Tu castigo

Cuando alguien no hace lo que debe... recibe un castigo justo, casi siempre...

Al abrir la puerta de la casa la vi al lado de la ventana. Un brazo cruzado y el otro levantado, sujetando con sus finos dedos el cigarrillo que fumaba mientras miraba distraídamente por la ventana. Su cuerpo estaba completamente desnudo, a excepción de unos zatos de plataforma que se cerraban con unas tiras a lo largo de su pantorrilla.

Cuando escuchó que la puerta se cerraba, miró rápidamente hacia donde yo me encontraba apagando el cigarro en un cenicero que había próximo.

  • Buenas tardes, Señor. – dijo mientras adoptaba la posición de espera, como le había enseñado. Manos en la espalda, tirando de los brazos hacia atrás para dejar al descubierto sus senos, piernas separadas, dejando perfectamente accesible su sexo perfectamente rasurado a diario.

La miré con ojos fijos. Observándola, midiéndola, dejando notar como la sangre me fluía por todo el cuerpo. Sintiendo como la excitación me recorría haciéndome olvidar de cualquier vicisitud de mi trabajo. Me afloje un poco la corbata mientras me quitaba el primer botón de la camisa.

  • Buenas tardes, pequeña. ¿Qué tal ha estado tu día? – dije acariciándole con la mano la mejilla, notando el calor que brotaba de ella.

  • Esperando pacientemente su llegada, Señor.

Mi cara esbozó una leve sonrisa. Me gustaba su disposición. A pesar del poco tiempo que hacia que habíamos decidido tener una relación, veía en ella un ansia siempre por satisfacer cualquiera de mis deseos.

Me aparté de ella y me dirigí al sillón que uso siempre de mi salón. Dejándome caer, aflojé un poco más mi corbata al tiempo que le indicaba con un chasquido y con una seña que la quería a mi lado.

Ella, muy solita, se puso de rodillas, y con un gracioso gatear en el cual contorneaba todo su cuerpo, se fue acercando a mí hasta que quedó tumbada a mi lado. No hizo falta mirarla, sabía que había empezado a besar y lamer mis zapatos, como muestra de afecto porque su Amo estaba de vuelta en casa.

  • Dime, pequeña, ¿has hecho tus deberes? – Tranquilidad en mi voz, daba por hecho muchas cosas, demasiadas quizás.

Ella levantó la cabeza y sin mirarme asintió con la cabeza.

  • Bueno, veámoslo... Ponte en posición de inspección. Quiero comprobar que todo se ha hecho con respecto a mis órdenes.

Irguió su cuerpo, poniéndose de rodillas. Separó las piernas y las levantó, dejando la espalda recta. Sus manos las colocó sobre la nuca, levantándose el pelo.

Mis ojos empezaron a recorrerla con sumo cuidado. Inspeccionando cada uno de los lugares que hacían bullir mi deseo. Adoraba el cuerpo que tenia. No era ni muy rellenita ni muy canija. Tenía sus curvas, su sustancia. Me encantaban sus pechos, perfectos y redondeados. Vi los aros que le había mandado taladrarse. Metí un dedo en ellos tirando un poco, notando el peso del pecho. Mis dedos pellizcaron su pezón, haciéndole escapar un gemido.

Seguí bajando mi mano hasta su sexo. Perfectamente rasurado. Le había dicho que no quería que tuviera nunca ni el más leve rastro de pelo. En su día había sido yo quien primeramente se lo cortó. Le dije que quería que siempre se sintiera desnuda, que nada la tapara. Tenía que estar disponible para mí, siempre que quisiera, siempre que lo deseara.

Con mis dedos separé sus labios, calientes, carnosos. Noté como ya estaban mojados. Siempre le había excitado el que la tratase así. Desde el primer día. Sabía que desde que aceptó ser una sumisa para mí, su cuerpo ya dejaría de pertenecerle, en todos los sentidos. Se acabó el insinuar que había tenido con otras parejas de si le apetecía al otro hacer el amor o no. De satisfacerse cuando estaba cachonda, ya fuera porque alguna pareja no había sabido darle lo que necesitaba, o porque simplemente le apetecía. Todo eso terminó el mismo día que accedió a ser mía.

Desde entonces le había puesto una dieta de sexo. No le daba todo lo que quería cuando quería. Había descubierto que así las explosiones de su sexo eran mayores. Toda la rabia sexual contenida, toda la excitación que se guardaba en su cuerpo, sólo saldría si le daba permiso para ello. Ella lo sabía. Y si se le ocurría desobedecerme sabía lo que tendría.

Al tocar en su coño húmedo, note sus movimientos de la pelvis. Intentaba rozarse con mis manos, para intentar recibir la satisfacción que desde hacía cinco días no le daba.

  • Pareces una perra en celo. Si sigues rozándote así, vas a tener que pasarle la lengua al suelo, por como lo estás poniendo. Quizás deba castigarte por la insolencia de querer satisfacerte con mi mano sin que haya dicho, nada. ¿Es lo que quieres?

  • Lo que mi Amo desee. Si, soy una perra salida. Y espero a su deseo de darme placer cuando usted quiera.

  • Quiero que gires. Enséñame tu culo.

Vi como se ponía roja e inmediatamente me imaginé qué era lo que pasaba. Algo se le había olvidado, sabía que había incurrido en una falta. Al principio titubeó, pero cuando cuando levanté la voy repitiéndole lo que le había dicho, salió de su ensimismamiento y se giró. Arqueó la espalda levantando las caderas, tumbando la cara completamente contra el suelo. El agujero de su culo era rosado y limpio de cualquier pelo. Vi como unas gotas de sus fluidos recorrían su pierna hacia el suelo. Realmente estaba muy mojada, lo cual hacia que me excitase muchísimo. Pero a pesar de esta preciosa imagen, un atisbo de cólera brotó en mi interior. Hacía dos días que le había dicho que quería ensanchar su ano, y para ello había comprado un plug que llevaría siempre en el culo durante la mañana, hasta que yo llegara. Y hoy no lo llevaba.

  • Lo siento, mi... – Alcanzó a decir, hasta que mi mano fue a golpearle uno de los cachetes en respuesta a hablar sin mi permiso.

  • ¿Así que no quieres satisfacerme esté capricho? Se que te gusta que te desgarre el culo siempre que te follo por ahí, pero yo quiero verte el agujero domado. ¿Te cuesta mucho entenderlo? – Dije con cierto enfado.

  • No, mi Amo. Al hacer mis necesidades, me lo quité, y luego me olvidé colocármelo de nuevo.- Dijo a modo de suplica desde el suelo. – Iré y me lo pondré inmediatamente.

  • Por supuesto que lo harás, perra. Pero eso no va a quitar que te castigue por ello. Ya lo sabes. Trame la fusta roja y el plug. Y espero que como buena perra que eres, te des prisa y seas diligente.

Vi como salió gateando con menos gracia que antes, pero con más prisa hasta mi cuarto. Noté un calambre de excitación por mi cuerpo. Me encantaba inspeccionarla, pero más aun ser el que la castigara, el que le enseñara como tenía que complacerme. El que la instruyera en todo cuando debía saber para ser una perfecta sumisa. Aproveche para quitarme la chaqueta y la corbata. Me quité también la camisa, dejando mi torso al aire.

Apareció ella llevando en la boca la fusta y en la mano el plug que tendría que haber llevado en su culo. Los dejó a mis pies y se colocó de rodillas, en la posición de inspección.

  • Bien, bien perrita... así que te gusta portarte mal y olvidarte de las cosas... Creo que a veces haces las cosas solamente porque te gusta el sabor de la fusta en tus labios antes de saber que va a acariciar tu piel. – No podría jurarlo, pero creo que en su cara se dibujó una leve sonrisa. Sabía que esto le gustaba. Que el ser castigada, aleccionada por mí era lo que más le ponía en el mundo entero.

Cogí la fusta que había dejado a mis pies por el mango. Este era más gordo de lo habitual, y lo solía usar para dirigirla por el cuarto metiéndoselo por el culo, cuando le enseñaba a caminar gateando.

Con la punta lo froté por su coño y vi como dejaba un rastro brillante en ella. Se lo di para que lo oliera y lo chupara.

  • Bien, quiero que pienses en este castigo que te voy a imponer. No voy a dejar que disfrutes con él. Para ello, vas a repetir cada vez que te de con la fusta "gracias mi Amo" y vas a ir contándolos. Te voy a dar 30 y ni uno menos. Ponte a cuatro patas encima de la mesa baja. Arquea tu espalda y deja al aire tu culo.

Ella respondió rápidamente. Se subió a la mesa, puso sus caderas en alto al tiempo que arqueó la espalda como antes había hecho.

Cogí el plug y se lo metí en la boca, diciéndole que por nada del mundo lo dejara salir de ahí. Que lo dejara allí hasta que se hubiera lubricado lo suficiente. Ya lo sacaría yo.

Yo cogí la fusta y froté su mango por los fluidos que cada vez eran más caudalosos y que se vertían desde la entrepierna de mi sumisa. Lo mojé bien, girándolo en todos los sentidos y cuando vi que estaba lo suficientemente lubricado, lo enfrenté a su culo y apreté hacia su interior. Vi como los músculos de su espalda se tensaban y como cerraba los ojos por la presión que recibía. Al principio la piel se metió un poco hacia adentro, hasta que se ensanchó lo suficiente para que se deslizara por su interior. Cuando tuve un buen trozo metido, giré el mango haciendo que los trenzados de cuero que lo decoraban rozasen el interior de anillo anal. Observaba su coño. Húmedo y rojo. Hinchado por la excitación y comprobaba como los espasmos lo abrían y cerraban, como hablándome, suplicándome que lo satisficiera. A esas alturas yo sabía que aun dejándola que ella se tocará, el placer no sería igualmente intenso que si fuera mi propia polla quien lo hiciera. Hasta su propio placer estaba mitigando. Quería que yo fuera el único en el mundo que la llevara hasta tu máximo éxtasis. Y ella me lo pedía insistentemente con su sumisión en cuerpo y alma.

Cuando me cansé de darle vueltas al mango, lo saqué con brusquedad, y pude ver como el orificio de su ano, recuperaba lentamente su holgura inicial. Entonces cogí el plug de su boca, el cual estaba pegajoso por toda la saliva y espuma que había generado el estar en su boca. Lo acerqué a su culo y lo introduje en él, llevándolo hasta su tope. Volví a escuchar otro gemido de ella. No me extrañaba, yo estaba igual de excitado. El pantalón de pinzas era ajustado y mi verga pugnaba por salirse de él como fuera. Pero yo también tenia que disciplinarme, ser consecuente con el castigo que le imponía a ella ya que yo también era partícipe de su entrenamiento. Sabía que el ser Dominante no iba a ser fácil. Implicaba ser igual de estricto y no dejarse llevar por todas las pasiones que mi cabeza pidiera. Tenía que ser regio a la hora de aplicarle el castigo, por más que mi cuerpo pidiera satisfacerla y satisfacerse. Nuestra relación era bidireccional, no había uno sin el otro. No había placer si no era dado por el otro. Esa era nuestra esencia.

Llegaron la hora de la fusta. Primero palmee su culo carnoso y caliente, ahora un poco separado gracias al plug negro que en él se encontraba. Pasee la fusta por su piel haciéndola consciente de que su castigo era inminente y descargué el primero. Inmediatamente la escuché decir la frase que le había dicho y el número "uno". Volví a descargar, y escuché la misma frase: "Dos, gracias mi Amo". Así uno tras otro. Notando la vibración de la fusta en mis manos. Escuchando el silbido al cortar el aire y el golpeteo con la piel de mi perra donde veía las firmas que dejaba en ella. Nunca imaginé que la fusta me hiciera sentir estas sensaciones. Sabía que aplicaba un castigo doloroso, pero el saber la satisfacción que sentía ella, al ser aleccionada de manera dura, impasible, de la excitación creciente en su cuerpo al notar cómo era mancillado por un elemento tan burdo... eso me producía en mi interior una generosidad y satisfacción increíble, al ser yo quien pudiera permitirle tal placer.

Así uno a uno, fue recibiendo los 30 fustigazos estipulados. Ni uno más y ni uno menos. Al acabar permaneció en dicha posición y yo pude inspeccionar las marcas dejadas por él. No había heridas, ni moratones. Pero si las líneas cruzadas de color rosado que empezaban a encenderse en su piel.

Pasé mi lengua por ellas y noté el calor que desprendía, a su vez que sabía que aliviaba el dolor que tenía que sentir, junto con la excitación de la calma que viene tras ellos.

  • Muy bien pequeña. Has sabido aguantarlos perfectamente. Así me gusta. – Dije mientras acariciaba las marcas y su espalda. Su cuerpo aun temblaba, pero sabía que poco a poco se iba tranquilizando, dejando paso de nuevo a la excitación de su sexo insatisfecho. Yo sin embargo cada vez sentía más latente mi pene contra mi vientre. Notaba esas vibraciones cuando la sangre fluye por él con fuerza, no retrocediendo ni un milímetro de erección. Me bajé la cremallera lentamente, para que ella escuchara el sonido de ella y se imaginara que vendría a continuación. Me senté en mi sillón y me la saqué de mis slips.

  • Ven pequeña, mi perrita. Creo que te lo has ganado por haber soportado tan bien mis golpes.

Ella se giró diligentemente y se encaró hacia mi sexo duro y dispuesto con sus manos a la espalda. Vi sus labios carnosos cerrarse sobre él. Estaban muy húmedos, calientes, resbaladizos. Bajó por él lentamente, saboreando cada centímetro, como si de su comida se tratase y básicamente era así. Sus movimientos se hicieron más ávidos, mojándomela completamente, babeándola mientras se la metía hasta el fondo de su campanilla. Yo ya no tenía que hacer ningún esfuerzo en apretarle la cabeza. El haberla dejado cinco días sin satisfacción era demasiado para ella, y esta frustración la pagaba engullendo mi sexo vorazmente. Su cuerpo se contorneaba agitadamente y aproveché para meter una pierna por debajo de ella. Con mi empeine empecé a acariciarle su coño que no sabía decir si es que se había orinado encima o era una excitación que superaba lo puramente humano. A cada golpe de mi empeine ella engullía más adentro mi pene, hasta tal punto, que pensé que de poder me habría engullido a mí entero, como si de una serpiente se tratara.

Mi cuerpo se contorsionó en un espasmo de placer y solté todo mi flujo nutriente en el interior de su boca y garganta. Al principio pensé que se atragantaba, pero como una chica buena se lo fue tragando todo, incluso limpiando los restos que había aun en mi polla sucia de semen. Yo por mi parte dejé de darle placer con mi empeine y la aparté a un lado.

  • Te has portado bien aguantando, pero no has sido una chica buena del todo. Así que aun no te mereces satisfacerte. Quizás cuando aprendas a obedecerme como debe ser, haga que te corras como nunca lo has hecho. – Dije mirándola con una sonrisa maliciosa. – Por cierto, a las mascotas que se mean en el suelo, se les frota el hocico contra su meado... pero tú vas a recogerlo con tu lengua. Mi perrita.

Naqoura (Libano), 28 de septiembre de 2007.