Tú y otras drogas juveniles 5

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E

Hace media hora se encontraba en la biblioteca repasando principios de lenguaje y comprensión y ahora estaba esperando por Magdalena y su tentadora oferta.

¿Por qué había aceptado? No tenía la menor idea aún. Quizás no estaba bien, quizás era hasta ilegal salir con Magdalena, pero a Emilia le daba gusto verla feliz y eso valía la pena.

Además se lo debía, ella se había comportado excelente con Emilia ese día y pensó que aceptar una invitación de su parte también sería compensador.

Emilia observaba divertida los malabares que hacía Magdalena para poder encargarse de los dos helados, realmente grandes por supuesto, que llevaba hasta a ella. Era en parte porque a Emilia le apasionaba ver a las personas tan concentradas en algo. Ella tenía gustos raros.

-Y no derramaste ni un poco –dijo Emilia en falsa emoción una vez que Magdalena había llegado a su lado

-Debes saber que soy más que sólo una cara bonita –dijo muy seria. Emilia sólo reía prudentemente porque podría haberle estallado la cara en risas pero mantenía la distancia. Definitivamente Magdalena era más que una cara bonita, pero hasta el momento, ese no dejaba de ser un detalle importante.

-Estoy segura de eso Magda –le dijo en cambio

Magdalena le miró dulcemente.

-Espero que no hayas venido conmigo porque creías que me debías algo Emi –dijo luego de un par de segundos. ¿A caso podía haberle leído la mente? Pensaba Emilia.

Y también se preguntaba si esa era la única razón por las que había ido. Suponía que había algo en Magdalena que le llamaba la atención, que estaba fuera de lo común y tal vez, aquella extrema incertidumbre había intervenido un poco en la decisión de Emilia.

-No, yo no podía rechazar el helado, eso es todo –bromeaba Emilia

-Eso es mejor que nada –dijo ella. ¿Qué esperaba escuchar?

-La verdad es quizás quería ver que tramabas –confesó

-¿Piensas que tramo algo? –preguntó sintiéndose herida.

-¿Lo haces? –preguntó de vuelta Emilia.

-Tal vez… no estaría mal comprarte para que hagas mi tarea por el resto del año –bromeó ella en cambio.

Si seguía siendo encantadoramente odiosa, probablemente creía que no le importaría tomarse la molestia de hacerlo.

-Estoy intentado ser amigable esta vez –comentó Magdalena, sin que Emilia le exigiera alguna explicación. Al parecer, Magda tenía cierta necesidad de hablar sobre algo.

-Lo estás haciendo muy bien –felicitó Emilia. –No se escapa de tus manos-

-¿Puedo confesarte algo? –preguntó Magdalena

-Si tú quieres, claro –respondió Emi sintiéndose levemente sorprendida. ¿Cuándo habían comenzado a tener voluntad de confianza?

-Es agotador estar todo el tiempo siendo alguien que detestas –dijo ella mirando hacia la calle.

Emilia pensó sobre lo que había dicho y se preguntaba si se refería a lo de ser amigable, ¿Magdalena realmente lo detestaba?

-Tener que ser la chica fuerte, ruda e insensible todo el tiempo sólo por el miedo que significa ser… -pausó ella –lo contrario –dijo en fin. Emilia recordó lo que le había dicho el día anterior, cuando se sobrepasó. Entonces si tenía algo de razón, con todo lo que eso significaba. Magdalena se había  puesto una careta para ocultar lo que era realmente.

¿Quién era Magdalena entonces? Quizás si miraba más de cerca, si los demás miraban más de cerca se darían cuenta que había más que una armadura en ella, que atacaba a la gente cada vez que le ponían a prueba. Emilia comenzaba a notarlo y dar dos pasos más adelante para verla como era realmente, asustaba un poco.

-Entonces se tú misma –respondió Emilia. No se le ocurría una forma más sencilla de comenzar a librarse de esa máscara, que siendo honesta consigo misma.

-Ser yo misma como tal, da miedo –confesó ella.

-¿Por qué? –le preguntó Emilia. Sospechaba el porqué

-Porque no sólo depende de mí, depende de la gente a mi alrededor que siempre me ha visto así –dijo con espasmos de melancolía.

De alguna u otra forma, tenía razón. Emilia recordaba las muchas veces que habría querido tirar todo por la borda, estudios, disciplina. Entonces se le venía a la cabeza su padre que esperaba mucho de ella, de su madre probablemente y de la gente que constantemente la ponía bajo presión.

No era demasiado difícil leer a Magdalena, menos cuando ella entendía perfectamente lo que le pasaba. Sentía esa empatía con mucha cercanía. Emilia podría haberse apropiado del dolor de Magdalena, porque sabía también lo agotador que era fingir ser algo más para darles en el gusto a las personas.

-Pero antes que todos los demás estás tú –dijo Emilia, sonando realmente honesta, al mismo nivel en que lo era. Quizás podría notar algo más que honestidad, quizás era la extrema curiosidad de conocerla realmente por todo lo que Magdalena implicaba.

Quizás era la esperanza de encontrar cierto atractivo en lo que ella escondía.

M

Magdalena no recordaba la última vez que había sido tan sincera con alguien. A Rocío solía contarle los últimos acontecimientos de su vida, pero nunca había sido tan profunda.

Y no entendía ¿Qué había visto en Emilia? Porque sin duda, verla y hablarle ese día le había dado toda la seguridad, aunque ni siquiera sabía si ella realmente era confiable.

Pero entonces la miraba directamente a los ojos buscando sentirse un poco superior y no tan vulnerable junto a Emilia, y al contrario de eso, encontraba   tranquilidad y paz, a la cual le había perdido el rastro hace mucho tiempo.

Magdalena comenzaba a abrazarse y aferrarse de esa nostalgia que le provocaba tenerla cerca.

El día siguiente sería la última clase particular de la semana y a Magdalena le preocupaba. Le preocupaba de hecho extrañarla el resto de los días o que pudiera sentirse tan necesitada de su compañía como para buscarla luego.

No planeaba convertirla en su confidente. Incluso había olvidado la apuesta, que en algún estúpido momento se le había ocurrido a ella y que compartía con Ignacia. Había olvidado las intenciones terribles que tenía, porque en su lugar, se habían instalado en el corazón de Magdalena nuevos sentimientos.

Dejó de pensar un momento.

Comenzó a redactar un mensaje en el perfil de Rocío. Un “S.O.S” sería suficiente, no necesitaba más preámbulo, Rocío lo entendería.

Magdalena necesitaba desahogarse. De partida, si quería comenzar a ser ella misma, debía dejar de pensar que podía arreglárselas siempre sola. No estaba mal pedirle un consejo a su amiga y ahora realmente lo necesitaba. Realmente necesitaba entender que estaba pasándole y a veces, desde afuera se tiene una apreciación diferente de las cosas, una apreciación más objetiva. Era justo lo que quería en ese momento.

Rocío comenzó a llamarla.

-Estoy a tus órdenes Magda –saludó

-Eres rápida eh, creí que tardarías otros dos minutos –dijo Magdalena

-Últimamente estás muy rara –contestó Rocío –así que estoy alerta, nunca se sabe cuándo me puedes necesitar

-Estás a un paso de ser  mi mejor amiga –respondió Magda bromeándole. Ella sabía perfectamente que era su única y gran amiga.

-¿Oh, que me falta? –preguntó siguiéndole la corriente

-Darme una buena cátedra sobre amores –le propuso –y quizás lo piense -

-Mmm, pensé que este día nunca llegaría –se burló Rocío

-¿Puedes venir? –Preguntó Magdalena desoyendo el comentario

-Estaré ahí antes de que puedas cortar esta llamada –anunció ella.

Entonces Magdalena puso fin a la llamada, sólo para ponerla a prueba. O apurarla, en fin, le hacía gracia.

-Déjame ver si entendí ¿Estás viendo más allá de la remota posibilidad de  acostarte con esta chica a la que sólo llamaste “X”? –dijo haciendo el gesto de las comillas.

-Puedes ser muy dura cuando quieres Rocío –manifestó Magdalena

-Estoy siendo objetiva como me lo pediste Magda –reía ella.

Entre bromas, Magdalena se había puesto a pensar en el reciente comentario y tenía razón. Ella no sea había imaginado ni figurado nada con Emilia, que no fuera meramente emocional. A ella la veía con absoluto respeto y sería muy difícil que en algún momento pudiera si quiera propasarse de ello. No se imaginaba pronunciándose ante Emilia en plan de conquista, era complicado porque ella era aún más dominante que Magdalena.

Quizás más que una atracción, empezaba a crearse una idealización en torno a su figura. La idealizaba, como persona le había entregado cierta calma que no había hallado en nadie más.

-¿Qué debo hacer? –preguntó Magdalena

-No es justo que te le acerques buscando sólo tranquilidad. Es un poco egoísta Magda –aclaró su amiga -¿Ella te gusta?

Magdalena se detuvo a pensarlo metiéndose en un terreno físico, pero más allá de notar su belleza distintiva habían otras cosas que también la volvían loca. La kinésica jugaba mucho en su lugar porque Magdalena era toda una observadora.

-¿Sabes? adoro cuando peina su cabello intentando buscarle respuesta a algún problema. Me gusta lo paciente que es poniéndole atención a algo y su sonrisa es maravillosa… Y por sobre todo, amo que use la cabeza antes que cualquier otra parte de su cuerpo –confesó detenidamente Magdalena.

-Creo que esto es serio –confirmó Rocío.

-No tengo idea porque me hago tantas ilusiones –anunció ella

-Porque estás loca por esa mujer, ¿puede ser? –obvió su amiga

-Ni siquiera existe una remota posibilidad que ella se fije en mí –manifestó con gran desánimo –es más… creo que podría fijarse en cualquier otra mujer, lo que es imposible, antes que verme a mí de forma seria

-No tienes idea lo sorprendente que puede ser la vida –dijo Rocío

-No acostumbro a tener la suerte de mi lado –confesó Magdalena.

Había olvidado ese detalle. Uno demasiado importante para haberlo dejado de lado.

Las mujeres heterosexuales jamás habían sido un gran problema para ella. Magdalena se había insinuado muchas veces ante algunas, saliendo triunfante.

Pero como ya lo sospechaba, Emilia no era las otras.

Magdalena iba de camino al instituto con la mente fría. Procuraría relajar los temperamentos y las emociones. Quería ser realista, no veía muchas oportunidades frente a Emilia aunque le doliera esa determinación.

Podía ser su amiga, podía hacerlo. Podía a llegar a la clases ofreciéndole salir de nuevo como buenas amigas ¿Por qué no?

Entonces cuando ya se encontraba por llegar a la entrada del colegio la divisó por el otro extremo del recinto. El chico frente a ella la había tomado por el hombro y luego había bajado hasta juntar sus dos manos mientras la miraba a los ojos. ¿Qué era eso?

Magdalena no quería poner demasiados detalles en Emilia. Sabría que de  verla a ella se le rompería aún más el corazón.

Sentía presión en las manos y en el estómago. Sentía un nudo lastimándome la garganta. ¿Sentía celos?

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Oh, quisiera compartir una confesión. Me sentí tan en la piel de la protagonista al final, vino justo en un mal momento. Espero que les guste y sigan la historia ! procuro llevarla día por medio ajaj :) Agradezco los comentarios de cada una de ustedes, claro ! Las fieles, de todos modos sabrán quienes son !