Tu y ella

Al fin, no aguantaste más. Todas estas caricias, todos los mimos que el te estaba dando, produjeron que llegaras al culmen del éxtasis.

TU Y ELLA

Te veo reflejada en el espejo del cuarto de baño. Tu cuerpo cimbreante, menudo, ni demasiado grande ni demasiado pequeño. Justo como a mí me gusta. Me he acostumbrado a ti. A fuer de estar siempre juntos, estoy perdidamente enamorado de ti.

Me place verte así, desnuda, anhelante de deseo y pasión. Eso es lo que más me gusta de ti. Siempre correspondes a mis deseos, sin hacerte de rogar, siempre dispuesta a disfrutar y a que yo disfrute.

Tu no puedes verme, por eso, siempre que quieres, te describo cómo soy: mi pelo negro, abundante, mis ojos marrones oscuros, de largas y rizadas pestañas, pestañas bajo unas cejas pobladas, unidas entre ellas por una ligera pelusilla. Mi nariz quizá un poco grande para mi gusto, pero no por eso deja de ser interesante. ¿Qué te vuelvo a contar de mis labios?. Rojos, carnosos, sensuales...

Estaba describiendo por enésima vez cómo me ves a través mío cuando sentí el deseo de tocarte, de acariciarte y llevarte hasta el éxtasis. Hacerte sentir como si estuvieras en otro mundo, el mundo de la fantasía y de los sueños realizados. Tú notaste lo mismo que yo. Lo presentí, pues erguiste tu cuerpo menudo. Pude observarlo en tu imagen del espejo, Cómo recorrías todo mi cuerpo desnudo también. Cómo querías mirarme, con tu único ojo vacío de luz. Cuando hay amor y pasión de por medio, son los ojos del alma los que bastan para mirar al ser amado.

Te fui acariciando lenta, voluptuosamente. A cada caricia mía te sentías más segura entre mis manos. Yo lo notaba y transmitías a todo mi cuerpo el placer que estabas sintiendo. Te dejabas hacer, abandonada a mis caricias. Recorrí tu cuello con mis dedos. Te sentía grande por momentos. Con un dedo, tomé una lágrima que salía brillante por tu ojo vacío.

La llevé mis labios para saborearla. Ligeramente salada con una mezcla de suave dulzor. Sentí que te había gustado mi gesto. Si paraba mis caricias, me pedías que siguiera. No me hablabas. Sólo con el movimiento de tu cuerpo yo presentía que mis caricias te enervaban.

Así estuvimos un rato, yo, dándote placer. Tú, aceptándolo de buen grado. Cerré los ojos para concentrarme mas en mis caricias, para que nada de lo que había alrededor nuestro perturbara estos momentos de goce. Así, solos tú y yo desnudos, alejados de todo lo que fuera el mundo exterior......

Cuando estaba saboreando estos momentos, abrí los ojos por un instante. El estaba allí. Un ligero rubor encendió mis mejillas. El juego amoroso en el que estaba absorto impidió darme cuente de cuando había entrado ni del tiempo que llevaba observándonos. Solo sé que nos miraba con una chispa de ira y sensualidad en la mirada. Estuvo un rato inmóvil, observándonos. Su mirada, dirigida al espejo iba desde mis ojos a tu ojo vacío. Tú no lo podías ver, pero era así. No sé qué pasaba por su imaginación. Pero algo tramaba.

Se arrodilló frente a ti. Apartó mis manos de tu cuerpo y las cambió por las suyas. Te gustaba. Yo lo sentía. Te notaba transportada al séptimo cielo. Yo no podía dejar de miraros. Mi excitación aumentaba por momentos.

Empezó a acariciar tu cuerpo menudo, la cabeza, el cuello, toda tú. Tu suave piel entre sus manos la excitaban. Su respiración entrecortada daba muestras de ello. Pasó una mano por tu cabeza. Tú al sentir de nuevo sus dedos acariciarte, hiciste lo único que podías hacer, derramar una lágrima. Una de esas lágrimas con las que expresas tus sentimientos más ocultos, lágrimas de alegría, lágrimas de placer, lágrimas de satisfacción culminada.

El pasó la lengua por tu ojo seco, ahora húmedo con tus primeras lágrimas y las lamió, recorriendo su lengua por sus labios para gustar mas del sabor.

Yo, quería intervenir, excitado como estaba, acariciarle.Tomé su cabeza entre mis manos, pero el me lo impidió. El te quería a ti sola. Un tanto enfadado, le dejé en su empeño. Apoyé mis nalgas en el lavabo y dejé que siguiera jugando contigo.

Las caricias de sus manos sobre toda tú te excitaban al máximo. Yo lo notaba en los espasmos que recorrían tu cuerpo, en los movimientos de tu cabeza, en el gotear de las lágrimas incipientes que empezaban a salir de tu ojo, de tu único y vacío ojo.

El siguió lamiendo ese ojo, introduciendo la punta de la lengua por tu agujero como queriéndolo agrandar, como si en ese gesto pudiera hacer que tu ojo viera y sintiera mejor el placer que te estaba dando.

Acariciaba todo tu cuerpo, de arriba abajo, desde el principio hasta el fin, deteniéndose durante el trayecto para juguetear con sus dedos en tu cuello.

Al fin, no aguantaste más. Todas estas caricias, todos los mimos que el te estaba dando, produjeron que llegaras al culmen del éxtasis, al mayor orgasmo que habías conocido en mucho tiempo, mucho mayor que el que hubieras conseguido con mis caricias. Y lloraste. Lloraste a borbotones. Por tu ojo vacío salían las lágrimas espesas, como la lava surge de los volcanes a los que tú parecías en esos momentos. Tus lágrimas quedaron en las manos de el. Las llevó hacia mi boca ofreciéndomelas. Yo mojé la punta de mi lengua en el cuenco que formaban sus manos y luego le di un beso largo, profundo haciendo que nuestras lenguas se fundieran en una sola y saborearan al unísono tus lágrimas.

Luego, el se separó de nosotros. Se lavó las manos, los dientes. Después nos miró con una leve sonrisa en sus labios y, dándote un leve golpecito en la cabeza como el de un pianista que deja caer un dedo en una tecla, salió dejándonos a solas de nuevo.

Vuelvo a mirar tu reflejo en el espejo. Una lágrima queda en tu ojo vacío.

Te lavo.

Te seco.

Y te arropo......

Te arropo bajo un slip de lycra. El slip de lycra color carne que me gusta tanto porque al ceñirse a mi cuerpo deja traslucir tus encantos.