Tu humilde esclava
Estoy totalmente entumecida. Calculo que llevo más de cinco horas en la misma postura, atada desnuda tal como me dejó mi Amo. Tengo las manos atadas a mi espalda, los codos unidos estrechamente que me causan un gran dolor,
Tu humilde esclava
Estoy totalmente entumecida. Calculo que llevo más de cinco horas en la misma postura, atada desnuda tal como me dejó mi Amo. Tengo las manos atadas a mi espalda, los codos unidos estrechamente que me causan un gran dolor, estoy de puntillas sobre mi pie derecho, tengo mi pie izquierdo levantado hasta la altura de la cabeza con el dedo gordo atado a una argolla del techo y no puedo relajarme a riesgo de perder mis pezones. Conservo el equilibrio porque hay cuatro cuerdas que me sujetan a las paredes y que rodean mis pechos y hombros.
Unas finas cuerdas penden del techo y terminan en dos anzuelos que atraviesan mis pezones. El por qué ha usado anzuelos en lugar de atar las cuerdas a los aros que atraviesan mis pezones no lo se. Tal vez porque así es más doloroso. Mis mandíbulas están totalmente abiertas por un enorme aro que mantiene mi boca babeante y que está sujeto a la parte posterior de mi cabeza. Mi coño contiene un vibrador de buen tamaño que vibra a una tal velocidad que me mantiene excitada pero no lo suficiente para que me corra, lo que le agradezco, sujeto con unas correas. Mi culo tiene un tapón anal que no es grande pero que me pica horriblemente por el líquido urticante que le ha puesto. Tampoco puedo ver ni oír nada pues tengo una venda en mis ojos y tapones en los oídos.
Hoy el amo ha preferido dejarme atada y se ha tomado su tiempo para hacerlo a su gusto. Le estoy muy agradecida por dedicarme tanto de su precioso tiempo, es un honor para mí.
No es muy frecuente que me deje atada mientras está fuera, en sus ocupaciones de abogado. Algunas veces tengo que pasar el tiempo limpiando toda la casa, el jardín y el garaje, desnuda aunque sea invierno. Bueno, con desnuda me refiero a que voy enseñando “mis vergüenzas” pues solo llevo un corpiño muy ajustado que levanta pero no tapa mis pechos y que me dificulta respirar, liguero, medias y zapatos de tacón alto, todos en el mismo color, casi siempre de color negro.
Nunca llevo ropa interior pues me quiere siempre disponible. Al principio me costó acostumbrarme a ir sin bragas o, al menos, un pequeño tanga. Me sentía totalmente avergonzada pues me sentía completamente desnuda. Siempre he sido muy vergonzosa y jamás he estado sin bragas, ni siquiera para dormir. Fue muy duro, pero aquello quedó superado gracias a mi Amo. Fue la primera regla que me impuso. Debía mostrarme desnuda frente a mi Amo en todo momento.
Recuerdo lo que sucedió la primera semana. Yo tenía a mi alcance toda mi lencería, pero me dejó muy claro que bajo ningún concepto debía usarla, ni siquiera aunque estuviera yo sola. Podía mirarla y tocarla, pero no ponérmela. Hice esfuerzos para contenerme pero un día no pude más y me puse unas preciosas bragas de encaje. Necesitaba cubrirme, lo necesitaba absolutamente y me las puse “ya que no se enteraría”, pensé.
Supongo que tiene cámaras de televisión porque al volver y, aunque yo había sido muy cuidadosa en dejarlo todo como antes, me ató las manos al techo y estuvo una hora azotándome con todas sus fuerzas. Yo no gritaba, aullaba de dolor hasta que me desmayé sin poder evitarlo. Las heridas en mi espalda, culo y piernas tardaron más de un mes en curar. Ya no volví ni a mirar el cajón con mi lencería que sigue a mi alcance sin cerrar.
Yo siempre he sido muy pudorosa y estar siempre expuesta ante mi Amo me costó, me costó mucho. Pero lo peor era que mi Amo suele traer a sus amigos y, si era duro exhibirme frente a mi Amo, muchísimo más lo fueron las primeras veces que vino acompañado. La primera vez corrí a esconderme. Dios mío, pensé, no me puede hacer esto, ¡estoy desnuda! ¡No puede pretender que deje que me vean así! ¡Solo llevo el corsé, el liguero y las medias! ¡Me verá desnuda!
Claro que no solo lo pretendía sino que lo consiguió. Fue una de las peores experiencias de mi vida. El Amo me llamó a su presencia pero yo estaba paralizada. Cuando volvió a hacerlo, se presentó en el rincón de la cocina donde me había refugiado con una fusta. Empezó a darme fuertes golpes por todas partes llevándome así hasta el salón donde nos esperaba con una gran sonrisa en su cara un hombre de algo más de cuarenta años cómodamente sentado en uno de los sillones.
Cuando llegué traté de taparme con mis manos tanto los pechos como mi sexo, pero mi Amo me golpeó en los brazos hasta que los puse a ambos lados de mis piernas.
- ¡Esclava, vas a ser castigada por tu desobediencia! ¡Es una falta muy grave el desobedecerme y lo vas a lamentar! ¡Ahora deja de llorar! ¡Enderézate! ¡La espalda recta! ¡Separa las piernas! ¡Más! No querrás que te lo repita ¿verdad? ¡Mirada al frente! ¡Así, mucho mejor! ¡Ahora date la vuelta! Deja los pies separados y no dobles las rodillas. Ahora tócate los pies. ¡Vamos, no me hagas repetirlo!
Y en esa postura me tuvo durante unos cuantos minutos que me parecieron días. Agachada, abierta de piernas, mostrando impúdicamente mi depilada vagina y el ano, a disposición de sus miradas. Creí morirme de vergüenza.
Estuvieron hablando de lo duro que era educar a una esclava, de los esfuerzos que hacía para que me comportara como debía y de los castigos que me imponía. El visitante decía que era normal mi comportamiento por el poco tiempo que llevaba en mi nueva condición, y cosas así. Todo esto lo hablaban mientras permanecían en pie junto a mi trasero sobándolo e introduciendo sus dedos en mi vagina. Afortunadamente no podían ver el intenso color “rojo vergüenza” de mis mejillas.
Me ordenaron prepararles una bebidas y se sentaron cómodamente en los sillones. Tras servirles lo que me habían pedido me quedé en pie sin osar taparme con las manos a pesar de lo mucho que lo necesitaba. Los anteriores golpes de la fusta permanecían muy frescos en mi memoria.
- Pon mucha atención, esclava, porque no me gusta repetir las cosas. La postura que debes asumir cuando estés esperando órdenes será en pie, con las manos a la espalda cogiéndose por las muñecas, los pies separados cuarenta centímetros y la mirando a la pared que esté frente a ti. No osarás mirarme ni mirar a nadie a los ojos a no ser que se te ordene y permitirás sin inmutarte que te toquen o metan sus dedos. ¿Está claro? Recuerda bien todo esto porque no lo repetiré más. Cuando tenga invitados, te comportarás de la misma manera y les obedecerás en todo salvo instrucciones mías. Si estás sola en la casa y viene alguien, permanecerás con tu uniforme pero no aceptarás sus órdenes si no conocen la contraseña que te daré. ¿Está todo muy claro? ¿Sí? Bien, eso espero. Ahora arrodíllate y hazle una buena mamada a mi amigo. ¡Y trágatelo todo! No quiero que desperdicies ni una gota.
Inmediatamente me arrodillé, desabroché el cinturón y le bajé los pantalones y calzoncillos hasta los tobillos. Afortunadamente no era muy grande aunque sí un poco gruesa y pude metérmela toda en la boca sin asfixiarme. Me esmeré para que mi Amo quedara contento y redujera el castigo que seguro me tenía preparado por mi desobediencia. En pocos minutos mi boca quedó llena con su semen. Abrí mi boca para mostrarles a ambos el contenido y procedí a tragarlo aunque con un poco de dificultad. Llevaba poco tiempo tragando semen y me costaba hacerlo (además del asco que me producía y que procuraba que no se notara).
Tras volver a vestir al invitado, adopté la postura de “espera de órdenes” tal como había establecido y esperé. Siguieron conversando de sus cosas como si yo no estuviera. Pasado un rato, mi Amo se levantó y me dijo que le siguiera.
- Felipe, puedes venir si quieres. Será divertido.
Fuimos al cuarto de baño y me ordenó meterme en la bañera, poner el tapón y colocarme de rodillas con las manos a la espalda.
- Escúchame bien. Voy a orinar en tu boca y tú te lo vas a beber. Lo que caiga en la bañera también lo tendrás que beber mientras te azoto con la fusta, y no creo que eso te guste ¿verdad?
- Pero Amo, nunca lo he hecho. Le pido piedad.
- No te mereces piedad por tu grave falta de obediencia de antes. ¿O tal vez prefieres otra sesión de golpes, esta vez con el látigo?
- No, Amo, no. Beberé, beberé. Solo una pregunta, ¿puede esta humilde esclava poner sus labios sobre su pene mientras orina?
- ¿Para qué lo preguntas?
- Porque caerá la orina sobre mis ojos y no podré ver.
- Humm. Bueno, si quieres puedes meterte mi pene en la boca. Te lo concedo por lo bien que le mamaste la polla a mi querido amigo. ¿Estás de acuerdo, Felipe?
Felipe asintió y yo me dispuse a cumplir la orden de mi amo. De rodillas, bajé la cremallera del pantalón de mi Amo, saqué con cuidado su pene que metí en mi boca y puse mis manos a la espalda. Con miedo, me quedé aguardando la llegada del repugnante líquido que debía beber. De repente un chorro golpeó en la parte posterior de mi boca. Comencé a tragar rápidamente pues la boca se llenaba con facilidad. El líquido de sabor ácido lastimaba mi garganta haciendo que me molestara como si bebiera vinagre. Mis ojos se llenaron de lágrimas pero no dejé de beber. Ni una sola gota cayó de mis labios. Mis ojos estaban llenos de lágrimas pero yo estaba feliz de haberlo conseguido a pesar de que la garganta me ardía y que notaba mi estómago muy lleno.
- Bien, esclava, lo has hecho bien. ¿Qué te ha parecido, Felipe? ¿No te apetece…?
- Sí, pero se me ocurre otra variante…
Me ordenó salir de la bañera y hacerle una mamada para ponérsela bien dura. Cuando lo estuvo, me hizo levantar, darme la vuelta mostrándole mi espalda y agacharme a cogerme los tobillos sin doblar las rodillas. Volvía a estar totalmente expuesta a sus ojos y sus manos, pero esta vez ya no sentía vergüenza tras la primera vez cuando me estuvieron manipulando.
De repente noté que ponía su polla en mi ano y comenzaba a apretar. Yo gemí y mi Amo me mandó callar y cooperar. Hice lo que pude pero no había forma. Me habían dado por el culo pocas veces en mi vida y hacía más de tres años desde la última vez. Mi Amo trajo un bote de vaselina y noté como un dedo al principio y luego dos dedos penetraban en mi esfínter y lo untaban con la vaselina. Después volvió a colocar su polla en mi ano y esta vez consiguió entrar haciéndome bastante dolor. Se quedó quieto con su polla totalmente dentro de mi culo.
- Bueno, ¿y ahora qué? Si lo que querías era follártela por el culo…
- Fíjate que no me la estoy follando. Tan solo se la he metido y no me muevo ¿verdad? Ahora esperaremos unos momentos.
Siguieron hablando de sus cosas mientras yo permanecía cogiéndome los tobillos con la polla del invitado dentro de mi culo. Sin previo aviso noté como mis intestinos se llenaban de líquido. ¡El muy cerdo se estaba meando dentro de mí!
- ¿Ves? Esto es lo que quería, mearme en sus tripas. Para eso necesitaba que estuviera dura y luego que se aflojara. Ahora tu esclava tiene un buen enema dentro. Original ¿no?
- Sí que está bien, he de reconocerlo. Esclava, cuando salga de ti tendrás que aguantar el líquido dentro. No se te ocurra soltarlo sin permiso.
Me permitieron incorporarme para disfrutar de los dolores que me provocaba el enema y de mis esfuerzos para evitar que se saliera. Finalmente me permitieron evacuar, lo que fue un gran alivio para mí. El inodoro recibió la orina del invitado junto con parte de mis excrementos.
Decidieron que no podían dejar el trabajo a medio hacer y que había que limpiarme del todo. Me hicieron meterme en la bañera, quitaron el mango de la ducha e introdujeron el tubo en mi ano haciéndome bastante daño. Yo permanecía arrodillada en posición fetal con el culo hacia arriba y el tubo saliendo de su interior. Accionaron la manivela y noté como el agua llenaba mis tripas. Pasaron los segundos y no cerraban el grifo. Grité de dolor pero un fuerte golpe en mis nalgas me indicó que debía callar y al instante cerraron el paso del agua. Sacaron el tubo y me ordenaron aguantar antes de permitirme evacuar. Volvieron a repetirlo una vez más y esta vez el agua salió casi limpia.
- Ahora tienes a tu esclava bien limpita. Ya has visto que tiene el culo muy estrecho, ¿qué te parece si los dos la damos bien por el culo para que se le vaya dilatando?
- No, por favor, Amo, por el culo no. Por el culo no. Haré lo que quiera, pero por el culo nooo. Piedad.
- Cállate, esclava. ¿Cómo te atreves a hablar sin permiso? ¡Claro que te daremos por el culo! ¡Y ahora mismo!
Me llevaron hasta el dormitorio y me hicieron poner en poner a cuatro patas en el borde de la cama. Pusieron de nuevo un poco de vaselina en mi dolorido ano y mi Amo me enculó de un solo golpe. Me dolió mucho, pero apreté los dientes y aguanté. Comenzó un vigoroso mete-saca que duró unos diez minutos, momento en que el invitado le sustituyó. Pasados los primeros minutos de intenso dolor, ahora se había convertido tan solo en una molestia. El ano me escocía por la fricción atenuada por la vaselina pero era soportable. Incluso poco a poco empezaba a gustarme. Siguieron intercambiándose más o menos cada diez minutos pues comentaban que así lo disfrutaban más porque no querían correrse tan pronto y que mi culo estaba muy apretadito. Así estuvieron más de una hora hasta que se cansaron y decidieron correrse. Para ello aumentaron el ritmo haciéndolo frenético hasta que cada uno se corrió llenando mi dolorido ano de su cálido semen. Debo reconocer que me quedé muy sorprendida cuando noté que había tenido mi primer orgasmo anal, ya que pensaba que eso eran historias inventadas y que eso no era posible.
Qué bonito recuerdo. Me gusta, siempre me ha gustado mucho recordar. Ahora recuerdo como empezó todo. Te contaré.
Lo primero es decirte que me llamo Adela. Cuando tenía 19 años trabajaba como cajera en un supermercado. Había dejado el pequeño pueblo en que nací y me marché a la capital donde encontré el trabajo en un gran supermercado. Con mi sueldo podía vivir más o menos bien, pues no tenía grandes caprichos, en un piso que compartía con otras dos compañeras del trabajo. Apenas tenía contacto con mi familia que no veía bien la forma tan abrupta de independizarme de ellos.
Mi gran afición era bailar, la fiesta, trasnochar los fines de semana, salir con los amigos y beber. Bebía bastante casi siempre demasiado. Cuando cumplí los 20 años organicé una fiesta en nuestro piso. Éramos unos 15, la mayoría chicos. Me gustaban mucho los chicos, pero no tenía ninguno fijo. Prefería enrollarme cada vez con uno y solía terminar tirándomelos, pero siempre con preservativo.
En la fiesta había comida, mucha bebida y música. Nos lo estábamos pasando en grande y yo bebía y bebía. ¡Era mi fiesta y solo una vez se cumplen 20! ¿no es verdad? Pues allí estaba yo bebiendo y bailando. Cuando ya estaba bastante borracha dos o tres de los chicos empezaron a bailar muy juntos a mí. Me rodeaban, se apretaban contra mí, me sobaban y besaban. Yo me dejaba hacer porque era mi fiesta, ellos eran muy guapos –o a mi me lo parecían- y yo estaba muy borracha. Me decían cosas al oído, cosas obscenas que me ponían muy cachonda. Entonces, todavía no se por qué, les cogí de la mano y me los llevé a mi habitación. Allí siguieron con sus caricias que se hicieron más directas y que poco a poco consiguieron desnudarme.
En unos instantes me encontré tendida en la cama y rodeada de los cuerpos desnudos de tres chicos que me gustaban. No lo recuerdo bien pero creo que yo tomé la iniciativa mamándoles las pollas por turnos. Comenzamos una orgía en la que yo siempre tenía una de sus pollas en mi boca y otra en mi coño, mientras que el tercero me comía los pechos o yo le pajeaba torpemente.
En ese punto el recuerdo se hace mucho más borroso y apenas estoy segura de si la cosa quedó con esos tres chicos, porque tengo imágenes en mi mente de más gente en la habitación e incluso de haberme comido un coño. Es posible que los demás notaran nuestra ausencia, nos buscaran y decidieran unirse a la orgía, pero no estoy segura. Lo que sí se es que me desperté muchas horas después totalmente desnuda, sucia de sudor y semen y con una gran resaca.
Aquella fue una gran fiesta pero tuvo una importante consecuencia porque nueve meses después nació Raúl. Sí, me quedé embarazada y no sabía de quien. Podía ser de cualquiera de aquellos tres chicos de la fiesta o tal vez de alguno otro porque no sabía si solo me habían follado ellos o también lo habían hecho los otros seis que también estaban en la fiesta. Todos aseguraron haber usado preservativo, aunque estaba claro que no porque además no encontramos ninguno cuando limpiamos la casa tras la fiesta. Podía ser cualquiera pero ninguno quería serlo, por lo que decidí tenerlo yo sola.
Los comienzos fueron muy duros. Mis compañeras de piso empezaron ayudándome con el crío, pero a los pocos meses me pidieron que me marchara porque el bebé no les dejaba dormir por las noches, porque no podían poner música ya que lo despertaban, etc. Vamos que un bebé en la casa es un incordio para unas chicas jóvenes y egoístas.
Tuve que buscar otro piso rápidamente. Me alquilaron una habitación una familia que pasaba apuros económicos. Tenían dos hijos de 6 y 3 años. No estuvo mal nuestra estancia los 2 años que allí pasé porque ella me ayudaba con Raúl e incluso se quedaba con él mientras yo iba a trabajar al supermercado. Me ayudó mucho y realmente se comportó como una abuela cariñosa con mi hijo.
Durante mi estancia en esa casa había logrado un trabajo como secretaria en una oficina y ya ganaba un poco más aunque no era mucho. También estuve buscando y encontré un pequeño pisito en el que vivir yo sola con el pequeño Raúl que ya casi tenía tres años. Tuve que tomar la decisión de mudarme porque “mi casero” intentó propasarse conmigo. Llevaba meses en que notaba que mi cajón de la ropa interior me lo encontraba revuelto, siempre me estaba mirando las piernas cuando se me subía la falda, o intentaba entrar en el cuarto de baño mientras yo me duchaba. Pero un día que ella estaba en el parque con los tres niños él se abalanzó sobre mí mientras yo estaba en mi habitación e intentó violarme. Él no era muy grande y yo era muy ágil, por lo que me escabullí y conseguí darle una patada en sus partes. Mientras se retorcía de dolor, pues le había dado de lleno, conseguí inmovilizar sus manos con un cinturón. Cuando se repuso le insulté y le amenacé con denunciarle a la policía. Me rogó con lágrimas en los ojos que no lo hiciera, que no volvería a pasar, que estaba muy arrepentido y que no le dijera nada a su mujer. Yo le dije que no le creía, que era un cerdo y un violador y que todo el mundo lo sabría. Volvió a jurarme que lo sentía y que no volvería a pasar, que le diera una oportunidad y que haría lo que yo quisiera. Le pregunté y repitió que sí, que haría lo que yo quisiera.
La verdad es que la pelea me había excitado –siempre me ha gustado el sexo duro y algo violento- y además hacía mucho que no tenía sexo, si exceptuamos el pequeño vibrador que guardaba en un cajón. Le dije que no le pagaría ese mes la habitación –me marchaba al mes siguiente a mi nuevo pisito- y que tendría que hacer un par de cosas por mi. Me dijo que de acuerdo con lo del alquiler y que le dijera lo que tenía que hacer.
Necesitaba relajar mi excitación sexual pero no follarme a quien acababa de intentar violarme, además no era mi tipo. Pero me apetecía que me comiera el coño. Pero debía asegurarme. Cogí una cuerda fina y la até fuertemente con un nudo corredizo a sus testículos. Si intentaba algo le arrancaría los cojones de un tirón. Me quité mis bragas y levanté mi falda dejando mi conejito al aire. Entonces solté sus manos dejando solo una libre.
- Bien, lo primero que quiero es que me comas el coño. Pero antes me lo vas a afeitar porque hace mucho que no me lo cuido y ya es hora. Y hazlo con cuidado si no quieres perder tus huevos
Asintió. Con la mano que tenía libre extendió crema por toda la zona y con una maquinilla de afeitar fue dejándolo todo libre de vello. Tan solo le dije que dejara un pequeño triángulo sobre el monte de Venus. Lo hizo muy bien y se dispuso a comenzar con el trabajo de su lengua. No era muy hábil pero poco a poco fue mejorando introduciendo uno de sus dedos en mi vagina consiguiendo al rato que estallara en un gratificante orgasmo, el mejor en mucho tiempo.
- Lo has hecho bastante bien, pero ahora te voy a hacer algo para que se te quiten las ganas para siempre de intentar violar a nadie.
Até de nuevo la mano que había liberado para el afeitado, le bajé los pantalones y le tumbé sobre la cama con los pies atados a las patas de la misma. Cuando me vio acercarme con el mango de madera del desatascador comenzó a gritar. Le amordacé metiéndole en la boca unas bragas se su mujer y le puse el palo de madera en junto a su ano.
- Ahora vas a saber lo que sienten los violados. Después de esto no tendrás más ganas de intentarlo, te lo aseguro.
Y diciendo esto presioné metiéndole el palo por el culo. El palo no era muy grueso, pero lo estrecho de su esfínter y que no había usado ningún lubricante hizo que salieran unas gotas de sangre, nada grave.
- Deja de llorar ¿o quieres que te deje así para que te vean tu mujer y tus hijos?
Cuando se calmó, le quité la mordaza y el palo del culo y procedí a curarle la pequeña heridita. Cuando me aseguró que había aprendido la lección y vi que me pedía perdón una y otra vez con sincero arrepentimiento liberé sus manos. Él recompuso sus ropas y se marchó.
Las tres semanas que transcurrieron desde aquel incidente hasta nuestro traslado al nuevo piso pasaron sin ningún problema. Él procuraba con coincidir conmigo y mis cosas no volvieron a ser tocadas. Había aprendido la lección.
Dios, cómo me duele todo. La postura que me ha dejado es horrorosa. Los calambres los terribles y el dedo gordo parece que se me va a arrancar de tanto aguantar el peso de la pierna izquierda que apunta al techo. La mandíbula está desencajada de tanto tenerla abierta y la baba me cae sobre los pechos. Intento no moverme para que los anzuelos no me arranquen los pezones, pero el dolor de la puntera de mi pie derecho que aguanta todo mi peso es horrible. Espero que vuelva pronto aunque sea para azotarme.
El nuevo piso estaba muy bien. Era pequeño pero tenía mucha luz y era suficiente para Raúl y para mí. Además era lo mejor que podía pagar. Conseguí plaza para mi hijo en una guardería subvencionada y podía dejarle mientras yo trabajaba en la oficina. El trabajo estaba bien, los compañeros eran amables aunque les gustaba demasiado hacer bromas y las conversaciones con frases de doble sentido. Un día, pasados unos meses, estaba en el despacho del director, que también era el dueño de la empresa. En una pausa mientras me dictaba unas cartas, empezó a elogiar lo guapa que yo era, lo joven y bonita, mis piernas, y lo demás. Me decía lo solo que estaba, que su mujer no le hacía caso desde hacía años, y todo así. Yo me puse tensa porque parecía que quería algo conmigo, y así era. Intenté decirle algo pero no me dejó. Sin darme tiempo me planteó que tenía que contratar a una sobrina suya y que si yo no accedía a mantener relaciones con él tendría que despedirme. Yo me eché a llorar y comencé a decirle que eso no era justo, que yo cumplía bien con mi trabajo y que era inmoral que me planteara algo así. Le decía que yo tenía un hijo pequeño y que no podía despedirme. Pero él permanecía inflexible y me decía que encontraría la forma de despedirme sin que siquiera tuviera que darme indemnización. Entre lloros le dije que me dejara pensarlo y que al día siguiente le daría una respuesta.
¡Qué podía hacer! Tenía un niño pequeño, no podía contar con mi familia y necesitaba el trabajo. Él era un hombre de unos 40 años y yo una chica de 23. Era bastante guapo y se mantenía en buena forma. Si no fuera por la diferencia de edad… me lo tiraría sin más. Pasé toda la noche pensándolo y viendo que no tenía otra salida.
A la mañana siguiente el director me llamó a su despacho.
- Bien, Adela. ¿Qué decisión has tomado?
- Don Adolfo, ¿qué es exactamente lo que quiere de mi? Necesito tenerlo muy claro.
- Bien, niña. Lo que quiero es que te ocupes de mí de una manera más “personal”. Quiero poder disfrutar de tus atenciones, de tu boquita y de ese cuerpo tuyo tan lindo. La frecuencia será alta, casi diaria y ello te garantiza que tendrás trabajo y podrás cuidar a tu hijo. ¿No querrás que te lo quiten por no poder cuidarlo?
- Don Adolfo no diga eso ni en broma. Si voy a hacer esto es por mi hijo y porque no tengo más salida. Usted se aprovecha de que no tengo a nadie a quien recurrir y que necesito este trabajo, pero quiero decirle que es una mala persona que abusa de una madre soltera.
- Sí, bonita, lo que quieras… ¿pero aceptas o no?
- Hmmm… sí, acepto, claro que acepto. No tengo otra.
- Vale, pues ahora arrodíllate y hazme la primera de todas las mamadas que me harás.
Y allá fui. Su pene estaba bien, ni muy grande ni pequeño, era proporcionado. Ensalivé bien su aparato y me lo metí en la boca tratando de que acabara pronto. Y así fue. No tardó ni dos minutos en llenarme la boca de su semen caliente. Cogí un pañuelo y lo escupí.
- Muy bien, preciosa, ha sido fantástico. Nos vamos a llevar muy bien. Pero no vuelvas a escupirlo. Son proteínas muy ricas. Considéralo un suplemento a tu dieta y te lo tragas. ¿Está claro? Bien, pues ahora a tu mesa a trabajar.
El muy cerdo no solo quería tenerme como su puta sino que además quería que fuera de las más guarras. Mi futuro era muy sombrío.
A la mañana siguiente volvió a llamarme a su despacho.
- ¡Qué guapa estás hoy, Adela! Te has puesto falda. Eso me gusta. A ver, levántala y enséñame tus braguitas.
- Creo que no, don Adolfo. He reconsiderado y no voy a aceptar su chantaje.
- ¿A no? Entonces vete preparando porque te despediré.
- Creo que no. Primero escuche esto –y encendí una pequeña grabadora que saqué de mi bolso. En ella estaba la copia de una cinta en la que quedaba grabada la conversación del día anterior con su repugnante propuesta.
- Se puede quedar con la cinta, tengo copias.
- Pe-pero… ¿qué has hecho? ¿me has grabado? Eso es un delito.
- Tal vez, pero creo que es mayor el de chantaje ¿verdad? Y pienso llevar la cinta a la policía.
Don Adolfo se derrumbó. Pensaba en el escándalo, la vergüenza, el juicio y hasta en la cárcel.
- Yo… yo… no quería que esto pasara. Lo siento mucho… no pensé que… perdóname. Mi situación… mi mujer… yo no…
Balbuceaba. Estaba aturdido. Todo se le había derrumbado. Podía perder a su empresa, su familia y tal vez hasta la libertad. Se desmoronó.
- Don Adolfo, tenía que haberlo pensado mejor antes de proponerme algo así.
- Si, claro. Tienes razón. Pero mi situación con mi mujer… verás… hace años que no tengo relaciones y ya no puedo más. Tú eres preciosa y yo pensé… Pero no, perdona. Olvídalo todo, por favor. Te compensaré. Te subiré el sueldo. Eso es ¡te subo el sueldo! ¿Vale?
- Es un buen comienzo. Me va a doblar el sueldo y voy a salir una hora antes para no tener que ir corriendo a por mi hijo. ¿Le parece bien?
- Sí, claro, lo que tú digas. Perdóname… mi situación…
- Bueno, eso también tiene solución. Ayer pude comprobar que no está mal dotado físicamente, no es feo y tiene dinero. Lo he pensado y tal vez, si llegamos a un acuerdo en la compensación económica, pueda acceder a sus peticiones de vez en cuando –Es cierto que la idea había pasado por mi cabeza. Estaba cansada de las penurias que tenía que pasar para pagar el alquiler y pagar los gastos de mi hijo. El sexo siempre me había gustado, no era muy exigente en cuanto al aspecto del hombre en cuestión y un “protector” con dinero era algo con lo que había fantaseado.
- ¿Sí? ¿Lo harías? ¿De verdad harías eso por mí? ¿Cuándo podemos empezar? –hablaba atropelladamente sin pensar- Ah, el dinero… necesitas el dinero. ¿Qué has pensado?
- No lo había pensado pero no se preocupe que llegaremos a un acuerdo.
Durante años estuvimos viéndonos en mi casa mientras Raúl estaba en el colegio. Siempre en horario laboral pues aprovechábamos que tenía que acompañarle a visitar a “un cliente”. Era yo quien decidía la frecuencia de nuestros encuentros según mi apetito sexual del momento, normalmente una o dos veces a la semana. En compensación Fito –don Adolfo era solo en la oficina- me compró un piso muy bonito algo más grande que el anterior que puso a mi nombre. No se cómo se las arregló para que su mujer no se enterara y para conseguir el dinero, pero no me importó. Yo vivía bien pues disponía del doble de dinero y no tenía que pagar alquiler. Además Fito resultó un amante muy considerado que me satisfacía plenamente. No consentía en penetrarme hasta que no había conseguido que yo tuviera mi primer orgasmo con sus manos y su lengua. Después, era toda suya. Me sometía a todos sus deseos y disfrutaba cuando me follaba con rudeza. Me gustaba mucho cuando llegaba a hacerme daño y me sometía a todos sus caprichos y obscenidades.
Pero eso no quitaba para que yo pudiera relacionarme con otros hombres y tener mis encuentros sexuales con ellos más o menos frecuentes.
¡Mi pie! ¡Cómo me duele! Y mi Amo que no viene aún. Si intento relajar la postura me arranco los pezones. ¡Qué tortura! Otras veces el Amo me ha atado en posturas peores, pero nunca tanto tiempo.
¡Eh! Noto una corriente de aire en mi espalda. Tal vez el Amo ha vuelto por fin.
Sí, noto sus manos que recorren mi cuerpo. Ha parado el vibrador… y ahora lo saca. Por favor, mis pezones, ¡libera mis pezones! Por fin, ha escuchado mi súplica no pronunciada y está quitando los anzuelos. Noto como los masajea y los lame. Mi Amo es muy duro pero también justo. Disfruta con mi sufrimiento pero luego me da pequeñas recompensas. Oh, el plug anal… ¡con cuidado! Aagghh… me ha hecho daño al sacarlo. Sí, oh… por fin está desatando el dedo de mi pie, pero está tan agarrotado que gimo al mover la pierna. Rápidamente suelta las cuerdas que me mantienen en pie y me lleva en brazos a la cama. Allí, antes de quitarme la venda y los tapones de los oídos, me masajea enérgicamente para suavizar en lo posible el dolor de los calambres. Cuando me quita la venda la habitación está en total oscuridad y noto como me arropa y me ordena dormir.
Acabo de despertarme al notar el contacto de las manos de mi Amo. La habitación sigue en total oscuridad. Han pasado varias horas, pero me siento muy cansada. Mi Amo me coloca a cuatro patas y, sin ningún preámbulo, me la mete de golpe hasta el fondo por el culo. Ya lo tengo totalmente acostumbrado y apenas me ha dolido. Me folla en esa postura durante un buen rato. Luego me hace tumbarme boca arriba, me sujeta los pies juntos con sus manos y los lleva hasta mi cabeza. Me hace daño pues la postura no es cómoda y menos cuando vuelve a metérmela por el culo. Gracias a Dios unos minutos más tarde consigue correrse permitiendo que baje mis piernas. Noto como se baja de la cama y como cierra la puerta al salir. Vuelvo a arroparme y a dormirme.
Suena mi despertador. Es la hora. Corro a la cocina a prepararle su desayuno. Debo darme prisa pues oigo el sonido de la ducha. Después se afeitará y vendrá a la cocina. Sigo con los preparativos, el zumo de naranja recién exprimido… su café bien cargado… de repente se presenta. Está guapísimo con su pelo largo…
- Esclava, ¿dónde está tu uniforme?
Dios mío, se me olvidó “vestirme”. Me arrodillo a besarle los pies para inmediatamente correr a por mis ropas. Me las pongo muy rápidamente y vuelvo a su presencia.
- Eso está mejor, pero tendré que castigarte. No puedo dejar pasar una falta tan grave ¿lo entiendes?
- Sí Amo. No volverá a pasar.
- Claro que no, de eso ya me encargo yo, de que no se te olvide. Déjame pensar… un castigo adecuado… sí, vas a pasar el día en el sex-shop de mi amigo. Sí, creo que es una buena idea. Además él luego me recompensará por tu “trabajo” en su negocio.
Oh, la maldita sex-shop. Ya he ido algunas veces “a trabajar” allí. La primera vez me pasé seis horas metida en una cabina que llaman el “Glory hole”. Es una habitación muy pequeña con un agujero en la pared. La que está dentro tiene que mamar todas las pollas que salgan por ese agujero. Perdí la cuenta de las pollas que mamé y me dolía la tripa de la cantidad de semen que tuve que tragar. También he tenido que actuar en los espectáculos. La peor vez fue cuando tuve que salir al escenario con dos negros con unas pollas enormes. Fue la primera vez que me hicieron “un sándwich”, los dos me follaron a mismo tiempo por mi vagina y por el ano. Todavía me duele solo de recordar el tamaño de aquellas pollas taladrándome al mismo ritmo.
Hace que me ponga una gabardina encima del “uniforme” y salimos en su coche. Tras unos minutos de viaje llegamos al parking del edificio donde está la sex-shop.
- Hola Antonio, ¿qué tal vas? –dice mi jefe a su amigo.
- Muy bien. Qué bueno verte por aquí. Hacía mucho…
- Sí, es verdad. Bueno, aquí te traigo a Adela para que “trabaje” un poco. Mira a ver si se te ocurre algo que pueda hacer, pero ya sabes, cuídamela y que no coja nada.
- Hombre, tranquilo. Ya sabes que aquí todo es con preservativo y mucha limpieza. Verás, acabo de dar los últimos toques a una novedad. Ven, creo que te gustará.
Yo les sigo muy preocupada por “la novedad” que le va a presentar. Por el pasillo nos cruzamos con algunos clientes que se paran a mirarme. Es normal, mi amo me quitó la gabardina y todos pueden verme a su gusto. Además, a pesar de mis algo más de cuarenta años me conservo muy bien. Siempre he sido más bien delgada, con buen culo y unos pechos por encima de la media. No soy fea y el corte de pelo de media melena que ha elegido mi Amo me favorece. Alguno incluso soba con descaro mi culo al pasar a su lado.
Llegamos a una sala. En el centro hay un artefacto de madera que recuerda a los cepos medievales. Uno tiene tres orificios y el otro uno solo pero más grande. Están separados por medio metro más o menos. Parecen acolchados y están tapizados en una tela de color rojo intenso.
Me hacen abrir la boca y me colocan un aparato de hierro entre los dientes. Me colocan frente al cepo de un solo orificio y me ordenan que me incline. Mis manos y cuello caen exactamente en los orificios del otro cepo. Bajan y cierran los cepos comprobando que no me puedo mover. Ahora me colocan unas correas en los tobillos que cierran con sus hebillas y sujetan a las patas del cepo. Por último el dueño de la sex-shop se acerca a mi cara accionando unos resortes del aparato que está en mi boca. Poco a poco el aparato hace que abra más y más la boca hasta casi desencajármela.
- Ahora ya está lista. ¿Qué te parece? Divertido ¿no? Uno puede follársela mientras otro se la mete hasta la garganta. Ella está firmemente asegurada y no puede evitar que la usen a su antojo. El aparato está acolchado para que no pueda hacerse daño. Para tu tranquilidad, voy a poner a uno de mis empleados aquí permanentemente para que se asegure de que usan preservativo y de que ninguno la lastime. ¿Te parece bien?
- Muy bien, realmente original. Me parece tan bien que te propongo que la estrenemos nosotros. ¿Hace?
Mi Amo se sitúa atrás para follarme mientras que su amigo se acerca a mi boca con su larga polla. Es más larga que la de mi Amo aunque más delgada. Ooggh, me la ha metido hasta la garganta. Ooggh, otra vez. Tengo que aguantar las arcadas. Oooggh…
Me había quedado en la etapa de la oficina. Fue una época agradable. Raúl crecía muy rápido, Fito me tenía satisfecha en la cama y además tenía mis aventuras con hombres ocasionales. Tenía suficiente dinero para vivir sin lujos y todo marchaba bien.
Así pasé 14 años. Hasta que un día todo se vino abajo. Raúl estaba en el instituto y Fito y yo estábamos en casa en una de nuestras sesiones de sexo. Fito me estaba enculando haciéndome llegar a un nuevo orgasmo cuando dio un grito gutural, se agarró al pecho y se desplomó sobre mí. Acababa de darle un infarto. Conseguí salir de debajo de su cuerpo e intenté reanimarle. Cogí el teléfono y llamé a una ambulancia. Aunque llegaron en poco tiempo no pudieron hacer nada por mi amante y firmaron el acta de defunción.
Entonces es cuando todo se desmoronó. La viuda se enteró de nuestra relación y me despidió fulminantemente. “No quiero tener en la empresa a una puta” me dijo delante de todos los demás empleados.
Me encontré en la calle. Tenía que buscar un nuevo empleo y eso, con la grave situación del país, era muy complicado. Presenté solicitudes en cientos de empresas para puestos similares al que había desempeñado, pero nada. Yo tenía experiencia pero me faltaba titulación. Intenté en supermercados, como dependienta en comercios, en todo lo que se me ocurrió y nada. Tan solo me ofrecieron un trabajo por horas para limpiar en una casa. Era muy poco pero acepté. El trabajo era duro y ganaba muy poco. Tuve algo de suerte y dos meses después me ofrecieron una segunda casa a la que limpiar también por horas. Pero seguía ganado muy poco.
Pasaba gran parte del día en las casas y luego seguía presentando solicitudes de trabajo, con lo que llegaba a casa molida. Entonces tenía que ocuparme de mi casa, con lo que no quedaba tiempo para nada más.
Pero lo peor estaba por llegar. Raúl ya tenía 17 años y salía con sus amigos. Amigos poco recomendables, pero cuando me quise dar cuenta se había aficionado tanto a ellos que no me hacía ningún caso. Las notas en el instituto comenzaron a empeorar. Los profesores me avisaban de multitud de faltas de asistencia a clase. Raúl llegaba a casa oliendo a alcohol y muy mareado. La cosa se estaba descontrolando.
Intenté hablar con él. Cuando era pequeño era un niño muy dulce y cariñoso e intenté volver a aquella situación. Pero el niño ya era casi un hombre y no quería entender nada. Se lo pasaba muy bien con sus amigos saliendo de fiesta y bebiendo. Además empezaba a drogarse. No quería dejar esa vida tan fácil e ignoró mis palabras. Cada vez me pedía más dinero para irse con sus amigos. Dinero que yo no le podía dar porque apenas ganaba lo suficiente para mantener los gastos de la casa y comer.
Con el paso del tiempo la situación fue empeorando. Raúl no me pedía dinero, me lo exigía. Me amenazaba con pegarme o romperme una pierna. Estaba como loco. Más tarde empezaron a faltar cosas de la casa. Estoy segura de que se las llevaba para venderlas aunque él lo negara. La situación era muy tensa, tanto que llegó a pegarme. Me dio un bofetón que me tiró al suelo y se marchó, sorprendido él mismo de su infame acción.
Pero Raúl ya no era mi Raúl. Tenía 19 años y la droga se lo estaba comiendo. Trapicheaba para pagar su vicio y no me hacía caso a lo que le decía. Yo sabía que esto terminaría mal, y lo peor era que no podía hacer nada para evitarlo.
Una noche llegó a casa totalmente drogado. Su aspecto era lamentable, sucio y con las ropas rotas. Se había peleado con alguien y tenía un poco de sangre en su cabeza. Hice que se sentara en el borde de su cama y me dispuse a curarle la herida. Me agaché para limpiarle la herida. Mis pechos quedaron justo delante de sus ojos y noté como sus manos me los agarraban. Me eché para atrás al mismo tiempo que le abofeteaba la mejilla mientras le llamaba cerdo. Entonces él se encendió, se puso en pie, me levantó como si fuera una pluma y me tumbó en la cama. En realidad él ya era todo un hombre al menos en tamaño, y muy fuerte. La sorpresa de su acción unida a su fortaleza me vencieron.
- ¿Cerdo, me llamas cerdo? ¿Tú, que no eres más que una puta? ¿Eh? ¿O no eras la puta de tu querido Fito, zorra? Me decías que me comportara como un hombre, pues vas a ver lo hombre que soy.
Cogió el cinturón de la bata que yo llevaba puesta y me ató las manos al cabecero de la cama. Yo le gritaba que me dejara, que era su madre, que no sabía lo que estaba haciendo. Grité mientras pude pues cogió unos calcetines suyos sucios que estaban en el suelo y me amordazó con ellos. Entonces abrió la bata. Era primavera y empezaba a hacer calor. Yo solía estar en casa en ropa interior con tan solo una bata ligera encima, la bata que acababa de abrir. Ante sus ojos se presentó mi cuerpo apenas cubierto por la sencilla ropa interior. El sujetador era de cierre delantero por lo que lo soltó. Mis pechos rebotaron antes de ser atrapados por sus manos y su boca. Me hacía daño porque los apretaba y mordía. Yo gemía de dolor. Entonces noté que sus manos intentaban bajarme las bragas. Apreté mis piernas para evitar que consiguiera sacarlas al mismo tiempo que intentaba darle patadas. No conseguí ni lo uno ni lo otro y al poco veía a mi hijo como se las llevaba a su nariz para olerlas.
- Hueles muy bien mamá. Hueles a hembra. Vas a saber lo que es un hombre.
Y diciendo eso se desnudó mientras evitaba las patadas que le lanzaba. No le costó sujetar mis piernas con sus fuertes manos. Lamió levemente me sexo y se puso de rodillas entre mis piernas. Su pene se colocó en la entrada de mi vagina. Yo le rogaba con mi mirada y mis gruñidos que no lo hiciera, que por favor no lo hiciera. Pero él se reía. Y siguió riendo mientras me penetraba una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. Fueron unos largos minutos, muy largos, eternos. Yo lloraba, solo podía llorar. Llorar porque mi vida era un infierno. Llorar porque lo que más quería en el mundo, mi hijo, estaba perdido, irremisiblemente perdido.
Yo ya no oponía resistencia, era inútil. Raúl cogió mis piernas levantándolas y poniéndoselas en sus hombros. Puso sus manos en la parte interior de mis rodillas llevándolas hacia mi torso. Entonces noté como su pene se introducía en mi culo. Grité de dolor aunque ya todo me daba igual. Siguió follándome hasta que quiso y se corrió en mis intestinos.
Yo tenía los ojos cerrados llorando, noté que se apartaba de mí y se bajaba de la cama. Momentos después oí cerrarse la puerta de la calle. Cuando conseguí calmarme y, tras varios intentos, conseguí desatarme. Me duché largamente mientras sollozaba. Mi hijo me había violado, mi hijo me había violado, no paraba de repetirme. ¿Qué podía hacer, qué podía hacer?
Tomé una decisión: tendría que echarle. Si seguía en casa terminaría por matarme… Pero no hizo falta hacer nada. Raúl no volvió ni al día siguiente ni en dos semanas. Comencé a buscarle por el barrio, por donde solía estar con sus repugnantes amigos, pero nada. Esos malditos amigos no me daban ninguna información. Solo se reían de mí y me insultaban.
Busqué y busqué y no conseguí nada. Lo único que supe es que se había ido a otra ciudad con unos drogadictos como él. La policía tampoco me ayudó. Raúl era mayor de edad y podía hacer su vida. Si le veían intentarían que volviera a casa pero no me daban ninguna garantía.
Y, sí, tuve noticias de la policía. Habían detenido a Raúl en una ciudad de la costa. Estaba acusado del asesinato de otro drogadicto. Si era encontrado culpable pasaría muchos años en la cárcel. Tenía que hacer algo y que fuera efectivo. Contacté con un buen abogado al que conté la situación. Era un buen hombre que me aseguró que lograría sacarle de esta situación. No era barato pero yo tenía los ahorros de los años pasados con Fito y se los entregué.
Se puso a trabajar. Investigó, habló con testigos, con la policía, utilizó detectives, pero cuando llegó el juicio tenía pruebas suficientes para demostrar que mi Raúl no había sido el asesino. Raúl salió absuelto y yo me volví loca de felicidad. Pero el proceso había sido más largo y caro de lo que se preveía. Había más gastos, muchos más gastos y tuve que vender mi casa para poder pagar. Pero no me importaba, ¡Raúl estaba libre y estaba conmigo!
¡Oh, que gorda la tiene este! Llevan más de una hora follándome uno tras otro sin parar, pero este me hace daño por lo grande que es. Voy a hacerle una seña con la mano al empleado que vigila para que me ponga un poco más de lubricante que suavice la penetración.
Otro que se acerca por delante. ¡Va a ser un día muyyy largooo!
Raúl se había recuperado un poco pero todavía estaba mal. Vivía conmigo en un piso de alquiler en otro barrio en un intento de apartarle de sus malas compañías. Pero le encontraron, y yo creí morirme cuando le vi en compañía de esos indeseables. Recurrí a mi abogado porque no tenía a nadie más. Se apiadó de mí y de mi hijo. Me dijo que conocía una institución en Suiza donde podían ayudar a Raúl. Era una especie de internado escolar para niños realmente problemáticos donde enviaban a niños ricos que sus padres querían enderezar. Ellos podrían tener a Raúl primero como interno hasta que se “limpiara” y luego se quedaría a trabajar como instructor educando a su vez a los internos. Ellos costearían la reeducación de Raúl si él se comprometía a trabajar como instructor diez años.
Me pareció una solución perfecta. Le separaba de las malas compañías y le conseguía un trabajo bueno, digno y honrado. Organicé una reunión con Raúl y el abogado. Hizo un trabajo magnífico con mi hijo logrando que firmara el contrato en el que se comprometía a efectuar la desintoxicación y a trabajar al menos diez años en esa institución. Al día siguiente Raúl estaba en un avión camino de Suiza.
Yo estaba feliz. Por fin algo empezaba a marchar bien. Ellos curarían a mi hijo y le darían un trabajo que le mantendría apartado de estas malas influencias por unos cuantos años. Estaba tan feliz que quería agradecerle su ayuda y sus esfuerzos a Arturo, mi abogado. Preparé una gran cena dentro de mis posibilidades para agasajarlo. Me puse lo más elegante y atractiva que pude para recibirle adecuadamente. Y Arturo llegó.
Fue una cena maravillosa y él estuvo encantador. No te he dicho que Arturo es cuatro o cinco años mayor que yo – en ese momento yo tenía cuarenta y uno- alto, moreno y con un pelo precioso. Me encantaban sus ojos y la manera en que siempre me miraba. Cenamos muy agradablemente. Conversamos tomando una copa y me preguntó por mi vida. Le conté por encima, sin entrar en grandes detalles, como había sido hasta ese momento y el momento actual. Le confesé que me encontraba muy cansada de tanto luchar, que estaba feliz por haber encauzado a mi hijo aunque lamentaba haber tenido que gastar todo lo que tenía hasta mi casa y muebles para pagar la libertad de mi hijo. Le dije que en esos momentos no me importaría nada que alguien se ocupara de mí mientras yo me ocupaba de hacerle feliz.
Bailamos, puse música –de la radio- y bailamos. Nuestros cuerpos estaban muy juntos y yo le besé. Le besé con pasión. Le estaba muy agradecida y además era muy guapo. Deseaba hacerle el amor y se lo susurré al oído. Él me miró a los ojos y me dijo mientras bailábamos que no era posible. Nos sentamos mientras le preguntaba que por qué no era posible. Sabía que ninguno de los dos estábamos casados, entonces…
- Verás, Adela. Mis necesidades sexuales son muy especiales. He tenido muchas parejas pero nunca me casé porque exijo a mi pareja una entrega total. No necesito una esposa ni una compañera, lo que preciso es una sumisa, una esclava. Una esclava a la que tratar como me apetezca, sometiéndola y castigándola, pero también amándola a mi manera. Tan solo así consigo la satisfacción. Quiero ser muy claro y totalmente sincero contigo. Daré mi amor a la que se someta totalmente a mi voluntad. No empezaré una relación contigo ni con ninguna otra sin que se acepte esta norma pues otra cosa no me sirve. ¿Lo entiendes? Me gustas y estoy dispuesto a aceptarte, ¿pero aceptarías tú ser mi esclava?
Me quedé pensativa. Arturo me atraía, ¿pero ser su esclava…? Eso era pedir mucho. Es cierto que yo no tenía nada y que mi vida era realmente dura, cualquier otra podía ser mejor, ¿pero perder totalmente mi autonomía y mi poder de decisión…? También es verdad que él era encantador y que había dicho que me amaría, ¿pero y si su forma de amarme no me gustaba? La decisión era difícil. Además los amos poseían también la vida de sus esclavas, ¿y si decidía matarme…?
- Arturo, tú me gustas y has hecho más por mi que ningún hombre. Mi deseo era agradecértelo con una noche de sexo maravilloso. Tal vez con más de una. Lo que me acabas de decir me ha dejado pensativa. Mi vida es muy dura y me siento cansada. Te he confesado que agradecería dejarme en manos de alguien que llevara mi vida y me liberara de mi pobreza. También reconozco que siempre me ha gustado el sexo duro y que he fantaseado con la dominación, pero no se si me gustará ser esclava, si podría soportarlo y, lo que más miedo me da, si mi vida estará en tus manos.
- Comprendo tus dudas. Como te dije, te amaré a mi estilo y serás muy dichosa, te lo prometo. Puedes estar segura que tu vida no estará en riesgo. Te castigaré, te azotaré llegando incluso a producirte alguna herida y decoraré tu cuerpo, pero ni tu vida ni tu salud estarán en riesgo, te lo juro. En cuanto si te gustará o si podrás soportarlo, solo puedo decirte que creo que sí te gustará, pues está clara tu inclinación sumisa y podrás soportarlo porque eres fuerte y porque disfrutas con el dolor. Estoy seguro que serás muy feliz si te decides a dar el paso y ofrecerte para que te acepte como esclava..
- ¿Pero y si finalmente no me acostumbro o no lo soporto? ¿Qué pasará entonces? Mi vida sería un infierno y me asusta esa posibilidad.
- Si tu voluntad y tu decisión es firme lo lograrás, puedes estar segura. Creo que juntos ambos seremos muy dichosos como Amo y esclava. Lo que puedo ofrecerte es posponer un mes la formalización de nuestra relación. Redactaré un contrato en el que estarán reflejados los deberes y los límites de nuestra relación. Si lo firmas, serás mi esclava de por vida, pero podrás rechazarlo ese día y serás libre para hacer lo que quieras con tu vida. Eso sí, si lo rechazas no hay vuelta atrás. ¿Te parece bien? ¿Esto te tranquiliza más?
- Sí, Arturo, me tranquiliza y me da fuerzas para tomar mi decisión. Una pregunta más, ¿todo el mundo tiene saber que soy tu esclava? ¿Las personas que me conocen –mi hijo principalmente- tienen que saberlo? ¿Deberé comportarme como tu esclava también por la calle o en lugares públicos?
- Todo eso quedará fijado en el contrato, pero te lo adelanto. En realidad serás mi esposa pues nos casaremos al día siguiente de firmar el contrato de sumisión absoluta. Por la calle te comportarás con el máximo respeto obedeciendo mis órdenes. No deseo dar un espectáculo ni provocar un escándalo público, pero sí que te pondré en situaciones digamos que “comprometidas”. Con lo vergonzosa que eres seguro que lo disfrutarás. Como te he dicho, para todo el mundo serás mi muy devota y obediente esposa y tan solo estarán al corriente de tu estado de esclavitud las personas que yo estime desee. Tu hijo lo sabrá en su momento.
- Arturo, debo reconocer que todo esto me tiene muy excitada. Solo de pensar en tener que cumplir todo lo que me ordenes, sea lo que sea, me tiene, perdona la expresión, “cachonda perdida”. Tengo las bragas empapadas…
- Pues eso no se volverá a producir porque jamás volverás a llevarlas.
- ¿Jamás? Oh, eso va a ser muy duro para mi… Bueno, lo he pensado y… creo que sí… que acepto. ¡Que sea lo que Dios quiera! … Arturo, te ruego que me aceptes como tu humilde esclava.
- Muy bien, Adela. Te acepto como mi esclava por los próximos treinta días. A partir de ahora me llamarás Amo aunque podrás tutearme. Cumplirás todas mis órdenes al instante y sin pensarlo en absoluto. Cualquier retraso en la obediencia será merecedor de castigo. Te exigiré que siempre te esfuerces al máximo para cumplir lo que te mando y te castigaré si considero que podrías haberte esforzado más. Con el tiempo comprobarás lo gratificante que será para ti verme satisfecho contigo. Te azotaré no solo como castigo sino también como forma de educación e incluso como simple diversión tan solo porque me apetezca. Bueno, esa va a ser tu vida. A cada momento te iré informando de las normas de conducta, vestuario, posturas, y demás… Pero eso será mañana, cuando hayamos recogido tus cosas y estemos en mi casa. Esta noche voy a hacerte el amor por última vez como mujer libre…
¡Que bien! Por fin acaba esta tortura. Mi Amo llegó hace unos minutos y ha estado viendo como los clientes me usaban. Acaba de decir que en cuanto acabe de usarme el empleado que me vigilaba nos iremos. El dueño del sex-shop está felicitando a mi Amo. Le dice que lo probaron hace dos días con otra mujer pero que no aguantó ni una hora. Yo llevo casi cuatro… Me duelen las nalgas porque me han dado muchos azotes en ellas. No entiendo el placer que obtienen con ello. También me duele la parte de atrás de la boca de tanto golpear ahí con sus pollas…
El ano también me escuece un poco a pesar del lubricante que me han estado poniendo.
Ya ha acabado. ¡Por fin! Sueltan los cepos… me incorporo… también las correas de los tobillos… Me duelen los riñones de estar tanto tiempo en la misma postura y la parte de atrás de la cabeza de tanto dar contra el cepo en sus embestidas a mi boca. Menos mal que estaba acolchado que si no me habrían roto la cabeza… les hago señas para que me quiten el aparato que mantiene mis mandíbulas totalmente abiertas… El empleado se acerca a quitármelo…
- No, déjala así. Antonio me lo ha regalado y me gusta verla así. Además no nos va a ver nadie. Bajaremos al parking directamente e iremos a casa. Sí déjala así.
Maldición. Me duelen mucho las mandíbulas… Necesito relajarlas, pero no puedo hacer nada más que mantener mi vista fija en la pared como le gusta a mi Amo.
Me traen la gabardina para que me la ponga. Parece que nos vamos ya… pero no. parece que esperamos algo. Una mujer entra. Es muy joven, pequeñita y muy rubia. Viste un vestido muy corto y casi transparente, pues se puede comprobar que debajo no lleva nada.
- Don Arturo, soy Emma. Antonio me ha dicho que estaré a sus órdenes hoy y mañana. Estoy a sus órdenes…
Así que es eso. El dueño le agradece a mi Amo mi “trabajo” dejándole a una de sus putas…
- Muy bien, Emma. Nos vamos. Acompáñanos.
Nos metemos en el coche, ellos delante y yo detrás. Le doy las gracias a mi Amo cuando cambia de opinión y decide quitarme el maldito aparato de la boca. ¡Qué alivio! Me duele mucho y masajeo la zona para que se recupere cuanto antes.
Llegamos a casa y nos lleva a la cocina…
- Voy a daros instrucciones pues tengo que salir. Volveré a las diez de la noche. En este tiempo vais a comer algo. Preparaos lo que queráis. Emma, ponte un uniforme como el de mi esclava y luego tenéis dos horas para limpiar la casa. Después bajáis a la sala de juegos del sótano y os ponéis a haceros el amor mutuamente. No quiero que paréis ni un solo momento, ni para mear, lo hacéis en la boca de la otra. ¿Está claro? Quiero que os hayáis corrido al menos tres veces cada una cuando vuelva. Ahora, vamos, empezad. Yo tengo que marcharme.
Voy con Emma al armario de mis uniformes. Además de mi ropa, hay otros tres conjuntos también en negro un similares pero un poco diferentes pues son de tejido elástico para que puedan adaptarse a mujeres de diferentes tallas. De esa manera su corsé le aprieta menos que a mí. Mejor para Emma. Emma parece una buena chica, un poco tonta pero buena persona.
Me viene a la memoria la primera vez que hice el amor con una mujer. Todavía no había transcurrido el primer mes antes de la firma del contrato de esclavitud. Una tarde mi Amo me ordenó acompañarle porque quería encargarme ropa.
- No, no te pongas la gabardina que hace calor, ponte encima el vestido blanco. Venga, date prisa que me están esperando.
Fui a mi armario y me lo puse. El vestido blanco es un vestido muy sencillo y que me sienta muy bien pero para mi vergüenza es casi transparente. Como además debajo debía llevar el uniforme de color negro, el conjunto era muy llamativo: una mujer alta, delgada, con un vestido blanco bajo el que se transparentaba un corpiño, un liguero y unas medias negras. Se notaban perfectamente tanto los pezones, a los que no cubría el corpiño, y los pelos de mi sexo.
- Amo, no puedo salir así. Se me ve todo…
- ¿Ya estamos otra vez con tu vergüenza? ¿Quieres que vuelva a castigarte? Vamos, no me hagas perder tiempo.
- Pero Amo… la gente… se van a dar cuenta. ¿Y si me para un policía?
- De eso me encargo yo, pero nadie te parará. Lo más que harán será mirarte y con eso no pasa nada. Vamos, no lo vuelvo a repetir.
Monté junto a él en el coche y salimos. Conducía muy deprisa.
- Como llegue tarde te voy a azotar con la vara las plantas de los pies.
Es un castigo que ya había sufrido y que no quería repetir. Estuve dos días sin poder andar bien.
Finalmente mi Amo paró el coche tras estacionarlo junto a un gran edificio industrial de varias plantas y nos encaminamos hacia el conserje.
- ¿Confecciones RM, por favor?
- Tercera planta. El ascensor está a la derecha.
- Sigue caminando, no te separes de mi –me dijo mi amo- Recuerda, mirada al frente pero no a los ojos de nadie. ¡Y no se te ocurra desobedecerme!
Entramos por una gran puerta de cristal a unas oficinas. Había una gran sala con muchas mesas y gente sentada, otros llevando papeles y algunos hablando. En la pared había varios despachos y al fondo una gran puerta metálica. Se veían alrededor de veinte personas, todas mujeres salvo dos o tres hombres.
Al llegar al mostrador, mi Amo preguntó por la señorita Rosa. La muchacha hizo una llamada telefónica y nos indicó uno de los despachos, al que nos dirigimos. Noté todas las miradas sobre mí. El vestido blanco no hacía sino llamar más la atención sobre las prendas negras. Todos comprobaron que estaba desnuda y vi como se daban codazos unos a otros señalándome. A pesar de mis esfuerzos, mi cara estaba totalmente roja. Llegamos al despacho y entramos sin llamar.
- Hola, Rosa. Estás guapísima.
- Muchas gracias, Arturo, Tú también. ¿Es esta la esclava a la que hay que tomar medidas para el traje que nos has encargado?
- Sí, esta es. ¿Qué te parece?
- Está muy bien para la edad que tiene. Ha cumplido los 35, ¿verdad?
- Sí, y los 40 también, pero se conserva muy bien. Todavía estoy educándola, pero hace progresos. Todavía es muy vergonzosa y le cuesta mostrarse. Dice que este vestido no es apropiado para salir. ¿Tú que piensas?
- Es muy bonito y le sienta muy bien. Además se ve perfectamente lo poco que lleva debajo. Seguro que se vuelven a mirarla.
- Ya lo creo, solo tienes que preguntar a tus empleados. Se ha hecho un silencio total cuando hemos llegado.
- Sí, ja ja. Seguro que ha sido así. Les encanta mirar, tanto a ellos como a ellas. Así que es vergonzosa… pues eso no es grave, se puede curar. Arturo, ¿quieres que empecemos con el tratamiento?
- Por qué no. Le vendrá muy bien. ¿Qué has pensado?
- Hay que tomarle las medidas para el traje ¿no? pues se las tomaremos todos, para que no haya errores. ¿Estás de acuerdo?
Mi Amo me ordenó salir y volvimos a cruzar la sala hasta el mostrador de la puerta de entrada. Era la zona más amplia y despejada. Me colocó junto a la puerta de cristal. Rosa llamó a su socia María y a todos los demás empleados que se colocaron en semicírculo a mi alrededor. Rosa empezó a hablar.
- Os he convocado a todos para que me ayudéis con esta clienta que necesita un trato muy especial. Seguro que os habéis fijado en ella al entrar ¿verdad? Bien. ¿A que es muy guapa? Pues ella es muy vergonzosa y no le gusta mostrarse. Vamos a ayudarla a que pierda la vergüenza. Como vamos a hacerle unos trajes, hay que tomarla las medidas y, para que no haya errores, lo haremos todos. ¿Entendido? Bien. Tú, preciosa, desnúdate.
- Pero… yo… aquí… -señalé a la puerta de cristal- todos me verán…
- Pues claro, preciosa, de eso se trata. Vamos… ¡vamos!
Comencé lentamente a quitarme el vestido que cayó al suelo. Idéntico camino siguió el corsé, pero me indicaron que me dejara el liguero y las medias.
Allí estaba yo, desnuda frente a más de veinte desconocidos además de los que pudieran verme a través de la puerta de cristal. Hice ademán de taparme el sexo y bajar los ojos, pero un carraspeo de mi Amo me hizo desistir.
Rosa ordenó a una de las chicas que fuera tomando notas mientras entregaba la cinta métrica a otra para que se acercara a tomarme las medidas. Yo intentaba fijar la vista en la pared por encima de sus cabezas pero notaba sus ojos sobre mí, disfrutando con lo que veían. La voz de mi Amo me ordenó que no parara de mirarles a los ojos a todos, que fuera recorriéndoles con la mirada una y otra vez son parar. Fue muy duro.
Tanto las mujeres como los hombres fueron tomando mis medidas una y otra vez. Algunas solo me rozaban con cuidado, lo imprescindible, otros –y otras- me tocaban descaradamente aprovechando mi inmovilidad absoluta provocando los murmullos y las risas entre los que contemplaban la escena. Hubo un hombre que incluso llegó a penetrarme con sus dedos hasta que las recriminaciones de las mujeres le hicieron desistir. Al final seguía sintiendo vergüenza pero mucha menos que al principio. O eso pensaba yo porque al darme la vuelta para recoger mi ropa vi que había más de treinta hombres que me miraban. Instintivamente me tapé con las manos, pero la orden de mi Amo fue que pusiera las manos sobre la cabeza, que abriera las piernas y que les mirara como a los otros. Fueron los cinco minutos más largos de mi vida hasta que me permitió “vestirme” mientras me miraban.
Volvimos al despacho de Rosa y María también entró.
- ¿Qué? ¿Ya estás mejor? ¿Ves como no pasa nada? ¿Te ha gustado la terapia, Arturo?
- Sí, mucho, y parece efectiva. Tendré que darle más dosis…
- Oye, Arturo –dijo María- Tu esclava me gusta. ¿Podrías dejármela un rato mientras repasas los diseños con Rosa? El espectáculo me ha puesto caliente…
- Pues claro. Es toda tuya. Esclava, haz lo que maría te ordene.
- Pero Amo… yo… nunca he tocado a una mujer…
- ¿No? Pues ya es hora de que empieces. Verás como te gusta. Acompaña a María.
Seguí a María por la oficina hasta la puerta de metal. Era el taller. Allí había varias mujeres que cortaban y cosían de manera febril. Caminamos hasta una puerta lateral que daba acceso a una sala con sillones.
- A ver, guapa, desnúdate.
- Señora, por favor… nooo… yo no…
- ¡Vamos! No me hagas repetirlo. Venga, así, muy bien. No, solo el vestido. Bien, déjalo allí. Ahora acércate y bésame.
Yo dudaba en acercarme y lo hacía mirando al suelo.
- Mira, no voy a tolerar más esto. Se que eres la esclava de Arturo y que si le digo que no me has obedecido te hará lamentarlo. Haz lo que te digo y tal vez lo disfrutes, no me obedezcas y lo sufrirás…
Tenía razón. Me gustaba someterme a mi Amo pero no disfrutaba con los golpes. Debía obedecer.
Me acerqué a ella y la besé en los labios. Ella me abrazó e introdujo su lengua en mi boca. No es que me gustara pero no fue desagradable. Mantuvimos el beso unos minutos en los que sus manos recorrían mi espalda y sobaban mis nalgas. María llevó mis manos hacia sus ropas para que la desnudara. Era preciosa. De unos 30 años, casi tan alta como yo, rubia y con unos ojos muy bonitos. Me llevó hasta uno de los sillones donde me hizo tumbarme.
- Como va a ser tu primera vez, no creo que sepas muy bien lo que espero de ti. Por eso te lo voy a hacer primero yo a ti para que aprendas. Toma buena nota ¿eh? ¡Qué curioso!, nunca pensé que desvirgaría a una mujer.
Y con ese comentario hundió su cara entre mis piernas que me había hecho separar. El contacto con su húmeda lengua fue eléctrico. Descargas de placer recorrieron mi cuerpo. Fito me lo había comido muchas veces pero no se parecía en nada a lo que María me estaba haciendo. Notaba como sus manos recorrían mis pechos, pellizcaban mis pezones, acariciaban mis muslos y penetraban mi vagina. En muy pocos minutos sentía uno de los mejores orgasmos de mi vida.
La cabeza me daba vueltas. Estaba mareada del placer recibido. Cuando me recuperé, María estaba tumbada en otro sillón y me llamaba. Me arrodillé entre sus piernas y comencé a repetir lo que ella me había hecho, tratando de tocar y de lamer de la misma forma. Nunca había tenido una vagina tan cerca de mi cara y mucho menos la había tocado –salvo la mía, claro- o lamido. Me gustaba su sabor. Los gemidos de placer de María fueron subiendo en intensidad indicándome lo que le gustaba que le hiciera hasta que su cuerpo se arqueó con un intenso orgasmo. Aún no se había repuesto María cuando la puerta se abrió a nuestras espaldas…
- Vaya, veo que aprendes rápido. ¿Qué tal, María? ¿Satisfecha con mi esclava?
- Ya lo creo. Es buena, ¡muy buena! Lo siento, Rosa, perdóname, no quería que te pusieras celosa. Te quiero a ti pero…
- No pasa nada, “guarra” (lo decía en broma y con la sonrisa en los labios) Ahora voy a disfrutarla yo y ya hablaremos tú y yo esta noche en nuestra cama… Puedo ¿vedad, Arturo?
- Pues claro.
Rosa se tumbó e hizo que me colocara de forma invertida para hacernos un 69. Era muy agradable y perturbador acariciar mientras recibía caricias.
- Me habéis puesto cachondo con vuestros juegos. Me voy a unir a la fiesta si me permites, Rosa.
Un gruñido de aprobación salió de la garganta de Rosa y al momento notaba la punta de la polla de mi Amo entrando en mi ano. Apenas noté nada bien sea por la lubricación de las bocas, por la excitación que ahora sentía o por ambas cosas pero su polla entró con total facilidad. Mantuvimos la actividad hasta que todos los corrimos. Primero lo hice yo pues si al placer de la lengua de Rosa se unía el de la polla de mi Amo en mi culo el orgasmo era inevitable. Luego lo hizo Rosa y, antes de que se pudiera quitar de debajo, lo hizo mi Amo. Cuando salió de debajo de mi, Rosa tenía la cara manchada con el semen. A pesar del asco que todavía me daba limpié su cara con mi lengua tragándolo todo.
Un gran aplauso se oyó en la habitación. Estábamos rodeados por todas las mujeres del taller que nos felicitaban excitadas por el espectáculo que habían presenciado. Volví a sentir vergüenza aunque ahora en menor medida. Poco a poco me estaba acostumbrando a que me vieran desnuda e incluso a que me vieran follar.
Emma y yo llevamos casi dos horas haciendo el amor. Son más de las 8 y media. Falta algo más de una hora para que vuelva mi Amo. Hemos estado limpiando la casa como nos ordenó. Emma se ha mostrado muy curiosa sobre mi situación de esclava, como había llegado a ello, como era mi vida y todo lo relacionado. Por su parte, ella tiene 26 años y es puta vocacional. Proviene de una familia de clase media, sin problemas económicos. Ha terminado sus estudios pero ha decidido meterse a puta de manera totalmente libre y consciente. Vive con Antonio y son pareja. Dice que no es su chulo porque no se queda con el dinero que ella gana, pero sí que le obedece cuando, como en esta ocasión, Antonio le ordena irse con alguien. Gana mucho dinero que guarda en el banco en una cuenta que está solo a su nombre. No se cansa de hacer sexo todo el día. Le gusta todo, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, sexo suave y sadomasoquismo. Tanto su vagina como su ano son increíblemente elásticos. Parecen muy estrechitos al comienzo, pero yo he tenido mis dos manos completamente dentro de sus orificios al mismo tiempo con gran placer por su parte sin mucho esfuerzo. Ha llegado a tener varios orgasmos en cadena que casi me han hecho daño en las muñecas de las convulsiones.
Es muy dulce cuando me hace el amor y ha conseguido que me corra cuatro veces. Ahora me la estoy follando por el culo con un arnés. Dice que es lo que más le gusta. Me ha estado contando algunas de sus experiencias. Aunque es bastante joven ha follado mucho. Sobre todo hemos hablado de follar en grupo, lo que se suele llamar “gangbang”. Le encanta. Yo por mi parte le he contado la ocasión que más me ha impresionado de las que mi Amo me ha ordenado participar…
Esto sucedió hace solo unos meses. Una mañana mi Amo me informó que vendrían unas personas a las que debía obedecer absolutamente. Me darían la contraseña de “Alejandría” y debería conducirles al jardín de atrás junto a la piscina. Es una zona amplia, con jardín, varias tumbonas y donde estaríamos muy cómodos y en total intimidad pues está protegida de miradas indiscretas. Me dijo que no me sorprendiera por nada y que cooperara activamente pues era importante lo que iba a protagonizar. No quería quejas sobre mi actuación.
Me quedé muy preocupada. Recibía visitas muchos días, principalmente amigos de mi Amo, pero nunca me había dado tantas indicaciones. Me di una buena ducha poniendo buen cuidado en limpiar bien mis intestinos como me había ordenado y me puse mi uniforme de esclava. A las diez de la mañana llamaron a la puerta. Encontré a un hombre y una mujer. Inmediatamente pronunciaron la contraseña y les franqueé la entrada. Él se quedó junto a mi mientras ella volvía sobre sus pasos y al llegar a la calle hizo un gesto con la mano llamando a alguien. No podía ver a quien porque la valla exterior del jardín era me piedra y me lo impedía. Al momento empezaron a llegar un gran grupo de unos cuarenta chicos y chicas de unos 14 o 15 años. Procuré no mostrar sorpresa como me había ordenado mi Amo, mientras oía los comentarios de los jóvenes sobre mi desnudez. Cuando todos estaban en el jardín de la entrada, cerraron la puerta exterior y me siguieron al jardín de la piscina.
Allí el hombre y la mujer explicaron a los chicos y chicas que la salida cultural de ese día correspondía a la asignatura de educación sexual. Bien, ese era el misterio, ellos eran una pareja de profesores que iban a enseñar sexualidad utilizando my cuerpo. Bueno, no era muy grave, tendría que hacerlo con el profesor mientras los jóvenes miraban. Estaba tranquila, había hecho cosas mucho peores.
Ella comenzó la clase en cuanto todos estuvieron desnudos. Sí, les ordenó a todos que se desnudaran de la misma tal como ambos profesores lo hicieron. Los alumnos tenían risitas nerviosas y se hacían bromas pero todos se desnudaron rápidamente y sin preguntar, incluidas las chicas.
El profesor y yo fuimos los maniquíes sobre los que fue explicando las diferentes partes de nuestra anatomía y de los órganos sexuales. Facilitó la tarea que yo estuviera totalmente depilada. Seguidamente les explicó la importancia de excitar a la mujer y las diferentes formas de realizarlo mientras el profesor lo ejecutaba conmigo. Les fue explicando a los chicos como realizar un cunnilingus que realizó tan bien que consiguió que me corriera. Fue impactante para los alumnos. A continuación pasamos a la felación. Les fue explicando lo que yo hacía sobre el pene del profesor. Paré cuando me lo indicó pues no quería correrse ya que debía penetrarme. Fuimos ejecutando diversas posturas para el regocijo de los jóvenes que comentaban animadamente y opinaban. Finalmente me penetró analmente hasta que se corrió dentro de mi ano. Debo reconocer que no fue desagradable y que el profesor fue un buen compañero de sexo.
Consideraba que ya habíamos terminado porque la profesora les explicó a los alumnos que en el curso siguiente estudiarían las relaciones homosexuales tanto masculinas como femeninas…. Pero me equivocaba. El profesor tomó la palabra y les dijo a los jóvenes que los que quisieran podrían realizar prácticas de lo aprendido en la clase “teórica” que acababan de presenciar. Yo me quedé totalmente sorprendida. ¿“Realizar prácticas”? ¿Qué quería decir con eso, que lo harían entre ellos, que lo harían conmigo? ¿Acaso pretendían que desvirgara a los chavales? ¡Pero son menores, eso es delito! Estaba perpleja.
Ambos profesores explicaron que no era obligatorio y que se respetaba a los que decidieran no hacerlo, pero que serviría para subir nota. Animaban y tranquilizaban a las chicas a participar asegurándolas que ninguna perdería la virginidad si no lo deseaba, tal como habían acordado en la reunión que mantuvieron con los padres. Las animaban –a los chicos no hacía falta animarles- a practicar y a permitir el sexo oral e incluso a hacer sexo anal, como ella misma realizaría para que lo vieran. Sería muy tenido en cuenta en el momento de decidir la calificación final del curso de las y los participantes. Confirmaban que el sexo anal debería ser supervisado por los profesores para verificar la correcta realización y que ninguna resultara lastimada.
Se comenzaría con el sexo oral. A los chicos les informaban que podrían realizar sus prácticas con las chicas que estuvieran dispuestas y conmigo. Se valoraría la forma en que realizaban lo expuesto en la clase con especial atención a los orgasmos que consiguieran provocar en las chicas y en mí.
Del grupo de unas veinte chicas todas decidieron participar en el intercambio de sexo oral mutuo con los chicos aunque se mostraban reacias hacia el sexo anal salvo dos. Sorprendentemente, tal vez por vergüenza, nadie solicitó sexo homosexual. Los profesores hablaron entre ellos y decidieron que primero se realizarían las prácticas de sexo oral y luego más tarde se vería lo del sexo anal.
Los estudiantes se pusieron por parejas “de trabajo” y comprobé que había 19 chicas y 22 chicos. Sobraban tres muchachos, los tres más feos claro está. Me indicaron que yo sería la compañera de los tres mientras que los profesores darían vueltas observando y corrigiendo lo realizado por los jóvenes. Algunas parejas se colocaron en las tumbonas y los demás extendieron grandes toallas sobre la mullida hierba. Yo me dirigí a una tumbona con mis tres muchachos.
Estaban muy nerviosos. Intenté tranquilizarles. Les pedí que me abrazaran y uno a uno les fui besando en la boca. Sus lenguas eran demasiado inexpertas y nerviosas pero me gustó. M tumbé y les dejé que me tocaran a su gusto. Tuve que frenar el entusiasmo de uno de ellos porque no solo metía uno o dos dedos dentro de mi vagina, como los otros, sino que pretendía meter toda la mano. Decidieron entre ellos el orden de participación. Comenzó torpemente a lamer los labios exteriores de mi vagina. Poco a poco le fui indicando que tenía que prestar más atención a mi clítoris y cómo hacerlo. El chaval era muy aplicado y al rato conseguía llevarme al orgasmo. Pensé que el siguiente tendría ventaja porque yo ya estaba totalmente excitada y no le costaría nada llevarme de nuevo al éxtasis… Decidí realizarle yo una mamada al primero de mis chicos y así la cosa estaría más equilibrada. El chico tenía un buen aparato para su edad. Hice que se tendiera sobre la tumbona y comencé a ensalivarle bien toda la polla y los huevos. A pesar de tener cuidado, el chico se corrió en mi boca a la quinta vez que me introducía toda su polla en mi boca, llenándomela con una abundante corrida un poco amarga. Me la tragué sin enseñársela para no excitarlos aún más.
Mientras esto sucedía, escuchaba las indicaciones de los profesores y los gemidos de placer de las chicas. Lo estaban disfrutando. Cuando terminé de dar y recibir sexo oral de mis tres chavales, comprobé que las últimas parejas también estaban terminando y el grupo comentaba animadamente las experiencias.
La profesora les reunió indicándoles que ahora ella practicaría sexo anal con el profesor para que las chicas pudieran tomar su decisión sabiendo como era para una mujer menos acostumbrada al sexo como yo. El profesor procedió a excitarla mediante caricias, sexo oral y un poco de sexo vaginal para luego proceder a lubricar el ano y seguidamente, con mucha calma y lentitud, ir penetrando lentamente el ano de la mujer con pausas para que el esfínter se fuera acostumbrando a la intrusión. Al poco el profesor la cabalgaba vigorosamente con gemidos de placer de la profesora que culminaron en un orgasmo casi simultáneo. Ambos cayeron, uno sobre la otra, agotados por el esfuerzo. Cuando se repusieron y el pene redujo su tamaño, lo sacó quitando con cuidado el preservativo y haciendo un nudo.
La mitad de las chicas se animó a practicar el sexo anal. Cada uno de los profesores atendería a una pareja y las demás esperarían su turno pues la supervisión de los adultos era obligatoria. Los demás chicos cuyas parejas no querían hacerlo, podían seguir practicando sexo oral, mirar como sus compañeros daban por el culo a las chicas o realizar sexo vaginal o anal conmigo. Les recordó que el preservativo era obligatorio, que les protegía de contagios e infecciones, etc, todo el discurso que ya habían oído antes.
Me encontré rodeada por 6 o 7 chicos que discutían sobre quien estaba primero y quien después. Lo resolví decidiendo que por orden alfabético de los apellidos y sin más un chico rubio se acercó tumbándome sin más dispuesto a follarme sin demora. El paré y les dije a todos que se tranquilizaran que podrían follarme todo lo que quisieran pero que debían tratarme con educación, que en esos momentos yo era su profesora. Asintieron y el tumulto se calmó.
Todos fueron follándome uno tras otro. Algunos por la vagina y otros por el culo. Inmediatamente que terminaban se volvían a poner en la cola para repetir. Afortunadamente tardaban poco en correrse pero desgraciadamente tardaban muy poco en que sus pollas estuvieran de nuevo apuntando al cielo.
Al rato se unieron al grupo algunos chicos más y algunas chicas que me observaban. Me preguntaban qué sentía a ser penetrada por la vagina, si no me dolía que me follaran tantos y cosas así. Yo les explicaba y les pregunté por sus experiencias. Les había gustado el sexo oral y me preguntaron si yo se lo podría hacer para comparar con lo que les habían hecho sus compañeros. Les dije que sí. Hice que el chico que me follaba se detuviera un momento. Una de las chicas se tumbó, yo me puse a cuatro patas entre sus piernas y le dije al chico que podía continuar. Frente a mi se sucedieron las tiernas vaginas de bastantes chicas mientras que en mi retaguardia no decrecía el vigor de los chicos que suavizaba mediante buenas dosis de lubricante.
Así estuvimos hasta que los profesores terminaron de supervisar a las parejas anales, momento en que los profesores llamaron a que los alumnos les atendieran, lo que enfadó a algunos de los muchachos que esperaban su turno entre mis caderas y sobre todo al que en ese momento me daba por el culo. Entonces algunas chicas plantearon a la profesora que deseaban perder su virginidad. La profesora les preguntó si lo habían pensado bien y ellas asintieron. Había tres que deseaban hacerlo ser desfloradas por el profesor –la verdad es que era muy guapo- y otras dos que traían de la mano a sendos compañeros de curso. También había tres chicas que habían disfrutado tanto del sexo anal que preguntaban si podían seguirlo realizando con sus compañeros y varios de los chicos que pedían poder follar con la profesora.
Todos y todas querían participar según sus preferencias, pues las que no deseaban ser penetradas sí que querían seguir con el sexo oral con chicos y algunas también con chicas.
Se decidió que todos deberían presenciar el desfloramiento de las dos chicas por sus compañeros bajo la supervisión de los profesores para que vieran como se debía hacer, y que luego cada uno podría hacer lo que quisiera durante la hora y media que restaba hasta que el autobús volviera a recogerles. Así, tras la ceremonia del desfloramiento de las dos chicas, el profesor fue desflorando a sus tres muchachas, la profesora permitió ser follada por todos los chicos pero solo una vez y solo por la vagina, y los demás estuvieron haciendo sexo oral. Yo, por supuesto volví a tener una larga fila de chicos que me fueron follando a su antojo y de chicas que deseaban las caricias de mi lengua. Hubo una a la que tuve que atender más de cinco veces. La profesora pareció dudar sobre si acceder a ser follada por todos los chicos, pero pienso que no es fácil negarse mientras estás desnuda delante de todos. Finalmente accedió pero solo a 5 minutos como máximo cada uno.
Se marcharon mientras la profesora les decía que lo vivido no debía de modificar las relaciones entre ellos. Ella, aunque joven, era su profesora, estaba casada y tenía un hijo, y no les toleraría ninguna falta de respeto. Les había dejado follarla pero ahí se había acabado todo y volvían a sus alumnos y profesora como si nada de todo aquello hubiera sucedido.
Yo estaba agotada pero también feliz. Había sido una experiencia sorprendente pero muy placentera, pues había perdido la cuenta de los orgasmos que había sentido. Esos chavales son incansables… Por la noche mi Amo recibió una llamada de la profesora agradeciéndole la ayuda que esta humilde esclava les había proporcionado para su “clase práctica” de educación sexual.
Oigo la puerta del jardín. Mi Amo ha vuelto. Seguimos haciéndonos el amor tal como nos ordenó.
Nos encuentra haciendo un húmedo 69. Y notamos sus manos que nos acarician.
- Muy bien, chicas. Os habéis portado muy bien. Ahora dejad lo vuestro que deseo relajarme tras un duro día de trabajo. Emma, ata las manos de mi esclava a las argollas del techo y sus tobillos a las del suelo. Sí, así… muy bien… formando una X. Ahora dame el látigo… sí, aquél… Antes de nada tengo que hacer un poco de ejercicio y nada mejor que azotar el lindo culo de mi esclava. Emma, pon esa bola de moradaza en su boca para que no me moleste con sus gritos cuando la azote. Esta vez le va a doler…
Uno tras otro caen los golpes del fuerte brazo de mi Amo sobre mi culo y espalda. Duelen mucho y marcan rojas líneas sobre mi espalda –lo veo reflejado en los espejos de las paredes- pero no me producen sangre. En un par de días no se notará nada. Tras veinte minutos mi Amo cesa en su ejercicio. Yo cuelgo sin fuerzas de la argolla del techo.
Yo soy suya y vivo tan solo para su placer. Mi Amo me quiere y cuando me azota lo hace sin maldad. Ahora le está ordenando a Emma que me aplique un bálsamo en mi espalda. Él necesita hacer ejercicio y por eso me ha azotado, nada más. Me esfuerzo en cumplir sus órdenes no por temor a los castigos, sino para que esté contento y sea feliz. No es que sea masoquista, pero he aprendido a convivir con el dolor de una manera normal. No me gusta pero tampoco lo odio.
Más que con los azotes, mi Amo disfruta atándome en posturas complicadas y muy incómodas. Hay veces que duran solo unos minutos, pero otras veces puedo estar así toda una noche amaneciendo en un estado lamentable con las piernas y brazos tan totalmente acalambrados por el estado de tensión al que han estado sometidos durante tantas horas que me impide incluso arrastrarme. También le gusta atarme en posturas tan artísticas como incómodas cuando tiene una cena con invitados. En esas ocasiones soy solo decoración, soy su creación artística de ese día como hacen los japoneses con sus arreglos florales.
Como ya te he dicho, mi Amo es abogado y tiene su bufete en unas oficinas muy elegantes del centro de la ciudad. Hay una cosa que supongo le gusta mucho ya que tengo que hacerlo al menos un día casi todas las semanas. Le acompaño en su coche con nada más encima que mi uniforme, pero como el bufete tiene garaje en el mismo edificio, solo me ven las personas que suben con nosotros en el ascensor. Todos (y todas) me miran de reojo pero nunca dicen nada. Vamos hasta su despacho y, junto a la puerta, hay otra puerta que da acceso a una habitación muy pequeña como de un metro por dos. En la pared del final, de madera, se quitan unos aros concéntricos para que yo pueda meter la cabeza. Luego pone algunos de ellos alrededor de mi cuello que reduzcan el tamaño del orificio impidiéndome volverla a sacar. Dispongo de unos agarraderos en la pared a ambos lados de mi cabeza para que pueda sujetarme. Mis tobillos son sujetados a unas argollas de las paredes laterales para que no pueda cerrarlas. La postura no es nada cómoda con la cabeza dentro de la pared mirando el despacho de mi Amo como si fuera un trofeo de caza, agarrada a unos soportes para no caerme y con las piernas sujetas sin poder cerrarlas, pero es mucho peor cuando uno tras otro van entrando los que supongo son empleados y clientes del bufete que van follándome por ambos orificios según su gusto de ese momento. Cuando mi Amo libera mi cabeza, puedo ver que en la papelera hay multitud de preservativos con el fruto del placer que con mi cuerpo han obtenido.
Mi Amo disfruta viendo los gestos de mi cara mientras soy follada y sodomizada, aunque también disfruta del placer que mi boca le produce cuando introduce su miembro hasta la garganta o cuando decide orinar en mi boca. Por supuesto que debo beber hasta la última gota, ya que su despacho debe estar inmaculado.
Nunca hay posibilidad de aburrimiento con mi Amo y cada día es igual pero totalmente diferente. A mi Amo le gusta mucho el baloncesto y le encanta ver los partidos en la enorme televisión panorámica que llena una de las paredes del salón. En esos días de partido, me viste de cheerleader americana con un vestido que me contó se trajo de los Estados Unidos cuando estuvo allí estudiando Derecho. Con ese mini-vestido puesto debo servir bebidas y aperitivos cuando no estoy siendo follada por cualquiera de mis tres agujeros, como ellos los llaman, por la casi docena de amigos que se reúnen para disfrutar del partido, las bebidas y la esclava de mi Amo. Uno tras otro se suceden entre mis piernas de manera casi constante. Tienen una tradición, por llamarla así, que es que van recogiendo el semen que escurre de mi coño y mi culo en una gran copa que tengo que beberme delante de todos mientras me jalean con sus gritos. Si su equipo ha ganado, perfecto, pero como haya perdido me meten una botella de cerveza vacía por el coño y otra por el culo mientras se mean sobre mi “por no haber animado bien al equipo”…
Ya me he recuperado un poco de los azotes. Mi Amo está follándose de forma ruda y violenta a Emma. Ambos están disfrutando mucho pues la oigo como le pide que le de más fuerte, lo que hace redoblar las embestidas de mi Amo.
Me vienen a la cabeza muchas de las cosas que me sucedieron al principio. Los comienzos son siempre duros y más cuando tienes que aceptar que no solo no eres nadie sino que no eres más que una cosa, un juguete, una diversión. Y por supuesto las cosas no tienen pudor, y ese siempre ha sido un punto clave para mí que me ha costado mucho superar. Ahora puedo pasear siendo la única desnuda en una sala llena de gente, hacer mis necesidades delante de una multitud o dejar que me follen en cualquier parte. Podría pasear desnuda tranquilamente por cualquier avenida, sentarme en un restaurante, ir a comprar al supermercado, rezar en una iglesia… pero al principio…
Os conté la experiencia cuando “me tomaron medidas” para la ropa que mi Amo encargó. Allí estuve desnuda por primera vez, pero eso no era nada. Al día siguiente mi Amo me llevó a una especie de disco-bar de un amigo suyo. Llegamos casi de noche cuando todavía no había mucha gente. Ese día no me permitió usar la gabardina e hizo que caminara unos doscientos metros por la acera de la calle hasta llegar al local. Le dije que estaba desnuda (salvo por mi uniforme que nada tapaba) y que la gente me miraría… que tal vez llamaran a la policía…
- Ese no es tu problema. Camina junto a mí y mantén la vista al frente como te enseñé. No quiero volver a repetirlo. Eres mía y harás lo que te diga sin pensar.
Caminé mirando al frente pero sin posar los ojos en nadie. Notaba sus miradas y sus gestos de sorpresa y también de asco. Había hombres y mujeres, algunas muy jóvenes, pero afortunadamente ningún niño. Algunos chicos me gritaron obscenidades llamándome guarra y ofreciéndose “a darme lo que estaba buscando”. Intenté acercarme a mi Amo para ocultarme parcialmente tras él, pero su mirada me lo impidió obligándome a caminar al descubierto.
El local era bastante grande con muchas mesas alrededor de una pista de baile casi en el centro. La luz no era mucha pero se me veía perfectamente en mi desnudez. Los clientes y el personal me miraban descaradamente mientras mi Amo conversaba con su amigo, el dueño del bar.
Yo estaba muy avergonzada. El paseo por la calle había sido muy fuerte para mí y aún no me había repuesto. Mi corazón latía muy deprisa. Y ahora estaba allí, en medio de unas veinte personas que no me quitaban los ojos de encima y que hablaban sobre mí entre ellos. Sentía como si sus miradas me tocaran, me sobaran por mis partes más íntimas.
- Sí, creo que es una buena idea –oí que mi Amo le decía a su amigo- Quedará muy decorativa y seguro que anima a la clientela a beber.
Colocaron una mesa baja a la entrada de la sala. Mi Amo me ordenó agacharme dejando mi culo levantado poniendo las manos frente a mis hombros. Me pusieron una bandejita con vasos de chupito en cada mano y me ordenó quedarme quieta. Dos campanillas quedaron colgadas de mis pezones a través de sendas pinzas.
- No quiero que muevas ni un pelo pase lo que pase. Ni siquiera un gesto de tu cara. Y ustedes, señores, esto es para que lo disfruten. Adelante.
En seguida me vi rodeada de hombres y mujeres que se acercaban sorprendidos, tomaban uno de los vasitos y bebían sin quitarme la vista. Pronto noté una mano que rozaba mi culo, al momento otra más y otra. Yo mantenía la mirada neutra y desenfocada como si fuera una estatua. Al ver que no había respuesta por mi parte ni por la de mi Amo, las manos se dirigieron a mi coño, introduciéndose. En unos minutos mi espalda, pechos, culo y sexo estaban cubiertos de manos que acariciaban, pellizcaban, sobaban y se introducían sin el menor reparo. También las clientas que en ese momento había disfrutaban del espectáculo.
Aquello era mucho para mí. No solo estaba desnuda en medio de tanta gente, sino que notaba como decenas de manos disfrutaban de mi cuerpo inmóvil. Tenía un calor sofocante producido en parte por la gente que me rodeaba, en parte por la tensión que me producía ser sobada en mis partes hasta ese momento recatadas y en gran parte por el esfuerzo al mantener la postura. Mi Amo se debió de dar cuenta y me permitió incorporarme y bajar de la mesa. Me colocaron nuevas bebidas en las bandejas y me ordenó mantener las piernas muy abiertas.
Durante cinco horas estuve siendo manoseada y penetrada por vagina y ano por cientos de manos que disfrutaron de mi inmovilidad y que lograron vencer mi resistencia a ser tocada en mi feminidad.
Para terminar, tanto el amigo de mi amo como los cuatro hombres y dos mujeres que formaban el personal del establecimiento disfrutaron de mi cuerpo. Ellos me follaron varias veces cada uno y ellas disfrutaron de mi lengua mientras era follada una y otra vez.
(Continuará)
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