Tuve un amor

El amor en la vida de las personas es algo esencial, tanto como llenar de aire nuestros pulmones. El sexo es sólo una de la llaves. A veces, el mitológico hijo de Venus y Marte falla su puntería...

TUVE  UN  AMOR

Tuve un amor. Lo quise. Lo amé. Confieso que me enamoré al poco tiempo de empezar a conocernos con nuestras continuas charlas a través de aquel chat. Jamás se me pasó por la cabeza llegar a enamorarme de alguien así, en aquellas circunstancias. Una de sus fotos, en blanco y negro, de frente, con el mar al fondo, me dejó ver la ternura y tristeza que se desprendía de sus ojos claros, esos ojos que, por fin, pude ver por primera vez.

Las conversaciones fueron muchas, ciertamente. Me enamoró  su forma de ser, tal vez fingida; todavía no lo sabía. Me demostraba inteligencia y delicadeza. La ternura también se dejaba ver en sus palabras. Parecía sincero, pero extremadamente misterioso.

La primera cita no se hizo esperar mucho tiempo. Un miércoles sería el día indicado. Confieso que estuve unos minutos observándolo de lejos, en la esquina de aquella calle, antes de dejar que él me viera. Mientras se acercaba a mí, las piernas me temblaban y el estómago parecía encogerse. Lo tenía ahí, frente a mí, al dueño de mis sentimientos, en carne y hueso, después de conocernos más en el chat. Lo miré a los ojos. Efectivamente, eran claros y un detalle, que había pasado inadvertido hasta entonces, me llamó la atención: cada uno de sus ojos era de un color. Preciosos. Me dio dos besos... ¡Qué nervios!

Lo llevé a un bar cercano para poder hablar mientras tomábamos algo. Con su cerveza y mi zumo de piña sobre nuestra mesa, situada en un rincón de aquel local, una conversación nos iba acercando el uno al otro, haciéndolo íntimamente. Permanecíamos sentados, él frente a mí. Su mirada era directa y se clavaba en mis ojos que huían una vez tras otra, ruborizados.

Nuestros cigarrillos se consumían más en el cenicero que en nuestros labios. Nos contábamos miles de cosas, confesando algunas sucedidas en nuestras vidas, de las cuales el messenger no había sido testigo. Durante un momento, su mano izquierda sujetó mi diestra, que permanecía apoyada sobre la mesa. Confieso lo mucho que me encantó ese detalle, aunque pudiera parecer insignificante.

Al salir del bar, antes de llegar a la esquina contraria a la de la cita, nos besamos por primera vez. Un beso lleno de pasión. Confieso que no noté su abundante barba, sólo lo sentía a él, a su boca, sus labios, su lengua paseándose a su antojo por mi boca. Mi mente guarda, celosamente, una foto de ese momento.

Agarrados de la mano, tal parecíamos una pareja de esas de toda la vida. Caminábamos entre la gente por aquella calle mientras nos dirigíamos a buscar su coche para ir a otro lugar. Por el camino, los repetidos besos interrumpían nuestro paso; eran intensos, apasionados, cargados de pura fuerza.

-¿Dónde quieres ir?

  • A algún sitio tranquilo a charlar más a gusto. No sé... al Parc de la Ciutadella (lugar emblemático de Barcelona)

Puso su vehículo en marcha para ir al lugar elegido por mí. Continuamos hablando todo el trayecto de camino al parque con un disco de música de los '80 de fondo, al cual no prestamos mucha atención ninguno de los dos.

Confieso que quise besarle empujándolo contra el coche cuando bajamos de él, estacionado en aquel parking. No lo hice. Todavía me quedaba demasiada timidez para hacerlo, pero ganas no me faltaron.

De la mano, paseando por el parque, los besos siguieron, deliciosamente, haciéndonos parar para dedicarles el tiempo necesario. Mi boca sabía a la suya. Confieso que al llegar a aquel banco, situado bajo y entre varios árboles, quise hacerle el amor. Tampoco lo hice, no. Nos sentamos en él. Montones de besos continuaban presidiendo nuestro momento y aquella conversación de temas variados que manteníamos.

La noche cayó sobre nosotros sin darnos cuenta de ello. Estábamos muy ocupados el uno con el otro como para percatarnos de eso. La verdad es que la visión de la parte del parque, que nos permitía observar aquel banco en el que yacíamos, era bellísima: mucho verde, con vegetación variada, el sonido de la diferente fauna procedente del zoo cercano y un cielo oscuro y limpio. Hacía una noche preciosa, sin nada de frío para la época.

Nadie a nuestro alrededor, la noche como cómplice, los besos se acompañaron de caricias bajo la ropa. Mirábamos de reojo al "mosso d'esquadra" (cuerpo policial catalán) que vigilaba en la puerta del Parlamento de Cataluña. situado a nuestra espalda. Confieso que me dio mucho morbo aquello.

Yo sentada en el banco, él de pie frente a mí, sus dedos se enredaban en mi pelo, desordenándolo, acariciándolo. Lo abracé, apretándolo contra mí, con mis brazos alrededor de sus piernas, una de mis manos en su trasero, mi cara pegada entre su estómago y su pecho. Pude oír los compases del latido de su corazón. La escena permanece intacta en mi memoria. Lo amé.

Confieso lo tremendamente divertido que me resultó el quedarnos encerrados en aquel parque y el tener que saltar la valla para poder salir. Las puertas estaban cerradas con varias vueltas de una gruesa cadena y un gran candado. Imposible salir de otra manera que no fuese esa. Escalamos por el lugar que nos pareció menos difícil y salimos de allí para ir a buscar el coche. Ya era tarde y él tenía un largo trayecto de regreso a su casa. Me llevó primero a la mía. Habíamos estado varias horas juntos... ¡Qué maravilla!

-Quiero hacer que esto dure. -me dijo

El sábado, de esa misma semana, fui suya, en cuerpo y alma, como se suele decir. Besándonos en el salón de su casa primero, en su dormitorio después. Ya estábamos presos de la desbordada pasión. Me tumbó sobre la cama, desnudándome y desnudándose. Le ayudé a deshacernos de la braguita negra que cubría el lugar más íntimo de mi cuerpo. Nuestras bocas sin dejar de juntarse. Su sexo y el mío, desnudos, juntos también. Me lo metió. Confieso que ese instante que su miembro al descubierto estuvo dentro de mí, su piel íntima tocando directamente la mía interior, me hizo morir unos minutos de placer.

Tumbados, con nuestros cuerpos desnudos y enredados, las yemas de sus dedos me recorrían entera con suma delicadeza. Toda mi anatomía temblaba a su paso. Mis manos acariciaban y agarraban su pelo rubio, largo y rizado, recogido en forma de cola de caballo. Sus dedos y su boca amando mi sexo. Mis gemidos intensificándose con cada orgasmo que él me regalaba. Mi sexo sucumbía a cada paso de sus caricias. ¡Dios, cuánto lo amé!

Confieso que aquel pequeño juguete que utilizó para masajear mi agujero trasero mientras sus dedos seguían entrando y saliendo de mi mojada intimidad, me producía un profundo placer. Qué bien sabía tratar a una mujer en aquella situación. Con qué delicadeza e intensidad lo hacía.

Mi boca, ávida de sexo, quería saborear su miembro lo mejor que sabía. Quise corresponder a las caricias que su boca, su lengua y su cuerpo me habían dedicado. Amé su sexo con mi lengua. Confieso que quería hacerlo mío. Apreté mis labios alrededor de esa parte de su cuerpo, dibujando círculos en su miembro con mi lengua, en el interior de mi boca. Lo tenía todo para mí. Me volvió a regalar algo: su orgasmo, esta vez, derramándolo por mi pecho y mi boca. "Si existe el cielo, debe de ser un delicioso instante de sexo", reza una frase dicha por alguien... ¡Qué razón tenía!

-"T'estimo". -me dijo (Te quiero, en catalán)

Confieso que su detalle de limpiarme con una toallita húmeda todo el pecho y el cuello, me hizo besarlo con la misma ternura que él desprendía por todos y cada uno de los poros de su piel. Y bañarnos juntos... poder lavar su cabello bajo aquel chorro de agua y enjabonar su anatomía, me excitó tanto como lo que acababa de pasar en su cama.

Qué sublime belleza despertar a su lado...

Lo amé con locura y si, confieso que también lloré por él, que aquello no duró lo que creía que duraría. La palabra miedo se apoderó de su ser. La desconfianza hizo el resto. Lloré, si, y también sufrí, no sólo por mí, también por él, por lo mal que sabía que le ponía la situación.

Tardé en comprender su miedo, también lo confieso. Su explicación ayudó bastante a disipar mis dudas al respecto. Sufrí también al saber su historia al igual que él contándomela. Me sentí culpable por amarlo, por querer que él intentara olvidar todo aquello con mi ayuda y no lograrlo. No quiso que lo hiciera. No me lo permitió. Me cerro la puerta. Los muros de su fortaleza eran demasiado altos y dificultosos para escalar. Confieso que me rendí antes de prestar batalla. No quise a mi humillación como meta.

Con mi bandera blanca ondeando en lo más alto de mi torre, mi fuego se fue apagando, dando paso a un cariño tranquilo. La herida se cerró con el tiempo y mi auto-reflexión. Vi lo que quería ver, obviando la realidad de lo que él albergaba en su corazón y sus reiteradas demostraciones de que algo estaba pasándole.

Perdón.

Acompañada del sonido de una flauta, de parecido estilo medieval, tocada maestralmente por un trovador del siglo XX, confieso que esta confesión me ha hecho llorar al recordar aquellos momentos, pero ya mi corazón está repuesto de aquello y en paz. Sírvame como forma de terapia. No hay amor ni rencores, sólo puro cariño.

Fuiste importante para mí. Gracias por la experiencia, aunque fuese negativa. Son cosas de la vida, no pasa nada. Alguna vez me tenía que ver en la situación de amar y no ser correspondida en la misma medida. No tuviste culpa, cielo. No la tuviste ni yo tampoco. Pasó como pasa todo. Mi sincera amistad sigue estando a tu servicio... ¿la aceptas?

MISSHIVA