Tú y otras drogas juveniles 7

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La miró de reojo y subió. Y siguió observándola al cerrarse las puertas y entonces cuando ya no podía verla más, imaginó su cara una vez más.

Emilia sentía un extraño relación de amor y odio hacia esa virtuosa cualidad de Magdalena de siempre salirse con la suya.

No quería perder eso, no quería dejar de verla. Si los siguientes días no estaban tanto tiempo juntas, entonces buscaría la manera de encontrar su rostro una vez más por ahí.

Emilia no recordaba la última vez que se había sentido tan feliz y plena en tan poco tiempo.

Era cierto, las noticias que traía Marcos consigo no eran en nada alentadoras ni emocionantes. Él le había confesado que tuvo que volver con su ex novia porque esa mujer le había confesado también que esperaba un supuesto hijo. Marcos le juró por absolutamente todos los santos que sólo había sido por eso y que quería a Emilia.

Pero entonces ahora Emilia recordaba toda esa escena como si hubiese sido una espectadora más. Una testigo que pasaba por el lado escuchando la conversación, quedando levemente impresionada, porque la explicación de él era tan vergonzosa como su propia cara al decirlo.

Esa era la magia que se generaba cuando había alguien más que se interponía a las otras personas haciendo parecer todo lo demás de una u otra forma, minúsculo.

Y también sentía rabia, lo demostró pateando las últimas piedras antes de llegar a su casa. Le molestaba que Magdalena no fuese su amiga, porque si así fuera la situación en ese momento se habría quedado con ella por muchas más horas discutiendo estupideces. Le molestaba que la hubiera visto llorar, porque se sentía infinitamente inferior.

Le molestaba sobre todo que se le estuviera totalmente prohibido ser más que su amiga, reprimirse si Magdalena la hacía sentir viva de nuevo, reprenderse si los cosquilleos se escapaban por cada gesto que provenía de ella. Tener que fingir que nada pasaba, argumentándolo con el miedo de lo que significaba que le gustara una mujer.

Y entonces Emilia se dio cuenta de lo que estaba pensando. No sabía en qué momento había llegado a esos ocultos hallazgos.

Y asustaba, asustaba más que todo, porque no estaba segura aceptar y permitir que alguien cambiara sus reglas, su mundo y su vida.

M

Los acordes que podían escapar eran bastante vagos y no decían nada sobre algún ritmo. Magdalena había llegado a casa y casi sin saber por qué tomó una guitarra que yacía en el gran closet. Se tendió sobre su cama con el instrumento encima y comenzó a desempeñar pequeñas notas, pero se distrajo, provocando únicamente algunos sonidos sin sentido.

La tarde que había transcurrido había sido objeto de su más profundo análisis. Todo había sido tan duro, la reacción de Emilia, sus sentimientos hacia ella, sus pequeñas insinuaciones y valentía para dar medio paso.

Volvió a un evento al que no le dio demasiada importancia en su momento ya que su fin era ver tranquila a Emilia, pero que sin embargo, ahora venía a su cabeza.

Durante la mañana su agonía mental y su deterioro físico se habían multiplicado por mil al ver a Emilia con otra persona y entonces comenzó a suponer un centenar de escenarios posibles pero ahora, ahora no había nada que temer ni que desconfiar.

Efectivamente le remordía el hecho de que el tipo ese había sido alguien en su vida alguna vez y que ahora la hacía llorar. Enfurecía a Magdalena, pero al menos ahora eran nada y volvían de nuevo los ojos brillantes de emoción porque la esperanza era lo último que perdía Magdalena.

Se sentía segura de muchas cosas. Los celos y el enojo no eran por nada, el martilleo del corazón al verla más tranquila y feliz tampoco era por nada. Todo significaba algo ahora, seguir tapándose los ojos con una venda era inútil.

Pensar en ese momento que ella estaba enamorada de Emilia le parecía algo apresurado, pero le gustaba. Le gustaba como nadie había sido capaz de mover su piso.

La ley de la vida sin embargo era más presente. Habiendo tantas otras personas, Magdalena se sentía atraída por la menos accesible.

-Abre la maldita puerta Miguel –gritaba Magdalena desde el exterior de la puerta del baño. Por el otro lado, Miguel, su hermano mayor estaba ahí. Él era un real aficionado de fastidiarla.

-Yo llegué primero –se burló

-Harás que llegue atrasada –insistió -¿puedes dejar de ser tan infantil alguna vez? –

-Mira quien lo dice –recriminó

Miguel era el peor caso de hermano mayor, el peor. Era todo un desastre, tal cual Magdalena antes de decidir cambiar. Nadie en su familia tenía caso de tratar.

-Eres un desgraciado, de verdad –aseguró Magdalena

-¿Qué gano si salgo? –preguntó

-Un pedazo de cielo –respondió. Con suerte tendría eso, pensó.

-Hazme una cita con esa mujercita –comentó

-¿Cuál mujercita? –respondió cabreada

-Esa tal… Ignacia –dijo él –tremenda mujer.

-¿Sabes qué? Quédate con ella y llévatela muy lejos si así lo quieres, yo sólo quiero el maldito baño –exigió

Entonces abrió la puerta, me miró victorioso y yo me escurrí al baño cerrando la puerta definitivamente –Espero que tengas suerte con ella –anunció desde adentro sabiendo perfectamente que él jamás conseguiría algo con Ignacia. Y tampoco le importaba si así fuera. Mientras más ocupada la mantengan, mejor sería para Magdalena porque por su lado, había alguien más que le robaba el sueño y un par de suspiros. Y Emilia hacía más que eso.

Se sentó en la tina sintiéndose mareada y cansada. Los últimos dos días su agotamiento había sido más abrumador y confiaba en que fuera por consecuencia de todas las energías que gastaba pensando de sobremanera en Emilia y todo lo que tenía que ver con ella. También sospechaba otra cosa, pero no le haría caso.

Estaba empeñada en resolver como acercarse a ella porque nadie le decía que se habían convertido en mejores amigas. Desde luego sería cordial saludar pero Magdalena siempre quería más que eso. Por otra parte, no podría invitarla todos los días a algún lugar, sería tan evidente y Emilia si tenía otras prioridades.

Magdalena largó el agua luego de quitarse la ropa y asumió bajo los goterones sobre su cuerpo. Se preguntaba en que momento había cambiado todo tanto, por qué había estado tan indefensa nuevamente, por qué se sentía triste al dejar Emilia y por qué todo el desastre de su vida no parecía importar demasiado cuando estaba con ella.

Fue una ducha corta, salió del baño, se secó y se alistó. Aún tenía todo un día en el que esperaba comportarse normalmente.

-¿Y entonces te acordaste de mí? –preguntó Emilia.

De camino a clases, Magdalena se había topado con unos volantes fuera de los murales del instituto que hablaban sobre unos concursos culturales, entre ellos uno de literatura.

Le pareció interesante y fuera de eso, le costó unos segundos darse cuenta que era la mejor excusa para ir hasta Emilia.

Tomó el papel y lo guardó en su chaqueta antes de entrar. Emilia adoraba todo lo que significaba la lectura, los escritores y la literatura y estaba segura que acertaría.

-Sí, estás como hecha para esto –respondió Magdalena refiriéndose al volante.

-No lo creo Magda –se rehusó

-Eres genial, yo… lo sé –convenció Magdalena. Sabía que bastaba con solo informarle, porque a ella le importaba hablarle pero también le interesaba la idea de Emilia escribiendo lo que seguro sería un gran relato, pensaba.

-Hace mucho que no tengo tiempo para escribir algo –rogó Emilia

-Dime al menos que lo pensarás –Dijo Magdalena dándole una expresión de tristeza a la cual se le haría difícil negarse.

-Ok, lo pensaré –afirmó –sólo eso ¿sí? –

-Gracias –dijo dulcemente

A Magdalena le gustaba tener el control sobre algunas cosas, sonaba posesivo si hablaba de Emilia, pero para Magdalena significaba demasiado que aceptara sus suplicas.

-¿Estás bien hoy? –preguntó Magdalena recordando de pronto el incidente del día anterior

-Estoy bien –aseguró Emilia

-¿Algún día sabré la historia? –dijo Magda

-¿Cuál historia? –preguntó ella extrañada

-La que te puso triste ayer –se atrevió a comentar. Temió al segundo que ese haya sido un pésimo error.

-Algún día lo haré –confesó Emilia alegre. El aire le volvió al cuerpo.

-Te cobraré la palabra –manifestó –soy muy curiosa –agregó. La confianza que le había dado era imparable.

-Te agradezco la advertencia Magda –reía –Estoy segura que procuraré salir corriendo luego –comentó

¡No, no, que no lo haga! Pensaba Magdalena.

-Es sólo broma –manifestó en breves segundos. Debió notar que su cara decía mal que mil palabras.

La cosa era que Emilia podía jugar con su corazón cuanto quisiera.

E

Emilia  no estaba demasiado segura por qué había guardado el papel que le dio Magdalena y tampoco sabía por qué se encontraba pensando en participar o no.

Después de terminar con Marcos, Emilia no quería nada que tuviera que ver con esos famosos talleras ni menos escribir por su voluntad. Había perdido tanto entusiasmo en las cosas que realmente la apasionaban dedicándose meramente a lo convencional y aburrido.

Pero entonces otra vez estaban ahí los dulces ojos que le habían pedido que al menos le diera una oportunidad de pensarlo y entonces Emilia no se podía resistirse por dos razones. Porque tenía a Magdalena cada dos segundos en la cabeza y además, porque le atraía la idea de volver a escribir, aunque fuera con ningún fin.

-¿Y puedes decirme como van tus días, hey? –Andrés movía los brazos en busca de alguna señal.

-Bien, creo –dijo Emilia no tan convencida

-¿Crees? ¿La chica mala te está molestando? –preguntó. Emilia creía que Andrés no sabía lo que hablaba y en general, todos lo que hablaban sobre Magdalena no tenían idea lo maravillosa que podría llegar a ser. Quería estar segura de ello.

-Ella ha sido genial –dijo Emilia sin entrar en mayor detalle –No es ella el problema

-Creí que no te agradaba –molestó

-¡Pero estaba equivocada! –insistió cansada. Andrés la miró curioso –el problema es Marcos –agregaba

-¿Te hizo algo? –interrogó enojado

-Ya sabes, lo de siempre, buscarme –contestó Emilia

-Si ese idiota se acerca a ti de nuevo yo me encargaré de dejarlo en su lugar –amenazó Andrés y Emilia se largó a reír. No se lo imaginaba peleando con él, sin embargo agradecía que fuera así.

-¿Sabes qué? Siento como si ya no me importara –confesó  Emilia –creo que ya no podría desilusionarme más-

-Eso es un avance –comentó  -¿Y qué más, te unirás a un grupo de ayuda, serás misionera? –bromeaba

-Quiero volver a escribir –respondió a ello ignorando toda la broma. Y Emilia se preguntaba cuándo había tomado esa decisión. Si lo recordaba, al parecer le había tomado unos segundos.

-Eso es un avance –repitió –Ahora dime… ¿quién te está metiendo todas estas ideas locas? –preguntó queriendo sacar algo

-Nadie, es una cosa que quiero hacer –le mintió en parte.

-No será un estúpido intento por demostrarle algo a ese… -

-No –interrumpió de inmediato Emilia –no se trata de él ni de nadie, Dios.

La verdad es que si de impresionar a alguien se trataba, Emilia sabía que esa era otra persona. Una completamente diferente.

“Caminante sobre su camino… por uno largo y estrecho, sin mirar demasiado hacia atrás. Así iba ella…”

Y volvió a eliminar lo escrito, una y otra vez las teclas vacilaban entre el hacer y no hacer y Emilia se frustró y dejó de lado su ordenador.

Estaba absolutamente distraída y nada salía con alguna facilidad. A penas traía consigo unas cien palabras.

- En qué me metiste Magda - pensaba Emilia. No era que tuviera la obligación de escribir nada, ni siquiera por ese tonto concurso pero esa petición había revivido pequeñas cenizas de lo que ella era.

Magda, Magdalena. Ahí estaba de nuevo, era extraño que haya dejado de pensar en ella por un tiempo. ¿Cuál había sido el afán de ella por convencer a Emilia escribir? Emilia se preguntaba porque ella sabía que la idea la habría tentado.

Emilia intentó probar algo entonces. Decidió borrar absolutamente todo lo que había puesto anteriormente y comenzó.

“Ella sólo era caminante sobre su camino. Intenté muchas veces seguirle el paso, pero el ritmo que llevaba bajo sus pies era complemente diferente y nuevo para mí. Quizás miraba un poco hacia atrás para burlarse del aire y hacerle saber que era inalcanzable. Entonces me quedé viéndola de lejos.

Tal cual un anónimo”

Así se sentía. Como una anónima, porque se sentía incapaz de ocupar su propio cuerpo, su propia identidad para referirse a sus sentimientos hacia Magdalena.

Y como esos, pudo escribir muchos más. Necesitaba comenzar a confesar cosas.

M

Magdalena yacía la mañana del viernes tirada en el piso del baño como un cuerpo inerte, frustrado por la falta de energía en él. No sabía cómo había tenido la suficiente alerta de correr con las náuseas revoloteando en su garganta. A penas entrando al lugar, se arrodilló y entonces su vida entera se fue en ese acto.

Durante la madrugada, había tenido un sueño por cuya dimensión, consideraba una terrible pesadilla. En él, se encontraba cerca del instituto encerrada en una celda junto a otras personas cuyos rostros había visto en la realidad pero no compartía en absoluto. Estaban perdidos rayando las murallas de la habitación, entonces se percató que Emilia se encontraba al otro lado de la reja de la celda y la vio acercarse con unas llaves en la mano. Ella abrió la reja que los separaba, sin embargo nadie más quiso salir.  Magdalena salió y entonces Emilia desapareció.

Caminó por el asfalto que conducía a la escuela y divisó nuevamente a Emilia en una imagen que le parecía familiar. Ella, tomada de la mano por el hombre con quien la había visto, pero entonces, esta vez era diferente, ella lo miraba dulcemente y se volvía para besarlo. Magdalena intentó gritarle, media consciente, dándose cuenta por fin que era un sueño.

Se levantó y  corrió al baño, liberando ese grito que no pudo pronunciar.

Ella no solía ser de esas personas que le daba demasiada chance o importancia a ese tipo de cosas tan místicas e irreales. Sabía bien que los mareos, las náuseas y el profundo dolor de cabeza tenían su razón y por otro lado, el sueño, en cualquier otro contexto y tiempo no le habría importado, sin embargo esa madrugada empezaba a cuestionarse.

¿Qué significaba? No tenía idea. Quizás Emilia en tres o cuatro días le había liberado de tal manera que para Magdalena era un logro de resonancia. O quizás no era tan literal, aun así, lo único que sabía que ver a Emilia besar a otra persona, tan sólo en un sueño, la había puesto automáticamente enferma de nuevo. No quería ni imaginarse como sería verlo en vivo y en directo.

El piso estaba frío y lamentaba no tener las suficientes fuerzas para salir de ese estado de convalecencia y por si fuera poco, seguía pensando en Emilia. Se sentía mal porque con Emilia no había logrado suficiente el día anterior y le era molesto. Se había precipitado la irritación también en ella porque sabía que se acercaba el fin de semana.

Le habría gustado haber sido más inútil en otras cosas y que le hubiesen asignado a Emilia prácticamente hacia todas las áreas. Y otras veces, se sentía avergonzada por tener esos pensamientos tan egoístas. Consideraba luego de eso, que sería más valioso tener las agallas suficientes para planear algo junto a ella.

Le dolía pensar en que fácilmente sólo podía ser una tonta pero linda obsesión. Nadie podría negar o afirmar que lo era, ni ella misma, aun cuando miraba su pasado y sentía que no pertenecía al presente que estaba viviendo hace tan solo cuatro días.  No se sentía tampoco parte del mundo de Emilia, aunque quisiera encajar en él.

Bajo esas circunstancias, no sentía demasiado deseo de ir a clases y golpearse la cabeza con la realidad. Suficiente ya era el dolor físico existente, una fisura en el corazón o en cualquier otro órgano sería la guinda de la torta.

Intentó recomponerse, volviendo a su habitación y recostándose bajo las sábanas buscando tranquilidad. Buscando disipar el dolor, buscando la armonía y en profundidad dejando fuera de la habitación los confusos pensamientos que tenía sobre esa mujer que le entorpecía el sistema.

Pero entonces sólo logró encontrar un minuto de paz y después de eso se escuchó desde el otro lado de la puerta de su habitación, a Miguel buscándola.

-Magda, no lo creerás cuando te cuente –dijo sin entrar.

Magdalena lo ignoro, con la esperanza de que se fuera simplemente, pero entonces volvió a insistir.

-Oh vamos, mejor que te enteres por mí –expresó. No entendía que estaba hablando así que resignada decidió levantarse y ver que sucedía.

-¿Puedes decirme que te ocurre? –dijo ella

-Adivina a quién me encontré ayer –propuso él. Magdalena se sintió cansada, no era como si tuviera la menor idea.

-No puedo esperar a saber –confesó irónica

-Ignacia –dijo motivado –y apuesto a que no sabes quién aceptó salir conmigo –siguió engreído. Y ahora recordó el día anterior, cuando le había dado plena autorización para que hiciera eso, aunque en sinceridad, creía que no sacaría nada.

-Debes estar mintiendo –supuso Magdalena para desanimar los aires de Miguel. No era que se sintiera celosa, es sólo que no entendía que Ignacia hubiese aceptado salir con el idiota de su hermano. Ella se creía lo suficientemente inteligente y superior como para salir con un hombre de hecho. Magdalena temía, que si era cierto, tuviera que ver para molestarla o acercarse a ella.

-¿Qué es eso hermanita? ¿La envidia? –preguntó él –aquí está su número, lo conoces –dijo alardeando su celular como trofeo y si, efectivamente ese era el número.

-Miguel haz lo que quieras, no me interesa, sólo no cometas el estúpido error de traerla a casa –dijo y cerró la puerta. Volvió a la cama, volvió a la frustración, a la angustia, tristeza y cólera.

-Puedes creer que el muy idiota lo hizo –decía Magdalena de lado a Rocío, su amiga, atragantándose con palomitas de maíz a la vez –lo más probable es que Ignacia haya planeado todo esto para molestarme –resolvió

-Hey, silencio, no me dejas apreciar la película –respondió Rocío

-Te contaré el final si no me prestas atención –amenazó Magdalena. Su amiga la miró entonces, lanzando una expresión de desprecio

-Pensé que había dejado atrás esa actitud tan manipuladora –admitió

-Primero estoy yo, luego esa tonta película –decía mientras seguía arrojando las palomitas.

-Ok, ok –detuvo -¿Puedes decirme porque esa Ignacia es tema de conversación otra vez?

-No me importa Rocío, es solo que no quiero problemas –respondió Magdalena

-Oh, verdad, con tu nuevo amor ¿cierto? –dijo riendo.

-No es gracioso –dijo nostálgica. Entonces por primera vez Rocío se mostró interesada

-Ok, que pasa con esta chica mm ¿Emilia? –preguntó

-Quiero verla –respondió

-Y por qué no lo haces –sugirió

-No puedo –dijo apenada –tengo que alejarme un poco, porque me acerco al momento en que no podré separarme. Estoy sintiéndome algo adolescente, empeñada en que estoy..

-¿Enamorada? –insinuó

Magdalena no respondió y el silencio otorgó, lo que las palabras no se atrevían. No se atrevía a confesarse estar enamorada, porque en el fondo de corazón, temía que no fuera eso.

-Magda… no te hará más débil que lo admitas –dijo como casi adivinando –pero si no estás segura de querer admitir algo, deberías al menos intentar verificar la cuestión en si

-Siento todo tan nuevo que me aterra avanzar –confesó honestamente

-A veces hay que arriesgarse, sobre todo si eres tú misma quien está construyendo el camino para llegar hasta ella –metaforizó Rocío –no lo dejes a medias

No había construido nada aún. Sabía simplemente, que había planificado un montón de situaciones que no existían y que de nada servían si nos la llevaba a la vida real.

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Ahora a retomar la construcción de este, lento pero seguro intento ! ajá.

Quizás, alguien deba tomarse la molestia de leerlo todo de nuevo y lo siento mucho, mil y un disculpas. Ahora si, estoy trabajando para ustedes. Saludos y cariños a todas(os)