Tu lugar está dos pasos por detrás

De pronto notó la aspereza del cuero ciñéndose alrededor de su cuello y un tirón la hizo caer de la cama desprendiéndola de la toalla y dejándola completamente desnuda. Él desabrochó la cremallera de su pantalón dejando a la vista un enorme pene que se erguía amenazadoramente ante sus ojos.

Era una mañana de Agosto en un pueblo costero del sur de España. El sol bañaba el paseo marítimo dándole a todo ese tono de luz tan propio de los pueblos de Andalucía, pero a la vez calentando sin tregua y haciendo difícil incluso pasear por las empedradas calles.

El minúsculo vestido de tela fina que ella llevaba se le pegaba al cuerpo debido al sudor, mientras la parte de abajo ondeaba movida por la leve brisa, dejando entrever unos generosos y firmes glúteos.

Él la observó al tiempo que caminaba a su lado: Ariadna. Había accedido a acompañarla al centro del pueblo a comprar, con la idea de darse un paseo y por verse incapaz de negarle nada cuando le miraba con esos ojazos verdes. Pero en ese momento, con gotas de sudor bañando su frente e imaginando la cerveza fría que le esperaba en la nevera, comenzó a arrepentirse de haber salido de casa.

Terminaron las compras y decidieron buscar una terraza para tomar algo antes de regresar a casa. El calor asfixiante les crispaba los nervios y llevaban toda la mañana discutiendo.

- ¿Se puede saber dónde vas? -  Ariadna estaba parada en mitad de la calle, con las manos en las caderas y le dirigía una mirada de desdén – se llega mucho antes por abajo, por ahí vamos a tardar una hora . – resopló con resignación y se encaminó calle abajo sin siquiera esperar a escuchar su respuesta.

Él notó como se encendía de furia: lo que tenía de guapa lo tenía de perra. La miró caminar altiva, con paso firme, dejándolo atrás y sintió ganas de agarrarle de la coleta y dejarle las cosas claras. Pero se contuvo, no quería montar el espectáculo en la calle.

Aceleró el paso hasta alcanzarla y sobrepasarla y sin dirigirle la palabra continúo caminando medio metro por delante de ella.

No la veía pero intuía su cara de asombro y sabía que le estaba consumiendo la rabia. Ari no soportaba que él caminase delante de ella, no soportaba  ir detrás, no soportaba no ser el centro de atención y él lo sabía.

Siempre le decía que si la dejaba atrás la gente pensaría que era su perro faldero y así era exactamente como quería que se sintiera.

- Espérame ¿no? – el tono de reproche en su voz terminó de confirmar sus sospechas

- ¿Me has esperado tú a mi antes? - siguió caminando sin aminorar el paso y sin tan siquiera mirarla. Esa chica sacaba lo peor de él.

Ella lo agarró del brazo tratando de frenarlo. Él la fulminó con la mirada. De pronto su expresión se volvió dulce y su voz suave y conciliadora: se sabía en desventaja y no podía permitirlo.

- Espera, vamos a hablar

- “Hablar” – pensó él. – “Ahora quieres hablar”. -

De un tirón se soltó de los dedos que lo amarraban – No tengo nada que hablar contigo.

Siguió caminando en dirección a su casa con la chica detrás tratando por todos los medios de obtener su atención. El sol se reflejaba en sus ojos volviéndolos de un verde felino irresistible y el pelo se pegaba a su cuello y a sus hombros dándole un aire enormemente erótico. De no ser tan soberbia y maleducada sería perfecta, pero ese aire de superioridad que tenía le sacaba de sus casillas.

En un momento determinado, y harta del desprecio que estaba recibiendo, Ariadna paró en seco y se dirigió a un banco dónde se sentó mirándolo retadoramente. Iban a hablar sí o sí.

Los minutos pasaban y ella se ponía cada vez más nerviosa. No lo veía pero no podía haber ido muy lejos pues ella tenía las llaves de casa.

Pensó en la reacción que tendría al llegar a la puerta y darse cuenta de que no podía entrar.

Se asustó.. Él tenía paciencia con ella pero no soportaba que nadie le diese órdenes, y menos ella. Quizá se estaba pasando con ese jueguecito de niña pequeña. Quizá a él se le acabase la paciencia.

Después de lo que le parecieron horas lo vio aparecer por el camino por donde se había ido.

Se sintió aliviada y quiso correr a abrazarlo pero cuando él llegó a su altura todo el alivio se convirtió en un nudo que le atravesó la garganta.

- Eres una orgullosa de mierda. Me has hecho venir hasta aquí, esto lo vas a pagar.

- Sólo quería hablar contigo – trató de parecer decidida a pesar de que le costaba respirar- ¿¡tan difícil es!? ¿¡¡no eres capaz de sentarte y hablar como las personas!!? – Una fuerte bofetada cruzó su mejilla dejándola marcada y haciendo que algunos transeúntes se detuvieran sin saber muy bien que acababa de pasar.

-          ¡ ¡Controladora!! – él escupía las palabras – deja de llorar que me estás haciendo quedar como el malo cuando el problema es que eres una puta desobediente.

Había perdido la paciencia. Ella bajó sus gafas de sol para taparse los ojos y agachó la cabeza deseando no haber sido tan estúpida. Ahora sólo le esperaban el castigo o la indiferencia y no sabía a cuál de los dos temía más.

Aún con los ojos hinchados se envolvió en la toalla y salió de la ducha deseando que él lo hubiese olvidado todo.

Lo vio asomado a la terraza, con unos vaqueros y el torso desnudo, fumando un cigarro y pensó que era el hombre más atractivo que había conocido nunca.

Se tumbó boca abajo en la cama y cerró los ojos para tranquilizarse.

De pronto notó la aspereza del cuero ciñéndose alrededor de su cuello y un tirón la hizo caer de la cama desprendiéndola de la toalla y dejándola completamente desnuda.

Él desabrochó la cremallera de su pantalón dejando a la vista un enorme pene que se erguía amenazadoramente ante sus ojos.

- Cómeme la polla – ordenó él al tiempo que se la metía hasta la garganta asiendo con fuerza el cinturón que había usado de correa.

Ella comenzó a lamer y succionar poniendo todo su empeño. Con su mano recorría la longitud de aquel miembro mientras su lengua se esmeraba en dar placer al glande que ya comenzaba a emanar un líquido agrio y espeso.

Sus tetas se bamboleaban al ritmo de la mamada y su coño empezaba a mojarse por lo humillante de la situación. Lo miraba a los ojos mientras engullía su pene hasta casi hacerlo desaparecer.

Bajó su cabeza y lamió sus huevos, introduciéndoselos en la boca para luego volver a tragarse su pene, poniendo mucho cuidado en no rozarlo con sus dientes. No quería enfadarlo más.

Un nuevo tirón alejó su boca de aquel cuerpo al tiempo que una mano volvía a descargar un golpe sobre su delicada cara.

- Esfuérzate más, zorra

Él la hizo retroceder de rodillas hasta llegar a la pared y, sujetando su cabeza contra esta, volvió a meterle la polla y comenzó a follarle la boca sin tregua.

Apenas podía coger aire. Las embestidas hacían rebotar su cabeza contra la pared y el roce de aquel miembro en su campanilla le provocada arcadas.

Las lágrimas se le saltaban del esfuerzo de contenerse y necesitaba respirar.

Trató desesperadamente de zafarse de aquello pero la postura se lo impedía. Estaba acorralada y no aguantaba más ese ritmo por lo que, como en un acto reflejo, empujó con sus manos las caderas de él y cayó al suelo respirando agitadamente y cogiendo aire con dificultad.

Él enfureció. La subió sobre la cama a cuatro patas y tras quitar el cinturón de su cuello se dispuso a azotarla.

En aquel momento, mirando su escultural cuerpo bañado en sudor listo para recibir su castigo, se dio cuenta de que ella lo estaba deseando.

No tenía miedo, no estaba arrepentida. Estaba ansiosa por notar los golpes marcando su trasero y su empapado coño la delataba.

La agarró del pelo y la llevó hasta la mesa de madera que había junto a la ventana. La subió en ella y la hizo doblar las rodillas y abrir sus piernas al máximo, apoyando sus talones en el borde de la mesa.

Se alejó y ella sonrió disimuladamente. Seguramente el haberla visto dispuesta a recibir sus azotes le había calentado tanto que no podía esperar a follársela ni un segundo más . Se relamió pensando en el miembro que en poco segundos estaría empalándola y llevándola al éxtasis.

Él volvió y con un pañuelo ató su pierna derecha en aquella postura, rodeando su muslo y su espinilla y atando después el pañuelo a la pata de la mesa. Hizo lo mismo con la otra pierna dejándola inmovilizada y completamente expuesta.

La brisa que entraba por la ventana acariciaba su ardiente coño y ella sintió que iba a enloquecer si no la follaba ya.

Para su sorpresa, él asió el cinturón con su mano derecha y se colocó frente a ella.

- Ahora vas a aprender a obedecer, perra consentida – y levantando su brazo descargó un tremendo correazo entre las piernas de la chica.

Ella chilló y se retorció tratando de cerrar las piernas pero sus ataduras se lo impedían.

Lo miró suplicante sin comprender lo que estaba ocurriendo y antes de poder abrir la boca, otro golpe atravesó su sexo.

- ¡¡¡Para por favor!!! Por favor… ¡¡Lo siento!!

Ariadna chillaba y sudaba como nunca lo había hecho. Cada contacto del lacerante cuero la hacía pensar que perdería sentido, pero el siguiente golpe siempre llegaba.

Él nunca había azotado su coño y nunca la había pegado con semejante rabia.

Las lágrimas bañaban su rostro y todo su cuerpo temblaba. No dejaba de mirarlo mientras él descargaba su furia contra su vulva.

Los golpes se sucedían uno tras otro y él parecía fuera de sí. Su pene había adquirido un tamaño que denotaba que estaba disfrutándolo como nunca y eso la asustaba.

Cuando pensó que no aguantaría un solo correzo más, él arrojó el cinturón al suelo y se acercó a desatarla.

- ¿Por qué me has hecho esto? - ella sollozaba sin poder siquiera sostenerse en pie

- Ya pasó nena, ya pasó…

La cogió en brazos y la llevó a la cama. La tumbó boca abajo y se colocó sobre ella.

Ariadna notó el peso de su cuerpo sobre su espalda. Sus fuertes brazos a ambos lados de su cabeza, su caliente aliento en su nuca… sintió asco.

Aún no podía creerse lo que acababa de hacerle, el coño le ardía y algunas heridas habían empezado a sangrar. Si hubiera tenido fuerzas para quitárselo de encima, habría salido corriendo, pero apenas podía moverse.

Los dedos de él acariciaron su maltratada raja con suavidad. Con la otra mano agarró su pecho y retorció levemente su pezón.

- Eres deliciosa mi puta… me encanta tu cuerpo – notó como rozaba su vulva con el glande.

No quería mojarse, no quería excitarse pero la estaba volviendo loca.

- Me encanta verte llorar. Y me encanta que me supliques… - él seguía susurrando y ella se perdía en aquel delicioso roce.

- Suplícame que te folle… - aquello encendió todos sus sentidos

- No… - él empujó levemente metiendo la cabeza de su pene en su encharcada cavidad.

- Venga

- No… - involuntariamente ella había comenzado a mover la cadera tratando de introducirse más aquel enorme trozo de carne, no era dueña de sus movimientos pero no iba a darle aquella victoria.

De pronto él se apartó sacando su miembro del interior de ella.

- ¡NO! - se rindió- Fóllame… fóllame por favor… quiero que me abras, quiero sentir cómo me llenas… por favor, úsame como a un animal… soy tuya… soy tu perra

- Así me gusta, nena - aquellas palabras la hicieron libre.

De una embestida introdujo toda su longitud en la vagina de la chica que palpitaba de excitación apretándolo con sus paredes.

Comenzó un ritmo frenético agarrando sus pechos para embestirla con más fuerza y ella se sintió morir de gusto. El dolor y el placer se mezclaban y una cálida y extraña sensación comenzaba a formarse en su bajo vientre.

Sin dejar de embestirla él dirigió su mano a su sexo y comenzó a frotarle el clítoris mientras le decía lo mojada que estaba y lo que le gustaba que tuviera un coñito tan estrecho.

Mordiendo las sábanas para ahogar su grito ella comenzó a correrse sin control, convulsionando su cuerpo, arqueando su espalda y provocando el orgasmo de él con sus contracciones.

Tres grandes chorros de semen llenaron sus entrañas justo antes de que él se dejara caer sobre su cuerpo y le acariciara y besara el cuello con devoción y dulzura.

Con sus últimas fuerzas acertó a susurrarlo: lo siento.