Tu manera de amar (capítulo 1)

Confesión.

No comenzaré esta historia diciendo que Amelia es la típica joven introvertida, dedicada a sus estudios, con un circulo amistoso muy reducido y que esconde bajo sus ropas holgadas unos atributos físicos dignos de reconocer.

Su mente está llena de pensamientos como el mundo de personas, por lo que siempre ha creído que lo que hace diferente a cada una, es realmente lo que da y lo que hace.

Desde temprana edad y cuando empezó a tener uso de razón, supo que sus preferencias sexuales eran diferentes a las de los demás, o al menos las únicas que en ese entonces conocía.

Con un padre ausente y una mamá de pocas horas, durante mucho tiempo tuvo que lidiar sola con esas cuestiones. Fue un tanto difícil pues sin nadie que la orientara pasó por varios procesos para llegar a la aceptación y comprender que a diferencia de los heterosexuales, ella la tenía un poco más complicada.

Nunca mostró actitudes que delataran sus inclinaciones, y si las tenía, no les dio demasiada importancia, salvo en aquellos momentos cuando la gente le empezaba a cuestionar cosas, pues hasta cierto punto ella se sentía bien y eso era lo que importaba.

Una tarde cuando tuvo claro lo que era y después de tanto darle vueltas al asunto, se armó de valor y decidió contárselo a Martha, su madre, aquella mujer que si bien no compartía mucho tiempo con ella, para Amelia significaba todo, porque incluso en las pocas horas que convivían había momentos realmente buenos, además alguien tenía que pagar los gastos de la casa, después de todo no podía ser tan ingrata y recriminarle la poca atención que recibía.

El reloj estaba por marcar las 7:00 p.m. lo que indicaba que en unos minutos llegaría su mamá, Amelia era un manojo de nervios, el corazón le latía a un ritmo descontrolado, las manos le temblaban y su cerebro producía más de mil pensamientos por minuto. Se sentó en el sillón de la sala, a espera de que su madre cruzara por esa puerta, frotaba las manos contra sus piernas en repetidas ocasiones mientras en su interior, su yo cobarde le animaba a abortar su decisión, pero era demasiado tarde, afuera se escuchó el sonido de unas llaves mientras la puerta se abría, lo que indicaba que su madre había llegado.

  • ¡Amelia, hija! Tremendo susto que me has pegado, te imaginé fuera de casa - decía su madre al mismo tiempo que ponía su mano sobre su pecho.

  • Lo siento, decidí quedarme porque quiero que hablemos. - Expresaba Amelia mientras su madre ponía su bolso y sus llaves en la mesa de centro.

Al cabo de unos segundos tomó asiento al lado de su hija, se puso cómoda a manera que quedaran frente a frente.

  • ¿Y bien? - Preguntó Martha, con una mirada inquisitiva.

  • ¿Mamá, tú me consideras especial?

  • ¡Claro, hija! Eres el regalo más grande que como mujer he podido tener.

  • Pero yo no soy como las demás chicas de mi edad.

  • Bueno, sabes de sobra que cada persona es diferente, hija.

  • Me refiero a que soy aún más diferente mamá, es que... A mí... Me gustan las mujeres. - Amelia decía esto mientras sus ojos se tornaban vidriosos.

  • Y a mí me gustan los hombres, - expresaba su madre mientras esbozaba una leve sonrisa.

  • Mamá, yo...

  • Tranquila, sé lo que eres, o al menos lo suponía

  • ¿Cómo que lo sabes? - Cuestionó Amelia con cierta confusión.

  • Instinto maternal, hija. - Y para ser honesta no es la mejor noticia que pudieras darme, pero cierta parte de mí se había estado preparando para este momento, pues sabía que llegaría el día en el que te animaras a hablarlo. Así que sólo quiero que estés bien, que seas valiente y siempre sigas tus convicciones, ¿Te imaginas qué clase de madre sería si basara mi cariño en lo que eres?

  • Amelia abrazo a su madre mientras las lágrimas escapaban de esos ojos color marrón.

  • Ya, ya... Venga, no nos pongamos cursis. -Decía su madre al mismo tiempo que se levantaba.      - Vamos a preparar la cena que muero de hambre, a lo que Amelia asintió sonriendo y secándose las lágrimas.

De cierta manera la reacción de su madre la sorprendió, se había dibujado un panorama fatalista y ahora todo estaba dicho... Una sensación de liberación recorrió su cuerpo acompañado de un largo y profundo suspiro. Mientras reafirmaba para sus adentros que su madre era la mujer más maravillosa del mundo.