Tu tía es muy puta 6 Los negocios son los negocios

-¿Y el tema de las lesbianas lo ves bien? - comenzó a decir mientras se acercaban las cabezas de las dos mujeres hasta quedar frente a la de Ricardo. -¿Y que se besen dos chicas, te gusta? - preguntó mi sobrina lamiendo los labios de su tía.

Tu tía es muy puta 6

Los negocios

son los negocios parte 1

por Ramón Fons

Cinco meses sin noticias de trabajo y de repente se acumula. Me llamó Marco, mi marchante, para cambiar las obras de la galería de París. Al día siguiente un correo de El Cartagenero. Es un buen cliente. Tiene una pinacoteca con varios cuadros míos y quería verme para un encargo. Le dije que marchaba a París y que a mi regreso iría directo a Cartagena

-Podríamos ir todos. Siempre hemos querido conocer la zona sur del levante – propuso mi esposa cuando le comenté mis intenciones.

Aproveché la influencia de El Cartagenero para que me localizara un apartamento para los días que le indiqué. Estuvo encantado de poderme ser de ayuda.

Martes 11.30 h.

París

Estando ya en París recibí la ubicación del apartamento. Lo busqué en Google y me pareció perfecto. Un grupo de unas diez casas blancas estilo de la zona con piscina comunitaria en el centro.

Teníamos problemas en la galería. Varias obras que venían de Nueva York no llegarían a tiempo y eran imprescindibles para proceder a la inauguración y subasta.

Mi regreso se retrasaba una semana. Se lo dije a mi esposa y se puso como una fiera.

-Que yo me retrase no impide que vayáis vosotras dos. El apartamento ya está confirmado – aclaré. -Por cierto, es una casa de dos plantas con piscina. Te llevas a tu sobrina y disfrutáis del sol y la playa.

Le envié la ubicación y le encantó que estuviera en Mojácar.

Le mandé un mensaje a El Cartagenero comentando mi retraso y que no obstante mi esposa y mi sobrina llegarían en las fechas concertadas. Cuando regresara de París se lo haría saber. No puso objeción alguna.

Jueves

París 18.30 h.

Recibí un WhatsApp de mi sobrina – Tío. Es una pasada. La casa preciosa. El mar y la piscina. No tardes. Tu esposa dice que te quiere. Emoticonos de corazones y besos.

Se instalaron, una buena ducha y bajaron a la piscina. Era por la tarde pero el sol quemaba. No había ningún niño en la zona. Se relajaron del viaje. Rompió el silencio los carros de una pareja de uniformadas señoras de la limpieza. Un baño y entraron en la casa.

Otra ducha, maquillaje y se vistieron para dar una vuelta por el paseo de la playa.

Mi sobrina se vistió con un top corto que le salían las tetas por debajo, en color blanco marcando pezones, como casi siempre. Para taparse un poco el culo se puso unos jeans cortados por ella y un servidor, para hacer unas fotos subidas de tono.

Los pantalones, además de ser cortos y con la forma de braga, no tenían bolsillos traseros pero si cortes por los que se veían las nalgas. Abarcas en los pies.

Mi esposa una blusa de gasa casi transparente azul cyan con pinceladas blancas que podían taparle los pezones o no, según cayera. Una falda no muy corta en color naranja.

Caminaron pocos metros y mi esposa le dijo a la niña que así no salía a cenar con ella. -Para ir a la playa por la mañana vale. Pero ahora no.

Se cambió de ropa. Una camiseta imperio blanca y unos jeans cortos normales. Las tetas, más tarde, le asomarían por las sisas.

Les llamó la atención un local en la playa y su terraza con vistas al mar. Pescaditos fritos les recomendó el camarero y el vino lo sugirió uno de los dos cabaleros que sentados en la mesa contigua parecían mover el negocio.

Se levantaron para presentarse. Besos por todas las mejillas.

-¿No les importará que compartamos la mesa? -Interrogó el mayor.

-En el sur somos muy abiertos y simpáticos - Confesó el que parecía algo más joven.

La cena estuvo realmente genial. Los vinos deliciosos y los caballeros tocones.

-Aquí hablamos con las manos – decía Andrés, el algo más joven que rondaba los cuarenta y pocos, mientras ponía una mano sobre el muslo de mi sobrina.

-Pero sin mala intención que lo hacemos – aclaraba Julián, el mayor que ya estaba en los cincuenta.

Eran bien parecidos. Cuerpos cuidados cabellos oscuros y engominados, bronceados, altos y bien vestidos.

A mi sobrina ya la conocéis pero por si fuera la primera vez que sabéis de ella diré que es una chica de veinte años. Preciosa. Alta, rubia con el pelo largo y algo ondulado. Los labios como su madre, carnosos, grandes, sensuales. Los ojos azul verdoso como los míos. Me recuerda a Ava Max pero más guapa. Los pechos de veinte años, firmes y manejables. Y mi esposa tiene tiene treinta y cinco. Es quince años más joven que yo. Uno setenta, con suaves curvas, ahora con el pelo castaño oscuro y liso. Lo suele llevar apoyado en los hombros, noventa de pecho copa grande. Casi todos en la familia somos nudistas y liberales.

Andrés y Julián quisieron pasearlas por los locales de la zona pero ellas declinaron amablemente la invitación. Dijeron estar cansadas del viaje y que en otra ocasión estarían encantadas de salir con ellos.

Ya en la casa dejaron caer las ropas por el camino hasta la cocina. Descorcharon una botella y salieron a tomar un vino a la terraza. Apoyadas en la barandilla de madera oscura se veía el mar entre las casas de enfrente. La zona de la piscina y un bosquecito de pinos bajos con algún banco de jardín.

Las terrazas contiguas estaban vacías pero con sus mesas y sillas con enseres que delataban estar habitadas.

Sentadas, desnudas, fumando unos cigarrillos les cogió el bajón.

Aquella noche me llamó mi hermana.

Mi sobrina, es decir su hija, le contó que estaban en Mojácar y que yo estaría unos días en París.

Viernes 10.30 h.

Mojácar

Fueron a desayunar a La Cometa, donde cenaron la noche anterior.

El camarero ya era como de la familia. Ya les llamaba por su nombre.

-Os pongo una mesita en la arena y vais tomando el sol -dijo- y así os vemos en bañador – añadió.

Mi esposa llevaba un triquini negro que no cubría ni lo justo.

Mi sobrina un bikini sensual color amarillo limón con las tiras transparentes. El tanga desaparecía al andar.

Cuando Paco las vio dio un traspié y en la bandeja bailaron las tostadas y los cafés.

El camarero las vio como negocio y no tardó en montar algunas mesa alrededor de la de ellas. Pronto se ocuparon.

Tomaron un baño. Al salir del agua para regresar a la mesa vieron como el público se agolpaba para verlas.

-Muy incómodo, tía.

-Que trempen un rato y nos vamos – dijo mi esposa.

Al llegar frente a la mesa mi sobrina le pidió a Paco dos hamacas. Tardó porque el local no dispone de ese servicio, pero las trajo del local vecino. Mientras llegaba Paco hicieron las putas secándose el cuerpo la una a la otra y la otra a la una. Movían el pelo y sacaban culo.

Justo cuando se tumbaron aparecieron Andrés y Julián. Saludaron y les estrecharon la mano al tiempo que se agachaban para besarles las mejillas. No acertaron ninguno de los dos.

-No sabía que por aquí los buenos días se daban con un morreo – dijo mi esposa.

-Pues ya ves la puntería que corre por aquí – dijo riendo Andrés que añadió -Un poco de crema solar sí os vamos a poner.

Mi esposa miró de soslayo a su alrededor y no creyó oportuno tal espectáculo.

-Mejor aún. ¿Porqué no nos enseñáis las playas salvajes de la zona?

Con el pareo tapando los deseados cuerpos y un vino manzanilla esperaron a que Julián les recogiera con el coche.

Subieron a los asientos traseros del Masetari Gand Cabrio de Julián y salieron a la carretera. En pocos minutos llegaron a la Playa de los Muertos. Bajaron hasta la arena, que era gravilla y las chicas no podían caminar y descalzas menos aún.

Los caballeros les hicieron una propuesta que aceptaron de buena gana. Las dejaron en la puerta del complejo y Julián les recordó – A las siete de la mañana, sin falta.

Asintieron gustosas.

No entraron en la casa y fueron directas a la piscina. Sin mirar y con paso decidido se aposentaron en las tumbonas con los pareos bajo sus cuerpos. Las gafas de sol impedían a los presentes sentirse observados. Ellas vieron a un chulito sentado en el trampolín marcando musculatura. Una pareja de recién casados, con los que parecían se los suegros custodios. Una chica como mi sobrina y un hombre de buen ver leyendo un libro.

Antes de levantarse de la tumbona para mojarse en la ducha, su tía le dijo en voz muy baja

-Vamos a jugar. Hazte la provocativa que el del trampolín te está comiendo las tetas.

Mi sobrina corrió los triángulos formando dos rayas de tela que apenas ocultaban los pezones, se levanto y todos la escrutaron. Por si no lo recuerdas, te doy pistas. Todos vieron un bikini sensual color amarillo limón con las tiras transparentes. El tanga desaparecía entre las nalgas al andar hacia la ducha que estaba estaba situada al otro lado de la piscina por lo que tuvo que dar toda la vuelta luciendo tipo.

El del trampolín ladeó demasiado el cuerpo y cayó al agua. Provocó carcajadas.

Ya pasada por la ducha se lanzó a la piscina de cabeza para ir a socorrer al musculoso.

La fricción del agua en la tela separó más aún la tela de los pechos dejando totalmente las tetas al descubierto. Consciente de ello no las recompuso.

-Te encuentras bien – preguntó al musculitos que no quitaba ojo de los pezones de mi sobrina. -Supongo que sí- respondió.

Le invitó a sentarse con ellas y tomar un refresco. Mi sobrina aún enseñaba las tetas.

Mi esposa para romper el hielo le preguntó al chico si se podía practicar topless en la piscina. Le contestó que si. Mi esposa le dio la espalda y le pidió que le desabrochara la parte superior del triquini. Luego lo enrolló y quedó como una braguita.

Pasado el primer apuro el chico tenía conversación. Estaba con sus padres en una de las casas de enfrente. Veinticuatro años, casi médico, guapo y con un buen paquete bajo el bañador .

-¿Tenéis hambre? Juventud – preguntó mi esposa – Podemos comer los tres en la terraza de casa.

Le fue de perlas a Ricardo, que así dijo llamarse, ya que sus padres pasaban el día en la capital.

Ellos apuraron tumbona mientras mi esposa se apresuró a llamar a La Cometa para pedir que les llevaran algo de comer.

La comida excelente, el vino imponente, ellas espectaculares. Mi sobrina se cambió al llegar a casa y se puso una camiseta lila descolorida y holgada de un solo hombro. Mi esposa una blusa lencera parecida a una camisa de pijama.

A la comida le siguieron café y chupitos. Ricardo llevaba el puntillo. Ellas no quedaban atrás.

Entraron al salón porque el sol calentaba demasiado en la terraza. Ricardo dijo sentarse en medio de las dos por si se caía de lado le pudieran sujetar.

Mi esposa llevó la conversación para calentar Ricardo.

-¿Y el tema de las lesbianas lo ves bien? - comenzó a decir mientras acercaban las cabezas las dos mujeres hasta quedar frente a la de Ricardo.

-Y que se besen dos chicas,¿ te gusta? - preguntó mi sobrina lamiendo los labios de su tía.

Mi esposa lamía también a su sobrina mientras le acariciaba los pechos sobre la camiseta.

Ricardo tenía una erección de caballo dentro del bañador rojo. Le resbalaban gotas de sudor por la frente. Las chicas se besaban entrando y saliendo de sus bocas. Mi esposa le agarró el miembro por dentro del bañador y lo apretó. Lo sacó y acarició. Mi sobrina dejó la boca de su tía y bajó a lamer la polla de Ricardo. Los labios de mi esposa y los del chico jugaban a encontrarse.

Mi esposa se quitó la blusa de pijama y le entregó los pechos. Ricardo los agarró con fuerza y los besó. Luego mordió los erectos pezones de mi esposa. Le encanta que se los muerdan.

Mi sobrina tenía toda la polla dentro de la boca y le magreaba los huevos. El bañador molestaba para tocárselos con libertad de modo que usó los pies para bajarle la prenda y la lanzó a la terraza.

Para no bajar el calentón, mi sobrina sacó de una habitación de la planta baja los colchones de dos camas y allí siguieron llenándose de sexo.

Los chupitos lubricaban las gargantas y el alcohol hacía estragos.

Ricardo confesaba que nunca había conseguido que una chica se corriera como lo hacían ellas. También dijo que no había estado con dos mujeres a la vez y que le ponía que fueran tía y sobrina y bisexuales.

-Calla y sigue comiéndome el coño. Charlatán. Que no callas – le decía mi esposa.

Mi sobrina estaba encima de él cabalgándolo. Ricardo anunció que se iba a correr y las dos chicas buscaron su polla esperando recibir su leche. Aún tardaba. Se la meneaba pero no llegaba. Mi esposa se la cogió con la boca y comenzó a chuparla con cariño, despacio, mirándole a los ojos. Mi sobrina le lamía los huevos. Mi esposa notó cómo le llegaba el momento y prefirió seguir dándole con la boca hasta el final de la corrida. Fue larga y potente. La que no se tragó la compartió con su sobrina ante la atenta mirada de Ricardo que casi al final mezcló su lengua con las de ellas y la lefa que en forma de hilos saltaba de una a otra.

Unos chupitos más y quedaron dormidos.

A mi esposa le despertó un cosquilleo en el clítoris. Quiso disfrutarlo sin saber quien era. Separó más las piernas y dobló una rodilla para que que se acomodase mejor.

Comenzó a mojar el colchón. Un orgasmo y aún no quería saber quien era.

Ahora notó un cambio de textura y de manera de mover la lengua. Se notaba mucha experiencia en aquella manera de comer un coño. Abrió los ojos y vio las dos cabezas que compartían su sexo.

Miraron la hora. Las veinte y mareadas. Despidieron a Ricardo con varios besos con sabor a sexo y vodka. Pusieron la alarma del móvil a las seis.

Viernes

París 08.15 h.

-No hace falta que lo preguntes. Estoy deseando tenerte – le respondí a mi hermana cuando comenzó a preguntar si podía venir a París.

A las 21.38 horas bajaba del tren en Gare de Lyon.

Llegamos al apartamento que tengo alquilado a nombre de la galería. Una ducha. ¿Que vestido prefieres que me ponga para cenar?

Todos le quedaban perfectos. Cuarenta y dos años. Pechos no muy voluminosos que le permiten llevar escotes de infarto y siempre le quedan perfectos. Interminables piernas. Ojos negros bajo unas cejas cuidadas. El pelo azabache cortado desde siempre a lo militar.

Elegí el más escotado por delante y por detrás. Además era el más corto. Rojo pasión.

Para subir las empinadas escaleras que dan acceso al piso superior del Au Vieux París d´Arcole, el camarero nos cedió amablemente el paso. Adiviné sus intenciones y me ofrecí a subir delante. Mi hermana sonrió y subió lento, marcando caderas con el culo salido.

El camarero, a cierta distancia, disfrutaba de aquel culo sin ropa interior. En el segundo tramo al ver que el camarero estaba parado mirándole las nalgas aprovechó para colocarse bien un zapato doblando el cuerpo con las piernas rígidas. El vestido subió quedando más corto aún. Le enseñó las dos nalgas por completo y el coño por detrás.

Es la crack del contorsionismo.

Aquella noche el local estaba casi vacío. Aprovechamos para hacer manitas y calentar la noche. Usó la servilleta de tela para no manchar el vestido. La cena estuvo correcta.

Caminamos hasta el apartamento. Le cogí la cara con las dos manos y le di el mejor beso de nuestra vida. Le bajé los tirantes y el vestido resbaló. Me dediqué a acariciarle los pechos. Note como se le erizaba el vello. La tumbé sobre la cama sin dejar de besarnos. Mis caricias bajaron por su cuerpo buscando el pequeño triángulo rizado de su pubis con el que mis dedos jugaron hasta seguir descendiendo. El beso seguía. Ella permanecía inmóvil.

Desabroché mi camisa y me liberé de ropa el resto del cuerpo. Me obligó a seguir con el beso. Mis dedos se perdían en su humedad. Su sexo estaba abierto y el clítoris hinchado. Entré en ella y acaricié su vagina con tres dedos hasta encontrarle el punto máGico. La volví loca. Dejó de besarme y quedó inmóvil hasta dormirse. El día fue largo y el viaje cansa. Nos cubrimos con la sábana y la abracé igual que cuando eramos pequeños y ella tenía miedo de soñar con señores malos.

Fin de la primera parte