Tu madre, la puta de todos 4
Una inocente merienda de amigos, desvela los secretos mas íntimos de la madre de uno de ellos.
CAPITULO VI
SIGUIENDO A MARISA
A las cinco menos cuarto estaba como un clavo, metido en el coche a unos metros del portal de Marisa. No había visto las nuevas fotos, aunque las llevaba en la Tablet. Cuando subí a casa, me duché, comí, me tumbé un rato, y menos mal que puse el despertador, que si no aún sigo durmiendo. Había dormido poco la noche pasada y encima muy excitado psicológicamente por todo lo que habíamos visto. Ahora me encontraba bastante más despejado.
Al momento, llegó Pablo. Yo había tenido controlado el coche de Marisa. Me había quedado con él por la mañana. No solo la había mirado el culo.
“Hola, tío, no ha salido”, me preguntó.
“De momento, no, y el coche está ahí”, contesté.
“Bueno esperemos hasta las cinco si no aparece le mandaremos un wasap a Oscar a ver si está o no. Tenemos la disculpa”, dijo Pablo. “Oye, ¿tu como andas de pasta?”
“Yo, bien”, le contesté, “debo de llevar 5 euros en monedas en el bolsillo. ¿Por?”, respondí.
“He visto en Amazon unos localizadores por GPS por cincuenta pavos que no tiene mala pinta”, me contestó.
“Pabló, ¿no crees que nos estamos pasando?, de todas formas, no tengo los 50 pavos”.
“Atento, ahí sale. No arranques hasta que no se meta en el coche, que no oiga el ruido del arranque”, me dijo Pablo.
Yo flipaba, este chico estaba enfermo. Y enfermo me estaba poniendo yo de ver a la marisita. Llevaba un chándal estilo leggings azul oscuro y arriba una camiseta de tiras color beige, que le remarcaban aún más su silueta. Deportivas. Una bolsa de deportes colgando de un hombro y estaba para empotrarla allí mismo. Su peinado. Me llamó la atención. O lo traía de peluquería, o se lo había ella arreglado a conciencia. Desde luego no parecía el peinado de alguien que va a la piscina, ni la ropa de alguien que va con las amigas de compras.
Ya me estaba yo volviendo paranoico como Pablo. Esperé a que se metiera en el coche, y siguiendo las instrucciones del agente especial Pablo, arranque coincidió con el suyo.
No te pegues a ella, mantén siempre esta distancia, que se meta algún coche entre medias. Circulamos dos kilómetros, hasta el centro comercial más cercano. Aparcó el coche. Yo aparque dos filas detrás de ella. Salió disparada. Nosotros detrás.
Coño esta tía llevaba prisa. Subió las escaleras metálicas. Subiendo a la derecha estaban los lavabos. Entro como una flecha.
“La habrá dado un apretón”, me comentó Pablo.
“Tú crees que ese culito también cagara?, le pregunté riéndome.
“Y unos chorizos que lo flipas, seguro, pero no me cuadra que una tía salga de su casa, y tenga que parar corriendo en un centro comercial a mear o lo que sea. Espero que no tengo esto salida trasera” dijo Pablo asomándose a ver si veía otra salida por el otro lado del pasillo que llevaban a los servicios.
“Tú has visto muchas pelis de espías, tío”, le dije riéndome.
No perdíamos de vista la salida de los servicios.
Salió una tía despampanante. Un vestido amarillo chillón por medio muslo, con botones en el centro y escote en V. Zapatos de tacón amarillos a juego. Unas gafas de sol si no me fallaba la vista Ray-Ban Erika, de patilla gris. 100 pavos. Lo sé porque mi hermanita había estado dando la matraca a mis padres, hasta que la compraron unas, y eran como esas. Un puto pivonazo.
“Mira que pivón Pablo”, le dije.
“Te gusta, ¿no?, pues arrea que es ella”, contestó Pablo echando a andar detrás de Marisa.
Ahora me fijé y si, llevaba la misma bolsa de deportes, pero el resto al menos de lo visible, se había cambiado todo. Y encima las gafas de sol, la hacían aún más sexy.
Otra vez corriendo detrás de ella. Y Pablo comiéndome la oreja,
“Hay que estar más despierto, colega, que casi se nos escapa el objetivo”.
“Me tienes acojonao, Pablo. Estoy esperando que en cualquier momento saques una sirena, me la pongas en el techo del coche, y una pistola, y te líes a pegar tiros”, le dije riéndome.
“Tiempo al tiempo. Vigila los semáforos, si ves que ella se va a pasar uno en ámbar, acelera y pasa detrás. No podemos perderla ahora”, me dijo.
Aquello estaba empezando hasta a estresarme.
Salimos en dirección A-2. Conduje durante 20 kilómetros, hasta llegar al hotel Loob, en torrejón. Bajamos una cuesta que llevaba a la recepción automática. Ella abrió la barrera pulsando unos números en el teclado que tenía la máquina. Evidentemente, nosotros no teníamos ni idea de esos números. Alcanzamos a ver que se metía en el parking 5.
Vimos que había un parking para visitantes, que supusimos que estaba destinado a casos como este que no vinieran todos en el mismo coche. Aparcamos allí.
“Y ahora que, ¿tío?, le pregunté.
“Ni puta idea”, me contestó Pablo sin pestañear. “de todas formas déjame que haga una llamada, tengo un colega, que estuvo trabajando en un antro de estos una temporada. No sé si en este o en cual, pero quizás sepa si hay forma de entrar sin ser vistos”.
Yo flipaba. Si no acabábamos en el trullo poco le iba a faltar. Mientras, Pablo hablaba con el colega. Por las exclamaciones y las caras, me temía que le estuviera diciendo la forma de entrar. Y así era. Cuando al final colgó me dijo,
“Solucionado tío. Me ha dicho que él no trabajó aquí, pero todos tienen la misma construcción, que de hecho los construye la misma empresa. Que todas tienen un servicio de Pasaplatos, que es una apertura en la pared cerrada con una puerta donde se sirven las bebidas o comidas que puedan pedir de las habitaciones. Dice que la puerta se abre desde dentro y desde fuera para poder dejar las bebidas. Que no son herméticas y que por lo tanto se oye lo que pasa dentro y que, si nos va el riesgo, también podemos abrirla una rendija para ver lo que está pasando en la habitación. Dice que, de hecho, así es como muchos paparazzis se enteran de las exclusivas. Dice que a estas horas es dificilísimo que alguien pida algo y que solo habrá un servicio de habitaciones, y que solo hay que andar pendiente de que ese no nos vea.”
“Genial”, le dije yo, ¿“y como entramos? ¿Llamamos al timbre?
“No, me ha dicho que hay unas trampillas por dónde sacan la basura que conducen a la cocina. Que entremos por ahí busquemos la escalera para subir, y miremos el número de habitación. Están puestos en el pasillo. Fácil.”
"Mira, Pablo, yo no voy a entrar ahí ni por todo el oro del mundo. Ni tú tampoco", dije.
"Qué no?, Ahora mismo entró", me contestó.
"Pues prepárate para volver a pata porque yo me voy de aquí”, le dije ya bastante cabreado.
"Haz lo que quieras", me dijo abriendo la puerta del coche con la intención de salir.
"A ver Pablo", le dije cogiéndole del brazo y reteniéndole en el coche. "Nosotros no sabemos hacer esto. Como nos pille acabamos en la cárcel acusados de allanamiento de morada, de atentar contra la intimidad, y no sé cuántas cosas más. ¿Y todo para qué?, Ya sabemos que se prostituye, vamos a “pillar cacho” y listo"
“Tío, yo no me voy de aquí, sin saber con cuantos tíos esta, y si alguno es el marido”, dijo Pablo.
“Joder te ha dado a ti fuerte con el marido. Pues ya te he dicho, yo me piro. Apáñatelas tu solo”, le contesté arrancando el coche.
“Haz lo que te salga de los huevos. Ya me buscaré la vida”, dijo abriendo la puerta y saliendo del coche.
Sin duda aquello era el final de una bonita amistad, pero yo no estaba por la labor de jugármela por nada. Aunque…..
“Espera Pablo, acabo de tener una idea”, le dije cuando ya estaba fuera.
“Tú te conformas con saber la gente que hay dentro y si está el marido, ¿no?
“Sí, eso es lo que te he dicho”, me contesto de muy mala gana.
“Pues creo que tengo la forma de sacarlos de la habitación sin ponernos en demasiado peligro”, le dije, adornando la idea de un misterio que le desesperaba.
“A ver, venga sorpréndeme”, me dijo por no decirme, vete a tomar por culo.
“Ves el pulsador de alarma de incendios que hay junto a la recepción?, le dije
“Sigue, me empieza a interesar”, dijo metiéndose en el coche.
“Yo, o tú, da igual, podemos ponernos en la recepción y grabar con la Tablet o con el móvil, que cantará menos. Accionamos la alarma. Sí o sí, saldrán despavoridos. Primero porque no saben lo que pasa, y segundo porque saben que la alarma acarreara la presencia en poco tiempo de bomberos y policía, y eso puede resultar muy incómodo para más de uno de los que esté ahí dentro”, le explique.
“Oye, no es mala idea. Está bien pensado. ¿Tu grabas y yo acciono la alarma?, me dijo ahora mucho más entusiasmado.
Parece que la amistad estaba nuevamente a salvo.
“Vale, pero cúbrete la cara con algo. Por allí seguramente habrá cámaras de seguridad, y nos tendrían igualmente identificados”, le dije
“¿Tienes en el maletero las toallas de la pisci?”, me preguntó.
“Si claro desde la última vez, olerán un poco a humedad, pero bueno es un momento. Te lo abro”, le dije.
“Vale, salgo, cojo la toalla, me cubro con ella, voy al pulsador de alarma. Rompo el cristal y aprieto el botón, y vuelvo corriendo al coche, aunque mejor, no. Aparca el coche fuera. Cúbrete la cara con las gafas de sol, y el móvil, según grabas. Yo me reuní contigo y en cuanto veamos que salen de la habitación 5 y los tengamos grabados, nos vamos al coche. Así no habrá posibilidades de que graben la matricula, si hay cámaras de seguridad”, me dijo ya emocionado con el proyecto.
“Vale salgo y aparco. Cuando veas que estoy ya grabando, accionas la alarma”, le dije.
“Ok”, contestó.
Cogió del maletero la toalla. Yo arranqué y salí del recinto. Aparqué unos metros más adelante, y volví a la entrada para empezar a grabar.
Aunque la salida estaba en sentido inverso a la recepción, para llegar a ella había que pasar necesariamente por la recepción, con lo que grabaría a todo el que saliera del hotel, sin que ellos me vieran a mí, o al menos con muy pocas posibilidades de que lo hicieran.
En cuanto Pablo me vio preparado, se dirigió al pulsador, cogió con la toalla una piedra del jardín, y golpeó el cristal. Y se montó el cacao. La alarma se acción automáticamente seguramente porque está diseñada así, para que cuando se rompa el cristal, automáticamente salte. Durante unos segundos pareció que nadie oía el estruendo que ocasionaba la sirena, Pablo, que ya se había unido a mí, esperaba tan ansioso como yo que se abriera la puerta del garaje número 5.
De pronto como si todos se hubiera puesto de acuerdo, empezaron a levantarse las puertas de los garajes de las habitaciones. Incluido el del número 5. Por regla general eran parejas de las otras habitaciones, que salían aun vistiéndose en el coche, y se perdían rápido por las calles aledañas.
El número 5, parecía el camarote de los hermanos Marx. No paraba de salir gente. Como Marisa había metido el coche dentro, los demás habían aparcado fuera. El que más y el que menos, salida en gayumbos, con la ropa en la mano corriendo al coche a salir de allí. El coche de Marisa, salió también la acompañaba alguien, aunque en un principio no pudimos identificarle.
Llegamos a contar, hasta cinco tíos saliendo del 5, más el que iba con Marisa en el coche. Como ya estaba todo allí hecho, corrimos a coger el coche a ver si aún podíamos seguir a Marisa.
Supusimos que haría el camino inverso, en dirección a Madrid. Saliendo a la A-2, oímos llegar a los bomberos y la municipal. Habíamos montado un buen sarao.
Esperaba que la grabación aportara algo de luz a la situación. Sobre todo, de quien la acompañaba en el coche.
Al final dimos con el coche. Casi la adelanto sin darme cuenta.
“Intenta ponerte a su derecha, despacio, y llegar a la altura de la ventanilla del tío para poder grabarlo bien”, me dijo Pablo.
“Tendré que esperar a que se salga al carril central”, le dije ya que ella circulaba por la derecha.
“No tardará hay camiones delante”, me contestó.
Efectivamente, al rato se salió al carril central para adelantar a un camión, lo hizo con la suficiente antelación para permitirme ponerme casi a su altura, y que Pablo pudiera grabar al pollo.
Se desvió por la M-50, entrando en Madrid, por el Paseo de la Castellana. Aquel no era el camino de casa.
Se detuvo en las inmediaciones de Las Cuatro Torres, y el tipo se bajó del coche. Hubiera sido oportuno que uno de los dos hubiera seguido al hombre a ver si nos enterábamos quien era, pero en el momento no se nos ocurrió.
Seguimos a Marisa, hasta el mismo Centro Comercial que a la ida. Esta vez ni entramos, supusimos que el proceso sería el inverso, y que volvería a recobrar el aspecto de cuando salió de casa.
Efectivamente al cabo de 15 minutos, volvió a salir con su chándal, sus deportivas, su bolsa de deportes, y para rematar la faena se había mojado el pelo, como que pareciera, que efectivamente venía de la piscina.
Luego ya, regresó a su casa.
Realmente, nosotros no sabíamos si habíamos avanzado algo o retrocedido. Lo único claro es que le habíamos jodido la tarde de folleteo a Marisa.
CONTINUARA