Tú y otras drogas juveniles 4

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M

Le asustaba tanta cercanía a su persona sin si quiera hablarle demasiado. Y entonces lo recordó y volvió a afirmarlo. Ella era diferente a todas las otras personas y empezaba a agradarle.

Quizás más que eso.

M

Sus confundidos pensamientos la llevaron camino hasta la costanera que daba con la playa, donde hace cuatro años había perdido la vida su madre en la carretera. Siempre iba hasta ahí cuando deseaba desconectarse del mundo. Prefería ese lugar antes que visitarla al cementerio porque Magdalena pensaba que al morir su alma había quedado ahí, y no dentro de una caja precisamente.

Se sentó en la arena y repasó los últimos años de su vida. Su madre no habría estado feliz de verla como estaba. Volvía a ese sitio cada vez que intentaba cambiar de vida. Había prometido unas diez veces que alejaría todo el daño que se estaba haciendo. Y esa tarde había prometido lo mismo, sólo que esta vez era diferente. Alguien le había reprendido, tal como lo haría la madre de Magdalena.

-Mamá perdóname –dijo Magdalena, sin que nadie más pudiera escucharla además del viento que le rozaba el rostro –yo he estado intentándolo. Haría lo que fuera por estar donde tú estás, pero soy cobarde y yo sé… yo sé que tú quieres algo mejor para mí y juro que te pondré orgullosa. –prometió.

Se levantó de la arena sacudiéndose los rastros en su ropa. Se fue tal cual el viento la hubiese expulsado de ahí. Magdalena sentía que debía hacerlo de verdad esta vez. Antes de perder de vista la playa, miró una vez más atrás –te quiero mamá –dijo, siguiendo su camino.

Volvió a su casa. Como siempre la oscuridad no le extrañaba demasiado, por lo general, ni su hermano ni su padre estaban ahí. Fue hasta la cocina y consiguió una bolsa de basura. Subió rauda y veloz hasta su habitación y tomó asiento llegando hasta su cama.

Era difícil tomar la decisión de deshacerse de todo ¿qué pasaba si en el transcurso se arrepentía? Magdalena no quiso seguir pensando en eso y simplemente comenzó.

Entre las cosas que eran arrojadas a la gran bolsa había cigarrillos, botellas, cartas, una foto que le había obsequiado Ignacia. Magdalena ni siquiera se molestó en mirar demasiado ni dudar en hacer las cosas. No quería detenerse porque sabía que todo lo que estaba ahí no le haría bien. Siguió tirando cds, ropa, y por último le quedaba un objetivo muy importante.

Se arrodilló para sacar algo bajo su cama. Dentro de una caja escondía todo el daño que le había metido a su cuerpo. Miró y dudó en tirar a la bolsa las pequeñas fracciones de polvillo blanco. Lo necesitaba en su cuerpo pero ya no lo quería más. Se sentó en el piso, esperó, y arrojó la bolsa al suelo. Desvió su vista un momento la cual aterrizó en un papel arrugado en el suelo. Se acercó para ver que era, abriéndolo al instante notando que se trataba del horario que compartía con Emilia. Emilia, sus pensamientos se posaron en ella.

Desde que la había dejado no podía dejar de pensar en el golpe bajo que le dio su actitud. Se sentía indefensa siendo desafiada por Emilia, pero a la vez, le encantaba. Volvió a mirar la droga en sus manos y lo hizo. La arrojó a la bolsa porque sabía que si no era ahora sería jamás.

E

Emilia no dejaba de darle vueltas en la cabeza a lo que había sucedido esa tarde. ¿Qué pasó con eso de ser amable? Se preguntaba. Era realmente irónico, apenas pudo no desaprovechó la oportunidad de desafiar a Magdalena. Le parecía incluso extraño que ella no le hubiese respondido de vuelta.          Se sentía tan mal que empezó a desvelarse de nuevo.

Lo peor era que últimamente había sido tan maleducada con el resto del mundo, mientras que Magdalena por su lado no le había provocado demasiados problemas. Luego de que le hubiera dicho todo ese sermón, ella continuó realizando cálculos como si nada, hasta que se había acabado la hora de sus clases particulares. Se despidió incluso afectuosamente y se puso en marcha. ¿Qué le quedaba a Emilia? Podría hacerlo mejor, pensó.

El sueño no venía y se animó a levantarse de la cama. Fue hasta la cocina para ir por un vaso de agua y advirtió que su padre también estaba despierto.

-¿Insomnio? –preguntó él

-Eso creo –respondió Emilia

-¿Qué pasó hija? –intentaba averiguar

-Es mi conciencia… creo –contestó ella

-¿mataste a alguien? –le interrogó tan severo que Emilia casi cree que esa pregunta iba en serio.

-¡Por supuesto que no!! –replicó ella

-Entonces no tienes de qué temer –le calmó. Ambos rieron de su ocurrencia.

Él miró a Emilia entonces y le preguntó en serio esta vez –Entonces… ¿qué es?

-fui algo grosera con una persona y no sé, intenté disculparme pero ella hizo como si nada –contó honestamente Emilia.

-Pues, las acciones valen más que las palabras –recomendó su padre –si realmente lo sientes, debes demostrarlo, no siempre resolverás todo con palabras.

Eso significaba una sola cosa. Más que decirle lo siento debía actuar esta vez siendo cordial.

-Gracias Quique –le decía así de cariño –creo que ahora si iré a la cama

-Descansa hija –dijo él –buenas noches

-Adiós papá.

Emilia se fue a la cama, esta vez consiguiendo realmente el sueño. Aún le esperaban tres días a la semana junto a Magdalena, durante los próximos meses. Más le vale que empezara a gustarle. Es decir, a agradarle.

De camino al instituto, esa mañana del martes ya iba con más calma. No llevaba retraso lo cual  le enorgullecía.

Al entrar al instituto repasaba algunas tareas y contenidos que debía enseñarle durante la tarde a Magdalena. Se dirigía a su casillero, cuando escuchó un ruido a la vuelta del pasillo. Siguió hasta allí para ver que sucedía y justo al doblar en el camino se vio embestida por dos chicos que se encontraban peleando frente al grupo que los veía. Emilia fue empujada golpeándose la cabeza al caer.

Había sucedido todo en fracción de segundos y  una vez en el suelo, intentando recuperar la normalidad sentía una voz semi conocida que gritaba su nombre.

¿Estaba muriendo o algo parecido? No, era demasiado exagerado. Cuando abrió los ojos para ver quien estaba tomando sus hombros se encontró con una preocupada Magdalena quien decía algo, pero Emilia no estaba demasiado consciente para entender que era. Emilia sólo observaba que sus labios se movían creando imágenes pero también sabía que estaba concentrándose en observar detalladamente los labios de Magda no necesariamente para descifrar lo que decía.

-Estoy bien –dijo de pronto con cierta dificultad

-¿Estás segura? –preguntó Magda con mucho nerviosismo. No entendía por qué se veía tan angustiada, para Emilia sólo había sido un golpe.

-Si yo… yo quiero pararme ¿sí? –dijo ella recomponiéndose

-Espera unos segundos –recomendó Madgalena –es peligroso. A Emilia le gustaba demasiado la atención que le estaba dando.

-Creo que sería prudente pararme de aquí Magda –dijo Emilia por primera vez abreviando su nombre con esa confianza.

-Creo que sería prudente que te llevase a enfermería –indicó ella y no dejó espacio para Emilia se quejara. Magdalena solía ser muy tajante cuando realmente hablaba en serio.

-Te dije que no era nada –aseguró Emilia sentada en una banca en enfermería.

-¿Sabes lo peligroso que es un golpe en la cabeza? –agregó ella con un tono muy inquisitivo.

-Sólo fue un golpecito, no es para tanto –respondía Emilia tratando de quitarle importancia. No estaba acostumbrada a tanta preocupación

-¿un golpecito? –Dijo con horror –vi como te golpeaste y puedo asegurarte que no fue sólo un “golpecito” –imitando su voz –tuviste suerte –concluyó.

Debía admitir que le gustaban las personas atentas, en cualquier caso. No entendía cuál era el motivo de Magdalena pero le interesaba mucho esa actitud.

-De cualquier modo… -se resignó Emilia –Gracias por traerme hasta acá, no debiste hacerlo –dijo algo avergonzada.

-No puedo permitir que mi tutora se muera –dijo ofreciendo su sonrisa desarmante –además… luces mejor cuando no estás en suelo –agregó.

Y Emilia había recordado lo que se había propuesto. Lo de demostrarle ser cordial, entonces una sonrisa sin quererlo se pronunció en su boca.

–Ves –comentó Magdalena.

Emilia la miró para entender que es lo que decía.

–ahora si luces mucho mejor –terminó confesándole a Emilia.

El estómago le había provocado algo a Emilia con esa manifestación por parte de Magdalena. Se rehusaba a pensar que eran las famosas mariposas volándole. No podía ser.

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Luego de asegurarse de que Emilia estuviera bien, la dejó en la sala de clases. Aun le quedaba algo importante por hacer para acabar con la misión que había empezado la noche anterior. Caminó hasta su casillero, codificó la clave del candado y entonces se abrió. Había llevado consigo una bolsa plástica y entonces esta vez lo pensó menos que la anterior y desechó todo lo que había ahí, que por efecto, no era nada bueno. Buscó el basurero más cercano a donde estaba y tiró de la bolsa.

Magdalena se sentía fuerte. Si bien es cierto, ella estaba decidida a hacerlo esa mañana, Emilia y su hermosa sonrisa le habían arreglado el día completo si era necesario decirlo. Y eso le había dado aún más ánimo para no decaer.

Aún no se sentía capaz para crear algún resumen sobre todo eso. Magdalena sabía que estaban pasando cosas buenas pero no como para reconocer nada concreto. Ella sabía que no era una adicta al borde de la locura, probablemente habría días malos, pero saldría adelante.

Por otro lado, estaba esta nueva chica a la que había conocido. La de los anteojos, de cariñosa sonrisa y atrayente mirada. No entendía nada de lo que le pasaba a su corazón cuando la veía, quizás no era nada para alarmarse, pero de que le gustaba esa sensación, no cabía duda.

Se sentía emocionada. Sacó su celular del bolsillo y buscó en el directorio la letra r. Tenía que hablar con Rocío, necesitaba alguien que estuviera en el mundo real, que pudiese escucharla.

-Hola Magda –saludó ella –a que se debe el… espera deja encontrar la palabra adecuada –bromeó ella –ah sí, ¿a qué se debe el milagro de tu llamada amiga? –reía en el aparato.

Magdalena estaba de excelente humor así que reía con ella también. Tenía razón, era muy extraño que ella hiciera las llamadas.

-¿Qué se supone que sientes cuando te enamoras? –preguntó directamente. No sabía cómo esas palabras habían salido de su boca. Había ido demasiado lejos con eso. Se sorprendió

-¿Y esto se supone que es…? ¿Pregunta de examen? –intuyó Rocío.

-No, es… en serio –al minuto se arrepintió –mejor olvídalo

-No, no, espera un segundo –se apresuró Rocío -¿a qué se debe esto Magdalena?

-Yo no sé, creo que estoy divagando, lo siento por hacerte perder el tiempo –respondió Magda

-Entonces… ¿segura que no necesitas hablarlo? –preguntó

-Segura –anunció Magdalena tranquila. Entonces se despidieron y cortaron.

¿Qué había sido todo eso? Un arranque impulsivo de su desenfrenada locura, porque últimamente se había dejado llevar por muchos de esos.

Le había llegado un mensaje de texto, cuyo tono la sacó de esas ideas.

Lee con atención, es normal que intentes negarlo y que te sientas así de confundida. Recuerda que siempre puedes contar hasta diez y respirar profundo y por supuesto, con la precaución de mirar a tu alrededor”

Magdalena no comprendía. Seguido de ese primer mensaje, llegó otro

“para asegurarte que nadie te vea haciendo esa estupidez que acabo de decirte. Como soy tu mejor amiga espero saber quién es la afortunada chica que te trae así de tonta. Besos amiga

Magdalena se reía de forma instantánea al terminar de leer. Más porque jamás se le ocurriría empezar a contar solo para calmarse.

Eso lo dejaría para la próxima vez que viera a Emilia, claro.

E

Emilia se había preocupado de ser puntual esa tarde. No quería cometer el mismo error del día anterior. Ninguno de los errores de ese día, le debía bastante a Magdalena.

Entonces la vio entrar y el estómago de nuevo le hacía extrañas señales. Debía comenzar a controlarse. Emilia estaba feliz de verla llegar, más porque no quería estar más sola en ese lugar y además porque ese día se sentía extrañamente feliz. A pesar del accidente que tuvo.

-Así que ahora eres puntual –anunció ella mientras se instalaba

-Es lo menos que puedo hacer, y sí.. Creo que arreglé mi reloj esta mañana –confirmó Emilia

-¿Se arregló con la caída de hoy? –bromeaba Magdalena

-Al parecer sí –le aseguró y ambas sonreían con el intercambio de ironías.

Magdalena se quedó en silencio unos segundos. Emilia se preguntaba que estaba pensando, y justo cuando iba a hablarle, Magda se apresuró a hacerlo primero

-Antes que digas cualquier cosa sobre mmm… reglas gramaticales y lectura comprensiva y… todo eso –comenzó Magdalena –quiero preguntarte algo

-¿Qué cosa? –preguntó Emilia con cierta confusión

-¿Por casualidad quieres ir a… tomar algo por ahí conmigo luego de esto? –dijo haciendo referencia a la clase. La pregunta le había tomado por sorpresa. Está bien que haya sido realmente atenta con ella, pero no esperaba más que eso. Por otro lado Emilia ni siquiera se había fijado en lo que significaba ir a “tomar” algo.

-Yo… no bebo –dijo un poco desconcertada

-Mm no voy a emborracharte si es lo  crees –aseguró francamente

-Yo no me fío –comentó aún de buen humor

-Que tal ¿un helado? –sugirió ella

-Convénceme –respondió Emilia. Y no sabía porque lo había hecho en ese tono tan provocador. Suponía que realmente quería ponerla a prueba.

-Mm ¿qué tal si es un helado realmente muy grande? –afirmó con esperanza.

Su sonrisa era desarmante, una y otra vez y a Emilia le hacía cierta dificultad negarse a su propuesta. Un helado no estaría mal.

Tampoco la compañía.

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Lamento mucho la demora jajajaaj y también con el otro. Es que hoy comencé las clases y blablblal es terrible no dormirse de pie. Quiero ir un poco más despacio con este otro relato, creo que en el otro se dio todo muy pronto (aunque todo tiene un por qué, lo prometo) AJJAAJ. Como siempre un grato saludo amistoso de su anfitriona. Gracias por sus comentarios :) espero les guste