Tron, el dogo de Burdeos

Laura me sorprendió al jugar con Tron, nuestro dogo de Burdeos.

Tron, el dogo de Burdeos

Laura siempre quiso un perro, pero a mi no me gusta tenerlos encerrados en un piso y sumarme la obligación de sacarlos cada día a pasear. Ella estaba un poco decepcionada con mi actitud. Yo la justificaba porque un piso no es el hábitat ideal para un perro y porque además quería un dogo de Burdeos, un perro fornido y que necesita un gran espacio para moverse.

Las diferencias entre ella y yo finalizaron cuando nos compramos una casa en una urbanización y nos trasladamos a vivir allí. El perro, además, vigilaba la casa y le hacía compañía durante las muchas horas que yo estaba fuera.

Los fines de semana jugábamos con él en el jardín. Aún era un cachorro jovencito y por naturaleza es cariñoso y fiel. En esos juegos participábamos los tres y entre saltos, carreras, revolcones, caricias y lametones pasábamos muy buenos ratos. Un domingo de primavera, Tron jugaba con nosotros pero buscaba con mucha frecuencia a Laura y lamía sus piernas y sus manos, pero cada vez que ella le acariciaba se tumbaba boca arriba esperando que le rascara la barriga. Mi mujer le pasaba las manos por aquel torso fuerte y luego se sentaba encima. Mi mente lujuriosa imaginaba a mi esposa desnuda sobre el perro introduciéndose el pene, pero me dije que yo era muy retorcido y lo que hacían formaba parte de las costumbres adquiridas durante la semana.

Laura estaba rebosante de alegría por la presencia de Tron y me explicaba cada día las habilidades del perro.

Tras hacer el amor con más pasión que nunca, me confesó una noche que el perro estaba en celo y habría que buscarle una hembra. Me llamó la atención esta preocupación, pero la olvidé al instante.

La mañana siguiente, ella salió a jugar con Tron mientras yo ultimaba un trabajo en el ordenador. Jugaban en el porche. Laura le acariciaba la barriga y por un momento me pareció ver el pene de Tron, de color morado y muy grande. Salí intrigado pero sólo sorprendí a Laura acariciándole la barriga.

Ella no se inmutó ante mi sorpresa. El perro tenía un pene tan gordo como el mío pero bastante más largo. Los dos comentamos las dimensiones del miembro y sentí envidia de Tron.

Mis comentarios hicieron ruborizarse a mi mujer hasta el punto de confesarme que se excitaba viendo así a nuestro perro. Me aseguró que sólo le había tocado alguna vez, pero no se atrevió a más aunque sentía mucha curiosidad.

Sin mas comentarios llevé a los dos al garaje y le pedía que hiciese todo lo que su imaginación le indicase. Yo sería un mero espectador si no me pedía otra cosa. Mi propuesta fue como una liberación para ella. Me besó en los labios, bajó la puerta del garaje y acarició a Tron, que se echó instintivamente en el suelo. Le frotó suavemente los testículos y de la bolsa del pene emergió aquel miembro largo de color violeta con muchas venas. Algunas gotas de un líquido blanquecino manaban de la punta. Se atrevió a cogerlo con la mano y acariciarlo con mucha suavidad mientras me miraba requiriendo mi aprobación. Sonreí y noté una excitación. Unos instantes después ella se quitó el pantalón del chándal y la braguita y busco la fea cara de Tron para ponerla en su pelvis. El perro la olfateó y lamió levemente.  Tuve la impresión de que no era la primera vez.

Se abrió bien de piernas dejando a la vista esa vulva que yo conocía  tan bien: poblada de un vello castaño hasta las ingles y subiendo por la pelvis para dibujar una línea recta de un lado a otro. Entre los vellos asomaban siempre dos pétalos que emergían  entre los labios mayores y se abrían con la excitación dejando al descubierto un clítoris de un tamaño similar al de un garbanzo. Tron logró con un par de lametones que mi mujer se abriese de piernas todo lo posible, pero al no parecerle suficiente retrocedió unos pasos para dejarse caer sobre la parte delantera de nuestro automóvil. Quedó totalmente espatarrada con su vulva  a la entera disposición de nuestro dogo de Burdeos. El animal siguió todos los movimientos a unos centímetros  y esperando la oportunidad de lamer el sexo de su dueña. Cuando consiguió arrimar su hocico, los lametones de su lengua sonaban a mojado. Sus babas y los flujos que siempre expulsaba Laura en su excitación habían empapado el vello púbico y caían sobre el coche. Ella gemía de placer y su mirada, cuando lograba abrir los ojos, estaba llena de una lujuria desconocida para mi. Con una mano se acariciaba los pechos y con la otra sujetaba la cabeza de Tron. Los gemidos fueron aumentando a medida que se aceleraban sus palpitaciones hasta que gritó y movió la cabeza convulsivamente de una lado a otro, abriendo y cerrando los ojos como una loca, apretando la cabeza de Tron entre sus muslos.

Mi situación difícilmente se podría describir. Veía a mi esposa disfrutar del sexo como nunca lo había hecho conmigo. Y eso me excitaba de una manera extraña. Me toqué y comprobé que el placer me hacía babear la polla. Estaba seguro de que aquel no era el primer orgasmo de mi mujer con Tron. Las dudas me excitaban aún más. ¿Cuántas veces habrían follado en mi ausencia? ¿Por qué Laura había querido un perro desde que nos casamos? ¿El perro que tenía en casa de sus padres también había follado con ella? ¿Desde cuándo mantenía ella relaciones sexuales con perros?

Laura fue consumiendo un largo orgasmo mientras el perro seguí a dándole placer con la lengua. Cuando se calmó, retiró a Tron de entre las piernas. Estaba empapada con sus flujos y las babas del perro. Su clítoris estaba rojo y erecto.

Me acerqué a ella y le confesé que me excitaba saber que mi mujer tenía como amante a nuestro perro y no me importaba ser un cornudo. Ella me susurró que nuestro Dogo de Burdeos follaba como nadie y que me tenía que explicar una pequeña historia.