Tu querida.

Cuando no se es libre, la mejor opción puede ser pedirte que beses el interior de mis muñecas.

Rozar tu piel apenas con la yema del dedo… y sentir que se aleja tu espalda. Un suspiro mío… uno tuyo…

No me dejas acercarme, no me dejas alejarme. ¡Maldito seas mil veces por convertir mi vida en el juego loco en el que se ha transformado! Desearte y no poder siquiera imaginar cómo sería estar, por un solo minuto, enredada a tu cuerpo desnudo…

Toma mi mano, que ya es tuya, y haz con ella lo que quieras… La otra no te pertenece…

¿La quieres? ¿Quieres la otra? Pues ven a cogerla, que aunque tiene dueño, quiero ofrecerla. Tal vez de ese modo, mi amado, puedas cambiarle el nombre…

¿Asusta? Yo tiemblo todas las noches… y mis días se hacen eternos, mirando mis manos, tan iguales, y para mí, tan diferentes… Besa el interior de las muñecas que te ofrezco, y márcalas con tu nombre, que yo no puedo. Ya soy tu querida, hazme dichosa…

Date la vuelta y mírame a la cara. Desea mis labios, desea mi lengua. Recuérdame lo que es sentirme verdaderamente amada, y no solo la pantomima que entierro en mis carnes desde hace tantas lunas. Apiádate de lo que siento, y no pidas más de lo que puedo dar. Comprende mi existencia maldita, y reza conmigo para que tu cuerpo, fundido con el mío, sea capaz de hacerme un ángel, y no el demonio que me siento.

Lame mi piel, besa mi alma…

Pronuncia mi nombre…

No te apartes, que yo no puedo seguirte. No me dejes atrás, que quiero acompañarte. Hunde tu cabeza en mi pecho, deja que te abrace. Llora sobre mi piel, que necesito lavar mis pecados…

Ámame…

La distancia que nos supera ahora puede no serlo en breve. No puedo ofrecer más que lo que tengo, porque hay una parte de mí que entregué hace tiempo. Recuperarla puedo, más no sé si debo… Sé que no es fácil, ni para ti ni para mí. Pero tal vez que no lo sea es lo que nos ha unido en alma, aunque no en cuerpo.

Deja que seque tus lágrimas, quiero mezclarlas con las mías…

Dame la vida, no me la quites. Si debo saltar sabes que estoy dispuesta. Necesito tus brazos al final del acantilado para que me sostengan. Mi cuerpo se cuartearía si no llegas a esperar mi descenso… tu descenso… nuestro reencuentro.

Quiero lamer tus heridas para curarlas, no para hurgar en ellas. Las mías también necesitan atenciones, y sé que tu lengua es experta en la materia.

No es solo sexo, vida mía… pero por algo se empieza…