Tus manos, mi lencería.
Suspiros entre cada golpe, entre cada orgasmo.
Me agarras de la cintura, me acercas contra tu cuerpo y clavas tus labios sobre los míos mientras noto tu erección en mi bajo vientre.
Se me escapa un gemido y noto tu sonrisa sobre mi boca.
Me das la vuelta, pegas tu pecho a mi espalda y empiezas a acariciarme el cuello, suavemente. Yo cierro los ojos en un intento desesperado de controlar la respiración.
Vas deslizando las yemas de tus dedos hacia mis pechos mientras desabrochas los botones de mi camisa, uno a uno. Besos en el cuello al despojarme del sujetador.
Mi falda desaparece en cuestión de segundos y, en ese momento, me veo reflejada en el espejo; tus manos se convierten en mi lencería. Una bonita imagen para el recuerdo.
Vuelves a girarme y, antes de darme cuenta, ya me has empujado contra la cama. Mis manos atadas al cabecero y mis ojos observando esa sonrisa que me atemoriza.
Venda en los ojos y esa sensación que mezcla indefensión y excitación recorriendo mi espina dorsal. Estoy en tus manos.
De pronto, noto los flecos del látigo rozando mi piel, acariciando mi clítoris. Al gemir, te oigo sonreír. Un golpe. Grito y tú vuelves a sonreír. Dos, tres, cuatro, cinco… hasta que lo ves hinchado.
Sueltas la fusta y siento de repente tu lengua calmando mi dolor. Vuelvo a gemir. Intento moverme, inútilmente. Enredas tu lengua entre mis piernas hasta que consigues llevarme al clímax y estallo en tu boca. Pero no te basta, quieres más, y continúas, esta vez ayudándote de tus dedos, hasta que me vuelvo a correr.
Te apartas de mí durante unos minutos y me dejas ahí, atada y expectante, hasta que siento la punta de tu polla rozando mis labios. Abro la boca, pero tú has decidido no darme ese placer aún. Te recreas restregándola contra mi boca hasta que decides dejarte caer, hasta la garganta. Y empiezas a follarme la boca con embestidas bruscas, penetrando hasta el fondo, hasta que advierto tu sabor en mi paladar.
Sin rodeos, te siento dentro de mí. Se me escapa un grito, pero esta vez no es de dolor. Comienzas a moverte de forma muy bruta mientras yo no puedo dejar de chillar, una y otra vez. Un orgasmo, dos, tres… pierdo la cuenta.
Cuando te percatas de mi agotamiento, decides parar y desatarme. Me das la vuelta, me colocas a cuatro patas y percibo el roce de tu polla alrededor de mi culo. Puedo intuir tu siguiente movimiento.
Poco a poco me vas penetrando, despacio. Voy dilatando, controlando la respiración para sobrellevar el dolor, hasta que logras que entre entera. Entonces empiezas a moverte un poco más rápido y vas aumentando el ritmo con cada embestida. Yo sigo gimiendo, pero ya no es de dolor. Y me follas el culo hasta alcanzar el orgasmo juntos.