Tron y Nerón, Laura y Rocío

Una amiga de Todorelatos nos propuso una sesión conjunta de sexo entre ella, Nerón, su perro, Laura y Tron.

Rocío llegó a la hora de comer. Se retrasó porque tardó bastante en encontrar un taxi dispuesto a llevar a Nerón, su Gran Danés.

El encuentro de Nerón y Tron fue sorprendente. Ambos se olisquearon, dejaron escapar algún gruñido, y se lamieron mutuamente sus sexos con tanta fruición que los dos tuvieron un principio de erección y de sus falos salieron algunas gotas.

Al atardecer, los bañamos a los dos. Yo sería un mero espectador encargado de ayudar a los dos canes a cumplir con su misión.

Laura y Rocío aprovecharon para contarse sus cosas mientras se acicalaron para una cena frugal. Un vino de reserva y una botella de cava con el postre ahogaron los restos de inhibición que pudieran quedar.

Puse música y bajé la intensidad de la luz. Los perros esperaban tumbados sobre una alfombra sin saber lo que les esperaba. Bailé con Rocío y pude palpar su silueta esbelta, sus carnes prietas y su desnudez dentro del vestido de lino. Mi esposa se acercó y se unió a nosotros en el baile. La cogí por la cintura y la besé en los labios. Sus pierna desnuda se metía entre las mías para notar el bulto de mi excitación. La minifalda ajustada apenas si tapaba sus nalgas; y la camiseta ceñida realzaba sus pechos jalonadas por un pezón atrevido.

Las dejé a las dos bailando. Sus cuerpos estaban separados. Laura no había tenido aún ninguna relación sexual con mujeres. De hecho, esta noche de sábado era para hacer un intercambio de amantes caninos. En ningún momento se habló de flirteos entre ellas.

Sus ojos, sin embargo, sólo veían a su compañera de baile. Sus instintos maduraban la idea de probar un beso.

Acaricié a los dos canes y esperé ver cómo y cuando se unirían sus labios. Se abrazaron estrechamente y dejaron reposar sus cabezas sobre los hombros sin dejar de mirarse. Rocío acercó sus labios a los de Laura y dejó un beso tierno.

Los perros detectaron la ebullición de las libidos y se desperezaron. Ellas nos miraban a los tres dulcemente con sus mejillas pegadas. Los cinco seres vivos respirábamos excitación. Los canes se daban un lametón en sus bolsas peneanas de tanto en tanto para secar el líquido que manaba de ellas.

Laura y Rocío estaban interpretando muy bien el papel que les había tocado. Sus labios se rozaban levemente para avivar aún más mi excitación mía y su deseo. Sus movimientos adquirieron un aire teatral y ambas empezaron a desnudarse mutuamente, acompasando los movimientos de sus manos a un contoneo sensual de sus cuerpos. Las caricias recíprocas iban cargadas de provocación más que de deseo. Sus mentes estaban confusas por el contacto de sus cuerpos. Algunos besos aislados en los pechos precedieron a caricias en las vulvas cuando se encontraron completamente desnudas. Laura no pudo impedir que algunos gemidos se escapasen de su garganta y Rocío sonreía con los ojos entornados al sentir los dedos de Laura rozando sus labios menores.

Los perros estaban inquietos y me costaba sujetarlos. Finalmente, les dejé acercarse hasta las dos hembras y los lametones sobre sus dueñas manifestaban su conocimiento del juego.

Nerón buscaba incesantemente el sexo de Rocío y ella se ofreció abiertamente a los lametones largos y profundos de su perro. Sin embargo, sus ojos miraban las acciones de Tron y Laura. Mi mujer cerraba los ojos y se mordía el labio inferior ante la intensidad del gozo que le abrasaba las entrañas. Ambas se miraron con tanta lujuria en sus ojos que sus bocas se aproximaron para depositar un beso muy cálido en sus labios.

Sujeté el ímpetu de los dos perros mientras ellas cambiaban de sitio. Laura se recostó sobre la mesa enfrente del Gran Danés y Rocío se puso ante Tron. Los dos animales olisquearon los sexos de sus amantes desconocidas y sus lenguas paladearon al instante los nuevos sabores.

Mi mujer le acariciaba la cabeza y el  lomo. Los suspiros y jadeos crecían a medida que se abría más de piernas. Sentía la enorme lengua de aquel gigantesco animal abarcando toda su abultada vulva e incluso las caricias llegaban hasta el ano. Por un momento, tomó la cabeza de Nerón y la separó de su entrepierna. Sus manos se dedicaron a acariciar el lomo, y la tripa del perro. Este se tumbó en el suelo y mi esposa aprovechó para ponerse a horcajadas sobre su cabeza y frotarse con su hocico. Las dos manos llegaron a los testículos y los acarició. El saco peniano quedó entre sus manos y lo frotó suavemente hasta que apareció un falo largo y rosado, de cuya punta manaban continuamente gotas de un líquido transparente.

Rocío sentía entre sus piernas abiertas el ancho hocico de Tron y la lengua ágil propinando unas lamidas suaves y cálidas a su sexo empapado de placer. Los ardores del sexo habían provocado en sus entrañas un ciclón que necesitaba engullir un falo ardiente y grande que llenase aquel espacio vacío. Se giró y apoyó su torso sobre la mesa. El dogo conocía aquella instrucción perfectamente. Se apoyó sobre sus patas traseras y se abalanzó sobre el cuerpo desnudo de Rocío. Yo me acerqué inmediatamente y le calcé unos protectores en las patas delanteras. Su falo violáceo asomó instantáneamente y sus arremetidas chocaban contra las nalgas de nuestra amiga o no llegaban a rozar su cuerpo. Rocío sintió bajar de su vagina una gran oleada de flujo y tuvo un principio de orgasmo provocado por el deseo de llenarse del pene de Tron. Movió su culo para facilitar la penetración. Me acerqué de nuevo y ayudé al perro a enfilar la entrada. Una vez dentro, los embates caninos iban acompañados de gritos gemidos y algún sollozo de nuestra nueva amiga. Se sentía completamente abierta y poseída por un pene gordo que se movía con energía excitando cada órgano de su vagina. Los testículos golpeaban suavemente su clítoris. La lubricación interior se escapaba y chorreaba por el interior de sus muslos. El primer orgasmo fue salvaje. Rocío movía su cabeza convulsivamente, gritaba, pedía más, luego decía basta y al final movió sus caderas con tanta energía atrapando en su interior el falo canino que su corrida tardó varios minutos en finalizar. Tron continuaba sus arremetidas, pero por un momento sacó su pene de la ardiente vagina de Rocío y su lengua buscó todos los aromáticos flujos que chorreaban por aquellos muslos largos y delgados. Volvió a encaramarse y esta vez la dura erección encontró el orificio a la primera. Su embates eran enérgicos y rápidos. Sus caderas estaban completamente enganchadas a los glúteos redondos y empujaba buscando las profundidades con aquella verga violácea, larga y gruesa. Nuestra nueva amiga emitía unos sonidos ininteligibles que se confundían con gemidos, gritos y balbuceos. Sólo entendimos la palabra “ahora” cuando Tron introducía su vulvo peniano y casi desgarraba su vulva en el preciso momento de cruzar el umbral de la vagina. Ella se sintió llena, con toda la vagina ocupada por la delicada suavidad del sexo canino, y presionada por aquel bulto redondo y grueso que había logrado penetrar y ahora ejercía una dulce presión sobre el sexo insaciable. Los orgasmos iniciaron su aparición. Rocío giraba lenta y suavemente sus caderas. Sentía dentro de si un ardor que se concentraba en las ramificaciones interiores del clítoris. Los flujos llenaban toda la vagina y continuaba segregándolos a medida que las delicias del orgasmo iniciaban su expansión por todo su cuerpo, abriendo sus entrañas y su vulva, y presionando sobre sus pequeños senos hasta sacar de ellos unos gruesos pezones rosados que amenazaban con salir disparados como balas.

A su lado, simultáneamente, Laura se dejaba poseer por un animal tan experimentado como Nerón. Nada más calzarle los protectores de neopreno, se abalanzo sobre mi esposa. Sus patas delanteras la asieron por la cintura y sus embestidas fueron certeras. A los pocos segundos, Laura sintió una presión sobre el ano y no se resistió a la curiosidad. El pene largo del Gran Danés entró casi hasta la mitad y continuaba empujando, pero ella no quiso recibir más y lo sacó para dirigirlo hacia la vulva. Nerón apretó con energía y rapidez y su cuerpo quedó absolutamente pegado al de Laura, pero sus caderas se movían con una cadencia suave. La cara de mi esposa empezó a sentir las convulsiones de los orgasmos intensos a las primeras embestidas. Sólo acertaba a decir “más, más” y por sus muslos empezaron a bajar regueros del flujo que segregaban sus eyaculaciones continuas. Su mirada se encontró con la de Rocío y la lujuria brotaba de sus ojos alimentando aún más la morbosidad de la escena. Sus miradas se mantuvieron fijas mientras simultaneaban dos orgasmos, uno caudaloso en el caso de Laura y otro abrasador en el caso de Rocío.

Laura sentía su cuerpo completamente abrazado por el corpulento Nerón y sus entrañas llenas de un falo que se movía sin cesar, rozando todas sus interioridades y generando gozos, placeres y delicias encadenadas. Cuando llegó el momento, mi ardiente mujer levantó sus caderas y abrió aún más su vulva para recibir aquel bulto abrasador que la estaba rompiendo. Nerón se quedó inmóvil, pero ella inició un imperceptible movimiento de sus caderas y los gemidos y jadeos precedían cada pocos minutos a gritos y convulsiones orgásmicas. Laura logró llenarse de un placer que la transportó hasta un éxtasis permanente durante casi media hora. Un charco en el suelo recogía las muestras de los sucesivos orgasmos. Sus piernas estaban empapadas cuando Nerón sacó su pene babeante de la vagina. El Gran Danés lamió la vulva empapada con el flujo y el semen y luego recogió con su lengua los regueros que bajaban por las piernas. Un nuevo acceso de placer hizo temblar el cuerpo de Laura y su cara enrojeció mientras de su vulva caía un nuevo chorro del líquido orgásmico.

Tron apoyó su cabeza enorme sobre la espalda de Rocío. Las últimas gotas de semen abandonaban su pene y el vulvo perdía volumen. El animal jadeaba aún cuando salió de las entrañas de nuestra amiga. Olisqueó entre sus piernas y lamió los líquidos que chorreaban por sus muslos.

Ella separó sus piernas. El enorme hocico del dogo recorrió nuevamente la pelvis y la vulva propinando pequeños lametones que encendieron de nuevo la lujuria femenina. Se contoneó con tanta sensualidad que la vulva se abrió de nuevo y Tron lamió a placer, y lo hizo con tanto tesón que los jadeos se convirtieron en gemidos, y estos en gritos que acompañaban a unos espasmos convulsivos durante muchos segundos.

Rocío se dejó caer agotada sobre la mesa. Tron lamió las piernas y los pies y después se acercó a Nerón para compartir con él el charco de secreciones que había formado Laura con sus orgasmos.

Los cuatro parecían satisfechos. Ellas cansadas. Ellos, impávidos, alternaban los lametones al suelo con alguno esporádico a su miembro. Las gotas aún caían de sus falos escondidos.

Sólo yo permanecía con una excitación casi dolorosa. Las caricias que yo mismo me regalé sólo habían aumentado la erección hasta el punto de no poder controlar algunas gotas de líquido preseminal.

Me hubiera gustado que Laura o Rocío, o quizá las dos, me hubiesen aliviado, pero ellas necesitaban una ducha y no se percataron de mi estado.

Me acerqué a los perros y les di a lamer mi pene. El aroma del semen les animó y mi falo se vió envuelto por lenguas que se enroscaban incesantemente con una suavidad y energía inimaginables.

La leche salió disparada hasta mi barbilla y me llenó el pecho. Los borbotones que continuaban saliendo se mezclaban con la saliva canina y se esparcía por todo el miembro llegando hasta los testículos. Caí exhausto y los canes aprovecharon para lamer el semen que aún quedaba en mi pecho y en mi  barbilla.

Necesitaba ducharme, pero las risas que me llegaron del cuarto de baño me aconsejaron esperar a que Laura y Rocío lo dejasen libre.