Tú y otras drogas juveniles 11

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-¿Estás durmiendo? –preguntó Andrés a través del teléfono. Emilia contestó con lo que parecía ser un “si”, sin embargo estaba demasiado avergonzada e impactada para hablar correctamente sin dejar de lado el hecho que la cabeza parecía estallarle por el dolor.

Se acordaba perfectamente del sueño de esa mañana antes de que Andrés la llamara temprano y la sacara de aquel estado onírico. Se veía todo tan claro y real para Emilia que se preguntaba con preocupación que hacía Magdalena involucrada en sus fantasías

La respuesta era tan evidente de pronto al recordar por qué su mano yacía entre sus piernas con objeto de fuerte presión por parte de ellas.

-Lo siento Andrés, me quedé dormida –dijo restableciendo la postura para poder comunicarle aquello. Ella debía juntarse con Andrés ese día y entonces simplemente lo había olvidado y el trago junto con la velada de la noche anterior se habían encargado de ayudar en eso.

-Ok, te doy veinte minutos para que salgas de la cama y hagas todas esos líos de mujer ahora mismo –sentenció él. Emilia se vio obligada a aceptar y con esa propuesta terminó por finalizar la llamada.

Salió de la cama rápidamente, cogió una toalla y se fue a la ducha, ahí sus pensamientos fueron arrojados como puntiagudas piedras para provocar un reñido conflicto pseudo físico y emocional.

Se sintió abochornada frente a la alusión. En su sueño ella estaba en lo que parecía ser un baño, era un lugar agradable, limpio, resplandeciente, había unos azulejos en las paredes que conformaban delicadas estampas y la claridad del espacio la hacía desear estar ahí de nuevo porque le inspiraba una indescriptible tranquilidad. Volviendo a la realidad, Emilia quería deshacerse de esos recuerdos junto a las gotas de agua que se esparcían desde la ducha pero era imposible, el asunto volvía una y otra vez a su cabeza.

En el sueño aparecía Magdalena. Era inconfundible aquella figura de rasgos tan hermosos que se mostraba y que Emilia podía apreciar llegar a través de un espejo gigantesco observando la forma en que se aproximaba a ella para capturarla por la cintura y descansar en su hombro derecho.

Emilia cerró los ojos, experimentaba la sensación que significaba esa escena en la vida real. La corriente volvía y se apoderaba de su espalda y posteriormente de todo su cuerpo cada vez que su mente se situaba en la imagen de Magdalena besando su cuello y repasando con una precavida mano el contorno de su cintura, la que más tarde recaería a uno de sus muslos y se avecinaba a encontrarse en su punto más sensible y determinante, el cual curiosamente había encontrado una plácida entretención mientras dormía.

Detuvo de pronto la regadía que había distribuido goterones de agua por todo el cuerpo. Se envolvió en una toalla y salió de la ducha con un fuerte remordimiento que cargaba en su conciencia.

Comenzó a sentirse constantemente preocupada por esta fácil entrega de su persona a los brazos de Magdalena, aunque no se haya efectuado el hecho realmente.

Emilia sentía temor por la mala pasada que empezaban a jugarle sus sentidos e instintos más poderosos. Lo había comprobado la noche anterior pues la manera desesperada con la que esperaba el beso que finalmente no llegó no generaba un buen indicio de su autocontrol sino que al contrario, había producido tanta inseguridad en su persona que se preguntó si el alejarse un tiempo de Magdalena sería lo correcto.

Recordó entonces el capítulo que se había grabado con tanta prioridad en su memoria repasando con detalles y más lucidez la calidez con la que aún podía sentir ese primer acercamiento a lo que significaba la única oportunidad de haberse demostrado así misma lo que estaba ocurriendo. En su lugar sucedió otra cosa que la hizo aterrizar momentáneamente hacia su planeta de residencia. Aun veía alejarse a Magdalena con aquella dificultad que le había propinado el alcohol, luego de eso decidieron marcharse apostando por la seguridad de ambas por aquella jornada.

Emilia retomó su presente. Se apresuró para buscar ropa limpia y continuar con su tarea previo a que Andrés comenzara a presionarla. Terminó de secar su cabello y antes de salir  fue en busca de sus lentes que solían reposar en el velador junto a su cama, sin excepción. A unos metros divisó lo que posteriormente se convertiría en su próximo dilema.

O mejor dicho, divisó absolutamente nada –no por favor, debe ser mentira –mencionó mientras tomaba su frente con notable disgusto. ¡Magda! Pensó enseguida, justo cuando necesitaba más que nunca que los procesos mentales se alejaran de ella, no le tomó nada de tiempo adivinar sobre quién tenía sus anteojos en ese momento.

Se sentía torpe al haberlo olvidado. Magdalena le había arrebatado los lentes la noche anterior y Emilia intentaba culpar a su loca emoción aquel olvido. Ahora no estaba del todo segura de con qué cara iría a buscarla y pedirlos de vuelta, a Emilia se le venía a la mente el sueño y bajo eso se escondía cada vez más adentro en su caparazón.

Sonaba el teléfono –Andrés voy a matarte –suspiró en cuanto se dispuso a poner en marcha de manera involuntaria y arbitraria su cuerpo. Pensó en que se le ocurriría algo o tal vez fluiría de la misma forma, espontánea y careciente de voluntad para presentarse frente a Magdalena.

-Entonces, te quedaste dormida porque estabas lo suficientemente cansada ¿no? –supuso Andrés quien le hablaba desde el costado mientras ellos caminaban hacia el frente. A Emilia le irritaba eso, siempre creía que caería por la distracción que le provocaba estar escuchando a Andrés y su infinito discurso  al cual jamás ponía pausa.

-Me dormí algo tarde, lo siento –se disculpó ella. Algo en ella quería que Andrés se atreviera a preguntar qué pasaba.

No hubo respuesta. Andrés se caracterizaba por gastarse hablando de más y ahora no tenía nada que decirle, generando la preocupación en Emilia. –Salí con Magda la otra noche –agregó entonces para agregarle por fin el condimento que faltaba a la conversación.

Andrés se mostró interesado:

-Ajá, eso lo explica todo –se acució a decir. Era impresionante ver como se activaba de inmediato algo en él que lo incitaba a preguntar.

-No sé en qué momento sucedió –se refirió ella mientras dejaba en el acto la capacidad de seguir el camino.

-¿Broma cierto? –preguntó con soltura. –Han estado tan amiguitas ustedes dos que ni siquiera me atrevía a preguntar si recuerdas esa curiosa percepción que tenías al principio –discutió esta vez poniéndola en una incómoda posición. Ella efectivamente lo recordaba.

Pensaba a veces que quizás había sido una prueba del destino para comprobar hasta dónde era capaz de llegar con su frialdad y sus prejuicios, prejuicios que por el presente se convertían en ganas, en deseos inoperables a esas alturas.

-Estoy avergonzada por eso –objetó con una significativa dolencia. Si lo pensaba y lo asumía con seriedad, le dolía haber pensado mal en algún momento de Magda.

-Bueno, todo el mundo comete errores –garantizó mientras rozaba con ternura sus hombros –supongo que no hay nada malo que salgas con ella y te diviertas –dijo sin provocar mucha polémica ante eso.

-Eso creo –respondió con la mirada perdida en cualquier lugar.

-¿Sucede algo más? –intuyó al no recibir suficiente atención.

-Debo visitarla de nuevo y no sé –alegó –lo siento Andrés no quería molestarte es sólo que olvidé mis lentes con ella y realmente serías un encanto si me acompañaras

-No hay problema –aseguró tan educado como pudo sin embargo Emilia sospechaba que Andrés aún no estaba conforme. Tenía esa mirada sobre ella que la obligaría a decir todo de una vez hasta que por fin pudiese quitarle los ojos de encima.

Emilia comenzó a caminar, quería romper de alguna manera la tensión y el nerviosismo, las manos le sudaban y no estaba demasiado segura si se debía a la temperatura del ambiente cuyo día entregaba un radiante sol o sólo era producto del estrés.

-Dime que te tiene así –preguntó disimuladamente al oído.  Emilia miró a Andrés quien se interpuso frente a ella actuando la mirada más triste que pudo haber fingido.

-Hay otra cosa –confesó por fin. Tomó el brazo de Andrés para apresurarlo a cruzar la calle cuando el semáforo que comunicaba la preferencia de ellos comenzaba a advertir la escasez de tiempo para cometer la acción.

Cuando cruzaron hacia el otro lado de la calle fue Andrés quien decidió tomarla del brazo y llevarla hasta una de las bancas más cercana. La sentó ahí y él se ubicó a su lado dándole a entender que tenían que hablar.

-Me estás asustando un poco Andrés, en serio no es para tanto –comunicó ella

-Lo sé, es sólo que deberías tomarte tu tiempo –respondió

Ella dudó unos segundos en comentar lo del sueño. Temía el escándalo de Andrés por su parte para intentar darle algún sentido, pero era su mejor amigo y él siempre había tenido en cuenta sus problemas y le había entregado la absoluta confianza que no podía concederle a cualquiera.

Andrés tomó su mano, ella se descongeló.

-Tuve este sueño que me tiene un poco paranoica –comenzó con su pequeña reseña al respecto. Desconocía si podía decir más que eso pues le costaba una vida entera reunir las palabras necesarias.

-Ok, en este sueño ¿te mataban? –aludió esperando respuesta. Emilia lo miró apresuradamente como si estuviera a punto de asesinarlo a él.

-No realmente, pasó otra cosa –prefirió ignorar para no perder el valor obtenido al momento.

-¿Entonces…? –esperó

-¿Ni siquiera puedes imaginarlo? –preguntó Emilia un poco apenada. Le avergonzaba tener que admitirlo ella misma.

Andrés sólo movió su cabeza en señal de negación. A Emilia le entorpecía que de todos los gays del universo Andrés fuera el más iluso.  O sólo cuando le convenía pero quizás pensó que lo hacía al propósito y quería que confesara por si sola lo cual la torturaba aún más. Todo le parecía una constante paranoia.

-Ok, pasó eso… con alguien en este sueño que tuve –confirmó ella. Él la miró desorbitado

-Es en serio Emi, sólo tenías que decirlo, no puedo creer que estés toda loca por eso –aclaraba él con desfachatez al comprender el curso que tomaba la conversación. Emilia odiaba que lo hiciera parecer tan sencillo, para ella se había convertido en el gran problema de su vida admitirlo.

-Gracias por tu sutileza –exclamó

-no te enojes, sólo que creo que es normal –enfatizó –a mí siempre me pasan ese tipo de cosas –explicó al cabo de que Emilia comenzaba a impresionarse por su difusión –sueños húmedos... que cosa más normal –agregó

-¡Eres hombre! –Reclamó ella –eso les pasa todo el tiempo, es normal

-Nunca creí que oiría a alguien como tú decir esa ignorancia –comentó sin censura. Emilia lo amenazó con la mirada –ahora mejor dime ¿lo conozco?

Emilia comenzó con los delirios mentales nuevamente. El “lo conozco” de Andrés le había parecido demasiado ambiguo pero a la vez particular a una especie y es que evidentemente había puesto a todos los hombres del mundo en un solo saco, bajo una confesión que ni siquiera lo valía.

-Si –asumió ella no logrando completar la oración o al menos negarla, apelar a que no se trataba de un hombre. Estaba entre la espada y la pared queriendo frente a todo acercarse a la espada sin importar el daño.

-Vamos dímelo, sabes que no puedo vivir con la curiosidad –se abalanzó y comenzó desesperado a intentar apresurar el misterio.

-Andrés, es que… -se vio interrumpida en medio de su disputa emocional por el teléfono que decidió hacer notar su presencia de manera inesperada. Emilia intentó alcanzar el nombre en la pantalla y el argumento de Magdalena como la persona más oportuna del universo se le vino a la mente –Magda- contestó

-Adivina qué tengo que te pertenece –dijo al otro lado a modo de saludo.

“Mi corazón tal vez, quizás mi cabeza o mis pensamientos” –mis lentes –acudió en cambio. Emilia lo sabía, así como también sabía que había muchas cosas que le pertenecían y por ahora se encontraban en la noche anterior.

-Exacto ¿Y adivina qué? Estoy esperándote para que vengas por ellos –siguió –oh espera un segundo… ellos esperan para que vengas a buscarlos, yo no –aclaró con evidente ironía. A Emilia le rompía y le enaltecía el corazón esos bruscos juegos de palabras pero siempre lograba sacarle alguna sonrisa. Intentaba disimularlo por la presencia de Andrés.

-Ok, pues ya voy para allá. Cuídalos por favor –pidió e intentó simplificar la conversación a eso. Tenía asuntos pendientes con ella misma y con respecto a Magdalena –nos vemos

Andrés se notaba expectante también. -¿Qué? –preguntó ella al ver que no cesaba la mirada

-¿No estabas contándome algo? –provocó

-Debo ir a buscar los lentes, en serio, hoy debo seguir una larga lectura y ya sabes como soy de histérica por no cumplir bien –se excusó.

-Puedes contarme mientras caminamos –seguía enfrentando

-Tú fuiste el que me pidió que me sentara con tranquilidad, dejemos esto para después –explicó con urgencia

-Ok –atendió regañando.

Emilia vio su única oportunidad irse por un tubo.

Siguieron el camino que ambos conocían como seguridad sobre todo en plena luz del día por lo que no les tomó  demasiado tiempo acercarse al barrio donde vivía Magdalena.

Cuando pasaron por fuera de su cara lo primero que apreciaron era a Magdalena en su antejardín. En sus manos una regadera antigua de color verde y a su alrededor las hermosas flores que adornaban aquel prado.

Los detalles que le quitaban toda la atención a Emilia.

-Magda –se acercó Emilia para distraerla un segundo. Ella se dio la vuelta y detuvo en seguida su actividad

-Hola, qué tal señorita olvidadiza –saludó. Emilia fijó el encuentro de la mirada de Magdalena que cayó en Andrés, a quién saludó con una determinada distancia también y agregó una leve sonrisa que bastaba según Emilia para matar a la gente.

“Él es gay, él es gay, tranquila Emilia” pensó manteniendo el control de esos inapropiados pensamientos sintiéndose ligeramente molesta por el efecto visual. Respondió a Magdalena para captar su vista de nuevo:

-Todo bien, sólo que de pronto dejé de ser olvidadiza y recordé que mis amigos estaban aquí contigo –respondió refiriéndose a los lentes.

-Claro, aquí están –confirmó mostrándoselos. Cuando Emilia iba a tomarlos Magdalena arrebató su mano –Pero antes de dártelos y de que desaparezcas tú y yo debemos hablar –completó. Emilia sintió tanto pánico que hubiese deseado jamás haber tenido que volver a ver a Magda aunque sabía que a la larga eso sería más trágico que cualquier cosa en su vida

-¿Ahora? –preguntó, aludiendo con un gesto al hecho de que Andrés estaba ahí.

-Bueno, será luego –entendió ella –al menos me preguntarás cómo estoy ¿no? –

-Yo te veo bien –dijo Emilia despreocupada para irritarla un poco. Quería quitarse la tensión de algún modo.

-Graciosa –comentó –nos vemos luego entonces –se despidió sin lograrlo directamente pero la intención era clara.

-Adiós Magda –se despidió Emilia sin buscar respuesta alguna.

Emilia incitó a Andrés que volvieran entonces, colocó los lentes en su lugar y comenzó a caminar de nuevo por el mismo sendero por donde habían llegado. Un millón de fotografías, imágenes y escenas pasaban como una película por su cabeza que no ponía pausa alguna ni recomendaba orden. Primero estaba aquella salida, el casi beso, el hormigueo en cualquier lugar del cuerpo, el sueño, Magda en todas partes.

-No puede ser –exclamó Andrés de pronto en voz baja. Ya habían avanzado bastantes cuadras para ese entonces cuando él decidió pronunciar palabras por primera vez.

Emilia miró a Andrés preguntándose qué sucedía con él. No se atrevía a interrogar, sólo estaba esperando a que él lo manifestara por sí solo pero no pasaba.

-¿Andrés? –mencionó.

-Emi no puede ser… ¿Es ella? –interpeló casi dramático complementando con su alta voz. Emilia aun no conectaba con el nervio que terminaba por llevar las respuestas a su cerebro. Ella, ella pensó… y no recordaba si habían comenzado alguna conversación sobre alguien.

-¿Qué estás queriendo decir? –se resignó para indagar

Andrés se tapó la boca como si estuviera realmente impactado por algo. Emilia comenzó a preocuparse

-Mierda Emi, es ella. Soñaste con Magdalena –manifestó completamente seguro de esa oración –Mierda, no sé cómo no lo vi antes –se protestó

Emilia quedó en blanco, nuevamente. Esa maldita costumbre según su parecer se había quedado grabada a su organismo cada vez que se desarraigaban las turbias escenas de su propia tragedia.

-¿Qué dices? –intentó desentender la reciente información que ella conocía muy bien. No recordaba el valor que hace un momento había tenido, quizás lo había abandonado en esa banca donde reposaron unos minutos.

-Mierda, es que tenías que haber visto tu cara de preocupación cuando la viste –gritó emocionado –eras como un maldito y pequeño ciervo frente a su desgraciado cazador –comparó.

Emilia sentía terror al escuchar a Andrés decir eso

-¿Quieres calmarte? ¡Estás exagerando! –intentó controlar

-Dime que es mentira si quiera –desafió él con absoluta imposición.

-No, no lo es –respondió con firmeza y el silencio tras esa respuesta perduró un largo instante. Emilia siguió caminando.

-Emi por qué no me lo contaste –preguntó con más mesura esta vez comprendiendo que ya había logrado su objetivo.

-¿Crees que estoy orgullosa? –lo miró con desespero. Emilia estaba agotada de mentir y omitir pasajes de su vida hasta el momento lo que la llevaba a enfrentarse a aquella realidad con propia angustia

-No deberías sentirte avergonzada –explicó –no es el fin del mundo –

-Tú lo haces parecer como si así lo fuera Andrés ¿Qué se supone que haga? –exclamó alterada.

Sintió en segundos el abrazo de Andrés que se apegaba a su espalda para socorrerla –Lo siento Emi, vamos con esto de nuevo ¿sí? Sabes que puedes contar conmigo –recalcó mientras se fundía en la parte superior de su espalda.

Emilia derramó una lágrima que sugería descanso. Quizás no era la mejor noticia pero necesitaba decírselo a alguien con sumo apremio.

-Yo no quería esto Andrés y ahora estoy aquí, sintiéndome cómo si no tuviera idea de cómo avanzar –dijo mientras le daba la espalda.

Él la buscó entonces por el frente -¿la quieres? –preguntó demostrando la mayor delicadeza posible que se traducía en la adhesión de sus profundos ojos marrones a los claros avellana de Emilia.

Ella no dijo palabra alguna pero sus sentimientos le pidieron permiso para gesticular con un breve movimiento de cabeza que confirmaba aquella consideración.

Sintió una contracción tan fuerte que se impuso frente a todos las posibles limitaciones que se había puesto.

M

Habían actividades que le procuraban a Magdalena infinita paz y entre ellas estaba cuidar el jardín que por años su madre había criado como un hijo más poniendo en él un gran porcentaje de dedicación y cariño. Había algo tan valioso en ese jardín, Magdalena creía que cada vez que una rosa renacía con tanta vitalidad se debía de cierto modo a su madre.

Se había propuesto a lo largo de ese día intentar alcanzar la mayor tranquilidad posible, necesitaba calmar las energías que brotaban intensamente desde el día anterior incluso hacia horas antes de juntarse con Emilia para ir a los buses mágicos. El hecho la tenía temblorosa aún y con mayor intensidad todas las delicadas y  por otro lado arriesgadas interpretaciones a las cosas que sucedieron después.

Durante la mañana siguiente había decidido salir a correr a pesar del intenso dolor que cargaba en muchas regiones de su cabeza. Quería recuperar la concentración, la necesitaba porque precisamente había una duda que la estaba matando

¿Qué había sucedido con ella después?

Recordaba bien el porqué los lentes de Emilia habían llegado al bolsillo de su chaqueta y tampoco podía dejar pasar el intenso momento que vivió cuando casi se atrevía a besarla pero entonces sintió un dolor que había tomado casi en su totalidad los nervios del estómago. Temía haberse propasado, cometer una equivocación con ella o de algún modo haber actuado mal si lamentablemente apenas recordaba como había llegado a su casa

No mentiría sobre la emoción e ilusión que le hacía la visita de Emilia cuyo objetivo era buscar sus lentes. Incluso había pensado cortar una rosa y regalársela aprovechando la ocasión pero luego cuando llegó y notó la presencia de su amigo no creyó que fuera demasiado prudente.

Le pesaba de cierto modo la actitud de Emilia, estaba seria y la posibilidad de charlar con ella en ese momento se ausentaba  totalmente de la viabilidad. Eso aumentaba sus nervios y confirmaba lo que hasta ese entonces sólo eran invenciones de su imaginación.

-Ya estás perdiendo el tiempo con eso –comentó una grave voz que provenía desde una de las ventanas de su casa. Era su padre.

Magdalena decidió ignorar.

-Esa tonta costumbre que tenía tu madre de gastar el tiempo en esas cosas –agregó esta vez asomándose por la puerta. Magdalena encontraba sorprendente que él gastara su tiempo en darse la vuelta sólo para molestar al resto.

-Ella no está aquí para que hables así –apeló en voz baja. Sentía dolor cada vez que tenía una pobre crítica que agregar a su causa.

-Espero que hagas algo mejor con tu vida –se refirió.

-Si pudiera haría lo mismo que hizo ella, te hubiese dejado hace muchísimo tiempo papá –encaró con rigidez. No estaba dispuesta a sentirse inferior.

Él la miró con dureza –puedes irte cuando quieras –concluyó.

Magda sabía que algún día lo haría pero por mientras había deberes que tenía que cumplir que la obligaban a mantenerse cercana a esa casa que con el tiempo había exterminado todos los indicios que dieran vida a un hogar.

Terminó con su labor en las plantas y flores que intentaban darle aires de alegría al lugar. Subió a su habitación y entonces se obligó a pensar. Pensar podía salvarle la vida en ese momento cuando creía que quedarse esperando que las respuestas vinieran solas sería una fatalidad.

Tomó su celular y comenzó a jugar con las letras creando diversas frases.

“Necesito que hablemos, recuérdalo” escribió primero. Luego borró hasta la primera letra para formular otra:

“No puedo esperar para hablar contigo” y luego supuso lo comprometedor que se oía o leía esa oración. Estaba teniendo grandes problemas.

“¿Podemos hablar?” era más humilde y se acercaba a su realidad; una pobre muchacha jugándose la vida por una oportunidad que si bien no tenía que ser la que ella esperaba, cualquiera que fuera la respuesta le entregaría la fortaleza para seguir.

No se convencía. Volvió a borrar todo.

“Creo que apelando a que tuve la amabilidad de guardar tus lentes por tanto tiempo me debes esta vez una charla. Eso sería genial” Encontró alojamiento en su ingeniosa manera de manipular la situación.

Se arriesgó a enviar el mensaje.

Se tumbó en su cama dándose cuenta que muy pronto el sueño comenzaba a apoderarse de sus sentidos.

“No podemos hablar ahora Mag, tengo muchas cosas pendientes. Nos vemos en clases”.

Magdalena se había despertado tarde con el sonido que se produjo al llegar a destino aquel mensaje. Su mirada se nubló, podía sentir llegar los efectos de una tormenta a su cabeza.

-No me hagas esto Emi, por favor –comentó para sí misma. Se envolvió contra sus rodillas un momento. No sabía si sería capaz de esperar tanto pero por otro lado tampoco sabía con sinceridad que es lo que quería decir a Emilia, no estaba segura de ser lo suficientemente valiente aún.

Revisó el reloj que colgaba en una de sus paredes buscando entre su desesperación una luz o señal de esperanza. Eran las diez de la noche, no confirmaba dentro de su reloj biológico que fuera demasiado tarde aunque con formalidad y lógica sabía que sí lo era para aventurarse a cometer una locura como la que estaba pasando por su cabeza por ese instante.

Pero Magdalena estaba segura que ella nunca había sido tan cuerda o coherente, por lo que sin más decidió levantarse y encontrar en uno de sus muebles su chaqueta y quizás la cordura que le faltaba para arrepentirse de salir de su casa a esa hora.

No se arrepintió.

Al contrario de ello se limitó a salir con toda la prisa posible para no extender la hora que había  visto recientemente.

Eran esos momentos en los que odiaba que Emilia viviera tan lejos de su persona y se sentía cada vez más ferviente a la idea de que el hecho de que fuera tan imposible y distante a sus aptitudes la hacía más valiosa y por consecuencia más necesaria. Magdalena creía que odiaba a la vida en esos momentos pero con gusto aceptaría todos los retos que fueran ineludibles para la causa, si el destino quería que ella diera todo de sí entonces lo aceptaría. O al menos aceptaría salir de su casa sólo para ver a Emilia de nuevo.

Cruzó un par de calles, caminó al ritmo más acelerado cambiando con constancia la velocidad de sus piernas. Creyó que hubiese sido más fácil encontrar el próximo metro que se acercara a casa de Emilia pero ya que estaba tan empeñada en buscar las alternativas más jugadas pues asumió el sacrificio de caminar hasta el final de las consecuencias.

Sin premeditarlo mucho ya había llegado. Notó que aún había un par de luces encendidas en su casa lo que la alivió un poco sin embargo al segundo le apartó la atención un sonido muy particular que le atemorizó todo los sentidos.

Intentaba recordar si en algún momento Emilia le había mencionado la existencia de un perro y no podía encontrar en algún rincón de su memoria nada relacionado al tema –amigo tranquilízate –le rogó al gigante San Bernardo que intimidaba con eficiencia.

-¿Magda? –preguntó una voz conocida saliendo desde la casa

-¿No va a matarme cierto? –preguntó Magdalena a su vez con evidente susto.

-Claro que no! Pero podría decirle que lo intentara sabes –propuso ella. Magdalena la notó enfadada y comprendió que ya no podía haber nada peor incluso si el perro se arrojaba encima de ella. Emilia se acercó para calmar al animal a quien llamó dulcemente “Sam” el cual reaccionó con repentina tranquilidad a su dueña y se devolvió a ella para juguetear.

-No puedo creerlo –manifestó impresionada Magda.

Emilia sostuvo al perro y Magdalena vio como entonces su mirada se dirigió  hacia ella:

-¿Qué haces aquí? –preguntó Emilia

-Tenía que hablar contigo Emi, lo siento –respondió con exasperación.

-Voy a lanzarte a Sam Magda, en serio –dijo ella intentando aguardar la seriedad.

-¿Me creerías que el susto que me hizo pasar Sam ha hecho que olvidara temporalmente lo que tenía que decirte? –preguntó con la timidez más intensa que había intentado interpretar en su vida. Ver a Emilia tomarse la cabeza en demostración de su presunta decepción era tortuoso para Magdalena.

-Magda ven aquí, saluda a Sam educadamente –dijo ella en cambio. Magda sonrió y se acercó al perro que esta vez se encontraba quieto a las cercanías de Emilia.

-¿No va a morderme? –consultó con respectiva inocencia

Emilia tomó la mano de Magda y la posó sobre el lomo del animal –él no muerde a la gente, es muy amistoso. No deberías tener esos prejuicios sobre los demás –concluyó. Magda aún seguía despistada por el tacto con Emilia  pero luego se sintió inmediatamente familiarizada con el contacto sobre Sam.

Emilia esta vez sonreía por su cuenta y Magdalena comenzaba llenarle  cada espacio vacío que había dejado la timidez y el miedo por hablar con ella.

-Por qué nunca lo habías mencionado –preguntó

-Bueno, hace un año no lo veía y hoy cuando llegué a casa mi padre me esperaba con esta sorpresa –dijo Emilia y Magdalena notaba el claro estado de alegría en ella -¿puedes imaginarte que cuando por primera vez lo vi él si cabía entre mis brazos? –comentó con gracia.

Magdalena también reía ante la idea. Sam se veía bien cuidado, tenía un pelaje tan sedoso que provocaba irremediablemente abrazarlo y cómo no, si era increíblemente grande para hacerlo.

-Magda –distrajo Emilia -¿Está todo bien?

Magdalena la observó

“Emi, creo que te amo pero no es sólo eso, creo que realmente no estoy segura si pueda vivir sin ti. Es todo tan difícil cuando estás lejos, no así como cuando me encuentro contigo cara a cara y pareciera ser que todos los problemas del mundo tuvieran una mágica solución porque cuando estoy contigo no me importa mucho que existan otros problemas. Eres el brillo insostenible de los días tristes y creo que amarte sería reducirlo todo, porque sé que puedo más que eso”

Magda se sentía inepta al hecho de confesarle todo lo que necesitaba dejar ir. Era tan imposible.

Se puso de pie

-No lo sé –respondió a fin de cuentas.

Pudo ver a Emilia soltar a Sam un segundo a quien su olfato lo llamó a otro lugar. Emilia entonces se acercó para abrazarla. Magda podía sentir como se derretía con ese gesto –todo estará bien, sea lo que sea que esté torturándote –

“Eres tú, tú la que me torturas” pensó cuidando que aquellos pensamientos no se transformaran en palabras. Aprovechó cada segundo que duró aquel abrazo y entonces cuando Emilia se retiró y comenzaba a extrañar su afectuosidad apenas se separó de ella, supo que tenía que tomar una decisión pronto.