Tristán

Al salir del restaurante japonés Alejandra fue incapaz de reprimir un ataque de risa al ver que Tristán tenía que andar encorvado, casi en ángulo recto, en un intento vano de ocultar su erección.

TRISTÁN

Al salir del restaurante japonés Alejandra fue incapaz de reprimir un ataque de risa al ver que Tristán tenía que andar encorvado, casi en ángulo recto, en un intento vano de ocultar su erección. Una vez dentro del taxi, él le cogió la mano y se la llevó al considerable bulto de su entrepierna. Alejandra trató de reprimir un suspiro para que el taxista no se diera cuenta, pero poco o mal lo consiguió, ya que durante todo el trayecto no dejó de mirar por el retrovisor. Pero ellos no llegaron a percatarse, de tan concentrados que estaban el uno del otro.

Tristán metió la mano dentro de la minifalda elástica de Alejandra y, cuando ella se movió para facilitarle el acceso, consiguió alcanzar el ansiado sexo de la chica. Comenzó a explorarlo muy despacio, reconociendo con la punta de los dedos cada pliegue, cada arruguita, cada tejido. Ella se abrió un poco más de piernas, consciente de que si por algún casual al taxista se le ocurría mirar hacia atrás, tendría una muy buena perspectiva de sus encantos más ocultos. Se estremeció ante esa posibilidad.

"Hummmmm......"- jadeó Alejandra al oído de su amante -, "justo ahí, Tristán, si, si , ahí..."

El taxi se detuvo delante del apartamento de la chica. Mientras Tristán le pagaba al taxista ella abrió la puerta del portal y se introdujo dentro, aterida de frío y notando su propia humedad en la ropa interior. Una vez en el dormitorio, Alejandra le arrancó impaciente la camisa, haciendo que algunos botones se descosieran, y forcejeó durante un rato con los botones de la bragueta. Botones, botones, botones...¡qué hartura de botones! Odiaba los pantalones con botones en la bragueta, siempre acababan por entorpecerlo todo. Estaba tan excitada que hasta le molestó que Tristán, entre risas, le pidiera que fuera más despacio.

Él, al verla tan nerviosa, la sujetó suave pero firmemente de las muñecas y la besó en los labios, haciendo que sus lenguas se entremezclaran durante un buen rato, hasta que sintió que Alejandra se había tranquilizado un poco. Fue entonces cuando la despojó de su ropa como si cada prenda fueran hojas que habría que eliminar para descubrir a la flor, disfrutando de cada una con la nariz, con la boca, con los ojos, con las manos, regocijándose en las últimas prendas más que en cualquiera de las anteriores, la que había estado más en contacto directo con su sexo... Seguidamente la empujó suavemente sobre la cama, boca arriba y empezó a recorrer todo su cuerpo, admirándola, devorándola con los ojos... los atractivos pezones oscuros de Alejandra, el suave color caramelo de su vientre...su vientre... Se agachó hacia delante para probar el sabor de la fruta más preciada. Inspiró el dulce aroma salado que emanaba, soltando pequeños suspiros intencionados que a Alejandra le parecieron caricias. Entonces, con la punta de la lengua, abrió las rosadas cortinas, los labios superiores, alcanzó el clítoris y se entregó por entero a su tarea, hurgando, estimulando, chupando y acariciando mientras ella se agitaba jadeando, estremecida, medio loca...

Tristán le cubrió el sexo con toda la boca y la penetró profundamente con la lengua. Ya el cuerpo de Alejandra hervía, cocida en su propio caldo, tan abundante, que a Tristán le pareció que emanaba como un caudaloso río hacia su boca abierta. Por fin, él sacó la lengua y se alimentó de ella, tirando y succionando con los labios y los dientes al mismo tiempo que sorbía los jugos de su amante. Fue entonces cuando Alejandra, a punto del delirio, alzó la cabeza y vio el hermoso rostro de Tristán asomándose por encima de su monte de Venus, de su último horizonte, como un sol naciente, con la barbilla empapada por sus secreciones... y comprendió lo que era estar a las puertas del Cielo... Tristán ya no era Tristán...Tristán ya era San Pedro...

ALIENA DEL VALLE.-