Trio. Una fantasia lésbica con mis dos sumisas.
- Tú serás mi puta dice señalándola -, y tú serás mi zorra señalándome a mí -. ¿Entendido? - Sí, Maestro decimos a coro.
Trio. Una fantasia lésbica con mis dos sumisas.
El Maestro abre la puerta, atraviesa el umbral y nos sujeta la puerta para que entremos. La una detrás de la otra, miramos al suelo y vamos a colocarnos de espaldas a una gran pared desnuda al otro extremo de la estancia. Nuestros brazos se rozan por momentos cuando la respiración de ambas tropieza. Siento su aliento agitado y cálido; sin darme cuenta empiezo a respirar a su ritmo.
Las dos sabemos qué debemos hacer y ese qué es absolutamente nada hasta que nos lo ordene el Maestro. Pero yo no puedo contener la excitación, por eso mientras el Maestro cierra la puerta y se quita la chaqueta, alargo el cuello hasta su oído clavándole la mirada en los labios:
- Eres preciosa… deliciosa –es un susurro apenas inaudible para que el Maestro no pueda oírlo, pero sé que ha conseguido llegar a su destino cuando veo la piel de su cuello erizarse.
Vuelvo a mi posición, cabeza baja, ojos clavados en el suelo, manos a los lados y a pesar de eso siento que todo mi cuerpo está gritando mi deseo por ella y por el placer de él.
El Maestro se acomoda en una butaca al otro lado de la cama, con los brazos relajados sobre los reposabrazos, las piernas abiertas, la mirada clavada en nosotras. Durante un largo instante nos escruta, como cavilando cuáles son sus deseos que en un momento también serán los nuestros. Su respiración pausada y tranquila se contrapone con las nuestras, agitadas y anhelantes. Hasta que por fin nos regala su voz en los oídos:
- Tú serás mi puta –dice señalándola -, y tú serás mi zorra –señalándome a mí -. ¿Entendido?
- Sí, Maestro –decimos a coro.
- A ver, Zorra, quítale la blusa a mi Puta.
- Sí, Maestro –digo tremendamente complacida.
Giro mi cuerpo para alcanzar a mi compañera y ella gira el suyo ofreciéndose a mis manos. Ambas queremos que el Maestro vea bien todo lo que pase. Empiezo a desabrochar su blusa desde arriba, aprovechando para sentir el calor de su piel; respira agitada, cohibida… sabrosísima. Hago lo que me ha ordenado el Maestro, tomándome mi tiempo, despacio, descubriendo la piel con cada botón, sintiendo su piel en mis yemas cada vez que puedo. Sigo hasta desabrocharla del todo; su piel es infinitamente blanca, brilla en contraste con el sujetador que ha elegido, resulta hipnótica para mí, no puedo dejar de mirarla. Meto mis manos por debajo de la blusa y, acariciando su pecho, sus hombros y sus brazos, acompaño la tela en su caída hacia el suelo. Quedamos la una frente a la otra, yo sin poder apartar la mirada de su escote.
- Y ahora, Puta, quítale la camiseta a esa Zorra.
Ella no contesta, solo me clava la mirada en los ojos y empieza a recoger la tela de la camiseta desde abajo hasta liberar una pequeña porción de la piel de mi cintura. Mete sus manos por debajo y las empieza a mover hacia arriba. Siento sus palmas acariciándome, sus ojos escrutándome, mis labios humedeciéndose, mi aliento cada vez más caliente. Subo los brazos para facilitarle la tarea. Ella sigue, despacio, dejándome sentir las yemas de sus dedos en la espalda y en el pecho, en los brazos y hasta en el cuello por un momento. Se me eriza toda la piel del cuerpo.
- Quitaros la falda.
Obedecemos al instante. Quedamos en ropa interior la una frente a la otra, a merced de los deseos del Maestro.
- Ahora, Puta, quítale el sujetador y las bragas –la voz del maestro es casi susurrante, sabe que no necesita forzar la voz para que nosotras hagamos exactamente lo que dice.
Ella alarga los brazos a mi alrededor para alcanzar el cierre, desabrocha el sujetador en un solo movimiento y usa sus dedos para hacer que los tirantes y con ellos toda la prenda caiga hacia abajo. Luego se pone en cuclillas y desde ahí me baja las bragas despacio, dejándome absolutamente desnuda. Tengo su cara a la altura de mi sexo excitado; sé que ella lo puede oler y eso me excita aún más. Levanto los pies para liberarlos de la prenda, mi coño se abre por un momento, liberando la humedad y el calor que llevo acumulando desde que salí de mi casa, desde que atravesé ese umbral, desde que sentí el calor de su cuerpo.
- Quiero verlo bien, Puta. Enséñame las tetas de esa Zorra.
Yo me giro de cara al Maestro, mientras ella sopesa mis tetas desde un lado, mostrando bien mis pezones erectos a nuestro guía. Clavo mi mirada en el suelo, me avergüenza y me excita estar así frente a él; quisiera ser perfecta para él y sé que no lo soy.
- Pellízcale los pezones, Puta. Que le duela.
Ella lo hace. Empieza despacio, casi una caricia y poco a poco va aumentando la presión, cada vez más fuerte, haciendo que el placer se vaya mezclando con una punzada intensa, que genera más placer si cabe. Abro la boca al límite sin emitir sonido alguno. No me está permitido quejarme. Sigo con la mirada baja y los brazos a los lados. La respiración se me acelera más. Ella sigue apretando unos pezones cada vez más duros, cada vez más rojos, doloridos y sensibles al extremo. La voz del Maestro me rescata.
- Dale la vuelta, quiero verla por detrás.
Ella acompaña el giro de mi cuerpo con sus manos en mis hombros. Mientras lo hace me mira a los ojos y me sonríe sutilmente. Por fin recibo de ella una muestra de que está disfrutando tanto como yo; tiemblo de emoción. Me quedo de espaldas a la pared, rezagando mi mirada en los ojos de ella.
- Espalda paralela al suelo, Zorra.
Obedezco, mientras ella acompaña mi movimiento con su mano, como dando instrucción a la perra novata. Quedo con las piernas estiradas, ofreciendo el culo al Maestro, con mi coño engrosado asomando, con la espalda tensada para mantener la postura sin apoyar las manos.
- Ábrele las nalgas, Puta, bien abiertas, que lo vea yo bien.
Mi compañera apoya sus palmas en mis nalgas y las abre suavemente. Yo procuro no tensar los músculos para facilitarle el movimiento. Sigue abriéndome. Sus dedos rozan los labios de mi coño, los abren también; siento mi flujo deslizándose por los ellos mientras ella sigue tensando la piel. Afloja un momento la tensión, recoloca las manos y vuelve a tensar. Me muero por que el Maestro desee estar dentro de mí y con esa mera idea, siento una palpitación dentro de mi vientre que desencadena una nueva oleada de flujo. El Maestro se mantiene en silencio un momento, obligándonos a mantener esa postura de ofrecimiento. Al fin retoma sus órdenes:
- Está bien, Zorra, acaba de desnudar a mi Puta.
Retomo la postura erguida que mi espalda agradece, pero hasta que estoy absolutamente de pie mi compañera no rebaja la tensión de sus manos; ahora sé que lo está disfrutando, que le ha gustado verme así, que disfruta de mi cuerpo tanto como yo deseo disfrutar del suyo. Me pongo frente a ella; el cierre de su sujetador es delantero, así que lo cojo mirándola a los ojos y lo desabrocho fácilmente. Abro despacio las copas y sus senos se despliegan ante mi mirada; son proporcionados, redondeados, suaves, sus pezones no demasiado grandes, con los botones perfectamente simétricos y abultados. Su respiración agitada los mueve incesante.
Procuro rozar la tela sobre ellos mientras la desplazo para quitarle el sujetador. Hago bajar los tirantes por sus brazos hasta que cae al suelo, pero las yemas de mis dedos continúan rozando su piel mientras me agacho, por sus brazos y sus manos, por sus muslos ahora, subiéndolas hasta su cintura. Meto todas las manos menos los pulgares por dentro de sus bragas, así mientras las bajo puedo acariciar sus piernas y lo hago despacio hasta llegar a los tobillos. Ella me mira a la cara, yo le miro el coño, lo huelo, siento su tremendo calor.
Igual que yo hice antes ella levanta los pies alternativamente para que pueda sacar completamente la prenda; veo ahora su coño por primera vez. Su pubis tiene el pelo negrísimo y abundante, pero lo lleva perfectamente recortado y depilado dibujando un óvalo que termina al inicio de sus labios. Éstos están absolutamente depilados, rosados, suaves; deseo lamerlos con todo mi ser, pero debo contenerme, el Maestro me castigaría duramente si no sigo sus instrucciones de forma exacta. Cuando tengo sus bragas en la mano siento en los dedos su flujo empapándolas. Sé que no debo sonreír, pero no puedo evitar un sutil gesto. Me excita su excitación. Vuelvo a ponerme de pie y adopto mi posición junto a ella.
- Sóbale las tetas, Zorra; sé que lo estás deseando.
El Maestro ve a trasvés de mí y de ella; eso me asusta un poco y me complace al mismo tiempo, porque sé que así podrá hacernos disfrutar como nunca y nosotras a él. Obedezco de nuevo. Me pongo frente a ella hacia un lado, para no ocultar la visión del Maestro en ningún momento. Le pongo una mano en la cintura y la otra en la clavícula opuesta. Mientras la mano de la cintura sube despacio arrastrando toda la palma, los dedos de la otra mano apenas rozan su piel en el camino de descenso, rozando dibujan un gran círculo que rodea su pecho y siguen dibujando una espiral que acabará inevitablemente en su pezón. Lo anhelo pero no acelero el movimiento, quiero sentir la reacción de su piel a cada milímetro. El pulgar de la otra mano ya roza intensamente la curva que da inicio a su otro pecho y tras el pulgar toda la palma y los otros dedos; juego con su peso sin llegar a rozar el pezón, lo bombeo sintiendo su turgencia en toda mi mano.
Su respiración es intensa y cálida; abre la boca aumentando el caudal de aire hacia sus pulmones. Me muero por lamerle los labios ardientes, por consolarlos con los míos. Me contengo. Sobo sus tetas como me gusta que me las soben a mí, reservando para el final lo mejor, haciendo que desee con todo su cuerpo que los dedos lleguen a los pezones, endureciéndolos sin tocarlos. Continúo. Siento su dureza en la piel tensada a su alrededor. Quiero besarlos, pellizcarlos con mis labios, golpearlos con mi lengua, compartir su calor con el calor de mi boca… mmm Pero no debo. Debo conformarme con este regalo del Maestro; sentirlos en mis manos. Por fin, mis dedos llegan a las fresas rojas y endurecidas y rozo esos pezones perfectos primero con los nudillos de las manos, suave pero evidente; el contacto le provoca un pequeño respingo que reprime.
Mis manos abiertas van ahora hacia arriba, paralelas, hasta dejar los pezones en el centro de las palmas, estiro los dedos alrededor y los aprieto bombeando en cada uno de sus latidos. Siento su tremenda dureza en el centro de las manos con cada sutil movimiento. Estoy tan excitada que me deshago en puro líquido, mientras mi vientre es surcado por pequeñas descargas de lujuria que me atraviesan hasta la base de la espalda. Necesito que el Maestro me folle, pero no puedo pedirlo. Miro el sexo de mi compañera, sus labios brillan a la luz, evidentemente mojados, con cada mínimo movimiento, con cada respiración; es evidente que ella está tan deseosa como yo.
- Puta, ponte en posición de cacheo, de cara a la pared –la voz del Maestro me saca de un trance delicioso, ella obedece al instante, separando las piernas y apoyando las manos en la pared a la altura de sus hombros -. Y tú, Zorra, de rodillas detrás de ella; ábrele el culo y lámeselo.
Sé que ella ha recibido las mismas instrucciones de higiene que yo, y sé que, igual que yo, las ha cumplido al pie de la letra. Sujeto sus nalgas con las palmas de las manos, pero no puedo evitar la tentación de usar los pulgares para separar también sus labios. Alargo la lengua desde mi posición, haciéndola llegar hasta su vagina; necesito su sabor en mis papilas. Meto la punta de la lengua, pero apenas un segundo, porque las instrucciones del Maestro son claras.
Me fascina su sabor… quiero más… pero no puedo, ahora no. Desplazo la lengua engrosada hacia atrás de mi compañera, hasta llegar a su ano perfectamente preparado, y en ese momento fino la lengua y la alargo, haciéndola rodar alrededor, presionando sobre él, empezando a introducirla. Siento su placer, la palpitación de su piel, la humedad que reparte sobre mis pulgares. Eso me anima a meter la lengua más intensamente, pero no quiero acercar demasiado la cabeza; el Maestro debe seguir con una perfecta visión de todo lo que sucede. Aprieto los pulgares en cada embestida de mi lengua mientras ella empieza a jadear, intentando que ningún sonido se desprenda de su garganta. Cada vez se la meto más, cada vez más rápido, acompañando el bombeo de los pulgares sobre sus labios hasta que el Maestro da una nueva orden.
- Te está gustando demasiado, Puta. Zorra, métele dos dedos por el culo, con fuerza, que sepa lo que le espera.
No quiero doler a mi compañera, deseo su placer por encima del mío, pero debo obedecer. Suelto una de sus nalgas, junto el índice y el corazón de esa mano y los meto de golpe, con cuidado de no dañarla con las uñas. Afortunadamente mi lengua había hecho un buen trabajo, lubricándola al extremo, dilatándola sobradamente como para que esos dos dedos no duelan en absoluto. Bien al contrario, sus jadeos se intensifican cuando empiezo a mover esos dedos en su interior cada vez más fuerte, cada vez más al fondo, pulsando con el pulgar que me queda en su coño y que resbala cada vez más adentro.
Cada vez estoy más convencida de que si continúo podría provocar un orgasmo en mi compañera, y por eso continúo cada vez más enardecida. Quisiera poder masturbarme ahora, pero no puedo hacerlo, primero porque no me está permitido, segundo porque no quiero apartar las manos de ella hasta sentir el clímax de su placer. Yo también jadeo ahora, deleitada con el placer de ella.
- Basta. Es suficiente.
La voz del Maestro destensa al instante todos los músculos de mi cuerpo, mis dedos resbalan fuera de ella, mi mano se separa de su piel ardiente muy a su pesar y quedo de rodillas sentada sobre mis talones, con la visión fascinante en la retina del culo dilatado de mi compañera que se empieza a cerrar por momentos, mientras su respiración vuelve poco a poco a la normalidad.
- En pie. Posición base.
Las órdenes del Maestro son claras y concisas, no dejan lugar a la interpretación, así que ambas volvemos a la posición inicial, la una junto a la otra, con la mirada baja y los brazos a los lados, de frente al Maestro absolutamente desnudas. Él nos observa detenidamente desde su trono, mientras juega con los dedos de su mano derecha, acariciándolos entre sí. Desearía tener esos dedos sobre mi piel o jugando en mi interior y sé que ella siente lo mismo. Bajo más la mirada para evitar la tentación de suplicar.
- Vaya par de guarras me he buscado. Estáis cachondas como perras en celo –la observación del Maestro me avergüenza por lo certera que es -. Ahora os vais a comer la boca la una a la otra. Demostradme lo putas que sois las dos.
Me giro hacia ella y ella hace lo propio, me acerco despacio con todo el cuerpo sin dejar de mirar sus labios gruesos, entreabiertos y húmedos. Mis pechos impactan contra ella antes que mi boca, y no evito la tentación de hacer un movimiento de vaivén mientras sigo acercándome, para sentir el roce de sus pezones contra los míos. Luego traslado ese movimiento a mi cara, para empezar a rozar sus labios con los mis labios; ella está aún más cohibida que yo y lo siento en su respiración. No importa, llevaré la iniciativa, pellizcando con mis labios su labio inferior y rozándolo suave con la lengua, humedeciéndolo más aún. Acerco mi vientre al suyo para sentir cómo su vello recortado me roza y me hace cosquillas.
Mientras tanto sigo besando y lamiendo sus labios, incluso se me escapa algún mordisquito, hasta que por fin siento su lengua impactando contra la mía, con la fuerza de un deseo que hace que el mío se multiplique. Mis manos se mueven involuntariamente buscando su cuerpo, pero esas no son las órdenes, así que las retengo como puedo, llegando a rozar únicamente su mano con la mía. Otra descarga recorre toda mi columna, impulsando mi cuerpo hacia delante; no queda ni siquiera aire entre nosotras, sólo deseo y calor. Le como la boca igual que ella me come la mía; devorándonos. De nuevo la voz del Maestro corta el momento álgido de excitación, prolonga la seducción y multiplica el deseo. Él es sabio y nosotras lo sabemos, por eso obedecemos al instante a cada una de sus palabras.
- Puta y Zorra, os he buscado unos buenos nombres. Venid aquí, cada una a un lado de la butaca con las piernas abiertas.
Nos apresuramos a flanquearlo, quedando la una frente a la otra con el Maestro en el centro. El Maestro con las piernas abiertas nos regala una visión deliciosa; su extraordinaria erección marcándose bajo el pantalón. Ambas la observamos maravilladas. Me ilusiona haber contribuido a su excitación y sé que a mi compañera también siente lo mismo. Él con los ojos cerrados, alarga ambas manos al mismo tiempo buscando con ellas nuestros respectivos sexos, los acaricia por fuera un momento humedeciendo sus dedos con nuestros jugos y al instante nos penetra con dos dedos a cada una; por fin siento en mi interior su calor y su fuerza, su sabiduría y su destreza.
Como perra novata no puedo contener un sutil gemido, lo que hace que me avergüence de mí misma. Tengo la esperanza de que el Maestro lo pase por alto, pero él, sin dejar de mover los dedos en mi interior y el suyo, rompe esa esperanza diciendo:
- ¡Qué Zorra estás hecha! ¡Cómo te gusta que te follen! –afortunadamente no parece importarle demasiado.
Oír esas palabras hace que mi vagina se contraiga de puro placer, pero me debo seguir conteniendo hasta que me esté permitido. Me prometo a mí misma que no dejaré escapar ningún otro sonido. Mi vientre es surcado por placenteros escalofríos tan constantes que llegan hasta a doler; abro la boca y se me cierran los ojos en un vano intento de contenerme. Abro de nuevo los ojos y veo a mi compañera, su gesto demuestra que está sintiendo exactamente lo mismo que yo sin ninguna duda, pero ella como perra adiestrada, sabe reprimirse mejor que yo. Afortunadamente, justo medio segundo antes de que llegue mi orgasmo, el Maestro detiene el movimiento de sus dedos, dejándolos absolutamente hundidos con una fuerza sobrehumana; siento las paredes de mi vagina palpitando contra su firmeza.
- Ofrecedme vuestras tetas; las quiero a la altura de la boca.
Ambas nos inclinamos hacia delante, sujetando nuestros pechos con las manos y ofreciéndoselos al Maestro. Éste alarga el cuello primero hacia mi compañera, pero no me da envidia, porque sé que pronto será mi turno. Lo único que puedo ver es la cara de placer de ella y los labios apretados de él alrededor del pezón. Muero de impaciencia. Ahora el Maestro gira su cara hacia mí. Procuro no reaccionar mientras el Maestro alarga su lengua, haciéndola rodar alrededor de la areola, con fuerza y mi pezón se endurece más aún. Entonces el maestro lo coge con sus dientes mientras golpea con la lengua.
¡Qué placer! Poco a poco aumenta la presión de los dientes mientras sigue golpeando. El dolor incrementa la sensibilidad, lo cual hace que la lengua dé más placer si cabe. Cuando estoy a punto de gritar de dolor o de gusto, que no lo tengo claro en absoluto, el Maestro cede la presión, libera mi pezón y gira su cara hacia mi compañera. En la areola ha quedado un pequeño regalo; la sutil marca de sus dientes. Sigo sintiendo la fuerza de los dedos de él en mi coño mientras respiro agitada para recuperar el control y veo como deja otro regalo en el pecho de mi compañera.
Vuelve a girarse hacia mí, mete el otro pezón en su boca, pero esta vez solo succiona fuerte, aprieta los labios y roza su lengua. Cuando estoy empezando a derretirme el Maestro cede la presión de sus dedos y los saca de mi interior e inmediatamente saca mi pezón de su boca y dice:
- Venga perras, desnudadme. Tú la camisa –le dice a mi amiga -, y tú lo demás –girándose hacia mí.
Inmediatamente me pongo de rodillas y empiezo a desabrochar el cinturón y el pantalón del Maestro; la gloriosa visión de su erección bajo las prendas impregna mi mirada. Le quito los zapatos y los calcetines con delicadeza y vuelvo arriba. Mi amiga ha terminado de desabrocharle la camisa y acaricia su torso mientras quita la prenda de su piel. El Maestro, compasivo, se pone de pie para facilitarnos la tarea. Tomo la cinturilla de su pantalón junto con la del calzoncillo y los arrastro hacia abajo intentando separarlos de su cuerpo; su polla erecta me golpea la cara y muero por saborearla, pero desconozco los planes del Maestro y debo esperar órdenes. Acompaño las prendas hasta sus tobillos, él vuelve a sentarse y levanta alternativamente los pies para ayudarme a retirarlas completamente.
- Puta, chúpame la polla, y tú, Zorra, lámeme los huevos.
Nos coordinamos para no molestarnos, yo desplazándome hacia abajo estando de rodillas y alargando la lengua para lamer todo lo que puedo, y ella de pie con la espalda inclinada introduciendo frenéticamente la polla del Maestro completamente dentro de su boca ansiosa; ahora sí que me da envidia, no puedo evitarlo. Ladeo mi cabeza para poder alcanzar mejor los testículos y el perineo con mi lengua, y lo hago una y otra vez. Continuamos así un rato hasta que el Maestro decide que es suficiente.
- Las dos a cuatro patas sobre la cama. Bien juntas, una al lado de la otra.
Obedecemos. Siento el tremendo calor que desprende el cuerpo de mi compañera y la miro. Estamos las dos desechas de ansiedad y excitación. El Maestro empieza a azotarnos con la mano, con fuerza, alternativamente a ella y a mí. Lo hace justo en el centro, abarcando tanto las nalgas como los labios. Su mano impregnada de sus jugos y los míos, azota cada vez más rápido cambiando de la una a la otra. Nuestras caras demuestran una vez más la sabiduría del Maestro; esa mezcla de dolor y placer que nos enloquece a ambas. No llevo cuenta de cuánto es el castigo, pero siento mi piel ardiendo, cada vez más sensible al contacto. Siento el flujo de placer empapándome.
Entonces el Maestro nos agarra del pelo, forzando la postura de nuestras respectivas espaldas y, al fin, siento la brutal embestida de su polla en mi coño, dos, tres, cuatro veces… y dejo de sentirla. Veo abrirse la boca de mi compañera y cómo se desplazan sus tetas con las embestidas. Otra vez en mi coño, otra vez en el mío mientras estira hacia sí de nuestros cabellos alborotados. Ahora sí que no voy a poder evitar el orgasmo, lo siento llegar de forma incontrolable. Por eso me atrevo a abrir la boca para decir:
- Maestro, por favor, te suplico que me permitas correrme. Te lo ruego. Por favor.
- Córrete, Zorra. Toma mi polla y córrete como una perra –mientras me embiste con más fuerza si cabe.
El orgasmo es increíble, eterno, sublime y desbordante; me deja anulada por un momento. Oigo a mi espalda:
- Ahora tú, Puta. Córrete bien.
Miro a mi compañera sin poder abrir del todo los ojos aún. Y me deleito con el tremendo placer reflejado en cada gesto de su cara. El Maestro libera mi cabello y me da una nueva orden.
- Vuelve a lamerme los huevos, Zorra, que antes lo has hecho muy bien.
Me lanzo a los pies del Maestro sin esperar un solo segundo, me pongo de rodillas bajo sus piernas mientras él sigue embistiendo el coño de mi amiga, alargo el cuello y la lengua lamo frenética, apretando el perineo con mi lengua, succionando y besando sus huevos, lamiéndolos cada vez que el movimiento me lo permite y sé que no debo, pero mientras lo hago separo las rodillas y me masturbo con una mano mientras la otra me acaricia la marca de los dientes que el Maestro ha dejado en mi pezón. El Maestro está a punto de correrse, lo
sé por la dureza de su perineo y su palpitación. Mi compañera deja escapar un gemido de placer supremo y yo me deshago en pura agua con un nuevo orgasmo…
Tras esto, los tres permanecemos inertes y jadeantes durante un minuto, hasta que el Maestro se retira y da una nueva orden.
- Zorra, limpia bien mi corrida del coño de mi Puta. Con la lengua, vamos.
Ella se recuesta boca arriba al borde de la cama, y yo desde la misma posición, de rodillas en el suelo, abalanzo mi cuerpo para empezar a lamer esa delicia; la mezcla de los sabores de mi compañera y del Maestro. Mientras meto una y otra vez la lengua en la vagina recogiendo y tragando un elixir exquisito, apoyo un dedo sobre su clítoris y lo muevo suave y rápido, como a mí me gusta. Succiono, lamo y beso, mientras siento los movimientos de mi amiga.
- Vas a volver a correrte, Puta… Vamos, hazlo ya. No tenemos todo el día.
Mi compañera apoya sus manos en mi cabeza y yo apoyo la mano libre sobre su pecho, acariciándolo igual que la otra mano está haciendo en su clítoris. Mis dudas de si sería capaz de darle placer se esfuman por completo cuando el orgasmo me inunda la boca y la presión de sus manos se relaja para pasar a ser solo caricias.
Me incorporo y la miro con ternura, igual que ella a mí. El Maestro me acaricia la espalda y yo lo miro aún maravillada. Me besa. Se tumba junto a mi compañera y la besa a ella también, mientras me hace un gesto para que me incorpore al beso. Los tres cuerpo se unen en un abrazo conjunto, las tres lenguas se rozan entre sí al mismo tiempo, las tres caras reflejando la paz y la felicidad de ese instante.