hasta que salimos por la puerta del hospital y me sorprendió dándome un abrazo con todas sus fuerzas. Teníamos miedo, Pablo, teníamos mucho miedo.

María me contó, mientras tomábamos un café, que había decidido cortar su relación con Roberto. Continuaba confusa por todo lo que habíamos vivido en los últimos meses, pero me volvió a sorprender, no se arrepentía de nada de lo que había pasado.

Me dijo, con una sonrisa amarga en los labios, que cosas como lo tuyo le habían enseñado a vivir la vida a tope. Me pidió perdón, y yo, al final, me reconocí a mí misma y a ella, que había sido la única culpable de liarlo todo.

Sí, Pablo, yo quería que María cambiara la imagen que tenía de ti, quería que todo el mundo conociera al verdadero cabronazo que era capaz de llevarme al cielo y de hacerme reír cuando salíamos de marcha.

Allí, con los ojos empañados por las lágrimas, con el café frío abandonado sobre la mesa, pedí a quien fuera, que me diera la oportunidad de explicarte lo que sentía. Nadie lo comprendería, ni siquiera yo misma lo entendía por completo, pero no podía continuar con aquella angustia oprimiéndome el pecho.

—Ocho horas y media, dijeron que serían ocho horas y aún nada de nada. –Me quejé a mi madre que era a la que más cerca tenía.

Me volví a levantar, para recorrer los sesenta y siete pasos que el pasillo tenía de largo, sesenta y siete, Pablo, los conté una y otra vez, y el reloj se negaba a avanzar, fueron las horas más lentas de mi vida.

Media hora más pasó, media hora que se nos hizo eterna. Y por fin noticias. El cirujano jefe salió por la puerta del quirófano con una cara que no nos gustó nada. Sentí cómo toda la sangre abandonaba mi cuerpo y mi sien comenzaba a zumbar con fuerza. Pablo, ver aquella mirada hizo que me quisiera morir. Y entonces abrió la boca y las palabras, que jamás hubiésemos querido escuchar, salieron de su boca como a cámara lenta:

—Ha habido complicaciones.

Dos segundos, Pablo, no fueron más de dos segundos. Un intenso dolor me oprimió el pecho y pensé que el corazón se me saldría. Dos segundos en los que todos los momentos que habíamos vivido juntos pasaron por mi mente. Dos segundos en los que recordé una y otra vez que no te había dado un abrazo, que no te había dado un beso de despedida, que lo último que te había dicho era que te odiaba.

Y la sonrisa, aquella sonrisa cansada, por nueve horas de operación, pero aquella sonrisa amplia y franca:

—A pesar de todo, ha sido un completo éxito. Pablo está estable y esta tarde podrán verlo en reanimación.

Las lágrimas que se habían negado a brotar durante aquellos dos segundos, cayeron a mares en todos los rostros de los que te queríamos. No podía parar de llorar y sonreír con todas mis ganas. Como si me hubiera quitado una tonelada de encima, sentía una euforia contagiosa, todos reíamos y nos abrazábamos.

A última hora de la tarde nos dejaron verte a través de un cristal. Fue duro, muy duro. Estabas tan pálido, con dos grandes sueros en tu yugular y tu carótida, con un enorme tubo saliendo de tu boca. Tu madre no lo pudo soportar y rompió a llorar, pero yo no, yo sabía que mi leoncete podía con aquello y con mucho más.

Al día siguiente despertaste, no sabías dónde  estabas ni qué había pasado. Una enfermera salió a decirnos que podía entrar un familiar a verte. María y tu madre se miraron, decidiendo quién sería la que pasara. Entonces la enfermera volvió a hablar:

—¿Quién es Elsa?

—Yo –dije con un hilo de voz.

—Pablo quiere que seas tú quien pase.

-O-

—Cuando he escuchado, que era a mí a quien querías ver en primer lugar casi grito de alegría. No sabes lo feliz que me has hecho. Nada más verte, he sabido que no eran necesarias las disculpas ni los perdones. Aunque con esa voz de Vito  Corleone habrías estado muy gracioso –Elsa aún continuaba tomándome de la mano, acariciando el dorso con la yema de su pulgar.

—Es por el tubo, aún me pica –respondí intentando no forzar la garganta.

—¿Duele?

—Contigo a mi lado no.

—Jaa, tío, ese rollete no te va nada de nada.

—Menos mal, porque duele como la madre que lo parió, voy a tenerme que dejar mimar por un par de guapas enfermeras.

—¿Un par?

—Claro, lo de un trío continúa siendo la fantasía que más me pone.

—No te atizo porque estás flojete, pero ponte bueno pronto para que te pueda pegar un puñetazo en la nariz –susurró Elsa, mirando a izquierda y derecha por si aparecía alguna enfermera.

—Ja, ja, ja, cómo me mola que te pongas celosa, pero tranqui que por las noches solo me cuidarás tú. Lo prometo.

—¡Capullo!

Por muchas bromas que intentase hacer, lo cierto es que el dolor del pecho me mataba, pero allí tenía el mejor analgésico del mundo. Desde que Elsa entrase por la puerta de reanimación y se sentase junto a mi cama, había tenido unas ganas tremendas de llorar y de abrazarla.

—Me puedes decir lo que quieras, pero no me sueltes la mano, quédate conmigo –dije sin poder aguantar más las lágrimas.

—Ey, estoy aquí, no me voy a ningún lado hasta que la enfermera no me eche.

—¿Me… me… cuentas otra vez qué pensabas cuando paseabas por el pasillo?

—Te he abierto mi corazón una vez, por hoy ya está bien, no abuses –dijo tras posar un beso en mi frente.

—¿Elsa?, ¿te puedo decir una cosa?

—Dime.

—¡Capulla!

FIN

Gracias a todos los que han llegado hasta aquí. No ha habido trío, o por lo menos hasta ahora, se ha vuelto un poco melodramática y romanticona, pero es lo que tiene la cabra que siempre tira al monte. Muchísimas gracias a todos los que han comentado, pues es lo que verdaderamente anima a publicar. Especial agradecimiento a Vieri, que siempre pega un vistazo antes de que se publique, aportando muy buenas observaciones.