Tu sabor en mi boca, el olvido en tus manos.

Prosa quizás poética. Una despedida, un amor fogoso y viajero. Placeres íntimos, dulzura desmesurada. Cadencia orgásmica, desde las lágrimas de mi sexo. (Este relato puede no ser lo que estás buscando, te invito a que te animes a acompañarme)

Me acerco los dedos de mi mano para olerlos, mirandome al espejo antes de lavarme la cara. Es uno de los placeres de arrancar el día con vos: cada poro de mi cuerpo huele a tu sexo. Tengo tu sabor aún en la boca y te elijo cada mañana como desayuno.

Me doy vuelta mientras sonrío, recordando que seguís ahí mientras yo volaba en el disfrute de inhalar con profundidad tus huellas en mi. Estás acostada, con el pelo revuelto. No querés que corra las cortinas aún, el sol debe esperarte. Nos gustaría que llueva para poder quedarnos todo el día acurrucadas, mimandonos, perdiendonos.

He pasado suficiente tiempo observandote como para recordar cada centímetro de tu cuerpo. A veces te sorprendo mostrandote detalles tuyos que ni vos misma conocías.

Se que no te quiero sólo para mi, ni para toda la vida. Hemos sabido amarnos en libertad. Sin embargo, compartir mi cuerpo con vos, sentir tus manos atravesandome, hundirme en tu pecho y retorcernos dandole el control a la otra, son cosas que me hacen sentirnos eternas. Lo hemos dicho en voz alta tantas veces... podríamos morir después de viajar juntas, y lo haríamos con una sonrisa en nuestros rostros.

Nuestro compartir pasó por muchas etapas: he sido "tu putita" (aunque en la actualidad ninguna de las dos avalemos ese tipo de trato), te he rogado que me domines, me has empujado la cabeza hacia abajo y pedido que me toque por webcam y llamadas para vos, hemos producido litros de elixir (del cual mucho yo he bebido).

Hoy, a pesar de estaraprendiendo a soltarnos y dejarnos ir, me gustaría seguir sintiendote. Porque nada se compara al aroma de tu piel, impregando en mi memoria. A tu calor, tu orgásmica complicidad. La increíble manera en la que convertiste mi cuerpo en un mapa del cual conocés cada rincón, y sabés a dónde me lleva cada estímulo.

Un cosquilleo me invade mientras releo lo que va escrito de este texto. Hace un par de horas pasate por casa a buscar un abrigo tuyo. Tantas veces imagino que cuando me cruzás, cuando aparezco en tu plano visual, tus ojos brillan como hace tanto, como aún los mios. Eso no pasa. Aunque se que tenemos diferentes maneras de expresarnos, y no somos pareja, y no estamos unidas como antes, y nada de lo que pasa entre nosotoras tiene por qué ser de otra manera, me encantaría que una vez más me mires, me abraces, me aprietes en tu pecho como si yo fuera una estrella fugaz: brillante y eternamente hermosa (siempre y cuando te animes a estar ahí para contemplarla).

Esta noche ibamos a vernos, pero algo más te ha surgido. Has tomado tus cosas y te has ido. No dormiré con vos esta noche, nadie sabe si quizás alguna otra sí. Lo dudo. Este texto y saberme amante del propio sentimiento, son mi consuelo. Te deseo, con la fuerza de mi aceptación y el poder de mi fuego.

Te suelto y me suelto, nos suelto. Gracias por el placer, la risa y la vida. ¿En cuántos orgamos nos recordaremos, aunque no sean producto de nuestra mutua labor?

Con un deje de amargura y deseandote lo mejor, me despido de vos. Mi gran compañera, pechos de miel, dueña de ese fruto fulgoroso, tierno y humeante. Juntas cabalgamos tantas noches, desde la dulzura y el coraje, escondiendo nuestros gemidos y saliendo victoriosas, compartiendo nuestro núcleo.

Me estremezco mientras me acaricio recordandote, fundida en esta despedida.