Trio tio tia tio (3)

Mamen lo cuenta todo. Es el final de una torrida historieta.

Me llamo Mamen. Quiero contar lo de la visita de Germán y su empleado, Frasco. Vinieron a verme diciendo que mi marido les debía dinero y que yo tenía la posibilidad de saldar la deuda ofreciéndoles mi cuerpo. Me hice la ofendida, pero a decir verdad había sido una casualidad que ellos llegasen en el momento en el que me estaba duchando y me masturbaba frotándome la esponja en el coño. Tenía esa fantasía común a muchas mujeres de los dos desconocidos que irrumpen en su hogar y la fuerzan a tener sexo con ellos. ¿No es una casualidad increíble? Claro que no es lo mismo una fantasía que un hecho real. Pero esos dos tipos no iban de farol, al menos Frasco, esa masa de músculos grasientos que fue el primero en dirigirse a mi abrazándome violentamente y besando mi boca tapando las palabras de protesta que yo empezaba a pronunciar. El fornido macho fue al grano y se desabrochó la bragueta. Germán permanecía algo estático y expectante. Yo arañaba y forcejeaba con Frasco, que reía y que me controlaba con facilidad. De un tirón me quitó el albornoz y quedé desnuda completamente; me empujó y me hizo tumbar sobre la alfombra y dijo al otro:

-¡Gilipollas, agárrala que quiero comerle el coño!

Efectivamente Germán me parecía a mí también un gilipollas que no quería entrar en un juego en el que yo quería hacer prevalecer la idea de que era una mujer dispuesta a resistirse. Finalmente se inclinó sobre mí para sujetar mis brazos. Yo pataleé hasta que Frasco abrió mis piernas. Quise convencerles de que mi marido y yo pagaríamos ese dinero en un tiempo y eso hizo pensar a Frasco, que parecía recapacitar sobre la idea de forzarme. Temí que abandonase el propósito de follarme y continué con unos argumentos que le hicieran decidirse de forma definitiva. Dije que en cuestión de diez meses pagaríamos. ¿Cómo iban a tener tanta paciencia?

  • Mejor te follamos –dijo Frasco.

Estaba totalmente excitada, y se me ha olvidado mencionar lo del enorme pene que dejaba ver el bestia. Yo necesitaba caña y de algún modo que no resultase muy evidente se lo tenía que hacer ver a aquellos cabrones. Aproveché un descuido de Germán, que me soltó uno de los brazos y abofeteé a Frasco lo más violentamente que pude. Sabía que eso lo enfurecería y le pondría la polla más dura. Lo que no esperaba es que él me respondiese con un guantazo aún más fuerte. Me rajó el labio superior y comencé a gemir a la vez que saboreaba la sangre. Al imbécil de Germán le acobardó el rollo sado y aflojó la presión sobre mis brazos, sin liberarme. Frasco ya me lamía la raja.

  • Cabrones, mi marido os va a matar… -dije en algo que les resultó ininteligible.

Ese comentario sólo le añadía morbo al asunto; hasta Germán se violentó. Frasco se incorporó, luego de comerme la raja y se preparó para penetrarme, no sin antes recomendar a su compañero que probase a que yo le comiese la polla. Dudó un poco el cervecero, pero cuando yo exclamé ¡dámela, dámela!, se convenció. De tal modo dejé patente mi docilidad.

Se turnaron en follarme y en que se la chupase. A mi me encantaba. Finalmente hicieron conmigo un emparedado. Cuando se iban les dije que la cantidad de dinero que les debía mi marido era demasiado grande como para que yo la hubiese compensado en una sola sesión de sexo. Les animé a que viniesen otro día.