Trío encubierto

Mi mujer sorprendida en un trío.

Allí estaba yo, en la escalera de un edificio donde sabía que mi mujer había concertado una nueva cita con su amante. Al entrar en el edificio averigüe de qué piso se trataba, así que esperé entre la segunda y tercera planta, el piso estaba en la segunda, donde tenía un puesto de observación seguro.

Sí, nueva cita, porque ya tenía constancia de su existencia. Gracias a un ciberanónimo, que me envió un e-mail, supe que mi mujer me era infiel. No se lo oculté a ella. Al principio lo negó, lo negó todo, pero poco a poco se impuso la cordura y no pudo esconderlo más.

Al principio sólo confesó algunos besos y magreos, pero finalmente me lo contó todo. Había tenido un encuentro con aquel hombre en su casa, la había complacido hasta el punto de reconocer que había tenido nuevas sensaciones y experiencias, y aunque me prometió que nunca más volvería a caer, allí estaba yo. De nuevo mi ciberamigo me había puesto en guardia.

Eran las 10:30 de la mañana, se supone que horario laboral para los tres, pero ninguno estábamos trabajando. Oí su voz inconfundible mientras charlaba tranquilamente con él, y al cerrarse una puerta, las voces se apagaron. Un instante después fui hacia allá con la intención de llamar al timbre y descubrir todo el pastel, pero el morbo pudo conmigo y pegué mi oreja a la puerta. Tenía miedo de oírla gimiendo de gusto o pidiéndole más, pero no fue eso lo que oí.

Él le había preparado una sorpresa, había contratado a un hombre para hacer un trío. Ella le respondió con voz de gata en celo que no sabría como satisfacer a dos a la vez, y él le respondió que ella gozaría como nunca y que no se preocupase.

Mi cerebro se puso a cien mil por hora, me hervía la cabeza, ¿qué hacer? La muy puta iba a hacer algo que a mí se me había negado permanentemente. Cuando estaba a punto de llamar, mi cerebro maquinó una perversa idea.

Me dirigí al portal, esperando la llegada de un hombre, enseguida llegó uno en taxi que no ofrecía dudas, alto, bien parecido, buen olor, bien peinado… Antes de que llamara al telefonillo le abordé, le pedí disculpas por no haber podido avisar antes de que la cita se hubiera cancelado, le di 200 euros y me volví a disculpar. Él se despidió y me emplazó para una nueva ocasión.

Ahora tenía que cruzar los dedos para que mi plan funcionase, me dirigí al piso y llamé al timbre. He de decir que habitualmente voy vestido de traje, así que mi indumentaria no desentonaba demasiado.

Me abrió él, enseguida le hice un gesto de que guardara silencio, hablándole muy bajito al oído para que mi mujer no me descubriera, le dije que en la circunstancia en que estábamos, me gustaría que se cumplieran tres premisas, no hablar con la chica durante el rato que estuviera allí, que la chica tuviera los ojos vendados, y que me pagara en función del grado de satisfacción de ella.

No lo vi muy convencido, pero ante la tercera condición aceptó.

Se fue hacia el interior de la casa y oí como se lo comentaba, ella aceptó con mucho gusto, su voz delataba una calentura increíble, y he de decir que la mía iba en aumento de forma imparable.

Él salió de la habitación y me confirmó que había aceptado, así que nos pusimos manos a la obra.

Cuando entré en la habitación mi corazón me dio un vuelco, estaba sobre la cama la mujer a quien más amo en el mundo, vestida únicamente con un conjunto de lencería negro de La Perla que yo le había regalado unos meses antes. Puta, repicó en mi cabeza.

Allí tendida, empecé a besarla, suavemente, primero los pies, subiendo por los tobillos, las piernas, los muslos, mis manos iban acariciando los que iba besando, apretando levemente en algunos lugares que sabía, le gustaban.

Empezó a agitarse, yo la conozco, y eso era síntoma de que iba por buen camino, sólo le di un pequeño beso en el tanga sobre su pubis, y pasé de largo, continué con mis labores por su tripa hasta llegar al sujetador de tipo balconet, besé lo que quedaba a la vista de sus pechos, despacio, con deleite, y continué mi ascenso.

Conozco a mi mujer y sé donde están sus puntos débiles, me dirigí a sus axilas, a su cuello, a sus labios, con lo que conseguí que su agitación fuese a más y que no pudiera estarse quieta, me buscaba pero yo no dejaba que me alcanzase.

Mi cliente se había quedado en un lateral de la cama, había liberado su aparato y totalmente erguido, lo estaba acariciando.

Levanté a mi mujer y le indiqué a él que se levantara, al oído le dije que le insinuase que nos tenía que desnudar a los dos, ella no lo dudó un instante y quiso empezar por mí, pero no la dejé y lo puse a él delante.

Mientras ella le desabrochaba la camisa, yo me situé tras ella y no dejé que se enfriase, le besaba el cuello, le mordía la nuca, le acariciaba los costados, acariciaba sus nalgas y su coño. Estaba húmeda, caliente, el tanga estaba empapado, y cuando le apretaba con dos dedos su pubis, se afanaba por hacer círculos con ellos para gozar más.

Le quitó la camisa, le besó el pecho, le mordió los pezones y le clavaba las uñas, para después ir a por sus pantalones y sus calzoncillos, los bajó rápido con ansia, sabía lo que iba a encontrar, y el pene le dio en la cara, no lo dudó, lo atrapó con su boca y lo saboreó, se lo sacó, le pasó la lengua y se lo volvió a meter. Puta, volvió a repicar en mi cabeza.

La levanté, tomándola por las axilas, y aunque ella quería seguir aferrada a aquel aparato, finalmente lo soltó y empezó a desnudarme a mí.

Ocurrió lo mismo, al quitarme los calzoncillos mi verga saltó como un resorte contra su cara, y no lo dudó, la recorrió con la lengua y se la tragó por completo. Le indique a mi cliente que se acercara y que le ofreciera su aparato a la vez que el mío. Estaba tan caliente que las cogió las dos y nos empezó a hacer una mamada memorable, alternando una y otra, intentando metérselas las dos a la vez. Yo veía como metía de vez en cuando su mano derecha dentro de su tanga y como se estaba masturbando y como, de vez en cuando, se recorría sus pechos, tirando suavemente de sus pezones, aquello era increíble, ni en mis mejores sueños podía haber estado en una situación así, y menos con mi mujer.

Cuando estuve al borde del éxtasis le separé mi verga y poniéndome tras ella la puse en pie, le recoloqué el sujetador y de nuevo empecé a morderle la nuca pero ahora, ella sentía mi pene duro y palpitante en la raja de su culo, se apretaba contra el moviéndolo.

Le desabroché el sujetador y me apoderé desde detrás de sus pechos, con una seña, le indiqué a mi cliente que se pusiera frente a ella y que empezara a calentarla. Él empezó a comerse literalmente sus pechos, mientras mis manos pasaron a sus caderas y me restregaba más si cabe contra sus nalgas.

Después de un rato en esta tesitura, le eché hacia delante el cuerpo, le quité su tanga, y ahí estaban su ano y su coño, rasuraditos por mí unos días antes. No lo dudé y mi lengua se fue a comer su ano. Sus movimientos de cadera hacían que perdiese de vez en cuando mi presa y sus gemidos eran fuertes pero de pronto se apagaron, enseguida lo entendí, alcé mi cabeza y vi como de nuevo tenía la verga de mi cliente en su boca, acompasando su placer a la comida que le estaba proporcionando.

En esa calentura empecé a meterle dos dedos por en su vagina, moviéndolos dentro y fuera como si de una polla se tratara, hasta que noté como se ponía en tensión y como le flaqueaban las piernas. Había tenido un orgasmo. Puta repicó de nuevo en mi cabeza.

La tendimos en la cama, boca abajo, y después de unos minutos de respiro, continué con mi comida de ano, pero a la vez, empecé a introducir un dedo, no se quejó, es más, se notaba que le gustaba. Al fin y al cabo, hasta allí habíamos llegado en casa, así que no me extrañó. Quise saber hasta dónde estaba dispuesta a llegar, así que le introduje suavemente un segundo dedo, quedándome quieto un instante para que se acostumbrara. En un momento estaba moviendo sus caderas buscando más, así que a la vez que se los metía y los sacaba, le lubricaba el ano con mi lengua, cada vez más al fondo, cada vez más rápido, cada vez gemía más alto y se agarraba a las sábanas con más fuerza.

Aunque me cueste decirlo, sentí mucho placer al verla disfrutar tanto.

Con el ano bien abierto, me dispuse a meterle toda mi verga, cosa que nunca había hecho, por lo que mi erección parecía la de un crío de 16 años, apoyé mi glande en la puerta y noté como se estremecía, le acaricié con ternura la mejilla y le besé la espalda.

Con la punta en la puerta empujé firmemente hasta que entró, ella se tensó por lo que me detuve de nuevo, al fin y al cabo, acababa de desvirgar su ano, pero al momento empecé a introducirle todo el aparato hasta que estuvo totalmente enterrado.

Empecé con movimientos suaves de entrada y salida, ganando velocidad al ver que ella empezaba a tragársela entera sin dificultad y a darle algunos azotes que le pusieron las nalgas al rojo vivo, golpeando con mis huevos en los labios de su depilado coño.

La lujuria se apoderó de mi cuando, mientras se la mamaba a mi cliente, se la sacó de la boca y me gritó, "reviéntame el culo, cabrón", aquello fue demasiado, mi mujer, mi amada, había perdido totalmente el control y se estaba comportando como una auténtica disfrutona, estaba extrayendo sus placeres más ocultos, que ni ella misma podía imaginar que tenía. En mi mente ya no repicaba Puta, ahora mi mente estaba entregada a que la mujer a la que amaba disfrutase como nunca.

Cuando estaba a punto de correrme, me retiré, y me fijé como tenía sus nalgas, rojas de mis azotes. Tomándome un respiro, dediqué un momento a acariciarle las nalgas el ano, a relajar su precioso culo.

Aquello le gustó, pero no paraba de saborear la polla de mi cliente, arriba y abajo, por dentro y por fuera. Sabiendo de los puntos erógenos de los hombres, y que muchos son reticentes a descubrir, le dirigí una mano al ano de él, ayudándole a que lo introdujera. Él se negó, pero acercándome a su oído le dije que confiara en mi y que se relajara. Afortunadamente para él, permitió que lo metiera, y al poco rato estaba aullando de placer el también.

Viendo que estábamos los dos ya muy pasados, volví a guiar a su amante. Con un simple gesto me entendió, se tumbó en la cama, y como si mi mujer lo estuviera esperando, supo lo que tenía que hacer. Se puso sobre él, la cogió suavemente y se la introdujo hasta el fondo. Comenzó a cabalgar con las piernas dobladas, él le agarraba las nalgas con fuerza, le dejaba marcados los dedos y de vez en cuando la azotaba. Los dos gritaban, gemían, bufaban de placer. Los detuve. Yo quería culminar mi pequeña venganza y el gran placer de mi mujer.

Me coloqué tras ella, viendo como su ano estaba totalmente expuesto, le agarré las caderas y se la introduje despacio. Que apretado estaba, que placer sentí. Mi cliente y yo empezamos a bailar con ella entre ambos, un ritmo lento, suave pero firme.

Ella no paraba de gritar, nos decía que éramos unos grandísimos hijos de puta, que estaba en la gloria, que se sentía una verdadera puta y mil cosas semejantes que hicieron que el ritmo subiera hasta la locura. Ella tuvo un nuevo orgasmo y quedo rota sobre él. Yo me iba a correr, no podía contenerme más, pero al detener el baile lo conseguí.

No quería correrme en su culo, quería un paso más.

Me separé de ella, los separé y pasado un instante la cogí de la mano y la arrodillé en el suelo. Volvimos al principio, le acercamos nuestras vergas y se las ofrecimos, ella no podía más pero hizo un esfuerzo, las lamió y se las tragó un instante. Levantando la cabeza, nos suplicó diciendo que no le quedaban fuerzas, así que mi cliente y yo empezamos a masturbarnos frente a su cara. No tardaron en brotar nuestros chorros de semen que fueron a parar a su cara, al pañuelo y a su pelo. Abrió la boca para recibir más y lo que había caído fuera lo rescató para su paladar. Sí se comportaba como una auténtica zorra, lo saboreaba y se deleitaba limpiándonos nuestros sables que habían empezado a desinflarse.

Le di un beso en los labios, y me retiré para vestirme.

Oí como mi mujer le agradecía a mi cliente la experiencia que acababa de darle, lo cual sinceramente, llenó mi ego masculino, a la vez que pensaba que aquello teníamos que repetirlo pero con conocimiento de causa. Yo quería participar de su deleite, que también era el mío.

Ya en el recibidor él me preguntó que cuánto era, a lo que le respondí lo mismo que le había dicho al llegar. Según el grado de satisfacción de ella.

A voz en grito desde allí, le pregunto a mi mujer, su opinión, respondiéndole que su grado de satisfacción eran seis orgasmos. Abrió su cartera y me dio cuatro billetes de 500 euros. Me abrió la puerta y salí de allí con una sensación extraña. Había hecho un trío con mi mujer y con otro hombre sin que ninguno de los dos supiera que yo era su marido, y había cobrado por ello. Puto repicó en mi cabeza.

Al cuarto de hora, ya fuera del edificio pero aún en la zona, recibí una llamada de mi querida esposa, preguntándome que dónde estaba y que iba a hacer a la hora de comer. Le dije que casualmente seguía por aquella zona y que no tenía ningún plan para comer, así que si le apetecía podíamos comer juntos.

Ella accedió por lo que al rato nos encontramos muy cerca de allí. Decidí llevarla a un muy buen restaurante, y una vez ya sentados me empezó a hablar de lo dura que había sido la mañana y lo cansada que estaba. Mirándola a los ojos fijamente le dije, ¿estás cansada como si hubieras tenido seis orgasmos?

Su cara se transfiguró, no sabía dónde meterse, pero aquello no era justo, así que le conté toda su experiencia, nuestra nueva experiencia, desde mi punto de vista.

Nos besamos apasionadamente y desde entonces nuestra vida sexual ha dado un giro de 180 grados, ambos hemos abierto nuestras mentes al placer, teniendo muy claro que el amor está por encima del sexo, y que nos queremos con locura.

Gracias amor mío por ser como eres, te quiero.

P.D.: Al final, el único puta soy yo.