Trio extremo

Un matrimonio cuyos integrantes promedian los 40 deciden experimentar una nueva experiencia con un desconocido durante una semana de vacaciones junto al mar.

Trío extremO

¿Quién es este tipo?, pregunté como de pasada. Un amigo, respondió. ¿Muy amigo?, insistí. Si, muy amigo, de mi entera confianza respondió sonriente. El “amigo” se presentó como Antonio, podía decirle Tony, y me pareció prudente hacerlo, después de todo era un amigo de mi marido, de vaya a saber de dónde, con quien me iba a acostar en sus narices para satisfacer su mayor fantasía: la de verme en la cama con otro. Me lo insinuó en el 12do aniversario de casados, no me pareció gracioso y se lo hice saber. Volvió a insistir en el 16to y esa vez me quedé mirándolo sorprendida pero esta vez lo dejé hablar y vaya que lo hizo, al principio le costó arrancar pero al rato se explayaba como si tuviera muy bien preparado, e incluso ensayado, su discurso.

Hace dos días, mientras caminábamos por la playa, volvió a salir el tema y esta vez decidí aceptar pero con renuencia. Estábamos lejos de casa, era nuestra primera salida sin nuestros hijos, si bien nos llevamos bien y tenemos nuestros días como matrimonio no podía dejar de reconocer que la rutina comenzaba a asfixiarme. Así que ahí estaba Tony, un tipo atlético, que promediaba los 30, de muy buen aspecto, muy elegante, refinado, con cierto don de gente. ¿Cuándo llegaron?, quiso saber. Ambos respondimos “ayer” y luego nos reímos. Mi marido se fue en detalles acerca de la cabaña que habíamos alquilado cerca de la costa. Un sitio discreto y alejado de curiosos, acotó Tony, para después agregar elegante y lo bien emplazado que estaba en un lugar selecto cercano a las playas. Bebimos un par de tragos, hablábamos de cualquier cosa hasta que mi marido creyó conveniente que no dejáramos pasar la ocasión de bailar una pegadiza canción bien bolichera, Tony estuvo de acuerdo, estiró su mano ofreciéndomela, se la tomé y juntos nos alejamos rumbo a la pista mientras mi marido bebía su trago en su butaca, junto a la barra, sin perder detalle de nuestros pasos.

Tony bailaba muy bien, era audaz pero para nada atrevida, sus manos se movían a sus anchas en mi cuerpo pero sin llegar jamás a tocar, aunque se acercaban bastante, mis partes íntimas. Miré hacia la barra, en efecto, ahí estaba mi marido mirándonos. Mientras bailábamos Tony preguntó algunos detalles de nuestro matrimonio, pero sin profundizar demasiado. Luego regresamos a nuestro lugar y sin más vuelta Tony propuso salir a dar una vuelta por la ciudad en calidad de anfitrión. Mi marido estuvo de acuerdo, así que con un “vamos” mientras me tomaba del codo, encaramos hacia la puerta. Esa noche yo llevaba un lindo traje de saco y pantalón color gris, una blusa blanca debajo y, obvio, ropa interior color blanca de encaje. Tony vestía con pantalón de vestir, zapatos bien lustrosos, una camisa color canela y un saco sport de lino.

Subimos al coche, Tony lo hizo en el asiento trasero, fue dando indicaciones mientras manteníamos una charla amena en tanto, la música desde la radio, decoraba el ambiente que lo hacía más agradable. Fue entonces que salió el tema de nuestros niños, adolescentes que ya no querían salir con sus padres sino con sus amigos. Tony sugirió que deberíamos buscar el de la vejez, después de todo aún éramos jóvenes si bien habíamos pasado los 40 ya. Mi marido tuvo un comentario ambivalente sobre el tema yo fui más categórica con mi negativa; un bebé a mi edad era impensable. ¿Por qué? ¿Ya no podés tenerlos?, quiso saber Tony asomando su rostro entre nosotros desde su asiento; sin dejar de sonreír, claro. No, claro que todavía podía; no había nada en mi cuerpo que me lo impidiera y si bien no usaba anticonceptivos ni dispositivos para evitar embarazos tomaba las precauciones del caso. ¿Usan preservativos?, preguntó. Si, respondió mi marido, no me molesta para nada hacerlo, estoy muy acostumbrado.

¿Y vos?, quise saber, como si tal cosa pero de verdad muy interesada en su respuesta. No me resultan cómodos, si hay que usarlos lo hago pero la verdad prefiero no hacerlo. Salió a la luz un grave impedimento, ni por asomo cruzaba por mi cabeza tener sexo con un hombre que desconocía por completo y se negara a usar preservativos como medio preventivo con tantas pestes mortales de transmisión sexual dando vuelta. El aseguraba ser sano y cauteloso con sus relaciones, a mí me parecían un tanto riesgosas de su parte. Bajo el argumento que la confianza debía ser mutua defendió su osada preferencia estilo “bareback” que fue como lo llamó.

Mi marido y yo cruzamos sendas miradas.

Tony era lindo, agradable, elegante; ya se que lo dije antes pero había algo más, claro que sí, a mi como hombre me gustaba, me resultaba interesante. Me gustaba su sonrisa, el brillo de sus ojos, la forma en que movía sus manos para hablar, el sonido de su risa, el acento de su voz, su barba rubiona, sus ojos celestes y pobladas cejas. Olía muy rico pero sin avasallar con su perfume. Era una pena que no quisiera usar condones, pero la última frase que soltó me resultó graciosa e hizo que bajara un poco mis defensas. El sexo con preservativos es como comer el mejor chocolate con su envoltorio; reímos, pero mi marido agregó el chocolate no mata a nadie ni embaraza. La muerte es inevitable, el embarazo tiene solución retrucó Tony acomodándose en su asiento para mirar la ciudad por la ventanilla baja de su lado.

En un rincón de la ciudad encontramos un bar, bajamos a beber un par de tragos en tanto manteníamos una interesante charla de diversos temas; se notaba que Tony era un tipo que leía algo más que los diarios. El tema del sexo nunca dejaba de flotar pero sin que entráramos en él del todo. De repente Tony me miró, lo hizo sin descaro hacia mis pechos; no pude evitar bajar mi mirada y sí, mis pechos se asomaban sólo se lo impedían del todo el corpiño. Lindas tetas, verdad; exclamó mi marido. Tony le sonrió, no lo sé, todavía no se los he visto. No es el lugar apropiado, agregué mientras bebía mi copa. ¿Acaso hay un lugar especial para eso? No se si esas tetas son o no hermosas, tal vez si lo sean pero si estoy seguro que pueden todavía amamantar a un niño, murmuró bebiendo de su copa antes de hacerme un guiño con su ojo. Me miré los pechos, abrí un poco el saco para acotar un tal vez pero no tienen ningún interés en hacerlo. ¿Estás segura?, insistió Tony con esa sonrisa tan hermosa que tenía. Segura, respondí.

Decidimos dar un corto paseo por el lugar, me ubiqué en medio de los dos cruzando mis brazos con los de ellos, del lado de la calle iba mi marido. ¿El tamaño es importante para vos?, preguntó Tony mirándome. Miré a mi marido luego a él, no, no lo era; ¿para él si? No, para mí no pero con falsa modestia debo reconocer que la naturaleza me ha dotado de otros dones además de inteligencia fue su respuesta en tanto tomaba con su mano la mía llevándola a su entrepierna. Y si, prometía, pero…

Podríamos ir a casa, sugirió mi marido. Si, vamos ordenó Tony. Camino al auto su mano se detuvo en medio de mi pecho, haciendo que girara hacia él y delante de mi marido me besó y vaya beso que nos dimos. De repente su mano se perdió bajo mi blusa, bajo mi corpiño para masajear a sus anchas mis tetas. No pude evitar soltar un suspiro, mi marido me acarició el culo con algo de torpeza. Querida… alcanzó a soltar pero Tony hacía que me agachara ante él mientras su mano liberaba su semierección, en efecto, lo suyo prometía y bastante.

De un envión me lo metí en la boca, mi marido se alejó un poco para apreciar un poco mejor la escena, Tony me sostenía de la nuca para imponerme el ritmo que prefería. Yo engullía esa verga dura con ganas, en efecto era enorme, no querría ser mala con mi marido pero este no le hacía ni sombra con lo que tenía. Era una verga larga, además de dura, gruesa, el glande descubierto, tentadora, invitaba a metésela más y más profundamente, hasta más allá de la garganta. Sentí mojarme entre mis piernas, igual yo me sostenía con mis manos de los muslos duros de Tony que no dejaba de mirarme, ignorando por completo la presencia de mi marido que no dejaba de mirarnos casi, casi, sin poder creerlo. No porque su mujer estuviera agachada chupando, con desesperación, una pija ajena a la suya sino porque esta le estaba dando el gusto después de tantos años esperando.

Así, mi vida, así me alentaba el muy cabrón, el inminente cornudo. De repente Tony tomó fuerte mi cabeza, de la nuca, empujó y lanzó un terrible gemido y con ello un brutal chorro de semen que se estrelló contra mi garganta y mucho más abajo también sin que pudiera evitarlo. Aún no me reponía de la sorpresa, todavía me tragaba la leche de ese hijo de puta cuando hizo que me parara de un envión, me arrojara a los brazos de mi marido obligándonos a besarnos y mientras lo hacíamos su voz, mordida, se escuchaba entre nosotros diciendo asunto arreglado, esta noche cogemos sin condones y ya que tu marido es tan generoso para prestarte yo te voy a devolver preñada, ya vas a ver. Sus manos ganaron mi espalda, por debajo de la blusa, rodearon mi torso pegado al de mi marido para estrujarme las tetas en tanto apoyaba su flacidez, aún goteante mezclada con la desesperación de mis propias babas, contra mi culo.

Muchas cosas, pero muchas, íbamos a recordar mi marido y yo acerca de lo que sucedió esa noche, las muchas noches parecidas que vivimos pero el detalle más importante, el más conmovedor de todo lo que ocurrió fue cómo Tony hizo que nos besárarmos obligando a mi marido a tragarse su semen a través de mi boca. Vendría otras cosas, si, claro que sí pero como esa ninguna, porque si había algo que yo, y mucho menos él, esperábamos que sucediera fue, con justeza, esa.

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No voy  detenerme en cada una de esas eyaculaciones ni en mis orgasmos, los hombres sueltan un promedio de 7,5 gramos por acabadas, de esos 30 gramos por sesión de sexo solo una era de mi marido y al final, cuando Tony quedaba agotado al borde de la cama mirándonos mientras me acariciaba o besaba o chupaba mis pechos, mi marido me cogía para liberar toda su calentura acumulada con los momentos extremos de placer que presenciaba entre Tony y yo. A esos 30 grs hay que multiplicarlos por cinco días y resulta muy difícil detenerse en cada una de esas ocasiones. El tamaño no se si importa tanto pero la cantidad si, estoy convencida que sí, porque Tony tenía lo suyo, tal como lo había asegurado, era un hombre dotado aunque no me tomé el trabajo de medírsela, su fisiología era importante, claro que sí, pero había algo más en él que le doblaba en dimensión al tamaño de su verga, porque no sólo sabía usarla, cosa que era importante, sino que también sabía lo que una mujer quería, deseaba y anhelaba de un macho alfa como él y para eso se tomaba todo su tiempo, el tiempo necesario para hacer gozar a una mujer, en este caso yo, que no cesaba de aullar de goce y extremo placer ante la atenta mirada de mi marido.

Después de esa voraz chupada de verga en plena calle no tardamos mucho en llegar a casa, en desnudarnos e ir al dormitorio mientras mi marido se apoltronaba en un cómodo sillón ubicado al pie de la cama. No hubo fotos ni filmaciones de esos momentos, era una cosa entre nosotros y nadie más. Como sea, no fue fácil esa primera vez, nunca le había sido infiel a mi marido, menos aún en sus narices, me avergonzaba un poco que me viera desnuda ante otro hombre que no fuera él; que se la chupara a otro que no fuera él, que me chuparan mis tetas y lamieran mi sexo alguien que no fuera él; que me hicieran gozar, bramar, pedir más e inundara mi vagina con semen que no fuera él; que recorrieran mi cuerpo con las manos, con la piel, con la lengua que no fuera él; que me dieran por el culo en cuatro, con mi rostro hundido en el colchón, rugiendo por más. Años de convivencia, entre noviazgo y matrimonio, miles de momentos compartidos de intimidad para llegar a ese único momento en que otro, que no fuera él, me gozara e hiciera otro tanto conmigo bajo su atenta mirada, minuciosa mirada, detalladísimas miradas. Cuando Tony se retiró, después de su segunda acabada dentro de mi vagina, mi marido vino hasta mí para agradecerme, para cubrirme de besos; fue a penetrarme pero con sutileza se lo impedí, lo masturbé como lo hice miles de veces y sentí su semen chorrearme los dedos mientras me decía te amo mi vida.

La verdad sea dicha, era la primera vez que estaba con un hombre de verdad en materia sexual y no quería que nadie manchara ese momento ni mezclara su semen por más marido mío que fuera. Ya amanecía, Tony nos propuso una salida de campo para conocer mejor la zona, estuvimos de acuerdo así que ninguno tuvo otra mejor idea que los tres durmiéramos en la misma cama cosa que hicimos sin ningún problema, yo me ubiqué entre los dos, al rato nos dormimos, yo abrazada a mi marido y algo recostada hacia él; al rato una discreta mano jugaba de nuevo entre mis piernas desde atrás, sin moverme abruptamente para no despertar a mi cornudo esposo, saqué un poco más de cola permitiendo que la erección de Tony entrara desde atrás, sintiendo sus pequeñísimos, pero muy efectivos, movimientos hasta su eyaculación. Fue una acabada determinante, si bien mi marido estaba ahí presente ni por asomo se enteró que su mujer, ahora sí, le era infiel por completo, porque fue en esa acabada silenciosa de Tony, con su aliento revolviéndose en mis cortos cabellos de mi nuca, donde tomé la decisión de embarazarme y que él fuera el padre de la criatura.

Desayunamos los tres mientras Tony nos hablaba de un lugar algo alejado de la ciudad, cerca de las sierras pero con una espectacular vista del mar. Nos asomamos al patio donde nos sentamos en el jardín para comer y beber café, era una mañana cálida y prometía una buena jornada así que luego de ducharme me quedé con una solerita blanca, sandalias y por pedido de ambos hombres sin ropa interior. Subimos a nuestro auto, Tony se ofreció manejar, mi marido estuvo de acuerdo y sin que le dijera nada se sentó atrás cediéndome el asiento del acompañante de adelante. Mi marido le había prestado ropas a Tony, después de todo él tenía las de la noche anterior, ambos iban de bermudas y chombas piket, mi marido de zapatillas, Tony de sandalias; le quedaba muy bien. La conversación rondaba al clima, el paisaje, la gente, de varios temas a la vez hasta que de pronto, solos en la ruta provincial, Tony sacó su semierección a través de la bragueta y sin miramiento hizo que me la tragara sin vueltas para satisfacción de mi marido, me presté al juego por mera diversión pero al rato me abstuve de continuar porque no quería que nos estampáramos de frente contra otro vehículo. Cuando lleguemos nos vamos a divertir mejor, prometí limpiándome las babas con el dorso de mis manos luego de colocarme mis lentes de sol.

Como dijera Tony el lugar era una hermosura, una pequeña espesura de monte, algunas mesas y sillas de cemento por ahí. No había gente, o por lo menos por ahí, entonces nos ubicamos para conversar pero Tony sugirió que diéramos un paseo y obviamente rumbo al monte de árboles y matas medianas. Trae el mantel, sugirió Tony a mi marido, el resto dejalo que volvemos en un rato. Apenas si nos internamos un poco, debajo de unos arbolitos tendimos el mantel y sin que nadie me lo pidiera me desnudé. Tony hizo lo mismo de inmediato, luego comenzamos a besarnos porque eso lo hacía muy bien, me encantaba como besaba, su lengua era un prodigio dentro de mi boca y la manera en que sus manos se movían por mi cuerpo mientras lo hacía. Ya venía mojada desde casa al sentir la sensación plena de desnudez bajo mi solerita, luego me mojé un poco durante la mamada en la ruta, pero con esos besos debo decir que me inundé mis intimidades. Mi marido nos miraba desde un costado del tendido mantel, en cuclillas, nosotros retozábamos sobre la tela cuadriculada. En algún momento Tony quedó boca abajo entonces lo monté y no me bajé de él hasta que acabé y él soltó toda su leche bien adentro mío mientras mi marido y no nos besábamos como podíamos.

Cuando Tony le cedió su lugar a mi marido, acomodé mis piernas sobre sus hombros y con mi mano ayudé que su pija para que entrara por el culo donde se movió a sus anchas para luego acabar feliz y contento de la vida. Nos quedamos tumbados los tres sobre el mantel, mirando hacia el cielo límpido a través de las ramas de los árboles que nos cubrían, yo era la única desnuda y no me molestó que un grupo de turista pasara cerca de nosotros y nos vieran. Volví a ponerme mi solera cuando estábamos a pasos del auto, ya había mucha gente, así que comimos y bebimos con la certeza que habría más polvos para echarnos en cualquier ocasión.

Y vinieron muchas ocasiones, difíciles ponerse a detallar cada una, pero me gustó el de la despedida, el último, el final de finales. El epílogo con Tony es muy triste, lo veo irse recién vestido, yo aún desnuda en la cama y mi marido consolándome pensando que lloro de dolor o humillación. He preferido que así quedaran las cosas para nuestro bien, para que no se repita o por lo menos no se vuelva un hábito. Lloré como llora una mujer que sabe que no volverá a ver a su amante del cual se ha enamorado y será padre de su hijo. Ya habíamos tenido sexo, otra vez tenía semen de sobra de su parte, mentalmente registraba los 125 gramos de semen juntados dentro de mí en esos días de pasión, goce y placer. Aún estaba tumbada en la cama, desnuda, entonces Tony se sentó en el borde de la cama, tomó el pote de crema que estaba en mi mesa de noche, se untó generosamente su mano derecha sin dejar de sonreír.

Mi marido se acomodaba sus ropas, no hacía mucho que había eyaculado en mi boca. La verdad habíamos tenido una semanita de vacaciones que ni contar, porque no sólo hubo sexo sino también largos paseos, visitas a centros turísticos, artísticos e históricos de la zona; hicimos compras, tomamos fotos en las cuales ni en una sola de ella se lo ve a Tony. La mejor foto es de nosotros abrazados en la playa, con mis piernas cruzada de costado, mi marido abrazándome desde atrás, los mirando hacia la derecha y arriba. Hay que fijarse muy bien para darse cuenta que no tengo la bombacha de mi bikini. Y sólo yo se que el semen del fotógrafo fluía de mi vagina mientras me reponía de la tremenda cogida que me habían dado en la playa en presencia de mi marido.

Tony me besó, mordisqueó mi hombro, hizo que me diera vuelta dándole la espalda, casi diría en cuatro. Tenía tan dilatado mis agujeros que no me importó que entraran sus dedos en mi vagina como en el culo; hizo que lanzara un suspiro aprobatorio, mientras Tony le decía a mi marido que lamiera mi clítoris cosa que hizo casi sin chistar, eran muchas las veces que había lamido semen de Tony así que estábamos lejos de los pruritos que hubieron al principio. Luego los dedos dejaron el culo para meterse, por lo menos cuatro, en mi vagina; nunca me habían hecho un fisting, había parido a mis hijos y una par de veces el ginecólogo había metido sus manos dentro mío pero jamás en una situación semejante. Sabía que iba a doler, que no iba a gozarlo pero no podía evitar entregarme por completo a mi Hombre.

Esto tengo que verlo, dijo mi marido sentándose a los pies de la cama en tanto yo me tumbaba boca arriba separando bien mis piernas. Entraron los cuatros dedos sin la menor resistencia, uno a la par del otro, nada de agrupados; Tony no dejaba de sonreír. Yo jadeaba. Lancé un gemido de dolor cuando toda la mano se introdujo dentro de mí. Nos miramos, Tony y yo, y sus ojos no tenían el menor rastro de supremacía masculina, de macho sometiendo a su hembra; era una mirada de complicidad. No se cuanto más pero no mucho, su mano entraba y salía de mí sin resistencia alguna, hasta la muñeca o algo más. Podía escuchar el chapoteo de mis fluidos, de su semen, de la crema lubricante mezclado en el movimiento rítmico mientras me cogía en tanto yo me aferraba de mi marido que no dejaba de mirar con los ojos inyectados de morbosidad. De repente la sacó del todo, creí que todo había acabado ahí.

Ponete en cuatro, me ordenó y lo hice sin dudarlo ni un segundo. Clavá la cabeza, acotó y eso hice, contra el centro de la cama dejando el culo en pompas al borde de la cama. Entonces su mano, nuevamente lubricada, comenzó a jugar en mi culo. Dios mio, me dije, me va a meter la mano. Quise protestar, impedírselo. Tenela firme, le ordenó a mi marido y este, sin titubear, así lo hizo. Un dedo, dos, entrababan y salían, jugaban, luego tres, y la verdad no tenía reclamos que hacer al respecto hasta que llegó el cuarto; ahí supe que la cosa iba en serio y sin marcha atrás. No hay necesidad de entrar en detalles, unos minutos después, toda su mano entró en mi culo mientras yo me retorcía en cuatro con la cabeza levantada, aullando como una loba, con una mezcla de dolor, humillación, placer y entrega absoluta. Mi cuerpo no gozaba de ese puño entrando y saliendo a sus anchas, a la entera voluntad de Tony sino que todo estaba dentro de mi mente donde se colmaba todo los sentimientos. Si alguna vez iba a someterme a voluntad con un hombre fue ese, mi entrega fue total y absoluta. El culo me dolía a horrores pero ni por asomo se me ocurría pedirle que se detuviera. Sacó su mano, lo miré por encima de mis hombros, lo vi juntar ambas palmas y antes que pudiera resistirme, de haber podido, ambas manos me partieron en dos el culo.

¿Y mi marido? ¿Dónde estaba él? Mirando, claro. Comencé a llorar cuando el juego terminó, Tony se alejó, fue al baño a lavarse las manos enmierdadas, luego regresó para terminar de vestirse. Con un corto beso se despidió de mí y una delicada palmada en los hombros de mi marido, dejó el cuarto y supongo que la cabaña unos segundos después; jamás volví a verlo ni supe nada de él.-