Tú y otras drogas juveniles 10

.

M

-¿Estás escuchándome Magda? –preguntaba con enfado Ignacia. Magdalena notó que estaba especialmente atenta hasta que se fuera Emilia para afrontarla. Creía obvio que no se le iría la oportunidad de preguntarle sobre ella.

Magdalena no estaba en condiciones de interactuar y menos de escuchar alguna injustificada escena de celos. Escuchaba y veía a Ignacia superficialmente pero de ninguna manera creía que podría arruinar su renacimiento emotivo de esa noche.

Ver a Emilia en su casa esa tarde aún la mantenía incesantemente alerta. Había sido toda una sorpresa ya que para Magdalena los planes sin duda eran otros. Sus planes se simplificaban a pasarse la tarde y noche entera preguntándose qué haría para disculparse o si siquiera Emilia volvería a hablarle después de lo que había pasado. Mirar su teléfono una vez tras otra preguntándose si tendría el valor de al menos dejar un mensaje o si quizás debiera desaparecerse para siempre. Sin embargo llegó a casa y lo primero que vio fue a la mujer de su vida de espaldas mirando con atención hacia el frente.

Si Magdalena hubiese tenido que explicar que representaba para ella esa escena entonces sólo habría encontrado una palabra: alivio. El alivio que le producía verla era insostenible, tanto así que la nombró sin tomar en cuenta el resto de la gente, es decir, su hermano e Ignacia. Pero entonces, por un segundo ese alivio se convirtió en pánico nuevamente. No le gustaba ni un poco la idea de Emilia hablando con Ignacia.

-Ve a molestar a mi hermano –comentó Magdalena

-¿Así que se trata de eso? ¿Es por qué estoy con él no? –preguntó creyendo tener la certeza.

-¿Estás loca Ignacia?  Creo que fui lo suficientemente clara demostrándote que me da igual con quién estés, déjame tranquila –se defendía Magdalena. Ella creía poco probable de que pudiese sentir celos en algún momento sobre ella y su hermano. Quería abrir la cabeza de Ignacia e investigar que era lo que no estaba funcionando exactamente bien, pero supuso que debió haber hecho eso antes.

-¿Quién es? –preguntó Ignacia desafiante

Magdalena la miró rogando piedad, piedad que Ignacia no le dio porque ella no bajaba la guardia en ningún momento. Magda no quería hablar sobre Emilia, no quería que Ignacia supiera en absoluto nada de ella porque eso suponía involucrarla en un apartado de su vida en el cual no merecía estar.

Sobre su espalda aún cargaba con un estúpido hecho que si había involucrado a Emilia sin que ella lo supiera. Sabía que Ignacia no sabía quién era Emilia, pero si llegaba a saber que era la misma persona sobre la cual había planeado inconscientemente esa ridícula apuesta entonces Magdalena lo lamentaría hasta el último día de su vida porque no tenía dudas que Ignacia haría algo para hacérselo saber.

-Nadie, nadie que a ti te interese saber –respondió. No quería ser demasiado obvia, Ignacia era bastante intuitiva y sospecharía sobre los sentimientos que Magdalena tenía encima.

-Asumiré entonces que a ti si te importa –dejó en jaque –y a juzgar por esa arremetida actitud tuya creo que te importa bastante –culminó

Y a continuación, se sentía inútil.

-Es una amiga –respondió tranquila

-Por favor Magda… -

-¿Qué? ¿Te duele saber que ya no eres el centro del universo? –Cometió Magdalena –Porque déjame decirte que jamás los has sido y que en estos momentos de mi vida cualquiera es mejor tú –respondió para quitarle importancia a Emilia o que Ignacia al menos pensara que así era.

No era que creyera que hiriendo a Ignacia conseguiría algo, pues de cierta forma sabía que no lo lograría. Ignacia tenía el ego lo suficientemente arriba y no se creería con facilidad si alguien intentaba bajarlo. Pero el objetivo de Magdalena era otro, era hacerle saber por lo menos que entre ella y mi Emilia no había nada, y no sería tan difícil porque efectivamente no había algo que ella pudiese llamar más que amistad.

A pesar de que quisiera más que eso.

-Me gusta cuando estás leyendo –comentó Magdalena

-¿Por qué? –alzó la vista la muchacha

-Porque no estás molestándome –respondió ocurrente.

-Odiosa –criticó Emilia y volvió a bajar la vista. Magdalena consideraba que cualquier intento para llamar su atención, por tonto que hubiese sido, era valioso –¿no deberías estar siguiendo la lectura también? –le preguntaba Emilia sin mirarla.

-Eso intento –respondió

-¿Cuál es el problema entonces? –cuestionó Emilia

“Estás desconcentrándome” habría sido lo adecuando pensó Magdalena. Se sentía próxima a Emilia pero no tanto como sobrepasarse.

-Estoy pensando –dijo ella

-¿En qué piensas? –insistió

“En lo mucho que deseo abrazarte ahora mismo. En lo hermosa que eres, en que tus besos deben ser lo mejor que le podría pasar a mi vida” –Pienso que deberíamos tomarnos un descanso –dijo en cambio.

-Ok, me rindo contigo –expresó Emilia tomándose la cara –después de todo ya casi eres toda una sabelotodo

-Antes muerta que sabelotodo –se excusó Magdalena. Creía que a veces valía la pena también molestar a Emilia en cuanto pusiera esa expresión en su rostro digna de coronación.

-Puedo captar una chispa de envidia en tus palabras eh –aseguró

-No es envidia, es… ok, es envidia –dijo entregándole una sonrisa brillante.

-Lo sabía –aseguró Emilia triunfante.

Magdalena pensaba sobre si existía algún tipo de nivel en la amistad como para preguntarse a continuación: cuándo pasarían ellas al próximo nivel. Cada día se encontraba más ansiosa y cada día se le hacía más difícil encontrarle quietud a su insaciable apetito. Se cuestionaba si sería demasiado atrevido arrojarse a la vida y robarle un beso, pocas veces en la vida por no decir nunca se había convertido en una odisea o un laberinto lleno de obstáculos estar con alguien para ella. Por lo general, las otras personas venían y se dejaban llevar por su persona y no conllevaba demasiado ingenio.

-Deberías salir conmigo el fin de semana que viene –dijo Magdalena de pronto para encontrarla desinteresada, incluso lo dijo en voz baja, sólo para que Emilia escuchara su propuesta por si acaso.

La muchacha le lanzó una mirada que transmitía súbita sospecha Arqueó una ceja –¿debería? –interpeló.

“Por qué simplemente no dices que si Emi...” rogaba Magdalena en la impaciencia de su mente. –Deberías porque bueno… me lo debes –

-¿Deberte qué? –juzgó Emilia

Magdalena intentaba buscar alguna excusa pues no tenía idea lo que estaba diciendo –bueno recuerdas esa vez… -intentaba hacer memoria de algo –que… te caíste y te llevé a enfermería ¿Ves, pudiste haber muerto ahí sin mí? –dijo por fin. Percibió que Emilia estaba tentada a reírse y explotar en su cara y se sintió relajada.

-¿Es enserio? La próxima vez que caiga tendré en cuenta que debo morirme para no deberte nada, lo prometo –comentó risueña. Magdalena sabía que la estrategia era pésima pero al menos servía para verla feliz –saldría contigo, si me lo pidieras en serio-

Magdalena creía que había escuchado mal pero entonces, tras analizar un par de segundos y ver que Emilia esperaba una respuesta de vuelta entonces se dio cuenta que era en serio -¿Sales conmigo entonces?

-Sí, pero escúchame, tendrás que encargarte de prometerle a mi padre y jurarle que estaré sana y salva y que cualquier daño o perjuicio corre por responsabilidad tuya –dijo ella.

-Es un trato –respondió sellando la conversación.

E

La semana había pasado inadvertida para el mundo entero pero en Emilia había dejado un montón de huellas imposibles de quitar. En el último tiempo se le había hecho casi una costumbre dedicarle tiempo a cierta persona que no la dejaba tranquila y en estricto rigor, Emilia tampoco quería dejar.  Comer tonterías, abordar con ironía aspectos de la vida y sonreír más que nunca se había convertido en el panorama común junto a Magdalena.

Había notado también que la confinidad y la afinidad era cada vez más grande y que no existía horror en tocar desapercibidamente una mano, quizás con más frecuencia parte de su rostro. Emilia comenzaba a creer que las cargas entre ambas eran cada vez más atrayentes, pues de ninguna manera quería darle una explicación fuera de la lógica.

Extrañaba la elocuencia de sus actos cuando Magdalena estaba cerca y estaba sembrando cierto pánico en su vida que no le dejaba ejercer el día a día como lo habría hecho de costumbre.

Se preguntaba si aceptar salir con Magda había sido un grito o acto desesperado por dejar al menos escapar sólo una noche, un día o lo que fuera esa infernal deseo escondido en la formalidad de su rutina. Lo sabría esa noche, con la exagerada prudencia de no cometer algo de lo que pudiera arrepentirse más tarde.

-Y dime  ¿qué es lo anda mal Emi? –preguntó impresionado su padre. Emilia no se había percatado que sus actos habían generado cierta controversia.

-¿Hay algo malo conmigo papá? –respondió a modo de pregunta.

-Nada, es sólo que wow, estás creciendo… -dijo jubiloso su padre.

-Estoy creciendo desde que nací –comentó Emilia enternecida por la adoración de su padre. –pero soy la misma de siempre papá –

-Lo sé, sólo me estoy poniendo emotivo con los años –admitió él. Emilia lo entendía, era bastante raro que ella saliera por ahí tan a menudo y entendía también su extrañeza porque Emilia habituaba convivir más en casa. Pero no quería asumir que en alguna forma podría estar cambiando.

-¡No estás viejo! –Prefirió responder –estás loco papá

Dudaba de lo que pensaría su padre sobre sus recientes emociones. Que podría haberle aconsejado él frente a tanta confusión y certeza a la vez, era lo que Emilia temía.

Había quedado en encontrar a Magdalena en la estación que unía sus recorridos. A Magdalena le gustaba el viaje en metro, había algo satisfactorio en ello para su intenso espíritu analítico heredado probablemente de su padre.

Emilia creía que era agradable identificar la sencillez con la actuaba cada persona, observarlas en su más pura naturaleza. Algunos iban en parejas, discutiendo trivialmente asuntos del día u otros iban solitarios, en desconexión total del universo pero todos tenían algo en común y era dicho carácter tan natural en esas personas arrojadas al azar en el mismo vagón que ella. Le agradaba tener el control o dominio para apreciar desde ese punto la realidad humana y atribuía esta característica a uno de los principales argumentos que tenía para explicar la fuerte atracción hacia Magdalena: a ella no podía dominarla.

Quizás el no poder leerla con exactitud le estaba provocando a diario un desconsuelo que se convertía en un reto, un reto por saber hasta dónde llegaría para comprender a la persona que tenía al frente, sonriéndole con carisma y dulzura. Ella quería pensar indudablemente que podía, que era capaz de ponerse en los zapatos de Magdalena para así descubrirla pero entonces se veía recluida con la posibilidad de que eso sucediera y el qué pasaría luego. Qué tenía que hacer Emilia cuando por fin fuera parte de su mundo, era lo que le remordía, era el reciente miedo a poner un paso fuera de ese vagón.

Se alarmó cuando su cuerpo fue envuelto en un leve impulso hacia delante generado por la inercia del metro al detenerse. Sus encrucijadas se vieron entorpecidas entonces, guardándolas para otro momento porque desde la ventanilla había divisado a Magdalena quién estaba de espaldas regalándole una vista de su deslumbrante cabello lacio.

La observó distraída y a Emilia le fascinaba esa distracción, invocaba en ella unos intensos deseos de pertenecer a la fijación de su mirada. Por otra parte creía que la prestación que le concedía a su vista era perfecta. Emilia pensaba que el cuerpo de Magdalena desde esa perspectiva había sido creado exclusivamente para ser abrazado y envuelto en un instante de melosidad.

Resistirse a actuar de esa manera era casi un desafío para Emilia. - Suricata –imaginó con torpeza dándose cuenta en lo absurdo que había sido esa efímera reflexión. Sus fantasías para intentar calmar su ansiedad le habían remontado la figura de una suricata, observando con distracción y acelerados movimientos el horizonte asociándolo a la realidad de Magdalena. Emilia reía un instante de su falta de elocuencia y procuró acercarse con mucha precaución a su objetivo.

Sin estar lo suficientemente cerca de Magdalena había notado el zumbido que provenía de los audífonos puestos en sus oídos y reparó el porqué de su falta de atención.

No sabía con seguridad si era algo de metal o algún estilo pesado lo que provenía de los aparatos pero estaba causando gran estruendo a medida que se acercaba a ella lo que provocó que considerase prudente quitar los audífonos para ser escuchada

-¿Sabías que estás estropeando tus oídos? –sorprendió a Magdalena quien cambiaba su inicial expresión de incomprensión por una de simpatía.

-Oye no estaba tan alto el volumen –se defendió

-Claro, es por eso que ni notaste mi presencia –aclaró Emilia aguda en su gestión

-Yo estaba esperándote –declaró

-¿Te habías dado cuenta que la línea en la que yo llego está justo detrás de ti? –recurrió a informar. Observó a Magdalena darse la vuelta completa para comprobar que ciertamente estaba en lo correcto.

-Oh –articuló.

A Emilia le fue inevitable sonreír, acabando en una ligera risa -¿qué es tanto lo que pensabas, señorita distraída? –preguntó esta vez.

-Oh yo me preguntaba si tú estarías de acuerdo en algo que pensé –dijo con notorio nerviosismo. Emila se sintió interesada enseguida.

-dime, qué es –quiso dar paso

-Bueno… creí que te gustaría ir a un lugar, ya sabes abierto y mucha gente y blablá –comenzó –pero entonces consideré que podría llevarte a una parte más discreta donde pudiéramos conversar sin tener que gritarte como si estuviéramos en un concierto

Emilia se sentía puntualmente bastante atraída e inclinada por esa última sugerencia y consideraba adorable que Magdalena se hubiese tomado la molestia.

-Me agrada mucho la idea, creo que me arriesgaré contigo de nuevo –dispuso.

-Buena elección –afirmó Magdalena con la vitalidad de la sonrisa que a Emilia comenzaba a volver loca.

Emilia se dejó conducir por Magdalena como lo hacía generalmente. Siempre ponía interés en sus palabras, en algunas de sus ocurrencias y reía con sus bromas. En algún momento había dejado atrás sus inquietudes para aferrarse a la idea de descansar su mente por un momento y disfrutar la compañía de Magdalena. Ponía especial afecto en cada detalle que seguía al otro, los gestos, las miradas y el contexto jugaban un rol importante para determinar cada una de sus conclusiones.

Le gustaba caminar a la par de Magdalena sin importar que tan largo fuera el camino aunque ya le había advertido que sólo estaban a unas cuadras.  Ella sin embargo sentía que podría haberse perdido una semana o quizás un mes y no le importaría porque el tiempo a su lado pasaba sin que nadie lo notara y se hacía respetar sólo cuando era el momento de despedirse.

Le tomó un momento a Emilia darse cuenta que se dirigían a un barrio ubicado frente a la costa y sucedió únicamente porque la brisa así lo señaló. Fijaba su vista en Magdalena algunas veces cuando esta la mencionaba o le comentaba algo y respondía ocasionalmente con un sí o no, o simplemente una sonrisa en aceptación pues esta vez Emilia estaba más preocupada de hacia dónde iban –hey es por aquí Emi –le comentó Magdalena entonces ella alzó la mirada al frente y se encontró con dos autobuses de dos pisos, al estilo londinense, perpendicular uno del otro creando un atractivo espacio a la vista de quienes lo observaran.

-Créeme, tantos años viviendo por aquí y nunca había visto este lugar –expresó Emilia con un trasfondo de emoción.

Los buses habían sido puestos con el fin de proponer un espacio diferente e intencionalmente llamativo. Desde afuera se podía apreciar las luces y la ambientación que lo hacían lucir como un café cualquiera y por fuera estaban ubicadas un par de sillas, mesas y sus respectivas sombrillas que -obviando la hora- no servirían mucho en ese momento.

-Pues vamos, hace algo de frío aquí afuera –pronunció refregándose los brazos dándole razón a sus palabras. Emilia accedió con gusto. Ella se sentía emocionada, cual pequeña niña que visitaba por primera vez un circo o zoológico sólo quería poner los pies sobre el lugar. Normalmente eran pocas las cosas que lograban impresionarla.

Ambas entraron por una puerta de vaivén y lo primero que captó la atención de Emilia fueron los recuadros en las paredes del gran autobús y seguido de eso, en la gran cantidad de garabatos, pintarrajos, bosquejos, iniciales y fechas rayados junto a los cuadros –¿no debería ser ilegal estropear este increíble lugar así? –preguntó Emilia.

-Es arte –indicó Magdalena conforme. Emilia quería decir algo, reclamarle o quizás reírse pero se dio cuenta que Magda hablaba en serio y entonces comprendió que tenía razón. La miró con orgullo, efectivamente todo en aquel lugar quedaba a la perfección y si ella sentía algo especial por ese lugar entonces indudablemente Emilia también lo haría –vamos a buscar una mesa al piso de arriba –invitó Magdalena

Cuando se encaminaron al otro extremo para tomar la escalera Emilia siguió apreciando con sorpresa el resto del lugar. Algunos vinilos viejos adjuntos a la pared, los cuadros de Audrey Hepburn o el mítico Cash, los viejos pinballs y el viejo bar, todo hacía juego y estaban posicionadas de tal manera que todo parecía encajar en su lugar.

Cuando por fin subieron las escaleras Emilia divisó de inmediato tras escuchar la  música en el segundo piso una clásica rockola que descansaba en una de las esquinas del lugar.

Aguardando la conmoción y la euforia comentó

-Esto es definitivamente genial, creí que ya no existían

-No sé porque se me hacía que te gustaría este lugar, creo que acerté –respondió orgullosa Magdalena. Emilia podría haber corregido, a ella le encantaba ese lugar, lo había descubierto hace unos segundos.

-Lo admito, acertaste –

Emilia se preguntaba en qué momento había dejado de resistirse a los encantos de Magdalena o si realmente alguna vez lo había hecho. ¿En algún momento había sido lo suficientemente fuerte para rehusarse? Ella no lo recordaba. ¿Por qué se había dado tan fácil con Magda? Menos tenía idea pero ella entendía que si lo hubiese estado pasando mal probablemente no habría permitido esa amistosa relación.

Emilia había pensado que hubiese sido mucho masoquismo.

-Iré por una laguna azul –dijo de pronto parándose de la mesa hasta la que habíamos llegado –espero que sea tan grande como una maceta

-Para mí que sea un mojito –gritó Emilia. Magdalena se dio vuelta con un signo de interrogación en su cara.

-¿Es en serio? –preguntó

-Claro, y que sean dos –afirmó. Magdalena sólo levantó los hombros y se retiró. La verdad es que Emilia no creía que pudiera tomar si quiera uno entero pero se animó a seguir el juego.

Esperaba no lamentarlo.

-Jamás había visto un lugar donde colocaran un dispensador de marcadores en vez de servilletas –comentó Emilia acabando con el último sorbo de su mojito mientras jugueteaba con una bombilla.

-Es lo que lo hace especial –respondía Magdalena procurando no derramar su gran jarro con el extraño líquido azul dentro –no veras un lugar como este en ninguna otra parte

Emilia se estaba tentando a tomar un lápiz y seguir el común hábito que tenía la gente por ahí. Veía escrita en las paredes tantas promesas o algunas fechas memorables que hacían mención a aniversarios y eternas parejas que fichaban ahí su amor.

A su vez, veía a Magdalena inquieta como si quisiera ponerse de pie una y otra vez y se desenvolvía con más facilidad que otras veces, sonreía a menudo y bromeaba por todo. Emilia culpaba a la bebida pues ella misma también comenzaba a sentirse algo suelta y risueña, de una u otra manera debía disimular el mareo.

-¿Cuántos de esos imbéciles crees que aún están juntos? –preguntó Magda de pronto mirando el mirada al frente suyo

-Quién sabe, quizás fueron locuras de un día o qué se yo –respondió Emilia

-¿Crees que sea cierto? –indicó Magdalena

-¿Qué cosa? –pidió explicar

-El estar juntos, el que dos personas estés juntas por tanto tiempo –dijo inocente.

-Lo es –respondió secamente Emilia. No había querido pero era inevitable ponerse a ella misma en el caso. Marcos se le vino a le mente por ejemplo.

-No me imagino así –comentó sin embargo Magdalena no dándole demasiado lugar a Emilia para reflexionar lo anterior. En cambio la vio a ella, cambiando de humor rápidamente. El alcohol hacía cosas increíbles.

-Es porque no le has dado lugar a eso –respondió Emilia con seguridad

-No es que la lista de pretendientes sea muy extensa –insinuó.

A Emilia le desorbitó ese comentario –No quieras parecer humilde Magda, podría observar aquí mismo a mi alrededor y ver a alguien mirándote

-¿Cómo quién? –intervino curiosa y divertida

Como yo tal vez –pensó

Pero Emilia sólo indicó con la vista unos jóvenes cerca de ellas que miraban hacia dónde estaba desde que habían llegado. Magdalena intentó devolverse disimulada para ver de qué se trataba -¿Qué mier..? ¿qué te hace pensar que estaría interesada en…

-Lo sé Magda, pero tú dijiste alguien y yo sólo quería darte un ejemplo

-Si pero tú sabes… –intentó ella

-No son tu tipo, lo sé lo sé –terminó la oración.

-Además te miran a ti –siguió Magdalena

-De ningún modo Magda –se auxilió

-Claro que si –dijo culpándola mientras volvía a sonreír –¿Cuál es el problema con que seas atractiva nosotros… las demás personas…?

Emilia sentía que comenzaría a sonrojarse de inmediato si no controlaba los sentimientos. Por qué tenía que ser tan directa era lo que se preguntaba una y otra vez ignorando el contenido del comentario.  Pensar en que los demás la pudiesen encontrar atractiva le daba igual, pensar en que Magdalena lo hubiese comentado le revolvía la cabeza.

Ella quería dejar el tema pero Magda seguía mirándola fijamente y comenzaba a ponerla nerviosa a toda costa, su sonrisa en la cara no entregaba la batalla entonces observó en segundo plano la rockola cerca de ellas y se le ocurrió para salir del paso ir hasta allá.

Se paró y tuvo enseguida la sensación de mareo, se sintió divertida y recorrió el camino hasta la máquina.  Tocó su bolsillo para encontrar una moneda e ingresarla en el ajustado orificio. No tenía idea que iba a poner, no sabía exactamente lo que estaba haciendo así que tocó cualquier botón. Comenzó a sonar una melodía, la desconocía. Oficialmente no era una experta en la materia.

Se dio vuelta para ver a Magdalena y se sorprendió al darse cuenta que durante todo ese tiempo su atención había estado puesta en ella. Emilia le rogó piedad con una expresión.  Magdalena arrojó la mirada de vuelta a su enorme trago nuevamente.

Emilia respiró alivio.

Regresó a la mesa, se sentó en silencio y miró a su anfitriona. Emilia estalló en risas de pronto y Magdalena le siguió

-creo que nunca había estado tan fuera de mí –comentó

-Esto es divertido –expresó Magdalena

-No sé si deba dejarte que me invites a salir de nuevo –advirtió Emilia

-Yo que tú me lo pensaría dos veces –respondió. Ambas no dejaban de reír por pequeños e insignificantes detalles o cualquier cosa que sucediera en el contexto.

De pronto Magdalena intentó ponerse seria, Emilia lo había notado

-no contestaste mi pregunta hace un momento –dijo

-Y no lo haré –contestó rápidamente

Ambas notaron que la música se había detenido y entonces esta vez Magdalena se paró para ir hasta la máquina y colocar algo. Emilia notaba sus pasos lentos e inseguros pero al menos, una vez que llegó al aparato sabía lo que hacía y entonces instalada la moneda le pareció existir un mágico momento

de ahí en lo que seguía cuando el “ please let me let me ...” de Morrissey comenzó a sonar.

-Adoro esa canción –articuló Emilia sin alzar la voz, estando a distancia de la otra chica.

Esta se acercó con el mismo paso lento e inseguro hacia ella y se sentó a su lado –es mi favorita de hecho –admitió

-¿Esa es tu mejor frase de conquista? –preguntó Emilia un poco aturdida por la cercanía

-No, es en serio –dijo sin alejarse un poco –yo tengo absolutamente todas las versiones de esa canción.

Emilia notaba temor a ser vencida por el impulso que estaba teniendo, la proximidad era un factor atemorizante

-¿Sabes? –Irrumpió Magdalena en el silencio –Te ves bien con esto –indicó los anteojos de Emilia –y sin ellos también –dijo cuando terminaba por quitarlos. El corazón le estaba latiendo demasiado fuerte a Emilia creyendo que se saldría en cualquier momento. No podía evitar sentir terror cuando notó que Magda se acercaba cada vez más y que la distancia a su boca, a sus ojos era completamente inadecuada y entonces cerró los ojos porque no estaba segura de querer ver la tardanza en sus acciones sin embargo sólo sintió el cálido rostro de Magdalena justo al suyo.

No hubo beso.

Se detuvo la canción.

No hubo muerte instantánea. Sólo hubo un inmenso acto de ternura por su parte que se disolvió en el momento que Magdalena se puso de pie nuevamente con dificultad para dirigirse al aparato nuevamente.

Emilia se quedó en su lugar con un sosiego fugaz. Comprendió que seguía viva, aunque no estaba segura por cuánto tiempo más.

Vio a Magdalena a lo lejos con un irresistible sentimiento de vacío. Algo había faltado y le pertenecía únicamente a ella y a ese momento.