Tu sonrisa me desarma

“Te confieso que nunca pensé que este momento pudiera llegar, aunque lo haya deseado un millón de veces”. “Admito que nunca se me pasó por la cabeza acceder a una cita así, y mucho menos que fuera a sentirme tan a gusto contigo”.

TU SONRISA ME DESARMA

Aunque no tenía demasiada conciencia de ello, llevaba ya diez minutos sentado en aquella mesa; en realidad no tenía demasiada conciencia de casi nada hasta que en un momento determinado se descubrió a sí mismo removiendo el café con la cucharilla en una mano y agitando casi instintivamente el sobre de azúcar en la otra. Pareció despertar de una especie de trance, se dio cuenta de que no recordaba nada de lo sucedido desde que pidió aquel cortado y supuso que su mirada había estado perdida en ninguna parte durante los últimos minutos . "¿Qué pasa aquí?", se preguntaba. Empezó a inquietarse por lo inútil de buscar respuestas. "No es más que un café" , se insistió. No era más que un café, pero su excitación, su grado de ansiedad, su ausencia de la realidad..., todo indicaba que lo que sucedía era algo completamente nuevo para él en emociones, en sensaciones

Al fin y al cabo todo esto no tenía ningún sentido, o tal vez tenía todo el sentido que tienen las cosas que en apariencia carecen de él. No se conocían, no había más antecedentes que unas charlas agradables, y por ello se negaba a recrearse en expectativas. No había nada razonablemente identificable que le pudiese producir una sensación distinta a la de confort, y sin embargo una extraña inquietud lo estaba mortificando. Era un estado incómodo y agradable a la vez, pero lo desconcertaba. Estaba acostumbrado a controlarlo todo y por primera vez en mucho tiempo una sombra de incertidumbre lo estaba atenazando.

Se había sentado al fondo del salón de la cafetería; había un tramo lo suficientemente amplio desde la entrada del local hasta su posición como para poder examinarla concienzudamente desde el momento en que atravesara la puerta. Necesitaba dotarse a sí mismo de un instrumento más de control de la situación, pero esa misma preocupación por controlarlo y razonarlo todo le tenía ensimismado intentando analizar cosas que en realidad no tenían explicación.

"¡Hola!, disculpa el retraso pero…" no fue capaz de escuchar nada más. Una voz le extrajo de su trance y le obligaba a un aterrizaje forzoso. No era una voz conocida porque nunca antes la había escuchado, pero había salido de su abstracción saltando como un resorte, azorado, como si le hubieran sorprendido en una travesura. Su mirada se elevó un instante para tropezarse de bruces con su sonrisa. No podía ser; el impacto era demasiado brutal para tratar de disimularlo. Aquella sonrisa lo ocupaba todo, lo iluminaba todo, era escandalosamente insultante, arrebatadoramente preciosa. Se lo había dicho muchas veces: "tu sonrisa me desarma" , pero hasta ese momento no supo cuán desarmado estaba. Y detrás de su sonrisa unos ojos vivos, nerviosos, curiosos, escudriñando cada instante de su reacción, de una reacción tan torpe y absurda que a ella le pareció hasta divertida y tranquilizadora. Al menos quedaba demostrado que la única que padecía nerviosismo transitorio aplicado a un encuentro premeditado no era ella. El la miraba mientras no decía nada, no se movía, solo mantenía la mirada dejándose cegar por esa sonrisa que ahora se hacía mas abierta.

"No te preocupes, estaba…." No le escuchó decir nada más. No fue capaz de continuar la frase porque ni siquiera sabía qué estaba haciendo antes de perderse en su rostro sonriente. "¿Puedo sentarme?" inquirió ella; "Sí claro, perdona… ¿Un café?" contestó él mientras avisaba con un gesto al camarero.

Se hizo el silencio. Un incómodo silencio difícil de manejar, difícil de rellenar, más que con miradas que se cruzaban, que se fundían. ¿Dónde estaba ahora esa locuacidad de la que hacían gala? Pareció filtrarse entre ellos como lo hace un puñado de agua entre unas manos que tratan de retenerla. "No te imaginas lo que me gusta que estés aquí" , se animó a decir él; "Y tú no te imaginas lo que me ha costado", respondió ella.

El lo sabía perfectamente; sabía que aquel encuentro no era fácil para ella, pero estar en Madrid sin tan siquiera haber intentando un gesto para verla hubiese sido demasiado para su ansiedad; la ansiedad de comprobar que ella no era solo una imagen y su traducción en letras, sino que era de carne y hueso y encarnaba una vida. Ahora estaba sintiendo como con su presencia lo llenaba todo, lo ocupaba todo.

Habían hablado algunas veces de tomar un café si en uno de sus viajes de trabajo a Madrid encajaba, pero ella siempre lo había considerado un plan poco factible por lo abstracto de su relación. Sí, se sentía a gusto con él, pero en la distancia siempre. Tenía muy claro que cuando esa distancia se acortara cualquier cosa podría pasar y no sabía si estaba dispuesta a dar todo lo que él esperaba de ese encuentro.

La primera impresión fue buena. Ese rol de personaje abstraído en sus pensamientos coincidía a pies puntillas con la idea que había tenido oportunidad de ir creándose entorno a su persona. Observar su rostro y reconocer las miradas absortas que él describía fue como volver a un sitio donde uno tiene la impresión de haber estado antes. Se estaba sintiendo cómoda si bien estaba ahora mas expectante que nunca ante alguien a quien conocía solo a trozos.

Se creó alrededor de su mesa un halo de complicidad que les dejó a solas en aquella cafetería. La sensación de bienestar era demasiado intensa como para permitir que nada ni nadie interfiriese. Durante un buen rato que les resultó efímero, estuvieron charlando de lo de siempre, de sus cosas, subiendo y bajando de lo trascendental a lo terrenal, con ese pícaro juego de rozarse con las palabras sin llegar a utilizar las más profundas para dejar espacio a las maniobras del cambio de sentido, siempre al filo de un precipicio entre la amistad y el próximo pueblo. Era tentador, era divertido, era como siempre, pero esta vez de cerca, en primer plano.

"¿Damos un paseo?", propuso ella; él se levantó sin responder más que con la mirada. Caminó más apresurado para alcanzarla y se dispuso a disfrutar de su presencia mientras paseaban. Al igualarse con su paso no pudo evitar que su mano se pasease por su espalda iniciando el recorrido en su cuello. Sintió como le invadía un escalofrío, pero no hizo nada, solo se quedó quieta sin levantar la vista, esperando que algo más sucediera. "Perdona, ¿te ha molestado?" dijo él al percatarse de que ella podía haberse sentido incómoda. Le miró y le sonrió tímidamente, sorprendiéndose a sí misma, consciente de que en otro momento la respuesta hubiera sido bien distinta y ahora no era capaz de esbozar más que aquella sonrisa esclarecedora.

Llevaban un rato caminando por una acera amplia, poblada de hojas secas que revoloteaban a su paso creando un ambiente de lo más bucólico. El Parque de El Retiro estaba húmedo y solitario, como cualquier tarde otoñal entre semana, cuando los estudiantes ya no tienen tiempo de ocupar sus bancos y tan solo algunos ancianos pasean a sus perros.

La tarde que comenzó siendo recatadamente soleada sugería ahora un sol perezoso que mostraba los primeros signos de querer esconderse mientras sus últimos coletazos estiraban las sombras tanto como el camino permitía. La conversación seguía siendo agradable. No faltaban bromas a tiempo ni paradas a propósito para mirarse a los ojos, para descubrirse curioseando tras las pupilas del otro, queriendo averiguar qué pensaba y cómo se sentía el a veces cómplice a veces delator, el siempre confidente.

"Te confieso que nunca pensé que este momento pudiera llegar, aunque lo haya deseado un millón de veces". "Admito que nunca se me pasó por la cabeza acceder a una cita así, y mucho menos que fuera a sentirme tan a gusto contigo". La complicidad que se habían creído en sus largas conversaciones estaba tomando vida. A ambos les estaba resultando curioso descubrir que tenían tantas cosas en común como sospechaban. El iba ganando terreno, ella cediéndolo. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo puede la piel de alguien ser tan cercana cuando la tocas por primera vez?

Ella estaba acostumbrada a llevar siempre el control y ahora algo empezaba a escapar de su dominio. Su tradicional papel de guionista que le permitía llevar las acciones a su ritmo se le escapaba de las manos; estaba siendo relegada al papel de actriz invitada. Por un lado le gustaba esa sensación de sentirse dirigida, pero por otro lado esto la desconcertada, como si el papel que él asumía al comienzo de la tarde y que ella se había encargado de otorgarle, ahora se apoderara de ella como un castigo, como una penitencia.

El sol se despidió sin decir adiós y el parque dejó de ser hospitalario. La humedad refrigeró bastante el ambiente y sus cuerpos requerían un lugar más cómodo donde seguir intercambiando esa distensión muscular. "Mi hotel está cerca, si te apetece seguir caminando no tardaremos mucho, pero si lo prefieres, vamos en taxi." Ella le miró sorprendida por su claridad ante una propuesta que sabía llegaría antes o después, pero que en ningún caso esperaba de forma tan directa. Su gesto la delató. "Por favor, no me digas que no" , dijo él interrumpiendo su contrariedad, "me gustaría seguir hablando, cenar juntos. A saber cuándo volveré a Madrid, comprende que no puedo desperdiciar esta oportunidad de tenerte un rato mas".

Ella se sintió entre halagada y presionada, contrariada por esa forma de plantear un rato más que de sobra sabía podría terminar de la forma más insospechada, o no: de la forma que ambos sospechaban y él describía con eufemismos.

Se subieron en un taxi. Mientras El Retiro se alejaba a su espalda ella sintió como la impaciencia se apoderaba su cuerpo. Quería mirarle pero no se atrevía. Ahora, después de estar toda la tarde juntos le sentía más distante que nunca. Más extraño que la primera vez que intercambiaron unas letras. Y todo porque él había seguido las indicaciones que un día ella le dio. "Por favor, sé tú mismo. No andes pensando qué dices o qué haces. Si piensas todo el rato, nunca estarás cómodo". Pensó que ahora debía estar muy, muy cómodo.

Percatándose de su incertidumbre, la cogió la de la mano con suavidad, acarició cada uno de sus dedos como quien acaricia los de un bebé dormido y sin mirarse recuperaron la complicidad de minutos atrás, como si la hubiera convencido sin palabras de que iba a cuidarla, de que no iba a hacer nada que ella no quisiera.

El tráfico, como El Retiro, también era el de una tarde otoñal de entre semana. Les llevó mas de 45 minutos salvar el atasco hasta llegar a su hotel. No era cuestión de hacer partícipe de su impaciencia a un taxista morboso, así que toda la comunicación entre ellos se redujo en ese rato a gestos, caricias y miradas lo mas discretas que permitía la excitación en la que se estaban adentrando por una espera injustificada, ahora que la continuidad de esa tarde estaba esbozada.

Por fin. Salieron del ascensor en dirección a la habitación del hotel donde él se había alojado tantas veces. La llevaba de la mano, tirando de su figura remolona a cada paso, aún haciéndose de rogar, negándose a sí misma lo que estaba viviendo. Desmintiendo con la cabeza los pasos que daban sus pies. Se sentía presa de su propia curiosidad, de su propia inquietud, mientras él se hacía dueño del momento, dueño de ella, de su excitación.

Se detuvieron ante la puerta de la habitación y le dio paso entreabriendo la hoja de madera que daba paso a una estancia relajante, al fondo de la cual estaba encendida la tenue luz de la lamparita que había al lado de un escritorio. Ella entró dócilmente, con la cabeza baja, dio dos pasos y se detuvo girándose sobre sí misma para no tener que enfrentarse a una cama amplía, vacía, dispuesta para ser ocupada. Aquello le pareció un poco violento.

El cerró la puerta tras de sí, dejó sobre una silla cercana su maletín y la chaqueta y se dispuso a ayudarla a ella a quitarse la suya ante lo cual, de nuevo accedió dócilmente.

El deseo era intenso, demasiado evidente para esconderlo. Ambos sabían que en ese momento predominaba la pura atracción sexual, pero se trataba de algo tan aderezado desde el principio que lo convertía en un conjunto de sensaciones demasiado placenteras para ser obviadas.

A medida que su chaqueta abandonaba su cuerpo, una calidez bien distinta se aproximaba por su espalda en forma de labios que comenzaron a rozar su cuello. "Mmmmmm, es delicioso…" musitó él en el más discreto volumen de un susurro. Ella aprobó nuevamente su gesto ladeando la cabeza con los ojos cerrados, disfrutando el momento. Sintió su piel menguando entre sus brazos y el peso de su barbilla en su hombro, mientras instintivamente comenzó a acariciarle la cabeza. ¿Instintivamente? Sí. Para este momento también ella había envasado al vacío la razón de que hacía gala y un instinto irreprimible que solía llevar atado en corto salía a paseo.

Comenzó a desabrocharse con parsimonia cada uno de los botones de la camisa con el fin de hacer mas intenso su abrazo mientras su deseo peleaba con la apretura del pantalón. Dejó caer la camisa al suelo y agarrándola de la cintura la giró hacia sí, la asió suavemente por la barbilla con ambas manos y comenzó a besarla con toda la dulzura que era capaz de inspirarle. Las bocas se entreabrían hambrientas en besos cortos y se relajaban en otros largos, dejándose mecer por una marea tranquila. Sus lenguas se exploraron con avaricia sosegada. La de él se desplazó desde sus comisuras hasta el cuello, aspirando su aroma, recorriendo cada centímetro de piel. Su abrazo se hacía más intenso, más fuerte; le masajeaba la nuca enredando sus dedos con su cabello, atrayéndola con más fuerza. También la presión de los labios hacía más intensos los besos y mas dilatado el deseo que llevaba tanto tiempo escondido.

Ver sus ojos tan cerca le producía un sentimiento contradictorio. Era como haber perdido una batalla que nunca quiso ganar. Se sentía invadida y expectante por conocer las leyes que su poseedor quisiera imponerle.

Se fueron liberando de sus ropas y volvieron a abrazarse desnudos; hundió su cabeza en el pecho de él, y el descargó su mejilla en la cabeza de ella, sintiéndola mucho más próxima. La tomó de la mano y la llevó hasta la cama, haciéndola sentar en el borde para acariciarle los hombros, los brazos, poniéndose a su altura; le besó la frente, la boca, saboreó con cada uno de sus pechos disfrutando de la sensación de unos pezones erectos y endurecidos entre sus labios, sintiendo cada gesto, cada suspiro, cada gemido mientras ella le agarraba la cabeza en plena lucha con su propio deseo para no condicionar sus movimientos.

Su espalda calló sobre la cama en señal de rendición y entrega, y él aprovechó el cambio de perspectiva para poseer de nuevo su boca en un largo beso que se enredaba en su cuerpo como una hiedra trepadora, avanzando por el interior de sus muslos buscando la humedad de su sexo estremecido por el placer para lamerlo afanosamente de arriba abajo y de abajo a arriba, mientras su cuerpo se arqueaba emitiendo un largo suspiro.

El contacto se hacía mas intenso a cada roce, las caricias de sus manos sobre las caderas de ella se simultaneaban con el disfrute inigualable de apoderarse de su clítoris con los labios. Lo estiraba, lo frotaba, lo chupaba con fruición. Había perdido el norte. Se halló a sí misma mecida por una oleada de placer, en un océano de fluidos. "Me encanta sentir como me chupas… me estás volviendo loca", acertó a decir tan vagamente que mas que una expresión sonora pareció un pensamiento. "Eso es justamente lo que quiero…, y volverme aun más loco yo contigo. Quiero sentirte, quiero beber el placer que seas capaz de destilar… Llevaba mucho tiempo deseándolo", y acentuó la presión de su lengua y sus labios sobre su clítoris mientras dos de sus dedos la acariciaban por dentro.

Se movía agitadamente, jadeando, gimiendo, hasta estallar en un grito que anunció su orgasmo a los cinco sentidos mientras apretaba su cabeza contra un pubis extasiado, bañando su rostro en sus jugos.

Quería más. Quería sentirla una, cien, mil veces. Sentirla tensarse, arquearse, agitarse en su espacio. Escuchar su respiración, resbalarse con su sudor. Sentirla sentir.

Se incorporó sobre ella para volver a besarla y compartir la mezcla de saliva y jugos recién liberados con los últimos latigazos de su orgasmo. Coincidían sus labios y coincidían sus sexos. En poco tiempo su rigidez comenzó a invadir terreno a unos labios hambrientos e impacientes, pero no, aún no.

La giró para que quedase tumbada boca abajo y poder acariciarla de nuevo, esta vez por el dorso de su cuerpo, bañándose en la suavidad de su piel. Dejó resbalar su pecho y sus labios desde su cuello siguiendo el camino trazado, hasta llegar a sus nalgas para regresar a su boca mientras su sexo se instalaba entre dos piernas ligeramente separadas, deslizándose de atrás a alante, dejándose llevar por el calor y la humedad de su cuerpo.

El roce se hizo absolutamente intencionado. Ayudado por su mano, se abrió paso entre los labios buscando el roce de su clítoris, paseándose por todo su perineo en constantes viajes de ida y vuelta.

Entre expectante y agitada, sintió la necesidad de trazar la trayectoria de su deseo. Sabía exactamente lo que quería: "Deja que me ponga arriba..., voy a ..." , y sin dejar que terminase la frase se incorporó obedientemente para dejarla paso a gatas sobre él, hasta que estuvo sentada en sus caderas, mirándole desde arriba con gesto complaciente.

Comenzó a moverse suavemente, sin dejar de buscar su mirada, acariciando su pecho con las palmas de las manos. Se inclinó sobre él para alcanzar su boca, y apoyándose en sus codos elevó sus caderas para sentirlas descender pausadamente sobre su sexo ansioso, que fue desapareciendo en su interior milímetro a milímetro, mientras señalizaba cada pequeño descenso con un gemido en su oído.

Su cuerpo se volvió a tensar mientras subía y bajaba para sentirle clavándose una y otra vez. Se quedó quieta, sentada sobre él, sintiéndolo latir en su interior antes de iniciar un movimiento de vaivén que les fundiría en una sola pieza movediza e inestable hasta que un escalofrío los invadió, presas de la mayor excitación, sintiéndose vapuleados por oleadas de placer.

Se miraron queriendo compartirlo, como hacían con tantas otras cosas, buscando la coincidencia en lo poco común, hasta que sus cuerpos comenzaron a relajarse. Sonrieron a su complicidad y se besaron desinteresadamente. En un guiño, ella se acercó a su oído para confesarle... "¿Sabes una cosa? A mí ni siquiera me gusta el café".