Tú y otras drogas juveniles

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Magdalena

No era necesario indicar el camino para llegar a la habitación, ya saben,  al fondo del pasillo, a la izquierda.  Este se apreciaba. Las prendas arrojadas al suelo eran un indicio de la no exactamente sorpresa que se hallaba ahí.

Como cada noche, la temperatura era cálida, tanto como para no querer poseer obstáculo alguno entre su anatomía y el ambiente, el que pedía a gritos tener contacto directo con el escaso viento que se filtraba por la ventana. Como cada noche la muchacha del cabello castaño y ondulado se encontraba arrojando al vacío del lugar el último aliento en señal de que ya había acabado.

Su compañera de acto se situaba sobre ella, decidida a retirarse de ahí. No quedaba más que hacer. Como cada noche.

-¿Y me puedes decir a dónde se supone que vas con tanta prisa Magda? -  dijo Ignacia, casi extrañada por la reciente conducta, como si jamás hubiese visto esa escena.

-¿a qué se debe esa pregunta?  - respondió  a su vez Magdalena, con un particular tono desafiante que había adquirido desde hace un tiempo, aburrida de responder siempre lo mismo.

Ignacia se apresuró a levantarse un poco  - ¡es tu turno y sabes a que me refiero! – aguardando las esperanzas volvió a insistir.

-¿Es realmente necesario repetírtelo? - suspiró la muchacha – No deseo estar contigo. No quiero que me toques. Tengo mi precio y ese es el único motivo por el cual estoy aquí esta noche, si no quieres dármelo pues bien, me voy - concluyó tajante Magdalena, desechando en el momento cualquier posibilidad. No quedó espacio para nuevas insinuaciones.

  • ¿y bien? -  acotó Magdalena, esperando alguna señal o respuesta.

Ignacia se rindió. Le lanzó una última mirada de desesperanza y luego accedió a su petición. Se acercó desde su lugar hacia un costado de la cama alcanzando el cajón del velador. Desde ahí sacó una caja que contenía en su interior un chute de heroína, destinado a cruzar la línea que separa la infructuosa realidad de la enajenación, elevando esta última a su máxima expresión, porque cuando la aguja atraviesa limites determinados por el hombre para desbocar su propia cordura, no hay vuelta atrás.

Eran las 5:03 a.m. o al menos eso podía divisar Magdalena en su reloj. Quizás eran las 5:09 o las 5:30, todo dependía de la interpretación que le diera a los números del artefacto el cual se encontraba detenido en la misma hora hace una semana sin que ella se haya dado cuenta

Había luces en todas las calles de camino a casa, a pesar de que el efecto de la droga ya había cesado hace casi una hora. De no haber transitado tantas veces por el mismo lugar para encontrar su propio hogar en semejante estado, jamás habría llegado sana y salva.

Tenía pequeñas ráfagas de recuerdos de haberse levantado de la cama de Ignacia, vistiéndose tambaleante. Como pudo abandonó la habitación y también su apartamento, tras ellas un montón de garabatos y frases que ahora no le hacían ningún sentido.

Si habría alguna palabra que pudiese definir lo que sentía en ese momento era asco, repudio, por fuera, repudio por dentro. Evidentemente había estado contaminándose todo este tiempo interiormente, también lo había hecho por fuera. Puso en garantía su persona. Pero no era todo. Ahora se sentía animal más que todo, actuando meramente por instinto.

Con todas esas divagaciones, no había notado que ya se encontraba frente a su casa. Probablemente si era más animal porque no tenía ni la más mínima idea de como había llegado hasta ahí.

Metió su mano izquierda en el bolsillo del pantalón en busca del objeto metálico y aquí se encontró una nueva odisea.

¿Esto debe ser una broma no es así? se preguntaba Magdalena, sospechando si habría hecho algo en el pasado de lo cual debía arrepentirse antes de que su suerte se fuera por un tubo.

De pronto pensó, todo lo que había hecho con su persona ese último tiempo, las drogas, las camas que había recorrido, probablemente algunos corazones que habría roto, su reputación. Frustrada se resignó. No tenía caso, se merecía cada una de las cosas que le sucedieran.

Vamos por esa escalera –Se animó, esperando de todo corazón que una de las ventanas de su habitación estuviese abierta.

Emilia

Emilia se encontraba apagando su despertador, por séptima vez. Ella no solía ser de esas personas que iban por ahí con quince minutos de retraso.

Mientras comenzaba a abrir los ojos, pensaba que habría sido una excelente idea dormirse más temprano la noche anterior sin haber tenido que esperar a Marcos, su ex, al teléfono. Mientras se levantaba se reclamaba lo genial que habría sido no haber despegado la cabeza de su almohada solo para atender su llamada. Ella no lo necesitaba, no necesitaba escuchar lo que tenía para decirle porque ya lo había escuchado unas cincuenta veces antes y la numero veinticinco entendió que no le quería más en su vida.

Al alistar sus cosas se preguntaba si acaso ella era la única que hablaba un idioma lo suficientemente extraño como para que los demás, o al menos Marcos no entendiese el claro mensaje.

Pero al bajar las escaleras se reprochaba por qué lo había escuchado con tanta atención después de todo. Intentaba justificarlo convenciéndose de que todos merecen la oportunidad de defenderse o al menos inventar una excusa lo bastante buena para impresionarla, pero sin embargo, ella insistía, su torpe corazón insistía en algo que jamás iba a pasar. Dejó de pensar solo por un momento al darse cuenta que sus quince minutos de retraso se habían convertido ya en media hora.

...

Iba a paso acelerado en dirección al instituto. Ella no se detenía, sin embargo su mente si lo hacía en cada una de las imágenes que apreciaba, su mente se detenía a observar todo muy detalladamente. Los árboles en esa época tendían a dejar partir su delicada cubierta, adornando los suelos de diferentes colores. La gente parecía ir a un paso acelerado al igual que ella. El cielo no tenía muy buena cara, presentía que debió hacer caso al informe del tiempo la noche anterior que pronosticaba lluvia.

La vida parecía más sencilla cuando la acompañaban cosas triviales como el clima, los árboles, etc. Y no complicados ex novios con crecientes intenciones de arrastrarse hasta las últimas consecuencias y tampoco complicados despertadores que no cumplían bien su función por las mañanas. Recordó la hora, entonces ya no importó, iba con una hora de retraso y de todos modos, ya habría perdido la primera clase.

Una vez ya dentro del instituto, sin antes pasar por todo el  lío de poner cara de inocencia frente a algunas personas y recordarle a otras lo buena y responsable alumna que era, Emilia se dirigía a su sala con la esperanza de que pudiera absorber al menos el “que tengan un excelente día” de su profesora de literatura. De pronto solo sintió dos extraños ruidos y un fuerte golpe que dándose cuenta, cambiaron el ritmo que llevaba hasta el momento.

Un segundo corría para disminuir el atraso y al otro segundo se encontraba en el suelo, escuchando los insultos escandalosos de la persona frente a ella.

-¿Mierda, acaso no ves por donde caminas?  - Ahí estaba, Magdalena Deyl, castaña oscura, ojos enfermamente cristalinos. La tipa ruda, vil, rebelde de su clase, insultándola, en igual condición que ella, tirada en el suelo

Y Emilia ahí, frágil, pequeñas facciones, indefensos ojos verdes tratando de defenderse – Yo sólo… lo siento – Se levantó y trató de marcharse, dejando atrás todos los modales que algún día su padre podría haberle enseñado. Su padre estaría muy decepcionado sin duda pero a Emilia no le podía importar menos en ese momento. Emilia sólo se salvó el pellejo de lo que sería la discusión más estúpida que tendría en su vida.

M

Magdalena había llegado desconcertada al instituto. Habría tenido una pésima mañana. A penas durmió una hora, sin antes haber tenido que pasar por una experiencia tipo misión imposible con la música de fondo y todo, tratando de mantener el equilibrio en los escalones que la llevarían a su habitación.

Su padre la había descubierto. De nada sirvió escalar metros que en su estado se hacían kilómetros de pared. El señor Deyl habría empezado con el mismo discurso de siempre, que calzaba poco o nada con el discurso que tendría cualquier padre cuidadoso y preocupado.

-¿Cuántas veces debo repetirte que dejes de comportarte como una niña?– sus pensamientos se enfocaban en la furiosa pero cínica voz de su padre – ¿A caso crees que tengo tiempo para desvelarme pensando en dónde estás? -  Y el recordar esa frase, habría cambiado la cara de Magdalena por completo.

No entendía por qué su padre si quiera se molestaba en hablarle si no podría comportarse de forma decente con ella. Toda la vida había sido más que su hija, un asunto. Un trabajo del que tenía que hacerse cargo, pero de todos modos, Magdalena sentía que no tenía ningún derecho a reclamar algo. Ella tampoco habría sido la mejor hija y lo sabía perfectamente.

Desde que su madre había muerto las cosas no estaban bien. Acostumbró a pasar por alto la voz y presencia poco respetable de su padre. Él jamás le había puesto demasiados límites y Magda sólo aprovechó esta situación.

Entonces él comenzó a comportarse como un miembro más de desmoronada  familia, como un desconocido, no como quien se suponía debía llevar las riendas del hogar. Magdalena sintió nostalgia, las cosas no podrían volver jamás a lo que fueron algún momento de su vida. A penas podía recordar épocas felices.

El timbre que anunciaba descanso de las clases la hizo volver al presente. Por si fuera poco, recordó la última gran hazaña de su mañana. La persona a quien jamás le habría dirigido la palabra en todo el año, había terminado de hacer definitivamente su día.  Conocía muy bien su cara pues como buena mujeriega no se le habría escapado la cara de ninguna mujer bien parecida del instituto. Sin embargo se encontró preguntándose si alguna otra vez la había escuchado hablar. Su voz serena y asustadiza la hizo odiarla. De todos modos, terminaría odiando a todo el mundo que se interpusiera en su camino ese día.

Y como señal del destino

-Señorita Deyl- escuchó la voz grave y seria del inspector académico del instituto, dirigiéndose justo a ella –como siempre, sabía que la encontraría deambulando por los pasillos-  siguió.

-No estaba deambulando. Es recreo, supongo que es normal que esté por aquí- empezó Magdalena antes de que el inspector buscara más razones para reprenderla.

  • Bueno, da igual. Usted siempre tendrá la razón, no? - resignado el Inspector – Tu profesor guía y yo necesitamos hablar de forma urgente contigo- Terminó esperando la aprobación de Magda.

-Y qué hice ahora? – Respondió una sorprendida Magdalena. Hace días que no iba a clases y es por eso que era imposible que pudiera hacer algo malo. A menos que faltar a clases fuera ilegal. Quizás lo era – Maldición! Pensó.

  • Nada grave- concluyó el inspector.

E

-El inspector dijo que te querían en la rectoría para discutir algo- Emilia escuchaba, sin darle significado a las palabras de Andrés, su mejor amigo.

Le había costado recobrar la calma después del accidente de la mañana. Se sentía aún intimidada y un poco en el aire. Emilia generalmente era del tipo de personas que evitaba causar algún tipo de altercado porque siempre se había sentido insegura de cómo defenderse, aunque era lo bastante inteligente para ocurrírsele algo. Preferiría mantenerse al margen y pasar desapercibida antes de soportar como otro venía y decía un sinfín de cosas acerca de ella.

-¡Emilia!-  gritó Andrés al no recibir atención. Suspiró e insistió una vez más – oye,  ¿estás bien?- dándole un golpecito en la cabeza.

-Hey!- por fin, sacada de sí misma, se dio cuenta Emilia que existía un mundo también fuera del que ella se había figurado en su cabeza – ¿por qué me golpeas? –

Andrés ni se molestó en entrar en discusión – El señor calvo vino  a decir que te querían en rectoría para discutir no sé qué cosa – haciendo referencia al inspector.

-¿Cuál señor calvo?- preguntaba Emilia completamente desorientada del tema, preguntándose si efectivamente en algún momento hubo un tema.

-¡Sólo ve a rectoría!- gritó Andrés, cansado de repetir lo mismo tantas veces.

Emilia ni siquiera contestó. Por fin había entendido el mensaje. No sabía desde cuando su organismo funcionaba a gritos. Ella entendía muy bien antes. Algo andaba mal.

Mientras caminaba a rectoría recién comenzó a analizar la situación y a hacerse la interrogante de por qué se dirigía hacia allá. No podía imaginarse que andaba mal. Había cumplido con todos sus deberes como siempre a pesar de que su mente no andaba de lo más lúcida.

Y eso era lo que no entendía. Cómo era posible seguir caminando, seguir haciendo cosas cuando en verdad su mente aún se encontraba en la caída de la mañana. Una parte de su orgullo o dignidad había quedado ahí. Estaba definitivamente exagerando por lo que pronto decidió no darle más vueltas al asunto y pretender no volver a mirar a la cara a Magdalena Deyl.

Tocó la puerta de rectoría para terminar de una vez con la intriga de que había sucedido. Cuando la puerta se abrió se encontró con la sorpresa que estaba ahí a quien menos quería volver a ver - Genial, esto es realmente genial.

...

No podía imaginarse la situación. Magdalena realmente le había ido con la historia de su encontrón en el pasillo para provocarle problemas? Suponía Emilia. De veras la chica ruda había sido tan caprichosa también? No, no se lo imaginaba.

-Gracias por venir Emilia- comenzó diciendo su profesor guía – cómo estás?-

Emilia se sentía mareada. No entendía que sucedía, no quería estar en las mismas cuatro paredes que Magdalena, no quería lidiar con ella. Sentía como que de pronto se puso muy blanca. Maldición pensó. Estaba delirando, pensando y exagerando todo –estoy bien  -articuló por fin –pero que hago aquí?-

-Bueno- haciendo uso de su presencia, el inspector habló esta vez – tenemos una noticia que va las va a vincular a ustedes dos por el resto de año –

No puedo estar más emocionada – inspiró Emilia, agradecida de su mala suerte.

M

-¡No necesito una tutora!- reclamó Magdalena.

El inspector y el profesor le había explicado la situación a las dos chicas. Emilia era una excelente alumna, con excelentes calificaciones y un comportamiento intachable, por otro lado, Magdalena había tenido las peores notas durante el año, faltando innumerables veces a clases y con una hoja de vida que dejaba mucho que desear.

La condición era que Emilia fuese tutora de Magdalena por los siguientes meses ¿por qué? Magdalena sabía muy bien que su padre había tenido que ver en esto. Él no permitiría que su hija reprobara el último año escolar. Su padre era un hombre influyente, que podía mover montañas para conseguir algo.

-Yo no acepto –alzó la voz Emilia.

-Si yo tampoco –dijo Magdalena apoyando la decisión –Díganle a mi padre que puede dejar de preocuparse por mí.

-Mira Emilia ¿tú querías salir con honores de tu clase este año? Pues bien, esta es tu oportunidad –dijo el profesor –Y tú Magdalena, mejor ni hablar, no estás en condiciones de rechazar esta oferta –esa es mi última palabra –anunció el docente.

Se paró de su asiento y fue a buscar algo a otra sala.

Magdalena se sentía golpeada por la situación. Su padre salía y entraba de su vida cuántas veces se le ocurría y ella no podía decir nada.

Miró a su lado a la otra chica. Parecía molesta al igual que ella. Al menos eso la complacía después del numerito que la había hecho pasar en la mañana.

-Así que bueno, pasaremos mucho tiempo juntas al parecer –finalmente le habló a Emilia. Claro, Magdalena guardaba entre ella sus segundas intenciones.

-Sí, no sabes cómo muero de emoción… -respondió irónica Emilia.

-Oye debes ponerte de buen humor, no todos tienen el placer de compartir tanto tiempo conmigo –agregó divertida Magda.

-¿sabes? me importa una mierda compartir el tiempo o no contigo, es decir, yo ni siquiera planeaba hablarte –dijo enojada.

-Wow, claro cerebrito, ¿acaso le hablas a alguien más? –mencionó burlándose.

-Vete a la mierda –terminó Emilia.

A Magdalena le hacía gracia la indiferencia de Emilia. No es como si ella hubiese sido la mejor persona de las que todos quieren ser amigos, pero al menos si había un par de mujeres y hombres que morían por ella.

Magdalena le iba a decir algo más pero ingresó a la oficina nuevamente el profesor. Traía en la mano una hoja.

-Lunes una hora de matemática, martes una de literatura y miércoles una hora de historia –comenzó el profesor – ¿algo que decir?

Ninguna de las dos dijo nada. –bueno si necesitas cualquier cosa Emilia lo hablas conmigo –avisó.

Las dos chicas esperaban atentas si decía algo más. -¿qué esperan que aún no se van a sus salas? –indicó el profesor.

Magdalena se paró primero y Emilia le siguió. Una vez afuera Emilia le encaró.

-Escucha, si pretendes molestarme, insinuarte, faltar a las horas o cualquier otra estupidez dímelo de inmediato –dijo muy seriamente.

-Oye tranquila ¿sí? Empezamos el lunes y no te preocupes… -sonreía traviesa Magda –no me gustan las sabelotodo –se marchó riendo.

Sería divertido pensó. No negaría que la chica era hermosa, incluso detrás y por fuera de sus anteojos. El aire de señorita le quedaba demasiado bien. El hecho de que Emilia la odiara tanto hacía que Magda se sintiera ligeramente atraída.

¿Quién sabe? Quizás hasta terminaba teniendo en la palma de sus manos a la tal Emilia, intuía Magdalena.