Turno de noche

Celia ha elegido el turno de noche en el hospital porque está más tranquila, pero sobre todo porque está mejor remunerado, sin embargo, descubrirá que no será sólo por eso...

Celia era enfermera y trabajaba en un hospital. Hacía un año que estaba en el turno de noche, debido a que se respiraba más tranquilidad y el horario le permitía tiempo para ella, además de que su cuenta bancaria también lo agradecía. A sus cuarenta y dos años estaba casada y con dos hijos: uno de dieciocho y otro de dieciséis.

Ese día ingresaron en el turno de mañana a un joven de treinta años por accidente de moto. No fue aparatoso, pero sufrió un fuerte traumatismo que derivó en un coma, por lo que se le remitió a cuidados intensivos. Cuando inició su turno le pasaron el parte y leyó su historial. No había mucho que hacer, sólo controlar que sus constantes fuesen estables y cambiar los goteros.

Junto a la información oficial, también se enteró de la extraoficial, pues al parecer, era vox populi que el muchacho calzaba una herramienta fuera de lo común y eso causó cierto revuelo entre las auxiliares. Nunca había hecho demasiado caso de los cotilleos, si bien era cierto que siempre se había dicho que cuando el rio suena, agua lleva, de modo que como todas sus compañeras ya lo habían verificado, ella no iba a quedarse sin satisfacer su curiosidad.

A la una de la madrugada, cuando todo estaba en absoluta calma se animó a comprobar la autenticidad de las habladurías e hizo a un lado la sábana, y a continuación la bata confirmando que la realidad superaba en ocasiones a los chismes. Una especie de serpiente caía hacia un lado y se quedó boquiabierta pensando que Dios había sido muy generoso con aquel joven y sin embargo muy cicatero con otros. A pesar de saber que su compañera estaba en planta, miró hacia todos lados comprobando que no había nadie por los alrededores y alentada por el morbo se animó a brindarle una leve caricia a través de aquella salchicha en estado de reposo. Después la cogió con la mano sopesándola y aún sobraba miembro para otra mano. Presionó sabiendo que no habría ninguna reacción por su parte y sus constantes continuaron sin ninguna alteración. Volvió a dejarlo todo como estaba y siguió su ronda. Su compañera le preguntó si ya había visto la nueva atracción de feria que había en intensivos y ella no hizo demasiado caso al comentario, aparentando indiferencia y fingiendo que estaba centrada en el trabajo, aun cuando tener aquel miembro en la mano y palparlo alteró sus bajos hasta el punto de tener que ir al lavabo a satisfacer la necesidad imperiosa de aplacar sus repentinos calores como si fuese una adolescente con las hormonas revueltas. Después de liberar endorfinas siguió con sus tareas y visitó al convaleciente dos veces más antes de terminar su turno para comprobar que todo estaba en orden. Al llegar a casa reclamó las atenciones de su esposo éste se extrañó de su comportamiento, sea como fuere no puso demasiadas objeciones, ni hizo demasiadas preguntas del motivo de su euforia. Simplemente se puso a ello y también se benefició de un extraordinario polvo.

Al día siguiente comprobó que el muchacho ya había salido del coma y lo habían trasladado a planta y sin saber por qué agradeció que fuese en la suya.

Cuando atendió las tareas de mayor urgencia se dirigió a su habitación para interesarse por su estado y conocerle. Le dio un poco de conversación con la intención de empatizar con él. Intentaba responder a sus preguntas, pero todavía estaba conmocionado y los sedantes le provocaban un estado de letargo (conveniente en aquellos momentos) en el que tenía dificultades para mantenerse despierto, de modo que no insistió demasiado, le cambió el gotero y le dejó dormir.

Al cabo de una hora regresó y vio que dormía plácidamente. Se atrevió a separar las sabanas otra vez para velar por aquel patrimonio de la humanidad y por su estado. Su osadía hizo que dirigiera su mano al falo en estado de reposo y se apoderó de él. Presionó ligeramente aplicándole un sutil movimiento de masturbación. No sabía exactamente lo que pretendía ni qué esperar, únicamente sus actos eran consecuencia de sus impulsos más básicos. Corría el riesgo de que despertara y podría tener problemas muy serios.

Podía pensarse que aquel acto era una falta de ética profesional muy grave, y no se andaría muy lejos de la verdad. No era normal en ella semejante actitud, de hecho, nunca anteriormente se había aventurado en una temeridad semejante, y mucho menos había puesto en entredicho su carrera profesional, así como tampoco había engañado a su esposo de ninguna de las maneras. Sin embargo, allí estaba ella ahora, una madre y esposa modélica masturbando a un hombre dormido, estimulada por su órgano sexual.

Al cabo de unos minutos le pareció advertir que el miembro empezaba a ganar dureza y se detuvo en el acto pensando que podría despertarse. Volvió a taparle y salió con premura de la habitación dirigiéndose nuevamente al baño para aliviar su atormentado sexo.

Cuando llegó a casa a las siete de la mañana volvió a reclamar las atenciones de su esposo y echaron otro polvazo digno de comparación con sus mejores tiempos, eso sí, potenciado por sus fantasías en las que era poseída salvajemente por aquel semental encamado. Su nueva y frenética actividad sexual reactivó su relación y ambos comprobaron que se reforzó, tanto a nivel sexual como familiar.

Al día siguiente su decepción se vino abajo. Cuando entró en la habitación estaba su novia haciéndole compañía. Los primeros días no podían verlo, excepto una hora en cuidados intensivos, y cuando lo llevaron a planta, sus familiares se quedaban durante el día, por eso se extrañó y, al mismo tiempo frustró sus propósitos, por tanto, tuvo que hacer sus visitas rutinarias dejando de lado sus impulsos más ardientes.

Afortunadamente la muchacha esa semana también tenía en su trabajo el turno de noche y aprovechaba el día para estar con su novio y atenderle, por consiguiente, las noches lo dejaba en manos de las enfermeras, en este caso, las de Celia.

Cuando llegó tuvo la oportunidad de charlar brevemente con él, pero todavía estaba aturdido, a pesar de que ya se le había quitado medicación. Volvió al cabo de una hora y repitió su ritual. Se apoderó del badajo y deslizó su mano acariciando toda su envergadura, mientras con la otra mano se vio obligada a darle placer a su entrepierna. Su respiración se aceleró al tiempo que sus dedos se perdían dentro de su sexo. Sin saber por qué, presa del delirio y de la insensatez, se aproximó para introducírselo en la boca y empezó a hacerle una mamada a aquella flácida salchicha sin dejar por ello de darse placer con sus dedos. Poco a poco su entusiasmo se incrementó y notó como el miembro iba endureciéndose en su boca. Lo sensato hubiese sido parar, dejarlo todo como estaba y salir de allí, eso era lo que dictaba su razón, por el contrario, sus deseos estaban en desacuerdo y se dejaron llevar por la lujuria, actuando con una temeridad de la que ella en esos momentos no era realmente consciente.

La verga ganaba rigidez mientras se afanaba en la faena. La cogió de la base y contempló su envergadura, a continuación se volteó y vio los ojos del muchacho como la observaban mientras se aferraba a su polla. Su corazón se aceleró. No sabía si continuar porque no alcanzaba a descifrar su escrutadora mirada. Desconocía si era de aprobación o de disconformidad por su libertina actitud, pero cuando su mano cogió su cabeza instándola a seguir, todas sus dudas se disiparon y continuó con su tarea de tragarse aquel pilón de carne palpitante, y después de diez minutos dedicados a la mejor mamada de su vida, su esencia inundó su boca. Al mismo tiempo que manaba la leche de su verga, la dejaba resbalar por la comisura. Con los labios pringosos de semen le miró para ver su cara de aprobación y le dedicó una cómplice sonrisa que le devolvió con cara de satisfacción. Sin embargo, su cuerpo se encontraba ahora en plena ebullición. Se limpió la boca con unos kleenex y salió de la habitación un poco avergonzada, sin embargo no fue impedimento para que se dirigiera a los lavabos para aplacar la olla a presión que se agitaba en su interior. En las siguientes rondas estaba plácidamente dormido y no quiso despertarlo.

Como iba siendo habitual en los últimos días, al llegar a casa violó literalmente a su marido impulsada por sus fantasías. No sabía que pensaría él que le estaba pasando, quizás que había llegado el momento de retomar la actividad sexual mermada por tantos años de apatía por su parte. Sospechó que todas las mujeres habían sufrido un impasse cuando habían tenido que ocuparse de los hijos, dejando de lado otras necesidades conyugales. Dejó que pensara que llegaba la etapa de reemprender el sexo que habían dejado un poco de lado. Sintió remordimientos porque le estaba siendo infiel, sin embargo intentó verlo con positividad, pues si con ello se beneficiaban ambos, mejor que mejor.

Llegó al trabajo con energías renovadas dispuesta a repetir su hazaña y al relevar a su compañera del turno anterior, le comunicó que seguramente al paciente se le iba a dar el alta al día siguiente, por lo que la noticia le apenó. Indudablemente se alegró por él, considerando que su estado había sufrido una mejoría sorprendente, y teniendo en cuenta que llegó con un coma del cual cabía pensar lo peor.

Agradeció que tampoco le acompañara nadie esa noche, eso le permitía una última oportunidad con él. Lo vio completamente repuesto y ya le habían quitado todos los goteros. Sólo tomaba un relajante para descansar. Quiso saber más de él e incluso estuvo a punto de pedirle su número de teléfono, pero no se atrevió. Había sido osada para cosas peores, sin embargo no se decidió a eso, posiblemente porque él la vería como una madura insatisfecha con ganas de que alguien le diese un meneo.

Aunque su figura no era la de una modelo, tampoco podía quejarse de su cuerpo. Medía uno cincuenta y cinco y pesaba cincuenta y ocho kilos. Más o menos todo estaba compensado y en su sitio y, aunque no era delgada, tampoco tenía un exceso de peso y pensaba que todavía era atractiva para muchos hombres. En cambio, la novia del muchacho era notablemente más atractiva y estilizada, por tanto, no cabía ninguna duda respecto a quien preferiría el muchacho, considerando que pedirle el teléfono la calificaba a ella como una casada buscona e insatisfecha, por consiguiente desistió.

Le preguntó como se encontraba esa noche y le respondió que de momento no tan bien como la anterior, y una sonrisa se le dibujó de oreja a oreja, de ahí que se decidiera a prescindir de los preámbulos y bajara la sábana para encontrarse con su mano cogiéndose el garrote en plena erección. Seguramente estaba a la espera de su llegada deseando continuar donde lo habían dejado la noche anterior. La boca de Celia se abrió involuntariamente al observar la polla de caballo completamente tiesa, pero le dio igual. Su mano se apoderó del inhiesto falo e inició un movimiento repetitivo al tiempo que veía el goce que reflejaba su cara. Sin poder evitarlo se arrodilló en la cama y se dedicó a hacerle una mamada en la que sus gemidos eran reflejo del placer que le provocaba. Al mismo tiempo, la mano del muchacho incursionó por debajo de su bata para llegar a las zonas húmedas. No sabía si fue la mejor felación de su vida o una más, lo que tenía Celia claro era que ella nunca había tenido una verga de tal calibre, ni en su mano, ni en su boca, y mucho menos dentro de ella. Si los días anteriores estaba encendida, ese día no sabía calificar como se encontraba. Sus flujos manaban de su sexo sin contención de ningún tipo. Se quitó las medias y las bragas desesperadamente y se posicionó sobre aquel mástil. Lo cogió primero para tantear el canal, aproximándolo a la entrada y fue dejándose caer lentamente sintiendo como penetraba cada centímetro de aquel pollón. Su suspiro fue una fiel transcripción del placer que le producía tener su verga dentro de ella, pero no contenta con ello, inició un movimiento lento de arriba abajo y de lado a lado, mientras las manos del convaleciente desabrochaban su bata y se aferraban a sus tetas. Poco a poco sintió la necesidad de acelerar el ritmo saltando encima de él como una amazona y gimiendo irremediablemente. Aunque era difícil que alguien entrase, puesto que cada una tenían la asignación de sus tareas, no quería que sus gemidos la delataran, pues la quietud en esos momentos en los pasillos era total y sus frenéticos suspiros originados por el fulgor de los embates en su sexo, eran un peligro que perturbaba la paz del lugar, de modo que tuvo que contenerse para no gritar de placer cuando un poderoso orgasmo golpeó su sexo y se apoderó de todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo, y unos segundos después notó las convulsiones de la verga eyaculando dentro de ella.

Se quedó encima de él exhausta con su miembro todavía en su interior, y poco a poco fue perdiendo rigidez hasta que se salió, lo que provocó un sonoro pedo, y con él, su esencia mezclada con sus flujos escaparon del orificio. Después de la euforia vino la calma y reconsideró su conducta, pensando en que se había convertido en una depravada, pero la dicha de la que su cuerpo se benefició alejó momentáneamente los pensamientos adversos. Cuando se recompuso se vistió con premura y se despidió de él para ir a lavarse y volver a sus obligaciones.

Mientras finalizaba su jornada se replanteó de nuevo el hecho de pasarse los números de teléfono porque ahora estaba segura de que ella también le gustaba a él y la atracción era mutua, sin embargo una vocecita en su interior le advirtió que era el momento de poner fin, pues era sabido que cuando no se sabía parar a tiempo en estos casos, pronto surgían las consecuencias, o lo que era lo mismo, quien jugaba con fuego, pronto acabaría quemándose, y Celia tenía una familia de la que estaba orgullosa y no quería destruir.

Para ella fue una aventura increíble, la mayor locura que hizo hasta el momento y no sabía si volvería a repetirlo. Suponía que si le surgiera la oportunidad, no la rechazaría. Lo que tenía claro era que ella no la buscaría.

Después de la experiencia, su vida sexual mejoró, pero poco a poco las aguas turbulentas volvieron a la calma. No sabía si aquella vivencia repercutió de algún modo en su vida conyugal, en cualquier caso, ahora disfrutaba más que antes y su mente era más abierta con respecto al sexo, aunque pensándolo bien… no sólo su mente…