¿Tu me ves fea?

Nos despertamos abrazados. Nos despertamos no por la alarma sino por el ruido que emitían nuestras respectivas parejas, a las tantas, aprovechando para follar con más conciencia, con más conocimiento y menos alcohol de por medio.

  • Tu….¿tú me ves fea Miguel?.

La pregunta del millón, la más inconveniente en un instante como aquel, en que mi polla se alarmaba, intuyendo lo que Verónica ofrecía.

  • ¿Me ves fea? – insistió mientras al otro lado del tabique, se escuchaban los bufidos de José, apretando contra la entrepierna de mi mujer.

Verónica y mi señora eran almas casi gemelas, aunque no de niñas, que suelen ser las primeras en darse cuenta de que la vida separa más que amontona.

Lo hicieron en la universidad, con dieciocho, cuando se saborean con más tino, lo que son las grandes excusas de la vida…..un buen trago, una conversación con solución para todo, un orgasmo descomunal, un rincón nuevo.

En la Facultad, a ambas las clasificaban del montón, ni feas, ni guapas, ni listas, ni tontas….pero con un discreto atractivo que las llevaba, a la larga y sumisamente, a saberse imponer frente a aquellas que chillaban una belleza artificial que sus ropas de marca malamente camuflaban.

Alicia era rellenita, de pies regordetes, juguetones y coquetos, con la mirada en ocasiones tajante, en ocasiones pasiva, pero siempre atenta.

Tal vez la única diferencia entre ambas es que, mientras mi mujer, antes de conocerme había tenido su discreto éxito con los chicos, a Verónica, tan rellenita como ella solo que con los pies más apuntados, tan solo la había besado, amado y penetrado José.

José era el mayor del grupo.

El mayor con ventaja pues mientras nosotros arribábamos sin agobios a los cuarenta, el veía los cincuenta a dos pasos, con esos apuros que entran a aquellos que, viendo el naranjo pasar, sospechan que no han exprimido al máximo su zumo.

José, tipo honrado, trabajador infatigable con amplia experiencia en marcha setentera, encontró el altar justo cuando en su casa, le andaban preparando los santos.

Mucha hembra poca esposa, aquella fue su vida de

infatigable solterón hasta que topó con Verónica.

La carrera terminó en diploma y aunque la vida avanzó su escalera, ni Vero ni Ali, separadas por kilómetros y objetivos, consintieron nunca perder su amistad.

Para mí, que la conocí al tiempo, se convirtió en hábito el quedar dos o tres veces al año, en casa ajena o propia, de viaje conjunto o sencillamente de cafetera y verlas unidas por aquella relación tan especial que consideraba la confianza, como un aditivo.

Luego fueron viniendo los casorios, los niños, la lucha por una plaza de guardería, los cambios de trabajo, los jefes hijoputescos, las canas, las alopecias, la ausencia de tiempo, los roces de pareja, el desgaste por respirar bajo un techo donde, en ocasión, uno tenía la sensación de no llegarle las manos para tapar tanta gotera.

Hasta aquel fin de semana de relax, sin clientes, móviles o hijos en una casa rural soriana.

José la conocía, de sus escapadas previas, por lo que fue el quien se encargó de poner puntos sobre “ies” y cerrar fechas, precio y trato.

Apenas llegamos las chicas, pues en el instante en que se abrió la puerta de aquel caserón del siglo XVII dejaron de ser esposas y madres para volver al tiempo universitario, declararon oficialmente su negativa a hacer nada por lo que, yo quedé proclamado cocinero y José, enólogo…yo deshice maletas, José localizó llaves del gas, yo encontré la vajilla, la leña para el hogar y la mantelería, José mantas extras, escobas, fregonas, artículos de limpieza.

Cuando tres horas más tarde preparaba la cena, nuestras dos “chicas”, libres de criaturas, disfrutaban con los pies enfundados en calcetines de lana gorda, del amansado crepitar de la chimenea mientras agasajaban el vino tinto peleón que el decano entre nosotros había elegido para abrir hígado.

  • De verdad es que parecen hermanas – comenté escuchando sus carcajadas desde la cocina.
  • Lo dirás por el carácter Miguel – respondió liberando un blanco seco – Porque en el físico….hay mucha diferencia.
  • ¿Nos peleamos por la belleza de nuestras damas? – bromeé – A Vero se la ve estupenda.
  • No es coba – puso en mis manos una copa – Alicia se conserva mejor aun que hace diez años. A mi mujer sin embargo….se le echaron encima los partos.
  • Eso es normal macho – aduje aliñando las judías verdes con virutas finas de pate – Ali tampoco es la misma.
  • Ya pero….- bebió un trago algo más largo de lo normal. Como si intentara encontrar en la uva fermentada el valor que no topaba estando sereno – En la cama, Vero, me cuesta.

José y yo nunca habíamos llegado al extremo de semejantes confidencias.

Entre ambos existía ese tipo de relación cómoda donde siempre se tratan asuntos sobre los que se está de acuerdo y en los que no, más de una ocasión, por no rozar, había fingido estarlo.

Diplomacia o hipocresía según se mirara.

Ignoro si fue el ambiente de aquel lugar reconozco que mágico, las sensaciones fértiles, el regusto del vino o la ausencia de responsabilidades más allá de no socarrar la cena, pero terminé bajando guardia y entrando al toro.

  • Eso pasa a todas las parejas José – reconocí – A nosotros ya no nos busca el mismo fuego que antes. Esos años de cuatro polvos diarios…quedaron atrás.
  • Hace dos meses que no lo hacemos. Ella me busca lo reconozco pero es que su cuerpo….no se.
  • Amigo mío perdóname, pero ni tu ni yo somos culturistas – señalé con la cuchara de madera hacia su calva y luego a mi aun admisible barriga.
  • Ya – pareció dolerle en el alma reconocerlo – Pero es que a los veinte años Miguel….buff a los veinte yo era un titán de verdad, no exagero. He estado con cada hembra.
  • Lo sospechaba – la verdad es que su fama le antecedió, sobre todo cuando tras hacerse público su noviazgo, todos corrimos a buscar referencias.
  • ¿Te acuerdas de Leandra?.
  • ¿La arquitecta?. No jodas que….
  • Un verano entero estuvimos acostándonos.

Leandra cumplía el antiestereotipo de lo que se supone es una mujer de pueblo grande o ciudad chica. Leandra siempre hizo lo que le pasó por cabeza o bragas, que lo mismo se zumbaba a un casado del Opus que se cogía de la mano públicamente con una de su mismo género.

En el lugar se la daba por una perdida y podía permitirse la fama….primero porque como arquitecta era excepcional, de premio nacional y todo. Segundo porque su cuerpo era, prácticamente perfecto ….y seguía siéndolo a los cuarenta y cuatro con un hijo que nunca se supo, que padre lo había engendrado.

  • Y ahora…..estar tan alto y verme en estas, machacándomela en la ducha como si volviera a tener quince años.
  • Lo vuestro es haberos acostumbrado demasiado – al menos allí creí ver la explicación – A mi Vero, se me hace atractiva. Vamos, francamente, no es un bellezón venezolano pero basta verla para sentir curiosidad – reconocí mientras picaba finas cebollitas y tacos de calabacín con los que guarnicionar el entrecot.
  • Pues Alicia esta buenísima – no pude evitar girar la cabeza, mirarlo con retina afilada y obligarle a beber de un solo trago, el contenido en vino de un vaso que acababa de ser rellenado.
  • ¿Encontrando valor para decirlo pillín? – sonreí, indicando con la barbilla que la botella andaba agonizando – Además….intuyo que Vero es, un poco acomplejada, un mucho celosa. Es a ella a quien deberías confesarle todo esto.
  • Bueno Vero también te encuentra a ti….atractivo.

Regresé a la sartén sin pretensión alguna de continuar una conversación que se me estaba espesando.

  • Perdona Miguel – y José también se dio cuenta de que la incomodidad, había terminado imponiéndose – Perdona no quería faltarte al respeto. Tu amista es…
  • A ti lo que te apetece, es follar a Alicia.

La pregunta se dispersó….como la sal entre los jugos, en un aire del que se apoderó una ausencia total de respuesta.

La expresión pensativa de José, la mía, concentrada en la actividad culinaria, las risas y cuchicheos que provenían del salón, el cocinero de espaldas, cómodamente adoptado por las cacerolas y el amigo en pie, permitiendo que escuchara sus cada vez más frecuentes sorbidas del vaso.

  • Saca la botella buena José – avisé en cuanto juzgue que la carne estaba jugosa – Y avisa a las damiselas que esto pide dientes.
  • Voy – contestó no sin antes, poner una mano sobre mi hombro, queriendo asegurarse que si no utilizaría la sartén para abrirle un boquete en el cráneo.

Yo solo supe responderle con una sonrisa abierta y sincera.

Al fin y al cabo, José estaba haciéndose preguntas….las mismas que nosotros nos haríamos….en cuanto cumpliéramos su edad y el estuviera ya o muerto o jubilado.

A la pitanza, algo copiosa pero deliciosa, hubo que regalar a base de bien para conseguir que se diluyera en el estómago.

Al terminar, todos terminamos con los botones del pantalón desabrochados, la cara de apuro estomacal varias botellas exprimidas hasta la etiqueta y la cara de felicidad de quienes llevan dos horas entre confidencias, chistes verdes, compenetración y risas.

Vero marchó entonces a la nevera para regresar con el pacharán casero que su padre procuraba…algo tan único que era el undécimo pecado.

  • ¿Has traído muchas botellas de estas?.
  • Le sise dos al pobre papa – confesó –Una para cada día.
  • Pues al ritmo que vamos – señaló Alicia – No llegan a mañana.

Al levantarnos para acomodarnos frente al fue, Alicia dio un traspié que a punto estuvo de desparramarla por el suelo, de no ser por el oportuno brazo de José, que la agarró cuando ya le veía la marca al entarimado.

Mi mujer comenzó a reírse de manera acelerada.

  • Umm Ali, que aquí se palpa buena cintura.
  • Ya…ja, ja, ja – como a todas las féminas, la mía solía desconfiar del halago – Serán dos cinturas que después del embarazo, me faltan horas de sueño y me sobran kilos.
  • Lo de los kilos lo dirás en broma – bromeó Vero – Mira.

Dicho lo cual, alzó su camisa para exhibir un ombligo generosamente abombado cuya chica, bordeaba la cintura hasta ocultar la parte alta de su tejano.

  • Que asco me da esto – añadió aferrándose el michelin.
  • No digas eso.

Todavía hoy, ignoro porque dije eso.

Aunque no estaba cabreado con José, si me sentía molesto.

Vero no era un escaparate de hermosura pero le había dado su juventud, que el invirtió en follarse todo lo que encontraba y ella en enamorarse y casar con su único hombre, además de parirle sus dos hijos y no quejarse las mil y una veces que el oficio de José le obligaba a justificar otro retraso.

Vero no se merecía soltar una así y que alguien no le informara que estaba muy equivocada.

Los tres se quedaron mirando, al unísono.

  • Estas muy hermosa Vero. De antes, de siempre y mucho más ahora – sentencié dando por concluida la escena al dirigirme hacia los sofás.

Aguardaba una reacción alérgica por parte de mi esposa, un estampado de mano en el moflete o cosa por el estilo.

Pero en lugar de eso, recibí toda una sorpresa visual viendo como andaba hasta el salón, se sentaba y acomodaba sin apartar la mano de José de su cintura.

  • Miguel tiene razón tonta – ratificó – Estas guapísima.

Vero sonrió.

Sonrió como si hiciera años que nadie le regalaba un adjetivo que no sonara a fofa o gorda.

Terminamos los cuatro sentados, comentando el mundo, temática, problemática y soluciones, vaso a vaso, trago a trago, risa tras risa sin apercibirnos que sobre los dos tresillos, Vero se había sentado conmigo y junto a José, paraba mi enrojecida señora.

  • Estoy muy perjudicada – advirtió con voz gangosa – Pero perjudicada de veras.

Hablamos hasta que, sin darnos cuenta, pasamos de hacerlo los cuatro a quedarnos de dos en dos con quien teníamos al lado....sin importarnos el tema, ni si estábamos demasiado juntos y acompañados.

Fue el rabillo del ojo izquierdo quien dio el primer aviso, descubriendo como la mano derecha de José se había activado, manoseando con un descaro ofensivo el culo de Ali….de una Alicia callada, que, más que quejarse, lo que hacía era dejarse procurando que no me enterara.

Cara de susto, falsamente avergonzada, mordiéndose el labio inferior pero sin quejarse, sin airarse, sin decir nada….dando un permiso que José aceptó glorioso, pues no se cortó en poner los labios sobre su cuello.

  • Voy un momento al baño – se excusó Alicia, quien, aparentemente, no había descubierto que lo había visto todo.

Un voy un momento al baño que, dentro mi mente, resonó un minuto larguísimo, sin prestar atención a Vero, hasta que sentí su mano, directamente posada sobre mi paquete….y sus ojos, descaradamente ofreciéndose a los míos con un….”hazme lo que quieras, dime que te haga lo que quieras, déjame hacerte lo que quieras”.

Vero, Vero, un hombre siempre pierde la cabeza.

Vero, nunca imagine que ibas a ser tú el motivo de aquella locura.

  • Te…te, tengo que ir al baño Vero.

Ella bajó los ojos.

  • Lo entiendo Miguel – y separó su mano.

Caminé la losa temblorosamente achispado, escuchando un creciente ruido de besos y gemidos.

Las prisas provocaron que olvidaran cerrar la puerta y que fuera sencillo contemplarlos.

Abrazados hasta atravesarse, Ali sentada en la tarima, José entre sus piernas, rozando su paquete con lascivia mientras, aun vestidos pero con las telas arrugadas, se sobaban, besándose con fanatismo, lamiéndose con las bocas muy abiertas y las manos sin saber muy bien que parte apretar primero.

Alicia pecaminosa abrió levemente sus ojos para verme, para volver a cerrarlos y entregarse ya sin candado, a aquella posibilidad ahora tan real como la polla que su mano estaba ya palpando.

Locura porque nunca imaginé verla en semejante compostura.

Locura porque estaba soberana y llanamente excitado.

Retrocedí sin dejar de mirarlos, calibrando si de mañanas, aquella escena regresaría a mi mente con consecuencias.

  • José siempre la ha deseado.

Hasta que escuché a Vero,

a su voz quebrada por las inseguridades y me giré para volver a verla.

  • Yo me moría de celos cuando me lo decía…

Vero ofrecida de pie, en el descansillo, descalza, desnuda.

  • Pero es la verdad. José tiene esto – toco sus tetas con desprecio, provocando que durante un rato largo se mecieran – Y entiendo que la prefiera a ella.

¿Cómo podía ser tan cruel consigo misma?.

¿Cómo alguien podía sentirse tan hundida, tan aplastada por la obligación de tener treinta y pocos, dos hijos, carrera, una profesión y seguir teniendo el tipazo de los dieciocho?.

Me acerqué….borracho, voluntario y consciente….consciente que tras sus caderas ensanchadas pistoleras….consciente que tras sus pechos, tres veces grandes y una caídos desde que la conociera….consciente de que tras su grasa parapetada, tras su faz cansina y sus muslos sin gimnasio, se parapetaba una mujer real, puramente real, sin aderezos, auténtica, necesitada y dispuesta.

Y nos besamos….sin besitos de novato, directamente abriendo los labios para entrelazarnos a base de babas, deseo y lengua.

  • Ummm – ella gimió, gimió tras cada beso, gimió cuando la abracé acercándola a mi pecho, gimió cuando la alcé y abrió sus piernas para anudarlas a mis caderas, gimió cuando di una patada a la puerta del primer dormitorio que tuve a mano, sin importarnos de quien era, sin importarnos nada, nada y una mierda.

Caímos a plomo torpón sobre el colchón, un nuevo King Size que resistió el envite sin inmutarse, aunque

ella, con prisas, con una torpeza fruto de la falta de práctica y confianza, apenas atinó a bajarme la bragueta.

  • Estoy desnuda con otro – afirmó sonriendo, todavía sin creérselo – Desnúdate Miguel por favor.

Me reincorporé, despojándome con sutileza de borracho

de cada pieza, ante la atenta mirada de Vero, alzada con los codos sobre la cama, con esa cara que ponen aquellos que hace mucho desean algo y cuando les llega, no terminan de pellizcarse para aceptar que lo tienen delante…solo tienen que tocarlo.

Porque eso hizo.

En cuanto mi polla se liberó como un muelle grande en sitio chico, se acercó, se sentó en el borde, la cogió, la acarició, la besó, la devoró….muy mal por cierto.

Primero la chupaba haciendo vacío, olvidándose que el 50% de una boca es lengua.

Luego los dientes tropezaban constantemente, asustando a mi pobre miembro que ignoraba si iba a ser súbitamente decapitado.

  • Uy.
  • Pe, perdona Miguel yo, yo….
  • Déjame – leches si casi estaba al punto de la lágrima.
  • No soy muy habilidosa.

No la escuchaba.

En esos instantes, mientras Vero balbuceaba cualquier disculpa, la tumbe con elegancia, besé su cuello, besé sus pechos, besé su ombligo, besé sus muslos, bese la cara interior de sus muslos, abrí sus piernas, bese su coñito, poco peludo, castaño, húmedo, con un olor cautivador, debilidad de los hombres que gustamos de acercarnos para olerlos.

Abrí los labios, saqué la lengua y repasé aquella oquedad de abajo a arriba con todo bien ensalivado.

  • Oooooooo….Diooosssssss…..oooooo Miguel….

Volví a hacerlo.

De fondo escuchaba el placer de Vero.

El placer de Vero y el de Alicia, la última por lo general, poco inclinada a los gritos pero que, aquella noche, por las circunstancias o el morbo, recibía entre suplicas de más polla, las arremetidas del amigo.

Su cama, lejos de ser como la nuestra, rechinaba, contagiando de morbo todavía más el evento.

  • Miguel no sigas que me vengo….me vengo….me vengo eh….¿puedo venirme?.

¡Que tonterías!.

Apenas lo dijo aceleré el ritmo, dejando que escuchara el chapoteo de mi cara entre sus jugos y entonces…..

  • ¡!Aaaa, aaaa, aaaaa siiii!! – pude entrever que se ponía la mano en la boca sofocando la corrida que la estaba sojuzgando.

Quedó rendida,

con los ojos cerrados, la piel encarnada como un tomate a finales de agosto….gimiendo hasta ir recuperando el ritmo respiratorio.

  • Disculpa Miguel es que….estaba tan….no se.
  • ¿Pero que te ocurre Vero?.
  • No, no te enfades.
  • No….deberías ser tu quien se enfadara contigo misma. ¿Cómo te menosprecias así?. Parece que no te valoras para nada, parece que….
  • Oggggggg – al otro lado Ali se corría por primera o segunda vez. Daba igual.
  • José no me folla así desde hace tanto – lamentó acariciando con cariño mi brazo izquierdo.
  • Pues debería – anuncié convencido de tirar adelante no por piedad, sino porque la mujer que delante mío, carnal y oliendo a sexo, era una mujer hecha y derecha, sin engaños ni aderezos – Mira como consigues ponerme.

Vera me miró….no a mi, sino a mi polla.

Una polla normal pero bien depilada.

Una polla normal pero novedosa.

Una polla que en esos momentos, suplicaba un Waterloo sin tregua.

Y Vero comprendió.

Echándose sobre la cama, abriéndose de piernas todo lo que pudo, puso sus manos sobre su vagina y abrió los labios.

  • Lléname.

Me posicioné, con arte y pericia puse sus pies en mis hombros…”la sentirás más profundamente” aclaré.

“¿Pero cuánto hace que a esta no le echan un buen polvo?”.

Y la penetré…..entrando en ella con finura, permitiendo que en el último momento se arrepintiera y pidiera echar atrás todo aquello.

A quien no la penetraban con semejante sutileza era a Alicia…que por el sonido de la carne estaba a cuatro, siendo taladrada por algo que no veía, pero que apuntaba a grueso…”! Dame más, dame fuerte!”.

Cuando llegué al fondo, Vero había arqueado la espalda, aferrado sus uñas a las sábanas, echando atrás el cuello, abriendo la mandíbula derretida….

  • Ufffff Miguel que bueno, que bueno, que buuuuuu eeenoooooooooo

No la dejé acabar.

Aceleré todo lo que pude y por sorpresa.

Vero se activó, añadiendo humedad a su coñito y movimientos espasmódicos al cuerpo.

No pude evitar poner atención a sus tetas, tres veces las de Ali, meciéndose con un brío desbocado de arriba abajo….y tuve que alzar los tacones para no correrme antes de tiempo.

  • Sigue, sigue, sigue….!!sigueeeee!!.

Obedecí hasta que juzgue que ya bastaba.

  • Date la vuelta.
  • Por detrás no Miguel. Nunca me han….
  • Te voy a taladrar el coñito desde atrás Vero….hasta que te desplomes reventada.

No fui nada sutil desde luego.

Pero a esas alturas, con la otra cama de aquella casa rural soriana a punto de despanzurrarse, ya todo nos daba igual.

Vero se giró, poniéndose a cuatro con el culo en pompa y la cabeza hundida en la almohada.

“Ahora veras José” – pensé, cuando escuchaba como llamaba zorrita a mi señora, en ese segundo mágico en que la suya volvía a deshacerse sintiendo mi polla entrando sin llamar a la puerta.

Retomamos el ritmo salvaje, pero esta vez Vero se acompasaba, haciendo esfuerzos con el cuerpo, empujando hacia atrás, gritando descontrolada, agarrando los barrotes del cabecero con las manos, estrujándose contra mi mientras su culo, fofo hipnótico, lanzaba oleadas adiposas de atrás hacia delante.

Unas oleadas cada vez más bestiales que terminamos por descontrolar cuando…

  • No puedo más Vero….te voy a llenar.
  • ¡!Me corro, me corro por Dios me coorrrrrrooooo ssiiiiiiiii!!.

Dos minutos después…dos deliciosos minutos después, mi rostro contra su espalda, ambos jadeando, agotados de placer, agotados por el vino, por el brutal polvo……el silencio.

  • Perdóname Vero…me he corrido dentro.
  • No esperaba…uf que hicieras otra cosa.

Nos despertamos abrazados.

Nos despertamos no por la alarma sino por el ruido que emitían nuestras respectivas parejas, a las tantas, aprovechando para follar con más conciencia, con más conocimiento y menos alcohol de por medio.

Vero se zafó para entrar en el baño.

Lo hizo dejando tras de sí un aroma a batalla entre cuerpos.

Durante cinco minutos la escuche mear, la escuché trastear abriendo grifos mientras los gemidos de José y Ali se incrementaban.

Al regresar la contemplé desnuda y ella a mí, despierto.

  • ¿Me ves fea?.

En ese instante, por el prolongado gemido, José penetraba a Alicia.

Abría la arrugada sábana para dejar que contemplara mi miembro, dispuesto nuevamente para follarla.

Y Vero abrió los ojos, acercó su maravillosamente decaído cuerpo, se subió encima, lo aferró y sin preámbulos, sin ostias, se lo fue incorporando lentamente en un coñito poco mojado que sin embargo, lo recibió con un suspiro ansioso.