Trio para tres
Un sueño que se hace realidad, una fantasía que deja de serlo, una historia contada desde dentro.
Hace unos días envié un relato en el que mi mujer me desvirgó. Una experiencia única para el hombre. Con esto no quiero menospreciar la calidad de las mujeres a la hora del sexo, pero es diferente, no es mejor pero tampoco es peor, insisto, es diferente. Tan placentera una sensación como la otra y experimentarlas ambas no hace mal a nadie, más bien lo contrario.
Haber sido desvirgado abrió mi mente. Limitarse a practicar el sexo de forma tradicional o simplemente esperar placer sin darlo a cambio, es algo que se escapa de mi entendimiento. Para disfrutar del sexo es necesario que, al menos dos personas del mismo sexo o distinto, estén de acuerdo en todo aquello que están dispuestos a dar y recibir y nunca extralimitarse en aquello que no guste al otro.
En base a estos principios nuestra relación sexual es muy abierta, tanto en los actos como en las conversaciones en esta materia. La lectura de relatos eróticos en cualquiera de las facetas que están publicadas en las distintas categorías, me permite expandir las fantasías más allá de lo que teníamos acostumbrados a soñar.
Después de la lectura de un relato concreto, mi imaginación despertó la curiosidad de invitar a una tercera persona en nuestras íntimas relaciones. Mi propuesta la expuse durante una romántica cena en un céntrico restaurante. Con susurrante voz, fui introduciendo el tema hasta despertar en mi mujer la inquietud de mi deseo. Un trío; ella, yo y quien ella eligiera. Para alcanzar este deseo es necesario que esa tercera persona sea de su agrado y complacencia, de esta manera es difícil el rechazo por su parte a la hora de llegar al punto que se busca.
Durante algunas noches, cuando el sexo hace acto de presencia, susurraba en su oído nombres de conocidos o amigos de ambos. Amigos a los que buscaba una reacción de aprobación por su parte. Tras varios intentos en distintas noches, noté algo especial, un comportamiento de excitación superior al de otras ocasiones al nombrarle a José María. Instaba a que pensara en él, que era nuestro amigo el que se encontraba con ella en ese momento, reaccionando de forma positiva al oír su nombre.
Fuimos al salón. Comencé a hablar de nuestro amante imaginario. Su respuesta ante mi pregunta fue muy concreta. " ¿Y después qué?. Una pregunta como respuesta esperando la mía, no era muy esclarecedor, pero si era orientativo. De haberlo rechazado, no hubiese preguntado por el "después", se hubiese limitado a decir " no", por lo tanto se había abierto una puerta a favor de una nueva experiencia.
José María es un buen amigo desde hace varios años. Separado, sin compromiso. Buena persona y en la que se puede confiar de verdad. Atractivo para mi mujer y con unos dotes de educación y discreción que le hace el candidato ideal para estos menesteres.
Tras varias charlas en relación con el tema, decidimos una tarde de sábado intentar alcanzar esa situación que tanta saliva nos había hecho gastar.
Alquilamos una casa rural para el fin de semana en la provincia de Valladolid. Una casa con auténtico decorado antiguo, cuidado aspecto en suelos, techos, paredes, muebles, útiles de concina, dormitorios, salón y aseos. Le invitamos. Aceptó encantado, al fin y al cabo fuimos los únicos amigos que estuvimos a su lado durante el doloroso proceso de divorcio.
El viernes por la tarde, subimos al coche camino de nuestro lugar de descanso y quizás nuestro primer intento de hacer realidad nuestra fantasía.
Nos acomodamos en las habitaciones bien dispuestas, limpias y con ropa de cama con un olor campestre aceptable. Dentro de nuestra habitación, mi mujer se quedó desnuda para entrar al baño y refrescar su maravilloso cuerpo. Yo me limité a ponerme un bañador y salir hacia la cocina y mirar en qué condiciones se encontraba.
Como es lógico, no había nada de comestibles ni bebidas. Volví a mi habitación para vestirme nuevamente. Mi mujer se estaba poniendo el bikini y una blusa que apenas le tapaba los muslos. Le propuse quitarse la ropa interior y aceptó desprenderse únicamente del sujetador.
Así salió al salón donde se encontraba José María sentado en el sofá ojeando unas revistas de publicidad de la zona. Al momento me presenté vestido nuevamente para marcharme a comprar algo para la cena y bebidas. Quisieron acompañarme pero mi insistencia de ir solo pudo con su obstinación.
En el centro comercial, llenaba el carro con todo aquello que más nos gusta sin olvidar algo de alcohol y el hielo. Habían transcurrido una hora aproximadamente desde que salí de casa. Mi imaginación me engañaba, puesto que mientras compraba, pensaba que ambos estarían ya haciendo aquello por el que habíamos ido a ese lugar. Quizás eran los deseos que ocurriera algo, pero no podía ser tan fácil ni rápido. Conozco a mi mujer y a José María, ninguno de los dos haría nada, quizás por miedo o por prudencia, pero sé que nada estaría pasando en mi ausencia.
Aun así, hice algo de tiempo antes de volver a casa. Me fui al bar a tomarme una cerveza antes de regresar.
Cuando llegué a la casa, los dos estaban por los alrededores dando un paseo, charlando, quien sabe de qué asuntos. Me ayudaron a sacar la compra del maletero para llevarlo a la cocina donde colocamos todo entre los tres. Estábamos cansados. Habíamos madrugado por la mañana para ir al trabajo. De todas formas, preparamos una cena ligera y al terminar unas copas nos acompañaron en una velada estupenda.
Sin darnos cuenta, las tres de la madrugada se presentó. María comenzó a bostezar de sueño, señal que nos propuso ir a dormir. Así lo hicimos. José María entró en su habitación dejando la puerta entreabierta y nosotros hicimos lo propio. La casa quedó a oscuras. Apenas podía conciliar el sueño. Después de dar vueltas sin conseguir dormirme, decidí levantarme. Mi mujer, desnuda sobre la cama y con la sábana que apenas le tapaba las rodillas, dormida. De camino al salón, me asomé a la habitación de nuestro amigo. También estaba desnudo, boca arriba, la luz de la luna que entraba por la ventana me permitía verle con claridad.
Los dos dormidos me permitía estar desnudo mientras me fumaba un cigarro en el balcón y mirando unas revistas de rutas por los alrededores. Un terrible susto me llevé cuando se aproximó José María detrás de mí, se había acercado con sigilo. También estaba desnudo como yo. No se lo reproché aunque se levantara mi mujer y nos viera así a los dos. Lo estaba deseando aunque no ocurrió.
Le preguntaba por su estado de ánimo tras el divorcio y muchas cosas más. Me envidiaba por tener a la mujer que tengo y la relación que mantenemos. Le provocaba para que me contara cosas de ella, pero su inteligencia, muy superior a la mía, impedía sacarle una palabra que él considerase fuera con segundas intenciones. Pero dejó caer una frase inconclusa que me hizo pensar. "Quien fuera ..".
El frescor de la noche nos permitía estar allí hasta las cinco de la madrugada que nos acostamos.
Por la mañana, mi mujer se levantó la primera, fue a la cocina para preparar los desayunos. Al pasar por la habitación de nuestro invitado especial, se quedó mirando su desnudez aunque solo pudo verle su prieto trasero al encontrase tumbado boca abajo. Se había levantado y se había puesto una blusa blanca, casi transparente y sin ropa interior. Al trasluz se le podía ver la silueta desnuda.
Después me levanté acompañando a mi mujer. Cuando habíamos terminado de tomar el café, José María se presentaba ante nosotros. Ella se levantó para prepararle el desayuno como lo hizo conmigo. Vi en ese momento la mirada de nuestro amigo siguiéndola hasta que desapareció tras la puerta. Al retirar su mirada, se dio cuenta que le observaba y me pidió disculpas por tal atrevimiento. Guardé silencio, pero por dentro sonreía pícaramente. Había conseguido mi objetivo, llamar su atención.
Cerca de la casa hay un rio. Remontando, hay una zona para bañarse según pude ver en la revista la noche anterior. Lo comenté a María y sin dudarlo se puso el bikini. Con el bañador ya puesto, solo tuvimos que tomar las toallas y unas chanclas.
Se bañaron una y otra vez, juegos y diversión, tomar el sol, leer un libro . Mi atrevimiento en esos momentos me permitió quitarme el bañador para quedarme desnudo y ante la mirada atónita de ambos, entré en el agua para jugar con ellos un rato. Les propuse que hicieran lo propio, la sensación de bañarse desnudos era maravillosa y estarían muy a gusto.
Lo hicieron, tanto ella como él, se quitaron los bañadores pero lo dejaron en una piedra junto al agua. Invité a María a que abriera las piernas, así podría pasar por debajo buceando. Típico juego acuático. Después él tenía que abrir las piernas para volver a repetirlo. Después la propuesta entre ellos, aunque les avergonzaba en un principio, luego se convirtió en algo habitual. En una de esas ocasiones que se encontraban bajo el agua en sus juegos, tomé las prendas de baño y me las llevé hacia las toallas, de esta forma tendrían que salir desnudos los dos.
No salió bien la jugada, reclamaron sus prendas. Las acerqué para que se las pusieran sin reprocharme nada puesto que sabían que era una simple broma y a la primera vez que me las pidieron las entregué. Yo seguía desnudo, ante los dos. Era algo que no me preocupaba.
Volvimos a casa. Nos duchamos y salimos a comprar. Después de comer volvimos al rio a bañarnos. Volvimos a repetir la misma escena que la mañana. Yo desnudo, ellos con bañador.
Cuando empezó a caer la luz del sol, refrescaba lo suficiente como para no estar dentro del rio, ni tan siquiera en la orilla. María se metió entre unos matorrales con la intención de cambiarse, el bañador mojado y con el fresco del atardecer, le apetecía secarse y ponerse ropa seca. Solo había metido en la bolsa, la blusa semitransparente que fue lo único que puso. José María, se quitó el bañador sin esconderse en ningún sitio, pero con la precaución de hacerlo mientras ella estaba en el otro lado.
Decidimos cenar fuera de casa, unos pinchos, unas cervezas y unas copas, hasta que nos dieron las dos de la madrugada. El rio cansa y no teníamos muchas ganas de estar de fiesta. Volvimos a nuestro alojamiento donde preparé unos combinados con alcohol con unos frutos secos de aperitivo. Pasaban las horas y no ocurría nada de lo que habíamos previsto hasta que mi mujer decide tumbarse en el sofá con la cabeza apoyada en mis piernas y las suyas sobre las de José María.
Una blusa más transparente que la de la tarde, permitía ver su desnudez a través de la tela y la mirada de nuestro amigo apenas podía retirarla. María había tenido la idea de provocar la situación que andábamos buscando vistiéndose de la forma que lo había hecho y yo continué tal provocación con caricias sobre el pelo. Bajo mis manos hacia sus hombros para continuar con un sensual masaje.
Poco a poco desabrocho un botón de la blusa para permitir que mis manos continúen un poco más hasta que consigo llevar la yema de mis dedos entre sus pechos. María con los ojos cerrados, o al menos eso parecía, disimulaba su deseo. Yo recliné mi cabeza hacia el respaldo del sofá haciendo creer a José María que lo hacía de forma natural.
Sigo desabrochando la blusa hasta llegar casi al ombligo donde queda el último botón sujeto en su ojal. La tela de la blusa tapaba ligeramente ente sus pechos por la parte de arriba, mientras que por debajo la escasa tela tapaba sutilmente su sexo. Las manos de José María apoyadas sobre el asiento, no se atreven a moverse, no saben qué hacer o están esperando a alguna indicación de cualquiera de nosotros.
María, disimuladamente, agarra la mano de nuestro amigo para apretarla con firmeza. La lleva hasta uno de sus muslos para dejarla reposar con suavidad. Con los ojos casi abiertos contemplo aquello que deseaba. Él y yo nos miramos con complicidad, esbozo una sonrisa de aprobación dándole pie a que comience a acariciar la desnudez de sus piernas.
No necesitó mas ayuda, había aprendido el recorrido y descubierto alguno más. Pasaba la yema de los dedos entre los muslos sin llegar a tocar el sexo que ya se encontraba humedecido por la situación. María acepta todo lo que hacemos.
En este tipo de situaciones se me escapa el tiempo, desconozco cuanto pudimos estar así, tampoco me importa, la cuestión es que estábamos disfrutando del momento y de la realidad.
Las caricias de nuestro amigo comenzaron a ser cada vez más extensas recorriendo más cuerpo, más piel; le notaba su excitación a través del bañador, igual que la mía.
Bajé mi mano para soltar el último botón que tenía abrochado sin desnudar el tesoro que tiene entre sus piernas, privilegio que dejé a nuestro amante para cuando el decidiera desnudarlo.
Movía sus manos en un recorrido amplio por las piernas de María; de forma disimulada fue empujando la minúscula tela que le quedaba para dejar desnudo aquello que tanto deseo despierta entre los hombres.
Aquello no fue más que el pistoletazo de salida para retirar la parte de la blusa que tapaba sus pechos, de esta forma la dejamos casi desnuda al completo. Sus pechos se mostraron ante nosotros, María retiraba los brazos para que se pudieran ver con claridad.
Lentamente la ayudo a incorporarse. Con elegancia, comodidad, sin tapujos, se quita la blusa para dejarla encima de la mesa.
Antes de sentarse se acerca a mí para quitarme el bañador para depositarlo en el mismo sitio que su ropa. Después hace lo propio con José María. Los tres desnudos. Extendió sus manos hacia nosotros. Nos ayuda a levantarnos encabezando el camino hacia nuestro dormitorio.
Nos tumbó sobre la cama, pegados el uno al otro. Nos abrió las piernas para poder ponerse de rodillas ante nosotros y comenzar a acariciar con sus manos nuestra desnudez sin tocar el sexo. Ella mandaba y nosotros obedecíamos, sin acuerdo previo, sin mandatos, simplemente tomó la iniciativa y nos dejábamos llevar por sus deseos y caprichos.
¿Hasta dónde llegaría?. Nuestra excitación cada vez era mayor y sobre todo la mía. Mi mujer, desnuda ante otro hombre que la contemplaba con admiración y deseo. María tocando el cuerpo desnudo de otro hombre, mirando el sexo de otro ante mi presencia. Esta situación me estaba provocando deseo irrefrenables de sexo y más sexo. Me contenía de lanzarme sobre ella porque quería contemplar su maestría para hacernos disfrutar a los dos a la vez.
José María osó tocar un pecho. Ella aceptó sin retirarse ni quitarle la mano. Pellizcaba suavemente el pezón después de humedecerse los dedos. María cerraba los ojos por la sensación de placer que sentía, mientras pasaba sus manos por la cara interna de nuestros muslos.
Imité los actos de nuestro amigo con la anuencia de tan preciosa mujer. Asentía con suspiros profundos.
Los dos al unísono tocábamos sendos pechos con una mano, mientras la otra acariciaba el restos del cuerpo. Mi conocimiento de sus puntos erógenos anticipaban los movimientos de José María que plagiaba con exactitud.
Veía la excitación de mi mujer en los húmedos labios vaginales. La coordinación con nuestro amigo me permitió pasar la mano por la cara interna del muslo cerca de su jugosa vulva notando su líquido entre mis dedos ante el pequeño roce.
Gracias a la lubricación que nos presentaba, aproveché para separar sus labios y adular su rosácea vagina en busca del punto de placer que me estaba pidiendo con su lenguaje corporal. Lo encontré con facilidad, cómo no podía ser de otra manera. Su clítoris ya había salido de su escondite para no perderse detalle de los acontecimientos.
La mano de José María se acercaba sigilosamente al mismo sitio, orientándole hacia el interior de su sexo en busca del punto escondido del placer. Metió un dedo mientras yo seguía agasajando su apéndice con cariño. Su respiración profunda estaba dándonos un aprobado con nota alta. Buscábamos el sobresaliente.
Nuestros dedos trabajaban al ritmo que ella marcaba a la vez que su movimiento pendular acentuaba el compás. Cada vez más rápido, cada vez más placer. Al punto de llegar a su primer orgasmo, José María se incorpora para llevarse a la boca el pecho desnudo de María para saborearlo. Su lengua se movía con maestría haciendo que el pezón se balanceara en la dirección que el ordenaba. Me gustó aquel gesto tanto como para repetirlo al mismo ritmo.
Un fuerte suspiro con un ligero grito controlado nos advierte de haber alcanzado lo que estábamos buscando. Unos segundos de descanso antes de pedirnos un nuevo acercamiento al éxtasis.
Apoyó su cabeza sobre la almohada y con las rodillas clavadas sobre la cama, nos sugirió empezar una vez más. Esa postura me incitaba a una penetración, pero eso lo dejamos para el final, ahora es ella la que tiene que disfrutar de los dos.
No dudé en ponerme detrás de ella. Metí mi cabeza entre sus piernas para que mi lengua empezara a trabajar y repetir lo que hicieron mis dedos. El sabroso sabor de su depilada y jugosa vagina me excitaba sin igual.
Nuestro amigo se colocó frente a ella conforme le ordenó. Mientras me limitaba a saborear su preciado sexo, ellos se besaban en la boca jugando con sus lenguas. A duras penas podía verlos con claridad, pero notaba el comportamiento de ambos. El erecto pene de José María se encontraba muy cerca de mí, eso sí me permitió ver a mi mujer tocarlo con la misma maestría que solía hacérmelo. Ver como mi mujer se la tocaba a otro me encendía de placer, me hacía llegar a lo mas alto del placer. Me estaba gustando tanto que odiaba el momento del fin.
Antes que llegara al nuevo orgasmo, me retiré para mirarles. Seguían besándose en la boca. Pecho contra pecho, piel contra piel y la mano de María masturbando a nuestro amante.
Dejaron de besarse por deseo de ella para deslizarse lentamente hacia abajo, pasando su salivosa lengua durante el recorrido que le llevaba hasta la erección del pene. Sin soltarla de la mano, continuaba con su lengua recorriendo la longitud de ese miembro varonil. Entró en su boca para marcar el movimiento con la cabeza de la misma manera que lo hacía con la mano. Para arriba y para abajo a la vez que les contemplaba desde la corta distancia.
Aproveché esa postura para volver a buscar el clítoris y rozarlo con la pasión que siempre le pongo. Con la otra mano busqué el agujero de su trasero también humedecido y le introduje un dedo a la vez que otro hacía lo mismo en la vagina para frotar su punto "G". Sin sacarse el pene de José María de la boca, alcanzó un nuevo orgasmo con más intensidad que el anterior.
Necesitó descansar un poco más que la vez anterior. Se tumbó boca arriba, mientras nosotros nos dedicamos a acariciarla por todo su precioso y excitado cuerpo. Ella seguía marcando el ritmo. Nosotros nos colocamos de rodillas a cada lado. Nos agarró sendos penes para acariciarlos con dulzura. Nos regalaba una sonrisa de satisfacción y agradecimiento.
Por su mente pasó algo que quiso que hiciéramos. Tomó la mano de José María llevándola hacia mi miembro y lo mismo hizo conmigo. Ninguno de los dos mostramos rechazo ante singular osadía por su parte. Ella pasó las manos hacia nuestros traseros en busca del orificio anal. Se mojaba los dedos para no hacernos daño. José María, abrió sus piernas para que no le costara trabajo encontrar lo que buscaba, seguidamente hice lo mismo.
Nunca antes había tocado el pene de otro hombre y no me pareció desagradable, ni despreciable, simplemente lo toqué y me gustó hacerlo.
Las caricias de María sobre nuestro trasero era de agradable sensación. Cerré los ojos para centrarme en el momento aumentando el placer a medida que el dedo entraba con cautela. La sensación es maravillosa, sobre todo si se hace con el cariño y el cuidado que ella estaba demostrando.
María decide un nuevo cambio de postura. Nos pone a los dos de rodillas, con la cabeza sobre la almohada. Su idea era jugar con nuestro trasero y así lo hizo. A él le agarró su gran pene y a mí me mojaba el agujero de mi trasero con la lengua. Después cambiaba haciendo lo mismo. Cuando estaban los dos bien humedecidos, metía sendos dedos dándonos placer de forma incansable. De motu propio, agarré el pene de José María para masturbarle desde la posición que nos encontrábamos y él lo mismo conmigo.
Al cabo de un rato, María levantó a nuestro amigo y le colocó detrás de mí. Agarró su miembro para dirigirlo a mi trasero bien lubricado. Poco a poco fue metiéndolo para no hacerme daño. Consiguió introducirlo y a moverse lentamente por conocer de mi virginidad y no hacerme daño. Me gustaba, tengo que reconocer que era un auténtico placer. Mientras se movía con soltura, mi mujer se tumbó entre mis piernas para meterse mi pene en la boca. Entre ambos estaban haciendo que sintiera un placer que nunca había sentido antes, provocando un orgasmo jamás vivido hasta entonces.
José María se quitó el preservativo que se había puesto para penetrarme, aun no se había corrido. María le pidió que se tumbara sobre la cama para que entre ella y yo le masturbáramos con la boca. Mi experiencia homosexual tuvo un éxito rotundo. Me gustó, quizás por ser quien era el hombre con el que lo hice, no lo sé, pero me gustó mucho.
María estaba excitada ante nuestro comportamiento, eso me permitió que fuera yo quien la pidiera con gestos que se sentara encima de él. Abrió las piernas para colocarlas a cada costado de José María. Me puse a su espalda empujándola ligeramente sobre él. Se besaron en la boca con pasión y ternura. Agarré el pene para llevármelo a la boca y saborear nuevamente esa experiencia. Después lo dirigí hacia la vagina de María metiéndola.
Comenzó a moverse con los vaivenes característicos de ella. Desde mi posición, veía como entraba y salía. Cómo disfrutábamos lo tres de tan maravilloso espectáculo. Mis manos agarraron la cintura de María para ayudarla en su ritmo. Se incorpora para modificar el movimiento anterior.
Me levanté de la cama y me senté en una silla mirando como mi mujer se estaba tirando a mi mejor amigo y como mi mejor amigo se estaba tirando a mi mujer. Me gustaba más de lo que me podía imaginar y creo que a ellos también, los dos desnudos ante mi mirada, es algo que no puedo describir, simplemente me gustaba y quería que no terminara nunca ese momento.
Casi a la par, llegaron al orgasmo. Todo el líquido seminal entró en el interior de María. Cuando ella llega a su orgasmo, se levanta para sacarse el miembro aun erecto de su interior y veo como ese líquido blanco chorrea entre sus piernas.
Exhaustos se tumban ambos boca arriba con fuerte y profunda respiración. Me levanto de la silla para acercarme con ellos a la cama. José María aun se encuentra en plena erección. La agarré para intentan descargar todo lo que le mantenía en ese estado. Le masturbé mientras con la otra mano hacía lo mismo con María.
Mi erección también estaba siendo tratada por mi mujer que me masturbaba con la boca. Tuvimos un nuevo orgasmo al cabo de unos minutos.
El cansancio se apoderó de nosotros y solo nos quedaban fuerzas para darnos una ducha para refrescarnos. Primero fue María y al acabar se acostó sobre la cama. Después José María tumbándose a su lado cuando terminó. Una vez que me asee y al volver a la habitación, vi que los dos se habían quedado dormidos. Una cama para tres era demasiado pequeña. Me fui al balcón para fumarme un cigarro. Terminé y me acosté en la habitación de José María dejando que durmieran juntos esa noche.
A la mañana siguiente, fui el primero en levantarme. Me asomé a la habitación encontrándolos dormidos aun, desnudos y abrazados. Después de esbozar una sonrisa al ver a mi mujer tan feliz, me fui a la cocina a preparar el desayudo para los tres. Lo coloqué en una bandeja y lo llevé a la habitación donde almorzamos juntos, desnudos y felices.