Tu

Mi primer relato.... es muy tópico y muy típico. Espero que os guste

[Parte 1]

Después de tanto tiempo desconectado de mis parafilias pensaba que ya no sería capaz de volver a amar a nadie en mi vida. Estaba rehaciéndome a mí mismo como cuando montas un puzle, recogía todos los días pedazos de aquí o de allá. Destapaba una caja y encontraba un recuerdo, abría un libro y leía una frase, recordaba algo de una o de otra pero nada más que eso, todo quedaba en mi mente, en mis fantasías y en mi cerebro.

Pasaban las semanas y con ellas los meses y nada hacía suponer que las cosas iban a cambiar en breve, y aunque tampoco es que yo quisiera lo contrario, empezaba a sentirme cómodo tal y como estaba.

Somos animales de costumbres, entre ellos, puede que yo más, pues además soy un extremista en todos los aspectos, pero se estaba asexualizando. Es cierto que había conocido a alguna mujer en ese tiempo, pero nunca había pasado nada. O bien había sido rechazado o bien era una mona vestida de seda… algo de esperar en los tiempos que corren.

El caso, es que todo había cambiado en poco tiempo, ya no tenía las obligaciones típicas laborales, gozaba de una buena salud económica y me había dedicado en cuerpo y alma (literalmente) a la bebida. Estaba bebiéndome 14 años de sequía, de rencores, de palos, de malos tratos, de resquemores, de odios, de fracasos, de triunfos. Concatenaba fiesta con más fiesta, el penúltimo cubata de las siete de la mañana con el whisky de malta de 25 años junto a mi padre en las sobremesas que compartía en familia…

… Hasta que esa noche apareciste tú, entonces todo cambió.

[Parte 2]

Eran alrededor de las nueve y media de la noche cuando apareciste en mi casa. Te vi andar desde el balcón, tu vestido negro de algodón se ceñía a tus curvas como un guante de látex a una mano. Unos enormes taconazos de 14 centímetros resaltaban la forma de tus glúteos, no llevabas medias: Las traías en una cajita dentro de una bolsa de plástico. Me lo ponías fácil. Llevabas un pequeño tanga de hilo incrustado y tus pequeños senos se apretaban en un sujetador sin tirantes que te habías puesto para lucir tus hombros y no desmerecer esa media melena negra caoba y esos ojos de color del azabache.

Cuando te abrí la puesta estábamos sólo dos personas en casa, los dos sabíamos que venías, que habías dicho: Si. Veintitrés escalones te separaban de mí y pude recorrerte 360 grados mientras subías las escaleras. Yo estaba apoyado en el marco de la puerta, nervioso, aunque tú no lo notaste. Me hiciste el primer regalo de la noche: Tu sonrisa. Tus labios se abrieron en un preámbulo de lo que acontecería horas y copas más tarde en el mismo lugar y me besaste. No fue un beso de pasión, fue un beso gentil sutil, tan sutil como sólo tú puedes ser, delicado. Un beso en la mejilla que me provocó casi instantáneamente una erección… una de tantas aquella noche.

Una cerveza, un par de frases sin sentido dos cabezazos contra la pared para dejar de hacer el gilipollas y nos fuimos a cenar, no había más tiempo (aún).

Nuestro amigo fue muy educado y te cedió a mí, probablemente porque él es conocedor de mis preferencias y de mis formas y nos fuimos solos tu y yo. Conducías calle abajo y no podía evitar mirar esas piernas cuasi perfectas. El vestido negro, corto como no me había dado cuenta aún te jugaba malas pasadas, pero decidiste dejarlo ahí, a mi imaginación, total, era de noche y no iba a ver nada. Recuerdo que fue la primera vez que te vi de perfil. Analicé tus rasgos, tu boca, tu barbilla, tus ojos, tus pestañas, tu pelo. Te olía desde el asiento del copiloto y me estaba embriagando de tu perfume. Tú te girabas, hablabas conmigo y sonreías, siempre sonríes. Yo, embelesado de ti no podía creer que tuviera semejante suerte. Estaba cayendo poco a poco.

[Parte 3]

Llegamos al restaurante, un idílico lugar pensé yo, ya que podía respirar el lujo, el detalle, el glamour. Mesa para seis. El camarero te saludó por tu nombre y entonces comprendí con qué tipo de mujer estaba tratando: Alguien a la altura de las circunstancias. Una fetichista del detalle tanto como lo era yo mismo. Me veía reflejado en tus ojos mientras tomábamos una tercera copa de cerveza y esperábamos al resto del grupo. No dejaba de mirarte y me impactaba como eras capaz de sostenerme la mirada con ese punto de sumisión  y delicadeza, con esa clase, con ese estilo que me estaba provocando tanto. Despertaba la bestia que llevo dentro y no podía hacer ya nada por evitarlo: Era el todo o la nada y yo lo quería absolutamente todo de ti.

Tres mujeres y dos hombres compartimos mesa esa noche, yo era el último que entró al grupo, nuestro amigo me había pasado el relevo, todos los machos me habían arropado después de catorce años de exilio y me habían cedido a su harén, pero yo esa noche sólo tenía ojos para ti. Te tenía a mi derecha, pero soy zurdo. No obstante, pude admirar tu otro perfil durante toda la velada y comprobé con admiración cuán simétricas son tus facciones. No pude evitar dejar de mirarte durante toda la noche. Tú disfrutabas con ello. Me enseñabas tu hombro, inclinabas la cabeza cuando te hablaba en un gesto a caballo de batalla entre sumisión y atención que me estaba volviendo loco.

Tres botellas de Barbadillo y algo de comida después pagamos la cuenta y salimos del local: Empezaba la fiesta.

[Parte 4]

Para ti: Santa Teresa con Coca Cola, preparado con zumo de limón y azúcar moreno. Para mí Jack Daniel’s solo en vaso ancho y con dos hielos. Recuerdo lo que bebió el resto y lo que hizo la gente que teníamos a cuatro metros a la redonda, pero no era motivo de estudio, esa noche no. Me di cuenta que eras una maestra del detalle y no podía perder el tiempo en tonterías que no me llevarían a ningún sitio.

A esas alturas de la madrugada estaba empezando a cansarme de dar vueltas embutidos como chorizos en un lugar apestado de gente, con lo poco que me gusta el roce, así que empezamos a movernos. Los astros se alinearon, los planetas hicieron un pacto con las constelaciones y yo con diablo vestido en forma de amigo y poco a poco el grupo se fue disipando hasta que por fin quedamos tú y yo solos. Te llevé a un local donde sabía que podríamos hablar tranquila y distendidamente y en medio de una enésima copa te propuse ir a mi casa… por segunda vez aquella noche me dijiste que sí.

Salimos de aquel lugar por la puerta de emergencia, le di una pequeña propina al portero y al abrigo que nos brindó una noche fría como aquella nos fuimos caminando, sin prisas, charlando como veníamos haciéndolo las últimas tres horas. No habíamos puesto fin a nada… de momento.

Los minutos se convirtieron en segundos y en un abrir y cerrar de ojos estábamos abriendo por segunda vez la puerta de mi casa.

[Parte 5]

Te despojé de tu abrigo en el momento en que me diste la espalda al pisar el suelo de mi recibidor y en un gesto de debilidad mía rocé tu hombro desnudo con mi mano. Tenías la piel ardiendo, suave, tostada. Todo en ti es contraste. Giraste tu cabecita y me sonreíste de reojo mientras me mirabas con picardía. Te dirigiste al salón y te sentaste mientras yo preparaba una copa más en el mueble-bar, donde todo estaba ya predispuesto, porque te recuerdo que hice un pacto con el diablo y porque soy más conocedor de lo que te gusta que de lo que quieres.

Entrando ya en materia, fue muy muy sencillo llegarte al corazón, lo admito. Te habías pasado las últimas horas dándome pistas y yo no desaproveche ni un ápice de tus palabras o de tus gestos para saber de ti hasta el número de tu carné de identidad.

En un momento de debilidad te hablé de tu familia, te dije algo que tú y yo ya sabíamos, pero que ignorabas que yo lo supiese y una lágrima se deslizó por tu mejilla. Me faltó tiempo para darte un pañuelo y observé cómo te secabas los carrillos a la luz de las velas. Ahí me dí cuenta de lo realmente hermosa que eres. No es una belleza convencional, es algo extremo y delicado todo al mismo tiempo.

Amy Winehouse nos deleitaba de fondo y tú te abrazaste a mí. Te atraje, no podía evitarlo más, no podíamos prolongar una agonía innecesaria, algo que estaba claro que iba a pasar. Apoyaste tu cabeza en mi hombro y yo aspiré el perfume de tu pelo. Tú estabas cómoda, me lo dijiste, no querías irte, querías más y yo no estaba seguro ¡¡No estaba seguro!!. Te lo hice saber, te susurré al oído porque no quería apartarte de mi lado…

[Parte 6]

-          …¿Estás segura que quieres esto?

-          Sí…

-          Ten en cuenta que es muy posible que no te guste lo que voy a hacerte

-          ¿Me vas a tratar bien?

-          Te voy a tratar a mi manera, eso es todo lo que puedo ofrecerte, pero no es poco, te lo aseguro

-          ¿Qué tengo que hacer?

-          ¿Qué quieres hacer?

-          Quiero disfrutar, quiero sentir

A esas alturas de la historia, yo ya te había sujetado por los hombros mientras tu cabeza seguía hundida en mi pecho. Tus zapatos estaban en el suelo y subiste las piernas al sillón sin importarte ya si el vestido era más o menos corto.

Las velas comenzaban a menguar peligrosamente y la luz, cada vez más tenue, teñía tu rostro de tonos amarillos y rojizos. Tus ojos, ligeramente hinchados aún por las lágrimas, enrojecidos me decían de ti exactamente lo que necesitaba saber.

-          Puedes disfrutar, puedes sentir pero si te quedas, cariño, aceptarás una serie de cosas de las que luego no te podrás retractar.

-          ¿Qué quieres decir?

-          Que vas a disfrutar, pero para ello primero vas a sufrir un poco…

-          Ummmmm… ¿Sufrir?

Ya no pude contenerme más. Habías notado mi erección contra tu estómago. Te sujeté del cuello firmemente y con la otra mano posada en tu nuca te besé. Antes de que pudieras decir algo había desabrochado tu sujetador y casi sin que me diese cuenta tus manos pasaron de rodear mi cuerpo a desabrochar los botones de mi camisa.

Retiré mis labios de los tuyos y fruncí el ceño. Me miraste sorprendida, no entendías bien aún qué ocurría.

-          ¿Quién te ha dado permiso para desabrocharme la camisa?

-          Yo… lo siento, creí que querías….

Sonreí, había logrado sorprenderte. Libraba una lucha interna por mantener a raya mis parafilias pero la bestia no daba tregua y tú no dejabas de besarme otra vez.

Me levanté del sillón y te cogí de la mano. En un gesto firme te levanté del sillón. Ibas descalza y pude notar la diferencia de altura. Volví a besarte y tus pechos se clavaron en el mío. Rodeé tus caderas con mis manos y me agaché lentamente para besarte al vientre por encima del vestido. En esa posición, metí las manos por debajo y acaricié tus caderas desnudas y tu culo.

Tus manos rodearon mi cabeza y me apretaste contra ti porque querías más de aquello, querías sentirme más. Enganché la ceñida falda de tu apretado algodón y a medida que me incorporé de nuevo te saqué el vestido por la cabeza, como si fueras una niña pequeña, desprendiéndote de toda traza de inviolabilidad y dureza que pudiera quedar en ti todavía. Me separé un poco para admirar mejor tu cuerpo desnudo y tus manos se ciñeron a la hebilla de mi cinturón.

Ahora ya no eras sutil, ahora estabas cachonda. Podía oler tu sexo a esa distancia, sabía que estabas húmeda y que querías más y más, y supe sin haberte follado aún que serías insaciable. Te ponía aprueba a cada movimiento y tú te comportabas como una puta reina.

[Parte 7]

Ya no nos quedaba nada de delicadeza, el alcohol había hecho su función, las velas también y en la penumbra del amanecer filtrándose por las rendijas de las persianas te dirigí a la habitación.

Nos tiramos literalmente en la cama enlazados en un abrazo cálido y sexual. Nos tocábamos, nos besábamos. Yo estaba encima de ti pero tú querías dominar la situación porque estabas en desventaja. Dando un vuelvo a los acontecimientos muy hábilmente te colocaste encima de mí, que ya andaba por aquel entonces sin camisa. Te agachaste lentamente y comenzaste a besarme el cuello. Bajaste un poco hasta detenerte en mi pecho. Pasaste tu lengua por mi tatuaje, ese tatuaje jodidamente transgresor que tantas veces había hecho huír a hombres y mujeres del cual tú no hiciste mención alguna. Me lamiste los pezones mientras tus manos me desabrochaban los pantalones.

Fuiste bajando, más y más hasta dar con el bulto que querías encontrar. Terminamos de desnudarnos como pudimos. Te quité tu minúsculo tanga y te volví a tumbar debajo de mí. Ahora me tocaba. Quería probar tu sabor, quería degustar tus mieles y convencerme que ese olor que me estaba volviendo loco era tan bueno como parecía.

Te besé y en un acto reflejo de imitación fui descendiendo poco a poco hacia tu vientre. Contrajiste el abdomen en un acto reflejo cuando mi barbilla rozó tu afeitado pubis. Te abrí las piernas y antes siquiera de acercar mi cara a tu coño me deleité con la imagen tan bella que me brindabas. Tenías los ojos entornados pero no dejabas de mirarme con esa mezcla de miedo y lujuria que te caracteriza. No sabías qué te iba a hacer, y por un momento noté un halo de duda en tu mirada, un destello de indecisión. Así que te dije

-          Ésta noche sólo voy a darte placer, otro día, si realmente te gusta, te enseñaré más cosas ¿De acuerdo?

Asentiste, y con tu bendición llegó el momento de comenzar una espiral de sexo que se extendió hasta bien entrada la mañana.

Lamí tu coño como hacía años que no lo hacía, porque tu sabor, almizcle y dulzón me emborrachaba más que todo el alcohol que había bebido hasta la fecha. Me recreaba con mi lengua en tu clítoris, pues sabía qué tipo orgasmos te gustaban más y cada poco descendía para beber tus flujos que no dejaban de emanar mojando por completo mi boca.

Tus manos acariciaban mi pelo y mis orejas y tus piernas presionaban mi cuello y tus pies reposaban en mi espalda en claro síntoma que precedía al orgasmo. Te tensaste entera, arqueaste la espalda y con mi lengua metida en tu interior te corriste como no lo habías hecho en tu vida. Tus gemidos llenaban mis oídos, mi ego, superlativo, sabedor de que haciendo lo que hacía nadie podría superarme hacían que mi erección estuviese a punto de traspasar el colchón. Me tiraste del pelo, me arañaste la nuca, te encogías gemías, gritabas y te corrías de una manera tan lujuriosa que jamás pude pensar que existiese.

Con la respiración entrecortada me coloqué a horcajadas sobre ti y te besé. Probaste de nuevo mi saliva mezclada con tus fluídos. Nos abrazamos. Cuando mi polla rozó la entrada de tu coño mojado de flujos y saliva me estremecí. Un latigazo de placer me recorrió la espalda. Arqueaste ligeramente las piernas y flexionaste las rodillas para facilitarme el camino. Introduje mi polla en la entrada de tu coño y lentamente te penetré. Cerraste los ojos para gozar del momento y erguido ante ti volví a admirar la belleza de tu cuerpo desnudo. Te follé son contemplaciones porque ya no había manera de dominarme. Embestí como un animal hasta que llegué al fondo de tu sexo. Tus gemidos en mi oído me hacían ponerme más y más cachondo.

Te giraste lentamente y sabiendo interpretar ya a esas alturas tus preferencias, quise darte algo de cuartelillo y te dejé subirte encima de mí. Me acariciaste la polla con tus manos de una forma tan delicada que casi haces que me corra ahí mismo. Abriste las piernas, te sentaste sobre mí y te introdujiste mi polla en tu interior. Movías las caderas hacia arriba y hacia debajo de forma rápida y sensual mientras nos comíamos a besos. Te agarraba los pechos y lamía tus pezones mientras tú frotabas tu coño contra mi pubis en cada embestida. Noté cómo te corriste por segunda vez al cabo de cuatro o cinco minutos en aquella postura porque volviste a tensarte como un palo y jadeaste de nuevo como lo habías hecho momentos antes.

Cansada y extasiada desmontaste de mi polla que ya estaba algo más que dura y lentamente fuiste descendiendo más y más hasta que tu boca quedó a su altura. Sin emplear nada más que tus labios, fuiste recorriendo de arriba abajo toda ella mientras me mirabas por encima en una postura en la que podía ver tu culo sobresaliendo por encima de tu espalda.

Te la metiste entera en la boca dispuesta a hacer que me corriese, algo que no iba a tardar mucho en ocurrir a ese ritmo porque tu lengua era como una serpiente enredándose en mi glande y notaba como estaba a punto de estallar de un momento a otro.

Te lo hice saber, te dije que iba a correrme pero no hiciste el más mínimo amago por detenerte, querías darme el mismo placer que te había dado, aunque eso no estaba a tu alcance, al menos no en aquella noche.

Me corrí, derramé ingentes cantidades de esperma en tu boca que te tragabas a cada embestida de mi polla. No dejabas de mover la cabeza arriba y abajo al compás de mis espasmos mientras me acariciabas en torso, las caderas y las piernas y finalmente no más que rendirme y disfrutar de aquel corridón que me habías propiciado.

Nos metimos debajo de las mantas y te acurrucaste a mi lado. Tus hombros estaban ligeramente encogidos hacia arriba en un pequeño gesto de timidez y agradecimiento. No hablamos, no nos dijimos nada que no hacía falta decir. Nos besamos durante mucho tiempo, hasta que el sueño nos venció y nos dormimos abrazados al compás de la sincronía de nuestros corazones que latían al calor de un hermoso día de inverno.

[Parte 8]

Desperté a primera hora de la tarde, y evidentemente no estabas. Recordé que hacía unas horas te había llevado de vuelta a casa. Ni siquiera te había besado aquella noche, no al menos como habría querido hacerlo, pero entendí que me subconsciente me había regalado el mejor sueño de mi vida. Cuando poco a poco fui tomando consciencia de la situación, obtuve una sensación mezcla de odio y deseo. Odio por no haber podido realizar todo aquello que había soñado y deseo por querer materializar hasta el último momento de ello.

Había echado la caña, y era el momento de recoger el sedal para saber si, por fin, me había tocado el premio gordo o tendría que seguir sentado en el muelle esperando.

Y te llamé.